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Este documento describe cómo "duele el país" en muchos aspectos de la sociedad colombiana, incluyendo la política, la economía, la cultura, la educación, la salud y más. El autor enumera decenas de cosas que causan dolor en el país, desde la corrupción y la violencia hasta problemas más cotidianos. El mensaje central es que Colombia sufre en muchas áreas y niveles de la vida nacional.
Este documento describe cómo "duele el país" en muchos aspectos de la sociedad colombiana, incluyendo la política, la economía, la cultura, la educación, la salud y más. El autor enumera decenas de cosas que causan dolor en el país, desde la corrupción y la violencia hasta problemas más cotidianos. El mensaje central es que Colombia sufre en muchas áreas y niveles de la vida nacional.
Este documento describe cómo "duele el país" en muchos aspectos de la sociedad colombiana, incluyendo la política, la economía, la cultura, la educación, la salud y más. El autor enumera decenas de cosas que causan dolor en el país, desde la corrupción y la violencia hasta problemas más cotidianos. El mensaje central es que Colombia sufre en muchas áreas y niveles de la vida nacional.
Duele el país. Duele en la estupidez y en la hecatombe, en los muertos de cada día, en la
tristeza, duele en los negocios y en los negociados, en el sistema financiero, en la justicia, duele en los deportes y en Rodríguez Gacha (y en sus empleados), duele en la enfermedad y en los sistemas de salud, duele en la miseria de las cárceles y en los presos armados y desalmados, duele en la pobreza mental de los funcionarios, en el hecho de que todos sean “doctor” y tengan caspa, duele en los aniversarios y en las muertes en la televisión, en sus actores, duele en las divas con diván y en las divas con carramplones, duele en las fronteras, en el tanto por ciento, en los atentados con dinamita, en las torres de energía y en el bloqueo de las carreteras, duele en las comunidades indígenas y en las marginadas y marginales, duele en la identidad como norma de conducta, en el pasivo pensamiento de entrecasa, en el pensamiento sin arte ni parte, duele también en el arte que no dice, en la escritura que no escribe, en el lenguaje que no habla, duele en la gramática –en los gramáticos y en sus gramatiquerías–, duele en la academia, duele en la información que no informa y en la comunicación que no comunica, duele en el caos (y en el orden y en el desorden), en la ley y en la legalidad a toda prueba, duele en el hecho de ser país de leyes y de ser tierra de leones –y de ratones–, y en los borregos sin defensa ni defensores, duele en los pobres debates en que se enfrasca y en las polémicas sin cuento, duele en el sin tiento ni medida, duele en el paisaje, duele por donde se le mire, se le oiga, se le sienta, duele a cualquier edad, en los niños, en los viejos, en los adolescentes, en las mujeres, en los gamines y en los cartoneros, duele en el pasado, pero duele mucho más en el futuro sin futuro, duele en Simón Bolívar que fue grande y en un chiquito llamado Paula (Francisco de Paula), duele en el pobre sentido del humor que se resuelve en chistes, y en las cosas de cada uno, en la memoria de sus hechos domésticos, de sus asuntos personales, duele en las herramientas que tiene para ser el mejor y en el uso que da a esas herramientas, en lo que dice cuando quiere expresar algo y en lo que no dice, duele en la mirada que le damos y en las páginas amarillas, duele a las cinco de la mañana y a las tres de la tarde, duele en el engaño, en la mentira, en los celos, en la ira, en la ausencia, también duele en la alegría, duele en las poltronas, duele en las escaleras y en los escalones, duele en el alka-seltzer y en la efervescencia de los sucesos, duele en las tasas de cambio y en las tazas de baño y alacena, duele en los intereses en las UVR, en los mentirosos alivios para la pobre gente y en las ventajas de los poderosos, duele en Gustavo Echeverry (duele muchísimo en la muerte de Gustavo Echeverry), duele en los signos zodiacales y en los de interrogación y en los puntos suspensivos, y en el hecho de escribir sin punto y coma, sin punto, sin punto aparte, duele en Suecia y en el Caguán y en las declaraciones, duele en el oiga, mire, vea y en el échele y en el chévere, duele en ese ruido horrible que se llama vallenato y en los desabridos bambucos y otras músicas, duele, por qué no, en un folclor al que le han ajustado chaleco y corbata, y en la exclusión y lo exclusivo, duele ,sobra decirlo, en la política y en los políticos, en la guerra y en los militares, duele en los curas de misa y olla y en los perfumados obispos y arzobispos, duele en su forma de ser país que es equívoca y elusiva, y en un gobierno que no gobierna pero viaja, y en un Congreso que piensa con el ombligo, duele en el hambre en el hombre, en el hombro, duele en la banalidad de la imagen, en los locutores que ascienden a los más altos destinos y en los locutores que permanecen en su sitio, duele en los poemas y en las prosas y en los prosistas, duele en las serenatas, duele en las hipotecas – al imperio, a los bancos, a los terratenientes– y en lo poco que vale su dignidad de ente independiente, duele en su obsecuencia, en sus modales ,en su melosería, duele en los burros de largas orejas y en los burros sentados en los escritorios, duele en el ascenso de los que no deben ascender y en el descenso de los que ídem e ídem et ibídem, duele en los buses urbanos con sus ventas de agujas y de dulces de coco,duele en los desplazados, en los días, en los años y en los milenios, también en los milenios, duele en los angustiados seres que le pusieron cruz negra a la Cruz Roja, duele en el trapo de limpiar el polvo y en el polvo y en los aguaceros, duele en lo que no pudo ser, y en los cascos urbanos y en los de guayaba, duele en las filas para todo y en las ventanillas donde nunca hay respuesta, y en el odio que nos tenemos unos a otros, y en la venta de la cosa pública y en la sonrisa pepsodent, duele en la risa y en el llanto, y en los precios de Bolsa y en el dólar que está por las nubes y en las nubes y en los socavones, duele en las cartas que no llegan y en las que llegan, duele en los índices de precios al consumidor y en los diccionarios, duele en las selvas del fin del mundo y en las urbanas y en el río Magdalena, duele en los criminales y en sus crímenes y en los zoológicos, duele en la letra A y también en la Z, duele en los u’was y en los sindicatos, duele en los asesinatos y en los avisos de muerte y en los muertos que están vivos y en los vivos que están demasiado muertos, duele en que duela en su dolor y duela en la muela y duela, duele en el número uno y en el número trece y en el infinito, duele en las victorias morales y en las pírricas y en las sectas secretas, duele en la religión mal entendida y también en la bien entendida, duele en la Virgen María y en la que arranca sus cabellos en agonía, y de su amor viuda los cuelga de un ciprés, duele en el déficit y duele en el superávit, y duele en los toros de lidia (duele Lidia), duele en el marco de referencia y en la curva de crecimiento, duele el país en la toronja y en la piña y en las papas fritas y no fritas, duele en su mediocridad, en su intensidad, en su dolor, en su inteligencia ,duele en el corto vuelo que lo distingue y en lo avión que es cuando le provoca, duele en los cementerios y en las clínicas de parturientas y en las avenidas, duele en el escudo y en el signo $, duele aquí en el fondo y allá en la mirada, duele en su comportamiento y en sus falsas maneras, duele en el carbón y en el diamante, en .com y en .g y en g., duele, en fin, en el ritmo de vida y en el de soledad y tristeza. Duele el país, el nuestro, aquí, el de todos los días.