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GENERALIDADES DEL ACOMPAÑAMIENTO TERAPEUTICO

Lic. Verónica Evangelina Fernández


veroefernandez@gmail.com
Bahía Blanca,Marzo de 2015

Hoy por hoy pareciera que la figura del Acompañante Terapéutico (AT) ya está
inserta en nuestra Sociedad.
El Acompañante Terapéutico ya ocupa un distinguido lugar en nuestra polis.
Mucho tiempo, y compromiso ha llevado lograr insertar la función del AT en
distintas problemáticas. Y si bien ha sido, y muchas veces aún siguen siendo
situaciones conflictivas, lo Real es lo que espero en el transcurso de estos
escritos ustedes puedan encontrar: hay muchos acompañamientos truncos, con
muchas resistencias e interrupciones, dificultades para darle continuidad,
algunas veces por características del paciente, de su patología pero muchas
otras por familiares que no adhieren al tratamiento, equipos que no se
comprometen, profesionales que no conducen de verdad un tratamiento.
Pero también hay logros, avances, pacientes que pueden salir de ese lugar para
pasar al lugar de Sujetos. Porque un paciente no es una persona, ni un
individuo.
Un paciente es un Sujeto.
Y a los Acompañantes, como a los Analistas nos desvela esa Verdad única, que
pertenece a cada Sujeto.

La palabra individuo también proviene del latín significando “imposible de ser


dividido”. Nada más alejado de un paciente que eso, por el contrario, el
paciente está escindido, partido al medio por su sufrimiento. Un individuo es
alguien sin contradicciones, sin ambivalencias.

El Acompañante Terapéutico puede ser definido de diversas maneras; puede


ser considerado un Recurso Humano preparado para asistir a personas que se
encuentran atravesando una enfermedad, una crisis, una discapacidad, etc.
Sostiene con su presencia una función específica.
También se considera como una Técnica Terapéutica Complementaria que
se utiliza para la contención de pacientes descompensados en un marco de
atención y resocialización.
Y puede considerarse un Agente de Salud que se ubica en la cotidianeidad del
paciente para poder actuar en el ámbito subjetivo, vincular, comunitario y
social.

Por lo tanto será responsabilidad del Acompañante Terapéutico oficiar de


Sostén (para que el paciente logre mantener su función dentro de la familia, de

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la comunidad); No trabajar nunca en forma aislada, sino
interdisciplinariamente; suspender sus Prejuicios para no obstaculizar el
devenir de la subjetividad de quién acompañamos, lograr Sostener el Enigma
Siempre insisto en el esfuerzo que el AT debe realizar cuando inicia una
práctica para sostener el enigma.
Sostener el enigma está relacionado con la abstinencia. El AT deberá
abstenerse de encontrar rápidamente la estrategia de trabajo, las características
del paciente, de su familia. Sólo así se generará el camino a seguir tomando
como guía los decires del paciente, lo que podamos registrar, observar.

Nuestro trabajo como Acompañantes está atravesado por silencios, angustias,


llantos, deseos, miedos, soledades. Hay un devenir de acontecimientos que
tienen un protagonista fundamental: el lenguaje, pero no es cualquiera, es a
descifrar.

Y en el transcurso de estos años, hemos sabido sustentar esta función,


ocupando hoy distintos lugares de trabajo, en los domicilios particulares, en
Jardines de Infantes, Escuelas Comunes, Escuelas Especiales, Clínicas
Privadas, Hospitales Municipales y Provinciales. Escuchando problemáticas y
malestares.
Interviniendo y acordando con distintas políticas sanitarias.
Interviniendo con Equipos Interdisciplinarios a veces, reclamando otras que se
formen. No nos ha tocado terreno fácil, organizado, más bien siempre es
terreno contaminado.

Por eso puedo afirmar que la actualidad del Acompañante Terapéutico en


nuestra ciudad es una realidad palpable, promisoria, una alternativa más que
válida, tanto en niños como en adultos.

Respecto de las perspectivas, apuesto a que se profundice el compromiso de


cada AT con su propia formación, supervisión, investigación. Esto será la clave
de la optimización de nuestra función.

Son muchos los años de trabajo que nos ha llevado lograr que tanto los
profesionales, como Instituciones, Obras Sociales, etc. sepan diferenciar a un
AT de un Cuidador o Maestro Particular por ejemplo. Este es un trabajo que
seguimos haciendo día a día desde la Asociación que nos nuclea, y que sigue
sembrando cada AT que trabaja en cualquiera de los ámbitos desde los que
somos convocados.
Tanto la Ley de Salud Mental como la de Discapacidad han colaborado con la
inserción del AT en distintos ámbitos.

Un AT responsable, conoce el marco conceptual dentro del cual desenvolverse,

II
conoce que la Demanda siempre es desmedida respecto del caso clínico del que
se hace cargo, que en el acompañamiento de alguien en particular, también
termina trabajando con la familia o grupo de inserción.

Recuerda que satisfacer sistemáticamente la Demanda del Equipo, Familia, etc.


no garantizará el buen desempeño de su rol, uno de los primeros objetivos que
el AT deberá proponerse es diferenciar justamente la Demanda del paciente
que nos ocupa, y evaluar qué hacemos con ella.

Nuestro balizamiento es el discurso del paciente. La Palabra del paciente,


respetando sus tiempos, sus silencios, acotando sus crisis. Valorar la Palabra en
el caso de trabajar con adultos y el Juego cuando trabajamos con niños.
Lamentablemente no es un trabajo acabado, por lo tanto no hay fórmulas
magistrales que con antelación nos orienten sobre qué hacer. Habrá que contar
con el temple necesario para poder esperar, escuchar y actuar en relación a ello.
No hay fórmulas, no hay recetas.

Muchas veces la solidez del trabajo tiene que ver con que el propio AT
conozca sus limitaciones, su historia personal, sus prejuicios y su capacidad de
abstinencia. Creer que uno sabe cómo cambiar la situación y delinear los
cambios desde afuera sólo generan heridas en la Transferencia.

