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De la síntesis trascendental a la
síntesis social.
Ximena Jaureguiberry
Introducción.
Vamos a comenzar con una historia simple, casi una anécdota, que nos va a permitir
tender un puente con La Historia, con la génesis velada de ese logro tan fundamental y
determinante para la humanidad como lo es el pensamiento abstracto.
La anécdota comienza a mediados de los años setenta con una mujer llamada Denise
Schmandt-Besserat, una arqueóloga francesa que hizo un descubrimiento sorprendente sobre
el origen de la escritura y la numeración. Su genial intuición fue romper con las ideas
preestablecidas de que la escritura surgió para alabar dioses, escribir mitos, poesía o sagas
heroicas. Eso vendría después. No son cuestiones del mundo de las ideas las que dieron lugar
a ese producto cultural formidable que es la escritura, sino que fueron cuestiones propias del
mundo de las cosas, pero ya vamos a llegar ahí. Primero vamos a continuar con la anécdota y
para ello, hay que volver a dar un salto en el tiempo.
La finalidad de las bullas era contener piezas más pequeñas también de arcilla cocida,
modeladas en diversas formas geométricas. Serían necesarios muchos años para llegar a
comprender cuál era la función de estos objetos, ya que en un primer momento habían sido
interpretados por sus descubridores como objetos religiosos, piezas de juego o amuletos.
También había sido encontrada en la región una multiplicidad de tabillas que estaban escritas
en unas figuras abstractas que se llegó a conocer posteriormente como escritura cuneiforme.
Pasaron más de treinta años hasta que Schmandt-Besserat catalogó objetos similares
encontrados en toda la región que tenían hasta 9.000 años de antigüedad pero, particularmente
se interesó en las bullas y en las pequeñas piezas que las ocupaban y concluyó que tenían un
propósito muy sencillo que era el conteo de diversos bienes. Las piezas que tenían la forma de
panes podían usarse para contar panes; las de jarras, para jarras, y así sucesivamente. Lo que
en algunos casos no era tan sencillo de identificar eran las inscripciones que se encontraban
en la superficie de las bullas.
Se presupone que la urbanización aceleró el proceso. Las bullas que contenían las piezas
o fichas que representaban a cada uno de los bienes servían para los intercambios
comerciales, y se marcaban con los sellos de comprador y vendedor. Esto causó un problema:
si se marcaban, no podían ser destruidas para comprobar el interior. La solución fue marcar en
el exterior las propias fichas.
Es curioso que antes de que esta mujer lograra descifrar el misterio de esas primeras
escrituras y formas de numeración nadie hubiera notado ese pasaje de la representación
concreta (ovejas para contar ovejas, jarras para jarras etc.) a la representación cada vez más
abstracta de esos bienes.
¿Por qué este trabajo comienza con esta historia? Porque es un ejemplo claro y preciso
de que los productos de la cultura y el conocimiento humano tienen su origen en la práctica
social, en la base material de la sociedad, no son generados de manera autónoma por el
mundo del pensamiento o de la ideas. La posibilidad de despegarse de manera progresiva de
1
La traducción es propia.
los referentes concretos y empíricos, es decir de abstracción en los signos escritos, es un
proceso que fue acompañando a la progresiva complejización de la vida social y de los
intercambios de recursos entre productores.
Puede considerarse que está autora de manera deliberada o no utilizó una concepción
materialista de la historia, en cuanto pudo comprender un producto cultural y su evolución
como determinado por las necesidades de la vida material de esa comunidad. Aquí arribamos
a una primera conclusión: los productos del conocimiento son producto de la practica social,
pero como veremos más adelante, sus condiciones de posibilidad también lo son. De ello nos
ocuparemos en el siguiente apartado.
“Pero si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, todos, sin embargo, no
proceden de ella, pues bien podría suceder que nuestro conocimiento empírico fuera una composición de lo que
recibimos por las impresiones y de lo que aplicamos por nuestra propia facultad de conocer”.
En esta obra publicada en 1781, Kant intentó formular una teoría del conocimiento
humano que pudiera superar las limitaciones del racionalismo y del empirismo, pero
conservando y suprimiendo sus postulados. Además buscaba fundamentar el conocimiento
científico de su tiempo (Matemáticas y Física newtoniana) y responder a la pregunta sobre si
la Metafísica podría llegar a ser una ciencia.
