Está en la página 1de 9

Lcda.

Laura Yudelka Lantigua Bonilla

Materia: Filosofía

Unidad: VIII

Temas: El Problema de Dios

Participante: Yaire Willenia Rojas Pineda

Matricula: DN-2023-03332

Fecha: 25-07-2023
Índice

Introducción

Desarrollo

Conclusión

Bibliografía

Resumen
El problema de Dios

Introducción

El tema de Dios ha sido, en la historia de la filosofía, un problema por cuanto no se ha


podido aportar ninguna prueba racional de su existencia o de su ausencia que no haya
sido razonablemente refutada. Además, lo más apropiado para nuestra época actual
parece ser la evitación de este problema a pesar de ser el de mayor trascendencia para
cualquier ser humano.

Se elude hablar de esta cuestión, acorde al pragmatismo y funcionalismo de nuestra


era tecnológica, o bien porque se le considera irresoluble; o bien por nuestra asunción
del certificado nietzscheano de defunción de la idea de Dios ; o bien porque, a la
manera budista, no creemos imprescindible su resolución para procurarnos la felicidad.

A lo largo de la historia de la cultura ha habido muchos intentos racionales de


demostrar la existencia de Dios. Kant los catalogó, sintetizó y clasificó magistralmente
para, luego, mostrar que ninguno de ellos es susceptible de decisión lógica. En efecto,
todas las pruebas racionales aducidas para la existencia de un Ser supremo se
reducen, de un modo u otro, a tres tipos de argumentos.

Desarrollo

El argumento ontológico, que afirma que un Ser cuya grandeza sea de tal magnitud
que no pueda pensarse ningún otro ser por encima de él debe, necesariamente, existir,
pues de no existir podría pensarse en otro Ser superior a él por cuanto ese otro Ser,
además de ser pensado, tendría una propiedad más: la existencia.
Empero, gracias a Kant sabemos que este argumento tiene una falla lógica
fundamental. En efecto, si Dios existe debe ser, ciertamente, el creador de la realidad
(su causa primera; no necesariamente como antecedente temporal, pero sí como
causa eficiente). En consecuencia, debe ser omnisciente y omnipotente. Pero, esta
necesidad (que la causa primera debe ser omnisapiente, omnipotente, suprema) no
implica su existencia; de la definición del ser necesario no se puede deducir la
existencia de un ser necesario. La existencia no es un predicado lógico (aunque sí
gramatical). Si decimos que Dios, además de omnipotente, omnisciente y bondadoso,
es existente no estamos añadiendo un nuevo atributo (la existencia) a la noción de
Dios, pues la existencia (o inexistencia) del objeto de una idea no es una cualidad de
esa idea.

El argumento cosmológico, que enuncia la existencia de Dios por el hecho de que la


contingencia (no necesidad) de todos los demás seres del mundo prueba la existencia
de un Ser necesario. De nuevo, estamos infiriendo la existencia extramental de un
concepto de la propia necesidad de tal concepto. De la imposibilidad de una serie
infinita de causas hacia atrás queremos deducir la existencia de una causa primera;
pero la imposibilidad de la regresión infinita es un principio del pensar, un axioma lógico
necesario para poder argumentar; no una característica de lo real.

La prueba físico-teológica , que quiere deducir la existencia de un ordenador y


diseñador inteligente para el mundo en virtud del orden y regularidad que la ciencia
descubre en éste. Nuevamente, ello puede legitimarnos a pensar que, en caso de que
existiera un Creador, éste sería, ciertamente, sabio y ordenado pero no nos prueba su
existencia.

En suma, la noción de la necesidad solo reside en el pensamiento; es una condición


formal de nuestro pensar. Todas las pruebas de la existencia de Dios incurren en la
ilusión dialéctica de extrapolar el concepto y la noción de necesidad e hipostasiarla
como una condición material del mundo real.
¿Cuál puede ser, entonces, una solución al problema de Dios? Es verdad que las
referidas pruebas filosóficas han demostrado que la idea de un ser supremo, de una
causa primera o de la unidad de los fenómenos en un único Todo es una idea que se
nos revela lógica y racionalmente necesaria, inexorable; pero de la necesidad de una
idea no se puede deducir la existencia de su referente fuera del pensamiento. Empero
sí podemos y debemos postular esa existencia del siguiente modo: Karl Popper y otros
han demostrado que todo nuestro conocimiento científico descansa, entre otras cosas,
sobre el principio de razón suficiente (a saber, todo lo que ocurre tiene, al menos, una
explicación suficiente, aunque la desconozcamos). Y bien, sólo cabe un único tipo de
razón suficiente para la referida necesidad racional de la idea de Dios; esa razón
suficiente es que postulemos la existencia de Dios también fuera de nuestro
pensamiento. En otras palabras, el hecho de que, en virtud de los argumentos de
arriba, nuestra razón no pueda, desde el punto de vista lógico, sustraerse de la idea de
un Ser supremo nos obliga a aceptar el axioma de que ese Ser existe. Tal idea es un
principio regulativo de nuestra racionalidad, es decir, aquello que nos permite mirar las
cosas como si procedieran de una causa necesaria, algo imprescindible para nuestra
experiencia epistemológica y moral.

