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DEGRADACIÓN

 SEMÁNTICA  DE  LO  POLÍTICO.  En  torno  a  los  usos  


actuales  del  término.1  

Probablemente no exista mejor indicador para apreciar la valoración social o cultural de


una realidad que la presencia y los usos que se destinan a los conceptos que la designan
o la refieren. Es el caso del vocablo "política" y sus derivados, que sirve para designar o
calificar en el lenguaje corriente y también en el académico una serie de prácticas,
cualidades, campos de acción o del saber, costumbres o perfiles humanos. Actualmente,
este uso extendido de “política” no asume el significado propio u original del término -
los asuntos relacionados con el gobierno y la organización de una comunidad humana-
sino una serie de aspectos relacionados con el ámbito de lo político, pero de condición
subordinada o parcial en el mejor de los casos, y en el peor, como apreciación negativa
o despectiva de lo político. En este trabajo se exploran algunos de esos usos, y se intenta
explicar a qué aspecto parcial o rechazado de la política responden.

THE SEMANTIC DEGRADATION OF THE POLITICAL. On the present meanings of


the word.

Maybe there is no better sign to appreciate social or cultural valuation of something


than the presence and uses of the words that designate it. It is the case of the word
“politics” and its derivates. Frequently the extensive use of politics does not assume the
proper meaning but some conditioned, subordinated, or instrumental matters related to
it. But this change has also another singularity: in these meanings can often be found a
negative or rejective conception of politics.

Palabras clave: conceptos políticos, semántica, opinión


Key words: political concepts, semantics, opinion

1
Héctor Ghiretti. CONICET – Universidad Nacional de Cuyo. hector.ghiretti@gmail.com
Crisis  de  la  política,  comprensión  teórica  intermitente,  despolitización2  
Hubo un tiempo en que política fue un término revestido de carácter sagrado, en el
sentido reverencial del término. La palabra, que conocemos por lo menos desde que
apareció en Grecia una reflexión articulada y diferenciada sobre el conjunto de
problemas de una comunidad autónoma, refería una realidad con una jerarquía superior,
destacada.
La política, para los antiguos griegos, era la forma de vida activa más elevada a la que
un hombre podía aspirar. Sólo era superada por la vida teórica o contemplativa,
dedicada a la sabiduría y el conocimiento. Pero tanto Platón (de forma explícita) como
Aristóteles (de forma implícita y problemática) advirtieron una relación estrecha entre la
vida contemplativa y la vida política.
Desde los inicios del pensamiento político, la función de gobierno estuvo reservada a
los mejores. Se asociaba la dignidad y la importancia de la función con la dignidad e
importancia de sus titulares.
Platón definió el perfil de los “reyes filósofos”, personas con atributos de perfección
que iban desde lo físico y lo estético a lo moral e intelectual. Aristóteles asumió esa
perspectiva y trató de formular una solución práctica al problema (Ghiretti, 2012).
Aristóteles no solamente pensaba que la vida política era el género más perfecto de vida
activa sino que además entendía que la perfección humana, el ejercicio pleno de la
libertad sólo era posible en el marco de una comunidad política: algo que no podía darse
en la familia ni en la pequeña comunidad.
No obstante, esa concepción perfectiva de la vida política no era incompatible con el
juicio que les merecía a cada uno de ellos la realidad política que les tocaba vivir y
presenciar. Tanto Platón como Aristóteles son pensadores de la crisis y la decadencia de
la polis: pero no por ello dejan de advertir, reconocer y afirmar la dignidad superior de
la acción política, de la responsabilidad del gobierno. No son, en absoluto, pensadores
ingenuos.
Sabemos que ese concepto claro y distinto de la política, dotado de la característica
luminosidad mediterránea, sufriría, a lo largo de la historia, sucesivos oscurecimientos y

2
Agradezco muy particularmente la atenta lectura y las observaciones de Luis Alberto Paris, lingüista de
profesión, que me fueron de gran utilidad para advertir aspectos que había ignorado en la versión original
y perfilar mejor la tesis que aquí intento sostener.