El cambio en la comprensión del conocimiento planteado por Kant supuso una auténtica
revolución, que él mismo calificó como revolución copernicana de la filosofía moderna. Si
hasta entonces el problema del conocimiento hacía girar al sujeto en torno al objeto, la
propuesta kantiana invierte esa relación. Será el sujeto la condición de posibilidad de
todo conocimiento de objetos y, por lo tanto, de toda experiencia posible. El sujeto o
yo trascendental kantiano es el que impone sus estructuras a priori (no condicionadas por la
experiencia) al material sensible recibido constituyendo al objeto de conocimiento.
El conocimiento se inicia cuando algo que Kant llama “la cosa en sí” afecta a los
sentidos. Esta experiencia sensorial es en sí misma múltiple y desordenada, por lo que es
necesario ordenar o sintetizar estos datos sensoriales. Este orden o forma es aportado por el
sujeto e impuesto a la experiencia. Al percibir, las formas puras de la sensibilidad ordenan la
experiencia sensorial según las tres dimensiones del espacio y las tres dimensiones del
tiempo. Espacio y tiempo están pues en el sujeto y son formas universales y necesarias. Son
trascendentales, previas a la experiencia y son las que la fundamentan o la hacen posible.
Estas experiencias sensoriales ordenadas por el sujeto en el espacio y el tiempo son los
fenómenos, pues la cosa en sí está más allá del alcance de la experiencia, es trascendente y
por ello incognoscible. Sólo podemos conocer fenómenos o la “cosa para mí”, puesto que este
es el límite de nuestra experiencia.
Pero solo percibir no es todavía conocer. Para que haya conocimiento, lo percibido debe
ser integrado por medio de la segunda facultad en entrar en acción, que es el entendimiento,
en otros términos la razón y sus categorías.
Las categorías del intelecto, introducen un grado de unificación o síntesis todavía mayor
que la que pueden aportar los sentidos. Los datos sensoriales o fenómenos (ya previamente
unificados en el espacio y el tiempo) son ahora unificados mediante las categorías. Pensar es
entonces, unificar. Si sólo tuviéramos sentidos, pero no fuéramos capaces de realizar esta
operación de síntesis, no percibiríamos objetos como lo podemos hacer en este momento, solo
tendríamos unos datos sensoriales inconexos. Entonces el proceso de conocer es siempre un
acto de síntesis o unificación y para ello el sujeto aporta la forma de ordenar los fenómenos.
Estas doce categorías son también universales y necesarias, trascendentales. Son el
fundamento del conocimiento en el nivel del entendimiento.
La cantidad La relación
I- Unidad I- Sustancia/accidente
La cualidad La modalidad
I- Realidad I- Posibilidad/imposibilidad
Pero para que haya conocimiento algo más fundamental aún es necesario. Sólo hay
conocimiento si algo –el objeto– es conocido. Pero para que haya objeto, debe haber un sujeto
de conocimiento. El objeto sólo lo es para un sujeto. Además, si el proceso de conocer es
siempre un acto de síntesis o unificación, esto presupone una unidad previa más fundamental.
Los sentidos sólo pueden unificar en el espacio y el tiempo, y el intelecto, sólo puede unificar
por medio de las categorías, pero la necesidad de que todas las experiencias fenoménicas
estén ya antes unidas en una misma conciencia, llevó a Kant a admitir como necesario un Yo
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Este esquema está basado en el que realiza Samaja (1996) pp. 73-74
(apercepción) Trascendental (diferente del yo empírico) que realiza una operación de síntesis
e integración.
“... si yo tengo una imagen fotográfica, una escena captada por una cámara fotográfica puedo decir que en
esa escena hay cosas y relaciones entre cosas. Pero la cámara fotográfica (la que que captó la escena) ¡ella no
forma parte de la escena! (...) pero debió “no-estar” en la escena para que hubiera una escena fotográfica”
Luego de este extenso recorrido vale preguntarse ¿Cómo es posible que este aparato
conceptual que sostiene el papel central del sujeto en la producción de conocimiento, permita
explicar algo como el conocimiento científico que se caracteriza por la postulación de leyes
universales? ¿Cómo se explica la validez de dicho conocimiento? ¿Cuál es el elemento
universal que permite fundamentarlo?
Samaja va a decir que ese yo no es arbitrario (si lo fuera no podría operar con leyes
universales y necesarias) y tampoco es un punto de partida, sino que es el punto de llegada de
un extenso proceso histórico-social, por lo tanto el fundamento de la ciencia se sostiene en lo
social, en el contrato social, en el acuerdo entre varios sujetos. Lo que Kant presenta como
imperativo categórico: “obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda ser
universalizada” implica que se trata de un sujeto que opera bajo la forma de la ley, una ley no
natural. Para comprender esto es central la noción de contrato social y de la posibilidad que
brinda la cultura, el consenso social de producir regulación de nuestro accionar.
