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TANGUEROS
REDACCIÓN
Daniel Antoniotti
José María Kokubu
Luciano Maia
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar
nº 15 - 2020
1
ÍNDICE
Presentación p. 3
Minucias tangueras p. 25
2
PRESENTACIÓN
R.L.
3
EL TANGO Y LA CUESTIÓN SOCIAL
WASHINGTON BADO
Acquaforte
(Música de Horacio Pettorossi y letra de Juan Carlos Marambio Catán)
Es medianoche,
el cabaret despierta,
muchas mujeres, risas y champán.
Está por comenzar la triste fiesta
de los que viven al ritmo del gotán.
Cuarenta años de vida me encadenan,
blanca la testa, viejo el corazón.
Hoy puedo contemplar con mucha pena
lo que hasta ayer miré con ilusión.
Y pienso en la vida,
las madres que sufren,
los hijos que vagan
sin techo y sin pan….
vendiendo La Prensa,
ganando dos guitas…
¡Qué triste es todo esto,
quisiera llorar!
4
Margot
(Música de Carlos Gardel y José Ricardo y letra de Celedonio Flores)
Desde lejos se te embroca, pelandruna abacanada,
que has nacido en la miseria de un convento de arrabal:
hay un algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de mirar, de estar parada
o tu cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.
Ese cuerpo que hoy se mece en los compases tentadores
del canyengue de algún tango, en los brazos del algún gil,
mientras triunfan tu silueta y tus trajes de colores,
entre risas y piropos de muchachos seguidores,
entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.
Son mentiras, no fue un guapo haragán ni prepotente
ni un cafisho de averías el que el vicio te largó;
vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente,
berretines de bacana que tenías en la mente,
desde el día en que un magnate de yuguito te afiló.
Hoy la vas de gran princesa del brazo de los otarios
a un lujoso reservado del “Petit” o del “Julien.”
Y tu vieja, ¡pobre vieja!, lava toda la semana
pa’ poder parar la olla con pobreza franciscana
en un triste conventillo alumbrado a querosén.
Yo me acuerdo, no tenías ni camisa que ponerte;
hoy usás ajuar de seda, con rositas rococó.
¡Me revienta tu presencia! ¡Pagaría por no verte!
Si hasta has cambiado de nombre, como has cambiado de suerte…
Ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot.
Pan
(Música de Eduardo Pereira y letra de Celedonio Flores)
Él sabe que tiene para largo rato…
La sentencia, en fija, lo va a hacer sonar,
así –entre cabrero, sumiso y amargo–
la luz de la aurora lo va a saludar.
Quisiera que alguno pudiera a escucharlo
con esa elocuencia que las penas dan
y ver si es humano querer condenarlo
por haber robado… ¡un cacho de pan!
Sus pibes no lloran por llorar
ni piden masitas,
ni chiches ni dulces… ¡Señor!
Sus pibes se mueren de frío
y lloran hambrientos de pan.
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La abuela se queja de dolor,
doliente reproche que ofende su hombría.
También su mujer,
escuálida y flaca, con una mirada
toda la tragedia le ha dado a entender.
¿Trabajar?... ¿En dónde? Extender la mano
pidiendo al que pasa limosna. ¿Por qué?
Recibir la afrenta de un ¡perdone… hermano!
¡Él!, que es fuerte y tiene altivez…
Se durmieron todos.
Cachó la barreta resuelto a robar…
¡Un vidrio…unos gritos! ¡Auxilio! ¡Carreras!
Un hombre que llora… y un cacho de pan.
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Ese nutriente de injusticia social, tan importante en la música y la
literatura gauchescas, pasa por las desventuras de Martín Fierro y Juan
Moreira, para llegar al Viejo Pancho y ya modernamente a Atahualpa
Yupanqui. “Pa’ él es el duro recao / el Remington y la lanza…/” –dirá el
primero; “las penas son de nosotros / las vaquitas son ajenas…” dirá el
segundo, para referirse al paisano arrastrado a la guerra ajena o al
explotado de la estancia cimarrona.
