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Omnisciencia y libre albedrío: apuntes a las objeciones y

respuesta a Agustín Echevarría


Gabriel Rivas

1. Introducción
Dentro de las religiones abrahámicas, la postura que se sostiene con respecto a la
omnisciencia divina es clara: Dios, como ser supremo y perfectísimo, posee un
conocimiento total y completo sobre todo en cuanto existe. Él conoce el pasado, el
presente y el futuro de absolutamente todas las cosas del universo. Por otro lado,
tanto el cristianismo, así como el islam y el judaísmo -las tres principales
religiones de origen abrahámico- sostienen la existencia de libre albedrío en las
acciones humanas. Es decir, que los hombres eligen por sí mismos qué rumbos de
acción tomar en cada momento determinado. Esto significa, por ejemplo, que
cuando yo me levanto de la silla y me voy a preparar un café, lo estoy haciendo
por motu proprio, y que tal decisión ha surgido desde mi interior, que yo he
elegido actuar de ese modo y que tal acción no es algo que estuviera determinado
por alguna necesidad absoluta, dado que pude elegir hacer otra cosa y aún así no
lo hice. Entonces, se dice que tal elección es contingente.

Sin embargo, aquí es posible plantear una cierta objeción basada en lo paradójico
que podría resultar el intentar compatibilizar la omnisciencia divina con el libre
albedrío. Muchos ateos se basan en esta aparente contradicción para intentar
refutar la veracidad de cualquier culto religioso que sostenga la creencia en un
Dios omnisciente y que, a su vez, propugne la existencia de libre albedrío en los
actos humanos. El argumento, que data de hace siglos y hoy en día goza de una
gran popularidad, puede estructurarse como sigue:

2. La paradoja del libre albedrío

1. Si, en un tiempo T1, es posible conocer con absoluta certeza que en un tiempo T2
un suceso X ocurrirá, entonces tal suceso está determinado.
2. Si un suceso está determinado, entonces no es contingente.
3. Tener libre albedrío significa gozar de la capacidad de elección entre varios
rumbos de acción contingentes.
4. Dios puede, en un tiempo T1, conocer con absoluta certeza que en un tiempo T2
una cierta persona va a tomar un rumbo de acción X.
5. Dios, dada su absoluta omnisciencia, puede hacer lo mencionado en la premisa 4
con cualquier rumbo de acción tomado en cualquier momento por cualquier
persona.
6. Entonces, todos los rumbos de acción tomados en cualquier momento por
cualquier persona están determinados.
7. Esto significa que no son contingentes.
8. Por tanto, de existir un Dios omnisciente, el libre albedrío no se daría en en las
acciones humanas.

Este no se trata de un argumento frontalmente antiteísta -es decir, que pretenda


demostrar la inexistencia de cualquier tipo de Dios-, dado que alguien podría aún,
por ejemplo, defender el caso de la existencia de un Dios que no posea el atributo
de la omnisciencia o, también, plantear un escenario en el que exista un Dios
omnisciente, pero rechazando la existencia de libre albedrío en el mundo. Existen,
de hecho, diversos autores que han propuesto alguna de estas dos tesis. Resulta
evidente, entonces, que este argumento no es ni pretende ser una refutación al
teísmo en general, sino a ciertas religiones en particular. Más específicamente, a
las religiones de origen abrahámico, que representan a más del 56% de la
población mundial. Así pues, esto resulta un gran problema para cualquier
persona que profese estos cultos o que, por cualesquiera otros motivos, pretenda
mantener una creencia en un Dios omnisciente al mismo tiempo que sostenga la
existencia de acciones verdaderamente libres.

3. Respuestas a la paradoja

3.1. Respuesta basada en negar la existencia de un valor


de verdad sobre las acciones contingentes futuras

Esta objeción al problema del libre albedrío y la omnisciencia divina se puede


rastrear hasta Aristóteles, quien en el capítulo noveno de la segunda parte de su
Órganon -aunque no refiriéndose al caso concreto de Dios- afirma que, con
respecto a la oposición de futuros contingentes, es imposible extraer una respuesta
determinada como válida, en tanto que, según dice, no existiría un valor de verdad
en relación con este tipo de proposiciones, dado que refieren a hechos que,
además de aun no haber sucedido, por su misma naturaleza no estarían
absolutamente determinados. Siguiendo su ejemplo, si yo ahora me pregunto si
habrá una batalla naval mañana, cualquier respuesta que alguien pretenda darme
estará igualmente indeterminada con respecto de su valor de verdad. Sin embargo,
al día siguiente, cuando ya se haya podido conocer si ha habido o no una batalla
naval, la proposición del día anterior adquiere un valor de verdad que en hasta ese
momento no solo no podía conocerse, sino que no existía en absoluto.