“... Kant va a sacar una conclusión realmente sorprendente: va a demostrar que si bien el Sujeto es libre,
precisamente por ser libre, se encuentra esencialmente comprometido en un Ideal de universalización y regulación.
La libertad no transforma al sujeto humano en un sujeto arbitrario, sino en un sujeto que al tener que elegir su
conducta, se encuentra siendo expuesto y al mismo tiempo responsable de las conductas que desarrollarán los otros
yo. ¿Por qué? Porque es el sujeto que no puede llevar a cabo ninguna acción sin que ella se transforme en una
posibilidad de acción para todos los demás sujetos libres como él. Y puesto que el movimiento de todo sujeto es la
apropiación de todo lo demás como objetos suyos, la situación originaria de todo sujeto es el encontrarse en
situación de interferencia con todos los otros sujetos: dicho crudamente, en una situación de guerra. ¡He ahí una
primera visión del lado oscuro de la razón!” (op.cit., 91)
A partir de esta cita arribamos a dos cuestiones fundamentales: la génesis del sujeto
trascendental –ya que se funda la existencia del sujeto teórico en el sujeto práctico, por lo
tanto en la génesis histórico-social– pero además, comprendemos cómo es que se sostiene la
universalidad de la ciencia en el consenso. Si lo pensamos en términos de la ciencia tal como
se desarrolla actualmente, la verdad de las teorías se sostiene en el acuerdo alcanzado por una
determinada comunidad científica. Los acuerdos alcanzados entre los miembros de una
comunidad determinan cuál conocimiento es valido y cuál no. Sin embargo, como cualquier
colectivo social la comunidad científica no es neutra y en ella se juegan disputas de poder y
concepciones ideológicas que llegan a condicionar los conocimientos que se producen y a
silenciar otros.
Luego de esta segunda parte de nuestro recorrido, arribamos al origen de ese yo que es
capaz de realizar síntesis integradoras, que es capaz de organizar y categorizar la realidad,
pero aún no queda claro el origen de las formas puras de la sensibilidad y de las categorías del
intelecto ¿Por qué conceptualizamos nuestra realidad en términos de espacio y tiempo? ¿Por
qué cuantificamos, relacionamos, buscamos causas, etc.? ¿Por qué son esas las formas que
imponemos a la realidad y no otras? La respuesta a ello, también se encuentra en la praxis
socio-histórica. En próximos apartados veremos cómo es esto posible. Pero para llegar a ese
punto, primero intentaremos comprender cuáles fueron las coordenadas históricas que dieron
lugar al pensamiento de Kant.
“La Ilustración, en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre
el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada
resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la Ilustración era el desencantamiento del
mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia.” (1998:59)
Vale preguntarse ¿Por qué si Kant pudo desarrollar una obra de semejante magnitud, no
puede “ver” un origen histórico de las formas y categorías que postula? La respuesta es
simple y compleja a la vez: porque Kant no era solo un sujeto trascendental, abstracto y
universal sino un sujeto histórico-social, situado en su época, en el pensamiento y las formas
ideológicas de su época. Veamos lo que nos aportan autores desde una perspectiva
materialista dialéctica:
“La interpretación apriorística del conocimiento surge históricamente en el momento en que el mecanismo de
competencia del modo capitalista de producción se forma como un sistema coherente en sí y aparentemente
espontáneo (...) al adquirir su autonomía económica, consigue también la emancipación política de la burguesía,
cuya fundamentación ideológica es ofrecida por la filosofía de Kant” (Sohn Rethel, 1971: 23)
Es la división entre trabajo manual y trabajo intelectual la que posibilitó que el mundo de
las ideas fuera del dominio absoluto de las clases dominantes y el trabajo manual fuera
destinado a las clases dominadas. Entonces el pensamiento burgués es un pensamiento que
nada puede saber de la praxis, de allí su dificultad de poder comprender la génesis histórico-
social de los fenómenos. Esta extensa cita de Gruner (2006: 120) presenta de manera muy
clara esta cuestión:
“De allí extrae Lukacs su critica al núcleo de la teoría del conocimiento o de Kant, (...) en esa teoría los a
priori del entendimiento (categorías “innatas” como las de tiempo y espacio, por ejemplo) hacen que el Sujeto
Trascendental kantiano (el “Hombre” abstracto como tal, sin determinación histórico-concreta alguna) sea
perfectamente capaz de conocer todos los fenómenos del universo, pero no de conocer por qué hay fenómenos,
cuál es su origen último, cuál es el noumeno o “cosa en sí” que ha producido la existencia de lo real, y que en sí
mismo permanece estrictamente “incognoscible”. Y bien, Lukács, sin duda de manera provocativamente reductora
pero no por ello menos gráfica, responde sencillamente: la “cosa en sí” es... el capitalismo. Por supuesto que el
“burgués” –que no es ningún Sujeto “Trascendental” sino un sujeto histórico, condicionado por la situación
igualmente histórica de la posición que ocupa en la estructura de dominación– no puede conocer acabadamente esa
“cosa en sí” porque eso significaría, al menos como posibilidad, el cuestionamiento de su propia “particularidad”
histórica, que él prefiere creer que es “universal”, y por lo tanto eterna”.
