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1989-2019. Representación política


en una época de desgarramiento social
Mariano Sánchez Talanquer

E ste ensayo es un recuento de los grandes ejes de cambio en una sociedad que en treinta años se volvió
otra y del papel de un partido político en la absorción de extraordinarias tensiones producidas por ese
cambio. Como todo recuento es incompleto, pero trata de resaltar las muchas necesidades y fracturas
sociales que en el México convulso de las últimas décadas, habrían quedado políticamente mudas sin el
Partido de la Revolución Democrática (prd). Es por tanto una valoración retrospectiva, fundada en hechos
y la experiencia de otros países, de la contribución representativa de ese partido —con su oposición
indisciplinada, tenaz, a menudo incluso intransigente— a la todavía corta convivencia democrática
nacional.
Dos aclaraciones iniciales, a propósito de las transformaciones que han sacudido a la sociedad mexicana.
Primera: su raíz es sobre todo económica y económica en los últimos treinta años quiere decir también
global. La esencia de esa reorientación vertiginosa es la extensión del liberalismo de mercado, que alteró
mucho más que la producción y el intercambio de bienes materiales. Como escribió Polanyi tras la ola
globalizadora del siglo diecinueve, la que se estrelló con la Gran Depresión, el fascismo y el comunismo, el
sistema económico está entretejido con las instituciones y las relaciones sociales. Esta
vez como antes, el tránsito hacia el modelo de mercado “cre-
ció hacia una enormidad sociológica” (Polanyi 2014, 333). Sus
efectos se extendieron por el cuerpo social — disolviendo lazos
organizativos, clausurando viejos canales de representación de
intereses, introduciendo nuevas inseguridades y fomentando
la individualización de la experiencia vital. Un nuevo régimen
económico, centrado en el mercado, dislocó a la sociedad.
Ese proceso incubó en todos lados un descontento típica-
mente fragmentado, pero que más tarde o más temprano ter-
minó por irrumpir en la arena política, de diferentes formas. A
veces, como sucedió en varios países latinoamericanos al cam-
bio de milenio, explosiones populares hundieron a los partidos
tradicionales vinculados con el “neoliberalismo”, desbordaron
a la democracia representativa y alimentaron movimientos de
“refundación” constitucional. Otras, como ocurre en los reaco-
modos actuales en países de capitalismo avanzado, las secuelas
de la Gran Recesión se combinaron con resentimientos acumu-
lados entre los perdedores de la globalización para cristalizar
en virulentas reacciones antielitistas, nacionalistas y xenófo-
bas: Lock her up! y Make America Great Again.1
En México, sostengo, las fuerzas desatadas por el avance
de la sociedad de mercado tuvieron temprana y virtuosamen-
te al prd como representante democrático —una expresión
política de muy reales afectaciones sociales que, en otros lu-
gares, carecieron por largo tiempo de cauce y voz partidista.
El déficit representativo en varios sistemas partidistas, en la

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Ambos, eslóganes de la campaña de Donald Trump a la presidencia de Esta-
dos Unidos. Lock her up! (¡Enciérrenla!) era el canto utilizado por los seguidores
de Trump para referirse a Hillary Clinton, la candidata Demócrata en 2016,
identificada por sus críticos como una figura del establishment cercana a intereses
financieros y empresas multinacionales.

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era de la globalización económica, empobreció la democra-
cia y la volvió vulnerable a más violentas reacciones futuras.
Aquí, por el surgimiento del prd en el ocaso del régimen
político posrevolucionario, la protesta pudo ser predominan-
temente electoral.
Segunda aclaración: no por enfatizar las varias metamorfo-
sis a las que el país ha estado sujeto paso por alto las varias con-
tinuidades de la historia, por encima de todas, la desigualdad
que recorre a las instituciones sociales. Por el contrario, parto
de la observación de que las transformaciones de las últimas
décadas cargaron con una pesada herencia de exclusión social,
que muchas veces no sólo no pudieron corregir sino agrava-
ron. La desigualdad siguió siendo signo de los tiempos, pero
merced al cambio económico y la redefinición del papel del
Estado, reencarnó en nuevas modalidades. Se extendieron en-
tre la sociedad formas de precariedad distintivas del modelo
económico liberal, es decir, propias de una exposición más in-
dividualizada y cruda a la operación de las fuerzas del mercado,
domésticas y globales.
Es sobre estas bases que sostengo que la irrupción del prd
en el mapa de la representación fue una válvula democrática
para el desfogue de nuevas presiones, ansiedades e inseguri-
dades que asaltaron a la sociedad. El prd, sugiero, es un parti-
do marcado desde su nacimiento por los rompimientos que la
adopción del liberalismo de mercado produjo en la sociedad.
El reacomodo fue tectónico. De la mano de la revolución en
las comunicaciones, el país se abrió al mundo, se disparó la
migración interna e internacional, mudaron las costumbres y se
revolucionaron los patrones de consumo. En algunas regiones y
sectores, el avance del liberalismo económico mexicano signi-
ficó inversión, dinamismo, mayor prosperidad. Globalización y

