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UNIDAD 2: LA PERSONA, UNA MIRADA HACIA EL INTERIOR

Objetivo de la unidad: Valorar a la persona humana como un sujeto capaz


de conocer la verdad y el bien, en libertad y el amor

SEMANA 6: La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad.


Todo hombre por naturaleza desea saber
Aristóteles.

Aprendizajes esperados:
- Reflexionar sobre la capacidad de conocer la verdad de la persona humana
- Analizar las características del conocimiento humano
Conceptos claves: inteligencia - verdad – conocimiento - realidad.

1. Las facultades superiores humanas

En la primera unidad iniciamos nuestro estudio del ser humano, comprendiéndolo, de la mano
de Aristóteles, como un animal racional, poseedor de un cuerpo y un alma. Además pudimos
descubrir las capacidades o facultades que posee el hombre en su cuerpo, así como las
tendencias o pasiones que mueven su actuar. Pero, como dijimos, el ser humano no se agota
en su cuerpo y lo que puede hacer gracias a él. Gracias a la íntima unión de su corporeidad
con su alma, los hombres son capaces de mucho más: pensar, escoger, deliberar, amar, etc.
Es este segundo componente, su alma y racionalidad, lo que estudiaremos en esta segunda
unidad, intentando descubrir la forma en que actúan e interactúan estas dos dimensiones que
significan, a la vez, la riqueza y complejidad de las personas. Comenzaremos por estudiar las
capacidades o facultades que posee el hombre en su alma, a saber, la inteligencia y la
voluntad.

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2. La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad

Si contemplamos la naturaleza, nos daremos cuenta que todos los seres vivos son capaces de
adaptarse, resolver problemas y desenvolverse ante distintas situaciones. Parecería que todos
son, de una manera u otra, inteligentes. Al observar a los animales más desarrollados, nos
percataremos que tienen habilidades admirables, y que muchas veces somos nosotros quienes
los imitamos a ellos para desarrollar nuestra tecnología o avanzar en distintos aspectos: el
vuelo de los pájaros, los paneles de las abejas, los sistemas de comunicación de los mamíferos
marinos, la organización de las hormigas, etc. Sin embargo, esa capacidad que poseen,
también llamada “inteligencia inconsciente”, es radicalmente distinta a la nuestra. En primer
lugar la inteligencia de los animales nace de su instinto, no es una facultad de la cual ellos
sean conscientes (de allí su nombre) ni que puedan educar y desarrollar a lo largo de su vida.
Les permite sobrevivir y no extinguirse. En segundo lugar, la inteligencia que poseen los
animales es de carácter eminentemente práctica, está orientada puramente al obrar, sin que
haya detrás de ella un carácter reflexivo. Por otra parte, nuestra inteligencia apunta a algo
mucho más elevado, por encima de la mera supervivencia, a saber, el conocimiento de la
verdad.

En la primera unidad estudiamos que las facultades corpóreas tenían un objeto propio. Así,
el objeto propio del oído son los sonidos; del tacto, las texturas, etc. La inteligencia humana
también posee un objeto sobre el cual se centra toda su actividad: la verdad. Es probable que
esto te suene un poco extraño. En la sociedad actual posee mucha fuerza e influencia una
corriente filosófica llamada “relativismo”, que sostiene que no existe la verdad, y que si
existiera no sería posible que los humanos la conocieran, por lo que lo único que hay son
simples opiniones, sin que sea más válida una que la otra.

¿Es posible sostener que el ser humano puede, entonces, conocer la verdad? Cuando
hablamos de “la verdad”, es posible que pensemos en las grandes verdades que entrañan
misterios para la mente humana, como son el origen del universo y el hombre, la existencia
de Dios, las causas profundas de un cambio en la humanidad, etc. Sin embargo, siguiendo la
filosofía aristotélica, nos daremos cuenta que el asunto es más simple de lo que parece.
Supongamos que en este momento te encuentras sentado leyendo este texto. Si yo digo “el

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alumno se encuentra sentado leyendo el texto de Antropología” estarás de acuerdo de que en
este caso es una verdad. Todos los días, a cada minuto, decimos múltiples verdades. Pero
surge aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la verdad? Una verdad es simplemente una
aseveración que describe adecuadamente la realidad. Si alguien dice “Duoc UC es una
institución de educación superior”, está describiendo adecuadamente la realidad, y esa
aseveración constituye una verdad. Vemos, entonces, que conocer las verdades de la realidad
no es algo imposible, muy por el contrario, lo hacemos constantemente y cualquiera puede
llevar a cabo tal obra. Si no pudiésemos conocer verdaderamente, habríamos desaparecido
como especie hace mucho tiempo, pues nos sería imposible distinguir, por ejemplo, los
alimentos dañinos de los que son beneficiosos o, como veremos más adelante, comunicarnos
entre nosotros de la manera en que lo hacemos. Así, entonces, podemos decir que la
inteligencia tiene como obra propia el conocer, y como objeto propio el conocimiento
verdadero.

