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Las revistas abandonadas en un escaparate de un quiosco que cerró hace tiempo no son un
mensaje en una botella porque, aunque quedó atrapado su contenido en un vidrio y se puede
leer lo que en ellas está escrito y llevan consigo una fecha de emisión e ubicación constatables,
ya que, además de no haber recorrido ningún itinerario azaroso, quien las puso ahí no lo hizo
con intención de que llegaran tras su periplo a alguien que las encontrara a través del azar.
La huella que dejó Neil Armstrong sobre la luna, a pesar de que está ahí resistiendo el paso del
tiempo y seguramente algún día habrá alguien que la volverá a encontrar, tampoco es
exhaustivamente un mensaje en una botella ya que su significado, aunque lo tiene y es
simbólico, no ha sido instaurado adrede, para convertirse en algo que deambulará a la deriva
hasta que llegue a su incierto destino. Y eso que la luna da vueltas constantes vagando por el
cielo y junto a nuestro planeta a través de la galaxia y formando parte de esta por el cosmos.
Pero no, Armstrong, no pisó la luna con la intención de que su huella fuera hallada por otra
persona al azar que nada supiera de esta y, en realidad, es una marca de la que la comunidad
científica internacional en todo momento ha sabido y sabe su ubicación.
Por este mismo motivo, una caja de tiempo enterrada en algún lugar no sería exactamente un
mensaje en una botella ya que la persona que la escondió ahí sabe el lugar concreto en que ha
sido situada. Y aunque la vorágine del mundo que cambia alrededor la hace flotar a la deriva
de nuestra realidad metamórfica, esta estará siempre ahí hasta que alguien la descubra. Que
no es lo mismo, pero si que sería algo bastante parecido a una botella en el mar, más aún si la
persona o personas que saben su ubicación dejaran de existir o la olvidaran o, incluso mejor,
olvidaran que algún día enterraron una caja de tiempo en un lugar.
Lo que sí es una botella en el mar, por su extravío completo una vez superado el límite de
distancia respecto al planeta Tierra, por la estricta inclusión de un mensaje redactado
expresamente para quienes la encuentren en el que se especifica lo mejor posible el emisor y
el lugar desde que esta fue enviada, por su férrea voluntad, por ende de ser un medio de
contacto entre los dos plausibles puntos de cada uno de los extremos de su azaroso itinerario,
es la Nave Pionner con su mensaje escrito en una placa de oro dirigido a cualquier ser
intergaláctico que la pueda encontrar.
Y, como botella en el mar, es justo pensar que lo más probable es que nunca llegue a ningún
destino. Y como botella arrojada al mar nos habla de la soledad intrínseca de quienes la
emitieron, de la esperanza incólume de encontrar a alguien por quien valga la pena haber
puesto un mensaje dentro de una botella y haberlo lanzado para que viaje por el infinito mar.
NARANJA MENSAJE
Escribir un mensaje y ponerlo en una botella. Con palabras tipo historia continuada y dirección
en el universo.
NURIA:
XAVI:
- El naufragoa y el mar
Los mensajes en botellas se han utilizado para enviar mensajes de socorro; en estudios
científicos de crowdsourcing de las corrientes oceánicas;1 como homenajes conmemorativos;
para enviar las cenizas de los seres queridos fallecidos en un viaje final;2 para transmitir
informes de expedición y para llevar cartas o informes de aquellos que se creen perdidos. Las
invitaciones a posibles amigos por correspondencia3 y cartas a intereses amorosos reales o
imaginarios también se han enviado como mensajes en botellas.
Si volvió a cruzarse
en tu camino
el niño
su mirada
si perdiste alguna vez
tu sombra en las callejas
Miguel Huezo Mixco
Hace 132 años, en 1886, alguien arrojó al mar una botella con un mensaje
en interior desde la cubierta de un barco alemán llamado Paula, cuando
navegaba por el Océano Índico. Y, ahora, casi siglo y medio después, ha
sido encontrado por una pareja en una playa australiana. Investigadores de
una universidad australiana han certificado su autenticidad. Pero, ¿qué dice
dicho mensaje?
