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Hoy por hoy pareciera que la figura del Acompañante Terapéutico (AT) ya está
inserta en nuestra Sociedad.
El Acompañante Terapéutico ya ocupa un distinguido lugar en nuestra polis.
Mucho tiempo, y compromiso ha llevado lograr insertar la función del AT en
distintas problemáticas. Y si bien ha sido, y muchas veces aún siguen siendo
situaciones conflictivas, lo Real es lo que espero en el transcurso de estos
escritos ustedes puedan encontrar: hay muchos acompañamientos truncos, con
muchas resistencias e interrupciones, dificultades para darle continuidad,
algunas veces por características del paciente, de su patología pero muchas
otras por familiares que no adhieren al tratamiento, equipos que no se
comprometen, profesionales que no conducen de verdad un tratamiento.
Pero también hay logros, avances, pacientes que pueden salir de ese lugar para
pasar al lugar de Sujetos. Porque un paciente no es una persona, ni un
individuo.
Un paciente es un Sujeto.
Y a los Acompañantes, como a los Analistas nos desvela esa Verdad única, que
pertenece a cada Sujeto.
I
la comunidad); No trabajar nunca en forma aislada, sino
interdisciplinariamente; suspender sus Prejuicios para no obstaculizar el
devenir de la subjetividad de quién acompañamos, lograr Sostener el Enigma
Siempre insisto en el esfuerzo que el AT debe realizar cuando inicia una
práctica para sostener el enigma.
Sostener el enigma está relacionado con la abstinencia. El AT deberá
abstenerse de encontrar rápidamente la estrategia de trabajo, las características
del paciente, de su familia. Sólo así se generará el camino a seguir tomando
como guía los decires del paciente, lo que podamos registrar, observar.
Son muchos los años de trabajo que nos ha llevado lograr que tanto los
profesionales, como Instituciones, Obras Sociales, etc. sepan diferenciar a un
AT de un Cuidador o Maestro Particular por ejemplo. Este es un trabajo que
seguimos haciendo día a día desde la Asociación que nos nuclea, y que sigue
sembrando cada AT que trabaja en cualquiera de los ámbitos desde los que
somos convocados.
Tanto la Ley de Salud Mental como la de Discapacidad han colaborado con la
inserción del AT en distintos ámbitos.
II
conoce que la Demanda siempre es desmedida respecto del caso clínico del que
se hace cargo, que en el acompañamiento de alguien en particular, también
termina trabajando con la familia o grupo de inserción.
Muchas veces la solidez del trabajo tiene que ver con que el propio AT
conozca sus limitaciones, su historia personal, sus prejuicios y su capacidad de
abstinencia. Creer que uno sabe cómo cambiar la situación y delinear los
cambios desde afuera sólo generan heridas en la Transferencia.
ABORDAJES MULTIPLES
EL LUGAR DEL ACOMPAÑANTE TERAPÈUTICO
III
Es en la “clínica del desvalimiento” donde anida el acompañamiento
terapéutico. Las patologías del desamparo lo alojaron desde el comienzo. En su
territorio, el de la indefensión humana, de perímetros borrosos en el inicio, se
fue demarcando e inscribiendo con nitidez creciente un espacio para el
Acompañante Terapéutico. Su dialecto fue construyendo su propia
especificidad, desplegando un alfabeto inconcluso aún hoy.
Actualmente, de regreso de aquella cruzada épica de los orígenes,
persistimos en el intento de darle al Acompañante Terapéutico la carta de
ciudadanía que merece. En el decurso zigzagueante de la praxis clínica fue
deviniendo una vocación; una vocación entendida, como bien dice Santiago
Kovadloff, “como aquello que nos elige. Que dispone de nosotros, que se nos
impone”.
La valoración subjetiva de la profesión ha cambiado. Reescribir y
actualizar los problemas y los alcances que plantea la integración del
Acompañante Terapéutico en el abordaje de pacientes de difícil acceso, es un
compromiso que nos sigue involucrando; imprime a la tarea sentido y, a su vez,
en tanto fundamentación conceptual, nos expone a precisar y a revisar
incesantemente el quehacer clínico.
Desde aquella experiencia ágrafa de los comienzos, el entretejido del
trabajo asistencial, la formación de Acompañantes, junto con las supervisiones,
grupos de reflexión, jornadas, congresos, “escribieron” proyectos, artículos y
libros, de los cuales éste aspira a ser un nuevo aporte.
Posiblemente ya estemos en condiciones de recrear el concepto de
Acompañante Terapéutico, tallando con más rigor su singularidad.