3. Las características del conocimiento humano

Puesto que el hombre es capaz de conocer la verdad, es necesario profundizar en cómo es


el conocimiento humano.

En clases anteriores, al hablar de los sentidos externos e internos, afirmamos que estos
actúan de manera conjunta, formando lo que se denomina “conocimiento sensible”, punto
de partida de todo conocimiento humano, y que posteriormente, y en un grado superior,
pasa a ser parte fundamental del conocimiento intelectual, que es el conocimiento en
sentido más propio y perfecto1. Este es el que estudiaremos a continuación.

En primer lugar diremos que el conocimiento que poseen y adquieren los seres humanos es
abstracto. Abstraer significa, literalmente, “poner aparte” o “separar”. Cuando conocemos,
lo que hacemos es captar los rasgos más importantes o esenciales de las cosas y guardarlos
en nuestra inteligencia. Así, lo que hacemos es separar mentalmente las cualidades
esenciales de las cosas. Cuando estoy frente a una manzana, yo capto con mis sentidos el

1
Esto lo estudiamos en uno de los apartados de la clase de la semana 2.

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color rojo, la textura suave del exterior y el dulzor del sabor. Pero esa información que nos
entregan los sentidos queda “abstraída”, “separada” de la cosa y puedo llevar conmigo esa
información sin tener que llevarme el objeto. Así, si alguien me pregunta por el sabor de las
manzanas, puedo describirlo y explicarlo sin necesidad de estar comiendo una. Esto es
posible porque el conocimiento humano es abstracto, me permite almacenar, recordar y
reflexionar sobre lo conocido. Si pudiera comunicarme con los caballos, y le pregunto a uno
de ellos por el sabor del pasto que comió ayer, el animal no podría explicarlo, porque su
conocimiento es fundamentalmente práctico. Su acción de conocer se agota en la
percepción sensorial y el uso de lo aprendido para sobrevivir, pero no podría reflexionar
sobre ese conocimiento, puesto que no es abstracto.

En segundo lugar, diremos que el conocimiento humano es inmaterial. Esto puede sonar
algo extraño, pero si razonamos nos daremos cuenta rápidamente que es así. Hemos dicho
anteriormente que el alma humana es inmaterial, y que la capacidad de pensar, “estando”
por así decirlo, en el alma, es también inmaterial. Si quien conoce (el alma) es inmaterial, y
la capacidad que conoce (la inteligencia) es inmaterial, será también inmaterial el resultado
de dicha operación, a saber, el conocimiento. Para darnos cuenta de que esto es así basta
con hacer un simple ejercicio: piensa en lo que almorzaste o desayunaste ayer. Piensa en
su sabor, textura, consistencia, etc. Ahora intenta darle esa comida a alguien. ¿No puedes?
Eso es porque ese conocimiento que tienes de tu comida de ayer no es material, sino que,
al estar abstraído o separado de la realidad material, se transforma en un conocimiento
inmaterial. Es esta cualidad del conocimiento la que nos permite almacenar grandes
cantidades de objetos y situaciones conocidas.

Finalmente, en tercer lugar, diremos que el conocimiento es universal. Para comprender


esta característica, debemos primero entender el proceso mediante el cual conocemos. El
proceso del conocimiento comienza con la percepción sensorial. Sigamos el ejemplo de la
manzana: lo primero que sucede es que mis sentidos captan las cualidades de la manzana;
el rojo, la suavidad, la dulzura, etc. Luego, el sensorio común unifica toda esa información
que nos permite percatarnos que estamos frente a una manzana. Es en este momento que

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nuestra inteligencia “abstrae” las cualidades más importantes o esenciales que me
permiten formar un concepto o idea de una manzana en mi inteligencia. Cuando comparo
ese concepto o idea con la manzana que tengo frente a mí y soy capaz de dar una definición
de la manzana (fruto de color rojo con forma redondeada, de sabor suave y dulce) puedo
decir con confianza que mi concepto o idea mental es un conocimiento verdadero sobre la
manzana. Pues bien, vemos que el resultado del proceso de conocer es un concepto. Ese
concepto, siendo una abstracción y de carácter inmaterial como dijimos, es también
universal. ¿Qué quiere decir esto? Los conceptos que obtenemos de la experiencia de
conocer, se aplican a todos los casos que se nos presentan a la inteligencia. Dicho de otro
modo, el concepto o idea de manzana que poseo se aplica a todas las manzanas. Cada vez
que percibo unidos el rojo, la suavidad, el dulzor y la redondez, puedo saber con certeza
verdadera que se trata de una manzana. Lo mismo sucede con todas las cosas que
conocemos. Cada vez que percibo un equino cuadrúpedo que corre a gran velocidad y que
puede ser montado, entiendo que eso es un caballo, pues ese es el concepto que poseo en
mi inteligencia, y que se aplica a todos los casos que caen bajo esa definición.

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SEMANA 7: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad.

La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo


que somos.
Henry Van Dyke.

