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Región Xalapa
Antropología Histórica
Presenta:
Diego Aimar Gómez Hernández
Docente:
Pedro Jiménez Lara
Diciembre de 2022
Introducción
Antes de iniciar con el tema cabe recalcar que el análisis será desde un punto más arqueológico
que antropológico. Debido a las circunstancias de la escasa información que hay respecto a este
grupo cultural en este ámbito específico, la mayor parte del trabajo es una interpretación que
puede ser puesta en duda respecto a los elementos expuestos. También me gustaría aclarar
algunos puntos de acuerdo con los conceptos que se van a revisar.
Primero, para efectos del trabajo decidí tomar el concepto de religión expuesto por Diehl
(1988), el cual la define como “el fenómeno humano que se concentra en la creencia de espíritus
no humanos” (p. 166). Me pareció la definición más adecuada para englobar no solo a la religión
olmeca, sino a todo el sistema mesoamericano que se desarrolló posteriormente y que mantiene el
mismo hilo del culto a las energías que no pertenecen al nivel humano.
Por cuestiones de evitar mezclar esta definición de religión con el significado convencional
que se le da al vocablo, no usaré la palabra “dioses” para referirme a los seres sobrenaturales a los
que adoraban y en cambio usaré las palabras “energías” o “deidades”. Además, los significados
de estas se apegan más a su cosmovisión.
Cabe añadir que el análisis de la religión olmeca se centrará en 3 puntos específicos.
Iniciaré con deidades y ofrendas; una revisión del panteón olmeca y la forma de honrar a sus
energías. Continúo con intermediarios espirituales; una mirada a los encargados de establecer el
vínculo entre el mundo humano y sobrenatural. Y concluyo con la relación de los dos ámbitos
anteriores con la cosmovisión que estos desarrollaron.
Segundo, en cuanto al tema de la simbología en el arte olmeca, me decantaré por un estudio
más cercano al campo de la lingüística. Concretamente haré uso de la semiótica y el signo
lingüístico que, según Saussure (1916), se trata del conjunto formado por su significado y su
significante (un concepto y una imagen acústica) (pp. 93). Complementado con Peirce (2004) y
su concepto de semiosis que indica que todo signo es considerado como tal mientras cumpla la
relación triádica entre representamen, objeto e interpretante (pp. 10).
Es decir, se estudiarán algunas piezas y motivos olmecas que guarden una relación estrecha
o ligera con este concepto de la muerte. Específicamente me centraré en 3 elementos; altar 4 de
La Venta, monumento San Martín Pajapan 1 y el motivo de la Cruz olmeca o Cruz de San
Martín. La metodología será la misma en la revisión de los entierros.
Desarrollo
Religión
Simbología
Para analizar con mayor profundidad este asunto, habré de centrarme en ciertos elementos más
específicos que permitan estudiar de mejor manera la relación del hombre olmeca con este culto y
fascinación por las montañas y cuevas. En concreto revisaré en un primer momento el Altar 4 de
La Venta (véase anexo 2).
En primera instancia, esta escultura se trata de un enorme bloque de piedra esculpido por
2 de sus laterales y el frente. El frente es la parte que ocupa la mayor importancia simbólica
dentro de la obra, pues es donde se halla la representación de la cueva realizada por medio de un
vaciado que genera el nicho del cual se encuentra emergiendo la figura de un personaje. Como ya
mencioné anteriormente, este monumento se repite en varias ocasiones dentro del arte olmeca.
La particularidad de esta escultura en concreto se encuentra en el detalle que tiene no solo
el personaje sino todo el conjunto general. El personaje en un principio parece contar con varios
adornos encima como brazaletes, collares, orejeras y el casco tan representativo de los olmecas.
Este tipo de monumentos siempre se suelen adjudicar a que se trataban de tronos de gobernantes,
pero no necesariamente debe ser así y esto se puede deducir por la carga sagrada que implica la
obra.
