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Prólogo

Acabada esta novela, que no tendrá título ni editor, tendré que


pegarme un tiro en la sien. Pero falta mucho para eso. Soy el
Escritor Principiante, mucho gusto, su guía en las páginas
estremecedoras de sexo, violencia, zoofilia y pedofilia que usted no
tendrá el placer de leer debido a los altos estándares morales de la
Casa. En su lugar le ofreceremos una novela que no quiere ser
convencional, pero probablemente lo sea; una trama compleja, difícil
de memorizar y tal vez olvidable, pero no olvide que la está leyendo
gratis; escenas un poco más dulces que las del cine gore y no tan
obvias como las películas de Enrique Carreras; una galería de
personajes definidos y vitalísimos, como en 3D, pero con psicología
decimonónica, de daguerrotipo; un estilo vibrante y comprador,
como una bailarina de tango de piernas perfectas y mirada
incitadora; soy el Turco Asís disfrazado y esta es mi entrada de
regreso al mundo literario nacional, ¡respétenme otra vez!; palabras
nuevas, pulposas, sabrosas como damascos bien maduros, que la
golosa lectora sabrá paladear antes de escupir -pero escupir es una
palabra tan vulgar...-, digo, mejor, posar con la lengua sobre la
palma de la mano el carozo antes de tragar, en un fácil movimiento
de la glotis, la carga de significado que hará estallar su estómago:
que limpie las paredes la sierva; opiniones, nociones, divagues y
teorías como no podrá encontrar en ninguna mesa de Cúspide y tal
vez tampoco en Prometeo, por la sencilla razón de que ningún editor
con olfato aceptaría su chocante olor a la vez anacrónico, primitivo y
aún no probado, tanto en el sentido argumentativo como gustativo
de la ppp-paa-laaa-brrrraaaa, perdón; debo confesar que estoy
dictando estas líneas debido a que no tengo manos, lo cual es un
inconveniente menor comparado con las llagas que asuelan mi
lengua y el interior de mis mejillas y que me dificultan, otra vez
perdón, la pronunciación; Genoveva, la única a la que amo, tiene un
oído de murciélago y discrimina a la perfección entre el estruendo
de vocales y el alud de consonantes impropias las sagradas,
antiguas palabras que ahora usted, Lector, está, realmente lo
espero, exactamente leyendo. Soy sólo un vendedor, como lo son o
lo terminarán siendo todos mis colegas; mi continuidad depende de
que usted compre. Compre lo que es gratos, lo cual es todo el
misterio de la Economía. Me entrego desde ya a su tolerancia, si no
a su comprensión. Hasta mañana.
***
La estúpida Genoveva, perra sarnosa que ya tendré el alivio de
azotar y de escuchar sus frígidos lamentos, de ver su piel levantarse
en láminas de carne y sangre, de recibir sus súplicas y sus
promesas de corrección que no aflojarán mi mano, ha escrito en la
entrada anterior "gratos" en lugar de "gratis". ¡Todos los que son
gratis no son gratos, boluda! De todas maneras, la equivocación me
sirve para mostrar lo que es mi mayor virtud como narrador: la
honestidad. Usted recibirá aquello por lo que paga, y si no paga,
recibirá lo que sigue. Ahora sí: hasta mañana.
***
¿Cómo puede un manco doble usar las manos?
Con la fuerza de la imaginación.
***
Una visión en la televisión
Un licenciado en Filosofía y ex pretendiente a dandy escuela
Caparrós, Lisandro Montes Arévalo, residente del barrio de
Versalles y temporariamente desocupado (está entre dos becas),
decide darle un descanso a su macizo cerebro y alienarse frente al
aparato maléfico con una lata de atún, queso fresco, pan y vino
tinto. Su dedo déspota se pasea por canales de películas,
impaciente por la profusión del decadente Hollywood de las últimas
décadas, y de series, formato que aborrece. Desprecia por principio
el canal oficial y finalmente ancla en el canal defensor de la libertad
de expresión, repito, Libertad-de- Expresión. Dos conductores con
traje y ojeras de sepultureros de ilustración de novela de Mark Twain
son minúsuculas figuras en el paisaje de un inmenso estudio con no
menos de tres grandes mesas en herradura y una escenografía
abstracta y colorinche. Ahora se alejan de una de las mesas hacia la
derecha , donde está sentada y va a ser entrevistada, anuncian,
Eliana Parió, veterana diputada y azote de Dios. Después de unos
forzados comentarios humorísticos sobre los horribles trajes de los
conductores-sepultureros, la vocación astrológica de la diputada,
que es redonda, es puesta a prueba con la pregunta de cómo ve el
año que viene.
Desastres, rayos y centellas, apunta cavernosa la
esferolegisladora. Pero basta ver lo que pasa este año, las
amenazas a las instituciones que por otra parte son una mierda, yo
sólo confío en una jueza hasta que me demuestre que también es
una chorra hija de mil putas. Pero qué querés con esta banda de
idólatras adoradores del Diablo, con estos fascistas-estalinistas-
castristas-neonazis, esta no es Eva Braun porque tiene feas piernas.
Miren, yo tengo autoridad moral. Eso es lo que pasa. Lo que a mí
me sobra, a otros les falta. Puedo prestar, pero con un interés
razonable, no a las ridículas tasas que la política argentina,
decadente como nunca, me ofrece. ¿Qué van a hacer con la
inflación? ¿Qué van a hacer con la cosecha de sorgo que se
arruinó? ¿Quién atiende a los mercados de ultramar? ¿Quién frena
el materialismo del consumidor nativo? Yo lo que veo es que los
problemas se acumulan y no hay indicios de un plan a largo plazo,
falta voluntad política y sobre todo, señores, falta decencia.
Decencia. A mí me sobra, no hablo por mí, me quedé sola pero ya,
la victoria es peor que la derrota. Cristo tiene una espada, no es sólo
amor, eh (guiña el ojo). Los que se arrepientan aún están a tiempo,
¡pero que no demoren, porque la hora y el día están fijados desde el
principio de los tiempos y hace cinco años que vengo avisando! Este
país no es una sociedad, esta sociedad no tiene moral, esta moral
no es la de Hanna Arendt. ¿Para qué hablo? ¿Quién me escucha?
1%, señores. No me da vergüenza decirlo, porque los equivocados
son los otros y el año que viene lo demostrará. El pueblo argentino
tiene que salir a la calle con la Constitución en una mano y la espiga
de trigo en la otra. Nos subimos a un carro alegórico y
bombardeamos con cereal la Casa Rosada. De noche con esa luz
parece un boliche de Miami, yo no conozco pero me contaron. ¡Los
pecadores serán tragados por un abismo de fuego y hielo! Yo aviso,
aviso, pero no me tomen por tonta...Yo sé, yo sé que cada uno está
con su negocito, su minita, su noviecito, y no piensa en el país, en la
sociedad que ya no da más de tanta injusticia y corrupción. Lo digo
de frente y sin vueltas, a mí no se me paspa la lengua por dar
nombres: Juan Duarte maneja la plata de Odessa. Y ustedes lo
saben perfectamente, pero no lo dicen. A mí no me cuesta nada y lo
derrocho a manos llenas, me sobra decencia, castidad, autoridad
moral. Si usted quiere le presto, pero tonta no, ¿eh? A ver qué van a
hacer cuando se acabe la plata de los casinos, de la droga, de la
trata....Pero yo quiero llevar un mensaje a cada hogar: no se
desesperen. No va a pasar nada. Salgan que no va a pasar nada.
No hay que tener miedo, hay que tener cuidado. Otra cosa les
digo...

Lo raro es que a medida que hablaba su voz enronquecía y a


Lisandro le pareció que un fulgor verdoso despedían su ojos,
marrones como los de Bambi. Los periodistas se removían en las
sillas giratorias, se aflojaban la corbata, pasaban el canto de la
mano por las brillosas frentes. La voz grave, sepulcral, ahora
hablaba de las aberraciones por venir, pero ya el incendio del
decorado era inocultable y los enterradores huían de un tropel de
centauros pifiantes que pisoteaban las alfombras y las mesas,
mientras la global eurodiputada seguía hablando, inconmovible,
fanatizada, y la verdad del juicio final, a través de la garganta de
Belcebú, se hacía patente para Lisandro, que no podía dejar de
eructar por la mala calidad del paté.
***
Pregunta sincera
¿Cómo se convierte el atún en paté? Respuesta de Genoveva:
por la magia del arte.
***
El tema del trasmundo
Afortunadamente, el tropel de diablos con disfraces
grecorromanos fue prontamente puesto en vereda por el G.E.O.F. y
no hubo que lamentar más que un leve aumento en la estadística
diaria de violaciones y unas cuantas casillas quemadas en Retiro,
pero son esos negros que no cuidan nada. Con lo cual Genoveva y
yo, con este calor, quedamos enfrentados a la meta-obstáculo de un
nuevo capítulo, con este calor que no ceja. Así que ella, en
bombacha y corpiño, el sudor goteando de su frente, haciendo una
corta escala en su nariz prominente y cayendo al final sordamente
en el muslo cruzado sobre el otro, roja, recaliente, teclea y teclea
como son las reglas de la Casa: no hay ni puede ni debe haber
interrupción. La interrupción mata. Genoveva y yo queremos vivir
por siempre; personalmente, yo quiero escribir por siempre y estar
siempre en el principio. De ese tecleo constante, de mi voz gangosa
y oscura, se van desprendiendo estas letras, que nos llevan al:
Tema del Trasmundo.
Es la demostración, dice Estela, novia de Lisandro. Todos los
vieron. Eran de verdad, surgieron de golpe, son el pelotón de
avanzada, están por llegar los días finales.
Es como ese cuento de Dick, apoltronado en el sofá con una
cerveza Lisandro la refuta. El agua corriente está llena de
alucinógenos y todos vemos cosas que no son reales. Creemos en
el G.E.O.F.. No hay otro mundo y si lo hay no puede irrumpir en éste
o está irrumpiendo desde el principio en aspectos que ni siquiera
notamos, por debajo o por encima de nuestra percepción. Cfr. Kant
vs. Swedenborg. En serio, mi amor, no te des máquina con esas
boludeces.
Pero Estela no puede parar de creer porque quiere creer. Desde que
su padres murieron con seis meses de diferencia, cada minuto
pesado que pasa en su aburridísimo trabajo en un Ministerio lo pasa
pensando en el reencuentro. Sencillamente no concibe que todo lo
que fueron sus viejos se haya simplemente disipado. Al principio
pensaba en comunicarles recriminaciones y ajustar las cuentas,
pero pronto abandonó esa obsesión y se dejó ganar por otra: su
presencia visible, palpable, en cada momento de su vida. Todavía
no alucina, pero pronto lo hará. Incluso cuando está con su novio,
ese horrible cínico, se concentra en captar la presencia de ellos, tan
querida. Estela es carne de neuroléptico. Ya llegaremos a ese
momento. Ahora, Lisandro empieza a rascarle el pelo en la nuca,
ella empieza a hacer mohínes, la televisión transmite un documental
de conejos, Buenos Aires está en paz.
***
Fantasías de una señorita informal
¡La dulce aspereza, la áspera dulzura del empleo público!
Diferenciar siempre entre "empleo público" y "cargo público". Este
último conlleva responsabilidad y rosca, sus detentadores se
cuentan en los estratos superiores del Estado y están en carrera. El
empleo, en cambio, es para los militantes rasos, los amigos de
amigos y parientes y también, por qué no, para gente con profesión
u oficio acorde a la función. Estela, cristinista escéptica, ve pasar las
tardes desde un mostrador en la entrada de una repartición
cualquiera, llamémosla Ministerio de las Buenas Ondas. Con la
habilidad de un mono toma identificaciones y entrega credenciales
numeradas y viceversa. Hay momentos en que no pasa nada, nadie
entra, y entonces, en su cubículo, su mente vuela. Vuela a ras del
suelo: piensa en un empleado que labora exactamente en el piso
superior. Se llama Pablo. Es rubio. Es un militante ferviente. Estela,
ya lo adelantamos, precisa pasión en este momento de su vida.
Detrás de los bucles dorados, de la mirada frontal e inocente, ¿está
el Gran Reproductor o su versión light, el Amante Irrepetible?
Ultimamente se ha vuelto todo muy mecánico, como en anteriores
relaciones. En realidad, no sabe qué la lleva a los intelectuales que
hacen del desapego irónico su mascarón de proa. Ella es una
especialista en descascarar esa máscara y en llegar al foso de
víboras de convencionalismo pequeñoburgués que oculta. El caso
de Lisandro es un poco diferente: no hay nada que encontrar tras la
careta. Pero la novedad, si ya no se ha agotado, sí empieza a
hacerlo, empiezan a picar los ojos detrás de desconocidos y
alternativas y cuando recién ingresó Pablo la miró y a partir de
entonces es tema predilecto de sus pensamientos.
¿Se acuesta con su jefa? Mil veces los ha visto salir juntos, riendo y
charlando. Esa cuarentona teñida de rojo fuego -si bien, cabe
reconocer, algo más espigada que Estela-, esa mujer doblemente
divorciada y ¡sin hijo!, profesional competente según dicen, pero aun
así, ¿puede ser una rival? ¿Qué cuenta Estela a su favor? Un par
de chistes, unas miradas más prolongadas de lo necesario...Es poco
y adolescente, pero igual, ¿en qué va a pensar frente a la puerta
doble donde personal de vigilancia, las manos a la espalda, practica
vaciar su conciencia en condiciones poco monásticas? El empleo
público lleva al Zen. Del fondo del aburrimiento nace la paz, y la paz
engendra la nada. En la nada se flota ingrávida, hasta que termina
el horario y una se reintegra al microcentro sudoroso y salvaje,
rogando por que los subtes anden. ¿El amor es pasión, es sexo o es
mutuo acostumbramiento? A los veintiocho años, ¿qué le cabe
esperar? Sus primas ya tienen varios hijos, no son herejes del credo
barrial y parecen normales y felices, o normalmente felices, lo que
es más que su estado habitual, lleno de nostalgia por lo ido y anhelo
por lo por venir. ¿Consultar a un psicólogo, a un sexólogo, decirle a
Lisandro que es un imbécil, a Pablo que lo quiere? ¿Por qué la nada
no quiere abrazarla y tragarla, el amante pitón que viene en lugar
del príncipe azul, pero que también cobija y guarda? Leticia, se
llama la jefa, qué nombre de vampiresa en decadencia.
Es importante para mí, como escritor principiante, que entiendan
que todo es un ejercicio y al mismo tiempo la cruda realidad. Vivo en
el mismo plano que mis personajes, no sé nada de ellos que ellos
no sepan -miento: de algunos sé más-, y estoy casi seguro de que
más de uno sospecha mi existencia. Tengo poder, limitado o
autolimitado, como todo poder democrático. Ignoro en este preciso
instante hacia dónde se inclinará la vida sentimental de Estela,
Pablo, Lisandro y Leticia. Espero con ansiedad el día de mañana,
que como todo amanecer traerá sus nuevas. Que duerman sin
frazada.
***
Los propietarios y los desposeídos
Lisandro piensa en ellos. Él no va a ningún lado, ni a favor ni en
contra, pero es simpatizante y mira, sobre todo televisión, y
escucha. Están por todas partes. Pero el verbo está mal: no es que
estén en el mundo, es que son el mundo: los que tienen algo y
quieren protegerlo o acrecentarlo. Parece fácil, desde una
sensibilidad media progre, denostarlos y ponerse a favor de un
Estado que distribuye para los otros, para el negativo, los
desposeídos. Pero hay un costado débil en esa posición: la toman
los propietarios sensibles que no se sienten amenazados, no en
primer lugar los desposeídos, que siguen reclamándole al mismo
Estado que los tiene como su base mejores niveles de ingreso. El
hombre es un propietario natural y la pobreza no estimula virtudes
morales. Ahora, mientras ve una toma aérea de la 9 de julio, le
vienen a la mente dos anécdotas. La primera se remonta al conflicto
de la 125. Una militante kirchnerista, en las cercanías de una
importante estación de tren, intenta que una morocha fornida tome
su volante. La morocha se niega y afirma orgullosa que está con el
campo. ¿Por qué? Porque a ella tampoco le gusta que le metan la
mano en el bolsillo. Y desprecia la pregunta alelada de la militante:
Pero, señora, ¿usted qué tiene en el bolsillo? La pregunta parece de
sentido común, pero es irrespetuosa y necia. No se trata de la
posesión concreta, sino del tener, del tener como estructurador de
una identidad y un lugar en el mundo. El capitalismo ya ganó: se es
porque se tiene, y el no tener agudiza los síntomas de esa victoria
ideológica del Capital. Cierto poeta oficialista, muy lúcido, lo expresó
así: "Si te escandaliza lo que escuchás en Callao y Santa Fe, andá
a Cobo y Curapaligüe y después contame". Esta línea de
razonamiento, razona Lisandro, escuchando a Sanz, abonaría el
proyecto Scioli-Macri-Massa: un peronismo gerencial que encontrara
una fórmula macroeconómica que contentara por igual a
poseedores y desposeídos. Sabemos que eso tiene patas cortas, el
pato de la boda en esos casos es el mismo Estado y cuando ya no
puede sostener la fiesta los desposeídos y los medianos
propietarios se hunden bastante más para que los grandes
propietarios sigan ocupando su lugar. Pero dentro del mundo
sensible, para abreviar, de la derecha peronista gerencial, hay otra
línea que expresa otro modo del tener, y a esto viene la segunda
anécdota. Está en contacto con un vecino de la zona oeste de
familia policial, de clase media , propietario de un chalet y un coche
no muy viejo, que vive crispadamente su condición fronteriza con el
mundo de los pobres. Es más, está obsesionado con eso, no deja
de hablar de la pereza, fealdad, suciedad, falta de educación e
infrahumanidad de los pobres. Dice, con una sonrisa, como si lo
dijera en chiste: son piojos, hay que aplastarlos a todos. ¿Qué es
más barato para un gobierno peronista de derecha: pergeñar un
plan económico milagroso o simplemente utilizar las nutridas fuerzas
de seguridad en la represión de la protesta de los pobres que no
acepten morir de hambre? Lo cual, según la regla que reza que el
que reprime pierde -De la Rúa, Duhalde- haría que el corazón
sensible de muchos poseedores se volcara en contra de semejante
extremo. ¿Entonces? ¿Se ha llegado a una impasse sociopolítica,
donde nadie tiene el derecho a gobernar con legitimidad? Cristina,
piensa Lisandro, una vez enamoró; tiene que volver a enamorar.