La concepción idealista considera las ideas, las teorías y la conciencia del hombre como
la fuerza motriz esencial del desarrollo social. Por el contrario, el materialismo histórico va a
postular que el motor de la historia humana es la acción, la praxis histórico-social, el trabajo.
Esta concepción no parte del ser humano pensado, sino de uno real, concreto y actuante con
sus condiciones materiales de existencia. El pensamiento y sus creaciones son producto de la
base material de la sociedad que en una inversión de categorías cobran la apariencia de ser
aquello que determina la vida humana cuando en realidad es a la inversa: “No es la conciencia
la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia” (Marx y Engels,
1974 :26).
Los autores van a explicar que, desde la división social entre trabajo físico y trabajo
intelectual, la conciencia pasa a ser considerada como algo independiente, separada de la
acción, del hacer que le ha dado origen generándose así la idea de la teoría pura al margen de
las relaciones sociales.
“es necesario desplazar lo que podríamos llamar un discurso binario que piensa la cuestión del conocimiento
sobre el eje de pares de oposición como por ejemplo sujeto/objeto, pensamiento/acción; individuo/sociedad (...)
cuando más bien se trata de pensar en cada caso la tensión dialéctica, la tensión entre esos “polos”, que sólo
pueden ser percibidos como tales polos precisamente porque la relación entre ellos es la que los constituye, la que
les asigna su lugar”
Veamos cómo pensar esto desde la perspectiva de la génesis histórica del ser social a
partir de los aportes de Mallardi (2015). La necesidad empuja a la praxis transformadora
(acción) y esta, a su vez pone en marcha un complejo proceso en el cual la conciencia humana
se forma en el transcurso de la actividad social de la producción. Al trabajar y al fabricar las
herramientas para producir, el ser humano comienza a conocer las propiedades de los objetos
y de su entorno, descubre vínculos, relaciones de causalidad y las leyes de los fenómenos,
adquiere conciencia de sus relaciones con el medio ambiente y con los otros que participan en
la producción. Por ejemplo, cuando se prefigura la realización de una obra, es necesario
evaluar los elementos con los que se cuenta para realizarla: las materias primas y las
herramientas o instrumentos que se van a necesitar. Lo mismo ocurre con las relaciones de
cooperación. En este vaivén entre la conciencia y el medio hay rectificaciones sucesivas y
complejizaciones, porque el sujeto en el proceso adquiere nuevos saberes, una nueva
comprensión del mundo y nuevos modos de hacer, transforma su entorno creando una nueva
objetividad, pero lo creado retorna sobre el productor transformándolo lo que va a permitirle
poseer nuevos saberes para continuar produciendo nuevas objetividades.
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Si bien T. Adorno le atribuye gran importancia teórica a la obra de Sohn Rethel, a partir de la correspondencia entre Adorno y
Horkheimer se deja traslucir que fue este último quien disuade al grupo de una colaboración con Sohn Rethel mostrándose duro
en sus criticas (correspondencia fechada el 8-12-36) y negándole un subsidio para que pudiera continuar con su trabajo. Esto no
impidió que Sohn Rethel continuara su obra con extensos períodos de interrupción motivados por sus precarias condiciones de
vida.