Aprendizajes esperados:
- Reflexionar sobre las implicancias de obrar conforme al bien
- Analizar cuál es el fin de la vida humana y los medios para lograrla
Conceptos claves: voluntad – bien - felicidad.

1. La voluntad humana y la búsqueda del bien

En la clase pasada estudiamos que el ser humano posee dos facultades superiores o
intelectuales: la inteligencia y la voluntad. En esta clase analizaremos la segunda capacidad,
la voluntad. Ella, al igual que la inteligencia, posee un objeto propio, que es el bien, y una
obra propia que es desear y elegir los medios para alcanzar eso que desea. ¿Qué significa que
el objeto propio sea el bien? El ser humano siempre obra conforme al bien. Esta aseveración
puede parecer algo extraña, pues constantemente vemos personas que no hacen el bien sino
el mal. Para comprender esto debemos hacer algunas aclaraciones. Cuando el ser humano
lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el convencimiento que esa acción le traerá
un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo. A corto plazo, por ejemplo, está el comer
para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un título técnico o profesional, que implica a
corto plazo invertir tiempo de estudio y preparación en ello. Nadie actúa para que le sucedan
cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede deberse a varios
factores. El primero y más importante está relacionado con buscar el beneficio propio por
sobre el bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los
beneficios que obtendrá por sus actos delictuales que los problemas que generará en las
personas a quienes roba. Ahora bien, cuando el hombre desea y decide, debe hacerlo siempre
en miras del bien no solo propio, sino del bien de todos los que componen la sociedad. En

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unas clases más profundizaremos en esta idea cuando hablemos de la naturaleza social del
hombre. El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. La voluntad y la inteligencia
actúan juntas. La voluntad solo puede desear aquello que ha sido, primero, conocido por la
inteligencia. Si la inteligencia no está bien educada y no le permite a la persona distinguir el
mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien, es probable que la persona cometa
una acción que le cause problemas a sí mismo o a los que lo rodean. Existen dos tipos de
bienes: los reales y los aparentes. Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas
por la voluntad que son realmente buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen
como buenos, pero en realidad no lo son. Una persona que tiene hambre considera como
bueno comerse un berlín, y en realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si
esa persona es diabética. En ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad
no lo es. Lo mismo pasa cuando peleamos con un amigo; probablemente sentiremos que lo
mejor es ignorarlo y distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo
mejor sea conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando
una persona confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca un mal
y no un bien. El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando
se nos presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien
se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos.
Devolverlo requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro, posea
la fortaleza de carácter para hacer el bien aunque sea difícil. Esta elección de hacer el bien
solo para mí o pensar en los demás aunque sea dificultoso existe porque somos seres libres y
podemos actuar de acuerdo a nuestras decisiones. Estas son fundamentalmente las razones
por las cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.

2. La felicidad o plenitud

Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como objeto
propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el hombre
para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en consideración que

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existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen bienes que son
medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo, podemos atestiguar que
todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá ser jamás un fin. El dinero
es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en su sano juicio, que tiene
dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor intrínseco. Aquellos que
desean dinero, lo desean por las cosas que podemos conseguir con él. Nadie valora veinte
mil pesos por su mera existencia, lo que se valora es el poder adquisitivo que tiene. Digamos,
por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos tienen valor en
cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la chaqueta, no la dejo
guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto me sirve para abrigarse
o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el dinero que yo tenía era
valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la supervivencia. Así,
entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras decisiones y
elecciones.

Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no habría
nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario: cuando nos
subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si guardas silencio y no
dices nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si
no hay un destino, no hay una forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de
las personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las
decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta, y sin meta no hay camino.
Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio del hombre: ¿cuál es el fin o
meta de la vida de los seres humanos? Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no
tener respuesta, desde hace milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y
profundidad maravillosa: el fin de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a
una nueva pregunta: ¿cómo se alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas
materiales; otros, en sus logros profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los
filósofos antiguos nos dicen que, si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad
y no nos conducen, automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la
pregunta que nos hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.

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Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno cuando está
lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la pregunta inicial:
¿qué debe hacer el hombre para estar completo o desarrollado? La forma de lograr esa
plenitud es desarrollando su propia naturaleza humana. El ser humano se hace más
profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus cualidades y
facultades naturales. Si entendemos las facultades superiores que estamos estudiando,
entendemos que el hombre debe desarrollar su inteligencia y su voluntad. Si los seres
humanos buscan el conocimiento verdadero por la inteligencia y actúan conforme a lo
verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco irán desarrollándose como personas e
irán alcanzando la plenitud, la completitud de su naturaleza. De esa forma, lo que debe hacer
el ser humano, en breve, para ser feliz, es buscar la verdad y hacer el bien. Aquello es lo más
propio de su ser y a lo que está llamado de acuerdo a su naturaleza.