Nadie actualmente desconoce sobre la influencia y gravedad del problema de Dios. El


sentido de vida del hombre, hacia donde se dirige, o lo que hay mas allá, así pues él
problema filosófico sobre Dios está íntimamente ligado al concepto que el hombre
mismo le da. Ante este problema pueden tomarse actitudes no solamente positivas,
sino también negativas; así pues tenemos el panteísmo, el deísmo, el voluntarismo
teológico, etc. Pero en cualquier caso el hombre viene íntimamente afectado por ellas.
Bien es verdad que hoy día es enorme el número de personas que se abstienen de
tomar actitud ante el problema por considerarlo irresoluble.

A nadie se le oculta la gravedad suprema del problema de Dios. La posición del


hombre en el universo, el sentido de su vida, de sus afanes y de su historia, se hallan
internamente afectados por la actitud del hombre ante este problema. Ante él pueden
tomarse actitudes no solamente positivas, sino también negativas; pero en cualquier
caso el hombre viene íntimamente afectado por ellas. Bien es verdad que hoy día es
enorme el número de personas que se abstienen de tomar actitud ante el problema por
considerarlo irresoluble: "qué sé yo, qué sabemos; eso es algo que queda por cuenta
de la naturaleza que nos dio el ser". Pero en el fondo de esta abstención, si bien se
mira, late una callada actitud, tanto más honda cuanto más callada. Nadie podrá decir
honradamente que la abstención expresada en aquellas fórmulas tiene el mismo
sentido que cuando se trata de un problema complicado de geometría diferencial o de
química biológica. En aquel "qué sé yo" se expresa una actitud, una positiva
abstención, respecto de un saber sin el cual se puede ciertamente vivir, muy honrada y
moralmente—no faltaba más, y conviene subrayarlo—, pero un saber sin el cual la vida
tomada en su íntegra totalidad aparecería carente de sentido. Hacerlo ver será una
tarea con la que tendrá que enfrentarse quien trate del problema de Dios. En medio de
la agitación de nuestro tiempo, puede afirmarse, sin miedo a errar, que por
afirmaciones o por negaciones o por positivas abstenciones, nuestra época,
queriéndolo o sin quererlo, o hasta queriendo todo lo contrario, es quizá una de las
épocas que más sustancialmente viven del problema de Dios.

Junto a esta impresión de evidente gravedad, de gravedad insólita, que tiene el


problema de Dios para el hombre, hay que [344] subrayar, en contraste agudo con ella,
otra impresión: la turbiedad y confusión con que se baraja en la vida contemporánea,
no ya el problema y sus soluciones, sino hasta el vocablo y el concepto de Dios. Por un
lado, las acritudes y los antagonismos políticos que se ciernen sobre el planeta en
todas las partes del mundo, hacen de la expresión "Dios" el exponente de actitudes
públicas. Por otro lado, la sobreabundancia de cierta literatura de carácter psicológico o
psicoanalítico, y toda una serie de congruencias positivas entre la idea más o menos
vaga y confusa de Dios y ciertos momentáneos conceptos de la ciencia positiva;
finalmente, ensayos de pseudo-misticismo colectivo..., todo ello parece confluir en que
el nombre "Dios" acabe por constituir uno de esos vocablos que designan más que una
realidad precisa, una nebulosa indefinida, turbia y confusa al margen de nuestra vida.

De esta situación es menester partir y afrontar desde ella el problema de Dios. Puede
hacerse por innumerables vías. Pero ante todo es necesario hacerlo por la más inocua
e inocente: por la vía intelectual, más concretamente, por la vía filosófica. Esta vía es,
en realidad, la más enojosa de todas, porque está llamada a no satisfacer por completo
a casi nadie. Ni a los que profesan una fe religiosa, porque suponen, con cierta razón,
que por esta vía no van a encontrar todo lo que el hombre busca en Dios. Ni a los no
creyentes, porque por muchos razonamientos que se hagan, es difícil hacerles llegar a
la convicción de que no se trata simplemente de cohonestar con razones intelectuales
una creencia positiva, previa a todo razonamiento, que tiene raíces anteriores a la
intelección y ajenas a ésta.