¿De qué índole es la disponibilidad con la que trabaja el Acompañante
Terapéutico? La idea de una disponibilidad móvil, como estado mental,
desplegado en el seno de una experiencia intersubjetiva, es quizás una de las
características comunes a diferentes variantes de aplicación del
acompañamiento terapéutico.
El desafío consiste en decidirse a ser Acompañante en el encuentro con
otro, disponerse a escuchar al paciente en su desolación, interrogarnos acerca
de qué está necesitando el paciente y qué puede eventualmente resultarle
terapéutico del acompañamiento.
El acompañamiento no es necesariamente terapéutico por definición.
Puede no serlo si el posicionamiento del Acompañante Terapéutico frente al
quehacer clínico, frente al paciente y/o frente al equipo con quien trabaja, no
está lo suficientemente articulado.
La palabra terapéuticos tiene una impronta médica, asociada a los
remedios y preceptos indicados para el tratamiento de las enfermedades. El
diccionario alude a este término como aquello que “cuida de algo o alguien”.
¿De qué cuidado hablamos cuando pensamos en el Acompañamiento
Terapéutico? Una pregunta así nos lleva necesariamente a plantearnos el
IV
problema en plural, ya que nos resulta insuficiente pensar el acompañamiento
terapéutico en singular; pero no sólo porque sus aplicaciones son múltiples,
sino porque las acepciones del cuidado son disímiles.
Hablar de “patologías del desamparo” abarca un espectro muy vasto de
posibilidades. Pero en el recorrido por estos diferentes universos donde el dolor
y el padecimiento psíquico han cobrado un protagonismo central, la
subjetividad está amenazada, cuando no abolida. Nos referimos especialmente
a las psicosis, a la clínica de las impulsiones, de las depresiones y de las
perturbaciones severas en la infancia.
Insistimos en la insuficiencia de los enfoques fragmentarios. Disciplinas
afines como el psicoanálisis, la psiquiatría, la neurología, la psicopedagogía,
nos ofrecen y nos desafían a una articulación que no subvierte sus respectivas
identidades. Los abordajes múltiples donde se combinan intervenciones que
integran discursividades diversas, enriquecen sin necesariamente recubrirse ni
yustaponerse.
Interdisciplinarias son aquellas experiencias que buscan articular lo
diverso con lo propio, tomando en cuenta las múltiples encrucijadas que
desafían la convivencia productiva de distintas perspectivas y diferentes
profesiones y profesionales.
Pulsear por el patrimonio de la verdad y la posesión del paciente ha
dañado considerablemente la posibilidad del trabajo interdisciplinario
productivo.
La inserción del acompañante terapéutico ha tenido en sus orígenes, en
la argentina, mayor difusión en el ámbito de la practica clínica privada. Hace
solo unos pocos años que las instituciones estatales han comenzado por
incorporar acompañantes terapéuticos a sus servicios de psicopatología. Estos,
salvo honrosas excepciones, siguen el mismo destino lamentable que en la
argentina corren la mayoría de los trabajadores de la salud que persisten en
defender y conservar la practica institucional. Los acompañantes son
incorporados sin nombramiento y ad- honoren y recargados de tareas por la
carencia de personal suficiente y por la falta de entrenamiento adecuado en el
trabajo de equipo. La formación de un agente terapéutico no puede ser
esquemática, debe incluir necesaria y responsablemente los elementos que le
permitan trabajar en forma interdisciplinaria. Necesitamos una universidad que
prepare profesionales diestros en el trabajo comunitario, e instituciones
asistenciales que favorezcan su inserción.
Es la dimensión intersubjetiva el rasgo definitorio del acompañamiento.
Se trata de una profesión doblemente transada, tanto en sus potencialidades
terapéuticas, como en la posibilidad de devenir un “mejor inquilino” de las
disciplinas donde habita ¿hasta cuando seguirá el acompañante terapéutico en
calidad de indocumentado?
V
Dispositivos Clínicos en el Múltiple Abordaje
VI
que es la que permite que todo varíe. En el proceso se van enhebrando
sucesivos momentos de una serie a partir de un comienzo y hasta su
finalización.
Pero el tramo también puede ser un módulo, una unidad que forma parte
de una trama. Este modo de concebir el tramo implica una ruptura
epistemológica con la idea de la continuidad sustancial. Cada tramo tiene valor
de producción por sí mismo. A cada tramo corresponde una construcción del
dispositivo. Así resulta evidente que las ideas de tramo-trama y construcción
del dispositivo resultan solidarias.
