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La ciudad infinita el síndrome del corazón roto:

- ¿A quién no se le ha roto alguna vez el corazón?


- Karoshi,
- Bibliomancia Magdalena de Proust ¿Qué es en busca del tiempo perdido?
- Hoy 2 noticias poéticas
-

Todos los poemas del pasado, del presente y del futuro nos son sino fragmentos de un solo
poema infinito

Shelley

- Papeles previos con frase o verso


- La noticia poética de la semana: Supervivencia profilácticos, subnivium
- Bibliomancia: ¿Qué hacer cuando se nos rompe el corazón?
- Yo soy: subnivium
- El ser y la cosa: amante y el corazón
- Écfrasis: Recuerdo o el corazón (Frida Kahlo)
- Ucronía:
- Dicotomía:
-
- Cosmogonía: crear un mundo desde…
- Cosmovisión: describir el mundo si eres un…
- Historia continuada final

Inicio:

Karoshi + Kintsugui
Los japoneses, que tienen palabras para todo, le llaman Karoshi al hecho
de que se te pare de repente el corazón después de un exceso de pasión.
Y, sin embargo, también ellos llaman Kintsugui a la técnica de arreglar
cerámicas rotas con barniz de resina espolvoreado en oro. Porque
entienden -como entiendo yo- que, a veces, la ruptura les confiere belleza
a las cosas en la resiliencia de los días.
Final:
Y es que creo que debemos dejarnos destruir el corazón para poder luego
recomponernos en nuestra reconstrucción final hasta nuestra próxima
ruptura. Que un corazón no está sano si no ha sufrido. Que solo podemos
inmunizarnos al dolor restregándonos en él hasta que pase a formar parte
de nuestra esencia.
Porque luego viene la muerte. Ahí donde los corazones propios y ajenos
dejan de latir. Donde ni la literatura nos salva.
Y, mientras tanto, tenemos que vivir con total intensidad al compás del
único órgano cuya actividad podemos percibir (como puedes comprobar
en este momento poniendo la mano sobre tu pecho izquierdo) en todo
momento y que empatiza con nuestros sentimientos. Alborotándose
cuando nos enamoramos, relajándose cuando nos sentimos protegidos,
exaltándose hasta estar a punto de pararse a veces cuando sentimos el
miedo de la existencia o el vacío.
Déjate latir. Dale una oportunidad a la maldita víscera que siempre nos
traiciona, pero que, mientras siga palpitando, volverá a concedernos otra
oportunidad para seguir amando, odiando, sufriendo, resistiendo,
sintiendo placer y nausea, dicha y desdicha, alegrías y tristezas en medio
de eso que hemos dado en llamar, a pesar de todo, la vida.

NOTICIA POÉTICA:

Manual de supervivencia con profilácticos:

- https://elpais.com/cultura/2023-01-21/secretos-de-supervivencia-como-hacer-un-
chaleco-salvavidas-con-condones.html

Subnivium:

- https://elpais.com/ciencia/2023-01-21/subnivium-un-mundo-secreto-repleto-de-vida-
bajo-la-nieve.html
- Pulpos tienen tres corazones
- La fe de los corazones dibujados en la superficie de un café con leche de avena
- El corazón de Shelley

Mi corazón.
Mi corazón un mosquito aplastado rellano de mi propia sangre, mi
corazón un axioma irredento, una piedra en el zapato, mi corazón
metrallada coagulada de una guerra pretérita que nadie ganó, mi corazón
un vertedero de corazones ajenos, mi corazón un ovni, un dálmata, un
poliedro. Mi corazón el danuvio azul tarareado, mi corazón un estigma
somatizado, una llaga invisible, una vagina de hipopotamo. Mi corazón
una uña, una zarza. Mi corazón una cagarruta. Una estrella extinta a la que
una civilización le puso nombre de diosa, mi corazón una paloma muerta,
una mina de corazones, mi corazón un pulmón que respira, una bomba de
relojería, un vaso de cicuta. Mi corazón un accidente de tráfico, una mano
que toca, un guiño de ojo de electrón. Mi corazón argamasa y blandiblú,
mi corazón escarcha de venus y aridez de desierto de luna de Júpiter. Mi
corazón una corriente de aire, una estirpe abortada de poetas, un parto,
un aborto, corazón útero y placenta, corazón óvulo y espera, corazón
orgasmo que es todas las cosas del mundo y, al mismo tiempo, es nada.
Si tu no estás aquí para darle cuerda con tu presencia cada mañana. Para
que pueda ser, simplemente, un corazón.
¿Cuánto cuesta un corazón? Ok