Es importante comprender que la felicidad no es un estado, no se trata de estar contento o


alegre. La felicidad tiene que ver con un crecimiento personal, con el cultivo del espíritu y
una búsqueda de la mayor perfección personal posible. En la medida en que educo mi
inteligencia y mi voluntad para conocer mejor y desear mejor, me voy haciendo más
plenamente hombre y, por tanto, más feliz. La felicidad no tiene que ver con los estados
emocionales. Una persona feliz o plena puede sentir tristeza sin que eso signifique un
detrimento de su desarrollo. El dolor, por ejemplo, ante la pérdida de un ser querido, no hace
al ser humano más ignorante o peor persona. Quien ha crecido interiormente, no pierde esa
condición por elementos externos.

3. Concepciones erróneas de la felicidad

Hemos mencionado que algunos atribuyen su felicidad a la posesión de dinero, el éxito


laboral, el ostentar objetos lujosos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas puede llevarnos
a la felicidad. Siendo la plenitud humana un rasgo fundamentalmente interior, las cosas
exteriores no nos conducen hacia la finalidad de nuestra existencia. Si, como dijimos, la
pérdida de un ser querido no nos hace peores personas o más ignorantes (y, por lo tanto,

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menos plenos o felices) tampoco nos hará un auto deportivo o una cuenta corriente abultada.
El dinero, los bienes externos, el trabajo, son medios que están a nuestro servicio para que
podamos alcanzar la felicidad, pero no constituyen nuestra felicidad. Si miramos a las
personas con grandes riquezas, millonarios sueldos, poseedores de muchos bienes materiales,
fama y reconocimiento social, veremos que algunos de ellos no son felices, muy por el
contrario, acarrean en sus vidas grandes sufrimientos. El simple hecho de que haya algunas
personas con mucho dinero que no son felices es prueba suficiente que la felicidad no se
compra. Por ello no podemos perder nunca de vista el cultivo del mundo interior, el desarrollo
de nuestras capacidades y potenciar nuestro ser personas; solo así encontraremos el sentido
de la vida y el camino a la felicidad.

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Semana 8: Libertad y responsabilidad. Elijo y me hago cargo.

¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha
inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso
firme murmurando una oración.
Viktor Frankl.

Aprendizajes esperados:
- Reflexionar sobre la presencia evidente de libertad en los actos humanos.
- Valorar la libertad y la responsabilidad que conlleva.

Conceptos claves: libertad - autodeterminación - responsabilidad – renuncia.

1. La libertad como propiedad de la persona

La frase de Viktor Frankl que inicia esta clase, nos da luces de que la libertad humana es real,
tan real, que es capaz de denigrar al ser humano a lo más bajo que pueda llegar; pero al mismo
tiempo, tan real que es capaz de enaltecer al hombre hasta llegar al heroísmo, como aquellos
que entraron a una cámara de gas orando en su interior. Efectivamente, la libertad humana es
posibilidad de bien y mal, pero ¿qué es la libertad?, ¿qué significa que la persona humana
sea libre?

La libertad es el poder de la razón y de la voluntad que permite elegir multiplicidad de bienes


y que nos permite ejecutar acciones deliberadas. Ya te podrás dar cuenta de que la libertad
tiene relación con las facultades superiores del hombre, de hecho, es una característica de la
voluntad, es una propiedad de los actos de la voluntad. Cuando decimos que alguien actuó
voluntariamente, afirmamos que fue un acto libre, por tanto, la libertad es la misma voluntad
en la medida que ella elige algo particular.

En todo acto libre entran en juego las facultades superiores de la persona, pues la voluntad
elige lo que antes ha sido conocido por la inteligencia. Piensa en alguna decisión que hayas

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tomado, por ejemplo, al tomar la decisión de leer estas páginas, tú antes realizaste un proceso
de deliberación, analizaste las posibilidades que tenías y pudiste reflexionar sobre las ventajas
y desventajas de cada una de ellas.

También gracias a la libertad, el hombre posee la capacidad de auto dirigirse. Esto


corresponde a una soberanía individual de la persona, a la capacidad de actuar en
conformidad con los dictámenes de la razón, por ese motivo, sólo los sujetos racionales
pueden ser libres, los actos que no surgen de la inteligencia, son más bien instintivos,
espontáneos, simplemente salieron sin pensarlos y cuando esto ocurre es muy probable que
nos equivoquemos en acertar, sería un error confundir libertad con espontaneidad, La libertad
es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas y otras no (…) Con
frecuencia se confunde espontaneidad con libertad (…) Todos los burros que conozco son,
desde luego muy espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad.

¿Da lo mismo elegir cualquier cosa? Si bien existe la posibilidad de elegir el mal, la verdadera
libertad consiste en elegir el bien, pues la libertad se perfecciona sólo en la medida en que el
hombre se dirige hacia su fin último, la felicidad. La elección del mal, aunque siempre es
posible y real, es un fallo de la libertad, justamente la elección del mal nos aleja de nuestro
fin último y en consecuencia nos aleja del perfeccionamiento de nuestra naturaleza humana.
Al elegir el mal, una y otra vez, la libertad puede incluso anularse por completo y el hombre
pasa a ser esclavo de sus propios deseos.