Dentro del marco de donde emerge el personaje se pueden observar grabados simétricos a
ambos lados, lo que coloca al sujeto como el objeto divisor entre ambos lados de la escultura. En
la parte superior se puede observar el motivo de la doble banda cruzada que analizaremos más
adelante. Mientras tanto, el acto divisor que se encuentra implícito puede ser una referencia a los
puntos cardinales y a la diferenciación del este-oeste y norte-sur. El personaje que se encuentra
emergiendo desde abajo y totalmente conectado a la tierra es una clara representación de la salida
del inframundo. Pero para entender mejor el porqué de esta asociación hace falta observar el
monumento de San Martín, Pajapan (véase anexo 1).
El monumento conocido dentro de la región de donde fue extraído como Dios Jaguar¸
también es llamado Chane. Antes de que este fuera retirado del lugar donde se encontraba, era un
objeto de culto entre los múltiples pueblos cercanos a este sitio. Hallado entre los dos picos del
volcán, se creía que era una deidad relacionada al fuego, sin embargo, en las creencias populares
de los lugareños, este se trata del Dueño del monte.
Muchos de los motivos que lo rodean en su contexto geográfico lo colocan como una
energía relacionada con el agua y la lluvia. Se puede deducir a partir del paisaje que forma al
volcán San Martín. Un sitio donde ríos y arroyos confluyen de manera natural, además de una
barrera contra el mar lo que causa la concentración de las lluvias o las precipitaciones. La
planicie donde se halló el monumento forma uno de los motivos olmecas populares el cual se
trata de la hendidura en forma de “V”. La cual está relacionada a todos estos aspectos
sobrenaturales de la fusión entre el humano-jaguar.
La importancia de esta escultura parece más importante de lo que se piensa, ya que el
volcán San Martín es observable desde otros sitios donde floreció la cultura olmeca, como lo es
San Lorenzo y La Venta. Lo cual puede llegar a significar que este era un punto de peregrinación
donde se solían llevar ofrendas para solicitar abundancia y prosperidad dentro de los campos.
Pero esta deidad tiene otra cara.
El nombre de Chane lo lleva consigo debido a que se cree que también es el señor que
rige el inframundo olmeca y por ello, el mismo personaje que aparece en todos los “tronos”
olmecas. Dicho de otra forma, es la manifestación terrenal del mundo sobrenatural y ya que no
hay demasiadas representaciones del cielo olmeca, muy probablemente se trate del ícono que
represente la parte del mundo subterráneo.
Otra de las razones por las cuales se llega a creer esto es por el objeto que sostiene en sus
manos y la posición en la cual está esculpido. Sin mucho esfuerzo se puede observar como el
personaje más que estar hincado está intentando levantarse mientras sostiene lo que puede ser
interpretado como el pilar o el centro del universo.
Para los nahuas que habitan esta región, el inframundo es un lugar de abundancia donde
los elementos relacionados con la naturaleza pueden florecer de manera libre y en abundancia.
Dentro de la región de Los Tuxtlas, se cree que es el mismo sitio donde los espíritus conocidos
como Chaneques habitan y viajan a través de este mundo que se oculta en las entrañas de los
cerros, cuevas y montañas. De ahí es donde viene el nombre de Chane que se le da al monumento
del volcán San Martín.
No sería extraño que los olmecas tuvieran esta concepción del universo, pues su símbolo
de la doble banda cruzada (véase anexo 3) que aparece en incontables glifos y monumentos es un
ejemplo claro de que entendían al universo como una región dividida. Aunque no expresen en el
mismo motivo la existencia de los 3 niveles a los que el resto de los pueblos mesoamericanos
acuden, bajo el precepto de que tenían presente un mundo subterráneo, se puede decir que si
existía una división hacia los 4 rumbos dentro del universo.
La imagen de la cruz olmeca (con o sin círculo/rombo en su centro) alude naturalmente a esta concepción
espacial. Podemos afirmar que el motivo de las bandas cruzadas es un cosmograma. Los signos “cuatro
puntos y barra”, cinco puntos y la flor de cuatro pétalos proceden de la misma lógica (Magni, 2014, p. 13).
Entierros
Por último, para comprender la concepción de la muerte entre los olmecas no puede ser mejor
entendida sin el análisis de sus prácticas mortuorias, ya que “los entierros muestran las prácticas
rituales y las concepciones religiosas que tiene el grupo de individuos que se investiga” (Deiana,
2014). En este caso me centraré en los entierros de 3 sitios: San Lorenzo, Loma del Zapote y El
Manatí.
