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I. CONCEPTO Y CARACTERES.
I. CONCEPTO Y CARACTERES:
La regla general es la de que todas las sentencias de condena serán títulos ejecutivos
y por eso podrán ejecutarse provisionalmente las que contengan una condena a hacer
(dejar libre y a disposición de la actora), que no quedaría desvirtuada por el hecho de que
se asentase en la previa declaración resolutoria de un contrato (el arrendamiento), so pena
además la infracción del art. 527 LECiv ya que no podrá denegarse el despacho de ejecución
provisional apreciando una causa que solo se conocería si fuera opuesta como motivo de
oposición por la parte ejecutada; también lo serán las sentencias dictadas en los juicios de
precario; y las que contengan la condena al pago de una indemnización, aunque sea
transitoriamente ilíquida, por no ser la liquidez un presupuesto del derecho en los
términos de los arts. 524, 526 y 528 LECiv.
Tampoco habría obstáculo a que, habiéndose adoptado una medida cautelar, pueda
instarse y despacharse la ejecución provisional de la sentencia estimatoria, especialmente cuando
las medidas cautelares en su día acordadas defiriesen sustancialmente del pronunciamiento de
condena que aquellas pretendían salvaguardar.
c) Las sentencias que condena a emitir declaraciones de voluntad (art. 525.1.2ª LECiv).
d) Las que declaran la nulidad o caducidad de títulos de propiedad industrial (art.
525.1.3ª LECiv).
Ahora bien, no cabe ignorar que en determinados casos se dicten resoluciones con forma
de auto que entrañan, sino una decisión, sí una solución respecto del fondo del asunto, que
implicará la obligación del demandado de realizar una determinada actividad que, si no se
cumpliera voluntariamente, podría ser objeto de ejecución forzosa de modo definitivo. Y
siendo ello así nada obstaría a que fuera posible también su ejecución provisional. Es
indudable que en tal situación se encontrarían el auto que homologa la transacción judicial
(art. 19.2 LECiv) o el que con ese objeto se dicte en la audiencia previa (art. 415.2 LECiv).
El problema de esta solución, dejando al margen que nos encontramos ante un supuesto
extraordinario, es que el órgano de la instancia desconoce si se ha interpuesto el recurso de queja
y su resolución y, que a mi entender si se deniega el recurso de apelación mediante el auto del art.
458.3 LECiv no habría una ejecución provisional, sino la definitiva, pues el recurso de queja
carece de efecto suspensivo (art. 495 LECiv).
De todas formas, siempre habrá que tener en cuenta el suplico de la demanda y contra
quien se despacha la ejecución, porque en el supuesto de entidades financieras de notoria
solvencia bastaría el dictado de una diligencia de ordenación requiriendo par que se
consignara en al cuenta el importe correspondiente.
Contra el auto que deniegue la ejecución cabrá recurso de apelación, sin reposición
previa que se tramitará y resolverá con carácter preferente. Y contra el auto despachando
ejecución cabría recurso de apelación cuando denegase de los pedimentos realizados por
el ejecutante en su demanda ejecutiva, sujetándose al mismo régimen de recursos que
cuando se deniega el despacho (art. 527.4 LECiv), pues al fin y al cabo supondría una
denegación parcial. Dejo este apunte y un reparo: el hecho que se deniega uno o varios
pedimentos de la ejecutante nos obligaría a valorarlos en relación con el título ejecutivo, porque el
despacho de ejecución se sujeta a lo que permite el título, no a lo que pide la ejecutante, con lo que
siempre deberá primar la regla general de la imposibilidad de recurso.
En el art. 528.4 LECiv se articulan unas causas de oposición similares (no iguales) a las
del art. 556 LECiv para la ejecución definitiva, pero es difícil imaginar la concurrencia de alguna
de ellas cuando el título ejecutivo sea una sentencia. Es ilógico que se esté recurriendo una
sentencia y, al mismo tiempo pagándose o haciendo pacto o transacciones para evitar la ejecución.
Y aun así tampoco faltan opiniones en la doctrina que critican el hecho que el ejecutado no pueda
oponer defectos procesales del art. 559 LECiv; si bien, y a falta de previsión específica, dichos
defectos deberían alegarse conforme al art.528.2 LECiv.
Si se estimare esta oposición se declarará no haber lugar a que prosiga, alzándose los
embargos y las medidas de garantía que pudieran haberse adoptado (art. 530.1 LECiv).