A pesar de ese aporte que la gente de campo venida a la ciudad
hizo al tango, sobre todo con la milonga, la explicación de que aquel no
siguiera mayormente ese camino hay que encontrarla, sobre todo, en la
llegada masiva de los inmigrantes al Río de la Plata y sobre todo de los
italianos, que fueron los que más influyeron en el género musical que se
desarrolló en el siglo XX. Esa influencia se dejó sentir en el hablar
popular corriente que todavía practicamos y en el lunfardo. La tristeza de
las canciones de la tierra nativa, con sus soledades inmensas, se mezcló
con la nostalgia de la tierra lejana, la morriña de los gallegos con la
solitudine y el pianto de los italianos. Pero había una cosa fundamental
que los inmigrantes traían a estas tierras y era la esperanza de hacer “la
América”, si no para ellos, por lo menos para sus hijos. La esperanza de
la tierra de promisión podía postergar las zozobras de la travesía, la
miseria del mundo orillero que inevitablemente los recibiría, con el
hacinamiento de los conventillos, la rudeza del trabajo en los talleres, los
salarios de hambre. Pero muchos de ellos casi analfabetos veían en el
hijo que podía ir a la escuela, la esperanza del “m’hijo el dotor”, que tan
bien pintó Florencio Sánchez.
Julio Mafud, en su Psicología de la viveza criolla” (Buenos
Aires, Américalee, 1962) describe con crudeza esa esperanza, en la
desconfianza del gallego que llega a tener su propio almacén después de
haber restregado los pisos de otros o en la del “tano”, que se hace de su
propia lancha, después de cargar cajones en los muelles. No quieren que
sus hijas se fijen en los compadritos orilleros, de gacho y pañuelo, que –
como un residuo de la mala vida que también se instala en el arrabal– no
tienen otro escape que bailar entre ellos en los patios –eso que llaman
tango– o que pierden el tiempo en el boliche, porque hay otros que
trabajan para darles de comer. Y ese desprecio también marcó cierto
contenido de rencor y rebeldía en los tangos.
De todos modos sus letras apuntaron mayormente a otras
tristezas, ligadas a la soledad existencial, al fracaso y el machismo
malentendido, a las madres angustiadas, a la prostitución, a la
compadrada de navaja y puñal, en las pensiones y los conventillos, para
terminar bajo las luces y miserias del cabaret, como un “crescendo” de
las que se originaban en las sombrías calles del bajo fondo.
7
Y tal vez por eso no hubo propiamente un tango-protesta, como
ocurrió con el folclore y el canto popular. O, mejor dicho, quizás todos
los tangos –aunque con excepciones– contienen una forma de protesta.
Simplemente, como lo dijera Celedonio Flores, “el tango es triste como
toda la música de nuestra tierra”. Y quizás también lo seamos nosotros, a
veces sin darnos cuenta.
*****
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Luego de muchas gestiones, el tango fue registrado con su letra
en español, pero bajo la declaración –impuesta como requisito
indispensable– de que era un “tango argentino”. Eso porque que los
italianos consideraban que la escena que describía no podía darse en su
país, donde el dictador (que seguramente se había olvidado de las orgias
del imperio romano que quería reconstruir) les aseguraba a sus
compatriotas que vivían en el mejor de los mundos.
El tema en italiano fue estrenado por el cantante Gino Franzi,
tuvo éxito y fue traducido también al francés. Más tarde, ya en la
Argentina, fue grabado en 1932 por Agustín Magaldi y al año siguiente
por Gardel, ambos con acompañamiento de guitarras. En forma orquestal
fue grabado posteriormente por Osvaldo Pugliese y también por Horacio
Salgán.