2
extravíos. La política subsiste como reflexión o como pensamiento, pero muchas veces
lo hace ignorando su tradición, su perfil originario o sus confines teóricos.
El impacto inicial del Cristianismo, como ha señalado Hannah Arendt en La condición
humana (1998: 36-83), no favoreció la comprensión y tampoco el prestigio de lo
político: otros fines que trascendían las murallas de la polis fueron propuestos al
cristiano. Sólo la necesidad de constituir y organizar una institución perdurable en el
tiempo -la Iglesia- recuperó parcialmente la atención sobre lo político.
El advenimiento de la Modernidad y la necesidad imperiosa de atender, en el plano del
gobierno y el diseño de las instituciones, a los desafíos de la nueva era, parecieron
restablecer tal objeto teórico.
Pero esa reflexión restaurada, ese interés redivivo se funda sobre unos presupuestos
muy diferentes a los clásicos. Es Leo Strauss en ¿Qué es Filosofía Política? (1959: 40)
quien explica que la inspiración de los filósofos políticos modernos es -quiere ser- la de
un realismo descarnado, que no se permite concesiones a ideales de perfección humana
ni social.
Esos ideales, en el mejor de los casos, son confinados a un tipo de literatura
(originariamente) más pedagógica que política: es el tiempo de las utopías. La política
pierde en el plano de la reflexión -y no sólo en él- su potencial transformador, su
inspiración de una vida mejor.
Siempre según Strauss, no se encuentran ideas clásicas de virtud en Maquiavelo, ni en
Hobbes, ni en Locke. Rousseau intenta una recuperación de las antiguas virtudes
republicanas, pero sólo consigue potenciar esa reducción a realismo, que es en
definitiva la pérdida de una dimensión esencial de la política: la felicidad como ideal
comunitario.
Realismo y utopismo son el resultado de la desarticulación resultante de la doble
dimensión originaria de la política, que se constituye en el equilibrio entre lo real y lo
posible, entre la comprensión y el respeto de las realidades constituidas en medio de las
cuales debe operar y la necesaria proyección de la acción humana.
El realismo evolucionará progresivamente, hasta adoptar en los últimos siglos el
principio de la administración, como concepto sustitutivo de la política, que es propio
de la tradición liberal.
El utopismo, revestido más adelante con atributos evolutivos y/o científicos inspirará el
ciclo revolucionario. Los procesos revolucionarios parecen recuperar el viejo ideal. No
obstante resulta un retorno engañoso. En sus fases más avanzadas los principios

3
revolucionarios se inspiran directa o indirectamente, por inspiración o reacción, en una
tradición de pensamiento contraria a la política: el marxismo.
La excitación revolucionaria de la discusión comunitaria sobre el futuro -propiamente
política, por fundacional, o para decirlo en términos aristotélicos, arquitectónica- se
pierde no bien el nuevo orden entra en regularidades y las rutinas procedimentales
(Arendt, 1968: 3-15). La virtud revolucionaria se pretende imponer por medios
coercitivos, por la fuerza, perdiendo toda eficacia transformadora.
Realismo y utopismo expresan, como modos enfrentados de racionalización e
inspiración de la política, un mismo rechazo o negación de lo político, una supresión de
sus articulaciones constitutivas, de su dinámica, de sus conflictos.
En la práctica, mientras tanto, lo político no ha dejado de perder su prestigio, su
dignidad destacada en el plano de las acciones humanas, de forma progresiva y sin
cesar, hasta la actualidad.
Múltiples factores inciden en ello. Sólo por mencionar algunos, quizá los más
destacados: 1) el fortalecimiento progresivo del individuo, que desde hace varios siglos
va imponiendo su lógica particular a lo comunitario, sustituyendo lo social por lo
común (otra vez Hannah Arendt) y reduciendo el concepto de bien común o interés
público a criterios acumulativos, es decir como suma del bien de los individuos; 2) la
creciente complejidad social y la aceleración del cambio, que parecen conspirar contra
toda acción directiva, contra todo diseño racional desde una perspectiva del gobierno; 3)
la progresiva desarticulación, en virtud de la ya mencionada complejidad, de funciones
y actividades originariamente comprendidas dentro del ámbito de lo político (economía,
educación, defensa, seguridad), que actualmente aparecen autonomizadas y dueñas de
una lógica propia, lo que produce un efecto de vaciamiento y pérdida de sentido de lo
político; 4) la confusión progresiva entre democracia y política, en la se que trasladan o
transfieren las frustradas promesas y expectativas abiertas por la primera (en virtud de
su predominante componente ideológico) a la segunda, al considerarlas equivalentes;
El estado de putrefacción de la Filosofía Política, que Strauss denunciara a mediados de
la década de 1950 (1959: 19), no sólo afecta a ese ámbito privilegiado del conocimiento
de lo político. Un poco posteriores son los primeros diagnósticos sobre la
despolitización que afectaría a las sociedades occidentales (Lefebvre, 1972; Vedel,
1973). Recientemente se ha insistido en una situación similar a la Filosofía Política en
ciertos ámbitos de la Ciencia Política (Cansino, 2010). Y es que la crisis de la
comprensión y la explicación de la política parece ser paralela a la crisis de la política.