2. Autodeterminación, responsabilidad y renuncia.

Existen muchos planos de la libertad, es una característica humana que encierra muchas
dimensiones. Libertad es independencia, es autodeterminación, es apertura, es elección, es
querer, es voluntad, es amar. Sin embargo nos detendremos en algunos de estos aspectos de
la libertad que nos parecen más radicales para la existencia humana.

Autodeterminación: Cuando elegimos “algo”, lo que sea, bueno o malo, o elegimos a


“alguien”, de algún modo, nos elegimos a nosotros mismos de tal o cual manera. En cada
decisión vamos forjando nuestro propio modo de ser, pues no sólo elegimos cosas externas,
ya que el mismo acto de elección tiene efectos en la persona; por ejemplo, aquél que elige

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mentir se autodetermina como mentiroso; el que elige realizar actos de justicia se transforma
en una persona justa. En definitiva, cada vez que elegimos con un acto libre y voluntario no
sólo elijo algo que está fuera de mí, sino que en ese mismo momento me elijo a mí mismo.
Si ante una ofensa de uno de mis hermanos hacia mí madre, yo elijo defenderla, estoy
eligiendo la persona recta y justa que puedo ser; si, en cambio, mi elección es hacer caso
omiso del hecho, con absoluta indiferencia, opto por la persona injusta, fría e indiferente que
también podemos ser. Por ello deberíamos grabarnos a fuego en nuestra conciencia: “uno es
lo que quiere ser”.

b. Responsabilidad: Si anteriormente aprendimos que la libertad sólo es posible en los sujetos


racionales y que la libertad no es espontaneidad absoluta, entonces todo acto libre es
imputable, es decir, la responsabilidad del mismo se le puede atribuir a alguien. Los actos de
los animales, en cambio, son inimputables: desde el punto de vista legal y moral los animales
no son responsables de sus actos. Las personas debemos dar cuenta de nuestras acciones si
es que son realizadas con nuestro “querer”, por el contrario, cuando hacemos algo malo sin
intención decimos “no quise hacerlo”, “no me di cuenta”. Libertad y responsabilidad son
inseparables, la libertad humana está regida por la responsabilidad y el deber, pero, ¿ante
quién debemos responder? Cada uno de nosotros es responsable ante los demás de lo que
hacemos. No existe acción humana que no tenga una consecuencia en otros, ya sea a corto o
largo plazo, todo lo que hago repercute en los demás. Una persona no es un individuo aislado,
completamente independiente de los demás, sino un miembro activo de una comunidad
donde su vida y su libertad continuamente se integran y se encuentran con la libertad y la
vida de los demás. Por otra parte, debemos responder también frente a nuestra conciencia,
supongamos que no he perjudicado a nadie con mi decisión, aunque eso ya es muy difícil
que ocurra, al menos esa acción tiene repercusiones en mi propio ser, y aunque nadie me
observe, debo responder a mi conciencia que pregunta incesantemente: “¿por qué lo
hiciste?”.

c. Renuncia: Cada decisión humana implica una renuncia. Ahora que has decidido leer estas
páginas, has renunciado a muchas otras posibilidades que tenías en mente. Podrías haber
optado por salir con un grupo de amigos y pasarla bien, pero elegiste estudiar por un bien
superior y probablemente la diversión quedará para otra oportunidad. O si decides realizar

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una dieta para bajar de peso, deberás estar dispuesto a renunciar a los alimentos excesivos
en calorías, quizás a los altos en sodio, grasas saturadas y azúcares, y a los hábitos poco
saludables. Pasa lo mismo cuando decides estar en pareja. ¿Qué sucede si no estás dispuesto
o dispuesta a renunciar a otros hombres o a otras mujeres? En este caso, renunciar demuestra
el amor por la persona amada, para comprometerse con la persona elegida y generar vínculos
permanentes.

Esto nos recuerda algo que, de algún modo ya sabemos: no podemos elegirlo todo. La
libertad humana no es absoluta ni ilimitada, es una libertad situada, ya que en la vida no todo
es elegible. Existen ciertos elementos que vienen dados en nuestra naturaleza, hay también
limitaciones físicas y sociales que son la base sobre la cual es posible ejercer nuestra libertad
y perfeccionarla, pues no es posible elegir en el vacío. La propia situación en la que uno vive
es un límite, pero es contando con ella y a partir de ella que puedo ejercer mi libertad. Una
libertad que no dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería
inhumana, irreal e imposible, sólo una fantasía. En la medida en que vivo en una situación
histórica, real y concreta, en una familia, ciudad y época determinadas, en esa misma medida
dependo y soy según ellas, y ejerzo mi libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.

Renunciar es también comprometerse con lo elegido, generar vínculos permanentes y


estables. Libertad y compromiso no se oponen, el compromiso no es un límite. Por el
contrario, a través de nuestras promesas manifestamos nuestra plena libertad, el compromiso
es signo de inteligencia y de amor, pues sólo las personas podemos comprometernos. Por
ejemplo, el buen cuidado de los hijos implica elecciones y renuncias, compromiso personal
por el amor que les tenemos, el cual nos lleva a pasar noches en vela cuando están enfermos,
organizar nuestro tiempo para priorizar el compartirlo con ellos, cuidar nuestras palabras y
el ejemplo que les damos, corregir con cariño cuando es necesario, y alentar siempre, aun
cuando estemos cansados.