Tan solo las coordenadas en las que estaba situado el barco cuando fue
arrojado, la fecha y el nombre del navío. Pero esas tres simples pistas han
servido a los investigadores para descubrir que esa botella formaba parte
de un experimento realizado por la marina alemana de la época para
intentar estudiar las corrientes marinas.
Ya mi rostro de vos
cierra los ojos
y es una soledad
tan desolada.
La placa de la Pioneer.
A las 8:42 p.m. del jueves 2 de marzo de 1972, la NASA lanzó la sonda espacial no tripulada
Pioneer 10 desde Cabo Cañaveral, en Florida.
Su destino era Júpiter y luego el borde de nuestro sistema solar. Su misión, tomar fotografías
detalladas del enorme planeta y sus lunas, y estudiar la atmósfera, sus partículas y vientos
solares, el flujo y la velocidad de las abundantes partículas de polvo y, luego, perderse más allá
de la frontera de nuestro sistema solar.
Pero Pioneer 10 tenía una segunda misión. Firmemente unido a los puntales de soporte de las
antenas, protegido de la erosión por el polvo interestelar, instalaron un diagrama artístico
inscrito en una placa de aluminio cubierto en oro. Lo que tenía tallado pretendía revelarle a la
vida inteligente extraterrestre quiénes éramos y dónde estábamos. Era la Placa de la Pioneer.
Nuestro tamaño y morfología se vería representado por el dibujo que haría de un par de seres
humanos, Linda Salzman Sagan, artista profesional, que había estudiado en la prestigiosa
Escuela de Bellas Artes del Museo de Boston, y era la esposa del científico eminente, Karl
Sagan. Ella fue quien de repente se encontró con la responsabilidad de representar a toda la
humanidad con solo un dibujo.
Este consistió en dos figuras humanas una femenina y otra masculina que estaban basadas en
los dibujos de Leonardo da Vinci y en las esculturas griegas.
No obstante, se puede ver que el órgano sexual (la vulva) de la mujer no está representado.
Solo se muestra el monte de Venus. Aunque se ha afirmado que Sagan, teniendo poco tiempo
para completar la placa, sospechaba que la NASA podría haber rechazado por pornográfico un
dibujo más exacto lo cierto es que en el dibujo representativo de nuestra humanidad se ha
escamoteado la vulva femenina.
Al igual que alguna de las muñecas de plástico que representan mujeres ideadas, en principio,
como juguetes para niñas se obvió la inclusión de los genitales. Se hicieron desaparecer las
vaginas, se borraron las hendiduras por las que mear, fornicar o dar a luz.
Con su ausencia, de algún modo, también se propugna la ausencia del deseo femenino. Se vela
una de las características más esenciales de la feminidad y, por mucho, de que sea la figura del
hombre la que hace el gesto de saludo en la placa, lo importante la amputación de órganos
sexuales en la femenina. Eva desposeída de su capacidad de pecar, de su utensilio para crear la
humanidad, mientras Adán luce unas gónadas y pene más o menos operativos que si
concuerdan con su condición de mamífero de entidad necesaria para la reproducción.
Para el verano de 1983, la Placa de la Pioneer había pasado las órbitas de Marte, Júpiter,
Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Una vez alcanzado y superado borde del Sistema Solar la
Voyager continuó su camino hacia el espacio exterior.
Pioneer 10 envió su último mensaje el 22 de enero de 2003, y nunca más se supo de ella.