4
El  plano  del  discurso  
Estos breves apuntes pretenden servir como panorama general o contextual para
introducirnos en el fenómeno que exploramos en esta breve comunicación: la
degradación semántica de lo político, la desvalorización del concepto de lo político en el
plano del discurso que versa sobre los asuntos políticos.
Se adopta para ello un middle ground, un terreno intermedio entre la filosofía política y
la práctica política propiamente dicha, que es el terreno de los conceptos y términos
políticos: un terreno que ocuparía esas diversas formalizaciones y conocimientos de lo
político definidas por Leo Strauss como opinión, pensamiento y teoría políticos (1959:
11-13) o para seguir a Eric Voegelin, el primer conjunto de símbolos políticos, derivado
de la autointerpetación (1968: 49-51).
¿Qué valoración se le atribuye a lo político en los usos actuales del lenguaje? ¿Sigue
siendo esa función decisiva que han observado autores como el ya citado Voegelin
(1968: 62) o, en otro contexto, Julián Marías (1998: 33),3 es la condición de posibilidad
del vínculo social, el máximo servicio que puede hacerse a un grupo de personas?
¿Cómo modifica lo político a otros conceptos que se asocian a él en expresiones de uso
común? Observaremos aquí casos conocidos como derivación: el cambio de categoría
léxica de una palabra, cuando se convierte de sustantivo en adjetivo o verbo.
Cuando se habla de discusiones políticas, por lo general no se está haciendo referencia a
intercambios dialógicos de perspectivas en torno al bien común o al interés público. Las
luchas políticas tampoco tienen su causa necesaria en enfrentamientos a partir de
visiones diversas del bien de la ciudad, la comunidad o el Estado. Las especulaciones
políticas no tienen por objeto las decisiones que es necesario tomar en el marco del
gobierno de una comunidad.
Cada una de las expresiones mencionadas muchas veces están precedidas por el adjetivo
despectivo mero/a: meras especulaciones políticas, meras discusiones políticas, etc. Y
es que ninguna de ellas parece hacer referencia al fin propio de la política, sino a su
dimensión instrumental. Cuando lo político modifica o califica algún sustantivo, sólo lo
hace para indicar una dimensión subordinada o instrumental de lo político, nunca final,
teleológica o propiamente dicha.

3
En referencia al pontificado católico, el autor sostiene que quienes aspiran a suprimir su poder y sus
funciones “no se dan cuenta de que entre las maneras de servir hay una, particularmente importante y
delicada, que consiste en mandar, en el ejercicio adecuado de la autoridad.”

5
No se trata de lo político propiamente dicho sino de su medio, o para decirlo
directamente, de la obtención, la conservación el aumento o el extravío del poder, que
como se sabe tiene una relación instrumental respecto de lo político. Y esa lucha por el
poder no necesariamente (ni siquiera usualmente) se entiende en términos de búsqueda
o procuración de una herramienta, sino como fin en sí mismo. Por tanto lo político
deviene en una condición instrumental.4 En esta instrumentalidad convertida en esencial
radica el desprestigio de la política: se trata de una actividad no orientada
necesariamente a fines propios o específicos.
Si se mira el caso de las llamadas causas o motivaciones políticas, se advierte que no se
está haciendo referencia a los fines propios de la acción política (que causarían o
motivarían la acción) sino a un ámbito de consideraciones prudenciales a las que se
alude genéricamente, y que usualmente se ocultan al público conocimiento, por
considerárselas inconfesables o como poco vergonzantes, puesto que se presumen
ilegítimas o por lo menos inexplicables/injustificables para la opinión general.
Con la expresión decisión política usualmente se designa una determinación que 1)
busca mediar entre diversas fuerzas o poderes en presencia, o satisfacer
salomónicamente sus demandas disímiles o enfrentadas (una solución de compromiso);
2) posee un carácter provisorio, a la espera que puedan tomarse las resoluciones
definitivas del caso; o bien 3) tiene por objeto la obtención, preservación o aumento del
poder de quien la toma, no los destinos de la comunidad política o el estado. Alude,
como en el resto de los casos aquí analizados, a los aspectos instrumentales de lo
político.
En cualquier caso, la decisión política parece tener un rango o jerarquía subordinados
respecto de decisiones que en el mismo ámbito se califican de forma diversa: así, una
decisión “técnica”, “económica” o “estratégica” posee usualmente mayor entidad o
jerarquía que la primera.

4
Este predominio de la razón instrumental en la percepción general y generalizada de la política podría
ser originado por el carácter propio de la democracia liberal, en la cual la lucha por el poder se convierte
en un asunto de agenda permanente. En democracia, “el ejercicio del poder -se lamenta Georges Burdeau-
tiene menos importancia que su conquista. En lugar de consagrarse al cumplimiento de las tareas
estatales, la vida política queda absorbida por la rivalidad de las fuerzas concurrentes. El ministerio no
gobierna: se defiende. No es ya un sistema de gobierno, es un régimen de lucha.” Burdeau, 1970, 132.