Pero un tramo no es una parte de un todo, ni el segmento de una recta, de
modo tal que se puede variar el dispositivo sin que el abordaje clínico pierda
consistencia, dado que su coherencia estratégica está regulada por el principio
del a posteriori.
La multiplicación de los dispositivos es simultáneamente la
multiplicación de los instrumentos de lectura y de las capacidades para
interpretar cada tramo.
Sin embargo, tanto la indicación de tratamiento como la responsabilidad
y el compromiso con el mismo es competencia exclusiva del equipo tratante.
De la diversidad de prácticas clínicas surgen especificidades que
complejizan los modos de pensar la terapéutica. Por ejemplo, disponernos a
construir dispositivos de abordaje a partir del andamiaje psicoanalítico clásico
es abrir las tramas de las clásicas intervenciones clínicas.
El sustrato de este modo de pensar la clínica estriba en la construcción
de una operación no anticipable ni predeterminada, que permitirá la
instrumentación de diversas estrategias utilizadas, sucesivas o
simultáneamente, atendiendo a los requerimientos de cada consulta.
El Equipo Terapéutico
VII
Para que el abordaje múltiple sea factible es necesario, por un lado, que
el profesional al que consulta el paciente y/o su familia pueda instrumentar
múltiples recursos y, a su vez, que ambos, paciente y familia, se presten a ello.
Cuando hablamos de abordaje múltiple lo hacemos en un doble sentido:
en relación al múltiple sujeto de la enfermedad y desde las múltiples formas de
abordarlo. Cuando mencionamos al múltiple sujeto de la enfermedad nos
referimos al hecho de que el profesional no solo recibe a un paciente grave en
crisis, sino, igualmente, a una familia que también esta en crisis desde el
momento en que no le bastan los recursos propios de contención. En síntesis,
consideramos al paciente que enferma no solo como una estructura individual,
sino también como síntoma de una estructura familiar igualmente
comprometida. El abordaje múltiple lo realiza un equipo terapéutico que
desempeña diferentes funciones en distintas áreas. El equipo se transformará en
una red terapéutica y es por eso que la relación entre sus miembros adquirirá
enorme significación en el curso del proceso terapéutico. Las funciones y
responsabilidades de los miembros de un equipo son interdependientes pero no
simétricas. Trabajar en equipo no es sinónimo de co-terapia. Las áreas de
trabajo, deben estar claramente diferenciadas. La heterogeneidad y la
cooperación entre los miembros de un equipo terapéutico son los factores
fundamentales que permitirán operar a lo largo y en pro del proceso de
curación del paciente.
Siendo un equipo el que se hace cargo de la situación crítica, todos los
integrantes se vuelven responsables directos o indirectos del (o de los)
pacientes; y el secreto profesional, tradicionalmente diádico, pasa a ser
parcialmente compartido por todos los miembros del equipo. La circulación
fluida de información entre los integrantes de un equipo resulta indispensable
para el funcionamiento del mismo y, a la vez, neutraliza los intentos de
manipulación y los pactos perversos a los que puedan inducir, tanto el paciente
como los familiares, en el curso de la experiencia clínica.
El equipo está integrado básicamente por un psicoterapeuta, que se hace
cargo del abordaje familiar; un administrador psiquiátrico, que coordina la
tarea médica si ello es necesario; un psicoterapeuta individual; uno o mas
acompañantes terapéuticos de acuerdo a los requerimientos del paciente. Mas
adelante, cuando el paciente ya este en condiciones de comenzar a responder a
las propuestas terapéuticas que se le formulen, podrán incluirse profesores
especializados para alentar y encauzar sus inquietudes. Conviene que los
profesores tengan una preparación especial – es decir que estén
psicoterapéuticamente capacitados – ya que no deben encarar el suministro de
su asignatura sino como una actividad destinada a organizar el aprendizaje
mediante un nuevo lenguaje dirigido al paciente psicótico. Este sufre
generalmente severos trastornos y requiere, por ende, de la instrumentación de
técnicas especializadas para poder superar sus dificultades de asimilación.
Desde que comenzamos nuestra tarea, trabajamos con la idea de abordar
VIII
a los pacientes en diferentes aspectos de su vida diaria, intentando crearles un
medio ambiente terapéutico, participando activamente en sus diferentes grupos
de pertenencia, visitando sus casas, conociendo a sus amigos, reuniéndonos
con los maestros o directores de escuela cuando lo considerábamos oportuno.