También sostenemos que una de las principales particularidades del


acompañamiento terapéutico es favorecer y respetar la subjetividad del
paciente, que es único, por lo tanto dar sentido, indicar, establecer las reglas de
juego; es abortar la posibilidad de que el Sujeto se exprese, y por lo tanto no
propenderemos a que se despliegue su subjetividad.

Es más que conveniente que el AT conozca el concepto de Sujeto, para


trabajar enmarcados en conceptualizaciones teóricas que demarcarán su
quehacer, teniendo en cuenta también el apoyo que nos dará el Equipo
Interdisciplinario tratante.////////////

ABORDAJES MULTIPLES
EL LUGAR DEL ACOMPAÑANTE TERAPÈUTICO

Acompañamiento terapéutico: Una experiencia intersubjetiva

III
Es en la “clínica del desvalimiento” donde anida el acompañamiento
terapéutico. Las patologías del desamparo lo alojaron desde el comienzo. En su
territorio, el de la indefensión humana, de perímetros borrosos en el inicio, se
fue demarcando e inscribiendo con nitidez creciente un espacio para el
Acompañante Terapéutico. Su dialecto fue construyendo su propia
especificidad, desplegando un alfabeto inconcluso aún hoy.
Actualmente, de regreso de aquella cruzada épica de los orígenes,
persistimos en el intento de darle al Acompañante Terapéutico la carta de
ciudadanía que merece. En el decurso zigzagueante de la praxis clínica fue
deviniendo una vocación; una vocación entendida, como bien dice Santiago
Kovadloff, “como aquello que nos elige. Que dispone de nosotros, que se nos
impone”.
La valoración subjetiva de la profesión ha cambiado. Reescribir y
actualizar los problemas y los alcances que plantea la integración del
Acompañante Terapéutico en el abordaje de pacientes de difícil acceso, es un
compromiso que nos sigue involucrando; imprime a la tarea sentido y, a su vez,
en tanto fundamentación conceptual, nos expone a precisar y a revisar
incesantemente el quehacer clínico.
Desde aquella experiencia ágrafa de los comienzos, el entretejido del
trabajo asistencial, la formación de Acompañantes, junto con las supervisiones,
grupos de reflexión, jornadas, congresos, “escribieron” proyectos, artículos y
libros, de los cuales éste aspira a ser un nuevo aporte.
Posiblemente ya estemos en condiciones de recrear el concepto de
Acompañante Terapéutico, tallando con más rigor su singularidad.
¿De qué índole es la disponibilidad con la que trabaja el Acompañante
Terapéutico? La idea de una disponibilidad móvil, como estado mental,
desplegado en el seno de una experiencia intersubjetiva, es quizás una de las
características comunes a diferentes variantes de aplicación del
acompañamiento terapéutico.
El desafío consiste en decidirse a ser Acompañante en el encuentro con
otro, disponerse a escuchar al paciente en su desolación, interrogarnos acerca
de qué está necesitando el paciente y qué puede eventualmente resultarle
terapéutico del acompañamiento.
El acompañamiento no es necesariamente terapéutico por definición.
Puede no serlo si el posicionamiento del Acompañante Terapéutico frente al
quehacer clínico, frente al paciente y/o frente al equipo con quien trabaja, no
está lo suficientemente articulado.
La palabra terapéuticos tiene una impronta médica, asociada a los
remedios y preceptos indicados para el tratamiento de las enfermedades. El
diccionario alude a este término como aquello que “cuida de algo o alguien”.
¿De qué cuidado hablamos cuando pensamos en el Acompañamiento
Terapéutico? Una pregunta así nos lleva necesariamente a plantearnos el

IV
problema en plural, ya que nos resulta insuficiente pensar el acompañamiento
terapéutico en singular; pero no sólo porque sus aplicaciones son múltiples,
sino porque las acepciones del cuidado son disímiles.
Hablar de “patologías del desamparo” abarca un espectro muy vasto de
posibilidades. Pero en el recorrido por estos diferentes universos donde el dolor
y el padecimiento psíquico han cobrado un protagonismo central, la
subjetividad está amenazada, cuando no abolida. Nos referimos especialmente
a las psicosis, a la clínica de las impulsiones, de las depresiones y de las
perturbaciones severas en la infancia.
Insistimos en la insuficiencia de los enfoques fragmentarios. Disciplinas
afines como el psicoanálisis, la psiquiatría, la neurología, la psicopedagogía,
nos ofrecen y nos desafían a una articulación que no subvierte sus respectivas
identidades. Los abordajes múltiples donde se combinan intervenciones que
integran discursividades diversas, enriquecen sin necesariamente recubrirse ni
yustaponerse.
Interdisciplinarias son aquellas experiencias que buscan articular lo
diverso con lo propio, tomando en cuenta las múltiples encrucijadas que
desafían la convivencia productiva de distintas perspectivas y diferentes
profesiones y profesionales.
Pulsear por el patrimonio de la verdad y la posesión del paciente ha
dañado considerablemente la posibilidad del trabajo interdisciplinario
productivo.
La inserción del acompañante terapéutico ha tenido en sus orígenes, en
la argentina, mayor difusión en el ámbito de la practica clínica privada. Hace
solo unos pocos años que las instituciones estatales han comenzado por
incorporar acompañantes terapéuticos a sus servicios de psicopatología. Estos,
salvo honrosas excepciones, siguen el mismo destino lamentable que en la
argentina corren la mayoría de los trabajadores de la salud que persisten en
defender y conservar la practica institucional. Los acompañantes son
incorporados sin nombramiento y ad- honoren y recargados de tareas por la
carencia de personal suficiente y por la falta de entrenamiento adecuado en el
trabajo de equipo. La formación de un agente terapéutico no puede ser
esquemática, debe incluir necesaria y responsablemente los elementos que le
permitan trabajar en forma interdisciplinaria. Necesitamos una universidad que
prepare profesionales diestros en el trabajo comunitario, e instituciones
asistenciales que favorezcan su inserción.
Es la dimensión intersubjetiva el rasgo definitorio del acompañamiento.
Se trata de una profesión doblemente transada, tanto en sus potencialidades
terapéuticas, como en la posibilidad de devenir un “mejor inquilino” de las
disciplinas donde habita ¿hasta cuando seguirá el acompañante terapéutico en
calidad de indocumentado?