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mercado anclaron un proyecto de desarrollo e inserción en una
nueva modernidad.
Pero la penetración de los incentivos del mercado en más y
más esferas sacudió a tal grado al individuo, la familia, las aso-
ciaciones, la empresa privada y al propio edificio del Estado,
que modificó para grandes números el modo de pertenecer a
esta sociedad. Al paso de crisis y recesiones económicas (1982,
1994, 2002, 2009), privatizaciones, medidas de austeridad
gubernamental y liberalizaciones fueron quedando múltiples
afectaciones, carencias e incertidumbres. Un consenso econó-
mico liberal se instaló entre las élites gobernantes, pero no en
la sociedad. En ella se mantenían las contradicciones de intere-
ses y visiones. Surgían nuevas oportunidades y ganadores, pero
también nuevos agravios y desigualdades.
La significación política de esas nuevas tensiones fue el prd
—un gran receptáculo de intereses desamparados en tiempos
de cambio. En plena turbulencia, el partido asumió la tarea de
controvertir, desde la política electoral, aspectos fundamenta-
les del liberalismo de mercado y su forma de implementación
local (desde arriba, oligárquica y plagada de conflictos de inte-
rés, cuando no de dura corrupción). En tanto partido opositor
surgido con prontitud del quiebre programático del pri con el
nacionalismo revolucionario, logró dar traducción política a un
malestar de nuevo cuño —el malestar de la sociedad de merca-
do del cambio de siglo, en su versión mexicana.
En una palabra, el prd es el protagonista del encauzamien-
to institucional de las convulsiones sociales desatadas por un
nuevo régimen económico, en la década final de la larga tran-
sición mexicana a la democracia y bajo ese régimen, después.
Por “encauzamiento institucional” no quiero decir la supresión
del conflicto entre intereses, propia del autoritarismo. Tampoco

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su disolución o la reconciliación final de las contradicciones,
sueño de distintas corrientes e ismos. Conflicto y antagonismo
son asumidos aquí como intrínsecos a la adopción de medidas
vinculantes (respaldadas por la fuerza) dentro de una comuni-
dad en condiciones de pluralismo político. Es decir, aceptados
como inherentes a la sociedad misma —contra la pretensión
de poner fin al disenso y la contestación legítima mediante la
sumisión a una entidad única y superior, que emparenta a la
tecnocracia con el populismo: la Verdad científica en un caso,
la Voluntad del “pueblo” en el otro.
Hablo del procesamiento institucional del conflicto, en
cambio, como el despliegue de visiones políticas contrapuestas
dentro de márgenes comunes, compatibles con la libertad polí-
tica colectiva —con la posibilidad de las asociaciones humanas
de autodeterminarse mediante procesos libres de selección de
gobernantes. Me refiero a la coexistencia humana sin descenso
en espirales de violencia política, quiebres del orden constitu-
cional ni exclusión de demandas extendidas en la comunidad
política, de un tipo o de otro. En regímenes democráticos, ello
depende de la representación de los intereses no solo distintos,
sino contrarios, por parte de actores colectivos —los partidos—
que luchan entre sí en una arena habilitada para ese fin —las
elecciones libres y equitativas.
El procesamiento institucional del conflicto, argumento aquí,
fue lo que la presencia del prd hizo posible para el México de
cambio de siglo. En treinta años, ese partido dio forma y expre-
sión democrática a agravios tangibles de amplios segmentos de
la población mexicana, reclamos que surgían de una reconfigu-
ración económica y social profunda —en varios sentidos, una
desestructuración de la sociedad. Lo hizo además en una época
histórica determinante. Con el sistema de mercado redefiniendo

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intereses, trastocando la sociedad y creando nuevas vulnerabi-
lidades sobre el trasfondo de la vieja desigualdad estructural, el
prd recogió el grueso del descontento existente y lo situó en la
arena electoral. Ante viejas y nuevas formas de exclusión socioe-
conómica, se erigió como factor de inclusión política. Por esa
crucial labor representativa, desplegada a contracorriente, fue un
agente democratizante al fin del siglo veinte, y después, entrado
el veintiuno, de estabilización democrática.