Y es que en el fondo de estas dos actitudes late un supuesto fundamental que es


preciso exponer. Se parte del supuesto de que al hablar del problema de Dios se trata,
ante todo, de un problema que concierne en primera línea a la fe religiosa, a unas
confesiones religiosas. Pero esto no es exacto. Una cosa es que la posición intelectual
ante el problema de Dios afecte a las creencias, otra muy distinta, que en sí misma sea
una cuestión de pura creencia. Cuanto filosóficamente pueda decirse de Dios entra, en
rigor, en muchas religiones e incluso en quienes tal vez no profesen religión positiva
ninguna. Porque no se trata [345] de dar forma intelectual a convicciones, sino de llegar
a una intelección convincente. Con lo cual queda dicho que no todo cuanto el hombre
busca en Dios va a poder encontrarlo por esta vía; pero si que sin ella toda religión
positiva se pierde en una religiosidad vaporosa, tal vez bella, pero que en última
instancia carece de sentido y de fundamento.

Como cuestión intelectual, el problema de Dios es, en un sentido, cuestión


soberanamente extemporánea. Dios no es una de esas realidades, como las piedras o
los árboles, con las que el hombre tropieza en su vida. Tampoco es una de esas
realidades que, sin constituir un dato inmediato de la experiencia, se ve el hombre
forzado a admitir como resultado o ingrediente de su ciencia positiva. Sería quimérico
pensar que la marcha de una ciencia positiva vaya a llevar a la inteligencia humana,
manteniéndose en la línea de su ciencia positiva, a un punto en que toque
positivamente a la realidad de Dios. Sus métodos mismos se lo vedan a limine.
Cuantos ensayos se han hecho por esta vía son otros tantos recuerdos tristes de una
actitud ya preterida y completamente indefendible; recuérdense las llamadas pruebas
científicas de la existencia de Dios. En la ciencia, de puertas adentro, todo pasa y debe
pasar como si efectivamente no hubiera Dios, en el sentido de que la apelación al ser
divino seria salirse de la ciencia misma. Y es que por parte de Dios mismo la realidad
de Dios es, en cierto sentido, riguroso y auténtico, la más lejana de todas las
realidades.

Extemporánea esta cuestión, pues, como no puede quizá serlo otra. Pero al propio
tiempo, por singular paradoja, la más contemporánea de todas las cuestiones. Porque
si bien es cierto que en la ciencia todo pasa como si no hubiera Dios, no es menos
cierto que si no hubiera Dios no pasaría nada. Y es que la realidad de Dios, aunque por
un lado sea la más lejana de las realidades, es también, por otro, la más próxima de
todas ellas.

Conclusión

Quisiera concluir, indicando tan solo tres ideas que me parecen fundamentales para
una adecuada comprensión del planteamiento zubiriano inicial sobre el problema de
Dios.

En primer lugar, es preciso no perder de vista que lo expuesto en este artículo


pertenece a una época determinada del desarrollo zubiriano y su contenido debe ser
comprendido en el contexto mayor de su pensamiento general. Pero a pesar de esto,
es importante reconocer que la estructura fundamental con que intenta responder al
Problema de Dios en 1936, enriquecida y mejor elaborada, sigue siendo válida en su
etapa de madurez.

En segundo lugar, es importante reconocer que Zubiri logra abordar y reposicionar la


cuestión de Dios en un nivel filosófico más adecuado a las necesidades de su tiempo,
al afirmar que dicho problema es una dimensión particular y constitutiva de todo
hombre por el solo hecho de estar implantado en la existencia. Zubiri se atreve a decir
una palabra seria, clara y consistente, sobre un tema que es evitado por no pocos
filósofos en la época y, en este sentido, realiza un verdadero esfuerzo no solo por
reposicionar filosóficamente el tema de Dios, sino por centrar adecuadamente su pro-
blematicidad sin negar la necesidad y el valor del conocimiento humano.

Y, en tercer lugar, siendo muy clara e importante la influencia heideggeriana en Zubiri,


sobre todo entre los años 1930 y 1944, es preciso reconocer el notorio conflicto que
comienza a producirse entre ambos pensamientos. Efectivamente, Zubiri discutirá
inicialmente algunas tesis fundamentales de Ser y tiempo, llegando a cuestionar, en
sus obras de madurez, las ideas heideggerianas de la existencia, el sentido, la
comprensión, la verdad como desvelación, el ser y la historicidad.
Un progresivo distanciamiento que se vislumbra germinalmente en el texto zubiriano
que hemos revisado y que da cuenta de algunas líneas fundamentales de un
planteamiento distinto, y filosóficamente fundamentado, que todavía espera ser
teológicamente comprendido, asumido y superado.

Bibliografía

 Rogelio Rovira (1991). La fuga del no ser. Ediciones


Encuentro. ISBN 9788474902747.

 Antonio Millán-Puelles (2002). Léxico filosófico (2.ª edición). Madrid:


Rialp. ISBN 9788432134166. Archivado desde el original el 12 de febrero de
2012. Consultado el 17 de noviembre de 2010.

Resumen

Dios para mi es todo ya que creo en su existencia y en todo lo que el crea y manda a la
humanidad a que confiemos en él, Dios nos ama tal y como somos pero nos manda ser
mejores en la vida y a hacer su voluntad,

También podría gustarte