6
Cuestiones  políticas.  O  la  política  contra  sí  misma    
En abril de 2012, en una entrevista periodística, Daniel Scioli, Gobernador de la
provincia de Buenos Aires, puso de manifiesto de forma cruda y directa el estado actual
de degradación semántica del término. El caso puede parecer poco relevante, sobre todo
porque Scioli no parece poseer un gran dominio de la teoría política, pero lo cierto es
que contiene un muy interesante cúmulo de las representaciones y valoraciones más
difundidas en torno a lo político.
-¿Cómo imagina su futuro político?
-Eh... (silencio) La verdad... es que todo mi esfuerzo está puesto hoy en cuidar la provincia y
contribuir al desarrollo nacional. Tenemos mucha responsabilidad en el conjunto del país,
recordemos en tiempos pasados cuando la provincia tenía muchos problemas y hacía crujir al
resto de la Nación. Yo soy parte de un equipo que viene trayendo hace años cambios y
soluciones al país. Yo me preocupo por los problemas de la gente no de cuestiones políticas.
-Pero usted va a seguir en política, ¿o planea retirarse?
-Si yo siento que puedo ser útil y estoy convencido, me expongo como lo he hecho ahora a la
voluntad popular. De todas maneras, yo tengo una historia antes de la política y espero poder
tenerla después de la política. No soy lo de los que los que piensa que hay que estar por estar.
Uno tiene que tener un discurso y tenerse confianza y que la gente te acompañe.
-¿Le gustaría ser presidente?
-A mí me gusta ser gobernador de la provincia de Buenos Aires y todas las responsabilidades
que he tenido que han sido muy altas y seguramente es por mi trabajo. Cuando yo estoy en una
responsabilidad, me ocupo de eso, no me quiero distraer en otro tipo de situaciones. Qué
pensaría la gente si yo ya estoy pensando en otra elección. 5
La declaración parece poco reflexiva, quizá fruto de un contexto periodístico distendido,
aún cuando sea bien conocida la actitud deliberada del gobernador de evitar conflictos y
afirmaciones confrontativas. Scioli se asume explícitamente como un hombre que se
dedica a la política. Pero desde su punto de vista no es propio del político responsable y
consecuente ocuparse de cuestiones políticas. Nótese la oposición planteada entre las
dos actividades aludidas: quien se ocupa de “cuestiones políticas” no se preocupa por
los problemas a la gente.
Pero ¿en qué consisten las cuestiones políticas? La entrevista gira en torno al futuro
político de Scioli. Las cuestiones políticas son para él aquellas de las que se ocupa
quien lucha por el poder en un contexto de confrontación o de pugna, o busca

5
http://www.losandes.com.ar/notas/2012/4/2/daniel-scioli-preocupo-problemas-gente-cuestiones-
politicas”-633747.asp Los énfasis son nuestros.

7
incrementarlo. Son aquellas que sirven para procurarse los instrumentos para la política,
instrumentos que pueden aplicarse (o no) a una acción política concebida como técnica,
algo que veremos más adelante.
Para Scioli, una cuestión propiamente política es la relativa a su futuro como
presidenciable o las próximas elecciones. Lo que se haga con el poder luego de
obtenerlo, deja de ser un asunto político. El aspecto más propio y decisivo de la política
-el ejercicio del poder ordenado al interés público o el bien común: el gobierno- deja de
tener un carácter político. Este sólo se conserva indiscutido en su fase instrumental.
Tal concepción se halla estrechamente relacionada con otros aspectos que aparecen en
las declaraciones de Scioli, que aquí puedo dejar apenas anotados. Por un lado 1) la
política como una actividad que no demanda compromiso y participación ciudadana ni
busca resolver y generar problemas o cuestiones en torno al bien común o al interés
público, sino que es un sistema destinado exclusivamente a “resolverlos”, es decir, un
sistema de servicios, no en un sentido fuerte, como hemos apuntado previamente, es
decir, como el gobierno como servicio fundamental de articulación que precisa toda
comunidad para constituirse y sobrevivir, sino más bien como “servicio al cliente”
orientado por demandas individuales (agregadas o no); por el otro, 2) el hecho de que
“solucionarles los problemas a la gente” implica concebir el bien público no como un
criterio que puede subordinar el bien particular de los integrantes de la comunidad, o
apartarse de él en ciertos casos, sino como la suma de los bienes de los individuos.
Por más que Scioli pueda pensar que su modo de pensar o practicar la política está libre
de toda determinación ideológica, lo cierto es que responde a un patrón ideológico muy
bien definido, que se sustenta en aquello que afirmara Carl Schmitt: “lo que no hay es
una política liberal en general, sino siempre una crítica liberal a la política” (1999: 98).

¿Qué  tan  bueno  es  hacer  política?  