De esta manera, del mismo modo en que al decir que Dios es omnipotente no
estamos diciendo que pueda hacer literalmente cualquier cosa, sino solo aquello
que sea concebible por la lógica y que vaya acorde con la naturaleza divina -sería
incapaz, por ejemplo, hacer un circulo cuadrado, o un soltero casado, así como
tampoco podría pecar o mentir-, podemos plantear que Dios puede conocer solo lo
que puede ser conocido. En tal caso, Dios no podría conocer la respuesta a una
pregunta imposible de responder, con lo que formular la pregunta “¿qué acciones
contingentes elegirán los hombres mañana?”, sería similar a preguntar “¿cuánto
es un voltio de agua?” o “¿quién destruyó la Tierra en el año 1600?”.

No obstante, por más que pueda resultar válida a efectos de solucionar la paradoja
para algunas creencias específicas, esta objeción no es eficaz para quienes
pretendan mantener su fe cristiana o musulmana, dado que tanto en la Biblia
como en el Corán se explicita en diversas ocasiones que, efectivamente, Dios sí
que tiene la capacidad de conocer el futuro, y en estos libros las profecías divinas
son comunes.

3.2. Respuesta basada en invertir el orden causal entre


acción libre y pre-conocimiento divino

Esta es la respuesta que planteó William Lane Craig al argumento de la


incompatibilidad entre libre albedrío y omnisciencia divina. El famoso apologista,
en el video titulado God’s Omniscience and Free Will, desarrolla su objeción
como sigue:

“So by your actions you have the ability, by what you do, in a sense to determine what
God will have believed in the past. His knowledge is sort of like an infallible barometer
of the weather. The barometer never fails; it's always right, but clearly the barometer
doesn't determine the weather. If the weather were different, the barometer would have
been different, so the foreknowledge of God is like an infallible barometer, and you're
free to do whatever you want, but you're just not free to fool the barometer; God knows
whatever it is you do. So your action is logically prior to what God foreknows, but his
foreknowledge is chronologically prior to what you do.”

En resumidas cuentas, nos viene a decir que yo, como sujeto A, al realizar la
acción X en T3, estoy modificando el conocimiento de Dios en cualquier instancia
temporal anterior a T3 -es decir, en T1 y T2-. Esto involucraría una especie de
causalidad regresiva, en cuyo caso las acciones humanas presentes estarían
modificando o determinando el conocimiento pasado de Dios.

Esta respuesta, aunque sin duda ingeniosa, y aun obviando los errores teológicos
que conlleva -a saber, la negación de la inmutabilidad divina, y la afirmación de
Dios como un ente sujeto a la temporalidad-, parece un tanto descabellada en
cualquier escenario que no involucre una teoría B del tiempo. Es decir, si
aceptamos la existencia de un tiempo no tenso -tenseless time, en inglés-, en cuyo
caso pasado, presente y futuro serían igualmente reales de manera simultánea, y el
devenir temporal sería una mera ilusión, entonces sí que parece factible -o, al
menos, no parece descabellado- que este tipo de causalidad pueda suceder. De no
ser así, el asunto se complica bastante para quienes quieran defender este
argumento como una objeción válida frente al problema del libre albedrío y la
omnisciencia divina.

3.3. Respuesta basada en la distinción entre pre-


conocimiento y determinación

Es probable que esta sea la más sencilla de las respuestas que se pueden plantear
al argumento en cuestión. En resumidas cuentas, nos dice que el hecho de que
conozcamos, aunque sea de antemano, que una persona actuará de determinado
modo, no le quita la condición de libre al acto de la persona en cuestión. Es decir,
yo puedo tener una pre-ciencia o preconocimiento sobre las acciones libres de un
cierto sujeto, pero aún así preconocerlas como lo que son: acciones libres.