Cuando decides ingresar a una institución a estudiar una carrera, debes tener en cuenta lo que
implica tal elección, ya que requiere un enorme compromiso de tu parte. Los estudios
representan una plataforma de crecimiento fundamental para quien decide estudiar. La
responsabilidad y la perseverancia con la que se afronten serán decisivas para lograr el mayor
aprovechamiento en la propia formación y para llevarlos adelante con éxito.
Versión 2019-I
Lo planteado en estas páginas, nos invita a ejercer la libertad contando con el futuro, mirando
hacia adelante: la libertad es para algo, es para realizar la tarea que debo llevar a cabo,
siempre hay un puerto al cual dirigirse. No pudimos elegir la condición social en la que
hemos nacido pero de ella puedo rescatar aspectos valiosos para crecer como persona y elegir
algo diferente para mis hijos. La libertad asume tareas y riesgos, se compromete, apuesta por
un proyecto, por un ideal o por una persona. La libertad adquiere sentido cuando tiene un
para qué, cuando está al servicio de una causa, de lo contrario mi libertad no pasa de ser un
capricho, una trivialidad.

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Semana 9: La grandeza del amor, quiero tu bien.

He descubierto la paradoja de que si amas hasta que duela no habrá más dolor, sólo
más amor.
Santa Teresa de Calcuta.

Aprendizajes esperados:

- Analizar la importancia del amor en el desarrollo de la persona.


- Reflexionar sobre la naturaleza donativa del amor y la amistad.

Conceptos claves: donación - egoísmo - reciprocidad - identidad - compromiso - sacrificio.

1. La naturaleza del amor.

Hemos llegado a uno de los temas que probablemente más te interesan. Mucho se ha escrito
sobre el amor y probablemente las manifestaciones artísticas más bellas de la humanidad
han estado inspiradas en él, poemas, canciones, pinturas y construcciones maravillosas son
producto de una de las experiencias más profundas de la persona humana. Podríamos decir
metafóricamente que el amor es una aventura maravillosa, la más importante de nuestra vida;
podríamos decir incluso que el amor es un desafío, que determina nuestro presente y nuestro
futuro; el amor es «la energía principal que mueve al alma humana”1 . La naturaleza humana,
en su esencia más profunda, consiste en amar.

Probablemente has escuchado la frase que dice que el hombre está hecho para amar y ser
amado, pues si miras hacia tu pasado probablemente adviertas que todo lo que eres hoy se
debe al amor de ciertas personas y que la felicidad que buscas está íntimamente relacionada
con el amor hacia una persona. Pero ¿qué es en realidad el amor?

1
Benedicto XVI, Audiencia general sobre Guillermo de San Thierry, 2 de diciembre de 2009.

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Ahora bien, antes de llegar a definir lo que es el amor, partiremos por decir lo que no es.
Aunque te parezca extraño el amor no es un sentimiento, ¿cuál es la razón de eso?

Los sentimientos son variables, cambian constantemente y están sujetos a realidades, gustos
y estados físicos, entre otras cosas; el amor en cambio, reclama permanencia, estabilidad,
solidez y consistencia.

Piensa en uno de los amores más fuertes y auténticos, el amor de los padres. Este no depende
de las emociones o estados de ánimos, los padres aman a sus hijos para siempre, a pesar de
los múltiples conflictos que puede existir en su relación.

Sostener que el amor no es un sentimiento, no significa decir que no esté acompañado de


ellos. Analicemos la siguiente situación: una mujer que recién ha dado a luz a su primer hijo,
probablemente al verlo por primera vez y estrecharlo junto a su pecho se emocione y llore:
llora de amor y de felicidad por su hijo, lo mira y lo contempla cautivada y maravillada. Y,
probablemente también esa experiencia quede en su memoria para siempre. A medida que
pasan los años el amor por su hijo crece, madura, se estabiliza y se hace aún más fuerte, pero
esa madre no llora de emoción cada vez que ve a su hijo llegar a casa después de la escuela,
menos aún si antes la han llamado del colegio diciéndole que su hijo no llegó a clases, pues
probablemente en esa situación sentirá enojo y molestia hacia su hijo, lo que no significa que
deje de amarlo.

Por todo lo anterior, podemos afirmar el amor está por sobre los sentimientos, porque consiste
en un acto espiritual, que surge de la facultad de la voluntad del ser humano, es un acto
voluntario de entrega y generosidad. El amor es donación hacia otro y supera las barreras
del tiempo, de lugar o de circunstancias, por ello cuando se ama se intuye que es “para
siempre”.