Tanto la placa como el disco de las Voyager durarán más que nuestro planeta. En 4.000
millones de años, el Sol crecerá, se convertirá en un supergigante, se tragará la Tierra y
destruirá todo lo que conocemos. Mientras las figuras de la placa seguirán aún ahí saludando,
proponiendo su altura por equiparación a la longitud de onda de un átomo de hidrógeno,
mostrando su mapa de pulsares, explicando por donde y cuando salimos de nuestro sistema
solar y, al unísono, negando las vulvas del mundo para mostrar que una vez hubo una
civilización como la nuestra en la Vía Láctea.
La desaparición.
Hoy paseando por la playa vi a una mujer que andaba buscando algo de forma serena entre los
guijarros con algún fin predeterminado. Como digo, su búsqueda era serena, y eso me conduce
a deducir que no estaba intentando encontrar algún objeto de su posesión que hubiera
perdido previamente, que no parecía estar buscando tampoco monedas extraviadas por otras
personas como hacen a veces algunos individuos equipados con artilugios sensores para tal
menester.
Su indagación era de otra naturaleza, más serena, más introspectiva. Como si escudriñara la
playa a fin de encontrar un tesoro cuya existencia fuera remota y posiblemente inexistente.
Y fue entonces cuando las recordé. Esas pequeñas piedritas translucidas verdes, marrones o
blancas de naturaleza cristalina que poblaban esas mismas playas cuando yo era un niño. Yo
mismo, a veces, las recolectaba como si estuviera encontrando auténticas joyas preciosas que
estuvieran esparcidas por entre las demás vulgares y solidas piedras que compartían con ellas
el hecho de estar redondeadas, pero no su transparencia y colorido.
También es similar el origen de sus atributos pues al igual que los guijarros son piedras que
han rodado por el mar durante el suficiente tiempo para que el rozamiento con otras
superficies haya lacerado su contorno por erosión hasta dejarlo sin aristas y de forma más o
menos como decíamos redondeada.
Asimismo, las piedritas de las que hablo, supongo que esto me lo debió contar mi madre, son
restos de botellas que acabaron en el mar y a base de fricción análoga fueron rompiéndose en
cristales más pequeños y perdiendo sus contornos filosos hasta acabar convirtiéndose en esas
pequeñas gemas que se hallaban por todos lados.
Su abundancia y origen artificial, así como lo cotidiano de una botella de cristal, supongo que
era el hecho que hacía que nadie les confiriera valor a diferencia de una esmeralda, un rubí, un
diamante o un zafiro. Yo creo que dudaba un poco de esa infravaloración aceptada y, a veces,
las recolectaba pseudo-ávidamente.
Y, sin embargo, este hecho, a priori, positivo ha hecho desaparecer tan magnífico espectáculo
multicolor de nuestras orillas. Esto me hace pensar, por un lado, en la menor cantidad de
materia prima para que el mar reprodujera este fenómeno. Ya no hay tantos cristales
meciéndose entre las corrientes, siendo moldeados con paciencia por el agua y el contacto
contra las rocas y las superficies marinas. Esa forma en que fueron creadas que requiere
tiempo y todo un mar, ahora, que ya son mínimas estas gemas, me hace reflexionar en que su
valor no era tan irrisorio.
Por otro lado, al mismo tiempo, pienso que las que si existían y poblaban incesantemente
nuestras playas han ido desapareciendo por esa misma fricción y flujo temporal hasta
desaparecer debido a la misma débil solidez que les permitió cobrar forma y esplendor. Que
fueron haciéndose más chicas hasta formar parte de la arena, que luego siguieron
descomponiéndose hasta convertirse en algo indistinguible de sus anteriores existencias, que
tal vez sus átomos últimos se siguen erosionando con el oleaje contra mi piel, que un día las
embebí, que la lluvia que se condensa del mar las ha esparcido por la faz de la tierra, que están
por todas partes, justo ahora, que tan solo puedo recordarlas, que ya no existen más.
El mensaje.