¿Cuánto cuesta un corazón? Me quiero comprar uno en las rebajas de


órganos dolientes del mercado negro de las humanas flaquezas. Y
trasplantarlo a corazón abierto y en carne viva y sin anestesia a mi pecho.
Para sentir latir otra vez mi pulso como antaño y salirme de esta amnesia
de crepúsculos en duermevela y volver a oír al pájaro carpintero que
anidaba en mi esternón.
Quiero comprar un corazón, quiero de nuevo concebir el vértigo en las
uñas y en mis pies el borde filoso del destino y un orgasmo en la sien y un
calambre de retina desollando mi mirada.
Quiero un corazón reluciente y sincopado con el que poder tener abortos
cardiovasculares por tus rechazos. Quiero sentir la crueldad de mis
ventrículos ante tu indiferencia, quiero que puedas auscultar mi atávico
desamparo pegando tu oreja a mi tórax y saber que oyes el propio runrún
de mar interior de caracola de tu soledad.
Quiero un corazón acorazado y costra blanda. Quiero un corazón lapa y
puercoespín, corazón estrella de neutrones y corazón menhir desde el que
esculpir, apenas, una pestaña.
Un corazón que se sea convenientemente apedazado y recosido de sus
heridas con la ancestral técnica del kintsugui. Y que, entonces, se
revalorice con sus cicatrices.
Será así un corazón atroz que habrá vivido mil batallas, que amará y
desamará con turbulencia, que resonará en el eco de los somieres y que
se dilatará y contraerá como una vagina parturienta.
Un corazón en desbandada y descarriado, un corazón desbocado en sus
insistentes sístoles e infatigables diástoles por alcanzar a ser
correspondido algún día por otro ser al que mi corazón le corresponda.
Y, entonces, en la cúspide de su existencia electrocardiovascular,
regalárselo a esa persona a cambio de nada.
El corazón de Shelley:
Mary Shelley guardó por más de treinta años el corazón de su marido
Percy envuelto en un poema.
Ella que parió a Frankestein mantuvo esa víscera en su posesión por más
de tres décadas quien sabe si con la intención de a partir de ese órgano
putrefacto recomponer a su amado algún día y regresar con él. Volver a
esa playa de Viareggio en Génova y desamortajar de esa pira funeraria
que tan románticamente plasmó el pincel del pintor Louis Edouard
Fournie en su cuadro "El funeral de Shelley" el cuerpo de su amado antes
de que sea devorado por las llamas. Desandar la penumbra de tener que
llorar por tres días la espera de que regresara de su salida en su endeble
barco que el mismo Shelley bautizó como "Don Juan" en honor a su amigo
poeta Lord Byron con el que partió de Livorno a las 3 de la tarde del 8 de
julio de 1822. Regresar al último instante en que se vieron y volver a sentir
su pecho sobre los pechos de ella y devolverle el corazón que con tanto
celo guardo al hueco vacío detrás de su costillar.
Y asegurarle, como aseguraban loas romanticoas, que le querría siempre,
que su rostro resplandecería inerte en un cuadro de Fournier a pesar de
que en la realidad los peces lo hubieran destrozado a mordiscos después
de tres días flotando en el mar, que su amigo Lord Byron se lanzaría
vestido al mar en medio del funeral, que después de tener que avivar la
pira uno de los presentes diría que habían arrojado más vino de lo que el
poeta bebió en toda tu vida, que ella sería más viuda de él que madre de
Frankestein, que se cumplió su vaticinio de, como él le dijo un día al llegar
a la Toscana, haber encontrado al fin la ciudad ideal para morir, que el
mar ejerció de ese ácido prúsico que un día compró para tener esa llave
de oro con la que poder escapar.
Quizá, al final, leerle al oído los hipotéticos versos de Keats que pudieran
ser los escritos en el poema con que guardó ese corazón ahora devuelto.
“¡Silencio! No está muerto, no está dormido, / se ha despertado del sueño
de la vida”.
La fe de los corazones dibujados en la superficie de un café con leche de
avena
¿Qué sentido tiene que en la cafetería Sandwichez donde voy cada
mañana me sigan poniendo in-sis-ten-te-men-te un dibujo de un corazón
hecho con la espuma del café con leche de avena?
Es curiosa la persistencia de esta franquicia en la simbología del eros
mientras ninguna historia de pasión sucede, mientras el desamor campa a
su libre albedrío por la ciudad y ya nadie se enamora de nadie. O, al
menos, yo no me enamoro de ti.
Si estuviéramos en otro siglo escribiría un poema o le ofrendaría flores o
un pájaro Dodó a alguna diosa de la naturaleza que intermediara en esta
desazón. Pero en esta contemporaneidad lo único que intenta salvar el
planeta de este ascetismo mortal es el ritual matutino de la camarera
haciendo la forma de un corazón con la espuma de la leche de avena.
Si, al menos, este no fuera un evidente corazón en forma de pera y, por
ende, necesariamente obcordado quizá me insuflaría un atisbo de
esperanza. Pero ver ese órgano periforme de bruma deformarse
lentamente sobre la superficie del café y al mismo tiempo contra mis
cansadas retinas mañaneras tan solo parece recordarme la futilidad de
todo, que ningún sentimiento llegará para salvarnos de la angustia de la
nada irreverente y el caos putrefacto que se cierne sobre la piel de las
cosas, así es en la evidente faceta del corazón deshilachándose en
minutos, mientras se entibia y se contrae, así en el desgaste de la
superficie de las mesas y las sillas, el lustre de las fachadas de los edificios
y las aceras del otro lado del cristal, la podredumbre del cielo ahogándose
de sí mismo a cada instante un poco más o los despojos de ese sol
agonizante que un día habrá de morir.
Ni hablar de la cárcel de mi cuerpo que i-rre-me-dia-ble-men-te se irá
acercando al linde de la putrefacción y la descomposición, aun a pesar de
la insistencia de ese otro corazón corporativo que anida en mi pecho e
insiste también matutinamente a seguir ofrendando al dios eros su
voluntad de palpitaciones a la espera de que alguien de sentido a tamaña
desproporción de latidos.
Ahora, la pera esta en forma de corazón que la camarera ha tenido la
osadía de plasmar hoy en el café con leche ya ha quedado disuelta con el
resto del líquido y, de hecho, ya reposa en las entrañas de mi vientre. Ahí,
supongo, los jugos gástricos y la flora intestinal tendrán a bien acogerla en
la metamorfosis de los elementos hasta que de algún modo, estómago e
intestinos mediante, pase a formar parte de mi ser.
Habré así tragado otro día más otro corazón nebuloso cuyos átomos se
disolverán para convertirse en células epiteliales con las que tal vez un día
tocarte, en pelos del antebrazo que un día quizás se enerven por ti, en
pestañas que se estremezcan ante tu visión, en lágrimas que quién sabe
emanen tristeza o alegría por ti, en algún trozo de ventrículo o aorta de un
órgano real que pudiera a lo mejor latir, aunque fuera periforme,
espumoso y obcordado, por ti una mañana cualquiera al son de la
persistencia de las mesas, las aceras, el sol, las fachadas de los edificios y
la obstinación de las camareras que siguen creyendo en la fe de los
corazones dibujados en la superficie de un café con leche de avena.