La persona que únicamente buscar sentir y usa a otro con ese único fin es egoísta. El egoísmo
es lo contrario del amor porque el egoísta piensa primero en él y siempre en él, sólo le interesa
satisfacer sus propios deseos y necesidades y es incapaz de sacrificarse por el otro, su
egoísmo le imposibilita entregarse y comprometerse con el otro.

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2. Amor entre personas.

Por otra parte, es importante señalar que el amor se da únicamente entre personas. Amar
significa encuentro entre un tú y un yo, y ese encuentro es posible entre personas. En estricto
rigor no hay encuentro entre un objeto y una persona, ni entre un animal y una persona,
porque el encuentro pide colaboración, comprensión, empatía y enriquecimiento mutuo.

Por ello es importante reflexionar sobre las relaciones que tenemos con los seres que nos
rodean, pues es legítimo cuidar y sentir cierto afecto hacia algún objeto que representa para
mi algo valioso, probablemente porque me recuerda a una persona, pero no se aprecia el
objeto en sí mismo. Algo similar ocurre en la relación con los animales, puede haber
sentimientos de estima, aprecio, protección y cuidado -eso está muy bien- pero no de amor,
ya que la relación de amor supone ciertas condiciones que sólo pueden darse entre sujetos
que poseen la misma naturaleza y dignidad.

Existen diferentes tipos de amores, está el amor a Dios, el amor entre los esposos, entre padres
e hijos, entre los hermanos, o el amor entre los amigos. Todos ellos son claves para el
desarrollo humano, cada uno de esos amores influye en la formación de nuestra identidad
personal.

Existe un tipo de amor que no exige la reciprocidad, y que es el amor de caridad. El amor de
caridad lo podemos reconocer en muchas situaciones cotidianas. Pensemos por ejemplo,
cómo se manifiesta en un acto de bondad y ayuda para el que lo necesita o en una madre que
durante una época de dificultades económicas deja los mejores alimentos a su familia o en
los padres que cuidan y educan a sus hijos pequeños sin recibir en ese momento nada a
cambio, alegrándose porque ellos están bien. ¿No tienen en común todos estos ejemplos el
amor desinteresado, que se entrega sin buscar algo a cambio?

El amor de caridad busca el bien del otro de manera desinteresada, amando lo que él ama,
queriendo lo que él quiere, alegrándonos de la dicha de la que él goza, poniéndonos
enteramente a su servicio. La caridad como virtud es la expresión del amor más elevada que
puede dar nuestro espíritu.

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3. Amor de amistad.

Ahora abordaremos de manera especial el amor de amistad. Éste es uno de los amores que
más enriquecen la vida humana, aunque desde el punto de vista biológico, podamos entender
que no necesitamos los amigos para nuestra subsistencia.

Sin embargo, qué mal viviríamos sin amigos. C. S. Lewis, escritor británico del siglo XX,
manifiesta esta idea de manera muy hermosa cuando dice, “la amistad es innecesaria, como
la filosofía, como el arte, como el universo mismo, porque Dios no necesitaba crear. No tiene
valor de supervivencia; más bien es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia.”2.

El amor de amistad es el que nos saca del mundo familiar, se establece plenamente fuera de
la familia, aunque probablemente con el tiempo, mis amigos también sean amigos de mis
padres y de mis hermanos. Es con los amigos que, junto con la familia, se forjan las primeras
relaciones sociales y por ello la amistad es tan importante para la persona.

¿Cómo surge la amistad? Probablemente te has hecho amigo de alguien que fue tu compañero
de colegio o de trabajo o el vecino del barrio, pero no todos tus compañeros o vecinos son
tus amigos, sólo con algunos compartes esa complicidad tan particular. Sólo serán amigos
quienes compartan una visión común, cuando el otro ve lo mismo que tú, por ello surgen los
amigos cuando se gusta de la misma música por ejemplo, o cuando se han tenido experiencias
de vida similares, o cuando tienen la misma fe y convicciones, los amigos están siempre
mirando hacia una misma dirección, a un ideal común.

Para los pensadores antiguos la amistad también fue considerada importante, Aristóteles por
ejemplo, dice que la amistad es uno de los aspectos centrales en la vida del hombre y
distingue tres tipos de amistad:

a. Amistad de utilidad: en ella el afecto está basado en el beneficio o uso que se puede
hacer del otro. Lo central acá es que se obtiene algo de la amistad que es ventajoso, se busca
el beneficio mutuo de la relación de amistad y sólo eso es lo que une a dos personas, me hago
amigo del otro porque es hijo “de” o porque tiene tal puesto de trabajo.

2
C.S. Lewis, Los Cuatro Amores. Ed. Rialp, Madrid, 1960, pp.28.

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b. Amistad por placer: El fundamento de esta amistad es el placer o la diversión. Se ve
al amigo únicamente como causa de mi propio deleite. Las dos personas pueden preocuparse
sinceramente por la otra, pero lo que las une como amigos es principalmente el placer o los
"buenos ratos" que pasan juntos. Por ello esta amistad se diluye cuando vienen malos
momentos, pues en medio de la enfermedad o la premura económica ya no hay diversión.

