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CRÍTICA A LA RELIGIÓN
Todo lo dicho en el tema de la moral sirve, aumentado, para la religión. Si la moral situaba a
la razón por encima del instinto, al crear un “bien” y “mal” universal y objetivo, impuesto a todos,
la religión sitúa sobre la razón un mundo sobrenatural a partir de otro instrumento: la FE. Asimismo
establece una moral de esclavos.
Moral y religión son para Nietzsche dos losas para sepultar el instinto, las pasiones humanas
y el devenir.
Nietzsche asume como una obviedad que Dios no existe ya que considera que es una especie
de ficción tranquilizadora para individuos débiles y decadentes. En este sentido, su filosofía trata de
responder a cuestiones como las siguientes: ¿por qué el ser humano ha inventado a la criatura o
“ídolo” Dios? ¿Cuál es el origen de las religiones? ¿A qué responden Dios y las religiones en todas
las culturas humanas? ¿Qué se esconde detrás de los creyentes y las creencias religiosas?
No obstante, el filósofo alemán hace una valoración distinta de las religiones. Nos habla
d e religiones afirmativas y negativas; pero, ¿en qué se diferencian? ¿Por qué valora a las
religiones de distinto modo? Una vez más, la clave para entender esta doble categoría de religiones
está en la VIDA.
Su crítica más radical y furibunda irá contra el cristianismo por haber acentuado e impuesto
en occidente una moral de esclavos; ¿en qué consiste esta dura crítica a la moral cristiana?
II. DESARROLLO
La religión va unida al concepto o “ídolo” Dios. Y Dios representa una renuncia a la vida,
u n desprecio a la vida. Y no solo eso; la religión es un desprecio al ser humano, a la naturaleza
humana, según Nietzsche.
El origen de las religiones y de los dioses, para Nietzsche, es una gran dolencia de la vida,
de la voluntad. Cuando un ser humano es incapaz de aceptar su destino trágico, por un lado, y, por
otro lado, de mandar sobre sí mismo, de activar toda la potencia de su voluntad de poder, se vuelve
creyente. De este modo, los creyentes inventan su criatura, Dios, y luego le rinden culto. Por tanto,
ser religioso es un síntoma de decadencia, debilidad y desintegración de la voluntad de poder.
“Dios es una respuesta burda, una falta de consideración para los que nos dedicamos a
pensar […]. El concepto Dios ha sido inventado como una idea antitética de la vida”
(Ecce homo)
No hay necesidad de Dios, según Nietzsche. Sólo algunos lo necesitan, pues sin él no
podrían soportar la existencia: dadas las consecuencias adversas de la vida, lo necesitan. Su no
existencia sería insoportable. Por ello, afirman dicha existencia. Las mentes religiosas prefieren la
fe que calma, las ficciones tranquilizadoras que enfrentarse a la realidad, a convivir con la tragedia
del mundo. El creyente no sabe dar sentido a su existencia, a la vida sin Dios, y menos a la tragedia
del mundo. La religión, una vez constituida, enferma al hombre: si está sano lo convierte en
enfermo; si ya está enfermo en moribundo.
Sin embargo, no todas las religiones tienen para Nietzsche la misma valoración. La más
apreciada por él es la pagana o religión politeísta. ¿Por qué? Varias son las razones:
El paganismo es politeísta, tiene muchos dioses, uno para cada necesidad, y ninguno de ellos
niega a los demás. Son religiones tolerantes, abiertas, no dogmáticas. No infravaloran lo humano
ante lo divino. No niegan la multiplicidad de impulsos vitales. Reivindican y disfrutan de la vida en
la Tierra por encima de escatologías salvadoras y redentoras. Es en Grecia donde, según Nietzsche,
la religión escenifica mejor el hervidero de pasiones humanas.
El monoteísmo es el monopolio del Dios único, una doctrina rígida que sólo permite un
orden, una Verdad. Destierra todo lo natural por lo sobrenatural, un mundo completo de antimateria
-escatología- desde el cual juzga y condena el aquí y ahora. Por ello, estas religiones son enemigas
de la tierra, de la vida, de las pasiones. Convierte al ser humano en pobre pecador.
El monoteísmo es una religión ligada a la pulsión de la muerte, quiere la muerte, goza de la
muerte. Por eso desea que los seres humanos mueran dos veces: en vida, negándoles las pasiones, y
con la muerte biológica, esperada con ansia para alcanzar la “nada celestial”.