Después del 2001, el tembladeral argentino requiere de esfuerzos
de inventiva política siempre renovados para dejarse conducir. No
se puede ceder, pero hay que escuchar y pensar. Por frases como
ésa se cree un Churchill.
***
Madrugada del 9
Una cabalgata lenta, al punto que casi no se avanza, pero se
siente al enorme animal viviente en los ijares, y nada se ve, tal es la
polvareda, pero sí se escuchan, a distancias variables, gritos,
interjecciones, puteadas, una sensación de gran bestia moviéndose.
¿Y qué hay arriba, el sol o la luna? ¿Amanece o atardece? La
calidad de la luz no permite una precisa ubicación en el día.
Contaminado, enfermo, el aire es pesado y aprieta los pulmones. Es
casi como agua, un agua barrosa que arrastra pequeños seres vivos
en la viscosidad de lo postrero, porque siempre se atraviesa el
campo un día después de la inundación, por eso los libros se
subieron todos al estante más alto, Sarmiento amenaza desde una
loma, la cinta asfáltica corre entre lomas, hace un frío polar, los
dientes castañeteantes casi amputan el pulgar en la boca, qué pasa
con ese feto en la charca moteada de briznas verdes, de quién es,
quién lo tiró, castigo a los culpables, y entonces en la marcha que
choca contra la pared de cruces el esplendor de la vociferación:
¡saquen sus rosarios! Y de vuelta en el páramo helado una fila de
camiones ronronea densamente, en cada acoplado una efigie de
Hugo, marchan hacia la capital, marchan, marchan como los
caballos que ahora acelerados en la barahúnda pisotean los
parques tan bien cuidados, las lápidas, los muros conmemorativos
se caen a pedazos, un jinete al despertar tiene gusto a ladrillo en la
boca.
***
El tiempo es un amigo fiel
Que conserva el pasado y opina que el futuro no será distinto. En
realidad, no hay anécdotas, no hay nada que contar. Las cosas se
niegan a cuajar en estructuras con principio, medio y fin. El meollo
se oculta, aprendemos a esconder gracias a nuestra intuición de
que la verdad es escandalosa y bastante desagradable. Así la
cubrimos de tierra o paños y nos refocilamos imaginándola, ahí,
igual que la última vez, sólo que la imaginación nos la presenta
siempre con algún detalle nuevo.Llega un punto en que, percibir, lo
que se dice percibir, no percibimos nada: existe nada más que lo
proyectado en la pantalla mental. Comulgando en ese acto se
encuentran y se separan creyentes, místicos, filósofos y artistas. El
asco de las superficies extensas, exánimes, reventadas. Un chico
encuentra un pozo en el campo y tira ahí a su hermanito, un bebé.
La conciencia de que arriba están las estrellas y nada se puede
hacer con eso. Infantes y adultos embobados ante una diadema de
luces. Nada cuaja en anécdota: esa es la sabiduría del amigo. Ni
trágica, ni épica, ni lírica. Al principio parecía que todos los días eran
iguales -despertar, lavarse, tomar el tren, trabajar, comer, dormir-
pero pronto se dieron cuenta de que cada día era único, que de
hecho morían y renacían cada anochecer y cada mañana. Eso pasó
cuando la memoria se volvió demasiado complicada y estuvieron
listos para abandonar. Poder nacer dos veces es el lujo de los
dioses: ellos nacían a cada rato, los virus, se los sentía vibrar en
una gota de saliva burbujeando entre los labios. Se consideraba a sí
mismo un mero envase y se concentraba únicamente en llevar y
depositar su contenido de la manera más fácil posible. Prefería estar
sentado a parado, acostado y no sentado, quieto en vez de
moverse, silencioso en vez de parlante, tirarse pedos imperceptibles
salvo para su olfato. El amigo fiel adora las existencias cerradas, las
casonas frescas, los patios en que la noche se vuelca como en una
copa. Le gusta el vino de la madrugada, las conversaciones de
palabras ininteligibles o inaudibles, ese estrépito, la humanidad
como jadeo, rugido, bostezo, borborigmo. Es alto, flaco y
conservador en la vestimenta, pero le gusta pasear por Palermo, ver
la floración de tela y las formas abstractas que no cargan ninguna
culpa, que nunca han dicho nada. Sabe que la eternidad está
enamorada de él, pero ese amor depende de no consumarlo, una
vez consumado sería comido y esto, apretado en un átomo de
densidad imposible, ya no sería imaginable, no podríamos
demorarnos en el insomnio en el prolijo conteo de todo lo que se
escapa de nuestros ojos, de todo el día vivido e ignorado o apenas
intuido. Este es el insomnio perfecto, un gimnasta que se inclina
hacia atrás tocando el suelo con la punta de los dedos, arco que se
acaricia con la mirada de un punto a otro y vuelta a empezar, fuerza
que empuja y suelta, ya viene Hypnos con su melena de agua, ya
nos ahogamos.
***
Proyectos acariciados, planes de largo plazo
La madurez puede demorarse, pero siempre llega. No se pueda
parasitar a los organismos internacionales, fundaciones, centros de
estudio, ONGs, por siempre. Hay que hacer algo creativo, algo que
deje una huella en la historia. Lisandro, rascándose la ingle,
fantasea con un libro de ensayos. ¿Será benjaminiano o adorniano?
¿Agambeniano o deleuziano? ¿Profundizará el pozo de la nación o
intentará echar luz en nuestra condición globalizada? Lisandro
quiere hablar de libros argentinos, de ficción, poesía y ensayo, del
siglo XXI. Le parece que el siglo XXI tiene cierta ansiedad por
develarse. Él colige que solo será develado cuando China tome
definitivamente las riendas, pero mientras tanto hay que apostar,
eso es lo entretenido. Un siglo de muchos escritores y pocos
lectores, pero esto es una chicana: todo lo que no pase por las
multinacionales de la edición está condenado a ser minoría. Tal vez
lo que haya que enfocar es ese deseo de, a pesar de saber esta
sencilla verdad, trascender al gran público, incidir en el espíritu de
época, ser entrevistado en televisión. Pero mejor, la sociología del
arte que venga después. Deslicémonos por las timideces y audacias
de tantos contemporáneos y compatriotas. Seamos lo más
sincrónicos posibles. Juzguemos a cada autor por su mejor
momento. No seamos sobradores al pedo. Porque si alguna vez
hubo una oportunidad de hacer literatura al margen de la burguesía,
grande o pequeña, fue ahora. La burguesía perdió en el 2001 su
hegemonía, y antes de que una nueva alianza de clases venga a
reemplazarla y a establecer su pax, hay un momento convulso en
que posiciones corporales inéditas son posibles: de ahí a la lengua
hay un paso. Y entonces no hay más que escuchar y leer y la
literatura se hace sola. Posiblemente empiece a tomar notas en
estos días, a hojear libros, a pensar. Son horas promisorias.
***
Caminata
Estela apura el paso, le gana a la camioneta por un pelo, el
conductor toca la bocina y le grita y ella ríe y bajo el sol espléndido
de un domingo de primavera en Palermo pega un saltito y sube a la
vereda. Correr riesgos mortales en la calle es una costumbre que
tiene desde chica. Era el miedo de su madre, recuerda ahora, algo
melancólica mientras muerde un pellejo en su pulgar, lo que la
empujaba a tirarse del tobogán más alto y pelearse con los varones
y contestarle a la señorita directora. Fue una niña turbulenta y
sarcástica, siempre mirando con cierto sonriente salvajismo por
debajo de las cejas espesas, en las fiestas familiares parada en el
marco de una puerta con las piernas listas para saltar, para saltar
por la ventana de un décimo piso, volar, escuchar como
provenientes de otro mundo los gritos horrorizados que llegan desde
atrás, entregarse finalmente a la succión que no cejó un segundo en
toda la vida. Pero ahora sabe que esos pensamientos son
malsanos, y sabe que no debe demorarse en ellos, y sabe que en
cualquier caso todavía tiene el teléfono de la psicóloga que le
recomendó su prima. Además es domingo, la juventud y los
extranjeros desbordan las veredas de Plaza Cortázar, está bueno
para sentarse en la vereda y tomar un café o mejor una cerveza,
pero no con el estómago vacío, salvo por ese pellejo que viene
masticando hace dos cuadras. ¿Podría uno devorarse a sí mismo
de esa manera poco a poco? Desaparecer de modo tan elegante en
la nada...Un tostado de crudo y queso. Chorreando el queso por los
bordes. El gusto salado del jamón despertando las ansias de tomar
y tomar, hasta hincharse como un globo y subir por el aire...También
estos son pensamientos malsanos. Epa, qué lindo rubio, con ese
gancho en el labio, qué mirada negra y peligrosa, seguramente un
dealer que simula vender remeras diseñadas por él mismo. La plaza
se inflama paulatinamente de colores hacia el crepúsculo, las
palabras en inglés y portugués caen redondas al piso, nadie le
responde a nadie. De repente se siente seria y vacía; no va a
llenarse el estómago con porquerías, va a volver a casa a preparar
unos fideos a la bolognesa, tiene la pasta, el tomate, la cebolla, el
ajo, la carne picada, tiene todo en su casa, comer dos o tres platos y
después si cabe vomitar. Dormir en paz.
***
Extravíos de la percepción
Estela ya está en su casa, ya ha comido, se halla frente al espejo
del dormitorio que la refleja de cuerpo entero, desnuda, y hace un
rato ha creído ver en el azogue una marmota. No una marmota
escurriéndose entre sus piernas, desapareciendo debajo de la
cama, o aunque más no sea volando sobre su cabeza, roedor sea
harrier. Vio a una marmota en lugar de la imagen personal a la que
está habituada. Shockeada, ahora trata de reconstruir el camino que
la llevó a esa alucinación o, para no ser tan crudos, error de
percepción. Había preparado los fideos y los había comido sin nada
en especial en mente, simplemente escuchando temas de Placebo
por el parlante de la compu, y pensó que tenía que comprar un
parlante nuevo, el que tenía no se escuchaba bien. Después...¿Qué
había hecho después? ¿Ir al baño a hacer pis, o lavar los
cacharros? Ahora se da cuenta de que hubo un lapso de pocos
minutos en blanco donde pudo haberse colado la marmota. ¿Por
qué estaba tan distraída últimamente? También en el colectivo,
recapitulando perezosamente la jornada, había olvidado a qué hora
se había levantado de la cama, que todavía, entre paréntesis, está
sin hacer, como testimonio de su progresiva dejadez. A veces sentía
que una fuerza silenciosa y micro la arrastraba lejos del presente,
hacia una zona gris, una tierra baldía donde seres encorvados
dormían en tiendas hechas con ramas y bolsas de arpillera.
Recordaba con nostalgia el 2002, la salida de la adolescencia, la
turbamulta, piquete y cacerola. En ese momento se sentía actual y
liviana, sin noción del tiempo, convencida de la democracia directa y
de la falta de salidas de la crisis, todo al mismo tiempo, lo cual era
muy excitante. Había garchado de parada contra el árbol de un
parque que solía ser recorrido a esa hora de la noche por
minúsculos pero peligrosos forajidos, y no tuvo ni un poco de miedo,
si bien no había acabado. El nombre del chico era Roger, después
de eso simularon no conocerse.Ahora, frente al espejo, se sostiene
las tetas con las palmas de las manos, saca los labios afuera y
murmura una procacidad, pero es todo falso: no sabe qué hizo en
ese lapso y vio su imagen reemplazada por la de una marmota.
Tiene que llamar a Lisandro. Desearía llamar a Pablo, pero Lisandro
está más a mano.
***
Las distancias de la noche
De una negrura perfecta, de una nada que no deja nada que
desear, lo saca a Lisandro el timbre del teléfono de línea, porque
celular no tiene. Palpa con torpeza sobre la mesa de luz hasta
alcanzarlo, pulsa el botón y se lo lleva al oído sin decir nada.
¿Hola?, una voz de mujer ansiosa. ¿Sos vos? Sí, sí, masculla él.
Hijo de puta, dice la voz ahora más baja y rencorosa. Ni siquiera en
la nena pensás. Mostrándote así por la calle con esa, esa, esa puta
de mierda, recontragarchada por todo el barrio, toda acabada. Y yo
y tu nena acá, esperando que nos lleves al zoológico, hijo de puta,
maricón, porque vos no sos un hombre, no tenés nada entre las
piernas, maní, chizito. ¿Y ahora no decís nada? Pero bien que
hablás cuando te encaro, se te ocurren un montón de explicaciones,
millones de promesas, prometés el oro y el moro, y yo estúpida que
siempre te creo, pero esta vez no, no va ser igual, eso te lo juro...
Y mientras la voz seguía desgranando su discurso, Lisandro pensó
en toda la gente sola, despierta o dormida, que daría un medio
aguinaldo por escuchar una voz conocida en esos momentos en que
uno se siente menos que una hoja agitada por el viento cósmico, un
ser apenas viviente, mustio de falta de amor, enfrentándose sin
armas al frío letal que paraliza el pensamiento y la voluntad,
fijándolos en un pulso de muerte que no se acelera ni se ralenta,
igual a sí mismo desde el origen de la especie, obsesión de los
primeros cazadores en las noches invernales, Lisandro pensó en la
distancia entre esa mujer y él, ahora salvada, pero destinada a
bostezar a sus anchas cuando se cortara la comunicación y él no
supiera siquiera su nombre, pero permaneciera despierto con las
vista clavada en el techo homogéneamente negro, sin atender a la
semiclaridad lechosa que tendía sus dedos desde el farol de la calle
por la persiana hasta unos centímetros dentro del dormitorio,
pensando en cuánto separa a Bangkok de Ceuta, a Orión de
Andrómeda, en todo ese espacio que ningún grito, por más
auténticamente lleno de gozo o desesperación que fuera, podrá
cruzar nunca en las edades por venir, en el destino doméstico del
aire exhalado para pronunciar unas pocas palabras de rigor, en un
entierro en la Chacarita, los pies arrastrándose por el suelo y el
pecho un poco oprimido, como si un angelote de terracota estuviera
sentado sobre él, esperando su momento, las alegorías escupen al
cielo, ahora la mujer lloraba y rogaba, no se entendía nada, él
esperó una pausa y dijo con voz clara: Ánimo. Equivocado. Y pulsó
el off. Qué pasa, preguntó somnolienta la mujer a su lado. Nada, dijo
él, dormí, y cruzó las manos bajo la nuca y se puso a esperar la
mañana.
***
Prolegómenos de un plan para la corrupción de una virgen
La mujer se llama Eva Krieger y ahora va en taxi con el sol
lamiéndole el lado izquierdo de la cara por la avenida Mosconi
retocándose los labios con ayuda del espejo. A todos les gusta la luz
del sol. Va hasta Belgrano, a ver a una amiga y a reírse otra vez de
Lisandro. Pensándolo bien, es notable cómo pasa de la calentura al
cinismo, como si se tratara de abrir y cerrar una canilla. Algún día lo
va a comentar con su psicólogo, que más boludo no puede ser, pero
por lo menos la entretiene con su negativa a aceptar que es una
perversa. Desde adolescente Eva se acostumbró a verse así, sabe
que tiene que disimular y que nunca tendrá un contacto real con
nadie, pero peor es nacer en Biafra. El novio de la amiga que va a
ver le dice en broma Eva Braun. Es un judío economista, progre,
que ahora está teniendo una buena época en la prensa, perdón por
la redundancia, progre. Pero no hace su agosto como lo hace
Melkonián. Eva se la pasa calculando cómo van a caer este y aquel
en el próximo período presidencial. Por experiencia, sabe que las
banderas serán arriadas y que nadie las recordará mientras no sea
conveniente. Confía en la experiencia de un país pendular, donde la
autocrítica stalinista es un asco y cualquiera se reinventa a su gusto,
con el beneplácito del medio. Sabe que en un país de zurdos
multimillonarios y derechosos fieles y seguidores, la falta de un
movimiento obrero autónomo y combativo garantiza la continuidad
del status quo, con momentos de mayor indulgencia hacia la masa
de asalariados. Esa es su manera de disfrutar de ser argentina.