Dada la complejidad de su trama y los múltiples recaudos que exige, es
fácil advertir que el abordaje múltiple se aplica a pacientes graves con
tendencia a interrumpir el tratamiento.
El acompañante terapéutico asiste al paciente en crisis y puede hacerlo
desde la fase diagnóstica y/o a través de todo el proceso terapéutico. Su labor
no puede cumplirse en forma aislada. Ella está siempre inscripta en el seno de
un equipo. Es la pertenencia al mismo y la identificación con el esquema
referencial y las pautas de trabajo que de él emanan, lo que permitirá perfilar su
quehacer clínico con claridad.
“Para que exista un equipo psicoterapéutico es necesario que por lo
menos dos personas se ocupen de un paciente o – más exactamente - del
paciente y de su entorno, comunicándose con regularidad constante y
confiable. Además esta comunicación intraequipo debe ser conocida por el
paciente y su familia”.
IX
vivo interés, recíproco, en el desarrollo de la relación.
Lo expuesto hasta aquí muestra no solo las ventajas del cambio de
denominación, sino también evidencia las desventajas que puede acarrear la
tentación (muy frecuente en el acompañante desprevenido) de presentarse
frente al paciente como un amigo más, para allanar las dificultades que,
inevitablemente, aparecen en el establecimiento de todo vínculo terapéutico.
Lo que en un principio se perfila como un componente que propende a facilitar
el vínculo, se torna luego, un elemento distorsionador del proceso terapéutico.
Puede, incluso, conducir a la interrupción del mismo. Creemos que cuando el
acompañante terapéutico, ya sea consciente o inconscientemente, da lugar a
que se borren las diferencias mutuas, genera un tipo de vínculo ilusorio, con
alto grado de ambigüedad, que a la larga o a la corta, resiente el trabajo.
Consecuentemente, lo que aquí conviene poner en juego es la habilidad
personal necesaria para poder establecer un buen vínculo con el paciente, desde
el posicionamiento que se tiene y desde el lugar que realmente se ocupa, y no
desde el lugar en el cual el paciente desea situarnos.
1 -Contener al paciente
X
vínculo a la manera de organizador psíquico que lo ayuda a regularse.
Cuando comenzamos a perfilar las funciones del acompañante
terapéutico planteamos que podría devenir para el paciente un posible “modelo
de identificación”. Hoy, pensamos que hablar de modelo puede prestarse a
equívocos ideológicos, donde la idea de “ejemplaridad” desvirtúa el sentido de
alternativas, de posibles variantes que quisimos trasmitir en aquel momento.
Por eso preferimos hablar de referentes, por su connotación de mera
orientación, por su condición relativa. Los modos de intervención en distintos
dispositivos clínicos nos plantean el desafío de situarnos como referentes
identificatorios con el cuidado suficiente de no ser tomados como el único
modelo y, peor aún, protésico, al cual habría que adherir.
El acompañante terapéutico, al trabajar en un nivel dramático-vivencial,
no interpretativo, intenta y muestra al paciente, in situ, modos diferentes de
actuar y reaccionar frente a las vicisitudes de la vida cotidiana. Esto resulta
terapéutico. Primeramente, porque propone una ruptura con los modelos
estereotipados de vinculación que lo llevaron a enfermar. En segundo término,
porque ayuda al paciente a aprender a esperar y a postergar.
3 - Ayudar a “reinvestir”
XI
5 - Aportar una mirada ampliada del mundo objetivo del paciente
XII
El Acompañante Terapéutico puede contribuir, además, a descomprimir
y amortiguar ciertas interferencias en las relaciones del paciente con su familia.
Demos un ejemplo: la mamá de Pedro, un adolescente de 17 años, internado en
una comunidad terapéutica que concurría a visitarlo con anteojos oscuros, un
pañuelo en la mano y la nariz enrojecida, siempre lo saludaba de esta manera:
“?Qué te pasa? Te veo muy mala cara. ¿Estás deprimido? ¿No te gusta estar
acá?”. El Acompañante Terapéutico observó que al presentarse de esta manera
la madre promovía en el hijo una actitud en espejo. Para desvirtuarla debió
funcionar como un pararrayos, absorbiendo parcialmente la descarga masiva
que paralizaba afectivamente al paciente.
XIII
como una base a partir de la cual crear, imaginar, inventar, o promover los
recursos adecuados para diversos pacientes.
Hay aún otro sentido importante del concepto de flexibilidad. Éste no
solo atañe a la posibilidad de acercarse al paciente con el menor número
posible de prejuicios y estereotipos, sino a la facultad de aproximarse como
otro discriminado. El Acompañante Terapéutico se implica en el mundo del
paciente, escuchándolo sin miedo, sin emitir juicios valorativos, sin apresurarse
a indicar si lo que dice se corresponde o no con la realidad y sin interpretar.
