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Lou

Lou era un desadaptado, su padre lo encerraba con las gallinas como castigo
cuando era pequeño, y este trauma lo marcó para siempre. Su edad estaba
cercana a los cincuenta, no era un hombre joven, ni bondadoso, era un
hombre bruto, un trabajador muy físico y con modales no muy corteses. Una
de las características más interesantes de su personalidad, eran sus creencias
en los mitos antiguos y en las supersticiones; continuamente decía que veía
cosas y personas del pasado, muertos que volvían a la vida, y fantaseaba con
todo aquello a través d su lenguaje. Su historia de vida no era simple, o tal
vez era demasiado simple, tan normal como la de cualquier ser desdichado
de esta confusa tierra. En su juventud había estado preso durante varios años
por robo con fuerza en lugar habitado, además de haber estado hospitalizado
varias veces también por trastornos de tipo psiquiátrico. Él, debido a su
ignorancia, no creía que todas esas visiones de fantasmas y muertos venidos
de nuevo a la vida, todas esas alucinaciones y delirios, pues, no sospechaba,
que pudiesen ser parte de que algo no funcionaba en su cabeza de buena
manera, por lo menos para la sociedad. Su madre, el único ser en el mundo
que lo había amado, había muerto hace un par de años, y esto cambió su
vida radicalmente. Al parecer todos sus hermanos lo habían abandonado,
como si fuese una especie de paria, y ahora se enfrentaba a un destino tan
solitario que parecía insalvable. Pronto consiguió hacer trabajos esporádicos
sacando pasto en las casas de algunos vecindarios cercanos, también pintaba
y las hacía de carpintero, pero en general sus labores no duraban demasiado,
debido a su carácter arrebatado, que le impedía hacer las cosas con la
tranquilidad necesarias. Un día, de esos días de ansiedad profunda, decidió
largarse sin rumbo fijo, sin destino alguno, pero todos los caminos una vez
tomados te llevan a algún lugar, incluso el camino de regreso. Se fue al norte
de Chile, intentó encontrar la tranquilidad en los pueblos secos y solitarios de
aquellos desérticos lugares, y de cierta manera pudo lograrlo durante un
tiempo, hasta que su ansia de cosas nuevas lo llevaba a cambiar sus planes y
emprender un nuevo comienzo. Regresó a la zona central donde conoció a
una mujer, con la que no duró mucho; existía una misoginia dentro de él, que
le impedía amar a cualquier persona del sexo femenino, aunque tuviera algo
de afecto por ellas, haciendo imposible que un relación perdurara, por lo
menos por un par de años, todo era breve, todo tenía que comenzar de
nuevo, y a veces incluso, y esto es lo terrible de todo, como un oroboru, sin
terminar, comiéndose la cola como una serpiente que no espera un nuevo
comienzo. Los días pasaban lentos, muy lentos para él, su madre se le
aparecía y le hablaba constantemente, sobre todo cuando bebía, porque Lou
bebía mucho, tal vez demasiado para una persona solitaria y con labilidad
emocional extrema. Su sistema nervioso no parecía andar tan mal, pero el
abuso físico que hacía de su cuerpo lo volvía una bomba de ira cuando su
carácter se desajustaba. Sus alucinaciones comenzaron a hacerse más
frecuentes, su madre le decía a través de ellas que dejara de beber, y esto
angustiaba más a Lou que creía en los fantasmas tanto como en los humanos,
y a veces le hacía caso al fantasma de su madre, pero a veces no, porque este
no era un fantasma paterno pidiendo venganza como el del rey Hamlet, este
era un espectro del inconsciente que intentaba salvar de él lo que aún le
quedaba de ser viviente. Nada parecía indicar que su situación fuera a dar un
vuelco radical, y tampoco eso ocurrió porque esas cosas no suelen pasar en
la vida de nadie, y cuando ocurren se les llama milagros, o sea un desajuste o
quiebre a las leyes de la naturaleza más profunda del cosmos. Pero Lou no
creía en milagros, sólo creía en espectros, ni siquiera creía en dioses, tan sólo
creía en las representaciones de su madre que venían desde el más allá, y
que se presentaban más fuertemente cuando bebía mucho, en esos
frecuentes excesos y arranques de melancolía. Su relación familiar
inexistente, aunque tenía seis hermanos ninguno se comunicaba con él, su
nula relación con el sexo femenino y un ostracismo aniquilador, ensombreció
todo lo que quedaba de él. Ya ni siquiera el trabajo lo satisfacía, perdía
constantemente las energías y se enfocaba en las emociones erradas; no
había consuelo ni esperanza en su estado depresivo que se agravaba como
una grieta que en vez de cicatrizar se abre más y más. Sus conductas lo
llevaron a uno de los caminos que no quería tomar, reunirse con los amigos
del barrio lo llevó nuevamente a prácticas delictuales y al abuso de drogas. Se
involucró en el asesinato de una persona, por lo que pasó tres años en la
cárcel. Y cuando salió ya era otro individuo, la prisión lo había cambiado,
había sellado su derrota con la vida, ya no tenía propósito alguno más que el
de hacer daño. Nada fue mecánico pero pasó, enfocó su ira en las mujeres y
comenzó a salir de noche a violar y a matar. Su sistema era simple, las
forzaba y las mataba a todas. Las hacía sufrir de tal manera, que las voces de
su madre ya ni siquiera se le presentaban, ni cuando bebía en exceso. Pero
eso duraba un momento, unas horas del día, con suerte y en el mejor de los
casos un día completo y el hambre de deseo criminal volvía nuevamente con
el puñal apegándose psíquica y mentalmente a su despiadada mano. Sus
víctimas llegaron a ser veintinueve hasta antes que lo apresaran, todas
asesinadas a sangre fría luego de la violación. Nunca dijo en dónde enterró
los cadáveres, pero se encontraron muchos restos de cuerpos en bosques y
playas de la zona. Su condena fue ejemplificadora, todo el país deseaba su
muerte, lo que había pasado no se podía volver a repetir; muchas familias
eternamente fracturadas lloraban por una condena justa, por lo que el
gobierno se vio obligado a decretar la pena de muerte a través de un decreto
exclusivo, en un país en donde esta sentencia estaba prohibida hace décadas.
La ejecución se haría en el verano, a través del método de la inyección letal;
no se permitirían camarógrafos ni periodistas, y sólo estarían autorizados a
entrar aquellos familiares de las víctimas que desearan presenciar el hecho,
tal vez como un consuelo ante tanta desdicha, un consuelo a través de los
ojos de la venganza.
Un incidente curioso ocurrió el día antes de la ejecución ya que un gendarme
que intentó ayudar a Lou en su intento de evadir la inyección letal. Le
suministró un cinturón para que se ahorcara en su celda: sin embrago la viga
que había en tal recinto era muy antigua y cedió cuando Lou se colgó en su
intención suicida cayendo los dos al suelo, tanto la viga, como Lou. Las
estremecedoras lágrimas del hombre lo llevaron al hospital de la prisión
durante los tres siguientes días; se debió señalar una nueva fecha para la
ejecución en una semana más, esta vez redoblando las medidas de seguridad
de la cárcel. Fue llevado ante sus verdugos un día lunes por la tarde, sin
accesos de ira, sin temores y notablemente dopado, enfrentó el día de su
muerte con una docilidad extraordinaria, cuando la aguja venía entrando por
su brazo y el líquido se escurría por sus venas, sintió nuevamente la voz de su
madre acompañándolo hacia la muerte.

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