La amiga, cosa rara, no respondió al timbre ni a los mensajes de
texto, por lo cual está en un Plaza del Carmen, pasando el tiempo
con su notebook. Chequea que todo sigue igual en la prensa y abre
la carpeta que últimamente más la atrae, la llamada ELLA. Revisa
las fotos de Estela: de perfil en la ventana de un bar, esperando el
colectivo en la esquina de la casa de Lisandro, prendiendo un
cigarrillo en la puerta de un cine. Todas las fotos fueron sacadas a
una distancia media, pero Eva está segura de que Estela sabe que
la está fotografiando y la excita la demora del pedido de
explicaciones. Por ahora ella es una amiga más de Lisandro y
Estela parece conforme con eso. Pero Eva todavía no sabe qué
hacer con ella. Cree que la atrajo porque no puede distinguir si
emite una confirmación o una negación con respecto a su
descubrimiento filosófico de la temprana edad: no hay razón para
ser feliz ni buena. Ahora apuesta por la confirmación, cierto sesgo
derrotado que adopta el ángulo de la cabeza con el cuello en las
últimas fotos así lo indicaría, pero debe intimar más, el problema es
cómo. No hay temas en común con Estela, que la mira con cierta
indiferencia apenas tolerante. Lo último que se le ocurrió es hacer
una fiesta y en algún momento -pero cómo- quedar a solas con ella,
lentamente abrirse...Sin embargo sabe que son sólo fantasías. No
se le ocurre una medida práctica que las acerque. ¡Y quedarían tan
bien juntas! El largo pelo rubio de Eva junto a su corta melena
castaño oscura, sus dos cuerpos longilíneos y chatos, como le
gustan a él, los ojos negros aindiados de ella perdiéndose en los iris
verdosos y burlones de Eva, que nunca parpadea y siempre tiene en
la mente una imagen propia sacada de películas americanas de la
serie negra donde ella es Bárbara Stanwick, tan erótica como
manipuladora, tan deseable como fatal, blindada atrás de un vidrio,
la garganta blanca palpitando de risa, joven animal peligroso...El
lesbianismo imaginario de sus últimos tiempos es un juguete al que
aún no le ha sacado el jugo. El otro día , en Barrancas, tomando sol
y estrenando un nuevo par de anteojos, pensó que una escort
podría ayudarla a experimentar en ese terreno. Justamente la amiga
que iba a ver hace poco le contó que el judío y ella habían probado
con una negra brasilera y que ella se había sentido "estimulada,
pero insatisfecha". Es el hombre el que molesta, pensó acodada en
el pasto, mirando a las madres jóvenes y a los tríos de amigas
desplegar su belleza al aire libre, y se sintió, igual que ahora,
poderosa e independiente, sin necesidad de nadie, disfrutando los
pasos previos a la formulación de un plan.
***
Debate metatextual
Todos crecimos detestando esas novelas metatextuales en las
que el autor "inscribía en el texto el proceso de producción". Pero ya
pasó la época de la crudeza realista sucia, yo no soy Patrick
Bateman poniéndole electrodos en las bolas al lector, todos
sabemos que la gran novela americana fue Moby Dick y todo lo
posterior fue industria. Sólo intervengo cuando me veo obligado a
hablar a los fines de una mayor claridad. Y Genoveva, mi
interlocutora exigente, cuestiona el diagnóstico de perversión para
Eva. Para mí solo es una concheta más, dice. Si fuera una concheta
más, le retruco, ¿qué haría con Lisandro y Estela? Lo que pasa es
que vos tenés una idea tabicada de las clases. En Buenos Aires en
una época todo fue mucho más fluido y algo de eso queda. Todavía
un lumpen puede seducir a una burguesa en una fiesta de
estudiantes. ¿Es así realmente?, insisto. ¿No hay una inercia
clasista que separa incluso a los individuos de distinta clase que se
atraen sexualmente? El amor sobre toda diferencia social: ese no es
un enunciado romántico, es realista, se afianza Genoveva. La
química sexual no sabe nada de conveniencias sociales. Se da
cuando se da, y punto. Un poeta habló de las chicas pudientes que
se hacen empomar por colectiveros. ¿Eso no será una leyenda
urbana?, dudo. Las leyendas urbanas por lo menos hablan de
fantasías existentes, si no de realidades. Yo veo, más allá del
racismo y el clasismo que imperan en Capital, una corriente de
deseo que no cesa, la curiosidad por otra piel, otro olor, siempre es
más verde el jardín del vecino. Bueno: ponele que no es perversa,
me rindo. ¿Cómo definirla? Dejala indefinida que camine, en el
movimiento se ve cómo es la gente, remata, sabia, con una seca
sonrisa. Pero yo me la imaginé perversa, refunfuño. Pero no sabés
lo que es la perversión, porque vos mismo no sos perverso, y un
novelista puede hacer poco con la observación de otros y todo con
la de su propio interior. Una concepción lírica del relato, resisto con
la última bala. ¿Y quién odia a los poetas?, dice, triunfante. E inclino
el rey: Sólo los novelistas convencionales.
***
Pareja paralela
Lisandro y Estela reciben el día sin haber dormido. Tienen
reacciones disímiles frente a esa circunstancia: Lisandro siente
como si estuviera levemente borracho, en el grado de euforia justa
para ser el centro de atención de la fiesta; Estela, en cambio, suele
vivir como una tragedia la falta de sueño, siente los ojos raspados
con papel de lija, no puede concentrarse, le zumban los oídos...A las
11, después de haber despachado un suculento desayuno, Lisandro
sintoniza el programa de la Vernaci, que lo divierte muchísimo desde
hace años. Le gustaría participar en un programa así, donde a la
falta de ideas la tapa como un vestido a medida la simple grosería, y
donde ser políticamente incorrecto no tiene ninguna carga política.
Estela entra a trabajar a las diez, se ha duchado, ha resbalado en la
bañera y si no hubiera sido por lo que queda de sus rápidos reflejos
se hubiera matado, se ha secado el pelo sintiéndolo más seco que
nunca y ahora está en la esquina esperando el colectivo. Pasan dos
sin parar y se resigna a llegar tarde. Tiene un jefe de ojos amarillos y
acuosos que nunca parece en realidad verla. Confía en que no le
haga problemas porque no suele hacérselos a nadie. Después de
viajar cuarenta minutos apretada como una sardina, se baja, camina
las dos cuadras que la separan del Ministerio, va a firmar en el
primer piso en la oficina del jefe y se lo encuentra ceñudo y bufando.
¿Qué te pasó?, descerraja. Estela balbucea algo y el jefe respira
profundo, parece meditar. Finalmente le larga: mucha gente cree
que el empleo en el Estado es un chiste. Yo nunca me río. Por esta
vez pasa, la próxima te meto un apercibimiento. Y su mirada ciega
la recorre de la cabeza a los pies, haciéndola estremecer.
Humillada, se ubica en su puesto. A las 13 ha terminado el
programa de radio, que estuvo graciosísimo, de hecho Lisandro tuvo
un ataque de tos en medio de las carcajadas y casi pasa al otro
lado. Decide salir a caminar, a pensar y a ver si come algo, aunque
en el barrio difícil. El mediodía está nublado y corre una brisa fresca,
a la sombra de los árboles se está bien, como en el campo, algunos
chicos se apuran para volver a su casas, una vieja con bastón negro
avanza amenazante por el medio de la vereda. Lisandro juega a
correrse en el último momento. La vieja lo mira con odio de frente.
¡Alza el bastón! Lisandro, sin poder creerlo, se pone fuera del
alcance del tercer pie, mientras la vieja lo putea en arameo y él se
ríe como Vernaci. Las endorfinas no han dejado lugar en su cerebro
para que se sienta como un tarado, así que camina bamboleando
los hombros y silba. El tiempo no pasa más en el puesto de Estela y
encima los dos de vigilancia no se acercan a conversar. El
encontronazo con el jefe la ha afectado más de la cuenta. Piensa
qué hizo para merecer esa reconvención inusual. Su cavilación roza
la respuesta más fácil: el jefe vino mal cogido y se descargó con
ella. Pero por sistema siempre trata de ver cuál es su
responsabilidad antes de juzgarse inocente: es una chica ética,
siempre piensa en contra de sí misma. ¿Qué hizo mal la semana
anterior? Tal vez no lo saludó con el suficiente entusiasmo cuando
pasó a su lado acompañando a un jefe de departamento...Y hace
dos semanas él se acercó, muy amable, a saludarla y después de
unas frases banales demostró verdadero interés en interiorizarse
sobre el estado de ella, obteniendo la respuesta usual: una negativa
catatónica a contar nada. Esos rasgos de carácter que no puede
dominar la mortifican. ¿Será por eso o será por otra cosa? Y por
encima de todo, ¿no se está ahogando en un vaso de agua?
Lisandro, mientras tanto, ha encontrado una pizzería. Sólo tres
albañiles ocupan una mesa de la vereda. Se sienta junto a ellos.
Paladea el rato que lo espera. (Continuará.)
***
Pareja paralela (II)
El aspecto sucio de las mesas blancas de plástico, las sillas
rengas, el omnipresente cartel de Coca Cola, el paso
arteroesclerótico del hijo del dueño que se acerca a levantar el
pedido: todo incrementa la euforia de Lisandro. Porque esto es así,
así es el barrio, estos son los vecinos, el pueblo de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, y a mucha honra. Pueden tener ideas
políticas horribles o un vacío total en la cabeza; eso no quita un
ápice de su seguridad, su prestancia, su labio caído al enunciar
cualquier frase cínica, sus importantes hábitos de consumo, su
promiscuidad sexual, su optimismo punk: no hay futuro pero
tampoco hay presente como el que corre. Pide tres de jamón y
morrones y una Quilmes. El hijo se da vuelta, vocea el pedido a la
caverna detrás del mostrador, gira de nuevo, mira a los albañiles
como un pescador que pescó un brazo de bebé en vez de una
trucha, busca complicidad en la mirada de LIsandro, Lisandro hace
lo que puede pero no le sale, solo en su asombro antropológico el
hijo vuelve adentro a leer en el mostrador el Olé. Estela se angustia,
es la hora de almorzar y tiene hambre, siempre llama al interno de
su jefe para que mande a un muchacho posadolescente y acneico a
que la reemplace cuarenta minutos, pero hoy no se anima, se odia
por no animarse, ¿no es ella una trabajadora en blanco, con
derechos, incluso con derecho a la arrogancia? Pero una fuerza en
su mente la fija en el entredicho, no puede salir de ahí, es como
tocarse con la lengua una muela cariada, el dolor es placer, el placer
de ceder a la obsesión, los de seguridad la miran extrañados, algo
raro en la superficie del día, el día está empañado por el vaho
poderoso del aliento del jefe, ella no puede escapar, va a perder su
hora de almuerzo, una ruptura en la rutina por donde pueden
meterse las aguas oscuras que ocultan monstruos, empieza a sentir
unas enloquecedoras ganas de cagar, pero prefiere cagarse encima
a moverse, si se mueve sabe que caerá muerta, se desmoronará
como esos esqueletos de película en un desván ante el menor
contacto del aire. Lisandro ataca su porción con ganas y buen
humor. Los albañiles, que han estado comiendo sin hablar, ahora se
reclinan lo máximo que les dejan sus asientos tan berretas y
empiezan a charlar animadamente. No lo puedo creer ese atrevido,
me viene a hacer un caño, quién lo conoce, nadie, recién llegó de
Orán. Pero vos sos un rústico de aquelllos también, cualquiera te
hace un caño. Vos vení a hacerme un caño en la canchita de mi
barrio y vas a ver lo que te pasa. Bueno, el chabón no sabía, por ahí
es distinto allá. Qué distinto, los códigos son los códigos en
cualquier lado. Y encima se reía el enano. Que no, don, que no pasa
nada, que no, que no. ¡Qué no!, le dije yo, y ahí lo surtí. Quedó
patas arriba, largando sangre por la boca, y yo lo pateaba, un poco
nomás, para que aprenda. Y en eso oigo un grito y miro y los míos
también estaban gritando, veo venir, me cago de risa contándolo, a
este monumento a la gorda, que gritaba qué le hiciste, reventado,
qué le hiciste a mi Poyi. Poyí, mirá vos el apodo que tenía el
salteñito. No es un apodo de hombre, dictaminó el relator. Y se me
viene encima la gorda con, no miento, 160 kilos de peso, y claro, me
tumbó. Pero era ágil la gorda, eh, dice con voz arrastrada un
tercero, mirando de reojo al relator, si no pudiste anticiparte...El
relator le devuelve la mirada muy serio. Una bala, sentencia, hay
que verlo para creerlo. Preguntale si no a Tati, o a Nicolás, ellos
estaban. No, si yo te creo, por qué vas a mentir. Igual pensaba que
buena compañera para una agarrada la gorda, pesada y con esa
velocidad. Me tiró y se puso a bailar un malambo encima mío,
menos mal que el Coti le metió un revés, la gorda no paró, le metió
otro y ahí sangrando por la boca igual que el marido se quedó
quieta, mirando con esos ojos verdes, de diabla, pero sin parar de
putear. Ya está, gorda, le decían, levantá al amigo y pirá. El amigo
se había puesto de pie a todo esto, se secaba el chocolate con la
remera de River y decía: gordi, ya está, vamos a casa. Entonces la
gorda metió la mano entre la remera y el pantalón y sacó el fierro.
Todos salieron rajando, menos yo, que me quedé quieto. A vos, dijo
la gorda, ahora te voy a mostrar lo poco hombre que sos. Arrodillate.
No me arrodillo un carajo, dije bastante firme, pero tenía la boca
seca. Y también, compartió el segundo, solo con una gorda loca.
Loquísima estaba. Tenía que estar para estar con ese muñequito de
torta. Un carajo me arrodillo, le digo. Y la gorda se acerca y me da
un planazo en la cara que me aflojó una muela. Te vas arrodillar y se
la vas a chupar. A vos te chupo la almeja, puta, dije como pude.
Fah, otro planazo en la oreja, era rápida la gorda. ¿Y el chabón? El
chaboncito nada, miraba para otro lado, como ausente. La gorda
levanta el caño justo hasta mi cara, a una distancia así. La próxima
tiro. Tirá, la chuceé yo. Tirá, no me importa nada. Y entonces la
gorda empieza a temblar. Toda la grasa de los brazos y la papada
se mueve como un flan. Y ahí me avivo y de un manotazo le arranco
el arma. ¡Para qué! Por el peso nomás me di cuenta. Le di con el
caño en los dientes y le dije: la próxima que vengás de guapa, por lo
menos cargala, estúpida. Y los dejé ir Hiciste bien, no hay que
abusar de la ventaja. La euforia de Lisandro aumenta. Es testigo de
una historia real de la vida semilumpenproletaria. Se siente cargado
de experiencia y sabiduría. Sobre cosas así debería escribir sus
ensayos. Pero algo lo interrumpe: la voz seca del relator. Amigo, qué
está mirando, le dice. Se sonroja como una quinceañera y le dice:
nada, maestro, estaba distraído. Vamos, dice el tercero con
desgana, antes de que empiece otra pelea.(Continuará.)
***
Pareja paralela (III)
Desesperación, Europa ha muerto, estamos solos: este verso de
Leroi Jones, leído hace siglos en una fotocopia, le da vueltas en la
cabeza desde hace días. Es una verdad, o tiene el halo de una
verdad. ¿Pero no es refutable cada uno de sus términos?
Desesperación: enunciado por el poeta radical negro, este
sentimiento lo portan, casi seguramente, los intelectuales y artistas
o, en general, la gente esclarecida ideológicamente. Mirando
alrededor, ¿se ven muchos sociólogos, historiadores, escritores,
músicos, plásticos, en estado de desesperación? ¿No parece primar
un sentimiento de plenitud en la nueva vuelta de tuerca que los fija
al ser burgués? ¿No es conformidad el sentimiento y la actitud?
Conformidad con que el peronismo presente nuevamente su rostro
amigable. Conformidad con el modelo productivo. Conformidad con
la puesta en práctica de algunos puntos del programa progresista
enunciado desde los 80. No están dándose la cabeza contra la
pared, no sienten que se ahogan, no manotean violáceos el aire.