V
Dispositivos Clínicos en el Múltiple Abordaje

Enriquecido por su heterogénea aplicación a campos clínicos muy


diversos y disímiles, el acompañamiento terapéutico fue conquistando
territorios donde habilitó desafíos teórico-clínicos que continúan abiertos aún
hoy.
Las múltiples aproximaciones al tema fueron imprimiendo a su
especificidad profesional una creciente consistencia conceptual.
Pensamos los dispositivos como montajes complejos, construcciones
conjuntas equipo tratante-paciente, donde el vínculo es el que va haciendo
aparecer las diferentes figuras del dispositivo. Es desde esta perspectiva que
proponemos considerar la variación de los dispositivos como variación en la
producción de subjetividad.
El dispositivo es una construcción con los pacientes, y su “ingeniería”
promueve la creatividad del conjunto generando combinatorias variadas. La
regla consiste en construir la regla. Jean Laplanche plantea la distinción entre
el concepto de diferencia que se refiere a la polaridad entre dos términos y el
de diversidad, relación entre más de dos elementos, que admite la
multiplicidad.
Los dispositivos pueden considerarse entonces como una diversidad de
instrumentos a disposición del equipo tratante, dentro de un marco estipulado
por los acuerdos del contrato terapéutico. Favorecen la disponibilidad para
propiciar condiciones de simbolización y subjetivación aptas para el despliegue
del trabajo psíquico.
Ya en 1913 Freud sostenía que “la extraordinaria diversidad de las
constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos
anímicos y la riqueza de los factores determinantes, se oponen, por cierto, a
una mecanización de la técnica y hacen posible que un proceder de ordinario
legítimo no produzca efectos algunas veces, mientras que otro habitualmente
considerado erróneo lleve en algún caso a la meta”.

Concepto de Tramo – Módulo – Proceso

Cada dispositivo se construye como tramos de una trama en una labor-


con; en un trabajo conjunto y en colaboración. No es fijo, sino que puede variar
en función de una regla inmanente. Un “entre varios” que habilita la
producción de aperturas inéditas. La clave de la validación se encuentra en la
lectura a posteriori a través de sus efectos.
En la noción de proceso, el tramo es un segmento que forma parte de una
recta que está configurada como parte de una totalidad. En un proceso se
integran momentos lógicos 1, 2, 3, etc.; esto supone una secuencia continuada
porque, por definición, proceso significa que todo varía, menos una condición

VI
que es la que permite que todo varíe. En el proceso se van enhebrando
sucesivos momentos de una serie a partir de un comienzo y hasta su
finalización.
Pero el tramo también puede ser un módulo, una unidad que forma parte
de una trama. Este modo de concebir el tramo implica una ruptura
epistemológica con la idea de la continuidad sustancial. Cada tramo tiene valor
de producción por sí mismo. A cada tramo corresponde una construcción del
dispositivo. Así resulta evidente que las ideas de tramo-trama y construcción
del dispositivo resultan solidarias.
Pero un tramo no es una parte de un todo, ni el segmento de una recta, de
modo tal que se puede variar el dispositivo sin que el abordaje clínico pierda
consistencia, dado que su coherencia estratégica está regulada por el principio
del a posteriori.
La multiplicación de los dispositivos es simultáneamente la
multiplicación de los instrumentos de lectura y de las capacidades para
interpretar cada tramo.
Sin embargo, tanto la indicación de tratamiento como la responsabilidad
y el compromiso con el mismo es competencia exclusiva del equipo tratante.
De la diversidad de prácticas clínicas surgen especificidades que
complejizan los modos de pensar la terapéutica. Por ejemplo, disponernos a
construir dispositivos de abordaje a partir del andamiaje psicoanalítico clásico
es abrir las tramas de las clásicas intervenciones clínicas.
El sustrato de este modo de pensar la clínica estriba en la construcción
de una operación no anticipable ni predeterminada, que permitirá la
instrumentación de diversas estrategias utilizadas, sucesivas o
simultáneamente, atendiendo a los requerimientos de cada consulta.

El Equipo Terapéutico

Refiriéndose a los casos difíciles que ponen a prueba al profesional, dice


André Green, que tratamos de ser políglotas, pero nuestras fuerzas son
limitadas. Para comprender sus dialectos es necesario hablar varios idiomas.
Dispositivos clínicos de múltiple abordaje, son propuestas clínicas que se
ofrecen buscando integrar las diversas lenguas en un cuerpo de equipo.
Nuestras limitadas fuerzas nos impulsaron en 1971 a trabajar en esta dirección,
en un equipo especializado en las denominadas terapias de abordaje múltiple.
Dicho equipo tomaba a su cargo pacientes severamente perturbados que, por lo
general, promovían las consultas en momentos de crisis. Muchos de ellos
presentaban historias de tratamientos anteriores fracasados, y oponían
marcadas resistencias a someterse a cualquier tipo de psicoterapia.
Luego de varios años probando diferentes recursos, descartando algunos
y creando otros, pudimos empezar a ordenar la tarea y, simultáneamente a
conceptualizar y delimitar los alcances de esta promesa.