4. Pre-ciencia y atemporalidad del conocimiento


divino
Y aquí llegamos al punto que nos compete, y que le da el título a este escrito.
Aunque terminé extendiéndome un poco más de la cuenta, el objetivo del presente
artículo fue desde un principio el problematizar la respuesta que da el Doctor en
Filosofía Agustín Echevarría a la cuestión que estamos tratando el día de hoy. A
lo largo de su video, se dedica a tratar muy por encima algunas de las objeciones
que ya desarrollé anteriormente, culminando su exposición con un argumento que
él considera que es la solución al problema del libre albedrío y la omnisciencia
divina. Sin embargo, y pese a que no pretendo realizar una crítica absolutamente
definitiva contra su postura, sí que creo que lo que plantea quizás no resuelve la
cuestión de una manera tan clara como él lo propone.

Primero, vamos a explicar cuál es el argumento en cuestión para poder analizarlo.


El docente, escritor y conferencista especializado en temas de teología,
apologética y economía Dante Urbina, en su libro ¿Dios existe? El libro que todo
creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, realiza una buena y breve formulación
de esta misma objeción, y la desarrolla de la siguiente manera:

“Pero aquí alguno podrá objetar: ‘Oh, bueno, pero con el caso de Dios es diferente
porque él conoce todas las cosas desde antes que sucedan’. Aquí la clave del problema
está en la palabra ‘desde antes’. Sucede que con tal tipo de cláusula se está diciendo
como que el conocimiento de Dios es algo que se desarrolla en el tiempo conforme a un
esquema de pasado-presente-futuro respecto de distintas cosas. Pero no es así pues Dios
y su conocimiento, que se identifica con su ser, no está ni existe en el tiempo sino de
modo trascendente al tiempo. A diferencia de lo que sucede con nuestros procesos
cognitivos, Dios ‘ve las cosas simultánea y no sucesivamente’. Así que Dios no conoce en
un ‘antes’ en el sentido temporal sino que desde su conocimiento eterno abarca en un
solo acto todos los sucesos temporales”.

Esta objeción es esencialmente correcta para oponerse a la formulación del


argumento que presenté al principio de este artículo -al negar las premisas 4 y 5-,
que es la que se utiliza de forma más frecuente, aunque quizás en términos menos
formales, para intentar atacar a ciertas religiones. No obstante, me parece legítimo
dudar de que esta respuesta baste para resolver el problema que se pretende
plantear en un primer lugar. Diría que, con el siguiente experimento mental,
podemos problematizar la idea de que sea relevante si el conocimiento de Dios se
da en el presente respecto del futuro o si, caso contrario, se da en un marco de
atemporalidad.
4.1. El experimento de la verdulería

Esto debe ser aclarado: Agustín Echevarría acepta que es problemático el que
puedan coexistir el conocimiento divino sobre las acciones contingentes futuras y
el libre albedrío, y es por eso que yo estoy tomando tal premisa como válida, para
intentar demostrar cómo, de mantenerse en tal postura, uno acaba teniéndose que
enfrentar a ciertos problemas filosóficos que resultan, cuanto menos, complicados
de resolver.

Ahora bien, supóngase el caso de un verdulero que trabaja todos los días en su
verdulería. Entonces, comienza la semana del verdulero, y el lunes vende dieciséis
tomates, mientras que el martes vende solo nueve. En este caso, podemos afirmar
sin lugar a dudas que tanto el acto del verdulero de vender los tomates como el de
sus clientes de comprarlos son igualmente libres, dado que podrían haber elegido
no hacerlo. Entonces, sus decisiones fueron contingentes, y nos hallamos frente a
un escenario en el que sí que hay libre albedrío. Dios, mientras tanto, estaría en
todo momento conociendo cuántos tomates iban a venderse cada día. Sin
embargo, la condición de libre de estas acciones no se ve afectada por esto último,
ya que Dios conoce las cantidades que se venden dentro de su eterno presente,
donde él ve todas las acciones -pasado, presente y futuro- de manera simultánea
como ya finalizadas. Y, si le concedemos validez a la premisa sobre la que se
sustenta la respuesta que se basa en el distinto marco temporal de Dios, entonces
solo hay una carencia de libre albedrío en una acción cuando tal acción se pre-
conoce. Es decir, si Dios existiese temporalmente el lunes, y supiera cuánto va a
vender el verdulero el martes, las acciones de los compradores y la cantidad de
tomates que se vendería estaría determinada, y ahí no habría libe albedrío -de
nuevo, aceptando la premisa antes mencionada-. Sin embargo, esto no se da y, por
tanto, podemos excluir la posibilidad de que exista algún tipo de pre-ciencia en
este caso.