¿Europa ha muerto? ¿Cuál Europa? ¿La grecoilustrada, la
nacionalista, la romanobarroca, la modernista? Todas estas Europas
están en el archivo cultural, con poca influencia sobre la vigente: la
Europa del Capital. Esta Europa está por ahora en crisis; salga o no
salga de ella, su único propósito es aumentar la prosperidad
material. Vive con un signo euro al lado de cada ruina. Estamos
solos: estamos acompañadísimos en la creciente de pueblos del
tercer mundo que salen de la indigencia para entrar en la pobreza, o
de la pobreza para entrar en la clase media universal. Acompañados
por los vestigios de un crimen histórico, con sus sobrevivientes
pertinaces y adustos. Acompañados por nuestros líderes, tan
semejantes como distintos, dotados por una vez en la historia de
astucia estratégica. Y sin embargo, Desesperación, Europa ha
muerto, estamos solos, suena en la cabeza de Lisandro tan
inexpugnable como un mandamiento bíblico. Muchas veces ha
pensado continuar a partir de ese verso, contornear el globo llevado
por la fuerza de esas palabras; pero no es poeta. Ahora, caminando
por la primavera barrial, trata de conectar los nuevos containers
para los residuos con una frase descriptiva y sugerente a la vez,
pero es demasiado filósofo, el concepto se impone al significante. A
propósito de nada, siente la obligación de llamar a Estela y saca el
celular. Lo vuelve a guardar: en realidad no quiere oír la voz
perennemente enfurruñada de Estela. Quiere seguir caminando
hasta la cancha de Vélez. Quiere cantar a coro con su pueblo. No
quiere repetirse: estamos, estoy solo. Desesperación...
***
Pareja paralela (IV)
Estela entra hecha mierda a su casa y va directo a la cama.
Acostada sobre la espalda, respira por la boca como un besugo
mientras jirones de cosas y palabras atraviesan su campo mental a
un ritmo que por suerte va decreciendo, hasta que al fin, con los
ojos cerrados, puede considerar que no piensa en nada. De afuera
llegan bocinazos, gritos, silbidos: el crepúsculo de Buenos Aires
reiterado, similar, hecho una pelota de pelos atragantada. ¿La
televisión ofrece algo mejor? Nada: periodistas espamentosos
haciendo ruido con la boca, películas románticas que no se cree
nadie. ¿Adónde refugiarse entonces? Se pone de costado, se hace
un ovillo y aprieta con fuerza los ojos: que el sueño venga y la salve.
Pero siente un hormigueo de sangre en todo el cuerpo, el cuerpo le
pide acción. Evalúa masturbarse. Si desde ya tiene el orgasmo
solitario difícil, no se imagina buscándolo en ese estado. Se pone de
pie, prende la luz, se acomoda básicamente frente al espejo y sale
como un tiro a la calle. La recibe una vaharada de calor gasolero
que resiste con valor antes de ponerse a caminar hacia la esquina
del bar. El bar es pequeño y abunda en neón rosa, pero ella
simplemente se mete en el baño sin mirar a nadie, se encierra en el
closet, se baja los pantalones y la bombacha y empieza a tocarse.
Al principio cuesta, pero a los pocos minutos ya arranca, imágenes
múltiples y pasajeras de hombres imaginarios y reales la ayudan, el
silencio del baño también, empieza a jadear...¡No! Se abre
estrepitosamente la puerta para dar paso a dos boludas que,
supone, se ponen a a arreglarse el maquillaje frente al espejo y
chismorrean de una tal Luli, que se cogió a no se sabe quién, que
salía con Clara pero antes había salido con Tina, que es un
bombón, que ya lo van a agarrar, que...Sale aullando del closet y
las chicas pegan un salto espantado gritando a su vez y ella estrella
el puño en el espejo, donde aparece una rajadura arácnida. Las
chicas ululan mientras ella encara hacia la puerta de calle con la
mano sangrando ante la abierta boca embobada de la camarera, ya
en la calle empieza a correr, golpea con el hombro dos veces contra
algo blando que grita, corre diez cuadras hasta el hospital, llega a la
guardia, se sienta, jadea. Ahora se siente más calmada, cuando
salga de ahí vendada y con la receta de la antitetánica va a comer
un pancho y de ahí a dormir, este día de mierda se terminó.
***
Ersatz
Una lengua que no forja metáforas sexuales, es en sí misma
sexo: reproductiva y venéreamente. Enfermos de la sífilis de la
lengua se agachan con la pala y hienden la tierra del Jardín de las
Delicias para desenterrar al Perro Infiel. Entonces un ciclo de días
estará consumado y en el cielo nocturno una estrella brillará más
intensa que las demás sólo por un segundo. El linaje de la rama
hueca de la lengua ocupa parejamente el territorio de la nación.
Esperan. En una casa colonial en una remota capital de provincia,
en el aljibe, se halla escondido un libro que conserva el estado
clásico del idioma, alcanzado solo por una década para decaer
después debido a la mezcla con los simios. En él están escritas las
palabras que, ante la vista de todos los creyentes, harán nacer al
niño de oro, el que nunca ríe, y a su gemelo el niño de mierda, que
no respira. Eva cree en frases como éstas, se las repite
golosamente antes de dormir, la acunan y la sedan, la preparan para
el baño de la noche. Sus sueños son multicolores, dinámicos,
veloces, apenas le queda al despertar un recuerdo de movimiento y
acción acelerados y ascendentes, hasta la paz final, en que
meramente se flota. Esa noción abstracta de lo que sucede en su
casta cama casa bien con la verdad esencial de su intelecto. Piensa
que su vida hasta ahora ha sido solo un Ersatz, un sustituto sintético
de la verdadera vida que le ha sido ocultada desde su nacimiento.
Un odio pequeño y duro, inflexible como una orden judicial, hacia los
causantes de ese despojo ocupa su pecho todo el tiempo, aun
cuando está bromeando o teniendo sexo, siempre es consciente de
él, es su identidad. Hojeando revistas de chismes en la peluquería,
en Puerto Madero, cenando con un joven y prometedor profesional
que sólo le gusta un poco, de pie en el centro del living, los brazos
caídos, la cabeza gacha, los puños apretados, Eva odia y es odio
hacia todo lo que no sea la auténtica Eva perdida a la que oye
llamar un segundo antes de caer en el pozo de Alicia..
***
Otro retorno a la cordura
Los jacarandáes están en plena floración, su perfume no alcanza
a suavizar el aire contaminado y caliente, pero su color alegra la
vista, tan cansada de mirar para adentro. Estela camina en frágil
equilibrio. Su pelo corto y castaño rata está sucio y se levanta en la
coronilla. Sus jeans están manchados de sangre, su cara está
pálida, parece una sobreviviente de una explosión en una calle de
Bagdad. Los paseantes le dirigen rápidos vistazos desconfiados, la
mirada hacia la anormalidad común en toda metrópolis del mundo,
una mirada que sabe que no será devuelta con agresividad, porque
los anormales, ya sean santos, drogadictos o alienados, viven en su
propio paraíso. Estela cree que reconoce una manzana no muy lejos
de su casa, pero no recuerda el nombre de la calle. Se planta
delante de una vieja con una bolsa de Cacharel y le pregunta. La
vieja le dice, Voy a llamar a la policía, y con una agilidad
sorprendente la gambetea y se pone a trotar, echando desafiantes
ojeadas por encima del hombre. Es realmente cómico y Estela se
ríe. Por ese instante está sola en la calle, y su risa llama la atención
de una nena que se asoma por el balcón. Dani, dice la madre desde
atrás, no mires. Camina otra cuadra más y encuentra un letrero que
le indica dónde está. El nombre da vueltas en su cabeza tratando de
encender un mapa que le indique cuánto tiene que caminar y dónde
tiene que doblar. Decide doblar a la izquierda porque le parece que
por ahí puede ser, cree reconocer el maxiquiosko de la esquina, la
cara larga y aburrida del quioskero. Cuando ya ha caminado tres
cuadras y espera para cruzar, siente que una mano leve le toca el
codo. Disculpame. No se da vuelta. Disculpame, dice la voz en un
tono más alto. De mala gana, la encara: es la dueña del bar, una
cuarentona de armas tomar, de hombros cuadrados y pecho
prominente. La dueña del bar, más gentil de lo que cabría esperar,
empieza interesándose por su estado de salud, a lo que Estela
responde breve y claramente: se siente mejor. Después de
comunicarle su contento por esta noticia, la dueña expresa su duda
acerca de si es el mejor momento para hablar el tema que quiere
hablar. Vagamente menciona estados en que uno no puede
enfrentar ciertas pedestres verdades. Ella misma...Pero se
interrumpe y, con un tono más firme, retoma el hilo: la otra vez por
accidente se rompió un espejo que, le parece a ella, es un poco
caro, y quisiera arreglar el tema con Estela, porque le parece que
con ella se puede conversar. Un estallido de luz disipa el
embotamiento de Estela, recuerda todo con nitidez y alegría y
comprende que tiene que simular y exagerar y empieza a decirle,
no, no hay ningún problema en que lo conversemos, lo que pasa es
que tuve un mareo y me fui contra el espejo, últimamente me
vienen, pero vos decime cuánto es y yo te pago. La dueña, muy
sonriente y aliviada, le hace saber lo feliz que está de que todo haya
sido tan fácil, ella siempre le cayó simpática, la considera una vecina
de las más copadas, etc.. Le pregunta su dirección para darle la
factura. No, no hace falta, cuando quieras pedime la plata, yo confío
en vos, se apresura asustada Estela. Pero no, por favor, a ella le
gusta que las cuentas queden claras, ¿es ese edificio de mitad de
cuadra, al lado del lavadero, no? Derrotada, Estela suspira el piso y
el departamento. Una sonrisa amplísima de dientes blancos y
cuadrados intenta transmitirle fuerza y confianza. La dueña la besa y
se despide. Bueno, piensa Estela, por lo menos estoy a media
cuadra de casa.
***
Martes
¿Por qué es tan cachonda los martes? Con el pecho subiendo y
bajando, tanteando la mesa de luz en busca de cigarrillos, Lisandro
se siente tan lejos de la respuesta como cualquier miércoles. Ella,
de costado, dormita, una semisonrisa en sus labios pálidos. ¿Qué
pasa los martes? ¿Hay algo en particular en televisión? ¿Los chistes
de los diarios son mejores? Es un día apenas más soportable que el
lunes, un día en que uno empieza a recobrar las fuerzas y encorva
los hombros para soportar el viento de cuatro jornadas que viene de
frente. No hay registros en la sexología mundial que muestren algún
rasgo propicio del martes. Pero inexorablemente cada martes a las
ocho de la noche ella entra y lo tira contra la pared. Hace años de
esto y Lisandro se rompe la cabeza en pos de una respuesta, pero
no está mejor que cuando empezó. Aburrido de su sempiterna
intriga, exhalando hacia el techo, cambia canales con el control
remoto. 678. Está Abal Medina, mejor no. CN23: huelgas en Europa,
machaque de manifestantes. C5N: lo mismo. De pronto siente un
movimiento a su lado y la boca de ella pegada a su oreja, mira de
costado, solo ve su flequillo que tapa a medias los ojos. Ella susurra,
quiero más. Recién terminamos, amor, se defiende él, pero la mano
de ella ya recorre su pecho debajo de la sábana hacia abajo y él
automáticamente se pone erecto, rápida recuperación, ella le
muerde el labio inferior y él vuelca y se pone encima de ella y se la
pone, así, así, empiezan a moverse al mismo ritmo, de atrás la voz
de la conductora de C5N comenta lo bien que comparativamente
estamos en Argentina, las rodillas se alzan y los pies acarician la
cintura de él, redobla los movimientos y ella gime dos veces, alto, y
él redobla y ella se arquea y acaba, él no, nunca puede la segunda,
se pone boca arriba y ella lo masturba, la rubia de C5N es concheta
y espléndida, de su boquita de corazón escapan armoniosas
palabras, el mejor de los mundos posibles, pero qué pasa
exactamente los martes, el puñito de ella agita rápido, gateando por
un médano y en la cima todo el mar para uno agachado como un
mono, tres gotitas de leche asoman, mojan la manito, ella se lame,
lo besa, ríe y se levanta de un salto para meterse en el baño.
Mientras le llega el ruido de la ducha él fuma dos cigarrillos seguidos
sin pensar en nada. Falta una hora para las doce y entonces la
carroza volverá a su estado normal, ella se irá con alguna excusa y
él podrá dormir tranquilo hasta la próxima semana. Podría ser el
ciclo del sexo y también el ciclo de la muerte, pero no piensan en la
muerte.
***
Vacilaciones de un ensayista incipiente
Hace días que Lisandro le da vueltas a su idea de escribir
ensayos sobre literatura argentina actual. En una librería pequeña
de Corrientes, mirando tapas de novelas americanas de mil páginas,
la idea es una lastimadura en el dedo gordo del pie, que no inspira
compasión ni preocupación a nadie pero es una molestia constante.
El entusiasmo de Lisandro sube y baja y si se guiara por él nunca
habría hecho nada. Tampoco la ausencia de una preparación
académica especializada lo arredra, porque está entrenado en el
desprecio filosófico a los graduados de Letras. Lo hace vacilar cierta
cualidad visible y a la vez invisible de su materia. Los autores
argentinos jóvenes están en los suplementos culturales: se los ve.
Pero pocos los leen: no se los ve. En los suplementos culturales se
pronuncian encomios sobre la calidad e importancia de sus obras. El
que las lee no sabe si creerlo o no. Los autores dan reportajes
donde se definen sobre literatura y política. Las declaraciones son
tan unilaterales que no pueden ser tomadas en serio, o tan
ambiguas que es imposible posicionar al autor por ellas. Cuanto
más piensa, más inasible le parece el objeto de estudio. Quizá todo
sea una gran broma y él no se dé cuenta por haber pasado la edad
de la frescura. Mientras pensaba en esto sintió a sus espaldas un
cuerpo pasar y ahora mira: es, como previó, una mujer. Alta,
morocha, de rasgos aindiados y cintura esbelta, sostiene un
volumen en sus manos sin anillos. Haciendo un esfuerzo con el
cuello y la vista, Lisandro llega a leer el título: Eterna
desconfianza. Es un título poético y paranoico a la vez. La
inmensidad de lo eterno redime el pequeño sentimiento de la
desconfianza. ¿Será de autor argentino? Ahora suena "Carrera de
bicicletas" de Queen, la mujer deja el libro y saca el teléfono de su
bolsa, por el brillo pícaro del ojo que llega a ver Lisandro sabe que
llama un varón. Se saludan, dialogan. No, no te vi. A las seis en el
bar, sí. No, acá, leyendo de arriba lo que dice este pelotudo. Sí, les
garpan lo suficiente para que hagan propaganda también cuando
hacen arte. Sí, después te digo. Chaucito. La mujer guarda el celular
y vuelve a tomar el libro. Si lo compra, es una argumentadora
dispuesta a analizar las tesis de sus contrincantes. Si no, la
impresión que se lleva fue quizá buscada por el autor. Ese es otro
problema: leer y no leer tienen ambos efectos literarios. ¿Y si hace
un ensayo sobre la ausencia de lectura de los libros argentinos del
siglo XXI? Daría un paso más allá del dicho "en la ignorancia me
hago fuerte". Hablaría con fundamento de la falta de fundamento de
la literatura actual. La literatura actual trataría con fundamento su
falta de fundamento al hablar de ella. Entre estas tesis
contradictorias la novela más azarosa y rica, la de las miradas
lectoras que se cruzan o se ignoran, se desenvolvería a sus anchas
en el espacio de una ciudad donde el número de lectores del arte
literario está en descenso desde hace treinta años. En ese clima
tibio e íntimo de las pequeñas cofradías que viven de su propia y
aislada historia, tal vez su mente sobrecargada de exigencias pueda
volar. Ojalá así sea.
***
Por qué esta no es una novela realista
Sólo lo semeja. No es una novela realista porque no está
interesada en cómo sus personajes ganan dinero. En cómo
producen y reproducen vida. Desenraizados de la necesidad de
conseguir los garbanzos día a día, flotan macedonianamente en una
nube de Ideas: las mías. ¿Cómo consigo los garbanzos yo? A la
manera de Malone: cada mañana y cada noche (creo , porque acá
no hay manera de percibir su diferencia) una portezuela se abre en
la parte baja de la puerta herméticamente cerrada que me separa
del mundo del que ya no guardo casi ningún recuerdo y pasa una
bandeja con agua , manzanas y huevos. Acá podría seguir el rito de
la deglución, digestión, excreción, pero eso me apartaría de mi
tema, que es exponer acabadamente por qué esta no es una novela
realista. No ganan dinero: no trabajan. No transforman lo dado, ni
autónoma ni alienadamente. La comida les cae desde los árboles,
la ropa se las regalan, están enganchados a la luz, roban el cable
del vecino...La falta de realismo redunda en personajes lúmpenes y
su hábitos culturales de clase media no afectan en nada esta
condición. La vida lumpen conlleva transtornos psíquicos, desde la
perversión a la esquizofrenia. Por lo cual el recorrido biográfico de
los personajes se escribe como caso clínico. Y acá aparece el
novelista antirrealista por antonomasia: el psiquiatra. ¿No hablan los
psiquiatras como si no fuera necesario comer, vestirse y guarecerse
de las tormentas? El pecho materno no alimenta, solo es sustrato de
fantasías. También esta novela, maternal, lo es: sustrato y efecto de
mis pobres y alocadas fantasías, con las que me distraigo de la
penuria de la vida carcelaria....¿Debo confiar en una multiplicación
viral? Difícil: los lectores son pocos y no comentan. Si me gustara
trabajar, idearía maneras de que fueran más y comentaran. Pero
acaso estoy penado por mi crónica vagancia, como en la época de
Martín Fierro. No es una novela realista porque los lazos sociales
entre los personajes, al estar desvinculados de su base material,
carecen de patrón y se rigen solo por el capricho. Pero debo evitar a
toda costa que se convierta en una mala novela psicológica. Debo
encontrar un método. Un impulso ciego me dice que solo lo
encontraré escribiendo, todos los días, mi cuota de sinrazón, hasta
que del fondo la razón surja, esplendente y unitética como las
representaciones de la Libertad. Es la 1:30. Mi destino de hoy se ha
cumplido. ¿Qué me quedaría si perdiera la fe en el destino de
mañana?
