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Persona y sociedad

HUMANIDADES 2022 - I

Lectura 5
Sentidos e inteligencia 1

La inteligencia tiene como fin alcanzar la verdad. La verdad se define como la adecuación
del intelecto con la realidad conocida, pero la ésta empieza a ser captada por los sentidos;
por ello hay una relación entre los sentidos y la inteligencia.

Lo diferencial del ser humano


La inteligencia es el gran recurso –aunque no el único– de los seres humanos. Es lo distintivo
o diferencial respecto de otros seres vivientes. Es famosa la definición clásica de ser humano
como un animal que posee logos. Esta tenencia humana, la de su actividad intelectual, es
superior a las tenencias corpóreas o materiales, que se pueden adscribir al ámbito corpóreo y
material. También es superior a las que se pueden poseer en el conocimiento sensible.
Inteligencia sólo posee el hombre, y es gracias a ella que el ser humano puede alcanzar niveles
muy altos de posesión.
Podemos empezar por distinguir la inteligencia como facultad del acto que la pone en ejercicio.
La primera es considerada como potencia, tiene la posibilidad de pasar a acto, de actualizarse.
En la tradición aristotélica se encuentra una metáfora muy bella a la que hemos hecho mención
en el capítulo anterior, la metáfora del hombre despierto y del hombre dormido.
El hombre dormido representa al hombre que tiene la posibilidad de ejercer actos intelectuales
pero que nos los ejerce; en cambio, el hombre despierto se corresponde con aquel que ejerce
actos cognoscitivos del más alto nivel como son los intelectuales.
El hombre no está siempre despierto en este sentido, pero una vez que estrena la inteligencia
y prosigue, le son entregadas grandes cotas de verdad. Así se pueden ir conociendo
dimensiones de la realidad hasta entonces insospechadas y se puede iniciar la andadura
intelectual con más o con menos intensidad.
¿Qué es lo que hace que la inteligencia como facultad se actualice? Según la filosofía clásica,
esto corre a cargo del intelecto agente. Este intelecto, cuyo descubrimiento es de Aristóteles,
es el que actualiza a la facultad como potencia, incide, actúa en ella, precisamente
actualizándola.
Dentro del planteamiento aristotélico el entendimiento agente es el acto que actualiza la facultad
o potencia intelectual. Agente es precisamente el que hace, el que opera, el que actúa,
iluminando a la imagen y sacando su forma inteligible, como luego veremos en la abstracción.
Debido a esa “iluminación” se ha representado el intelecto agente como una luz, pero se trata
de una luz que no es física, ya que el intelecto agente no es nada material. Esta luz está también
sugerida en el significado etimológico de la palabra ‘intellectus’ (de intus legere: leer dentro).

1
CASTILLO, Genara, Hacia el descubrimiento del ser personal, UDEP, 2014

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Conocer formas inteligibles y contacto con lo permanente de la realidad


