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El conocimiento como práctica social.

Aproximaciones a las distintas formas


de conocer.

Introducción

Queremos empezar a pensar qué cosa es el conocimiento o los conocimientos en general y el


conocimiento científico en particular, haciendo una primera definición: todo conocimiento es una
práctica social, o mejor dicho los conocimientos son emergentes de un conjunto de prácticas
sociales.

¿Por qué decimos ésto? Porque a menudo se concibe a los distintos conocimientos como si fuesen
el producto de una acción individual de un sujeto pasivo que refleja en su mente como en un espejo
el mundo exterior, sin otra mediación más que la mera acción de observar lo que nos rodea. Esta
idea supone que los seres humanos somos fundamentalmente personas aisladas y que, además,
podemos reflejar el "afuera” de modo más o menos adecuado.

Quizás ésta sea la manera cotidiana en que pensamos acerca de nosotres mismos, así como
solemos estar convencides de que cada persona puede elegir de modo absolutamente libre qué ver,
qué leer, qué pensar o qué escuchar.

Es cierto que en nuestra vida cotidiana, en el trabajo, en los estudios o en la constante interacción
social, adquirimos y utilizamos una inmensa cantidad de conocimientos, tan variados como el
universo mismo: sabemos de qué color es el perro de nuestro vecino y reconocemos el semblante
de la persona que amamos, aprendemos cuántos electrones orbitan en un átomo de helio o la fecha
en que fue fundada nuestra ciudad. El conocimiento se nos presenta como algo casi natural, que
vamos alcanzando con mayor o menor esfuerzo a lo largo de nuestra vida, que habitualmente
aceptamos sin discusión, especialmente cuando lo adquirimos en la escuela o a través de medios
escritos de comunicación.

En algunas ocasiones percibimos que las cosas no son tan simples, que hay afirmaciones
discutibles o sencillamente falsas. Encontramos que, en una conversación cualquiera o en una
polémica determinada, hay aseveraciones que tienen diverso valor, que son más o menos
confiables que otras y que dicho valor depende -en buena medida- del modo en que se ha llegado
hasta ellas. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando descubrimos que una persona relata hechos
que no ha tenido ocasión de comprobar o cuando comprendemos que se han sacado
inadvertidamente conclusiones erradas, ya sea por haberse confundido los términos de un
problema o por basarse en datos incompletos, aproximados o directamente equivocados.

Si reflexionamos sobre estos casos, encontraremos que es posible hacerse una pregunta, una
pregunta tal que cambia por completo nuestra actitud ante los conocimientos que tenemos: ¿cómo
sabemos esto o aquello?; ¿en qué nos basamos para afirmar o para aceptar la afirmación de
otros?; ¿cómo sostener que algo es verdad, si no hemos podido comprobarlo directa y
personalmente? Y más todavía, aún cuando nuestros sentidos parezcan indicarnos claramente una
respuesta, ¿podremos estar seguros de lo que vemos, oímos y sentimos? Por que el Sol parece
girar alrededor de nuestro planeta, y sabemos que eso no es cierto; la materia presenta un exterior
inerte, y sin embargo está cargada de una tremenda energía, y así podríamos seguir, casi hasta el
infinito.

Al llegar a este punto podemos entonces vislumbrar que existe un problema alrededor de lo que es
el conocer, el saber algo acerca de los objetos que nos rodean o de nosotros mismos. Y este
problema radica fundamentalmente en que los seres humanos utilizan, para desarrollar su vida y
realizar sus actividades, un conjunto amplio de conocimientos pero, por otra parte, la verdad no se
muestra directa y llanamente a nuestra percepción, debe ser buscada, encontrada por medio de un
trabajo indagatorio sobre los mismos objetos que intentamos conocer.

Surge entonces una cuestión que es preciso resaltar: no debemos confundir una afirmación
respecto a un hecho o a un objeto, con el proceso mediante el cual se ha obtenido el conocimiento
cuyo resultado es dicha afirmación. En otras palabras, aquello que dice un/a profesor/a o que dice
un libro o un periódico - digamos, por ejemplo, que la economía de un país crece a un ritmo del 4%
anual- es una afirmación que, cierta o falsa, nosotres podemos recordar y utilizar; es, por tanto, un
conocimiento, que recibimos si se quiere de un modo pasivo, y que incorporamos y relacionamos
con otros que poseemos de antemano. Pero resulta evidente que alguien, una o más personas son
los responsables de esa afirmación; alguien, de algún modo, en algún momento, ha estudiado la
economía a la que nos referimos y ha determinado por algún medio que su crecimiento anual es del
4% y no del 3% o del 5%. ¿Cómo lo ha hecho?, ¿de qué recursos se ha valido para saberlo? Éste
es el punto que nos interesa destacar. Cuando comenzamos a preocuparnos acerca del modo en
que se ha adquirido un conocimiento, o cuando intentamos encontrar un conocimiento nuevo, se
nos presentan cuestiones de variada índole, muchas de las cuales integran el campo de estudio de
la metodología.