priori postuladas por Kant tienen un origen histórico y que pueden ser explicadas a partir de
la praxis del ser social, en este sentido sostiene: “Si fuese probado que las condiciones de
validez del conocimiento son genéticas en vez de trascendentales, entonces con eso sería
probado que la verdad es históricamente condicionada o vinculada a su tiempo y no
atemporalmente absoluta” (1978:20)
Allí donde Kant al hablar de síntesis trascendental pone el acento en la subjetividad que
hace posible el conocimiento, este autor busca mostrar la objetividad que permanece oculta en
las condiciones constitutivas de la subjetividad. El contenido encubierto de la síntesis
trascendental es el trabajo social y el principio de intercambio, lo cual permite comprender el
entrelazamiento entre razón y base material que se encuentra oculto en los presupuestos de la
teoría idealista del conocimiento (Escuela Cruz, 2018), este es el descubrimiento que autores
como Adorno o Zizek reivindican.
“la red de relaciones por la que una sociedad forma un todo coherente y es el hacer humano el principio que
realiza la síntesis social. Toda sociedad está formada por una pluralidad de individuos que constituye una red que
llega a ser efectiva por medio de sus acciones, pero este principio es desconocido, ajeno a la conciencia de sus
protagonistas. Para esta red, lo que los hombres hacen tiene una importancia primaria, y lo que piensan, una
importancia secundaria” (Sohn Rethel 1978:5).
Si consideramos el análisis que Marx realiza de la mercancía, vemos que en ella, en tanto
valor de cambio se hace abstracción tanto del valor de uso como de las cualidades
diferenciales de los distintos trabajos privados materializados que la han producido, y es este
doble proceso de abstracción el que posibilita su intercambio. Al circular en el mercado nada
importa de su materialidad o utilidad porque el valor de cambio sólo puede diferenciarse
cuantitativamente. Marx (2008) observa, enfáticamente, que incluso el trabajo, en cuanto
causa determinante de la magnitud y de la sustancia del valor, deviene trabajo humano
abstracto, cuantificable como una mercancía más.
Para entender un poco mejor el tratamiento que el autor hace de las categorías kantianas
a partir de la abstracción del proceso de intercambio, tomaremos como ejemplo la explicación
que da de las formas puras de la sensibilidad: tiempo y espacio.
“El tiempo si pudiéramos pensarlo en términos meramente concretos podría ser entendido como parte de la
vinculación entre el hombre y la naturaleza, ya que el tiempo y el espacio están relacionados con los
acontecimientos naturales y las actividades materiales del hombre: maduración de cosechas, sucesión de estaciones
(...) nacimiento, muerte y todo lo que le ocurre a lo largo de su vida. (...) En contraste, el acto de intercambio
refuerza la abstracción en cuanto en él se asume que las mercancías intercambiadas permanecen inmutables
durante la transacción. El intercambio vacía al tiempo y al espacio de su contenido material y les confiere unos
contenidos de significación puramente humana relacionados con el status social de las personas y de las cosas.(op
cit., 1978: 48).4
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La traducción es propia
ha retirado, una naturaleza desprovista de realidad sensorial y que sólo admite diferencias
cuantitativas (op.cit.,49-50).
Si hasta el momento, todos los desarrollos teóricos de este autor parecen poner foco en la
esfera de la circulación de las mercancías, no descuida su determinación histórica y el
supuesto en el que ese intercambio se funda, es decir en la esfera de la producción, en este
sentido sostiene:
“La reificación puede ser constatada en el intercambio de mercancías y en sus formas, pero es imposible
explicarla por el intercambio. Su causa y su fuente están en la explotación, y solamente a partir de ella el propio
intercambio de mercancías (la síntesis inherentemente social por el intercambio de mercancías –Nota de ASR en
1970)– exige explicación” (1971: 34).
Luego de este extenso recorrido podemos llegar a una conclusión: solo el ser social posee
la universalidad que Kant atribuyó al sujeto trascendental por lo que las formas y categorías
que nos permiten aprehender la realidad fueron socialmente constituidas, no son eternas e
inmutables, sino productos con un origen histórico, en la praxis social.
Palabras finales.
Bibliografía
Escuela Cruz, Ch. (2019): Síntesis social y abstracción idealista. Tentativas materialistas
sobre la filosofía del idealismo, en Revista Anales del Seminario de Historia de la Filosofía 36
(2), 517-536. Universidad Complutense de Madrid.
Samaja, Juan (1996): El lado oscuro de la Razón. JVE Episteme, Buenos Aires.
Zizek, Slavoj (2003): El sublime objeto de la ideología. Buenos Aires: Siglo XXI editores.