¿Qué es lo que abstrae el intelecto agente? precisamente una forma inteligible que es esencial,
que es permanente. Esto es glorioso. La luz del intelecto permite una lectura, un conocimiento
muy superior al que puede tener el conocimiento sensible, el cual sólo conoce formas concretas
particulares.
El animal jamás podrá acceder a objetos inteligibles, no puede tener noticia de formas
abstractas; no tiene inteligencia y carece de intelecto agente; por tanto, se queda pegado a las
formas sensibles que son sólo formas singulares, constreñidas a lo concreto, para decirlo
brevemente: está sujeto al tiempo, al aquí y al ahora.
En cambio, el ser humano puede trascender lo temporal, al habérselas con formas que no están
limitadas a lo concreto y singular y por tanto, sostienen los filósofos clásicos, si el ser humano
es capaz de captar lo permanente, lo infinito, es que tiene una facultad que tiene esas
propiedades, de lo contrario no podría. Y si el alma es de esa naturaleza que supera al tiempo,
entonces es lo inmortal que hay en el ser humano, de manera que aunque muera, no todo
muere en él porque su inteligencia es de esa índole: permanente.
Obviamente, el animal “pasa” con el tiempo, no es inmortal porque no tiene esa dimensión
intelectual, racional, si él se diera cuenta de la limitación de su ámbito cognoscitivo, no lo podría
soportar; lo que ocurre es que para darse cuenta de eso se precisa de la inteligencia, y por eso
el animal vive ‘feliz’.
Se puede alegar que el animal opera con las imágenes que le proveen los sentidos externos y
los internos como la imaginación, la memoria, etc., que puede relacionar, asociar esas
imágenes, etc., lo cual puede ser entretenido. Sin embargo, es tremendamente limitado,
reducido, comparado con el despliegue de la actividad intelectual del ser humano, ya que el
animal es incapaz de detenerse a pensar. Además, sólo capta las cosas en cuanto relacionadas
con sus tendencias.
El paso de lo sensible concreto a lo abstracto o universal
El intelecto humano hace más extensivo y profundo el conocimiento. Ya no se trata de que
conozca lo concreto, por ejemplo, sólo ‘esta’ agua que está en ‘este’ vaso, sino que conozca lo
que es el agua, sus propiedades de manera universal. El ser humano puede tener conceptos
abstractos que tienen una dimensión permanente y universal, gracias a lo cual se rompen los
límites de lo concreto.
El animal no llega a ese nivel humano. Aunque a veces se ha querido ver inteligencia en los
animales, los que defienden esta hipótesis han terminado desengañando a sus entusiastas
seguidores. Es conocida la experiencia en la que se puso a un chimpancé en una balsa con un
cubo lleno de agua con la que se le adiestró de manera que pudiera apagar el fuego que le
impedía llegar a alcanzar su alimento que se encontraba en la orilla.
El chimpancé aprendió a hacerlo, haciendo uso de la imaginación, que, como ya vimos, tiene
entre sus actos un tipo de relación asociativa, en este caso de relación condicional, al estilo de
«Si esto, entonces aquello» uniendo representativamente un antecedente y un consecuente,
que en este caso son muy concretos, de manera que el chimpancé asocia el hecho de sacar y
arrojar el agua sobre el fuego con el hecho de apagarlo, accediendo a la comida.
Sin embargo, la limitación del conocimiento sensible del chimpancé no tarda en manifestarse.
Esto quedó demostrado cuando se puso al chimpancé en las mismas condiciones excepto que
no se puso agua en el cubo, ya que contaba con el agua que tenía alrededor; pero el chimpancé
no podía abstraer, por lo cual se quedó en lo concreto, chillando al no encontrar agua, sin ser
capaz de sacar agua debajo de la balsa y al final se quedó sin apagar el fuego y por tanto sin
comida.
Un ser inteligente hubiera captado «lo que es» el agua, en todos los casos, hubiera podido
abstraer sus propiedades universales y, entonces, ese conocimiento se hubiera extendido más
allá del agua de «este cubo» y las hubiera reconocido también en el agua que le rodeaba; por

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tanto, habría acudido a esa agua para apagar el fuego y obtener su alimento.
Sin embargo, la operación de abstraer, la conceptualización, la obtención de formas universales
le está vedada al animal, el cual se mueve sólo con imágenes muy concretas y no puede llegar
nunca a reconocer el unum in multis, la universalidad de la forma substancial que se encuentra
en la realidad. Así, la inteligencia nos posibilita poseer formas inteligibles que permiten un
conocimiento principial, de conceptos universales.
También por esta razón, se ha llegado a afirmar que un hombre es tanto más inteligente cuanto
más cosas ve con menos; es lo que se llama también «el golpe de vista». En general, la misma
razón práctica, aún cuando tiene que ver con lo concreto, requiere iluminar las diferentes
situaciones particulares desde unos principios universales. Incluso la técnica se nutre de la
ciencia y en ese sentido avanza; de lo contrario estaríamos todavía dándole vueltas a los
mismos tornillos.
Sin inteligencia la vida humana quedaría desasistida. La sensación no tiene el alcance de los
actos intelectuales. Como hemos señalado, la misma vida práctica sólo se dirige bien desde la
vida teórica. Aunque la verdad no tiene sustituto útil, sí se puede decir que ayuda mucho en la
tarea de dirigir la vida personal y la vida en sociedad. Esta exigencia sólo la tienen las personas
humanas, no los animales.
Si comparamos al ser humano con un animal, podemos ver que aquel puede «hacerse más»
con la realidad, ya que, por una parte, el animal sólo conoce aspectos sensibles de la realidad,
en cambio, el ser humano puede alcanzar lo permanente. Las operaciones intelectuales tienen
mayor alcance que las meramente sensibles. Para que este alcance se vislumbre un poco
podemos ver en una primera instancia que el ser humano, mediante sus operaciones básicas,
puede captar lo que las cosas son (simple aprehensión), puede conocer que es lo que es
(juicio), y puede razonar. Además, puede ejercer actos intelectuales –hábitos– que son
superiores a las simples operaciones.
En esto también se diferencia el hombre del animal, que sólo cuenta con los sentidos para
conocer, pero ningún sentido puede conocer su propio acto. En cambio, el hombre, por medio
de su intelecto, es capaz de ejercer actos intelectuales que son superiores a las simples
operaciones, puede tener un conocimiento habitual, ya que es capaz de iluminar las propias
operaciones intelectuales.
De lo que llevamos considerando se puede vislumbrar la naturaleza y la excelencia de la
inteligencia, que no es una exageración, aunque lo que más nos llame la atención sea el
conocimiento sensible. Según Aristóteles, el intelecto es lo que de divino tiene el hombre.
Cuando uno emplea su inteligencia, cuando ésta pasa a acto, ya no tenemos pasividad sino
precisamente actividad y somos capaces de penetrar hasta los principios o causas más
profundas de la realidad.
En el conocimiento, el acto de conocer y el objeto conocido son uno en acto. De ahí que el
objeto conocido sólo se da en el acto de conocerlo: sin éste no hay objeto conocido ni antes ni
después. Además, el objeto no se da de suyo (si se diera de suyo no haría falta la operación).
El conocimiento no es una intuición, en la que el sujeto no hace nada sino sólo contemplar como
un espectador. Lo conocido no se impone, ya que la cosa extra-mentem es real, pero noes, de
suyo, actualmente conocida. Lo inteligible no se da, por decirlo de alguna manera,
gratuitamente; se precisa de la operación, de manera que lo inteligible sólo es tal una vez que
se ha ejercido el acto de conocer. La realidad es cognoscible, pero no lo es de suyo, se precisa
del acto de conocer.
Por otra parte, el ser humano no puede agotar toda la verdad en solo acto cognoscitivo, pues
necesita ejercer múltiples actos cognoscitivos, cada uno de los cuales le va proporcionando
más conocimiento. El acercamiento a la verdad es progresivo, pero esto no quiere decir que el
sujeto constituya arbitrariamente sus objetos; lo que sí pone de manifiesto es que en los actos
cognoscitivos hay una pluralidad, una diferenciación y una justa jerarquía, ya que con unos
actos se conoce más y con otros menos; delimitar el alcance de nuestros actos cognoscitivos
nos curaría de las pretensiones del relativismo.

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Esta pluralidad y jerarquía de los actos intelectuales es importante tenerlas en cuenta, pues de
lo contrario no se entiende la verdad, y constituye además el error en que incurren muchos de
los filósofos modernos. El conocimiento no es una carrera sin aliento en que el objeto conocido
sólo se obtiene al final. Evidentemente, uno tiene que ejercer muchos actos cognoscitivos, pero
con cada uno de ellos podemos poseer el respectivo objeto conocido, no más, pero tampoco
menos.
De manera que el conocer no se trata de una actividad como la de construir una casa, que
mientras se construye no se obtiene la casa, la cual se obtiene al final cuando se deja de
construir. No se trata de que al ejercer un acto uno no conozca y tenga que esperar otros actos
para conocer; si esto fuera así, el acto de conocer no sería tal, pues nos dejaría en la ignorancia
o en la perplejidad hasta que se llegase a pensar el todo.
Según Aristóteles “se entiende y se tiene lo entendido” instantáneamente. Es necesario tener
en cuenta este principio, ya que a veces se considera que el objeto conocido «es construido»
por el sujeto cognoscente. No hay tal «construcción» intelectual, en la imaginación sí se puede
construir a partir de imágenes conocidas otras nuevas. Así también la voluntad humana puede
«construir» como quiera una casa, suponiendo que tiene todos los recursos necesarios, pero
no puede intervenir en el acto mismo de conocer. La voluntad puede influir en las facultades
pero no en el acto de conocer en cuanto tal. Así pues, la inteligencia no puede ser violentada
arbitrariamente por la voluntad de un sujeto, porque entonces no conocería realmente, no
ejercería el acto de conocer.
Por otra parte, ayudar a aclararse en este sentido es de gran provecho. A veces, uno puede
decirle a un alumno, “dime lo que estás pensando”, y si nos dice “estoy pensando lo que me
ocurrió esta mañana, o lo que haré al regresar a casa”, hay que decirle que eso no es pensar,
que está sólo con imágenes, con representaciones, que está ejerciendo unas operaciones
distintas a las propias de la inteligencia, que tiene todo el derecho a hacerlo, pero que eso no
es pensar.
Es preciso entender la superioridad del conocimiento intelectual sobre el meramente sensible,
lo cual no quiere decir denigrar a éste último, ni tampoco que no éste no sea importante, porque
lo es (como lo hemos considerado en el capítulo anterior al tratar sobre la mirada humana, la
imaginación, la cogitativa). Sin embargo, con la misma insistencia hay que decir que tal conocer
no basta, porque está limitado por su propio alcance. Se precisa ir a más y progresar en la
posesión de la verdad que es la finalidad natural de la inteligencia.
La operación que articula los sentidos con la inteligencia: la abstracción
La abstracción es la operación intelectual por la cual se articula el conocimiento sensible con el
intelectual. Esta operación fue formulada primero por Aristóteles y reafirmada luego por Tomás
de Aquino, pero ha sido olvidada por la mayoría de los filósofos modernos. Para formularla, se
precisa partir de que es posible obtener formas inteligibles a partir de las imágenes obtenidas
de la realidad.
Si no se acepta que ésta es cognoscible intelectualmente, y si no se cuenta con que la
inteligencia tiene esa capacidad de iluminar las imágenes presentadas por la sensibilidad
interna, entonces no es posible formular el acto de abstraer. Con la abstracción se conoce la
quidditas o naturaleza de la realidad, se abstrae una forma inteligible, aunque todavía en esta
operación no se afirme ni se niegue nada de ella.
Según la sentencia clásica «nada es conocido por la inteligencia si antes no ha pasado por los
sentidos»; por tanto, la abstracción se hace a partir de una primera fase del conocimiento
humano que es sensible. En esa primera fase, en la que intervienen los sentidos, especialmente
los internos, se capta una imagen sensible, llamada también fantasma, la cual como vimos es
concreta, singular y tiene caracteres relacionados con lo material.
¿Cómo se pasa de lo sensible y concreto a lo intelectual y abstracto? Según lo señalado
anteriormente, Aristóteles sostiene que la inteligencia es una facultad que pasa a acto mediante
el intelecto agente. La noción de intelecto agente tiene como señalamos al comienzo, un lugar

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central en la formulación de la abstracción por Aristóteles. El intelecto agente es el que hace