El conocimiento como proceso y como emergente de la práctica social

Pero, si decimos que el proceso de elaboración de conocimientos importa, ¿cómo es ese proceso?
¿Puede una persona por sí misma construir conocimientos sobre el mundo? Siempre detrás de la
construcción o elaboración de los conocimientos se reconoce un proceso social y colectivo, como
decíamos en el inicio de la clase. La producción de conocimientos no es una actividad individual,
por más tentadora que resulte la fábula del náufrago perdido en una isla desarrollando actividades
para sobrevivir. Aún en ese contexto, el náufrago pone en juego una serie de conocimientos
adquiridos en el marco de su experiencia de vida, hace uso de nociones y prácticas culturales
incorporadas a lo largo de su vida social. Es por eso que decimos que no parece cierto que los
seres humanos seamos ante todo individuos aislados, átomos que más tarde se unen para
constituir eso que solemos llamar "sociedad”. Antes bien, lo fundante es la relación social y sólo en
ella el sujeto individual se constituye como tal.

Las personas llegamos al mundo en una sociedad y comunidad que está inserta en una compleja
red de relaciones con otros familiares y no familiares. Ese entramado relacional supone una historia
y unos códigos culturales, que contemporáneamente suelen ser caracterizados como "orden
simbólico”. El orden simbólico implica normas, modos de hacer y no hacer, códigos, costumbres,
mitos, creencias, tipos de instituciones, entre otros aspectos de la cultura humana. La cultura
además, se transforma históricamente y es variada y diversa aún en un mismo momento histórico.
Así, un hombre del Amazonas, una mujer musulmana o una joven habitante de Buenos Aires
tienen, en un mismo tiempo cronológico, visiones y códigos diversos. Todas esas concepciones son
producto de historias diferentes; cada una de ellas solo puede ser entendida en el interior de su
cultura y ninguna puede ser juzgada con los parámetros de otra. Esto discute con la idea que
sostienen algunas personas que creen que hay países "civilizados” o "pueblos adelantados” y otros
que serían "retrasados” o "bárbaros”. La única barbarie consiste en imponer al otro nuestras propias
normas culturales.

Decimos esto para tratar de introducir la idea sencillamente expresada por Joan Manuel Serrat en
una hermosa canción, en la cual se reconoce que venimos al mundo con una carga de lenguaje,
dioses y creencias que no hemos elegido, sino que directamente nos encontramos con ella. En
otras palabras; que somos a partir del conjunto de relaciones en las que estamos insertos. Somos a
partir de identificarnos con nuestros semejantes y nos convertimos en seres humanos cuando,
introducidos en nuestra cultura, incorporamos sus códigos.

Ahora bien, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que los seres humanos emergemos de
relaciones sociales? ¿Qué significa "relación social”? Se trata de relaciones entre seres humanos y
relaciones de los seres humanos con las cosas. Una relación social es siempre una articulación
entre seres humanos, pero las personas para vivir requerimos satisfacer una serie de necesidades.
Para satisfacer estas necesidades necesitamos de las cosas, de la naturaleza y del trabajo que las
transforma y permite, a través de su actividad colectiva, construir bienes y todo aquello que sirve a
las necesidades generales a lo largo de la historia.

Las personas parecen haber estado siempre preocupadas por entender y desentrañar el mundo
que las rodea, por penetrar en sus conexiones y en sus leyes, por atisbar hacia el futuro,
descubriendo las relaciones y el posible sentido de las cosas que existen a su alrededor. No
podemos aquí discutir por qué ocurre esto, ni resumir tampoco las varias teorizaciones que existen
al respecto. Puede resultar útil, sin embargo, intentar una breve digresión.