Ambas amistades, no son necesariamente malas pero se acaban con facilidad debido a lo
frágiles de sus fundamentos.

c. Amistad virtuosa: es la amistad en su sentido pleno, en ella los amigos quieren el bien
del otro, ven al amigo como un bien en sí mismo y no como un medio para otra cosa. Los
amigos buscan una meta común: "la vida buena” a través de la virtud. Probablemente te ha
pasado que has cometido algún error y un buen amigo te ha dicho que actuaste mal, pero te
lo ha dicho con cariño, para que te hagas mejor persona, por tu propio bien. En esta relación
de amistad, los amigos están comprometidos a buscar algo fuera de ellos mismos, algo que
va más allá de sus propios intereses y se alientan el uno al otro en la virtud para perfeccionarse
día a día.

4. Características del amor de amistad.

El amor de amistad está fundado en la capacidad de la naturaleza humana de abrirse a los


otros, acogerlos como son y reconocerlos como dignos de ser amados por sí mismos,
deseando su perfección como personas. Además, por el hecho mismo de amar y entregarse,
la persona se perfecciona y se realiza a sí misma.

Si, como dijimos antes, el amor es un acto espiritual de donación de la persona, esto supone
ciertas cualidades que debemos tener presentes para distinguir en nuestras propias vidas si
efectivamente estoy siendo amado como me merezco o, si yo estoy amando como el otro lo
merece. Veamos algunas de estas características:

El amor de amistad implica “reciprocidad”, es decir una correspondencia y correlación con


la persona amada. Esta relación de amor entre personas implica un intercambio de ideas, de
gustos, de diálogo con el otro, de complicidad con la persona amada; cuántas veces has

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notado que cuando se ama a otro hay un conocimiento tan profundo de él o de ella, que no
se necesitan palabras para saber lo que el otro piensa o quiere, pues un solo gesto, una sola
mirada es suficiente para lograr la conexión.

El amor incluye también “identificación” con el otro: la persona amada es un tú que posee
la misma dignidad que yo, la misma naturaleza. Es un sujeto espiritual, inteligente y libre
como yo, y por ello es posible una relación personal entre los amigos, la familia, la novia o
el esposo. Podemos intercambiar ideas, conversar, debatir, todo eso es posible porque la
persona amada está a la altura de mi ser. Como puedes ver, nada de esto es posible en la
relación entre personas y animales.

Otra cualidad del amor es la “entrega”: esto supone salir de sí mismo para buscar el bien
del otro. El que ama de verdad comprende al otro como un bien en sí mismo, como alguien
que vale por lo que es y no por la satisfacción que puedo obtener de él. Esto implica que
jamás debemos tratar a las personas como meros instrumentos para lograr nuestros propios
propósitos, esto se da mucho en las relaciones de trabajo, incluso en las falsas relaciones de
amistad y de pareja.

El amor es también “compromiso”: cuando se ama a alguien, hijos, esposo o esposa, padres
o amigos, soy leal a ellos. Podríamos estar muy enojados con un hermano, pero si vemos que
lo ofenden o corre peligro, lo defiendo y lo protejo sin pensarlo, porque amo a mi hermano y
a pesar de los conflictos que podamos tener, mi compromiso hacia él no se rompe, cumplo
mi palabra, porque entre nosotros existe una promesa tácita de estar en las buenas y en las
malas, es un acuerdo que no se rompe. Probablemente hoy esta característica del amor es la
que menos se entiende, pues vivimos en la lógica del "usar y tirar", la lógica de las relaciones
calculadas y pasajeras, donde el compromiso a largo plazo y las promesas no se comprenden
y se temen.

Finalmente el “sacrificio” es otra característica esencial del amor. La Madre Teresa de


Calcuta, quien fue ejemplo vivo de generosidad y entrega decía “ama hasta que duela y
cuando te duela entenderás lo que es el amor”. En esa dimensión del sacrificio, es donde los
seres humanos somos capaces de realizar actos verdaderamente heroicos, quien ama está

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dispuesto incluso a dar lo más preciado que tiene, su propia vida. Ese el acto de amor más
grande que puede realizar un ser humano, para aquellos que son cristianos el sacrificio de
Cristo en la cruz es el ejemplo sublime de su amor por la humanidad, dolor y sacrificio valen
la pena cuando se trata de la persona amada.

Todas estas características del amor no son fáciles de comprender en un mundo como el de
hoy, nuestra sociedad funciona muchas veces bajo la lógica del utilitarismo, que considera
que la felicidad está puesta en la mayor cantidad de placer que se pueda obtener. Bajo esta
lógica, todo aquello que implique sacrificio y entrega es visto como absurdo e imposible de
llevar a cabo y probablemente esto puede explicar por qué muchas relaciones amorosas son
hoy tan frágiles, pues si sólo valoro al otro en la medida en que me proporciona algún placer,
entonces no hay bases para una relación estable y duradera. En cuanto se acabe la experiencia
de placer o de beneficios rápidos y fáciles, esa persona ya no me es valiosa, ya no la necesito
ni la quiero.

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