El sentido fuerte, originario de la política pareciera revivir en una expresión que posee
cierta difusión en el contexto hispanohablante. Es el caso de “hacer política”. Hace
política quien se dedica a la función política de forma profesional, en cargos
propiamente directivos. Implica una opción vital, un compromiso sustantivo. Para
quienes lo hacen en forma subordinada o parcial se habla usualmente de “participación
política”. Hacer política y participar en política son dos formas, una plena y otra
parcial, de “estar metido en la política”.

8
Decimos que parece restituir su sentido fuerte porque la expresión hacer política sitúa a
quien la “hace” en el plano de la creación (o la co-creación) de un orden, o de su
transformación, acercándolo al concepto original latino de auctor (“el que hace crecer”),
vinculándolo así con un concepto tradicional del repertorio conceptual de la política
como es el de autoridad.
No obstante, en la propia expresión se oculta la desactivación de este sentido fuerte. Al
vincularla con el verbo hacer (del latín facere), la política es presentada como un
producto, como un objeto producido por una técnica especializada. Se hace política, del
modo que se “hace” ciencia (en el sentido moderno del término) o se “hace” arte.
La concepción de la política como técnica posee una genealogía muy bien identificada
en la historia de la filosofía política, y tiene su origen en una crítica moderna a la
concepción clásica.
Aristóteles había situado la política en el ámbito de la praxis, que es un tipo de acción
humana cuyo fin es intrínseco al agente, distinguiéndose así de la tekné o la póiesis,
acción humana que posee fines extrínsecos al agente (1999: 1139b, pp. 91-92).6 La
virtud política, por tanto, está íntimamente asociada con al virtud personal. Es
Maquiavelo quien, rechazando la tradición clásica, echa las bases de una concepción
técnica de la política, al desembarazarla de la noción clásica de virtud y sustituirla por
criterios autónomos de eficiencia. La política se desarticula de su fin propio -el bien
común, el interés público- y puede asumir otros fines: hegemonía del gobernante,
aumento o conservación del poder (Machiavelli, 1995: XVIII-18, p. 109).
La actividad política pierde su originario carácter integral, que compromete todos los
aspectos de la vida humana, para reducirse a mero producto, efecto u objeto: para un
espíritu clásico, la expresión hacer política sería sencillamente un oxímoron.
Podría argumentarse que la genealogía de las concepciones políticas es una corriente
subterránea que permanece totalmente desconocida a quien hace uso de estas
expresiones. Lo cierto es que las expresiones parecen ser excrecencias o vegetaciones
que provienen de las mutaciones de lo político, y que muestran su actual valoración y
jerarquía en el ámbito de las actividades humanas.
Hacer política posee, en virtud de lo anterior, un potencial secundario de
descalificación, que no parece tener, como se me advirtiera oportunamente, “hacer
ciencia”. Hacer política no equivale a tener una actividad honesta y reconocida. Pero

6
Dejo anotada la doble condición de la política, que es tanto praxis como tekné.

9
además, hacer política puede definir todo aquello que se rechaza de la política, como se
ha podido ver en el punto precedente.
Hacer política tiene un significado diferente de “politizar”. En su uso, el término
parece haberse desplazado un poco de su significado original.7 Politizar tampoco parece
ser una acción muy apreciada en la sensibilidad contemporánea: por politización se
entiende la irrupción impropia de lo político en instituciones o ámbitos de la vida social.
Pero ¿es propiamente político el fenómeno que denomina? Actualmente la politización
alude a la ideologización o a la faccionalización (que puede ser derivada o no de la
ideologización), y habitualmente refiere la introducción de conflictos o problemáticas
ajenas a la institución o al ámbito social en los que se practica. Politizar, en el sentido
actualmente más difundido, equivale a desnaturalizar o desvirtuar la vida institucional o
social, “volver político” algo que por la naturaleza no lo es, “hacer política” allí donde
no corresponde.
El desprestigio de la política, por otra parte, alcanza a quienes la practican o se dedican
a ella. Las personalidades destacadas o particularmente apreciadas en el ámbito de la
política no son calificadas usualmente como políticos (término que arrastra un estigma
desde tiempos de Aristóteles, para quien tenía un sentido similar a nuestros
politiqueros) ni como políticos profesionales. Más bien se les tiende a llamar dirigentes
o si tienen una dignidad o consideración especial, estadistas u hombres de estado:
términos que derivan de la fatal identificación, denunciada por Carl Schmitt, entre
política y Estado (1999: 74-106).
El carácter instrumental/subordinado de la política aparece asimismo en el rango o
posición que poseen, dentro de la estructura jerárquica de la política, los llamados
operadores políticos. Se trata de agentes que operan en el plano de la construcción de
poder, desde la perspectiva de las alianzas electorales, las clientelas, la formación de
consensos o el lobbying, que ocupan posiciones secundarias, no siempre legitimadas
con responsabilidades oficiales o públicas.
Por último resulta interesante señalar la persistente costumbre de presentarse
socialmente como una persona “apolítica”, entendiendo por tal cosa la ausencia de
preferencias partidarias, ideológicas o doctrinarias, aunque no por ello el desinterés o la
indiferencia de los asuntos propios de la comunidad o del estado.