Plan de ruta
Las páginas siguientes discuten los grandes parámetros del con-
vulsionado entorno económico, social y demográfico en el que
el prd se abrió paso, hasta convertirse en un protagonista de la
competencia electoral durante treinta años. El repaso abarca la
transición demográfica; el control del territorio, la urbanización
y gestión de los servicios públicos; y el cambio de modelo de
desarrollo hacia el mercado. En este último punto, me concen-
tro en tres de sus derivaciones principales, a saber, la precari-
zación del trabajo, la profundización de brechas regionales y
la gestación de un nuevo tipo de formación social, más fluida
e individualizada. Sacrifico profundidad en aras de ofrecer una
visión de conjunto, pero en cada uno de los temas, subrayo la
función ejercida por el prd: desahogar en el sistema electoral
representativo los nuevos malestares de la sociedad mexicana
que, entre reformas económicas y la reorientación del Estado,
cruzaba del siglo xx al xxi.
El ensayo concluye con una reflexión sobre la forma en la
que el prd determinó la trayectoria del sistema político mexi-
cano en la era final del autoritarismo priista y las primeras dos
décadas democráticas. Este análisis se funda en una compara-

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ción con otros países latinoamericanos que, sujetos a tensiones
similares por el giro regional (y global) hacia el liberalismo
de mercado, carecieron de un vehículo partidista como el prd,
que controvirtiera aspectos fundamentales del nuevo modelo y
expresara la inconformidad de sectores sociales afectados.
En esos casos, un déficit representativo terminaría engen-
drando exitosos movimientos antisistémicos en los albores del
siglo xxi, como el Chavismo venezolano o el Masismo bolivia-
no. Estos movimientos reactivos dieron voz a grupos que habían
sido excluidos de la representación política en las décadas del
“consenso de Washington” y lanzaron un cuestionamiento pro-
fundo a las jerarquías sociales. Sin embargo, su llegada al poder
desembocó típicamente en una erosión de libertades y un des-
equilibrio en las condiciones de competencia electoral —es de-
cir, en la desinstitucionalización de la democracia constitucional.

Implicaciones y contribuciones
Además de perseguir una mejor comprensión del papel del prd
en la trayectoria política del país, este análisis de los fundamen-
tos económicos y sociales de su respaldo electoral reviste un
interés teórico más general. La mayoría de los estudios sobre
el sistema de partidos en nuevas democracias como la mexica-
na consideran que la perspectiva sociológica es de poca ayuda
para comprender el comportamiento electoral. En comparación
con democracias avanzadas, las identidades partidistas en el
país están poco extendidas en el electorado y son relativamente
débiles e inestables aun entre simpatizantes, con la excepción
de un pequeño núcleo duro que garantiza solo unos cuantos
puntos porcentuales. En cada elección, los partidos se juegan el
grueso de su apoyo.

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Más aún, contra algunas expectativas teóricas (Converse
1969), el paso del tiempo o la habituación a la competencia
democrática no han cambiado este panorama. La identificación
partidista permanece restringida a una minoría y, si acaso, se
ha debilitado en el tiempo. Los estudios empíricos resaltan, por
tanto, la importancia de las campañas electorales y factores de
corto plazo en las decisiones de un electorado con opciones
estables en la boleta, pero volátil a nivel de masas. A falta de
lealtades incondicionales que estructuren el comportamiento
individual elección tras elección, las decisiones de voto son
muy susceptibles a variables coyunturales, como las caracterís-
ticas de los candidatos, las evaluaciones del gobierno en turno o
la exposición a los mensajes publicitarios antes de los comicios
(Greene 2011). La estabilidad del sistema de partidos mexicano
—el más estable en América Latina, con el uruguayo— debe
más a la constancia en la oferta partidista en la boleta que a
adhesiones partidistas rígidas entre los votantes (Greene and
Sánchez-Talanquer 2018).
En el mismo sentido, se ha mostrado que variables demo-
gráficas asociadas a las divisiones sociales, como el ingreso
o la clase, la religiosidad, la educación, la edad o el género
tienen un poder explicativo limitado sobre el comportamiento
electoral. Según Lawson, “los factores demográficos predicen
sólo de manera débil las decisiones de voto. En otras palabras,
a pesar de la polarización aparente entre derecha e izquierda,
los ‘clivajes’ [divisiones] sociales a nivel de masas permanecen
tibios [en el sistema de partidos]”. En esta interpretación, la
competencia partidista en México no refleja fracturas e iden-
tidades sociales subyacentes, sino que el grueso de los votan-
tes está disponible para ser “capturado” por cualquiera de los
competidores, en cada ciclo electoral. El sistema representativo