Desde que la especie humana empezó a crear cultura, es decir, a modificar y remodelar el ambiente
que la rodeaba para sobrevivir y desarrollarse, fue necesario también que comprendiera la
naturaleza y las mutaciones de los objetos que constituían su entorno. Tareas que a nuestros ojos
resultan tan simples como edificar una vivienda precaria, domesticar animales o trabajar la tierra,
sólo pudieron ser emprendidas a la luz de infinitas y cuidadosas observaciones de todo tipo; el ciclo
de los días y las noches, el de las estaciones del año, la reproducción de animales y vegetales, el
estudio del clima y de las tierras y el conocimiento elemental de la geografía fueron
indudablemente, preocupaciones vitales para nuestros remotos antecesores, por cuanto de esta
sabiduría dependía su misma supervivencia.

El conocer, entonces, surgió indisolublemente ligado a la práctica vital y al trabajo de las personas,
como un instrumento insustituible en su relación con un medio ambiente que procuraban poner a su
servicio. Pero, según las más antiguas narraciones que poseemos, el pensamiento de esas lejanas
épocas no se circunscribió exclusivamente al conocimiento instrumental, aplicable directamente al
mejoramiento de las condiciones materiales. Junto con éste apareció simultáneamente la inquietud
por comprender el sentido general del cosmos y de la vida. La toma de conciencia del ser humano
frente a su propia muerte originó una peculiar angustia frente al propio destino, ante lo desconocido,
lo que no se puede abarcar y entender. De allí surgieron los primeros intentos de elaborar
explicaciones globales de toda la naturaleza y con ello el fundamento, primero de la magia, de las
explicaciones religiosas más tarde, y de los sistemas filosóficos en un período posterior.

Si nos detenemos a estudiar algunos de los libros sagrados de la antigüedad, y hasta los mitos de
los pueblos ágrafos o las obras de los primeros filósofos, veremos, en todos los casos, que en ellos
aparecen sintéticamente, pero sin un orden riguroso, tanto razonamientos lúcidos y profundos como
observaciones prácticas y empíricas, sentimientos y anhelos junto con intuiciones, a veces geniales
y otras veces profundamente desacertadas. Todas estas construcciones del intelecto -donde se
vuelcan la pasión y el sentimiento de quienes las construyeron- pueden verse como parte de un
amplio proceso de adquisición de conocimientos que muestra lo dificultoso que resulta la
aproximación a la verdad: en la historia del pensamiento nunca ha sucedido que alguien haya de
pronto alcanzado la verdad pura y completa sin antes pasar por el error; muy por el contrario, el
análisis de muchos casos nos daría la prueba de que siempre, de algún modo, se obtienen primero
conocimientos falaces, ilusiones e impresiones engañosas, antes de poder ejercer sobre ellos la
crítica que luego permite elaborar conocimientos más satisfactorios.

Tenemos hasta aquí que somos seres en relación con otros seres, y que esa relación está medida
por nuestro trato con las cosas; que esas relaciones tienen una historia y una complejidad de la cual
no podemos tener jamás un conocimiento acabado y que, sin embargo, pesa en nosotres. Somos
entonces seres sociales que incorporamos nuestra cultura en prácticas que no son necesariamente
armoniosas sino que suponen relaciones de poder, pero de las cuales y de cuya historia jamás
tenemos plena conciencia. El conocimiento humano supone así una enorme carga de
desconocimiento que pesa en cada acto de conocer.

Lo anterior implica decir que el conocimiento llega a nosotres como un proceso, no como un
acto único donde se pasa de una vez de la ignorancia a la verdad; y es un proceso no sólo desde el
punto de vista histórico que hemos mencionado aquí, sino también en lo que respecta a cada caso
particular, a cada descubrimiento, teoría o hipótesis que se elabora.

Sujeto y objeto de conocimiento: la relación cognoscitiva

Todo proceso de conocimiento puede concebirse como una relación, de singular complejidad, entre
dos elementos: sujeto y objeto. Para comenzar diremos que entendemos por sujeto a la persona
(o grupo de personas) que adquiere o elabora el conocimiento. El conocimiento es siempre
conocimiento para alguien, pensado por alguien, en la conciencia de alguien. Por eso no podemos
imaginar un conocimiento sin sujeto, sin que sea percibido por una determinada conciencia. Pero, de
la misma manera, podemos decir que el conocimiento es siempre conocimiento de algo, de alguna
cosa, ya se trate de un ente abstracto-ideal (como un número o una proposición lógica), de un
fenómeno material (caída de una manzana, fractura de un hueso) o aún de la misma conciencia. En
todos los casos, a aquello que es conocido se lo denomina objeto de conocimiento.