inteligibles las imágenes.
El intelecto agente es el que va a «desparticularizar» la imagen sensible, obtenida en el
conocimiento sensible, abstrayendo de ella su forma inteligible que es necesaria, permanente.
¿Cómo hace esto el intelecto agente? Iluminando la forma sensible. El conocimiento, según
Aristóteles es, tal como señalamos anteriormente, un acto que obtiene su fin con sólo ejercerse.
Al conocer se tiene lo conocido, inmediatamente, sin treguas. Por eso, el Estagirita llamó al
conocimiento: práxis teléia: un acto (praxis) que en su propio ejercicio obtiene su fin (telos). Uno
no conoce y en un segundo momento se le entrega la forma conocida, sino que ésta ya es
poseída en el acto de conocer.
Por ello, una vez que mediante el conocimiento sensible se posee la imagen sensible, ésta es
«desparticularizada» por la acción del intelecto agente que actúa sobre ella, iluminándola. Por
medio de su luz del intelecto agente puede «leer», conocer. El resultado de esa operación
iluminante es la forma inteligible abstracta, que se obtiene inmediatamente, con la operación de
abstraer. En esta operación, el intelecto va más allá del conocimiento sensible, ya que captala
forma de alcance universal. La realidad tiene la posibilidad de ser conocida intelectualmente,de
manera que conoce formando y formando conoce.
La prosecución operativa de la abstracción: el juzgar y el razonar
Con la abstracción no se agota el conocimiento, se precisa avanzar. Cuando se obtiene una
forma inteligible abstracta no se posee una verdad absolutamente. La verdad no se adquiere
de una vez, con un solo acto, sino que el saber es incrementable. Uno puede ejercer un acto
intelectual y hacerse con la forma inteligible, pero aún así no ha agotado el conocimiento de la
realidad. Tomás de Aquino, solía decir que ‘hay más realidad en una mosca que en la cabeza
de todos los filósofos’, lo cual significa que la realidad tiene una riqueza muy grande y que
nuestro conocimiento de ella nunca es exhaustivo, nunca la agota por completo, siempre se
pueden ejercer más y mejores actos.
Además, de acuerdo con la propuesta del filósofo Leonardo Polo, el conocimiento humano no
sólo es operativo sino habitual. El hábito es un acto intelectual que, a diferencia de la operación,
no conoce objetos sino que conoce la operación. Así, podemos ejercer un acto cognoscitivo
como es la abstracción, pero también podemos realizar un acto por el que se conozca la
operación de abstraer, con lo cual tenemos el hábito abstractivo, que es superior a la simple
operación de abstraer, ya que la conoce; se trata de un acto que conoce el acto de abstraer, no
la forma inteligible. Esto constituye un avance importante en el conocimiento.
A partir del hábito abstractivo es posible considerar al abstracto de dos maneras: se puede
«devolver» el abstracto a la realidad, comparándolo con ella, y entonces se habla de
abstracción total, y se puede considerar al abstracto según su misma condición de abstracto,
para lograr formar ideas cada vez más generales que engloben diversos abstractos, y en este
caso se trata de la abstracción formal. Si se prosigue conociendo a partir de la abstracción
formal se obtienen nociones como la definición (el género, la diferencia específica, etc.), y se
realizan operaciones como, la atribución lógica, el raciocinio lógico, etc. En esta vía se
encuentran ciencias como la lógica.
La generalización es ahí una operación muy importante, ya que cada vez se busca formar ideas
más generales, pero esto supone una abstracción formal cada vez más compleja. En esa línea
se puede proseguir indefinidamente y, sin embargo, no es posible encontrar por ahí las causas
(de nivel racional) de la realidad física. Siguiendo esta vía tampoco se pueden conocer las
realidades espirituales, tales como la de Dios, por ejemplo. Si un físico-matemático quiere
encontrarse con Dios a través de generalizaciones es muy difícil que lo conozca.
Evidentemente, Dios es más que una simple idea o generalización.
La misma realidad física, aún cuando sea de mucha utilidad estudiarla matemáticamente, no
se puede reducirla a sólo esa consideración. Por la vía de la abstracción formal no se conoce
la realidad física. Para lograrlo se precisa de la vía racional, que sigue a la abstracción total, la
cual va la realidad física tal como ésta es, a su esencia, y no se queda en sus formas