VII
Para que el abordaje múltiple sea factible es necesario, por un lado, que
el profesional al que consulta el paciente y/o su familia pueda instrumentar
múltiples recursos y, a su vez, que ambos, paciente y familia, se presten a ello.
Cuando hablamos de abordaje múltiple lo hacemos en un doble sentido:
en relación al múltiple sujeto de la enfermedad y desde las múltiples formas de
abordarlo. Cuando mencionamos al múltiple sujeto de la enfermedad nos
referimos al hecho de que el profesional no solo recibe a un paciente grave en
crisis, sino, igualmente, a una familia que también esta en crisis desde el
momento en que no le bastan los recursos propios de contención. En síntesis,
consideramos al paciente que enferma no solo como una estructura individual,
sino también como síntoma de una estructura familiar igualmente
comprometida. El abordaje múltiple lo realiza un equipo terapéutico que
desempeña diferentes funciones en distintas áreas. El equipo se transformará en
una red terapéutica y es por eso que la relación entre sus miembros adquirirá
enorme significación en el curso del proceso terapéutico. Las funciones y
responsabilidades de los miembros de un equipo son interdependientes pero no
simétricas. Trabajar en equipo no es sinónimo de co-terapia. Las áreas de
trabajo, deben estar claramente diferenciadas. La heterogeneidad y la
cooperación entre los miembros de un equipo terapéutico son los factores
fundamentales que permitirán operar a lo largo y en pro del proceso de
curación del paciente.
Siendo un equipo el que se hace cargo de la situación crítica, todos los
integrantes se vuelven responsables directos o indirectos del (o de los)
pacientes; y el secreto profesional, tradicionalmente diádico, pasa a ser
parcialmente compartido por todos los miembros del equipo. La circulación
fluida de información entre los integrantes de un equipo resulta indispensable
para el funcionamiento del mismo y, a la vez, neutraliza los intentos de
manipulación y los pactos perversos a los que puedan inducir, tanto el paciente
como los familiares, en el curso de la experiencia clínica.
El equipo está integrado básicamente por un psicoterapeuta, que se hace
cargo del abordaje familiar; un administrador psiquiátrico, que coordina la
tarea médica si ello es necesario; un psicoterapeuta individual; uno o mas
acompañantes terapéuticos de acuerdo a los requerimientos del paciente. Mas
adelante, cuando el paciente ya este en condiciones de comenzar a responder a
las propuestas terapéuticas que se le formulen, podrán incluirse profesores
especializados para alentar y encauzar sus inquietudes. Conviene que los
profesores tengan una preparación especial – es decir que estén
psicoterapéuticamente capacitados – ya que no deben encarar el suministro de
su asignatura sino como una actividad destinada a organizar el aprendizaje
mediante un nuevo lenguaje dirigido al paciente psicótico. Este sufre
generalmente severos trastornos y requiere, por ende, de la instrumentación de
técnicas especializadas para poder superar sus dificultades de asimilación.
Desde que comenzamos nuestra tarea, trabajamos con la idea de abordar

VIII
a los pacientes en diferentes aspectos de su vida diaria, intentando crearles un
medio ambiente terapéutico, participando activamente en sus diferentes grupos
de pertenencia, visitando sus casas, conociendo a sus amigos, reuniéndonos
con los maestros o directores de escuela cuando lo considerábamos oportuno.
Dada la complejidad de su trama y los múltiples recaudos que exige, es
fácil advertir que el abordaje múltiple se aplica a pacientes graves con
tendencia a interrumpir el tratamiento.
El acompañante terapéutico asiste al paciente en crisis y puede hacerlo
desde la fase diagnóstica y/o a través de todo el proceso terapéutico. Su labor
no puede cumplirse en forma aislada. Ella está siempre inscripta en el seno de
un equipo. Es la pertenencia al mismo y la identificación con el esquema
referencial y las pautas de trabajo que de él emanan, lo que permitirá perfilar su
quehacer clínico con claridad.
“Para que exista un equipo psicoterapéutico es necesario que por lo
menos dos personas se ocupen de un paciente o – más exactamente - del
paciente y de su entorno, comunicándose con regularidad constante y
confiable. Además esta comunicación intraequipo debe ser conocida por el
paciente y su familia”.

En este sentido, la formulación de un contrato claro de trabajo evita


malentendidos y favorece la discriminación.
En los comienzos, Eduardo Kalina – como subrayó en la entrevista – los
llamó “amigos calificados”.
El cambio de denominación no fue un hecho trivial. Implicó un cambio
en cuanto a la delimitación y los alcances del rol. Fundamentalmente, la nueva
asignación surgió a partir de la experiencia clínica de las personas que
comenzamos a trabajar en esta tarea. Cuando se empleaba la expresión “amigo
calificado”, se acentuaba, como es evidente el componente amistoso del
vínculo; mientras al reemplazarlo por la denominación actual, se destaca lo
terapéutico de este tipo de función asistencial. Esta nueva nomenclatura tiene, a
su vez, la ventaja de encuadrar mejor la tarea, y fortalecer el sentido
interaccional del vínculo. La condición de “amigos” implica, desde el punto de
vista del vínculo, simetría de sus participantes y, desde el punto de vista tempo-
espacial, una frecuentación no delimitada de antemano y librada a los deseos
de los participantes. En cambio, el encuadre de trabajo del Acompañante
Terapéutico es, desde el punto de vista vincular, asimétrico. El A.T. no es un
amigo aunque pueda establecer lazos afectivos muy fuertes con el paciente.
Forma parte de un equipo psicoterapéutico, realiza una tarea asistencial y,
además, es remunerado por su trabajo. Desde la perspectiva tempo-espacial, la
frecuentación (cantidad de horas, horarios) se estipula y se mantiene, y no se
toma como variable para su organización el deseo de sus participantes aunque
sí se considere como emergente significativo el hecho de que haya, o no, un

IX
vivo interés, recíproco, en el desarrollo de la relación.
Lo expuesto hasta aquí muestra no solo las ventajas del cambio de
denominación, sino también evidencia las desventajas que puede acarrear la
tentación (muy frecuente en el acompañante desprevenido) de presentarse
frente al paciente como un amigo más, para allanar las dificultades que,
inevitablemente, aparecen en el establecimiento de todo vínculo terapéutico.
Lo que en un principio se perfila como un componente que propende a facilitar
el vínculo, se torna luego, un elemento distorsionador del proceso terapéutico.
Puede, incluso, conducir a la interrupción del mismo. Creemos que cuando el
acompañante terapéutico, ya sea consciente o inconscientemente, da lugar a
que se borren las diferencias mutuas, genera un tipo de vínculo ilusorio, con
alto grado de ambigüedad, que a la larga o a la corta, resiente el trabajo.
Consecuentemente, lo que aquí conviene poner en juego es la habilidad
personal necesaria para poder establecer un buen vínculo con el paciente, desde
el posicionamiento que se tiene y desde el lugar que realmente se ocupa, y no
desde el lugar en el cual el paciente desea situarnos.

