Pocas personas tienen la capacidad de conocer la mentalidad real de un
asesino. Yo soy una de ellas; mis años de psicoterapeuta me han enseñado cómo se debe tratar con este tipo de seres, y debo decirlo, en la mayoría de los casos he salido airoso. No es por etiquetar, pero casi todos los asesinos son paranoicos o psicóticos, no es que yo quiera elaborar una taxonomía a cada uno de ellos, pero suele ser así. Además cada asesino sobre todo los que son denominados como serial Killers, poseen profundos traumas provocados por sus padres. Una vez conocí el caso de un paciente cuyo padre le hacía comer mierda de perro todas las mañanas, y luego de eso lo hacía vestirse de mujer. Es difícil por lo tanto salir de una infancia así sin convertirse en un cruel asesino en serie. Todos estos temas tienen sus matices, que además dependen mucho de ciertas patologías y que sólo la experiencia adecuada con la que se maneja el proceso, puede arrojar alguna luz, pero es muy difícil, incluso diría que es imposible que un asesino en serie pueda sanarse. Sin embargo, así las cosas, les hablaré del caso de Jack, por supuesto que con esto no me refiero al Jack que todos conocemos, el destripador de Londres. Este era un caso mucho más infernal que ese, este era un caso para hacer deglutir a cualquiera, todo lo que tiene en las tripas ya que este sí que era un hombre malvado. Jack desde que pisaba los veinte años ya había empezado a matar, le gustaba salir a cazar jovencitas y si eran rubias y muy blancas era mejor para él. Se ponía de noche en las plazas a fumar unos cigarros y cuando percibía en su radar alguien que le interesaba hacía de su víctima una presa sin escapatoria. Una vez que las arrinconaba les sacaba la ropa y las violaba, era lascivo, violento y hasta a veces sádico, luego las subía a su auto y llevaba los cadáveres al monte más cercano en dónde las enterraba en medio de matorrales y arbustos. Jack había sido el primero de seis hermanos, en una familia de escasos recursos que se trasladó de Santiago a Valparaíso para ver si en estas tierras se podía desarrollar una vida mejor que en la capital. Su padre era un trabajador ferroviario, que con la decadencia de las compañías de trenes, no tenía otra chance que dedicarse a recoger cartones y botellas de vidrio para sobrevivir él y su familia. Jack que era un tipo astuto y bastante listo, no deseaba una vida tan miserable para él, por lo que intentaba acomodarse al mundo desde otra perspectiva. Sabía que tenía el potencial para ingresar a estudiar en la universidad pública y con eso intentar tener una vida que no requiriese los esfuerzos denigrantes que debía enfrentar su padre sólo para existir. Sin embargo, a pesar de todo este impulso vital que se engendraba en Jack cada cierto tiempo y que le generaba un cierto grado de entusiasmo, existía ese otro Jack, aquel hombre que sentía ese impulso irrefrenable de salir a matar mujeres jóvenes y bellas en la mitad de la noche; y si bien esto no pesaba del todo en la conciencia de Jack; a veces imperceptiblemente le afectaba, de una forma u otra, lograba abrumarlo, y desencadenaba en él una furia, una catarsis pero de índole negativo, una vertiente de puro odio. No se puede determinar a estas alturas si de manera consciente o inconsciente, Jack buscó algo de paz en el estudio de la psicología. Su primer año en esta carrera lo mantuvo vital, incluso pensó que podía llegar a comprender mucho más su propia mente. Sin embargo, en los ciclos de luna llena, como un insoportable hombre lobo interior, Jack inevitablemente volvía a atacar y a veces lo hacía con una crueldad que parecía la de un demonio que está más allá de la locura. La última vez su ataque había sido dentro de una residencia universitaria, en donde vivían unas chicas muy bellas, él las siguió desde un pub en donde se encontraban bebiendo unos tragos, una vez las chicas ingresaron a sus habitaciones, Jack las atacó con tal violencia y descaro que al otro día la policía no lograba creer lo que había ocurrido en ese lugar; una de ellas incluso tenía el hombro dislocado y las costillas completamente quebradas en un acto tan vil y sin misericordia que puso al asesino en el radar de toda la población, sembrando un pánico que hasta ese momento no se había percibido, ya que los últimos asesinatos