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accidentales. En esta vía se encuentran ciencias como la física racional, la biología, etc.
Así, a través de los actos intelectuales correspondientes se puede conocer la esencia del
universo accediendo a sus causas: 1) material y formal en el caso de las ‘sustancias naturadas’,
2) la material, formal y eficiente en el caso de las ‘naturalezas’ y seres vivos, 3) la material,
formal, eficiente y final, para acceder a la ‘esencia’ del universo. Esa indagación supone ejercer
otras operaciones racionales superiores: conceptualizar, juzgar y fundamentar. Por medio de
esta vía racional se va profundizando en lo que el abstracto guarda implícitamente.
Al conceptualizar se puede conocer la materia y la forma y desde aquí se puede ver la extensión
universal del concepto. El universal es el “uno” de la forma en los “muchos” que son los
individuos de la realidad. Así se puede conocer la idea de mesa en las muchas mesas que
existen, en la mesa que tengo delante, y en otras muchas más.
Siendo importante el conceptualizar, se puede proseguir, viendo la semejanza entre lo
concebido y lo real, y entonces se precisa de un acto posterior: el juicio, por medio del cual se
puede ver una relación básica: la de la sustancia con los accidentes, pero atendiendo a lo real,
de modo que sólo se une y separa lo que está unido o separado en la realidad. Como ésta es
temporal, entonces se recupera el tiempo, así se puede decir: la vaca come, o puede decir: la
vaca comió. Por otra parte, es preciso diferenciar el plano lógico del propiamente racional,
porque hay juicios lógicos como ‘todo A incluye todo B’, y reales como ‘el perro corre’.
Se puede tratar de ver la relación de los movimientos que se conocen en los actos de juzgar.
Tales movimientos son de las sustancias naturales. Si se ve su relación, se puede conocer el
orden del universo, la causa final. Según Aristóteles, la ‘epagogé’ es el conocimiento que pone
en marcha la investigación partiendo de un dato relevante, al cual se le sigue «la pista»,
advirtiendo sus relaciones con otros datos pertinentes e igualmente relevantes, con lo cual se
va consiguiendo un saber sistémico, abierto siempre a nuevos descubrimientos de la realidad,
que contribuyen a incrementar el conocimiento racional.
Además, es claro que el juicio de la vía racional no es el juicio de la vía de la abstracción formal,
no es el juicio lógico; sin embargo, no tienen por qué ser opuestos, son sólo distintos de manera
que se pueden complementar. Ordinariamente usamos más la deducción lógica, yendo de los
enunciados generales a las conclusiones particulares. Aunque el conocimiento lógico no baste
para conocer la esencia del universo, menos la de la naturaleza y esencia del ser humano, sin
embargo, es de gran ayuda en el conocimiento intelectual. Así, por ejemplo, los profesores que
tenemos alumnos adolescentes, solemos decir que si ya conseguimos que los alumnos
establezcan bien la famosa ‘regla de tres’ en sus razonamientos, o con que sólo sepan razonar
lógicamente, nos ponemos contentos. Parece una broma, pero no lo es.
El razonamiento lógico básico de “Si A es igual a B, y B es igual a C, entonces A es igual a C”,
parece fácil de hacer, pero los hechos nos dicen que actualmente los alumnos encuentran gran
dificultad para ejercerlo. Evidentemente, no trataremos ahora de cuestiones de desarrollo
intelectual en los alumnos, pero el hecho anotado nos advierte que las operaciones lógicas no
son nada despreciables, aunque no lleguen a la profundidad que nos da la prosecución racional,
la cual nos lleva al conocimiento de las esencias de la realidad.
Al ejercerse el acto de juzgar racional se pone uno en condiciones de adquirir el conocimiento
de las causas: material, formal, eficiente y final. De esta manera no se conocen objetos
pensados, ideas, sino las causas de la realidad física; no es un conocimiento que posea objeto
intencional, ya que ninguna de las causas es un objeto pensado, sino principios reales.
Por otra parte, todo juicio lógico tiene que confrontarse con la realidad; es lo que hace posible
distinguir un juicio verdadero de un juicio falso. Así por ejemplo, si decimos el hombre es
insectívoro, estamos haciendo un juicio falso, no en el sentido lógico, sino en sentido real,
porque realmente los seres humanos no nos alimentamos de insectos.
A través del conceptualizar y del juzgar racional se pueden conocer las sustancias, las
naturalezas y hasta la esencia del universo; sin embargo, todavía se puede tratar de hacer su
fundamentación racional. Además, la esencia del universo se puede conocer operativamente;