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mexicano parece estar anclado sólo de forma superficial en ex-
periencias vitales derivadas de la posición de los individuos en
la estructura o la organización social.
El análisis que aquí se ofrece muestra que estas interpreta-
ciones aciertan sólo parcialmente al minimizar el peso de fac-
tores sociológicos en la arena político-electoral. Los votantes
mexicanos no están encapsulados en coaliciones electorales
herméticas, selladas por la clase social o la identidad étnica, la
religión, etcétera. Tanto el prd como el resto de los partidos han
tendido a movilizar un apoyo electoral heterogéneo. Esta clase
de partidos “atrapa todo”, no dependientes de bases sociales
específicas, son la norma en las democracias contemporáneas
y necesarios en un sistema presidencial, que exige formar una
gran coalición para ganar la presidencia. Su construcción fue
además clave para restar votos al pri como partido dominante,
un proceso que para el pan y el prd implicó sacrificar pureza
ideológica y enfatizar, hasta la elección de 2000, la división
autoritarismo-democracia, por encima de otras dimensiones de
competencia (Klesner 2005).
No obstante, sugiero que los patrones de reorganización
social y económica en los que los mexicanos han estado in-
mersos en las últimas décadas sí han tenido un peso determi-
nante sobre la estructura de la competencia política. Si bien las
características demográficas de los votantes no determinan en
forma automática sus preferencias electorales, la distribución
social y espacial del apoyo partidista indica que el voto perre-
dista —como el de otras fuerzas— ha estado considerablemen-
te influido por el nuevo régimen económico. En especial, por
su impacto desigual sobre distintas regiones y grupos sociales.
Los candidatos, el desempeño en el gobierno y el marketing
importan, pero las elecciones están lejos de ser simples compe-

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tencias publicitarias sin anclajes sociales. Los mexicanos han
tomado decisiones electorales en medio de una competencia in-
tensa, sin fuertes lealtades partidistas e influidos por múltiples
factores de corto plazo. Pero lo han hecho sobre el trasfondo
de una reconfiguración económica y social que, además de sus
oportunidades de vida, condiciona sus juicios y su visión sobre
los rumbos deseables. La experiencia social es un fundamento
indirecto, pero profundo de los alineamientos partidistas.
Finalmente, esta revisión pone de manifiesto las diferencias
entre la izquierda partidista en las democracias latinoamerica-
nas de la tercera ola y los partidos socialdemócratas de masas
de las democracias europeas, forjados en el marco de la Re-
volución Rusa, las guerras mundiales y la Guerra Fría. Esos
partidos son invocados con frecuencia por analistas como el
referente para la izquierda en el mundo. No obstante, es más
probable que sean una excepcionalidad regional e histórica que
un modelo replicable en el “Sur Global”, al igual que los Es-
tados fuertes que, surgidos de las guerras de movilización ma-
siva, usaron su músculo fiscal para construir robustos sistemas
de bienestar (Scheve and Stasavage 2016). Como se desprende
de las secciones siguientes, las condiciones estructurales en las
que partidos como el prd han movilizado apoyo electoral con-
trastan con fuerza con las que históricamente enfrentaron los
partidos de izquierda en las economías avanzadas.
Destaca sobre todo el hecho de que, en América Latina, la
competencia electoral libre se instaló en un contexto de baja (y
declinante) organización de los movimientos laborales, aunado
a la menor incidencia histórica del trabajo industrial; una muy
grande (y creciente) economía informal; Estados con debilida-
des institucionales también históricas; y fuertes restricciones
impuestas por la globalización al Estado-nación, agravadas

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además por las asimetrías de poder internacional. Estos con-
trastes han tenido implicaciones organizativas y programáticas
importantes. Para la izquierda en la región, han significado or-
ganizaciones partidistas menos robustas, mayor dependencia
de liderazgos caudillistas y bases sociales menos definidas por
el conflicto de clase “puro” entre capital y trabajo —aunque
en las últimas décadas, el apoyo de las clases más bajas a los
partidos de izquierda también se ha diluido en las democracias
avanzadas, en coincidencia con la intensificación de la des-
igualdad (Piketty 2019).2