Dejando al margen los proceso concursales y los de familia, suelen los ejecutantes esperar
a la firmeza de la sentencia para solicitar el despacho de la ejecución, pero en el caso de
llevarse a cabo habrá de realizarse una ponderación de la situación que se generará a la
ejecutada y la posibilidad de la ejecutante de resarcir los perjuicios, caso de revocarse la
sentencia en su integridad. Ponderación de escasa dificultad teórica, que no práctica, en el caso
de las obligaciones de hacer o de dar: me refiero, por ejemplo, a la retirada de algún elemento
constructivo o, en la realización de alguna clase de reparación. Estaríamos ante condenas que
podrían cuantificarse para la fijación de una caución suficiente.
Como vemos la ley excluye por su clase algunas formas de garantía; no podrá ofrecerse
una fianza personal, ni la hipotecaria o pignoraticia y, en relación a las que admite deberían
garantizar la inmediata disponibilidad. Esto no supone la existencia de un numerus clausus de
medios, sino el reconocimiento de que el dinero y el aval a primer requerimiento serían los únicos
que garantizarán la inmediata disponibilidad.
La STS, Sala 1ª, 398/2014, 17 de julio de 2014, define el aval a primer requerimiento
como un contrato atípico, producto de la autonomía de la voluntad sancionada por el art. 1255
CC, en el que el fiador vendrá obligado a realizar el pago al beneficiario cuando éste se lo
reclamase, ya que esa obligación asumida por el garante se constituirá como una obligación
distinta, autónoma e independiente, de las que nacerían del contrato cuyo cumplimiento se
garantiza. Es nota característica de esta forma de garantía procesal, que la diferencia de la fianza
regulada en el Código Civil, su no accesoriedad de ahí que el garante no pueda oponer al
beneficiario que reclama el pago otras excepciones que las que se deriven de la garantía misma,
siendo suficiente la reclamación del beneficiario frente al garante para entender que el obligado
principal no ha cumplido, aunque en aras del principio de la buena fe contractual (art. 1258 CC)
se permita al garante, caso de contienda judicial, probar que el deudor principal ha pagado o
cumplido su obligación con su consiguiente liberación.
El aval tendrá que haber sido emitido por persona suficientemente apoderada del
banco o sociedad de garantía, deberá estar firmado y sellado, con inclusión de su número y
registro y, en ningún caso podrá ser temporal, o por tiempo definido con prórroga o sin
prórroga, sino que tendrá que ser claramente indefinido. Ello supone que está vigente: o bien
hasta que se realice, o si no fuera precisa su realización, hasta que se orden su cancelación.
Y puesto que el aval sería un medio de garantizar el pago (el daño o el perjuicio) dos
sería las consecuencias inmediatas anejas a tal finalidad.
Resultaría contrario a su naturaleza y esencia que, por quien constituyó esta garantía
se solicitase, como medida cautelar, la suspensión de su ejecución: dejaría de ser <<a
primer requerimiento>> y desaparecería su eficacia negocial. Y no podrá
demorarse, suspenderse o postergarse por la discrepancia entre las partes respecto
al cumplimiento o incumplimiento contractual garantizado con el mismo.
Bajo este mandato suele presentarse una oposición fundada en la situación de insolvencia
de la ejecutante, que se justifica con la aportación de diferente documental acreditativa de su
situación económica (cuando se trata de sociedades) y, de un aval a primer requerimiento que
garantizará la entrega de la cantidad pro la que se despachó ejecución.
Es evidente que este caso habría una oposición a la obligación de consignar que impondría
la orden general de ejecución (art. 527.3 LECiv) y, el cumplimiento de dicho requisito permitirá
entrar a examinar los otros dos del art. 528.3 LECiv, esto es, si nos encontraríamos ante la
extrema dificultad de restaurar la situación para el caso de estimarse el recurso de apelación y, si
deberían ofrecerse medidas alternativas.
El art. 534 LECiv tan solo permite la suspensión de la ejecución provisional de condenas
dinerarias cuando se ponga a disposición del Juzgado, para su entrega al ejecutante, la
cantidad objeto de condena más intereses y las costas producidas hasta ese momento. Esta
previsión, según la doctrina, debería ser objeto de una interpretación in extenso, por lo que sería
posible la suspensión de la ejecución provisional de una condena no dineraria, cuando el
ejecutado procediere al cumplimiento voluntario consignando al propio tiempo una
cantidad presupuestada para costas. En realidad esta interpretación no es amplia, es forzada ya
que si se lleva a cabo el cumplimiento voluntario únicamente se suspendería la ejecución por las
costas y como ahora veremos, esa continuación dependerá de al ordena general de ejecución.