En el sitio de Loma del Zapote fue encontrado lo que aparenta ser un entierro de ofrenda
sacrificial. Se llega a esta conclusión debido al estado de los huesos y a la disposición
desordenada, además de la ubicación que está junto a un monumento, por lo cual puede ser que se
haya tratado de cierto tipo de evento ritual.
En San Lorenzo, uno de los entierros que destacaron fue un entierro colectivo donde se
lograron identificar a 6 personas, de las cuales 5 se encontraban en un estado terrible debido a
que seguramente fueron sacrificados; solo 1 estaba totalmente íntegro. Pudo haberse tratado de
un caso similar al anterior y la persona que no fue sacrificada debió haber tenido un papel alto
dentro del estrato social. Dentro de esta misma zona fue donde se hallaron algunos cuerpos
cubiertos con pigmento rojo proveniente de un mineral denominado como Cinabrio. Esta práctica
en Mesoamérica tenía un significado sagrado, ya que el rojo usado en el tratamiento de sus
muertos simbolizaba la sangre, cuyo significado es renacer (Ladrón de Guevara y Fuentes, 2020).
Por último, el entierro de El Manatí se trataba de todo un contexto ceremonial muy bien
desarrollado donde se encontraron múltiples ofrendas al pie del cerro y cerca de unas estatuas
había restos óseos de recién nacidos. Probablemente fueron sacrificados bajo el mismo contexto
como una ofrenda a las energías de la montaña o el agua.
Estos entierros comparten la cualidad de que la mayoría eran ceremoniales, lo que indica
que el sacrificio era una práctica común entre el pueblo olmeca. Por consiguiente, la muerte era
sagrada. En el sitio de San Lorenzo surge información importante que puede indicar que el acto
de renacer ya existía en su cultura. Quizás no un renacer como un entendimiento directo de la
reencarnación, sino más bien como un acto de trascendencia. Es decir, el nacimiento en la
muerte, dicho de otra forma, tenían presente que la vida existía después de la muerte.
Conclusiones
La muerte entre los olmecas retrata como la cultura madre tenía bien cimentada una creencia de
trascendencia más allá de la muerte. El tema del inframundo quizás es la parte que puede ser más
cuestionada, pero solo en cuanto a la descripción de los nahuas actuales respecto al aspecto de
este, ya que está más que claro que si tenían presente a un mundo subterráneo donde habitaba
todo aquello que iba más allá del humano. A pesar de que su universo era entendido por niveles,
no existen muchas representaciones de lo que podría ser el cielo, aunque probablemente era
entendido como el lugar abundancia debido al significado que le daban a las montañas como el
puente de conexión entre los tres niveles. Otra posibilidad es que difirieran totalmente del
concepto moderno que tenemos de paraíso y para ellos la abundancia no se buscara arriba sino
abajo.
Son muchas incógnitas las que todavía quedan planteadas respecto a la verdadera
significación de la muerte en su sistema de pensamiento, pero espero este trabajo pueda ser útil
como un esbozo a grandes rasgos de lo que pudo haber sido.
Referencias
León Estrada, X. (2016). Entierros prehispánicos en el sur de Veracruz. Breve revisión del
formativo al posclásico. Estudios Mesoamericanos, 2(11), 43–55. Recuperado a partir de
https://revistas-filologicas.unam.mx/estudios-mesoamericanos/index.php/em/article/view/64
Ladrón de Guevara, S., & Fuentes Reyes, I. (2021). El rojo, color de los muertos: pigmentos en
los entierros de El Zapotal, Veracruz. Arqueología, (60), 139–150. Recuperado a partir de
https://revistas.inah.gob.mx/index.php/arqueologia/article/view/17033
Ortiz, A. (2019). El volcán San Martín Pajapan: una revisión contextual de sus vestigios
arqueológicos. Estudios Mesoamericanos, (2), 71–84. Recuperado a partir de https://revistas-
filologicas.unam.mx/estudios-mesoamericanos/index.php/em/article/view/135
Anexo 1:
Anexo 2:
Anexo 3: