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Introducción
En palabras del autor, sin negatividad la vida se atrofia hasta el “ser muerto”
(2014a :28) ya que estaría exenta de toda dificultad que dote sentido a la experiencia y
de toda posibilidad de transformación.
Es por ello que la negatividad se presenta como una posible forma de resistencia.
Frente al imperativo de rendimiento ilimitado es fundamental recuperar la potencia
negativa que no es impotencia o incapacidad para hacer algo, sino que es la potencia
de no hacer: "La potencia negativa excede la positividad, que se halla sujeta a algo. Es
una potencia del no hacer" (2012: 37). En este sentido Han sostiene que que la
hiperactividad es de manera paradojal una forma en pasiva de actividad que ya no
permite ninguna acción libre.
Durante una entrevista realizada en 1978 Herbert Marcuse al ser indagado sobre
cual consideraba que fueron los aportes centrales de la Teoría Crítica, menciona
enfáticamente que ha sido el intento de responder a las preguntas: “ ¿Qué es lo que se
ha torcido en occidente? ¿Cómo llegamos a esto? ¿ Como es posible que en la cima
del progreso técnico vemos al mismo tiempo lo opuesto al progreso humano?” En
su búsqueda de respuestas realizan la una critica lúcida y subversiva sobre la
modernidad y las consecuencias del proyecto ilustrado. En este orden en la Dialéctica
de la Ilustración, Horkheimer y Adorno se habían propuesto “comprender por qué la
humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un
nuevo género de barbarie”(1998:51)
La lectura de las obras de Byung Chul Han deja la impresión de que sus
desarrollos conceptuales están orientados por las mismas preguntas. Cuando Han
sostiene que el capitalismo actual en su vertiente neoliberal ha creado con apoyo del
desarrollo científico-tecnológico, que se expresa en la primacía de las tecnologías de
la comunicación un dispositivo de efectividad casi absoluta de dominación de la
humanidad; resulta difícil no trazar un paralelismo con el análisis crítico realizan
Adorno y Horheimer en Dialéctica de la Ilustración. Allí despliegan una critica
profunda de la racionalidad instrumental utilizada por la ciencia, que en su búsqueda
por la dominación de la naturaleza termina por desarrollar instrumentos de
dominación cada vez más efectivos del hombre por el hombre. El proceso de
desarrollo de la Ilustración implica la conformación de una cultura y una forma de
pensamiento que subsume la realidad a la identidad y que tiende a la eliminación de
todo aquello que es no-idéntico, heterogéneo o diferente, bajo principios de
equivalencia e intercambio. Por lo que la supresión de la diferencia y de la
singularidad es el signo del proceso de racionalización y cosificación que caracteriza a
la historia hasta el presente.
Tal vez la reflexión en este momento sea una acción revolucionaria, hasta Zizek
-del cual no es un autor que pueda decirse que abogue por una resignada pasividad-
sostiene: “mejor no hacer nada que implicarse en actos localizados cuya función
última es hacer funcionar más suavemente al sistema (...) hoy la amenaza no es la
pasividad, sino la seudoactividad, la necesidad de ser activo, de participar...” (2009:
265)
Tal vez la opción más lucida sea detener el hacer incesante, mirar a negatividad
de frente con la angustia que ello conlleva y pensar, ya que el pensamiento no es mera
pasividad. Hoy detenerse a pensar es revolucionario, y prerrequisito de cualquier
acción transformadora posible, de futuro posible. “El pensamiento es el polo opuesto
a la contemplación pasiva e implica en su mismo concepto esfuerzo, ya este esfuerzo
es negativo, rebelde contra la pretensión constante con lo que lo inmediato exige
someterse ante él” (Adorno,1984: 27).
El desencantamiento del mundo: la critica a la modernidad
“Lo que hay de doloroso en la dialéctica es el dolor, elevado a concepto, por la pobreza de ese mundo. A ésta
tiene que plegarse el pensamiento sino quiere degradar de nuevo la concreción a la ideología en que de hecho está
empezando a convertirse” (Adorno, 1984: 14)
ha trocado en irracionalidad.
Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría,
crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con
destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las
experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la
nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une
a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a
todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de
ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo
Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
“Cree Weber que en un proceso creciente de racionalización, en el que el calculo se aplica sobre
todas las esferas de nuestra vida, donde predomina la racionalidad a fines y el mundo se torna
cada vez más previsible: la alienación es una característica del conocimiento de una época en
particular”
Comprender el dato como tal, no limitarse a leer en los datos sus abstractas relaciones
espaciotemporales, gracias a las cuales pueden ser tomados y manejados, sino entenderlos en
cambio como la superficie, como momentos mediatos del concepto, que se cumplen sólo a través
de su significado histórico, social, humano: toda pretensión del conocimiento es abandonada.
Puesto que el conocimiento no consiste sólo en la percepción, en la clasificación y en el cálculo,
sino justamente en la negación determinante de lo que es inmediato. (Horkeimer y Adorno,
1998:80).
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En La expulsión de lo distinto Han dice: “El neoliberalismo es cualquier cosa menos el punto final de la
Ilustración. No lo guía la razón” (2017:32) lo cual abona está afirmación
limitada y ha llegado el tiempo de la modernidad acabada.”
El arte representa aquello que no puede ser simplemente visto como un elemento
más de una categoría general, intercambiable con cualquier otro elemento, sino que
constituye lo heterogéneo, lo otro, lo cualitativamente específico, lo no-idéntico. “La
obra de arte autónoma, sólo funcional respecto de sí misma, es la que alcanzaría por
su inmanente teleología lo que puede llamarse belleza.”(2004:112)
Para Adorno por el contrario la autonomía del arte implica no ser parte de esta
lógica :“Sin embargo, la comunicación de las obras de arte con el exterior, con el
mundo al que, por suerte o por desgracia, se han cerrado, se da por medio de la no
comunicación, y en ello precisamente aparecen como fracturas del mismo.”(2004:26)
Reflexiones finales
En la primera pagina del libro más reciente de Han La sociedad paliativa (2021)
aparece una afirmación bastante radical “La relación que tenemos con el dolor revela
el tipo de sociedad en la que vivimos”, y advierte que toda crítica social tiene que
desarrollar una hermenéutica del dolor. En el dolor -en cuanto manifestación de la
negatividad- hay un trozo de verdad, si las heridas son el reverso de las selfies (Han
2017:47) es porque estamos heridos, y que seamos incapaces de verlo muestra hasta
que extremo lo estamos.
La función del arte como portador de negatividad es revelar algo que está ahí y a
la vez no lo está, algo que está en su materialidad y a la vez más allá de ella. A veces,
es un mensajero que porta una carta plagada de malas noticias, más presentidas que
anunciadas de manera explícita. Walter Benjamin en sus Tesis sobre filosofía de la
historia (1940, tesis XI s/p) expresa de manera muy bella el efecto de recibir una de
esas cartas:
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa un ángel que parece
como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están
desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste debería ser el aspecto del
ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una
cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina,
arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan
fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irremisiblemente hacia el futuro,
al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese
huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Las malas noticias hace mucho que están acá pero necesitamos cartas capaces de
mostrar que todo está tan radicalmente mal — y de hacerlo con tanta violencia —
que nada sea capaz de aplacar el dolor, que no haya smartphones, ni compras online,
ni redes sociales capaces de sosegarnos o cegarnos. La visión lúcida de que nos
dirigimos a la extinción, de que lo creíamos una pesadilla distópica es nuestra realidad.
Llámese pandemia, desastres naturales o el hecho de que aproximadamente un 30%
de la población mundial se encuentre en la pobreza. Esos son los montones de ruinas
que se amontonan ante nosotros.
Para Adorno, la amenaza que pesa sobre la historia es la repetición del mal, hasta
el punto de peligrar la posibilidad de que exista algún futuro para la humanidad. Y esa
amenaza nunca dejó de existir, de hecho nunca estuvo más cerca de realizarse que hoy
que ya no podemos verla.
Bibliografía
Forte, M.A. (2015). Modernidad: tiempo, forma y sentido. Buenos Aires: EUDEBA