Ahora, pensemos en este mismo escenario, pero con un pequeño añadido. Por la
noche del lunes, el vecino del verdulero -llamémosle Tomás- tiene una
experiencia sobrenatural que involucra a Dios hablándole. Dios, por razones
misteriosas, le revela a Tomás la cantidad de tomates que serán vendidos el
martes. Este caso es absolutamente posible, en tanto que a) sabemos que Dios
tiene un conocimiento claro sobre la cantidad de tomates que se venderán cada
día, dada su omnisciencia, b) tanto en la Biblia como en el Corán Dios se ha
comunicado con los seres humanos en muchas ocasiones, y c) en su
omnipotencia, sería capaz de hacerlo si así lo desea. Siguiendo con el ejemplo:
supongamos que Tomás se va a dormir, y se levanta el martes por la mañana. Sin
embargo, no está seguro de si realmente habló con Dios la noche anterior o si solo
fue un sueño. Entonces, ni bien la verdulería abre sus puertas, Tomás se acerca y
se queda observándola toda la tarde. Ve a la gente entrar y salir, llevando distintos
productos. Al final del día, cuenta la cantidad de tomates que se vendieron y,
efectivamente, se vendieron nueve tomates, como Dios le había dicho la noche
anterior.

4.2. Implicaciones metafísicas

Aquí nos hallamos frente a un caso claro de pre-ciencia, o pre-conocimiento por


parte de Tomás. No es meramente Dios, en su marco temporal distinto al nuestro,
conociendo las verdades contingentes como ya finalizadas, sino que se trata de
una persona de carne y hueso, situada en un momento determinado del tiempo,
conociendo verdades contingentes del futuro antes de que estas efectivamente
sucedan. Entonces, alguno podría decir que en este caso no hay libre albedrío. No
obstante, si analizamos el escenario, podemos preguntarnos ‘¿qué ha cambiado
entre el primer ejemplo y el segundo?’, y la respuesta es que nada, absolutamente
nada más que el conocimiento de Tomás sufrió una alteración entre ambos casos.
Tanto las acciones del verdulero como de los compradores se mantuvieron
iguales, tanto en motivación, como en ejecución. Lo que cambió fue un elemento
externo a ellos. Entonces, a la luz de esto, parece absurdo afirmar que, de repente,
el libre albedrío desapareció por arte de magia solo porque haya existido un
preconocimiento por parte de un agente externo. Se sigue de aquí, creo yo, que la
existencia de pre-conocimiento de las acciones humanas contingentes no es en
modo alguno relevante para la existencia del libre albedrío -contrario a lo que
propugna el Prof. Echevarría-. Así es como, si en el primer caso había libre
albedrío, también lo habrá en el segundo, y viceversa, por lo que resulta
irrelevante si el conocimiento se da en forma de pre-ciencia o si se da en un marco
temporal distinto, como ocurriría en el primer caso. Sencillamente, no importa en
absoluto.
Por otro lado, alguien podría pensar que el experimento mental no aplica porque
el segundo caso podría ser metafísicamente imposible. Podría plantearse,
siguiendo con esto, que Dios estaría limitado de tal modo que le fuera imposible
ejecutar el tipo de acciones que desencadenan en contradicciones o absurdos. Sin
embargo, defender esta postura es, a mí parecer, altamente problemático y
comprometedor para cualquier teísta, no solo porque suponga afirmar una falta de
poder en Dios, sino también, y con más razón, porque hablamos específicamente
de una falta de poder que supone una incapacidad de decir la verdad. Esto parece
contrario a su naturaleza omnipotente y no solo estrechamente relacionada, sino
idéntica a la verdad (“Yo soy el camino, la verdad y la vida” - Juan 14:6).

5. Conclusiones finales

Como ya expliqué más arriba, mi intención no es la de refutar o desmentir todo lo


dicho por Agustín. Lo que pretendo, en cambio, es desarrollar un posible
problema que puede emerger de su respuesta, y que quizás no haya sido tenido en
cuenta. De todos modos, de ser correcta mi tesis, eso no significaría que el
problema de la omnisciencia y el libre albedrío sea absolutamente verdadero, y
que el cristianismo haya sido refutado. Para mí, se puede sin ningún problema
impugnar el argumento negando la segunda premisa, y sin necesidad de, al menos
a priori, comprometerse con posturas demasiado complicadas, discutibles o que
puedan ocasionar más incógnitas que certezas.

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