Como si se levantara un telón imaginario, la letra nos introduce al
comienzo en la medianoche del cabaret, que Marambio describe
acertadamente como “la eterna y triste fiesta”, ya que se ha repetido a
través de la historia, con los amores vendidos y la embriaguez de los
tragos, de quienes quieren olvidar penas y hastíos. Marambio tenía
treinta y seis años de edad, pero ya se sentía “viejo” y podía contemplar
apesadumbrado la escena que antes viera con la ilusión equívoca de la
juventud. El propio letrista lo confesó en la ya mencionada declaración,
dentro del contexto de una época en que la expectativa de vida
promediaba los cincuenta. Por eso sufre la experiencia del sensus finis,
como los sabios romanos describían esa angustia, que Unamuno
encararía más tarde con profundidad en su obra, precisamente titulada
“Del sentimiento trágico de la vida”, donde se desarrolla la “trágica
batalla del hombre por salvarse”. Nos sustentamos –decía– en nuestra
conciencia “existiéndonos” (Miguel de Unamuno. “Del sentimiento
trágico de la vida”. Barcelona, Altaya, 1993, pp. 30 y 164).
Pocas cosas deben ser más detestables que ver a un “viejo verde”
gastar su dinero para saciar su impudicia, emborrachando a una joven
que se prostituye. Por eso esta es la escena clave que destella en el tango
y algunos la atribuyen, erróneamente a mi juicio, al abuso del
capitalismo. Que le negara el aumento a un pobre obrero, no hace al
fondo del asunto. Podía haber cometido cualquier otra canallada. Lo que
importa es la degradación moral, que responde al abuso de poder
(incluso el físico) por un personaje execrable.
En otra estrofa, la violetera –agotado vestigio de la reina de
Monmartre– es el símbolo de la ilusión de la vida, que subsiste en un
ramo de flores que ofrece con una sonrisa, en aquel cuadro de desgracias
humanas, donde sobresalen “las madres que sufren y los hijos que vagan
sin techo y sin pan”. Por eso es que a veces vale la pena llorar por tantas
injusticias que también tiene la vida, como lo hace el letrista, ya en el
final del tango.
9
*****
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Por diferentes caminos los protagonistas se han encontrado en la
“eterna y triste fiesta” de la medianoche del cabaret. La diferencia está
en que en el caso de Margot el amor abandonado sólo ha dejado rechazo:
*****
Con esa mirada seguramente escribió la letra del tango Pan, que,
siendo posterior, sigue una línea argumental y formal muy diferente a
Margot, pero conserva su vivencia profundamente humana. Celedonio
encuentra, en el último cuadro de la degradación de los humildes, la
reflexión del preso que se rebela contra la justicia que debe condenarlo,
por haber roto una vidriera y robar un pedazo de pan para alimentar a
su familia. La descripción de ese cuadro desgarrador que precede a su
protesta, es la atenuante del delito menor que ha cometido y la
explicación de la rebeldía que, ante la falta de trabajo, no se conforma
con la humillación de la limosna.
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Pero la sociedad no lo va a entender así. Esta terrible situación
inevitablemente lleva a recordar la tragedia de Jean Valjean, por haber
cometido el mismo delito, en Los miserables de Víctor Hugo. Jean
Valjean se preguntaba:
“Si era el único que había obrado mal en tal historia. Si no era
una cosa grave que él, trabajador, careciese de trabajo y que él,
laborioso, careciese de pan. Si el castigo no había sido feroz y
extremado, después de cometida y confesada la falta. Si no había más
abuso por parte de la ley en la pena, que por parte del culpable en la
culpa.” (Víctor Hugo. Los miserables. Barcelona, Vergara, 1964, p. 92)
WASHINGTON BADO
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EL CUARTO CANTO
DEL MARTÍN FIERRO… EN LATÍN
MARTINUS FERREUS
I PARS
4
Et prosequar relationem,
etsi longa est relatu: 620
quicumque vult, mentem vertat
quomodo egerim matrerum,
postquam corium meum servavi
in tam terribili agone.
13
Neque erat mihi camisia
neque erat similis vestis
sed solum ad flammam faciendam
laciniae mihi serviebant… 640
nihil enim castrulo peius,
ut viri mala patiantur.