Funciones del Acompañante Terapéutico

1 -Contener al paciente

La contención es fundamental y constituye la primera función del


acompañante terapéutico, cualquiera sea el momento del proceso en que se
hallen los pacientes. El acompañante terapéutico se ofrece como sostén,
auxiliando al paciente en su imposibilidad de delimitarse a sí mismo.
Acompaña y ampara al paciente en su desvalimiento, su angustia, sus miedos,
su desesperanza, e incluso en aquellos momentos de mayor equilibrio.
El concepto Winnicotiano de “holding”, o la idea de “escucha
invistente” de Piera Aulagnier, aluden de modos diversos a esta necesidad de
contención, propia de patologías graves.
Los aportes de Didier Anzieu, en torno a las “envolturas psíquicas”,
como planos de demarcación entre mundo interior y exterior, entre mundo
psíquico interno y mundo psíquico de otro, se inscriben también en la serie de
instrumentos conceptuales afines a este planteo

2 - Ofrecerse como referente

Más allá de las vicisitudes transferenciales que se tejan en cada vínculo


intersubjetivo, el acompañante terapéutico es para su paciente un “referente”,
incluyéndose como tercero. Cuando hablamos de “terceridad”, lo hacemos
aludiendo a un posicionamiento del acompañante terapéutico que opera en el

X
vínculo a la manera de organizador psíquico que lo ayuda a regularse.
Cuando comenzamos a perfilar las funciones del acompañante
terapéutico planteamos que podría devenir para el paciente un posible “modelo
de identificación”. Hoy, pensamos que hablar de modelo puede prestarse a
equívocos ideológicos, donde la idea de “ejemplaridad” desvirtúa el sentido de
alternativas, de posibles variantes que quisimos trasmitir en aquel momento.
Por eso preferimos hablar de referentes, por su connotación de mera
orientación, por su condición relativa. Los modos de intervención en distintos
dispositivos clínicos nos plantean el desafío de situarnos como referentes
identificatorios con el cuidado suficiente de no ser tomados como el único
modelo y, peor aún, protésico, al cual habría que adherir.
El acompañante terapéutico, al trabajar en un nivel dramático-vivencial,
no interpretativo, intenta y muestra al paciente, in situ, modos diferentes de
actuar y reaccionar frente a las vicisitudes de la vida cotidiana. Esto resulta
terapéutico. Primeramente, porque propone una ruptura con los modelos
estereotipados de vinculación que lo llevaron a enfermar. En segundo término,
porque ayuda al paciente a aprender a esperar y a postergar.

3 - Ayudar a “reinvestir”

En virtud del grado de vulnerabilidad del Yo en las psicosis, el


acompañante terapéutico se ofrece a la manera de un “organizador psíquico”
(motor con combustible) capaz de intervenir operativamente y decidir por el
paciente en aquellos órdenes donde éste no es aún capaz de hacerlo por sí
mismo. Asume por momentos funciones que “el Yo del paciente”, por estar
comprometido y debilitado por la enfermedad, no puede desarrollar.
La fragilidad extrema del paciente se manifiesta con frecuencia en
inadecuación y desajustes, falta de dominio, retracción, y hasta desinvestidura
de aspectos vitales que no puede encarar por sí mismo.

4 - Registrar y ayudar a desplegar la capacidad creativa del paciente

Desde la fase diagnóstica, el acompañante terapéutico tratará de


auscultar las capacidades manifiestas y latentes del paciente. A lo largo del
proceso terapéutico, alentará el desarrollo de las áreas más organizadas de su
personalidad neurótica en desmedro de sus aspectos más desajustados.
La canalización de las inquietudes del paciente cumple un doble
objetivo: sirve para liberar la capacidad creativa inhibida y tiende a la
estructuración de la personalidad alrededor de un eje organizador. Al proponer
y ayudar a investir tareas acordes con los intereses del paciente, se lo ayuda a
reencontrarse con la realidad y se promueve y refuerza en él la noción de
proceso, opuesta a la concepción mágica del tiempo y el espacio, cuyo rasgo
distintivo es la dilución en la inmediatez y la negación de lo procesual.

XI
5 - Aportar una mirada ampliada del mundo objetivo del paciente

Al establecer un contacto cotidiano con el paciente, el acompañante


terapéutico dispondrá de información ampliada sobre su modo de discurrir en
ámbitos diversos, sobre los vínculos que mantiene con los miembros de su
familia, el tipo de personas con las que prefiere relacionarse, las emociones que
lo dominan. Registrará también conductas llamativas de la vida diaria en
relación a la alimentación, el sueño, la higiene personal. Ser vocero de ese
mapa ampliado permitirá alcanzar, en un tiempo relativamente corto una
mirada integral del paciente y servirá como indicador diagnóstico y pronóstico
de inapreciable valor. A su vez, son fundamentales los cambios observados en
los vínculos significativos del paciente. Todo ello contribuirá a una mejor
evaluación de las alternativas a la hora de trazar una estrategia clínica.