La relación que se articula entre ambos términos es dinámica y variable: lo primero, porque no se
establece de una vez y para siempre, sino a través de sucesivas aproximaciones; lo segundo,
porque resulta diferente según la actitud del sujeto que pretende conocer y el objeto de interés.
¿Un conocimiento o muchos tipos de conocimiento?

Si reconocemos que el conocimiento es un emergente de prácticas sociales, tiene una carga


histórica y es el resultado de un proceso, podemos inferir que mucho de lo que hoy damos como
conocimiento "verdadero” o "indubitable” no lo haya sido siempre. Además, nos permite pensar que,
en función a como se establezca la relación entre los sujetos y el objeto y las formas de
acercamiento, hay distintas maneras de conocer que dan como resultado, distintos tipos de
conocimientos pues existe una diferencia entre el pensamiento racional y las emociones, las
intuiciones y otros elementos no racionales del discurso. Los sistemas religiosos y filosóficos, el
pensamiento mágico, el conocimiento científico y otras creaciones culturales de las personas son
entonces formas de conocer, de acercarnos, de comprender, de hablar sobre el mundo que nos
rodea.

¿Qué significa decir esto? Centralmente que los seres humanos somos seres complejos, dotados
de una capacidad de raciocinio pero también de una poderosa afectividad, y por lo tanto tenemos
muchas maneras distintas de aproximarnos a los objetos que nos interesan. Ante una cadena
montañosa, por ejemplo, podemos dejarnos llevar por nuestros sentimientos y maravillarnos frente
a la majestuosidad del paisaje, o bien podemos tratar de estudiar su composición mineral y sus
relaciones con las zonas vecinas; o hasta incluso abrazarnos a una emoción definida que nos haga
ver en lo que tenemos ante nosotres la obra de Dios o de un destino especial, o también podemos
detenernos a evaluar sus posibilidades de aprovechamiento material, contemplándose como un
recurso para nuestros fines. El producto de cualquiera de estas actitudes será, en todos los casos,
algún tipo de conocimiento. Porque un buen poema puede decirnos tanto acerca del amor o de la
soledad como un completo estudio psicológico, y una novela puede mostrarnos aspectos de una
cultura, un pueblo o un momento histórico tan bien como el mejor estudio sociológico. No se trata
de desvalorizar el pensamiento científico, ni de poner a competir entre sí diversos modos de
conocimiento. Precisamente lo que queremos destacar es lo contrario: que hay diversas
aproximaciones igualmente legítimas hacia un mismo objeto, y que lo que dice el poema no es toda
la verdad, pero es algo que no puede decir la psicología porque se trata de una percepción de
naturaleza diferente, que se refiere a lo que podemos conocer por el sentimiento o la emoción, no
por medio de la razón.

Con esto buscamos demostrar que el conocimiento científico, del que nos vamos a ocupar en
detalle en nuestras próximas clases, es una forma posible de conocer entre otras formas posibles.
Es un tipo de conocimiento que atiende a una aproximación racional hacia el objeto de interés, que
debería fundamentar sus afirmaciones y que debería evitar sustancializar los procesos para
producir un conocimiento fiable, pero no por eso el único o el único capaz de proporcionar
respuestas para nuestros interrogantes. Es importante, a nuestro juicio, distinguir nítidamente entre
estas diversas aproximaciones para procurar que ningún tipo de conocimiento pueda considerarse
como el único legítimo y para evitar que un vano afán de totalidad haga de la ciencia una oscura
mezcla de deseos y de afirmaciones racionales. Porque, cuando el campo del razonamiento es
invadido por la pasión o la emoción, éste se debilita, lo mismo que le sucede a la intuición religiosa
o estética cuando pretende asumir un valor de saber racional que no pueden, por su misma
definición, llegar a poseer.
El conocimiento natural como emergente de la práctica social y base de otras formas de
conocer