Todas ellas crean una casta sacerdotal en la cúspide que controla e impide la soberanía -el
poder- de los creyentes convertidos en súbditos, en esclavos de Dios (lo más alejado posible al ideal
del ser humano con una fuerte voluntad de poder). N
Nietzsche distingue, por su relación con la voluntad de poder, o por su relación con la
vida, dos tipos diferentes de religión:
Por un lado, las religiones afirmativas: Antiguo Testamento, Código Manú e Islam.
Puestos a elegir -aunque mejor no elegir ninguna religión- las afirmativas son mejor
valoradas, por los siguientes motivos:
En primer lugar, las religiones afirmativas respetan más la vitalidad natural, no malogran lo
superior, respetan las jerarquías y crean una atmósfera respirable para los “hombres superiores”.
En segundo lugar, en las religiones afirmativas se reflejan instintos humanos. El Dios del
Antiguo Testamento, Yahvé, se enoja, se venga, golpea, mata, aniquila, masacra (un ejemplo es el
pasaje de Sodoma y Gomorra), bendice la guerra y los que la hacen... Todos estos aspectos tienen
que ver con la vida humana, con la experiencia de la historia de la humanidad, con los instintos.
Nada que ver con la conversión del Jesús humillado y derrotado del cristianismo. Sin
embargo, convierten lo que es una ley de la naturaleza, la legalidad natural -la diferencia entre los
fuertes de los débiles- en verdad revelada, la norma instituida por Dios. En todas ellas, se reduce lo
humano -lo instintivo- por el miedo al castigo y a la esperanza de recompensa divina. Los creyentes
se olvidan de sí mismos, obran para mayor gloria de Dios. Y se someten a la casta sacerdotal.
En cualquier caso, Nietzsche no confía en ninguna religión, pues frente a los dioses
externos, proclama el privilegio de ser Dios uno mismo. Considera que el ateísmo es el instinto del
hombre fuerte. La religión, el instinto del débil.
LA RELIGIÓN CRISTIANA
Con el triunfo del cristianismo, Occidente ha seleccionado un tipo de ser humano miedoso,
un rebaño dócil, deprimido y fácil de conducir por la clase sacerdotal.
Los mansos cristianos son resentidos inteligentes, deliciosos corderillos que van
pacientemente desplumando lo superior, el hombre fuerte. ¿De qué manera? Van generando en su
mente pecado, remordimientos y sentimientos de culpa hasta conseguir que oculten y se
avergüencen de su superioridad, de su fortaleza. Exponen su sensualidad deteriorada y empobrecida
como pureza de corazón. Susurran que la debilidad es mérito. Predican que el temor es humildad, a
la sumisión la llaman obediencia, a la cobardía paciencia y a no poder vengarse ni reaccionar,
perdón. Pero en realidad son animales de venganza y odio, sólo que saben disfrazarlo.
Sin embargo, lo que se reprime puede regresar con fuerza. Tras la sotana y las túnicas se
esconden oscuras pasiones que, convertidas en vicio, ni siquiera sirven para enaltecer la vida, sino
para atormentarla, opina Nietzsche.
El cristiano, lleno de sentimiento de culpa por todo lo que hace, califica de pecado todo lo que
es instinto vital. El libre albedrío que ya utilizaba la moral, es ahora indispensable para justificar el
castigo del pecador. Paradoja del cristianismo: Dios nos hace libres para ser esclavos. Nos da la
libertad y se nos castiga cuando la ejercitamos.
Los famosos “siete pecados capitales” reflejan el odio al cuerpo del cristianismo .La “gula”
castiga el placer de comer; el pecado original es culpa del sexo.
El papel fundamental del cristianismo recae en el sacerdote, un extraño animal rapaz que
sitúa su felicidad en el dominio sobre los enfermos. Un enfermo que cuida de enfermos. Con una
voluntad superior a los otros pacientes, se otorga el cargo intermediario entre Dios y los otros, en
cierto sentido se diviniza. Como los creyentes no son capaces por sí mismos de discernir entre el
bien y el mal y necesitan saber los designios de Dios, el sacerdote se asegura su dominio gracias a la
responsabilidad de su cargo.
III. CONCLUSIÓN
Las religiones han debilitado la idea de virtud como fuerza, nobleza, creatividad, superación,
poderío vital, individualidad, dolor... Han castrado, si no matado, lo más humano: las pasiones y el
amor a esta vida, lo más natural y único que tenemos. La idea de Dios supone un
empobrecimiento de la vida misma y un engaño al generar un “mundo verdadero” plagado de ídolos
-alma, Dios, Paraíso, Bien, Justicia...- que sirven de calmantes a los débiles.
Por ello, afirma Nietzsche que es preciso anunciar ya la muerte de Dios, una vez nos
hemos dado cuenta de la gran mentira que supone afirmar su existencia.