Yo cumplía a aveces con más ahicnco y otras con más desgana y desdén con mi cometido, pero
teniendo en cuenta que la retribución que me daban era equivalente a los kilos de naranjas
recogidas algunas veces me entraba cierta inopia existencial y me ponía a escribir algún poema
o texto debajo de un árbol.
Pues ya en ese tiempo mi voluto literario me hacía sospechar que en esta vida sería escritor o
no sería nada. Contemplando eso sí de forma muy fehaciente la opción de no ser nada.
La cuestión es que entre ir desgajando de sus frutos los naranjos para llenar cajas y cajas y mis
pequeños impases de escritura fugaz, no podía dejar de pensar que ese no era mi lugar y que
tampoco ahí era demasiado probable que encontrara el amor romántico.
Así, en mi desidia ontológica un día se me ocurrió aplicar el instrumento del bolígrafo que
usaba para escribir poemas en mis libretitas y una de las naranjas que acababa de recolectar
para mediar en mi falta de historias afectivas e hice lo siguiente: escribir una carta ponerlo en
una botella y lanzarlo al mar.
Es decir, si entendemos por escribir una carta poner una frase que ahora no recuerdo sobre la
piel de esa naranja, que sería a la vez la botella y ponerlo dentro de una de las cajas para que
fluyera en el anaranjado mar que componían esas decenas y centenares de cajas con las que
luego se llenaría un camión.
Dicho vehículo, como un oleaje, se supone (esto yo ya no lo veía pero se podía visualizar)
recorrería un itinerario previsto hasta llegar a los almacenes que estaban en otro pueblo de
otra provincia en los que el contenido de las cajas sería arrojado a un plausible mar anaranjado
como de crepúsculo que conduce a unas cintas transportadoras en cuyo final hay unos
porticones que clasifican las naranjas por su tamaño.
Ahí, es donde se supone que llegó mi naranja y donde suelen trabajar muchachas que quizá
nunca imaginaron que su destino fuese ese. De hecho, recuerdo que mi madre, cuando yo era
muy pequeño, trabajaba en este oficio.
Pasaron semanas o quizá meses y esa anécdota era una broma recurrente entre los que
íbamos a recolectar naranjas que ya estaba casi desvaneciéndose cuando un día, de repente,
en mi móvil apareció un mensaje de una persona que me saludaba y me decía que había
encontrado mi naranja escrita con mi número de teléfono y mi nombre.
Si el destino existirera y estuviera de nuestra parte, esta no sería una mala forma de empezar
un romance eterno. Pero, en realidad, apenas nos mandamos un par de fotos en las que quizá,
ni por fisionomía, ni por indumentaria, no cumplíamos las expectativas del destino de la otra
persona, nos escribimos un par de frases en las que quizá constatábamos cuan lejos estaban
nuestras identidades como para ser protagonistas de una relación romántica y fuera por
pusilanimidad, por más desdén o, simplemente, por pereza dejamos de seguir escribiéndonos
y esa historia también se desvaneció.
Ninguna fuerza cósmica parece qui hizo llegar mi mensaje en una botella dentro de la
inmensidad del universo y la proclicvidad del mundo hortofrutícola a la persona adecuada para
mi: a mi media naranja. Quizá esa persona no exista, quizá existe y jamás llegaré a conocerla,
quizá nos hemos conocido y no nos hemos dado cuenta de que esto fuera así.
Mientras, al igual como en los versos de Safo en los que habla de otra fruta olvidada tal que
"¡Cómo brilla roja y dorada la dulcísima manzana en la punta de la rama, de la rama más alta!
¿La han olvidado los vareadores? No la han olvidado...Quisieron alcanzarla inútilmente... Y
ahora aparece, mucho más hermosa y apetecible, sola..." seguimos quizá aún brillando en
nuestras soledades particulares a la vez que continuamos escribiendo mensajes como este
para que al amor del agua, al amor del tiempo mantengan viva la esperanza del encuentro ni
que sea un milisegundo antes de la total putrefacción.
Dirección:
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