6 - Habilitar un espacio para pensar

El tratamiento de abordaje múltiple exige trabajar con el paciente


algunas horas diarias. El acompañante se incluye entre las actividades
terapéuticas del paciente y lo hace con disposición dialógica. No formula
interpretaciones de formaciones del inconsciente de su paciente. Pero, en
muchos sentidos, resulta ser “su intérprete”. El espacio discursivo que se
habilita en el vínculo, ensancha las fronteras del intercambio comunicativo del
paciente. Se legitima así un ámbito más de procesamiento y metabolización.

7 - Orientar en el espacio social

El paciente perturbado psíquicamente se encuentra perdido en un espacio


social que no domina. Sufre una importante desconexión del mundo que lo
rodea. En la medida en que el tratamiento lo permita, el acompañante tendrá
por función paliar esta distancia facilitándole en reencuentro, en forma
paulatina y dosificada, con algo de lo que perdió.
Por ejemplo, fue tarea de una acompañante terapéutica ayudar a una
mujer joven que se externaba a retomar la organización de su casa y hacerse
nuevamente cargo del cuidado de sus hijos pequeños. Su responsabilidad
incluía tareas que iban desde la confección de la lista de compras diarias para la
casa hasta la orientación concreta en cuanto al manejo de los niños. Y también
debió ayudarla a metabolizar las ansiedades que le produjeron todos estos
cambios (externación, vuelta al hogar y asunción del rol materno). Una lucha
en dos frentes, realidad psíquica y realidad exterior.

8 - Intervenir en la trama familiar

XII
El Acompañante Terapéutico puede contribuir, además, a descomprimir
y amortiguar ciertas interferencias en las relaciones del paciente con su familia.
Demos un ejemplo: la mamá de Pedro, un adolescente de 17 años, internado en
una comunidad terapéutica que concurría a visitarlo con anteojos oscuros, un
pañuelo en la mano y la nariz enrojecida, siempre lo saludaba de esta manera:
“?Qué te pasa? Te veo muy mala cara. ¿Estás deprimido? ¿No te gusta estar
acá?”. El Acompañante Terapéutico observó que al presentarse de esta manera
la madre promovía en el hijo una actitud en espejo. Para desvirtuarla debió
funcionar como un pararrayos, absorbiendo parcialmente la descarga masiva
que paralizaba afectivamente al paciente.

Devenir Acompañante Terapéutico

El rasgo definitorio de esta profesión es la dimensión intersubjetiva en la


que se juega una responsabilidad ética y un posicionamiento profesional, esto
requiere, de quienes se forman y se deciden a ejercerla, una vocación
asistencial altamente comprometida tanto con los pacientes como con el equipo
al que se integran. Junto a la vocación asistencial debe haber también madurez
para compartir y planificar la tarea en un equipo multidisciplinario y, a la vez,
autonomía y sentido de la oportunidad para asistir a pacientes graves que
requieren decisiones rápidas, precisas y a veces inesperadas. Es frecuente que
se produzcan situaciones imprevisibles que deban ser resueltas en el momento,
sin posibilidad de consulta con el equipo tratante.
La capacidad de empatía, es decir, la aptitud de coincidir con el otro
suscitando su interés y por lo tanto la convergencia, es imprescindible para el
desempeño adecuado en esta tarea. Ese otro, en nuestro caso, el paciente, es
alguien desbordado por la dolencia psíquica que lo aqueja. Para él su
Acompañante Terapéutico se desempeña como soldado de la primera línea de
fuego, y ello por dos razones: por la frecuencia del vínculo y por el tipo de
actividades que realiza, relacionadas con la vida cotidiana del paciente, con su
familia, con sus amigos, con su trabajo, - cuando lo tiene -.
Para contener al paciente, el acompañante necesita reconocer claramente
su alteridad. La flexibilidad es la posibilidad de adecuarse a condiciones
cambiantes sin perder de vista las pautas y el encuadre de trabajo; a ella se
opone la rigidez que empobrece los vínculos por la aplicación de modelos
estereotipados. El Acompañante Terapéutico implicado con su quehacer
demarcará límites claros, firmes pero no rígidos y, en consecuencia, permitirá
un juego amplio de movimientos entre las posiciones extremas.
Realizará un pasaje permanente desde la teoría a la práctica, es decir
desde lo que teóricamente convendría hacer con un determinado paciente dada
su patología, a lo que prácticamente resulta factible, dadas las características
personales y el medio en el cual está inmerso. Es por esto que los
conocimientos teóricos y técnicos que el acompañante posee sólo podrán servir

XIII
como una base a partir de la cual crear, imaginar, inventar, o promover los
recursos adecuados para diversos pacientes.
Hay aún otro sentido importante del concepto de flexibilidad. Éste no
solo atañe a la posibilidad de acercarse al paciente con el menor número
posible de prejuicios y estereotipos, sino a la facultad de aproximarse como
otro discriminado. El Acompañante Terapéutico se implica en el mundo del
paciente, escuchándolo sin miedo, sin emitir juicios valorativos, sin apresurarse
a indicar si lo que dice se corresponde o no con la realidad y sin interpretar.
Debe, a la vez situarse a una distancia prudencial para poder pensar con
autonomía. Uno de los riesgos más frecuentes que corre el Acompañante
Terapéutico es el de identificarse con el paciente en los momentos en que éste
se siente víctima, incomprendido o maltratado por quienes lo rodean. Un
Acompañante Terapéutico confundido con su paciente puede obrar por lo
menos de dos modos igualmente erróneos: uno, es viendo la realidad tal como
la describe el paciente; otro, es rechazándolo violentamente para eludir la
confusión. En ninguno de estos dos casos podrá ayudarlo a integrar los
aspectos escotomizados de la realidad ni a producir las modificaciones
necesarias para romper con los estilos estereotipados y alienantes de
vinculación.
Es una paradoja que los requisitos para la selección de Acompañantes
Terapéuticos sean aún tan laxos, siendo las condiciones de trabajo tan estrictas.
Se trata con pacientes graves, que tienen una tolerancia mínima a la frustración
y a quienes nos se les puede “fallar”. Los que a la vista de un observador
ingenuo podrían pasar como detalles intrascendentes, tales como el atraso de
algunos minutos, un cambio de horario o una ausencia sin aviso con suficiente
anticipación, suelen generar en el paciente intensas reacciones de odio. Estas
pueden ser autodestructivas (por considerarse culpable y merecedor de esos
“castigos”, incapaz de ser querido) o pueden ser hetero-destructivas (porque
reviven situaciones primitivas de abandono y reaccionan actuando,
vengándose, atacando los vínculos). Es fundamental mantener en forma estricta
el compromiso asumido porque el paciente nos pone permanentemente a
prueba. La carencia, y la intolerancia a la frustración que lo atraviesa, lo lleva a
establecer relaciones de necesidad que incluyen alejamientos y acercamientos
repentinos torpes y poco previsibles. Necesita comprobar una y otra vez que
cuenta con la presencia, el apoyo y la escucha del acompañante.
La constancia de los vínculos es lo que va a posibilitar el desarrollo de
los sentimientos tiernos que, a su vez, permitirán que se invista la relación y se
produzca algún intercambio. Es importante, por todo esto, que se realicen
entrevistas exhaustivas de admisión a los futuros acompañantes terapéuticos.
Existen contraindicaciones específicas para realizar esta tarea: que el
aspirante esté atravesando un momento vital crítico (por ejemplo un duelo
reciente) o que no tenga disponibilidad afectiva suficiente por hallarse todo su
interés primordialmente centrado en algún otro vínculo (por ejemplo, una