La deficiente técnica que caracteriza la redacción de buena parte de los artículos que
regulan la ejecución civil encuentra en el precepto que nos ocupa uno de sus ejemplos más
relevantes. La puesta a disposición del art. 531 LECiv es idéntica a la del art. 538 LECiv y también
sus consecuencias, el pago de las costas causadas, salvo que el ejecutado justifique que, por
causa que no le sea imputable, no pudo efectuarlo antes de que el acreedor promoviera la
ejecución; excepción que sería también aplicable en el supuesto del art. 531 LECiv porque salvo
la consignación del art. 449 LECiv, el ejecutado no podrá cumplir voluntariamente la condena
hasta que la sentencia sea firme.
Por último, la ejecución provisional también podrá suspender por las mismas causas quela
ordinaria (art. 565 a 569 LECiv).
El art. 533.1 LECiv no se refiere a los intereses de las cantidades percibidas, pero
obviamente el principal percibido que tiene que devolverse lo habrá de ser con los intereses al
tipo legal del dinero. Otra parte de la doctrina sostiene que lo más adecuado sería considerar los
intereses como un concepto incluible en los daños y perjuicios en calidad de lucro cesante. Se
tomaría como dies a quo el de la pérdida de la posesión del importe de la condena (por pago,
consignación o embargo) y se computaría hasta su íntegra restitución.
¿Debería presentarse una segunda demanda de ejecución? Entiendo que no. La norma
procesal prevé el supuesto de revocación parcial de la sentencia de condena dineraria
dictada en primera instancia, debiéndose sustanciar la totalidad de las cuestiones
relativas a la devolución de las cantidades provisionalmente percibidas en el seno de la
propia ejecución abierta y no en un procedimiento de ejecución independiente, siendo así
que la acción ejecutiva no se basaría en un título que tuviera aparejada ejecución por no
tratarse de una sentencia de condena firme, sino de una sentencia dictada en segunda
instancia revocando parcialmente la inicial condena dineraria.
Y respecto a las costas del art. 531 LECiv, sobre las que nada se dice, volvemos a
encontrarnos con opiniones discrepante y, mientras unos entienden que deberían devolverse en a
medida en que el auto de incoación dictado en su día, ganó la firmeza de la cosa juzgada formal,
otros sostienen que no debería ser devuelta la suma percibida por tal concepto. Según
interpretación usual del art. 533.2 LECiv, las obligaciones de devolución del ejecutante
provisional solo alcanzarían a la diferencia de principal y, en su caso, a la parte proporcional de los
intereses, sin que por tanto alcance a las costas.
En realidad la única solución admisible sería de que la vía de apremio comprendería las
costas de la ejecución provisional cuando se hubiera despachado por tal concepto y además se
hubieran satisfecho, en otro caso, si solo se hubiera despachado ejecución provisional por las
costas, pero no percibido importe alguno por las mismas, entraría en juego la limitación del art.
533.2 LECiv y, solo se devolvería la diferencia entre la cantidad percibida por el ejecutante
y la que resultare de la confirmación parcial, con el incremento de aplicar a dicha
diferencia, anualmente, desde el momento de la percepción, el tipo del interés legal del
dinero. Y por la misma limitación legal tampoco sería posible iniciar la vía de apremio por los
<<los daños y perjuicios>> que la ejecución provisional le hubiere podido ocasionar al
ejecutado.
Claro que, en ese caso de falta de firmeza tendíamos dos interrogantes a resolver: sí el
plazo de veinte días del art. 548 LECiv sería o no aplicable al cumplimiento de la sentencia
revocatoria no firme y, si el art. 533 LECiv produciría un efecto automático, de tal modo
que le plazo del art. 548 LECiv debería computarse desde que se notificó la sentencia
revocatoria y, ello con independencia que hubiera pedido o no, el sobreseimiento de la
ejecución provisional de la sentencia de primera instancia. Dada la expresa mención en el art.
533.3 LECiv a que la vía de apremio pueda pretenderse, no cabría hablar de ningún automatismo
y la parte vencedora en segunda instancia debería impulsar el proceso en los términos que
entienda oportunos, pues además el órgano ejecutor ignorará el resultado del recurso. Y en
cuanto al plazo debería aplicarse en términos generales el de veinte días, que se computarían a
partir que la pretensión de ejecución (en este caso, la petición de sobreseimiento) llegará a
conocimiento del obligado al pago.