7
Según el DRAE, “dar orientación o contenido político a acciones, pensamientos, etc., que,
corrientemente, no lo tienen”, y también ‘inculcar a alguien una formación o conciencia política”.

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La instrumentalidad dominante en estos usos observados del término remiten a un
concepto débil o debilitado de lo político. La política no aparece como una actividad
teleológicamente definida sino como de tipo performativo, propio de ciertos contextos.
La política en un sentido fuerte u originario del término, es decir, como la actividad
propia del gobierno y el ordenamiento de una comunidad autosuficiente, parece ausente
del discurso contemporáneo.

En  otras  latitudes:  el  caso  anglosajón  


El desprestigio de la política no es exclusivo de ámbitos culturales de habla hispánica.
También puede verse en el mundo anglosajón. Es significativo que la palabra politics,
cuyos primeros registros sobre su uso datan de mediados del s. XVI, posea (tomado del
Webster`s) cuatro acepciones principales, dos de ellas valorativamente muy diversas:
political affairs or business (asuntos o negocios políticos), competition between
competing interest groups or individuals for power and leaderships (as in a
government) (competencia entre grupos de interés o individuos por el poder y el
liderazgo – del modo en que lo es en un gobierno), political life especially as a
principal activity or profession (vida política como actividad principal o profesión) y
finalmente, political activities characterized by artful and often dishonest practices,
(actividades políticas caracterizadas por prácticas arteras y frecuentemente
deshonestas).
En la voz inglesa para denominar a la política se pueden encontrar: 1) una acepción
genérica que sirve para definir cierto tipo de asuntos o “actividades”; 2) una acepción
que entiende lo político como lo instrumental, a lo que ya se ha referido antes, es decir
como lucha por el poder; 3) una acepción que denota un tipo de relación personal con la
política no determinada por las responsabilidades específicas que comprende, sino
entendiéndola como un “modo de vida”; 4) una acepción que define prácticas
reprobables en el ámbito político (politiquería, en castellano).
Es un fenómeno conocido que, en una voz que define dos realidades de muy diversa
valoración, no se operará la elevación valorativa de lo subordinado, sino el descenso

11
valorativo de lo destacado. Dentro de las acepciones de politics, prevalece,
inevitablemente, la última.8
Pero más allá de la acepción del término también pueden encontrarse algunas
expresiones que tienen por modificador a la política y que expresan una misma
valoración negativa, o por lo menos degradada o desvalorizada.
Un caso bien conocido es el de la political correctness, o corrección política, término
acuñado en los ambientes académicos norteamericanos en las últimas décadas del siglo
pasado. La corrección política es una condición propia de discursos o actitudes que se
consideran compatibles -en términos de homogeneidad u homeostasis- con el discurso
dominante. Es un discurso o actitud que expresa una adecuación contextual,
esencialmente desprovista de todo carácter excepcional, disonante, estridente o
contrastante a la lógica hegemónica.
Es interesante observar que la corrección política no se sitúa en el plano de la
conveniencia propiamente ontológica o ética (lo que es bueno - what is good) ni
tampoco de lo que podríamos denominar político o jurídico (lo que es justo o recto -
what is right/fair) sino de lo puramente procedimental o contextual (lo que es correcto -
what is correct).
De este modo, lo político pierde toda naturaleza directiva, toda dignidad propia, toda
dimensión arquitectónica, limitándose, para seguir con la célebre metáfora de
Aristóteles, a agregar algo al decorado, cuidando apenas que “no desentone”.
Otro caso, menos visible pero igualmente elocuente en la medida en que se haga un
planteamiento crítico, es el de las llamadas public policies.
Policy es el término inglés que sirve para referir un principio o regla para orientar
decisiones y obtener resultados racionales. Pero el concepto sólo se usa en el marco de
grupos sociales articulados jerárquicamente o instituciones (estados, empresas,
organizaciones diversas). Es claro que policy restaura en cierta medida (veremos hasta
qué punto) el significado original y extraviado, genuinamente político, de politics.
También puede ser traducido como acción directiva o normas de conducta
definidas en un ámbito institucional.

8
Este fenómeno se podría comparar con otro, de naturaleza monetaria, que se producía cuando circulaban
dos tipos de monedas de diferente aleación pero igual denominación: la moneda mala desplazaba a la
moneda buena (se atesoraba la buena y se hacía circular la mala).