***
El traductor
"Me dije que tal vez era cierto después de todo que las
ideologías están muertas; me regodeé mirando por la ventana del
bar cómo el sol caliente de la primavera de Buenos Aires
comenzaba a fundir todas las convicciones del invierno". Lisandro
subraya a lápiz, después recuerda, permutando una palabra por otra
aproximada, "el calor del horno de cremación", "nociones",
"Sebastopol". Salvador Benesdra escribió dos libros, una novela y
un texto de autoayuda, que no vio publicados: se suicidó, tenía una
fuerte ciática, era depresivo y psicólogo. Era un hombre de izquierda
y así le gusta considerarse a Lisandro en su interior aterciopelado y
violáceo. Otra vez ocupado el pensamiento en la literatura del siglo
XXI, se plantó frente a la biblioteca, recorrió moroso con un dedo los
lomos y sacó éste, la novela, El traductor. Lo hojeó con el placer del
reconocimiento y del recuerdo: su padre se lo había regalado en su
cumpleaños número 18. Su padre, un hombre reflexivo y panzón
que había procreado a edad ya madura, demostraba un entusiasmo
inhabitual por ese libro. Es así, es todo así, repetía, y luego: no
puedo creer que un genio así se haya matado. Ya Lisandro asociaba
genio y patología, si es que el suicidio es patológico y no lógico,
como a veces pensaba ahora, sobre todo cuando estaba con Estela
y ella iniciaba un silencio incómodo que él nunca sabía cómo romper
sin parecer idiota. Estela no tenía nada que ver con Romina, la
enamorada cristiana y frígida, y sin embargo Lisandro veía una
estructura general de la relación hombre mujer en la relación entre
Ricardo y Romina: un toro que arremete y un paño rojo que tremola
en el aire, sube y se hurta....La novela que había atrapado los 90s
en un puño, la voluntad de realismo que avanza sedienta, el mundo
presentándose en el mundo, todo eso lo supera en este momento,
en este domingo cálido que ha pasado encerrado, y se promete
escribir mañana lo que piense en el inexorable insomnio de esta
noche, puntuado por alarmas de coches disparados por gatos y, si el
Servicio acierta, por truenos que preceden la larga caída de agua de
todas las semanas.
***
Primer ensayo. Benesdra: el menguado poder de la novela
Una novela única: imposible encontrar, en la serie motivada que
la hubiera seguido, un punto de comparación que la
empequeñeciera o relativizara. Una novela única: el siglo XIX
echando su larga sombra sobre los albores del XXI. Una novela
única: nada más en su género merece ser leído de sus
contemporáneos.Y sin embargo ningún editor quiso jugarse a
publicarla con Benesdra vivo; lejos de haber alcanzado al público
del que su interés y accesibilidad la hacía merecedora, se convirtió
en una novela de culto para escritores, mucho menos cultos e
interesantes que su autor en su mayoría. Podrían intentarse no uno,
sino varios breves resúmenes de la trama : uno que hiciera hincapié
en la relación con la adventista frígida de la que el narrador, Ricardo
Zevi, está enamorado; otro que se concentrara en la trama sindical
de una empresa de izquierda, Turba, que recuerda de súbito en los
primeros noventas que también ella es capitalista; otro que hiciera
foco en los zooms y panorámicas sobre una Buenos Aires caliente y
encanallecida; otro que se dedicara a reseñar las ideas de Bruckner,
el ficticio teórico derechista alemán que alimenta la vena ensayística
de los monólogos de Ricardo...Y todo ese mundo de sexo, duda,
soliloquios, prostíbulos de la calle Lavalle, bares de Libertador,
Plaza Congreso, edificios de sindicatos, amaneceres desangrados,
lecturas febriles, ambición, miedo, deseo y locura, todo eso a lo
largo de 600 páginas ocupa la mente del lector como algo más
importante que su vida. Esa es la impronta decimonónica de la
novela. No hay ella patología -auténtica patología, la que en el
narrador y el mundo descripto es radical y secreta- ni ironía, ni
autoconciencia; el lenguaje se pone a prueba no frente al espejo,
sino al mundo empírico; no hay influencia doctrinaria de ninguna de
las vanguardias del siglo XX. Ahora recuerdo que ese realismo,
todavía e incluso, fue anotado como un demérito por el gran amigo
de Benesdra, Claudio Uriarte; el libro debía ser defendido ante el
público de su esencia. ¿Por qué, entonces, todo este mundo traído
al mundo no revitalizó la novela realista argentina, sino que quedó
como un caso aislado? Porque su realismo a lo grande tiene un
efecto tan extraño como las más intensas pesadillas experimentales.
La televisión y el cine de las últimas décadas, en efecto, no se
inspiran más en el tipo de relato propio de la novela y el teatro
realistas. Su discurso es mucho más fragmentario, redundante y
espectacular. Confía en el asombro de los efectos especiales y no
en los mecanismos del relato para mantener el interés del
consumidor. Y se apoya en períodos cortos aunque la película dure
cuatro horas: nada en ese discurso acostumbra al desarrrollo
matizado y unitario de la trama tal como se encuentra en Benesdra.
Su arte, pensado para impactar al lector común, se vuelve una
maniera más que es apreciada por los manieristas (todos) como tal.
Destino compartido quizá hasta por novelistas más consagrados,
como Pynchon: ¿quién puede alcanzar la envergadura de su
frescos? Toda novela, que cuando vale la pena tiene una raicilla en
el siglo XIX, lucha en malas condiciones por su vigencia ante la
narrativa audiovisual que nos circunda. Por lo tanto, la narrativa del
siglo XXI pierde un padre y se conforma con un padrastro: un vago
deseo editorial y periodístico. La reedición de la obra de Benesdra,
luego de tanto mito, tal vez llegue a más lectores; pero gran parte de
su contenido ideacional ha quedado caduco, lo que retrasa la
comprensión de su profunda verdad artística, lo que a su vez retrasa
la emulación necesaria para que la novela sea fértil en términos de
historia literaria y formación de escritores. No se ha hecho justicia a
Salvador Benesdra.
***
La lectora subrepticia
Mientras Lisandro duerme, Estela lee en su PC el ensayo sobre
Benesdra. Ella tomó el libro en sus manos por la enfática
recomendación de él, que quería conocer, dijo, "el punto de vista
femenino": llegó a la escena del batidor de crema al rojo y tuvo que
dejar. Le dijo que el machismo de Benesdra era inocente, pero no
por eso menos sucio, como un niño de tres que hace la mímica del
acto sexual. Lisandro acudió al valor de la sinceridad; Estela retrucó
que un criminal sincero no es menos criminal. La discusión, como
todas entre ellos, finalmente encalló en un largo silencio que zanjó la
música o la televisión. Ahora ella se comunica de nuevo con el
entusiasmo de él y siente venir las lágrimas a sus ojos. ¿Qué los
hace identificarse tanto con esa intensidad dominante y
destructiva? ¿Por qué ven en cada mujer una yegua que hay que
domar? Por elementales razones estratégicas, una chica no puede
informarle a su hombre cuál es exactamente su sentir sobre el modo
en que desea ser tratada: espera que él lo descubra para saber que
es el indicado. Cuando crece, se da cuenta que no debe esperar el
ciento por ciento, debe negociar con la estolidez, la negligencia o la
crueldad del varón hasta llegar a un cupo aceptable. Poco a poco,
una luz se apaga en los ojos de las mujeres: la luz del romance
perfecto. Solo la ven refractada en comedias de Hollywood, de las
que son entusiastas consumidoras. Y así se acostumbran a
conformarse con sustitutos ficticios, mientras la prosa de la vida
sigue desgranándose como una pesada letanía que reza lo que hay
que hacer, lo que hay que decir, lo que hay que pagar, lo que hay
que sentir o no sentir...Piensa Estela ahora, una tristeza fría y
lloviznada se adueña del ánimo de la mujer en esas ocasiones en
que ve a una congénere más joven entusiasmada con otro de esos
machitos que colaborarán en enseñarle la dureza de la verga. Por
supuesto, el feminismo castrador es algo horrendo del que todos y
todas tenemos que reírnos mucho, pero algunas de nosotras a
veces sopesamos las razones de esa actitud, nos gustaría a veces
ser pesadas tanquetas con el pelo corto dispuestas a a arrollar al
primer hombrecito que se nos cruce...Volviendo a Benesdra, los
elogios por la manera en que plasma "el imaginario del macho
porteño" son cínicos y cobardes al mismo tiempo. No se animan a
vibrar televisivamente de entusiasmo por la manera en que aborda
el tema, pero se estremecen entre líneas de gozo porque por fin
"uno de nosotros" ha dicho lo que todos sienten. Pero enojarse con
Benesdra es como enojarse con la humedad porteña. Ningún emisor
de ese tipo de discurso es ni se siente responsable por sus dichos y
hechos. Nociones arcaicas que han ido penetrando los cerebros con
cada pequeño acto y palabra de la vida cotidiana desde la niñez
crean la verosimilitud de tales fantasías y proposiciones no tan
alejadas de la realidad, de manera tal que parece hablar una voz
impersonal que no admite ninguna primera persona, "ellos" son,
dicen, piensan así, hay que tenerlo en cuenta y amoldarse. Estela
ya no tiene la fuerza, pero algo así como el recuerdo de la energía
reactiva provocada por miles de pequeñas humillaciones y desaires
la impulsan a tener ganas de escribir la novela de Romina, la
derechista, religiosa, pasiva-activa, negada a la sexualidad, negada
a la dependencia en serio, contraejemplar criatura que Ricardo
insiste en ver como arcilla en sus manos por derecho de nacimiento.
Tal vez Estela escriba sus propios ensayos sobre literatura femenina
en general, tanto contemporánea como pasada, y de esa manera
responda al proyecto de Lisandro, que muy satisfecho de sí duerme
a pata suelta.
***
La condena a la política
Pablo se quiere matar. El amado militante de Estela, paralizado
en un bar en medio de la ciudad colapsada, mira Telenoche y no lo
puede creer. No nos la pueden hacer tan bien. Justo ahora que
pensábamos que por fin habíamos llegado a algo, no la guerra
ganada, pero sí la batalla, la batalla empresarial después de la
batalla cultural con el objetivo de esquivar indefinidamente la batalla
militar. Llama a su viejo que le dice que Perón ganó con todos los
medios en contra y perdió con todos los medios a favor. Corta sin
contestarle, deprimido. Ya llamó a varios compañeros y a su
responsable, todos hundidos en el pasmo. Un viernes negro en los
corazones peronistas. La súbita conciencia de que la cuesta es más
larga y empinada de lo que parecía desde abajo. Hace un tiempo
charlaba con su primo, politólogo halperiniano y prescindente, que
decía más o menos esto: la sintonía fina es ilusa. No se pueden
evitar las sucesivas polarizaciones que impiden un manejo racional
,separado de la coyuntura, del Estado. Los liberales jamás
permitirán que se consolide pacíficamente una institucionalidad
aparte de sus intereses y su ideología. Se está condenado a
atravesar conflictos que retrasan lo que de veras necesita el país,
superada la etapa de la capacidad ociosa y la desocupación masiva:
el Plan de Desarrollo. No hay manera de salir de este impasse. Los
liberales jamás cejarán mientras sea constitucional la propiedad
privada. Ustedes tampoco pueden cejar porque de perder el control
del Estado la venganza sería cruenta, ejemplar, aunque no a la
manera dictatorial. Son dos luchadores trabados en una llave,
forcejeando para tirar al piso al otro, moviéndose apenas unos
milímetros de la posición empatada. Pablo recuerda con nostalgia la
contradictoria excitación que lo embargó al imaginarse una
eternidad de discursos de Cristina, marchas y furibundos editoriales
en la prensa adicta. Ahora se da cuenta de que mucho de lo mismo
es poco de lo otro, y la ley de la vida es derivar hacia lo otro. Decide
de golpe que mañana no va a ir a trabajar. Se va a quedar en casa
prendido al Twitter y al cable. Necesita cargar la batería. Necesita
acostumbrarse a la idea de una lucha en el barro, de heridas que
duelen pero no matan, de escasos goles de un lado y del otro.
Aunque mientras la lluvia azota los cristales del bar cree que ésa es
una estimación optimista.
***
La invitación
Una fantasía acariciada con dedos sin huesos toma un aroma
embriagador cuando la comparte un cómplice.O cuando el cómplice
cree que conoce la fantasía, cuando en realidad solo se le ha
mostrado una parte algo salaz pero, comparada con el todo, asaz
inocente, como un pecho insinuado en la tapa de un libro del
Marqués de Sade. En medio o inmediatamente después de la
cópula, Estela ha insinuado su interés por "un compañerito de
trabajo" y Lisandro lo encontró bastante estimulante e indagó más.
Ahora están en la mesa del longitudinal ambiente que sirve de sala
de estar y dormitorio, comiendo unas tostadas con manteca y
mermelada de durazno, enchastrándose los dedos con la dulce
mezcla, sintiendo cómo se pegan al paladar los trozos de pan
untado, tragando grandes bocados con largos sorbos de té y
planificando la fiesta de cumpleaños de Lisandro. Lisandro tiene un
problema con envejecer o, mejor dicho, con crecer, cosa que Estela
manipula con picardía para convertirla en un frenesí de festejo que
olvide el día siguiente, cuando el año suplementario cae con todo su
peso sobre la cabeza de la víctima. Vas a ver, le dice, puede estar
esa chica de la que siempre me hablás, Eda...Eva, corrige él,
Krieger: un gran valor, una mujer muy inteligente. Siempre pensé
que yo te parecía inteligente. Sos, silabea él, muy inteligente. Pero
la de Eva es un inteligencia rara, como masculina. Otra vez con el
cuento de lo masculino, suspira ella, y lo femenino, dos
construcciones. La teoría de género nunca eliminará la filosofía
infusa en el sexo, dictamina él, restregándose el labio inferior. Como
no lo hizo el psicoanálisis. Cualquiera que tome conciencia del
complejo juego de atracción y rechazo...Pero eso es de folletín, Lisa,
protesta Estela. Y sí, John Irving dice que la vida es como un
teleteatro, no como una novela del modernismo austero. Las
sorpresas inmotivadas abundan, en la vida y en el sexo. Lisandro se
pone de pie, se sacude las migas del pantalón y sale al patio, a
mirar el rectángulo de cielo matinal que le toca. Va a llover, comenta
desinteresado. No hay que sacar la basura, hay que ser buen
vecino. ¿Entoncés me dejás que lo invite a Pablo?, dice ella con voz
de nena y acto seguido se ríe guasamente, con él haciéndole eco o
burla. Sí, dale, traé a ese virgen camporista, vamos a ver cómo se
adapta entre tardonoventistas con cerebro. Para mí mucho cerebro
y poco huevo. Son unos eunucos, tus amigos de Filo. ¿Quién tiene
hijos? No, pero Abel y Cata abortaron, me lo dijo ella llorando, objeta
él. Lágrimas de cocodrilo, ni se acercan a la complejidad católica del
crimen. ¿Nosotros cuándo vamos a parir, nene? Cuando los cielos
de la patria estén despejados, termina él, y entra al bañito a mear.
***
Preparativos para la invitación
Detrás del mostrador del Ministerio, con una remera nueva,
Estela repasa en su cabeza los pasos planificados. La movida no
deja de ser audaz, teniendo en cuenta que pocas veces han
cruzado palabra y que él la puede tomar como un gesto
extravagante o, lo que es peor, confianzudo, o puede, incluso si no
es así, no sentir el menor interés. Para que no parezca tan extraño,
Estela ya invitó a dos chicas insignificantes que tienen trato con
Pablo; entre gorjeos aceptaron entusiasmadas, a tan pocas fiestas
van. Estela, sin embargo, se siente identificada con ellas,
sentimiento que se esfuerza en este momento en reprimir. Faltan
diez minutos para que Pablo salga y si sale con Leticia da igual; la
va a ignorar y se va a dirigir a él como si estuviera solo. ¿Pero eso
no parecerá más loco aún? Las torturas reunidas de la timidez y la
duda sobre la propia salud mental atenazan a Estela. ¿Por qué es
tan difícil cumplir un deseo, dar el primer paso, poner la cara? ¿De
dónde sale tanto miedo al rechazo? Está segura de que Leticia ni
siquiera lo pensaría dos veces en su lugar. Con gracia inimitable y
una sonrisa de protagonista, lo encararía y lo convencería, lo usaría
y lo tiraría. Si es que ya no lo hizo. Haciendo memoria, hace ya una
semana que no salen juntos. Este puesto de mierda, en el que una
no se entera de nada. Seguro que Nati y Estefi lo saben, hay que
sonsacarlas.Ojalá él, puro, haya retrocedido ante los movimientos
ondulantes que se iban acercando de ella, con su vestido amplio y
los senos erectos, ojalá haya balbuceado en su confusión que para
nada, que él nunca pensó...Un gil llega, le dice algo, lo acredita sin
prestar atención. El tipo se va con una mirada ceñuda, todos tienen
apuro, todos tienen problemas acá. Nadie se fija en los problemas
de una.¿Qué va a hacer con Lisandro? Está habituada a él, pero lo
cierto es que hace tiempo que no lo quiere. Pero todo parece ir tan
bien, bien no, tan normal.... La normalidad es la almohada ni dura ni
blanda que sostiene el continente de los sueños. Sin ella, solo
queda la dureza de la cruda realidad. Estela siente que la almohada
toma vuelo, se escapa de entre sus brazos que aferran una parte de
la funda, la ley de gravedad parece haberse invertido solo para la
almohada y la fuerza que tira para arriba es indomeñable, pero ella
también quiere volar, volar de verdad, junto con las mariposas y las
palomas cuya caca decora todas las cornisas del centro, le gustaría
cagar más alto que nadie, para...Otro gil, ¡cómo abundan! Cinco
minutos para que salga Pablo. Le gusta su camisa verde que
acentúa la invalidez de sus hombros. Ojalá la haya traído hoy. Hay
demasiados subjuntivos en mi cabeza, piensa ahora con útil frialdad,
vayamos a los hechos consumados del indicativo. ¿Bajará por la
escalera o el ascnesor? ¿sSe fijará motu proprio en ella? ¿Tendrá
que hacerle señas como un semáforo? Basta, piensa tratando de
relajarse, por favor, pará, por favor, dejame en paz. Basta de
palabras: un acto.
***
Cara a cara
Pablo baja el último escalón de la escalera con el cuidado de
siempre, por miedo a caerse, y escucha su nombre voceado desde
alguna parte. Mira hacia arriba automáticamente, por si es un
llamado de Dios, pero arriba solo están las vigas cruzadas del cielo
raso y el llamado se repite y además la voz es femenina. Mira como
un pavote el remolino de cuerpos que entra y sale del edificio y
entonces ve una mano fina y blanca agitándose. Enfoca mejor y
advierte a la chica de la entrada, ¿cuál era su nombre? Pamela.
Sonríe si no con seguridad sí con simpatía y se acerca al mostrador,
con su paso levemente chueco. Pamela sonríe con una alegría que
Pablo se pregunta a qué se deberá, ¿se casa?, ¿está casada pero
embarazada?, ¿la cambian de puesto? Pablo, le dice cuando la
tiene a un metro y medio, qué suerte que te veo, cómo estás. Bien,
dice él por un costado de la sonrisa. Pero no está bien. Su vista está
cada vez peor, duerme un día sí y otro no, Leticia, ya quedó claro, lo
quiere como amigo, la orga es un quilombo, no alcanza a definir su
vocación, no sabe lo que quiere de la vida, lo que sí sabe que quiere
le es negado, el 21 de diciembre se acaba el mundo. Así que la
alegría de la chica es algo curioso y refrescante. Inclina la cabeza
hacia ella, esperando captar más datos con las antenas. Ella
parlotea y hace chistes que él festeja breve pero atinadamente, a
juzgar por el flujo de palabras que no se corta y los ojos brillantes y
la sonrisa cretina que no se le cae ni por un segundo. Al final se
para y pone expresión expectante. El se da cuenta de que pregunta
algo, perdón, ¿cómo dijiste? Entonces ella dice, pero ya no con la
sonrisa, con los ojos muy abiertos como de susto: te dije si podías
venir el sábado a mi fiesta de cumpleaños. La cabeza de él
retrocede, como impactada por un objeto arrojadizo, no se la
esperaba, y todavía no sabe qué merece tanta felicidad, ¿apenas un
cumpleaños? Está a punto de preguntarle cuántos cumple, pero se
refrena a tiempo. Balbucea que los sábados los tiene un poco
complicados... Vienen Nati y Estefi, se atropella ella, y además mi
novio te quiere conocer, tiene muchas cosas en común con vos,
está muy interesado en política, se sabe los nombres de todos los
presidentes desde Rivadavia, y además tiene un enfoque muy
particular porque él es filósofo....Las antenas de Pablo vibran. Ese
dato le interesa. Está pensando en cambiarse de carrera y Filosofía,
o Historia, sería una opción. Qué interesante, dice, arrastrando la
sílaba acentuada, me gustaría ir. Ella pega dos saltitos en el sitio y
le pide el teléfono para pasarle la dirección. Ya la anoto, dice él
sacando el celular, decime, Pamela. Estela, dice ella, y su sonrisa es
definitivamente maníaca, me llamo Estela.
***
Esmalte de uñas
Carla Peterson y Martín Lousteau no se ponen de acuerdo sobre
el nombre de su futuro hijo. Eva Krieger tiene un nombre en la
cabeza desde hace días: Uki Goñi, Uki Goñi, Uki Goñi...Expele el uki
cascadamente, deja que la lengua se demore contra el paladar en la
eñe de goñi, y se siente vagamente insatisfecha: no es un nombre
tonante y completo, como, por ejemplo, Martín Lousteau o Juan
Domingo Perón. En general, sabe que Uki escribió un
documentadísimo libro sobre la conspiración alemana-vaticana-
peronista para refugiar en las virginales montañas de Sudamérica a
criminales de guerra nazis. Sabe, o recuerda, que su abuelo tenía
una soterrada admiración por el carisma y la capacidad organizativa
de Adolf. Sabe, o conoce, que los alemanes perdieron la guerra, y
una vez perdida la guerra se pierde el relato de la guerra. Lo que la
lleva al caso argentino mientras se pinta las uñas de los pies de rosa
viejo. Los militares argentinos que participaron en el exterminio de
las organizaciones arnadas y demás formas de oposición y
resistencia al orden capitalista dicen, y ése es su intento de construir
un relato, que ganaron la batalla militar y perdieron la batalla
cultural. Cualquiera que estudie la historia mundial sabe que eso es
imposible. Entonces, no ganaron la batalla militar. ¿Por qué? Porque
dejaron la guerra por la mitad. Se conformaron con sacar al
adversario de la cancha y después se dedicaron a jugar al polo en
un estadio de fútbol. Dicho con otras palabras: no ordenaron
ordenadamente un orden capaz de ordenar a sumiso e insumisos.
El economista judío amigo siempre pone el ejemplo de Chile. Chile
es un paraíso para cualquier neoliberal y una pesadilla viviente para
cualquier no neoliberal. Pero es: un orden que nadie cuestiona
seriamente, es decir, en la práctica y radicalmente, por más que
muchos bufen. La gente vota, los votados gobiernan, las minas
producen, los metales se venden, los beneficios se embolsan, los
salarios se devengan: orden. No hay confiscaciones bancarias cada
diez años. No hay megadevaluaciones. No hay superministros. No
hay planes económicos con nombres de operación secreta de la
CIA. Simplemente, el orden social se identifica con el orden natural ,
y todo sigue igual, con los beneficiados orondos, los perjudicados
cejijuntos y los artistas de televisión sin saber qué nombres ponerles
a sus hijos. Eva desea tener un amante de la izquierda chilena, en lo
posible un indómito seguidor de Camila, para sentir en su carne
blanca y rubia la pica del labriego que socava. ¿Era una pica? Y en
el mismo acto poseerse en su superioridad social y racial, más
concentrada y autoirónica debido al siempre a medias triunfante
igualitarismo argentino. Ah, ser un ente de puro goce, sin mezcla de
dolor ni reflexión, sin memoria, un pezón inflamado por la brisa de
verano, al aire, a la vista de nadie,duro y jugoso...El nombre que
Carla y Martín deberían ponerle a su hijo es Carilindo, que es un
adjetivo peyorativo para los economistas serios que quieren ser
galanes. Uki, en cambio, es un nombre para duros pescadores
vascos y sería bueno para el hijo de Eva y el chileno.
***
La conciencia de clase
Repartidos en forma equidistante alrededor de una mesa
redonda de sólida madera, entre los restos de una picada, mudos
frente al televisor, los tres militantes repasan en sus cabezas las
imágenes del día pasado en la esquina de Cabildo y Juramento,
esclareciendo. Cada quince minutos un automovilista que grita
"vayan a laburar"; la foto de Cristina escupida; los volantes tirados al
aire; las caras desencajadas de odio de viejos y mujeres; los perritos
ruidosos; la llovizna que refrescó brevemente las pieles sudadas de
las nucas; el atildado cincuentón con pañuelo rojo al cuello que
revoleó los papeles de la mesa y cuando el hijo de uno de los
militantes se agachó para recogerlos le pisó la mano, recibiendo
como justo castigo un uno-dos del padre que lo despatarró en la
vereda, lo cual ocasionó un revuelo de siete personas gritando
"asesinos, asesinos" y la intervención de personal de la 35, aburrido
de las boludeces de los vecinos; la caminata hasta la uba, lerda,
silenciosa, bajo mirada hostil, cada uno metido en el minúsculo
interior donde una vida germina adquiriendo los rasgos que más
tarde parecerán los estigmas de la desgracia; el grupito más grande
que se va al club, el de los tres que decide ir a casa de uno a ver
Actualización doctrinaria...Y en el mundo de diferencias entre el 70 y
ahora, ellos, como herederos de la clase media peronizada de esos
años, recién ahora aquilatan la dimensión de la derrota que media
entre el pasado y el presente. Están en un barrio duro, lo saben,
pero la bajeza pareja de los argumentos, el sentimiento excluyente y
prejuicioso que chorrean las palabras de la gente con la que tienen
que hablar cada sábado es un tirón hacia el averno que sólo las
marchas y la visión fanatizada de canal 7 pueden contrarrestar.
Buenos Aires, centro cultural, con el mayor nivel educativo del país,
demuestra un primitivismo político cuaternario. Alguien trae a
colación la frase de Rodríguez: en Cobo y Curapaligüe es peor que
en Callao y Santa Fe, pero eso sólo demuestra la unitaria visión del
mundo de las franjas superiores e inferiores de una misma clase
que, insegura de su propio lugar y valor, no quiere que se los
dispute nadie. Alrededor de una reacción visceral se reúnen y
calcifican frases hechas, imágenes, conceptos: todo un tejido en
carne viva para los shocks eléctricos de las campañas mediáticas
acerca de cualquier cosa. ¿Hay que ponerlos en el lugar del
enemigo o seducirlos? Dos de ellos están a favor de la primera
opción, el segundo discute: no hay posibilidad de consolidación del
proyecto sin un acuerdo entre clases bajas y medias. Pero cómo, a
través de qué medios. ¿La propaganda, la disuasión, la difusión, la
educación, el progreso económico, el cambio cultural?
Desalentados, intuyen que la formación cívica de esos sectores
llevará décadas. Ellos quedan como el pelotón de vanguardia en la
zona con el metro cuadrado más caro, ellos, hijos de porteros y
quioskeros, con acceso a la UBA o al menos a la Universidad de las
Madres, con una formación que la multitud de abogados y
administradores de empresas desdeña, con una convicción en la
bondad de su línea apenas oscurecida por algunas críticas menores
que no pueden expresar hacia afuera, seguros de que su juventud
es el mejor momento para vivir y conocer las últimas presidencias,
recién casados, con la mujer preñada, con un hijo chico...Dos se
levantan, se despiden, se sonríen. Salen a la calle calurosa y
mojada, llegan a la esquina y se separan.¿Qué piensa un militante
en la resaca de un día de militancia? En el paraíso del acuerdo total,
redondo, suave y final.
***
Entretenida
En el living pintado de rosa y decorado con fotografías del
Riachuelo en la década del 20 zumba agradablemente el aire
acondicionado y la luz del atardecer que filtra un cortina cremosa
realza el color adormecido de los ojos de Eva, vestida como
lánguida valquiria, con las piernas recogidas en el sofá de cuero
color champaña, ante una mesa ratona que soporta ejemplares de
Viva, Veintitrés, Gente, Mancilla, sosteniendo ante la vista un
cuaderno de tapas duras donde suele anotar frases como "los
judíos, los asesinos de los judíos, las víctimas de los judíos" o "un
territorio en disputa: negros, narcos, palestinos". Un temblor
sonriente recorre en lapsos de dos segundos la comisura izquierda
de su boca cruel, porque acaba de recibir noticias de Lisandro: hay
una fiesta. Deja que su mente recorra su placard para imaginar qué
se va a poner. ¿Sexy discreta? ¿Intelectual seria? ¿Intelectual
frívola? ¿Rockerita? ¿Conchetita? ¿Despampanante? Se regodea
con sus amplios pechos a la vista entre tabloides de Filosofía,
amargas, emputecidas por la vida en los grados inferiores de la
carrera académica, y ella como una puta en Tinelli frotándose contra
la bragueta del anfitrión y por fin Estela poniendo los ojos
definidamente en ella, con odio, odio que no tarda en
convertirse...Justo suena el celu, atiende, es la madre: borracha de
nuevo. Papá nos dejó, nos dejó, solloza. No, mami, ya va a volver,
recita Eva. El uniforme, crepita, planchadito sobre la cama,
esperándolo, hasta las cuatro, y entonces me doy cuenta de que no
llega, ¿entendés, no está, no llega, nadie sabía nada, los hermanos,
los amigos, todos inútiles. Es un trabajo, mami, desliza Eva. El
trabajo es la familia y la familia es la inmortalidad, siempre lo decía,
te acordás, nena, y ahora...Recostate, mami, tratá de dormir un
poco. ¿Esta Marga? Su madre farfulla confusamente y entonces un
firme acento paraguayo se hace cargo de la comunicación. Marga,
ya te dije que no la dejes tomar tan temprano, reprende
suavemente. No señorita, si la señora salió cuando yo estaba
ocupada, tengo bajo llave todos los licores, y volvió así, qué
bárbaro, ya no la voy a poder dejar salir. No tanto, no tanto. Tratá de
que no me llame, de que descanse, entendés. Un poco más de
conversación y ya siente cumplido su deber de hija. Hojea un par de
revistas: lo mismo de siempre. ¿Alguna vez va a cambiar algo?
Siente que es la misma historia desde su nacimiento, siente que la
democracia se estira demasiado y todavía no hay muchos
insatisfechos como ella. Una poderosa transmutación de todos los
valores, eso ansía, anotado en su cuaderno. Faltan dos días para la
fiesta, entonces algo se va a definir, y con los ojos de Estela en
gigantografía empieza a masturbarse.
***
Una madrugada de lluvia
La otra noche vi llover, vi gente correr, y no estabas tú...La línea
de la canción basura escuchada en su niñez de boca de primas
retrasadas tanto sexual como estéticamente vuelve a su memoria
esta noche, en una mesa de La Academia, mientras las gotas
rebotan sobre los capós de los coches cuyos dueños se aterrorizan
cada tormenta de los desastres que una vez provocó y puede volver
a provocar el granizo, que a Lisandro le gusta (su sonido
contundente de catarata sólida). Lleva a su labios el vaso alto de
cerveza y se limpia la espuma con el revés de la mano, sus ojos
adquieren esa opacidad idiota que adoptan cuando está pensando.
Mira de reojo hacia el costado, hacia el tronco caído en medio de un
bosque que ostenta la tapa de la revista que compró ayer en una
presentación en que se deprimió, tan mal está con el ambiente
intelectual. Reportajes, literatura argentina del siglo XXI ( es un
ritornello), Internet...Se detiene en esto último. Lee una nota y se
siente tan afuera como con cualquier nota tecno. Lee otra, y sus
cejas se alzan, un brillo de interés ocupa su mirada, su boca se
entreabre y la punta de su lengua repasa el labio inferior mientras
lee:
"Algunas películas recientes desarrollan personajes que pueden
pasar perfectamente por dobles del artista pos relacional. Tenemos
al depresivo adicto al sexo en Shame de Michael Fassbender, que
se conecta con todas las mujeres de Nueva York mientras se hunde,
simultáneamente, en experiencias crecientemente tormentosas de
retiro y auto exilio narcisista. También tenemos a las parejas
aceleradas de las casi idénticas comedias románticas del año
pasado, Friends with Benefits y No Strings Attached, que se
desapegan para conectarse de forma más eficiente, y construyen
una especie de aplicación de pareja móvil adecuada a la
atemporalidad de la interfaz metropolitana. Y está la escritora
alcohólica de romances adolescentes encarnada por Charlize
Theron en Young Adult que, cuando se anima a salir de su
confinamiento de alto nivel en su casa oficina, descubre que las
conexiones en la vida real han quedado fuera de su alcance: ella (o
el mundo, o la adultez) ya ha pasado de largo. Todos estos casos
involucran a profesionales exitosos exiliados en el medio de sus
propias actividades hiper relacionales, que ya perdieron la
capacidad de experimentar a los otros fuera de los términos banales
y superficiales del perfil de usuario: solo pueden interactuar y
redirigir datos como a través de una interfaz, ya sea en la cama o
frente a la computadora."

Levanta la vista hacia la ventana mojada, ve pasar un rostro veloz


de mujer y trata de pensar en qué gente real conoce que responda a
estas características. El bicho que describen estas palabras parece
un personaje ficcional: demasiado coherente y sin salidas. Él mismo
supo caer en depresiones fuera de todo entorno relacional (aunque
la nota no utiliza el término en el mismo sentido); se veía entonces
como un ser desahuciado, condenado a morir sobre el fino colchón
de la cama individual que estaba usando en la casa de su madre,
con la vista fija en la cubierta gris acero de la bombita que iluminaba
sus piernas flacas y peludas y su slip de tres días. En esos meses,
desayunaba y cenaba solo, salteándose el almuerzo y la merienda,
mientras escuchaba en el living a su madre por teléfono: "¿Será la
edad? Ay, no sé.." Sabiendo que nadie podría ayudarlo ya que no
creía en Cristo, que ni exprimiéndose el cerebro tres noches
seguidas se le ocurriría el modo de salir de esa casa a la intemperie
salvaje donde esperaban para matarlo, que el suicidio, finalmente,
estaba también fuera de su alcance por el asco que le daban sus
restos sin alma manoseados por médicos y policías, creyó que
estaba fuera del tiempo universal, en que los otros todavía seguían
manifestándose, y que en el callejón sin salida donde estaba solo
quedaba hacerse un ovillo y tratar de dormir. Pero de hecho había
debutado , había trabajado y se había licenciado; la vida había
continuado y continuaría. El sonido hueco de estas palabras en su
intelecto lo achica un poco; ese optimismo vacuo siempre le
repugnó, a pesar de observar que muchas personas lo encontraban
útil. El autor de la nota se llama John Kelsey y es galerista, artista y
escritor. Se propone buscar más datos sobre él. Vislumbra a un
alma gemela.
***
Una navidad de cohetazos
Demasiado adultos para Papá Noel, lentamente envenenados
por los excesos de alcohol y grasas, más arrugados, ojerosos,
pelados o cetrinos que el año anterior, viendo en los parientes los
mismos cambios que ellos ven en nosotros, aturdidos por
explosiones múltiples y simultáneas, mirando como bobos la
floración del cielo, incapaces de bancar un minuto más a ese
cuñado que putea contra el cepo, soñando con un tiro al blanco con
efigies de Melconian y López Murphy, totalmente inconscientes de
haber sobrevivido a un período calamitoso para la economía,
comprobando escandalizados el incremento del precio de la
pirotecnia, optando por una mejor marca de sidra, imposibilitados de
llegar al baño a tiempo, asombrados ante la pregunta del menor de
los parientes, con la cabeza vacía de la siguiente línea de la
canción, borrachos, con la panza presionando contra el cinturón, a
punto de explotar, la clase media porteña, llamada en otras épocas
gente decente, celebra otro natalicio de Nuestro Señor Jesucristo
con un registro tenue de los desastres cometidos por los siempre
denominados negros de mierda en varias zonas del país, y no
hablemos de intención política porque la gente decente está más
allá de la política: ha llegado al estado en que se constatan
diferencias sociales como rasgos fisionómicos.
Escuchemos otra vez a la Presidenta y pasemos por alto estas
últimas palabras.
***
Más meditaciones baldías alrededor del principio y del fracaso
Comienza un nuevo año y no sé qué hacer con él, como no
supe, creo saber, qué hacer con los anteriores. Genoveva se lima
las uñas, desnuda, cruzada de piernas, y cada tanto me echa una
ojeada para comprobar que todavía respiro. No sé qué hacer con lo
que alguna vez pensé que era una novela, pero ahora se me
aparece como una carroña de palabras sin sentido y sin música.
Temo exagerar, pero adelante. Esta agua barrosa que tiñe la
pantalla de su monitor alguna vez quiso ser el lago transparente que
mostrara una ciudad sumergida, que incita a nadar por debajo para
perderse entre sus calles abundantes en giros y sorpresas. Pero no
doy la talla. Yo, que quise ser siempre fresco y primaveral Escritor
Principiante, estoy a punto de atascarme en otro avatar del Escritor
Fracasado. No hay plan a largo plazo. No estoy cubierto contra las
descargas y turbulencias de lo imprevisto. Me siento inerme como
un mamón. Al no haber dirección de los hechos en una avenida
temporal y espacial, tampoco hay cambios dignos de ese nombre: al
revés de lo que puede suponerse. cuando no podemos atribuirle a
una voluntad única e intencional la colcha de retazos que es toda
historia, también desaparece el diseño implícito que gobierna
nuevos agregados. Gracias a Dios, he descubierto un nuevo placer:
cagar en un rincón, como un perro. Una vez entre dos lapsos de
sueño, me pongo en cuclillas y saco de adentro lo mejor de mí. El
olor es tan cálido e íntimo, la consistencia tan esponjosa, que me
parece un auténtico fruto de río, como el que bosteza en las puertas
de mi ciudad. Intento convencer a Genoveva de que pruebe, pero
me rechaza arrugando despreciativamente la nariz: peor para ella.
Si lograra depositar, por las cuencas de los ojos, en los cerebros de
mis lectores imágenes con el carácter definido y final de mis
excrementos, estaría avanzando por el buen camino. Los veo
acumularse, a mi izquierda, en el fondo, y tengo la sensación de un
trabajo bien hecho. Desgraciadamente, están más expuestos al
deterioro del tiempo que las palabras, que no tienen los problemas
de la materia y no pierden su aroma ni se convierten en polvo una
vez grabadas en superficie benévola; pero su mera existencia ya es
una dilatación del pequeño aujerito por el que todo humano mira el
universo ilimitado. Sin más que decir por el momento, les deseo a
todos un feliz año nuevo con muchas enes que vibren en el aire
antes de cerrar el círculo.
***
Los crotos
La noche más calurosa del año es una lápida sobre Plaza
Congreso. Se arrastran, renguean, abren sus bocas podridas,
buscan qué rapiñar, piden más con, sin esperanza: los militantes
sociales, armados sobre Hipólito Yrigoyen, sacian el hambre y la
sed, pero no los de justicia. Reparten bandejas con albóndigas y
ensaladas y jugo de naranja, en cantidades siempre insuficientes,
liderados por un hombre que tuvo una vida egoísta y normal hasta
que su hijo enfermó y sanó: ahora piensa en los otros, los otros son
una obsesión. Los mira desde la caja de la camioneta, desdentados,
sucios, locos, viles: la humanidad sufriente. No quieren mirarlos, los
amarillitos, porque son, como decía Marx, la negación de la
sociedad, el espacio de todo lo que se rechaza y se teme, el infierno
irreligioso que espera ni bien tengamos un momento demasiado
largo de debilidad. Pero para este hombre no hay ni dialéctica
revolucionaria ni redención cristiana: el les llena el estómago una
vez por mes, punto. Se siente mejor haciéndolo.
Dos pibes morochos, la remera sobre el hombro, pasan por la
explanada del Congreso y se ríen y hacen fuck you con el dedo,
imitando a Lanata.
***
Los pasos previos
Cuando la tarde termine, será la noche de fiesta: pocas cosas
más seguras. Y no será una fiesta multitudinaria en la que uno
descansa de su identidad y suelta amarras, ni tampoco una fiesta
íntima que remeda la vida familiar: por el ancho camino del medio se
deslizará esta fiesta, con todos sus invitados que se conocen entre
sí o no, sus alcoholes, la prohibición implícita de tomar merca, las
conversaciones chispeando y apagándose como brasas bajo la
llovizna, las risas demasiado altas, y la posibilidad. La posibilidad
tendrá una cuna acogedora en la fiesta y ella, Estela, la va a mecer
suavemente, canturreando como en una película en que la niñera
quiere casarse con el padre y matar a la madre. Estela se siente
psicopática y poderosa. Acaba de terminar una chocotorta y está
orgullosa. A la mañana comprobó que en el último mes bajó dos
kilos. Que haya recordado la balanza ya es un buen indicio. Se
sentía desasida y gorda y ahora siente que sus manos se cierran
sobre un borde firme. ¿De qué puede hablarle a un militante? Hace
una semana que lee por internet tres diarios cada día, pero le
parece que no pasa nada interesante, problemas entre políticos y
jueces, ¿hay actores menos creíbles y menos eficaces? A veces,
mirando a la gente de su edad que trabaja en el ministerio, cree que
se está perdiendo algo, pero luego concluye que los otros viven un
sueño del que les será doloroso despertar. Lisandro también vive en
un sueño en el cual es Sócrates, un Sócrates cool que lanza anillos
de humo a las caras de sus contertulios, expresando
paratácticamente con frases unimembres la fundamental in-cog-nos-
ci-bi-lidad del mundo y el pozo negro que es el hombre. Estela está
segura de que Lisandro no es un filósofo, es un hijo de dos
alfonsinistas, y su negativa a trascender su origen lo convierte en un
caso clínico de segundo orden del que por ahora no hay tiempo para
ocuparse. Ni siquiera ahora Eva acude a sus pensamientos. Piensa
más bien en Georgie, un amigo de Lisandro muy feo y muy miope,
que se maneja como un tigre en celo en Facebook y que promete ir
con dos chicas con las que guasamente se jacta de conformar un
trío. Trata de evaluar cómo caerá eso en el militante, a quien
supone, guiada por el prejuicio y la intuición, demasiado moralista
para esas cosas. Cuando la chocotorta esté lo suficientemente fría,
va a llamar a un taxi. No se va a arriesgar a que se le caiga en el
colectivo sobre el regazo de una gorda que abrirá su boca en una
gigantesca O antes de putearla por su descuido y recibir en
respuesta un cabezazo en los dientes, que aflojará los dos frontales
de arriba mientras ella se sostiene la boca incrédula de la violencia
que hoy en día puede desenroscarse en cualquier momento y lugar,
se imagina en Nuevediario contando su desventura, y lo peor es que
la policía no hizo nada porque ella era joven y linda, ¿quién nos
cuida?, yo estoy en contra en principio del chocolate y sus
derivados, pegajoso, pesado y excesivamente liberador...Riendo por
lo bajo, se tira en la cama y prende el televisor. Pasan Seinfeld, la
serie que nos descubrió la inteligencia de lo banal. Sabe que es otra
época, pero se hunde por media hora en una distinta: no es pecado
la evasión en contextos de crecimiento económico y ocupación
semiplena.
***
Houseman
Una cancha vacía, focos callejeros titilantes, viento de tormenta,
miedo a viajar en colectivo, aceleración continua, flotando arriba en
el espacio nocturno frío: una ampolla en la planta del pie, una
renguera plebeya. Sacude afuera el pitín goteante, jugando a que
alguien lo mira, sabiendo que la admiración no es para él.
Ciudadano sujeto sujetado, votante, elector,
informado/medioinformado, 678fóbo, radical inconsecuente,
macrista por default, el miembro en la mano, goteando, escucha: el
final de todas las transmisiones radiales. El silencio glacial en el
centro de la manzana. El frío polar, el suéter cuello de tortuga. Los
que van al fiord y los que vuelven. Silencioso, acariciando la
cabecita, sopesa las opciones a esta hora de la noche: acostarse,
dormir, coger, mirar el techo, imaginar, hacer una película de
imágenes sueltas, captadas durante el día igual a cualquier otro,
deshilachadas, aburridas, absurdas, insignificantes, eso: la vida en
film. Recuperado, alza la cabeza a la luna y está en la cancha vacía,
frente a un arco vacío, una pelota con la cámara reventada a sus
pies. Wing izquierdo en pañales, ya se sabe su destino de crack.
Aspirando: a la gloria, la raya pegada al cuerpo, aceleración
continua, velocidad de saeta y de pájaro. En la ancianidad, firma en
una dependencia estatal un contrato que no va a cumplir. La remera
pegada al cuerpo, hecha carne y sudor del cuerpo, el único cuerpo
que todavía se mueve en la cancha que agrandan y achican a su
gusto, jugador veterano golpeado no vencido, un corazón que late
un latido por delante del tiempo.
***
Eva absorta, de verde
Pectorales, trapecios, bíceps y tríceps trabajados en las anillas
hasta la definición última, red de fibras y venas, tiza, sudor y pies
descalzos de simio; a la salida del gimnasio Eva sonríe. No es la
música, no son los aparatos, no es el aire (acondicionado), no es la
cincuentona que reparte agua mineral, no es la estación, no es el
tiempo: es la sonrisa de Eva. Se desvanece ni bien se dibuja. Sus
pómulos mongoles, sus ojos verdes rasgados, su barbilla partida, su
terrible ojete: toda ella cambia el peso de una pierna a la otra y para
el taxi. El chofer no lo cree, una rubia así, que increíble, hacerlo,
contárselo a los amigos: nada de nada, Eva ni habla ni mira.
Ausente, la sien apoyada en la ventanilla, sus ojos vueltos hacia
adentro contemplan el sueño de la noche anterior. No es una
cuestión de sueños, tampoco. Es que por un lado se siente llena y
por el otro vacía. Lisandro, Estela, los vínculos, los cimbreos de
cintura, las fintas, los amagues, el tiempo que pasa: ha cumplido
treinta y dos años. Desde los quince se siente igual. En el colegio
alemán, con la pollera verde, acariciando la entrepierna de
Gabrielle, o semimuerta, sacudida por su madre en ascendente
estado de histeria, riéndose por dentro, pero dura como una tabla. Y
la indiferencia de todos, del todo, todo mezclado, igual... Si tuviera la
costumbre de autodiagnosticarse, la manera como se clava las uñas
en las palmas sería un signo de autoagresión, pero es sólo ese
dolorcito autogenerado, tan distinto del que generan los otros y las
otras...Frena el cohe, paga, se baja sin saludar. El tachero la mira
dirigirse al kiosko antes de arrancar, y cuando acelera hacia
Congreso siente un intenso olor a vulva recién garchada, tiene una
erección y al subir un viejo de boca agria se concentra en la plata
hasta Ezeiza y se le baja.
***
La fiesta
Para los proletas y los lúmpenes, la fiesta es la suspensión del
tiempo cotidiano, tiempo en que lo real es la escasez. Para los
jóvenes de clase media, es un modelo a escala de la vida social que
les espera: comer lo mismo que todos los días, tomar porque hay,
emparejarse de la mejor manera que se pueda, aprender y reforzar
las normas de comportamiento. Una fiesta, así, pendula entre el
exceso y el tedio. hay que saber navegar entre los bancos de una
fiesta así, lúcido y sin embargo integrado, con la dosis de alcohol y
droga justa, pero eso lleva a no emparejarse. Si consideramos que,
a medida que aumenta la edad de los invitados, los individuos
sueltos decrecen, en esta fiesta que planean Lisandro y Estela poco
va a pasar en ese sentido. Pero, como la experiencia indica que el
exceso y también la violencia son posibles y esperables, un leve
nerviosismo empieza horas antes a provocar movimientos de
descarga que no son usuales en las personas. Lisandro, por
ejemplo, está limpiando por segunda vez en la tarde. Por lo general
es un poco sucio y desprolijo -y su cabeza es eficaz-, pero esta
noche le parecería insoportable que una cucaracha caminara por el
esmalte blanco de la cocina. Estela camina, camina en sueños, los
brazos extendidos hacia adelante, la cabeza colgando, un muñeco
de trapo juguete de eros y tánatos. Los dos invitan, los dos
organizan, convocan, instan a gente como ellos a reunirse para
espejear unos en otros en forma múltiple: eso es lo opuesto a la
soledad, es la compañía, la fiesta: lo mismo que el aislamiento, pero
confirmado por el grupo.
***
Entradas al diccionario de ideas recibidas
Flotando de espaldas en la noche celular, los durmientes tienen
su patria más lejos: en el pantano hórrido donde solo viven especies
de anfibios cruzadas con las de otros planetas, sapos del tamaño de
un niño de tres con tres ojos rojos y furiosos. No lo reconocen,
pierden su vista en el azul del cielo. Ciegos, todavía creen ver; son
los videntes los que llevan anteojos negros y bastón blanco. En este
mundo al revés no reina ninguna originalidad, al contrario: los
lugares comunes proliferan como única y dominante fraseología
diaria. Los videntes se acostumbran a asentir y los ciegos se
acostumbran a guiar: hay accidentes mortales que superan récords
cada fin de semana alcohólico. Claudio Uriarte bajaba la escalera,
tropezó, se mató: decimos que sí. Leandro Acosta salía del
estacionamiento subterráneo y se llevó por delante a un ciego que
en rollers superaba todo límite de velocidad: probation. Marisa
Pardiña, en cambio, se elevó cuatro metros en el aire cuando la
trompa del Scania la impactó: felizmente sobrevive en silla de
ruedas. Así todo, a todo nos acostumbramos, y todo es cubierto con
la mermelada del lenguaje para que lo traguemos mejor. Los
rebeldes todavía son un grupo muy pequeño, pero piensan que a
ellos les pertenece el futuro: los demás no creen en ningún futuro, ni
en su bondad, ni en su necesidad. Punkies alelados y sonrientes,
hacen cola en el Teatro Colón para no ver al ballet estable pero
aplaudir, aplaudir hasta que enrojezcan las manos: es catarsis. El
diario de mayor circulación al día siguiente titula exultante, describe
delirante, mancos que agradecen su minusvalía al Señor, ovejas
pastando en la 9 de julio, a más riesgo de muerte, más consenso,
mayor repetición de las oraciones que de todo mal protegen: hasta
que se levanta la tapa de los sesos y el cerebro, observado primero
con curiosidad, no tiene más valor que sesos de vaca. ¡Niños, a
comer! Y en el disfrute real del comedor escolar, los reemplazos
devoran el conocimiento necesario para que todo siga igual. Alta, la
bandera ondea, promete. El Estado es un gaucho ojizarco, hace
como que ve más lejos, pero tiene cataratas, pero como también
tiene un gran chamuyo, los ciegos y los videntes creen que su
renuncia y su poder están garantizados por una instancia superior.
Hijos de nadie: rebélense. Hijos de nadie: hagan uso de su vista.
Hijos de algo: negocien. Hijos de algo: no obedezcan a sus instintos.
Y en el eco de los llamamientos inútiles una tímida verdad tiembla
espasmódica por un instante antes de entender que le conviene
hacerse la muerta.
***
Memento mori
La actualidad es optimista.

Beatriz Sarlo
***
Máscara secundaria
Soy una bola de pelos atascada en un desagüe y no pido más.
Gozo de mi propia agregación y apelmazamiento, humedeciendo mi
ser, infértil y más fuerte que la muerte. En mi pasividad de residuo
encuentro la base para una filosofía: nada cambia la esencia,
esencia prístina de los valores nacionales, del campo nacional, de la
propiedad agraria de la que yo soy el opuesto complementario.
Porque no tendría modo de tomar la palabra si no estuviera
supuesto por las toneladas de bosta de vaca necesarias para
conformar las moléculas de las que estoy hecho. Soy oscuro y no
tengo centro, y bajo el gran sol de York parloteo entre borgorigmos a
mitad de mi tubería, hecho una arpía, a salvo de la policía. Me
pregunto si hay versiones más grandes de mí, capaces de atascar
una desembocadura fluvial, pero luego me río de la idea y me
conformo, me atengo a mis límites e insisto en molestar hasta que
una mano que haya vencido el asco termine con mi existencia.
¿Pero termina mi existencia en el tacho de basura? Incluso si me
devoraran saldría por el otro lado intacto, o casi. Más fuerte, repito,
que la muerte porque no sé lo que es la vida, burla final de todas las
promesas, caca jactanciosa que permanece y resiste.
***
Frío de miedo
Contemplo el próximo capítulo de esta novela -la fiesta- como el
que se tira por primera vez de un trampolín mira el agua lisa, a una
distancia incontable, allá abajo. Tengo los huevos de corbata. Es
que con tantas dilaciones e interposiciones no he hecho más, me
temo, que crear una expectativa a cuya altura sé que no estaré. Me
digo a mí mismo: ánimo, hombre, hay que apretarse la nariz y
largarse. Pero si pudiera seguir divagando con seudopoemas en
prosa más o menos eléctricos, lo haría. El vacío que encaro cuando
pienso en la fiesta es la boca abierta de una ballena que me traga
sin notarlo. Nunca me gustaron las fiestas. El ruido, el humo, la
obligación de ser alegre, de conversar. Yo soy un bicho bolita: me
siento bien compacto, duro, quieto y callado. Hasta hace un rato
estaba a oscuras, Genoveva dormía, aguzando el oído se podía
sentir un eco de puertas golpeándose, una detrás de otra, siempre a
la misma distancia, ni lejos ni cerca, y pensé en esa persona que
ponía orden, tal vez, en unas oficinas, vaciaba ceniceros, corría
jarrones, ponía agua en los floreros, guardaba elementos de oficina
en los cajones, decidido y relajado a la vez, ya con un pie afuera,
rumbo a casa, al descanso merecido, y pensé en mi eterna
vagancia, en mi dejarme estar, y me dije que a los ojos de los
verdaderos triunfadores esa persona y yo tal vez éramos iguales,
pero ella tenía, por lo menos, toda mi admiración y mi
reconocimiento de su superioridad, simplemente por moverse sin
hacer preguntas, ni lerda ni perezosa. Mi parálisis me asombra, me
avergüenza y es lo que me va a matar. El puro miedo al próximo
movimiento ocupa toda mi campo mental, no deja lugar para
imágenes ni esperanzas, me sobrecoge en este rincón, me garcha
de arriba abajo. Penetrado y roto por dentro alcanzo a mover los
dedos para inscribir mi lamento de jumento, acá: sabiendo que es
puro cuento todo lo que uno pueda decir para excusar su cobardía.
Pero hay un goce en ese ser la última basura, hay un goce en
saberse el peor; no se los recomiendo, tiene un sabor fuerte y
punzante, como orín. En ese derretirse, ese irse de toda solidez y de
todo nervio, dejando solo una carne de adentro blanda e indefensa,
hay una postrer defensa: la de ser tan despreciable que se demora
el golpe mortal, se suspende el hachazo, y uno tiene todavía un
lapso indefinido para seguir gozando en su inmundicia. Pero basta
de palabras: un acto.
***
Testigo intrépido
Trepa por el angosto espacio entre la cocina y la mesada y
emergen sus antenas por el borde, capta la señal de comida, se
lanza hacia afuera bravía, corretea por el borde de fórmica rosa,
engulle rápida dos migas de pan, hace una excursión entre las
bases de las botellas de vino de calidad mediocre, no encuentra
nada, retrocede,0 baja, se mete en un zapato negro con olor
bacterial, se caga de risa, sale. Percibe un cortinado anaranjado y
verde, se mete debajo, hay zapatillas, papel, mucho papel, defeca
ahí, su cuerpo recuerda que pronto tiene que aparearse, busca
afanosa una rejilla, sale al patio: a la derecha al lado de la puerta.
Se mete, encuentra una hembra, la pone, rápido, se va: vuelve.
Capta lavandina en el aire, odia la lavandina, pero no se encuentra
en la cantidad suficiente para ahuyentarla, se caga de risa, se queda
quieta en la luz que decae, es ella y nada más, se siente bien,
rápida y eficaz: se distrae. Un pie descalzo casi la aplasta, huye,
trepa por la pared a la que le hace falta una mano de pintura para
exteriores, mira arrobada las baldosas rojizas, se entretiene,
relampaguea: huye, se mete adentro. Siente la humedad eléctrica
en el aire, empieza a gotear, hay ruidos de voces humanas, sus
sentidos los captan, son peores que el trueno, piernas blancas
desnudas, un par peludas, otro par depiladas, y las risas, si Dios
hubiera oído alguna vez el sonido de sus risas los hubiera
degollado, pero producen muchos desechos, importantes en el
ecosistema, producen, desechan: importantes. El movimiento se
acrecienta, sabe que en cualquier momento la van a descubrir y
perseguir, ¿qué es eso allá adelante?, un pie, un pan, si es un pie la
aplastarán, si es un pan lo comerá, duda, tercera posición: se aleja.
Trepa a la cama, allá puede haber más restos, los hay, los cerdos
comieron tostadas con mermelada ahí, no les importa acostarse
entre migas, no les importan los seres como ella, peor para ellos,
serán cancelados y superados: es nazi, siente así. Pero ahora hay
más, las ondas cruzan el aire en todas direcciones, debe
esconderse, pero hay una guardia de zapatos esperando para
pisarla, lo sabe, lo siente, debe irse, baja de la cama y siente el
horror, el horror de otro, la han visto, pisotones, se escapa como
puede, afuera gotea, llega a la rejilla, siente un tremendo dolor en
una pata trasera, se la han pisado y arrancado, venganza, pronto,
cuando el plan de Zardoz se haya cumplido, pero ahora huye,
herida, por la cañería, hacia el vientre de la ciudad.
***
Al fin
Pasado el chaparrón, intercambian agudezas sobre la mala
suerte y el mal tiempo y destapan cervezas y vinos. Kino, un amigo
de Lisandro, ex estudiante, actual ayudante de su tío en la
inmobiliaria de su propiedad en San Justo, le pasa el brazo por el
hombro a Estela y le susurra algo, y Estela ríe, una risa corta y
cruel. No tengo idea de qué va a pasar. La guirnalda de luces
colgada entre un clavo ganchudo sobre la puerta que da ingreso a lo
techado y otra clavo en la pared opuesta al lado del cual cuelga de
un brazo de plástico blanco una pequeña maceta con un malvón
barrial que a ojos de Pablo es hermoso porque la chica de quien se
enamoró a los doce años olía a malvones (nunca la tocó) con sus
ocho pequeñas bombitas amarillas deja extensas franjas de sombra
a ambos lados del amplio patio, donde se refugian las parejas a
beber y besarse. Dos gordos, amigos de la adolescencia de
Lisandro, se reparten fifty-fifty los sanguchitos de miga cortados en
triángulos. Eva Krieger, despampanante y fuera de lugar con sus
botas blancas de media caña, es la única que toma vodka desde tan
temprano, sus ojos fulgen, sus sonrisa es una navaja afilada, no
aparta la vista de Estela, que ahora charla animadamente con Pablo
sobre la actualidad política, de la que apenas sabe lo que ve de vez
en cuando en 678. Hay que encontrar un lugar mullido en cualquier
polo de la polarización. Eva toma y piensa, sus pensamientos se
desenrollan suavemente como un rollo de seda china, preciosa, ante
el párpado insomne que nunca se cierra, bebe de a sorbitos
comedidos, ella, que supo mandarse una botella de Dom Perignon
del pico sin respirar. Pero está en la segunda etapa de la juventud,
cuando ya no es de piolas arruinar el físico. Piensa en la ubicación
de la generación de Pablo en la Historia, tal como ella la ve: una
máquina de apisonar izquierdistas. ¿Futuros asesores del
peronismo gerencial o chivos expiatorios? La experiencia militante
para algo servirá, no será Facundo Moyano el que porte los laureles
de la victoria. Pero sabe que por ahora sus ideas no tienen oídos
apropiados. Ella, la profetisa, se dice que sabe esperar, para decir lo
fatal un minuto antes de que sea evidente para todos. En la
cacofonía general de las voces, sobre los aullidos de las perras en
celo, poco puede sacarse en limpio, salvo ese prístino, repetido,
tedioso optimismo histórico que tan mal le queda a cualquier
argentino. No es que el sufrimiento y la derrota sean necesarios, es
que son inevitables, a algunos les toca antes y a otros después.
Disfruta con la imagen de vieja chota que le dan estos pensamientos
que se desenrollan como seda imperial, disfruta el contraste con su
cuerpo deseable, el de ésta su alma podrida tan desde el principio.
Estela, mientras tanto, y Pablo encuentran divertidísima su
conversación. De hecho Pablo nunca pensó que esta empleada
menor y callada tuviera tantas cosas atinadas que decir sobre el
monopolio. Habla apenas un poco menos rápido que Jorge Dorio,
pero con mucha mejor dicción. Se le ocurre que podrían hacerse
varias réplicas del programa en diversos canales abiertas gracias a
la ley nueva. Él y Estela podrían estar en uno, Militancia Ya o algo
así, algo menos burdo, seguro, pero le gusta el Ya, el tono
lucaprodiano de ese adverbio. Sus primos escuchaban Sumo
cuando él era demasiado menor y no entendía de qué iba el punk.
Después leyó el libro de Greil Marcus y no encontró razón suficiente
para que desocupados del siglo XX hubieran querido comportarse
como herejes del XVI, pero comprendió que las amplias síntesis
históricas y las genealogías de profundas raíces son niñas mimadas
del mundo intelectual. Lisandro charla con sus amigos filósofos
mientras la música cumbianchera suena y algunas irónicas parejas
bailan sin ningún respeto por el paso.
***
La fiesta no despega
Salir a bailar desnudos por las calles del barrio pequebú es una
posibilidad, mas no una probabilidad. Lisandro tiene que mantener
cierta imagen ante sus vecinos y sus amigos e invitados lo
comprenden perfectamente. En efecto, siempre tenemos ganas,
pero jamás haremos algo realmente loco. Porque sabemos el precio
de la locura. La fiesta no despega, la seguidilla de temas de la
Bersuit solo llama a la pachanga a un par de parejas, que pronto se
irán a alguna fiesta mejor o a garchar como se merecen. Estela
ahora está sola en un rincón penumbroso del patio, con su vaso alto
de cerveza, y Pablo le está echando una ojeada a los estantes de
libros. Le llama la atención la presencia de La formación de la
conciencia nacional entre tanta deconstrucción y Frankfurt. Se le
ocurre preguntarle al dueño de casa si alguna vez supo qué era el
peronismo, pero Lisandro está muy ocupado con una ex aventura de
una fiesta de borrachos que no ha envejecido tan mal, a pesar del
desgaste de casi diez años en secundarios públicos del conurbano.
Sus ojos siguen teniendo brillo, su piel es lozana, sus piernas están
firmes, la postura del torso es insinuante. Lisandro, entrevistado en
televisión, no sabría discernir con claridad entre lo permitido y lo
prohibido en su relación con Estela; entre medias palabras y
sobreentendidos, la pareja parece acordar con eso de que ojos que
no ven...Pero ahora Estela está presente y Lisandro deberá beber
todavía mucho más para atreverse a humillarla y a afrontar las
consecuencias. Eva está conversando con un ex filósofo, ahora
taxista y soplador de quena, acerca de la idea de Fogwill sobre la
inanidad de un título en lo que respecta al éxito económico. El joven
vapuleado y estresado habla como si pensara que la filosofía da de
comer, a otros, tal vez no acá, pero sí en la cuna de la civilización a
la que mal que mal pertenecemos, y se pregunta a sí mismo, bajo la
atenta mirada perdonavidas de Eva, qué condiciones sociales y
educativas deberían cumplirse para que Platón encontrara su tirano
en Formosa, o al menos para que hacer filosofía solventara un
modo de vida similar al del dueño de una ferretería. Como se ve,
nada más lejos de una fiesta sacada e inolvidable. Habrá que
esperar un poco más.
***
¿Por qué somos tan aburridos?
Una contractura grupal, una parálisis sociable, un cortocircuito
cerebral que hace que no entre ni salga nada: es exagerado, pero
es la imagen que Lisandro se hace de la fiesta, ahora que se
desgrana en minúsculas conversaciones y gente que sale a comprar
cigarrillos. Parado en su sitio al lado de la PC, cree captar en el
rumor de los murmullos y pies que se arrastran el viejo frufrú de su
cadena. Todo empezó cuando era chico, o todo empezó cuando el
Nono se cagaba de hambre en Italia, o todo empezó en 1975: la
enfermedad, la parálisis, la contractura. El sabe que hay personas
que no están afectadas, compatriotas, vecinos incluso. No entiende
cómo. ¿Por qué Estela está parado sobre sus zapatos chatos, con
esa mirada ausente, y al mismo tiempo su boca parece a punto de
romper a cantar una triste canción pero una canción de amor,
porque Estela, como todas, solo tiene amor para ofrecer? ¿Quiénes
son los que viven, lejos o cerca y afuera, vidas plenas, quiénes son
los que nunca vieron la boca abierta del tedio, su paladar sucio?
¿Por qué medios se logra la espontánea efectividad que uno
considera natural en tantas películas de Hollywood? ¿Esa gracia al
caminar, ese movimiento fluido, esa risa cristalina, ese felino
dominio del espacio, ese pelaje canino que acolcha todas las
agresiones? ¿Por qué son tantos los llamados y tan pocos los
elegidos? ¿Dónde está la ventanilla de quejas del cosmos, a dónde
uno puede dirigirse para exigir una explicación por sus defectos y
minusvalías, por su miedo pánico a vivir? Una ciudad repleta de
expertos en salud mental que mitigan, fumando en largas boquillas,
el dolor del rebaño, sin lástima, sin empatía, solo por dinero y poder.
Una aldea donde un solo dictador vestido domina docenas de almas
desnudas, que muestran sus llagas y esconden sus cuerpos, él, el
único, ordena y manda, y se alimenta del miedo y el odio de sus
súbditos, creciendo como un chancro, una herida supurante en la
superficie de la tierra que con un solo sacudón, que no acontece,
borraría tanta miseria que apenas soportamos ver, pero vemos, en
la pantalla del cine rumoroso de nuestros barrios quietos. Una casa,
igual a otras casas, limitada en un lote de una manzana, cuyas
paredes y baldosas parecen exudar un líquido pegajoso cuyo olor a
muerte adormece y asusta, y como núbiles blancanieves
suspendidas fuera del mundo intentamos preguntar, a alguien que
sepa, padre, doctor, juez o dios, por qué somos tan aburridos.
***
Duda
¿Cuál es el sonido exacto que hacen las ojotas de mi padre
sobre las baldosas del pasillo cuando las camina para ir al baño?

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