14
Nec sinebant nos exire
nec solatium nobis dabant,
nisi primo mane, Indi 675
cum aberant, pilitare
foris in campo laedentes
crura miserrima equorum.
15
Magna cura nos notabat
computis numerosioribus 710
quam grana subsunt Rosario;
nuntiatur autem salarium
venturum sed vulpes quaedam
cepit nostrum decurionem.
pignora recuperarunt
alii, quae pigneraverant;
ob multa debita antiqua
pecuniam solverunt alii;
sed universa cauponi 725
pede dextro profuerunt.
16
“Neque cras neque ad kalendas 745
Graecas,” mihi responsum dedit.
“Iam pecunia est finita,
homuncio auriculis asini.”
Subrisi paululum; “assem
unum”, dixi, “non recepi.” 750
17
Et omnia erant confusio
et omnia, calcata charta;
omnia percepi praetexta
facta esse ad me fallendum…
Set ad palum restitissem, 785
si vocassem centurionem.
18
JUAN D’ARIENZO
a 44 años de su viaje al más allá
Compartieron su pasión
muchos músicos notables
y cantores admirables
que honraron su agrupación.
Esta vieja comunión
continúa en franco ascenso
y desde el fervor inmenso
que le profesa su grey,
el milonguero de ley
vibra al compás de D’Arienzo.
MARIO ROJMAN1
1
Es presencia habitual de este cuadernillo la de Mario Rojman, El Payador Urbano.
Siempre recomendamos a los lectores visitar su sitio y gozar de la lectura de su noble
arte improvisador (https://payadorurbano.wordpress.com/). [R.L.]
19
CALLE DE TANGO EN MADRID
ANTONIO PORTONES
Farol,
las cosas que ahora se ven...
Farol,
ya no es lo mismo que ayer...
La sombra
hoy se escapa a tu mirada,
y me deja más tristona
la mitad de mi cortada.
20
Pero me falta una perlita. En la breve extensión de esta arteria
hay en efecto tres o cuatro librerías de viejo. Y en vidriera de una de
ellas, un libro “bien tanguero.” Me refiero a Manon Lescaut del Abate
Prévost, que muy pocos (uno de ellos, este servidor) han leído.
ANTONIO PORTONES
21
LA MALA
SERGIO SOLOGUREN
22
EL VIRUS CHINO
Yo lo quisiera enfrentar
Como hacemos los paisano
Frente a frente mano a mano
Y poderlo exterminar.
De este modo va acabar
Esta pandemia atroz
Que ataca en forma feroz
Niños, jóvenes y ancianos.
Y hoy estamos los cristianos
Pidiendo clemencia a Dios.
23
Así lo voy a enfrentar
Y la muerte le via dar
A lo gaucho al muy ladino.
1
Destacado criollista y poeta argentino actual. Tomé de la Red la imagen. [R.L.]
24
MINUCIAS TANGUERAS
25
Un telefón muy visible
Nuestro barrio céntrico siempre nos sorprende con curiosidades.
Esta vez, con Un Loco Bar, en Tucumán 960, ahicito nomás de
Corrientes y Esmeralda, la esquina del inglés. Parece tener ricos
desayunos y meriendas (quizá también almuerzos). Además está en un
viejo edificio de departamentos, para quienes gustan de la nostalgia.
Pero lo que llama la atención es que en la pared de entrada tenemos este
vetusto “morocho”, con bella caja de madera. No es como el que usaba
Eliot Ness en Los Intocables pero, a falta de pan…
26
Campoamor y Cadícamo (y Charlo)
“Todo galán, desde que ve ese talle, / es parte de una esquina de
tu calle.” Así dice una de las Humoradas de Ramón de Campoamor.
Pues bien, Enrique Cadícamo (con música de Charlo) experimentó
sentimiento parecido en su Rondando tu esquina: “¿Qué me has dado,
vida mía, / que ando triste noche y día? / Rondando siempre tu esquina, /
mirando siempre tu casa.” No quiero volver sobre otras cosas que escribí
pero, a su modo, Don Ramón era un tanguero de ley. [A.P.]
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