Nos detendremos un momento en caracterizar un tipo de conocimiento en particular: el


conocimiento habitualmente llamado natural, no porque su base sea biológica, sino porque lo
tenemos “naturalizado”, lo hemos adquirido de forma espontánea e informal, y del mismo modo lo
usamos y nos resulta útil y funcional para el desenvolvimiento cotidiano. Este conocimiento es
imprescindible para la supervivencia humana y se constituye sobre prácticas muy básicas que
pasan a formar el “sentido común”. En gran medida se basa y está marcado en la experiencia
personal, por tanto es único y variable; y el lenguaje habitual (no formalizado) es su vía de
expresión y de transmisión. En el ámbito físico, por ejemplo, permite organizar el espacio, con sus
relaciones de equilibrio, formas, pesos y volúmenes. Aprendemos a calcular distancias,
movimientos, velocidades y a conocer nuestro cuerpo y nuestro entorno. En el ámbito social,
sabemos interpretar a nuestros semejantes, compartimos actividades con otras personas en
múltiples situaciones, como en lo familiar y lo laboral y nos constituimos en seres humanos en esa
compleja trama de afectos e informaciones que nos dan identidad y pertenencia. Sabemos distribuir
nuestras actividades en el tiempo y lograr una relativa eficacia en los objetivos de la vida cotidiana
personal y social.

Ese entramado de conocimientos espontáneos constituye la base de todo otro tipo de


conocimiento, son nuestras experiencias básicas a partir de las cuáles adquirimos habilidades,
pensamos, inferimos, comparamos, formulamos preguntas, establecemos regularidades,
hipotetizamos y valoramos. Al mismo tiempo el conocimiento natural se nutre y se enriquece de los
otros conocimientos. Se trata de una dimensión muy rica de la experiencia humana que se adquiere
informalmente y está modelada por nuestras disposiciones biológicas y por el orden social y
cultural. El conocimiento natural o de sentido común permite una enorme economía de
pensamiento y esfuerzo, pero es también sustento de prejuicios e ideologías, generando
estereotipos y expectativas difíciles de abandonar cuando la realidad demanda una revisión crítica
de nuestras creencias y la búsqueda de conocimientos mejor fundados. Hay una serie de
distorsiones sistemáticas en nuestras creencias ordinarias tales como relacionar causalmente dos
fenómenos por el mero hecho de que se suceden en el tiempo, confundir el lenguaje con la
realidad, y cometer la falacia naturalista que no discrimina lo que es de lo que debe ser. En este
sentido el conocimiento natural es rígido.

Hasta aquí marcamos que hay diferentes aproximaciones a los objetos de interés y, por tanto,
distintos tipos de conocimiento. Resta explorar el tipo de relación que puede establecerse entre
ellos. En cuanto a la integración del conocimiento científico con el natural, hay distintos modos de
concebirla: algunos sostienen la completa continuidad entre una y otra forma de conocer, otros en
cambio marcan radicales diferencias. Una tercera mirada permite reconocer coincidencias y
continuidades entre ellos. En un famoso texto de Eddington en defensa de la radical diferencia entre
conocimiento natural y científico se hace referencia a dos mesas, una es la mesa sólida y dura de
nuestro conocimiento natural, la otra es un enjambre formado por cargas eléctricas en movimiento y
amplios espacios vacíos. ¿Cuál de las dos mesas es la real?, se pregunta Eddington y sostiene que
sin dudas es la mesa científica. Pero Hempel responde a esta dicotomía diciendo que la mesa
científica pretende en última instancia dar cuenta de la mesa de nuestra experiencia natural. No hay
en definitiva dos mesas, sino un intento de explicar a través de un modelo científico la mesa de
nuestra experiencia natural.
En síntesis, en este texto hemos analizado la noción de “conocimiento” para recuperar algunas de
sus dimensiones centrales. Pudimos establecer al conocimiento como producción humana y
emergente de las relaciones sociales; remarcamos el carácter indispensable del conocimiento para
la vida; establecimos la dimensión procesual y dinámica de la producción de conocimientos y
reconocimos la existencia de diferentes aproximaciones a los objetos de interés. En el próximo texto
nos detendremos en el contexto de surgimiento de la ciencia moderna y exploraremos las
características particulares del conocimiento científico.

Bibliografía:
Gianella, Alicia (1995). Introducción a la epistemología y a la metodología de la ciencia. La Plata,
Editorial de la U.N.L.P.
Murillo, Susana (2012). “Introducción: El conocimiento científico como práctica social”. En Prácticas
científicas y procesos sociales. Buenos Aires: Biblos.
Sabino, Carlos (1996). “Capítulo 1: El conocimiento científico”. En El proceso de investigación.
Buenos Aires: Editorial Lumen/ Humanitas.

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