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Las bases del pensamiento del S. XX: Marx, Nietzsche, Freud, Darwin...
Charles Darwin, Karl Marx, Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche son los cuatro maestros de la sospecha.
Cada uno de ellos consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa.
Así, según Marx, la conciencia se falsea por intereses económicos. Denuncia que las ideologías dominantes
en un momento histórico determinado son siempre las ideologías de la clase dominante. De este modo,
justifican la estructura económica del momento (que es la relación entre opresores y oprimidos), ayudando
a mantener la desigualdad existente.
Darwin cuestiona la idea del hombre como un ser privilegiado, de criatura predilecta de Dios. Y a la
pregunta fundamental ¿de dónde venimos? responde que es un ser vivo más, un animal más, sometido a
los mismos procesos que el resto de los seres vivos. Sostiene que los organismos existentes actualmente
procedían, por evolución, unos de otros, y que en la lucha por la supervivencia triunfaban los más aptos.
Es, por tanto, la selección natural, y no la creación divina, la que nos ayuda a explicar las formas de vida
actualmente existentes. Y entre ellas, la del ser humano.
Freud criticó la conciencia occidental. Según él, la conciencia (a la que denomina YO) mantiene una
relación tensa entre los deseos provenientes del ELLO (que buscan satisfacción inmediata) y las normas
sociales presentes en el SUPERYO (que imponen límites estrictos a la satisfacción de los deseos). Esta
tensa relación impone frecuentemente la represión de los deseos, generando un fuerte malestar interno
que puede provocar trastornos mentales (neurosis). La solución, según Freud, pasa por sacar a la
conciencia los contenidos reprimidos para reconocerlos y aceptarlos.
Nietzsche denuncia la falsedad de los valores occidentales. Estos valores cristianos expresan un rechazo a
la vida. Ya desde Platón, el mundo material fue desvalorizado, calumniando como un mundo aparente,
falto de realidad. Y los valores que Occidente ha hecho suyos son valores de debilidad, al tiempo que
calumniaba todo aquello que nos pudiera permitir crecer, afianzarnos con fuerza a este mundo. Así
Occidente abrazó una moral de esclavos con sus valores débiles de humildad, compasión… Y todo ello a
causa de un fuerte resentimiento contra la vida. De esta manera estos autores señalan una enfermedad en
la conciencia de Occidente, pero también proponen una terapia para su curación: Marx, la supresión de la
propiedad privada de los medios de producción; Nietzsche, un nuevo ideal afirmativo de la vida; Freud
propone sacar a la conciencia los contenidos reprimidos que nos enferman. Darwin, una visión científica,
no teológica del lugar del hombre en la naturaleza.
El vitalismo
El vitalismo es una concepción ética que concede valor a todo aquello que conserva y refuerza la vida.
De esta manera, todo aquello que favorece la vida, que la afirma será bueno y todo aquello que la
rebaje o niega es malo. Nietzsche
quiere afirmar la vida aceptándola tal cual es, sin enmascararla. La vida es instinto, fuerzas enfrentadas
a otras fuerzas en constante lucha. La vida es cambio, un constante devenir, nada permanece estable.
La vida es trágica, un proceso de dominio de unos frente a otros (instinto, agresividad, creatividad,
violencia destructiva, …) Esa aceptación de la vida tal cual es supone también la afirmación del dolor
y la lucha. El dolor, incluso más que el placer, es valioso en la vida. Los peligros, los sufrimientos nos
entregan más sabiduría que el placer. El dolor es un fármaco contra el aburrimiento, contra el
cansancio. Para vivir necesitamos un espíritu fuerte,
duro, capaz de dominar y sufrir. Y lo primero a dominar es a nosotros mismos, a nuestros instintos
naturales para adquirir dominio de nosotros mismos.
Lo apolíneo y lo dionisíaco
En su obra «El nacimiento de la tragedia griega en el espíritu de la música» (1871),
NIETZSCHE sienta las bases de su crítica radical a la filosofía socrática y platónica, decadentes
con respecto a la cultura griega anterior.
Según Nietzsche, en la tragedia griega intervienen dos elementos que quedan simbolizados por
dos dioses: Apolo y Dionisos. Dionisos es el dios del vino y la embriaguez, de la fiesta y la música,
del caos, de la exuberancia desbordante, la desmesura, lo orgiástico. El elemento dionisíaco
exalta el deseo de vivir, borrando los límites de la individualidad en una especie de embriaguez.
Dionisos encarna la reunión de los valores del devenir, la tabla de valores que dicen sí al devenir,
que no retroceden horrorizados ante él, sino que+ lo quieren y lo afirman. Dionisos extrae fuerza
del flujo incontenible, siendo justo con cada experiencia, disfrutándola y luego dejándola ir para
pasar a la siguiente. Apolo es el dios de la belleza, la medida y la proporción, las formas
perfectas, el dios de las artes plásticas. Elemento significa un embellecimiento de la realidad.
Apolo es el símbolo de esa divinización de la individuación. Por mediación de Apolo, el alma
griega producía obras de arte llena de luz, equilibrio y mesura, conquistadas a las fuerzas ciegas
de la naturaleza.
Grecia produjo una síntesis armoniosa de ambos elementos: por lo dionisíaco, el hombre se
zambullía en las fuerzas del mundo, sintiéndose uno con la naturaleza y dejándose llevar por su
palpito; por lo apolíneo frenaba esa ansia incontrolable, poniendo límites, luz y mesura,
haciendo de esas fuerzas obras artísticas dignas de contemplación. Mientras Grecia fue fuerte,
reconoció que el mundo es a la vez amor y destrucción, gozo y sufrimiento; y que no es posible
renunciar a ninguno de los dos.
Pero luego, con Sócrates y Platón, Grecia se debilitó y, para un ser débil, el devenir es una fuente
de continuas desdichas: todo cuanto amamos perece; la amistad se corrompe; el amor se entibia;
nunca hay tiempo suficiente para gozar de los bienes de este mundo. Y el dolor que produce un
devenir que nos lo arrebata todo, engendra la ilusión de una realidad que no cambie ni perezca
(el mundo ideal de Platón). Un mundo imaginario que, a diferencia del, sería un mundo eterno,
perfecto donde no existe el dolor ni la muerte, al que se huye por no poder resistir más el mundo
real, por debilidad.
La muerte de Dios
Con el término muerte de Dios, nos referimos al creciente abandono de la
visión religiosa cristiana del mundo en la cultura europea a partir del
Renacimiento. Este abandono se manifestó en la sustitución progresiva de la
idea suprema de Dios. La muerte de Dios supone la muerte del ideal
supremo: Dios era la garantía de validez de las concepciones religiosas,
filosóficas, morales... de la cultura europea. Dios era el creador de los
valores, la máxima autoridad moral... Con su muerte caen los cimientos de
esta civilización .La muerte de Dios trae así como consecuencia la pérdida
de la moral tradicional, la desaparición del más allá y de los conceptos
morales (el pecado, la culpa, etc.). Ya no hay valores absolutos, ya no hay ni
bien ni mal. Al asesinar al Dios, la cultura occidental se ve abocada al
nihilismo más radical. El resultado de este proceso es que Dios muere en el
corazón de los hombres y deja un vacío ocupado por nada.
El Nihilismo
Nihilismo —del latín «nihil»— significa fundamentarse en nada. La historia
de Occidente es la historia de una decadencia,de los auténticos valores de la
vida.
454Nihilismo: falta el fin, falta la respuesta al “¿para qué?”, ¿qué significa
nihilismo? Que los valores supremos se devalúan”
Los valores que ha tenido hasta el momento la cultura occidental eran
falsos, eran nada, porque eran negación de la vida. La moral cristiana ha
conseguido enfermar al hombre, domesticarlo de tal manera que el hombre
ya no aspira a nada y siente un profundo cansancio. Al domesticar al
hombre, al animal salvaje, le hemos perdido el miedo, pero a la vez hemos
perdido también la esperanza en él. Ya no despierta temor en nosotros, sino
asco. Ya no vale nada, todo vale lo mismo, todo se hace igual. La falta de
esperanza trae la falta de creencias y valores (nihilismo): sin nada supremo
a lo que temer no hay nada que respetar. ¿No hay esperanza? ¿Es la
mediocridad la característica que para siempre ha de definir al hombre?
Ahora bien, la muerte de Dios como causa del nihilismo supone que el
hombre se quita un peso de encima, se libera de una cultura antivital con
sus valores y producciones. La situación es de peligro, pero abierta.
Dos posibilidades se abren ante nosotros:
Primera, permanecer en ese vacío –en esa nada–. Este es para Nietzsche el
nihilismo pasivo, y es pasivo porque el hombre se limita a perder los valores
tradicionales y a ser consciente de la situación en que ha vivido.
Segunda, llenar ese vacío con unos nuevos valores que, de nuevo, afirmen la
vida en su totalidad. Es el llamado nihilismo activo. Nietzsche opta por la
creación de los valores que den, de nuevo, sentido al hombre y a la vida:
“¿Cuantos dioses son aún posibles!
El Ultra hombre
«El hombre es algo que debe ser superado», nos dice Nietzsche. El hombre, tal
como lo conocemos hoy, es un ser mediocre, gregario, miserable, resentido,
incapaz de grandes valores y disfrutes. Es un ser débil y enfermo que se
resiste a superar los errores de la cultura decadente en que vive.
El ultrahombre será la nueva encarnación de aquel dios Dionisos. La
transformación de hombre en ultrahombre tiene lugar en tres pasos —«las
tres transformaciones del espíritu» que describe Zaratustra—:
a) El espíritu se convierte en camello, el animal del desierto que soporta el
peso de los valores cristianos
b) El camello se convierte en león, animal que simboliza la destrucción de
los valores establecidos y que con esta negación de valores hace posible la
aparición del ultrahombre.
c) El león, por último, se convierte en niño, que significa el hombre capaz
de crear, de proyectar nuevos valores. El niño es inocente y olvida. El niño –
la acción del niño, el juego– inocente y espontáneo, que se mueve por instinto
sin reconocer peligros, sin tener en cuenta las consecuencias, sin prejuicios
morales; el niño para quien la vida es –sin saberlo– algo nuevo y excitante,
para quien la vida es sólo y todo instante. Así habrá de ser el ultrahombre.
Este «ultrahombre» está caracterizado por:
El ansia de vivir (recupera la vida concreta: placer, pasiones, violencia,
victoria, poder, éxito, fuerza física, rebeldía...);
Es superior (ser superior que no admite la igualdad y sí las jerarquías; la
igualdad es prejuicio que lleva a la moral de esclavos; su moral es la de los
señores que dominan por la fuerza y la violencia);
Se ríe ante los valores tradicionales (los ha cambiado por otros más acordes
a la vida);
Es fiel a la tierra (no hay un más allá espiritual; sólo existe la tierra que
pisa);
Vive la voluntad de poder, de dominar y recrear el mundo y sus valores.
Voluntad de poder
Nietzsche identifica el ser con la vida, y la vida con el querer (la voluntad) y el actuar. La vida no
es simplemente adaptación o conservación, como afirmaba Darwin. La vida es un querer crecer
y aumentar poder, la vida es Voluntad de Poder. En Nietzsche, voluntad de poder significa
voluntad de dominio, fuerza, impulso vital, , ley del más fuerte... La voluntad de potencia no es
solamente voluntad de dominar. Esta teoría no es únicamente una metafísica de la violencia. El
deseo de dominar no es más que una de las formas de potencia, una de sus etapas. La voluntad
de potencia es solamente el esfuerzo por triunfar de la nada (durar, de crecer, de vencer, de
extender e intensificar la vida) por vencer la fatalidad de descarga y aniquilación: la catástrofe
trágica, la muerte. No es voluntad de perseverar en el ser sino voluntad de rebasar. Esta
voluntad de poder —autonomía para decidir, un querer creativo— se opone a la debilidad
cristiana o de los valores antivitales.
El Eterno Retorno
Nietzsche quiere recuperar una visiónº circular del tiempo, acabar con el
tiempo lineal cristiano. Para ello nos invita a hacer nuestra la teoría del
eterno retorno, la repetición de los mismos fenómenos. El cosmos no avanza
hacia ningún fin. Su trayectoria es un círculo que se repetirá cada cierto
tiempo. “Así pues, esta vida, tal como la vivimos actualmente, la hemos
vivido y la viviremos un número infinito de veces. Nada nuevo habrá en ella.”
“¡Toda tu vida es como un reloj de arena, que sin cesar es vuelto boca abajo y
siempre vuelve a correr; (…) Y entonces volverás a encontrar cada uno de tus
dolores y tus placeres, cada uno de tus amigos y tus enemigos, y cada
esperanza y cada error, y cada brizna de hierba, y cada rayo de luz, ¡y toda
la multitud de objetos que te rodean! (GC).” A este mundo, sin principio ni fin,
en eterno devenir, es al que Nietzsche invita a decir un "sí" firme y gozoso. Y
hay que amar mucho la vida para desearla eternamente como es. No sólo se
debe soportar lo necesario y no esconderlo, sino "amarlo”. Nietzsche
considera que éste es su pensamiento central, pues la idea del Eterno
Retorno de lo Mismo divide en dos a la humanidad:
Por un lado, aquellos capaces de decir sí a la vida (el hombre superior, el
hombre trágico) se sentirán transportados a un mundo más pleno.
Obviamente, si cada instante es eterno el valor de nuestras vidas (aquí en la
tierra) es inconmensurable.
Por otro, aquellos para los que este mundo no es más que fuente de dolor,
algo despreciable, sentirán caer sobre sí mismos «la carga más pesada», la
vida se les volverá intolerable.
La idea del Eterno Retorno de lo Mismo, es el eje central de la «nueva moral»:
«Puedes hacer lo que quieras, pero lo que hagas has de quererlo de verdad».
Que puedas decirle a cada instante de tu vida: ¡Detente, instante, vuelve otra
vez!
“Vive de modo que desees volver a vivir; ¡tú vivirás otra vez!”