12
Pero lo curioso del caso es que en las calificaciones que recibe la palabra policy, se
revela la enajenación de su originaria naturaleza política. Así, la expresión public policy
sirve para denominar líneas de acción del poder político o del Estado en áreas concretas
de su competencia: economía, finanzas, seguridad, salud, educación, defensa,
infraestructura, etc.
Previamente, policy ha pasado a ser un término tan radicalmente ajeno a la política que
necesita un adjetivo que exprese una diferencia específica para ser reintroducido en el
lenguaje político. Para eso se recurre a public, una voz derivada del latín populus, que
podría traducirse como a muchedumbre políticamente organizada.
Así, se produce una articulación de dos términos –polis y populus- que tienen su origen
en diversos contextos culturales, pero que poseen una común naturaleza política. El
resultado es claramente pleonásmico (¿es posible pensar en una política que no sea en
algún sentido pública, en algo público que no tenga relevancia política?), pero resulta un
recurso eficaz para reintroducir un concepto de la política… al lenguaje propiamente
político, sin pasar por (o evitando) el desprestigiado politics.
Es curioso advertir que en su traducción al castellano, public policy se vuelca como
política pública, aumentando la confusión: no hay en castellano voz equivalente a
policy, y debe usarse el genérico política, lo cual podría estar indicando una
degradación semántica mucho más radical de la palabra en el mundo angloparlante que
en el hispanoparlante.
Es también interesante señalar que en este último ámbito lingüístico, si se piensa en
alguna otra “política” -en el sentido anglosajón de policy- que se distinga de la pública
(es decir, que no sea política), aparece la muy difundida política de empresa. Lo que
lleva a pensar que, generada la política-policy en el ámbito empresarial -ajeno (aunque
cada vez menos) a lo político- fue necesario calificarla con el adjetivo pública para
repolitizarla.
Como manifestación derivada de la degradación y pérdida de significado de lo político,
puede señalarse, siempre en el ámbito anglosajón, la denominación que el comando
militar británico asignó durante la Primera Guerra Mundial al área que desarrollaba
actividades de propaganda y desmoralización de las tropas enemigas: political warfare
(Taylor, 1972: 224). La misma denominación (Political Warfare Executive) se mantuvo
durante la Segunda Guerra Mundial y actualmente sirve para definir genéricamente
acciones militares en ese sentido.

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Lo político, en este caso, es reducido a una actividad que sólo de una forma muy
condicionada y precaria podría calificarse como política. No en razón de lo que podría
suponerse a primera vista -esto es, porque se trata de una actividad bélica: sabemos con
Clausewitz que la guerra es continuación de la política- sino porque parece calificarse
de políticas a aquellas acciones de guerra que no buscan un daño material sino moral al
enemigo. ¿Qué vendría a ser lo propiamente político en este caso? Más parece una
definición por defecto (o con comprensibles objetivos de encubrimiento) que otra cosa.

La  confusión  fatal  

Es probable que nada refleje de mejor forma la degradación semántica de la política


como el famosa y difundida expresión ética política. Conocemos la génesis y la
evolución del término gracias al breve pero profundo trabajo de Gerhart Ritter (1972:
15-45), quien explicó que se trata de un criterio de conducta especial para políticos que
tiene su origen en la aparición, dentro de la tradición occidental, de una instancia de
enjuiciamiento y castigo de las acciones humanas independiente de la política y superior
a ella: el Cristianismo como religión universal.
En un largo proceso que excede el milenio cristiano, la moral no solamente se
independiza de la política sino que además se erige en instancia de valoración y juicio
de lo político. El asunto es demasiado complejo para tratarlo brevemente. Nos interesa
aquí señalar de forma directa las consecuencias que tienen para la dignidad de lo
político, no sin antes advertir que el cambio se deriva de la inversión jerárquica entre
ética y política: es decir, la primacía de la ética por sobre la política.
Concebir una ética política implica pensar que existe una forma de practicar o ejercer la
política que no es ética, y por tanto que no es buena. Esta consecuencia lógica implica
pensar que hay una práctica “legítima” de la política que no es buena. En realidad toda
práctica mala o desviada de la política (en su sentido originario) es la negación de la
política: es pura dominación, opresión o explotación de la comunidad en beneficio
privado.
Se advierte aquí un fenómeno curioso. Mientras que no resulta extraña la expresión
mala política, por contraposición a una buena política,9 a nadie se le ocurre hablar de

9
Podría replicarse -acertadamente- que la expresión “mala política” se refiere a la política en el sentido de
policy, ya referido en el punto anterior. No obstante, es frecuente encontrarse con afirmaciones sobre la