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pero no así el acto de ser del universo, el cual, por ejemplo, no se puede captar por abstracción,
ya que del acto de ser no tenemos una imagen a partir de la cual abstraer. El acto cognoscitivo
por el que conoce el acto de ser del universo no es objetivo, es habitual. Se trata del hábito de
los primeros principios, porque los actos de ser son primeros principios. No podemos
detenernos ahora en el hábito de los primeros principios, pero sí lo dejamos indicado, ya que
conocer el ser del universo físico es de gran importancia en antropología, porque ayuda a una
diferenciación del ser personal con el ser del universo.
A pesar de que el ser humano puede realizar muchos actos para hacerse con la verdad, sin
embargo, actualmente estamos pasando por una crisis de la razón, que se ha ido acentuando
cada vez más. Hoy, hemos desistido del afán de conocer la verdad, pero así los problemas
presentes no sólo no se solucionan, sino que se hacen cada vez más inabarcables. Lo que
sucede es que no nos atrevemos a pensar intensa y profundamente.
Posturas o corrientes filosóficas acerca de la inteligencia y de la verdad
Como acabamos de ver, la realidad sólo se entrega si realizamos los actos de conocimiento
correspondientes, capaces de medirse con ella, y esos actos de conocimiento son muchos, no
bastan sólo las meras representaciones, ni los planteamientos reductivos. Se precisa de
planteamientos potentes, capaces de integrar el saber humano, especialmente los diferentes
niveles de conocimiento que se dan en las diferentes ciencias. Sólo este esfuerzo de integración
nos llevará a superar la crisis actual. De lo contrario, seguirán haciéndose más hondos el
escepticismo, el relativismo, etc.
El escepticismo es una corriente epistemológica que viene desde tiempos antiguos y que niega
la posibilidad de alcanzar la verdad. Debido a que considera que nada se puede afirmar con
certeza, sostiene que más vale refugiarse en una «epojé» o abstención del juicio. En rigor, el
escéptico tendría que callarse, pues no puede pretender que la afirmación que defiende pueda
ser verdadera si de antemano niega la posibilidad de alcanzar la verdad.
Sin embargo, no hay sólo un escepticismo estricto, sino que hay distintos modos de ser
escépticos, y los argumentos son también muy variados. Estos se pueden centrar básicamente
en algo que es evidente: las contradicciones de los filósofos y la diversidad de las opiniones
humanas. Sin embargo, esto no puede ser motivo de escándalo, ya que se puede ver que, a
pesar de tales diferencias, las personas pueden llegar a un acuerdo en algunos principios
fundamentales sobre la realidad y, asimismo, se pueden integrar los diversos actos
cognoscitivos.
Ni siquiera la experiencia de los errores particulares puede llevar que uno desista de buscar la
verdad. El error sólo es posible si existe la verdad. En definitiva, los escépticos alegan la
relatividad del conocimiento. Sin embargo, se puede recordar que, si bien cada persona puede
aproximarse más o menos a la realidad, ésta no cambia por ello, ni tampoco su posibilidad de
ser conocida cada vez mejor, como ya hemos visto anteriormente.
El que haya operaciones racionales con las que se conozca más que otras, no puede producir
desconcierto, sino al contrario, un gran optimismo. Con unas operaciones se conoce más que
con otras, lo que se obtienen son objetos diferentes en cada acto de conocer; sin embargo, el
conocimiento siempre está referido a la realidad.
Por su parte, las corrientes materialistas y empiristas han hecho muchos estragos en lo que se
refiere al conocimiento de la verdad, precisamente porque caen en un reduccionismo, pues
tienen una concepción parcial del conocimiento, y dejan de lado la abstracción y, en general, la
distinción y jerarquía entre los actos de conocimiento. Reducen el conocimiento al nivel
meramente sensible, de manera que consideran que sólo es verdad lo captado por los sentidos.
Entonces, todo conocimiento sería sensación, y toda sensación radicalmente contingente,
relativa y, por consiguiente, incierta.
Frente a la corriente relativista se puede argüir de diferentes maneras, especialmente si, como
ya hemos visto, se explica sus confusiones a través de la jerarquía de cada uno de los actos
de conocimiento; pero en definitiva, se puede recordar que si se acepta que es verdadero lo

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que a cada uno le parece verdadero, con esto se niega su propio postulado, ya que su contrario
sería también verdadero. El relativismo tiene varias modalidades. Estas corrientes
gnoseológicas todavía tienen vigencia y se expresan en los conocidos versos:
“Nada es verdad,
nada es mentira,
Todo es del color
del cristal con que se mira”.
Pero, además de que la única operación cognoscitiva no es el mirar, tenemos que recordar que
si cada uno tiene «su verdad», distinta y hasta contradictoria, hemos destrozado la posibilidad
de alcanzarla. En definitiva, lo que no se puede hacer es reducir todo el conocer a un solo tipo
de acto sensorial. Como sabemos, el conocimiento no se reduce a mirar, ni la realidad al color,
ni el acto de conocer necesita de ningún cristal.
Lo funesto de todos esos planteamientos es que impiden alcanzar la verdad. La comunicación
se hace entonces imposible, ya que cada uno se aísla en su «propia verdad». Este aislamiento
acompaña al hombre que se aventura en estos caminos, ya desde su inicio. Así, por ejemplo,
con el nominalismo tardomedieval, y ya antes con la sofística, empieza el ser humano a
experimentar esta soledad. Si, como sostiene el nominalismo, las palabras son «vacías», si no
tienen una referencia segura a la realidad, hay que quedarse sólo con lo singular, con lo
individual, con los simples hechos que son lo más mostrenco de la realidad; lo que se puede
obtener ahí son datos aspectuales de la realidad, pero si ésta es sólo aspectual, nos hemos
introducido en un conocimiento bastante limitado.
Sin verdad no hay comunicación, ni es posible el diálogo humano. Sólo hay comunicación
verdadera en términos de verdad; de lo contrario, cada uno se queda encerrado, aislado, en su
propio parecer.

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