Debe, a la vez situarse a una distancia prudencial para poder pensar con
autonomía. Uno de los riesgos más frecuentes que corre el Acompañante
Terapéutico es el de identificarse con el paciente en los momentos en que éste
se siente víctima, incomprendido o maltratado por quienes lo rodean. Un
Acompañante Terapéutico confundido con su paciente puede obrar por lo
menos de dos modos igualmente erróneos: uno, es viendo la realidad tal como
la describe el paciente; otro, es rechazándolo violentamente para eludir la
confusión. En ninguno de estos dos casos podrá ayudarlo a integrar los
aspectos escotomizados de la realidad ni a producir las modificaciones
necesarias para romper con los estilos estereotipados y alienantes de
vinculación.
Es una paradoja que los requisitos para la selección de Acompañantes
Terapéuticos sean aún tan laxos, siendo las condiciones de trabajo tan estrictas.
Se trata con pacientes graves, que tienen una tolerancia mínima a la frustración
y a quienes nos se les puede “fallar”. Los que a la vista de un observador
ingenuo podrían pasar como detalles intrascendentes, tales como el atraso de
algunos minutos, un cambio de horario o una ausencia sin aviso con suficiente
anticipación, suelen generar en el paciente intensas reacciones de odio. Estas
pueden ser autodestructivas (por considerarse culpable y merecedor de esos
“castigos”, incapaz de ser querido) o pueden ser hetero-destructivas (porque
reviven situaciones primitivas de abandono y reaccionan actuando,
vengándose, atacando los vínculos). Es fundamental mantener en forma estricta
el compromiso asumido porque el paciente nos pone permanentemente a
prueba. La carencia, y la intolerancia a la frustración que lo atraviesa, lo lleva a
establecer relaciones de necesidad que incluyen alejamientos y acercamientos
repentinos torpes y poco previsibles. Necesita comprobar una y otra vez que
cuenta con la presencia, el apoyo y la escucha del acompañante.
La constancia de los vínculos es lo que va a posibilitar el desarrollo de
los sentimientos tiernos que, a su vez, permitirán que se invista la relación y se
produzca algún intercambio. Es importante, por todo esto, que se realicen
entrevistas exhaustivas de admisión a los futuros acompañantes terapéuticos.
Existen contraindicaciones específicas para realizar esta tarea: que el
aspirante esté atravesando un momento vital crítico (por ejemplo un duelo
reciente) o que no tenga disponibilidad afectiva suficiente por hallarse todo su
interés primordialmente centrado en algún otro vínculo (por ejemplo, una
XIV
mujer con un bebé en la época de la lactancia).
Las entrevistas de admisión son un instrumento que sirve para proteger
al paciente del riesgo de establecer vínculos frustrantes, y al Acompañante
Terapéutico de realizar una tarea que pueda resultarle perjudicial.
XV
conocí – le dice Cecilia, paciente de 17 años, a su acompañante – creí que eras
una espía psiquiátrica, que te ponían para vigilarme y que tendrías que pasar
un informe donde figurase todo lo que hacía bien y lo que hacía mal. Ahora me
doy cuenta que vos no sos una amiga como cualquier otra, sino que estás
conmigo para que yo haga mejor las cosas”.
Carlos, adolescente también, dijo una vez a su acompañante: “Vos
parecés mi agenda, porque yo para organizarme soy un desastre”. Carlos
percibió que en ese momento su acompañante actuaba como alguien capaz de
ayudarlo a administrar su temporalidad alterada, tanto por su condición de
adolescente, como por el derrumbe psíquico que lo llevó a su enfermedad.
XVI
Cuarto movimiento: Finalización del acompañamiento
XVII
cualquier modo, como decía Jorge Luis Borges en el Aleph: “...los actos de los
locos exceden las previsiones de los cuerdos” y, a menudo, quedamos
descalificados en el comienzo mismo del acompañamiento.
Relata más adelante la analista de Augusta: “Tras muchas sesiones
cortadas por las marchas antes de hora, y complicadas, donde el acompañante
no sucumbe a sus intentos de boicot, no la abandona a pesar de todo, no se
asusta de su agresividad. Augusta se va sintiendo más segura, más contenida y
puede ir aceptando poco a poco la relación, aunque su miedo al abandono
aparece a cada situación de cambio.”
XVIII
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