habían sido arrogados a personas con triángulos amorosos, y a discusiones de pareja del tipo de los femicidios conyugales, pero ahora se estaba pasando la voz de que un asesino en serie andaba rondando las universidades de la ciudad y que al parecer según indican los hechos, estaba sumamente desquiciado. Una vez que se puso alerta a toda la policía de la ciudad, estalló un pánico generalizado; las detenciones de rutina a peatones y a vehículos estaban a la orden del día, por lo que la comunidad más parecía una corte marcial. Sin embargo durante aquellos días nada pasó, ya que fue imposible que la vigilancia policial hallara algún indicio del sujeto buscado. Jack había pasado la prueba, pero no debió tomárselo muy en serio porque se descuidó. A las pocas semanas de acontecido este gran operativo Jack fue detenido en su auto por consumo y porte de marihuana en la vía pública, y si bien esto no es un delito, se le envió a la comisaría ya que en su auto se encontró unas tijeras, un estoque y varias herramientas para el uso de la fuerza y la tortura. Todo parecía hundirse en la oscuridad para Jack. Desde que fue arrestado que la policía comenzó a sospechar, luego llegó la prensa que empezó a especular y a atar cabos. Estuvo encerrado en un calabozo durante un mes, y no lo querían dejar en libertad a pesar de no tener ninguna prueba concluyente contra él. Luego decidieron trasladarlo a la cárcel de Rancagua bajo proceso por infracción a la ley de drogas, una medida burocrática inventada para mantenerlo bajo investigación unos meses más. Y a pesar de que aquella cárcel es de alta seguridad, Jack fue ubicado en un sector que era especialmente relajado, en dónde las medidas de seguridad no tenían los mismos estándares que la ley y los protocolos que demandaban en el recinto más específico. Incluso era notable a simple vista que la celda en donde Jack se ubicaría tenía un débil techo de madera y daba hacia la calle, y que el impedimento más grande era la altura, que estaba por sobre los cuatro metros del suelo. Como era un edificio antiguo, con el tiempo Jack se percató que en el piso de abajo había ventanas, y que la oficina que le podría dar la salida al exterior era una de las bibliotecas que ocupaban los fiscales y abogados para entrevistarse con procesados y leer expedientes. Como sentía que ahí podía abrirse una brecha de impunidad que le llevase nuevamente hacia la libertad. Para esto le pidió al asistente del fiscal que le diera la posibilidad de ir a la biblioteca dos veces por semana para poder revisar su expediente y leerlo con detenimiento, a las pocas semanas su petición fue aceptada y tenía derecho los lunes miércoles y viernes de visitar la biblioteca de cuatro a cinco de la tarde justo una hora antes que los funcionarios públicos se fuesen a sus casas. Un día se presentó la ocasión exacta para el escape; ya que los funcionarios en especial los días viernes son más descuidados de lo habitual, por el cansancio y la modorra de toda la semana; uno de ellos cometió un error formal, un exceso de confianzas y dejóa Jack sólo por un instante para ir al baño, entendiendo que nuestro asesino era un tipo que tenía cierto código de honor que no le permitiría traicionar esa confianza. Cuando el policía llegó de vuelta Jack ya había saltado los dos metros cincuenta que lo separaba del suelo y de la libertad. Escapó cojeando y luego robó una chaqueta y un auto para cambiar algo de aspecto y esconderse en la ciudad. Lo triste y más cruel de toda esta historia es que Jack no se guardó mucho tiempo para regresar a matar. Era verano, por lo que volvió a la región de Valparaíso y se parapetó por un tiempo medio camuflado entre los bañistas del balneario de Reñaca en donde las mujeres son muy bellas y las noches podrían hacerle brillar los ojitos a un asesino en serie. Una de esas noches bellas el espíritu seductor de Jack no soportó más y decidió ir a la playa a ver qué pasaba, por si encontraba la presa adecuada para saciar su rabia y su deseo. Al otro día la policía encontró a dos mujeres de nacionalidad argentina flotando a las orillas del mar completamente desnudas y posiblemente degolladas, con mutilaciones y heridas cortopunzantes. La ciudad, la región y el país nuevamente estalló en llanto, en ira, en reproches, pero por sobre todo en miedo.