Corazones.

Tengo un corazón lleno de arrugas llagado por las pústulas del desengaño y la traición que pide
sepultura y anatema a pesar de ser todavía un corazón virgen casi por estrenar. Que en su
carne de escroto bombea semen por todo el ourobouro del riego sanguíneo de mi ser.

Tengo un corazón biónico regido por la clepsidra positrónica del reloj biológico que predice la
muerte del cosmos y corazón costrablanda equivocado epigenéticamente para deleite de sus
sacrosantos enemigos. Corazón enterrado por las devotas sepultureras del tiempo vivido, por
las adalides del olvido del climax de un latido. Corazón blandiblú y, al mismo tiempo, corazón
tungsteno que resiste la erosión de los inviernos, corazón menhir erigido como tótem de todo
aquello que resiste resilente al imperativo del tiempo, cruel ruina de civilizaciones
desaparecidas empeñado en bombear un día más, en no permitirse colapsar nunca, por anhelo
de belleza y persistencia.

Corazón zurullo que se adhiere a todos los residuos de tu cuerpo, hediondo y pútrido
tubérculo de heces que aglutina desamparo y pestilencia. Corazón de ácaro tan diminuto y
corazón de dinosaurio enorme y extinto. Corazón lleno de caries en las fauces que devoran
como Cronos a su descendencia nonata. Corazón egoísta y apostata que reniega de su especie
y luego implora clemencia a la corona de espinas que lo circunda y al cordon umbilical que que
lo sujeta desde sus venas cavas o ahortas.

Corazón sangrante y magenta, en cuyas entrañas late otro corazón más chiquitito que contiene
infinitos corazones en picado hacia el pozo oscuro donde habita tu verdadero corazón. Aquel
que un día se rompió de tanto usarlo, aquel que un día se paró sin aun haberlo estrenado.
Corazón acorazado que quisiera acurrucarse en tu pecho y descansar una noche de la
obligación de sostener la realidad. Para renacer parido desde tu corazón vagina, corazón
placenta, corazón pulmón, corazón corazón, corazón metáfora de ti y de mi, de la vida, del
universo, de todo aquello que resiste a cada segundo un segundo más.

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