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mujer con un bebé en la época de la lactancia).
Las entrevistas de admisión son un instrumento que sirve para proteger
al paciente del riesgo de establecer vínculos frustrantes, y al Acompañante
Terapéutico de realizar una tarea que pueda resultarle perjudicial.

El vínculo Acompañante Terapéutico – Paciente

En la experiencia asistencial se ha ido gestando un estilo propio en lo


que hace a la modalidad del vínculo Acompañante Terapéutico – paciente. En
ella puede percibirse aperturas, desarrollos y desenlaces, que intentaremos
describir.

Primer movimiento: Inicio de la relación

Las actitudes dominantes, al comienzo de la relación del paciente con su


acompañante, pueden ser de sospecha y desconfianza o de transferencia
masiva, abrupta y prematura.
Cuando el sentimiento predominante es el primero – es decir el de
malestar, sospecha y desconfianza, se evidencia un marcado predominio de
ansiedades persecutorias que generan conductas tendientes a acentuar la
distancia y a poner freno a todo lo que pueda propiciar un proceso de
colaboración e integración con el tratamiento.
Cuando predomina la transferencia masiva, abrupta se produce una
relación con características casi simbióticas, donde predomina una marcada
idealización de la persona acompañante. Ejemplo: Frente a una consulta de una
adolescente de 16 años, en crisis, que acababa de ser salvado de un intento de
suicidio, el director del equipo propuso que un Acompañante Terapéutico
acudiera a su domicilio. Al entrar a la habitación del futuro paciente, éste
abrazó al Acompañante Terapéutico diciéndole en medio de un llanto
desconsolado: “Viste, ¡me maté!”. El acompañante aún no había alcanzado a
presentarse.
Segundo movimiento: Mayor aceptación del vínculo

Luego de un tiempo de reconocimiento y mutuo ajuste, la relación


acompañante – paciente comienza a hacerse más accesible para ambos.
La empatía y el sentido común del acompañante se hacen aquí
necesarios para desplegar las distintas maniobras terapéuticas fijada en la
estrategia de abordaje que el equipo establezca.
En esta etapa, las actividades ya pueden planificarse junto con el
paciente, siempre que éste manifieste una actitud de mayor compromiso con el
tratamiento.
A medida que el acompañante desarrolla su tarea, el paciente va
comprendiendo los roles que aquél cumple dentro del equipo. “Cuando te

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conocí – le dice Cecilia, paciente de 17 años, a su acompañante – creí que eras
una espía psiquiátrica, que te ponían para vigilarme y que tendrías que pasar
un informe donde figurase todo lo que hacía bien y lo que hacía mal. Ahora me
doy cuenta que vos no sos una amiga como cualquier otra, sino que estás
conmigo para que yo haga mejor las cosas”.
Carlos, adolescente también, dijo una vez a su acompañante: “Vos
parecés mi agenda, porque yo para organizarme soy un desastre”. Carlos
percibió que en ese momento su acompañante actuaba como alguien capaz de
ayudarlo a administrar su temporalidad alterada, tanto por su condición de
adolescente, como por el derrumbe psíquico que lo llevó a su enfermedad.

Tercer movimiento: Consolidación del vínculo

Es difícil hacer una división en etapas de la evolución de una relación


que es afectiva y, a la vez, terapéutica. Pero aludiendo a un período de
consolidación del vínculo nos referimos al momento del proceso en que el
paciente y su Acompañante Terapéutico comparten algo más que un contrato
de trabajo con objetivos a cumplir. La frecuencia del vínculo y las
características de esta convivencia gestan relaciones de alto compromiso
recíproco. Este hecho suele promover tanto en el acompañante como en el
paciente constantes replanteos respecto del significado de sus roles.
“ ¿No estará contraindicado que el paciente venga a casa y conozca a
mi familia?”. “Y si nos encontramos con mis amigos, ¿cómo se los presento?”.
“Quisiera que Andrea (mi paciente) viniera a escuchar mi concierto de flauta,
pero ¿no será eso un trago difícil de digerir para ella?”.
Por supuesto, no hay una respuesta única a estos cuestionamientos. Sí
hay, en cambio, un compromiso constante y es el de asumir tal responsabilidad
con criterio profesional una y otra vez. Se trata de que tanto el paciente como el
acompañante hagan lo posible para no confundirse.
Otros elementos a tener en cuenta son los altibajos en la evolución
clínica del paciente. Dentro de los períodos de franca mejoría, de buena
colaboración con el proceso, suelen aparecer momentos de descompensación,
que alteran circunstancialmente la marcha del tratamiento.
Frente a momentos regresivos del paciente, las vivencias
contratransferenciales de los acompañantes suelen ser verdaderamente
tormentosas. Sensaciones de rabia, decepción, culpa, contraidentificaciones,
etc., se agolpan en sus cabezas, sobre todo cuando hay una relación
consolidada con el paciente.
Estudiamos la contratransferencia en un apartado especial, no obstante
insistimos en que la evaluación periódica de la tarea del acompañante facilita la
toma de una distancia prudencial, que lo protege de la contraidentificación con
el paciente.

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Cuarto movimiento: Finalización del acompañamiento

Podemos distinguir básicamente dos modalidades en el cierre de un


proceso de acompañamiento. La primera es aquélla que desearíamos de
antemano: una separación planificada, gradual, respetuosa del tiempo del
paciente y elaboradora del duelo por la despedida.
Pero, lamentablemente, trabajando con familias psicóticas, pocas fueron
las veces en que pudimos alcanzar esta suerte de “despedidas de lujo”. Fueron
más frecuentes las separaciones abruptas, en situaciones en las que el paciente
era “arrancado” del tratamiento, sin un espacio ni tiempo siquiera para
explicitar las sensaciones que despertaba en él dicha interrupción. En estos
casos, la despedida era, más que un proceso, “un hecho consumado”.
Quisiéramos incluir aquí algunos fragmentos de un interesante material
clínico en el que Marisa Pugés recorre las vicisitudes de un acompañamiento
terapéutico que ya llevaba 5 años de duración.
La paciente vivía lejos de su familia (y de su hermana gemela) y su red
de apoyo estaba limitada a un par de amigos. Augusta, ya estaba en análisis y
su psicoanalista plantea la inclusión de la Acompañante Terapéutica del
siguiente modo: “ por la complicación que supone en el dispositivo analítico el
hecho de que no se pueda ir de la sesión- se siente abandonada, excluída,
echada – decide incorporar como recurso una acompañante terapéutica. Ésta
tendrá como función recogerla al finalizar la sesión, ayudarla a incorporarse
si lo precisa y estar con ella alrededor de una hora, en un bar. Concibo este
recurso como un holding materno. Asimismo intento distribuir la masiva
transferencia de Augusta, que a veces me pide que la adopte, o que la deje
quedarse a vivir en la consulta. La acompañante terapéutica será también
como una hermana gemela, pero sin los locos reclamos de aquélla”.

Nuestro interés en retomar este material clínico consiste en que resulta


muy claros y elocuentes los movimientos y tramos que definen la evolución,
tanto del vínculo paciente – Acompañante Terapéutico como los cambios
clínicos en Augusta.
La apertura de la relación esta descripta así:
“Trabajamos cara a cara en la mesa de un bar. El acompañamiento, los
primeros días, se desenvuelve en un campo de batalla contínuos ataques al
vínculo, huidas, patadas, mordiscos, intento de autoagresión, pretende que yo
me canse y no vuelva, se muestra muy agresiva, quiere corromperme, pervertir
el dispositivo: “no le decimos nada, tú no vienes y te sigo pagando”.”

La fuerte resistencia, acompañada de agresiones y desconfianza, resultan


difíciles de sobrellevar en un comienzo, pero constituyen una “prueba de
fuego” inevitable. De esta manera, la paciente testea la resistencia de su
acompañante terapéutico y sus posibilidades de soportar sus desbordes. De

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cualquier modo, como decía Jorge Luis Borges en el Aleph: “...los actos de los
locos exceden las previsiones de los cuerdos” y, a menudo, quedamos
descalificados en el comienzo mismo del acompañamiento.
Relata más adelante la analista de Augusta: “Tras muchas sesiones
cortadas por las marchas antes de hora, y complicadas, donde el acompañante
no sucumbe a sus intentos de boicot, no la abandona a pesar de todo, no se
asusta de su agresividad. Augusta se va sintiendo más segura, más contenida y
puede ir aceptando poco a poco la relación, aunque su miedo al abandono
aparece a cada situación de cambio.”

Aún sin poder renunciar a aquel modo especular de posicionarse en la


relación, algo en la calidad del encuentro se anuncia como diferente. Lo
amenazador alterna con momentos de sintonía, donde la paciente puede
reconocer un esbozo de alteridad en la experiencia emocional con su
acompañante terapéutico.
La condición gemelar de Augusta parecía reforzar más aún la tendencia
a preservar la ilusión de que la completud narcisista es posible. Quizás por eso
no admitía moverse de aquella mesa del bar. Allí, ambas sentadas y enfrentadas
podían ser una. No cabían hasta entonces otros ángulos posibles, ni visiones
multifocales. Augusta estaba algo confiada, pero necesitaba aún estar sostenida
por la mirada de su acompañante terapéutico en forma constante y desde una
sola perspectiva.
Sobre el final del trabajo, la autora cita una frase de la paciente, que
podría pensarse como una evidencia de haber accedido a un tercer momento en
la evolución del vínculo:
“Augusta sigue funcionando a nivel imaginativo (...).Es muy difícil
desmontar su imaginario, introducir algo diferente, pierde los límites, se
pierde. (...) La descoloca que no sea como su hermana, como su madre, como
sus amigas, que no la ataque, que no abuse de ella, que no la rechace cuando
“falla”. Eso la descoloca pero, poco a poco, le va permitiendo encontrar otro
lugar, un lugar de sujeto. En la despedida antes de las vacaciones dice:
"“ESTOY MUY CONFUNDIDA, EL ESPEJO SE HA VUELTO HACIA MÍ Y
NO CONSIGO VERME”.”

Susana Kuras de Mauer - Silvia Resnizky


Acompañantes Terapéuticos –
Actualización Teórico – Clínica
Ed. Letra viva – Bs.As. 2003

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