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mala moral por contraposición a buena moral: hay moralidad y/o inmoralidad. Pues
bien, nadie parece dispuesto a negar la condición política a quien gobierna contra el
interés público o el bien común: no hay una impolítica por contraposición a la política,
fuera de la que se plantea, con otro sentido, en el plano filosófico-político, Roberto
Esposito.
Una consecuencia derivada es la convicción de que abandonada a su propia lógica, es
decir, sin el freno o la guía de la ética o la moral, la política no parece ser capaz de
orientarse a sí misma al bien común o al interés público. La política, implícitamente,
pasa a ser una pura técnica, que requiere fines que le son provistos desde su exterior y
que provienen de la moral o la ética.
Según esta perspectiva, la política sólo parece ser buena cuando está regida por los
criterios de la ética política. El extravío es claramente visible. Adicionalmente implica
renunciar, entre otras cosas, a un criterio comunitario de conducta y reemplazarlo por
otro individualista, o para decirlo en términos modernos, social (asociativo), es decir,
determinado por intereses individuales concurrentes.10

Conclusión:  sustitución,  restitución  

Una primera conclusión que procediera por inducción podría apuntar a que la
degradación semántica muestra un vaciamiento o trasiego radical de contenidos de lo
político: lo que era antes no lo es ya y hasta podría decirse que su contenido actual es la
antítesis del original.
No obstante, no parece que el género humano esté en condiciones, en virtud de su
evolución, de prescindir de lo que se conoce como acción política u orden político, ni de
las categorías que sirven para comprenderlos.
Por debajo de los significados del término política y los fenómenos semánticos que lo
afectan, existe una realidad que no puede suprimirse ni despreciarse: la realidad de la

maldad o la perversidad de la política o de algunas formas políticas: “la política es mala”. En este último
sentido, como impugnación genérica, se la estudia aquí.
10
La pregnancia de la expresión ética política es tan importante que, tal como se me señaló
oportunamente en un curso de doctorado en el que sometí este tema a discusión, es el único modo para
hacer comprender, en determinados niveles de la práctica política, que no está permitida ni es legítima
cualquier acción en este ámbito. Se trata, en todo caso, de una pedagogía política de mínimos, en la que
los presupuestos ya no son clásicos sino, para decirlo de una forma directa aunque no sin matices que
podrían oponerse, maquiavélicos, y muestra a las claras el uso actual del término.

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política misma. Esta subsiste, desarticulada, bajo otros nombres, oculta a una mejor y
más fecunda comprensión.
Resulta imprescindible denominar, poner nombres a esa realidad. Nombrar implica
poder relacionarse con esa realidad, operar en ella, dominarla en cierto sentido: parte de
esa realidad está compuesta por palabras. Pero como hemos visto, los nombres con los
que tradicionalmente la conocíamos se han ido devaluando hasta perder el poder de
denominación.
Sería un error pensar que se trata de la extensión polisémica de un término, puesto que
no se produce una ampliación en el espectro de significados sino más bien una
sustitución de los mismos, al menos en el discurso corriente.
Pareciera operar en este caso el conocido fenómeno del tabú lingüístico (Coseriu, 1977:
91): cuando un término o palabra adquiere un significado negativo (sacrílego, siniestro,
de mal agüero, profano, ilícito o inmoral) es sustituido por otra palabra, desprovista de
esa carga semántica.
Así podemos ver que el gobierno o sus condiciones necesarias resultan insuficientes
para denominar lo que antes definían, y entonces resulta preciso hablar de gobernanza,
gobernabilidad o buen gobierno (como si fuese razonable hablar de mal gobierno:
consecuencia directa de la ética política, que ignora el concepto tradicional para
referirse a aquél -desgobierno).
Por otra parte, es notorio el vínculo entre el pensamiento liberal y el marxista en su
común preferencia, como tarea principal de la política, por la administración de los
recursos y en contra del gobierno de las personas. El ideal emancipatorio (y de
proyecciones tecnocráticas) del liberalismo y el marxismo aparecen unidos otra vez, en
una clara formulación antipolítica.
¿Son acaso voces que sustituyen plena o satisfactoriamente al venerable término?
Existen buenas razones para pensar que no: apenas aluden a aspectos parciales -
drásticamente parciales- de la actividad política. Toman la parte por el todo y de ese
modo refuerzan los obstáculos para comprender la política, y en consecuencia, para
practicarla.
Resulta difícil, dadas las condiciones actuales, pensar en un restablecimiento o
restitución del significado original de la política en el plano del discurso genérico de la
opinión o el pensamiento. Por otra parte, resulta inconcebible renunciar a esa
posibilidad, por muy remota que sea.

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Pero bien podría practicarse en los ambientes especializados como la filosofía y la
ciencia políticas: podríamos intentar, con la suficiente distancia crítica para prevenir los
usos erróneos habituales o extendidos, el empleo del término con propiedad, de tal
modo que sepamos bien a qué nos referimos. Es, al menos, un comienzo.

Bibliografía  
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Coseriu, Eugenio (1977) El hombre y su lenguaje. Estudios de teoría y metodología
lingüística, Madrid, Gredos.
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aristotélica, en Lázaro Cantero, Raquel (ed.) De ética y política. Concepto, historia,
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