Coordenadas del cambio social


Cambio demográfico y crisis de estatalidad
Comencemos por el inédito escenario demográfico sobre el que
se desplegó la competencia electoral durante y después de la
transición democrática. Las dinámicas demográficas, como las
placas tectónicas sobre las que se monta el resto de la vida so-
cial, dictan las grandes necesidades colectivas del presente y
el futuro. Se sabe que la segunda mitad del siglo xx mexicano
se caracterizó por un acelerado crecimiento poblacional, con
el consecuente aumento de la demanda de servicios hacia las
instituciones públicas —educación, salud, vivienda, etcétera.
En 1980, a las puertas de la crisis de la deuda y la “década per-
dida” de la economía, la población era 2.6 veces más grande
que treinta años antes, en 1950 (de 25.8 a 66.8 millones). Ya,

2
Como muestra Piketty, la base electoral de los partidos de izquierda en países
desarrollados ha tendido a migrar de las clases bajas hacia los sectores más edu-
cados, al tiempo que la riqueza se ha concentrado en lo más alto de la distribución
del ingreso.

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a partir de ese hecho, el país se enfrentaba a un enorme reto de
integración social.
Las políticas de reducción de la fecundidad adoptadas des-
de los setenta disminuyeron con éxito la tasa de crecimiento
demográfico. Pero aun así, la población aumentó inercialmen-
te en 14.4 millones entre 1980 y 1990; 16.2 millones entre
1990 y 2000 (otra década de crisis económica); 14.8 millones
entre 2000 y 2010, la primera década después de la alternan-
cia democrática en la presidencia; y otros 14 millones entre
2010 y 2020. En ese fenómeno poblacional básico estaban ya
inscritas varias de las presiones sociales que la política y los
partidos tendrían que procesar. En números gruesos, en los
treinta años de vida del prd —treinta años definidos por el es-
tancamiento económico (el pib per cápita crece apenas a una
tasa promedio anual de 1.18% entre 1988 y 2018, en términos
reales)— se agregan a la población del país 46.5 millones de
personas.
Las exigencias representativas que emanaban de la socie-
dad, las que el prd contribuiría a atender, tenían en esa dinámi-
ca poblacional un determinante estructural. El régimen priista
en su etapa final, y la naciente democracia mexicana, debieron
administrar las demandas de una sociedad mucho más masiva
que la del pasado, lo que quiere decir una sociedad necesitada
de los servicios del Estado en una escala nunca antes experi-
mentada. La ineludible demografía imponía esa realidad.
La demanda social se dispara, pero la capacidad pública de
respuesta se contrae. El gran crecimiento en el número absoluto
de mexicanos de las últimas décadas ocurre en un periodo en el
que la economía crece muy poco —cuando crece— y en el que
el Estado, presionado financieramente e impregnado del espíritu
del liberalismo de mercado de la época, reduce sus ambiciones

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de intervención social. Un indicador simple es suficiente para
dimensionar el cambio en la presencia del Estado en la sociedad:
en 1982, el gasto público representa el 42.2% del producto inter-
no bruto. Para el año 2000, se encuentra casi en la mitad, 22.6%
(Centro de Estudios de las Finanzas Públicas 2006).
La figura 1 da cuenta de la magnitud del achicamiento y
retiro del Estado, medido a través del gasto público real por
habitante. En 1980, el gasto programable del gobierno federal
más las participaciones a entidades y municipios se ubican en
$27,348 pesos por persona, a precios de 2018.3 Sabemos que el

Figura 1. Crecimiento poblacional y gasto público.


Cambio porcentual acumulado a partir de 1980

Fuente: Cálculos propios con base en la serie de gastos presupuestales del sector público del
Banco de México, el índice nacional de precios al consumidor de INEGI y las estimaciones
de población a mitad del año del Consejo Nacional de Población (CONAPO).

3
Conforme al índice nacional de precios al consumidor de INEGI (segunda quin-
cena de julio 2018 = 100).

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Estado corporativo priista no había logrado incluir a la mayoría
de la población en sus instituciones de seguridad social, salud
o vivienda ni aun en esos momentos de mayor gasto. Pero a
partir de entonces, tras la crisis de la deuda, las perspectivas
de avance se cancelan y en cambio, la desprotección aumenta,
pues el monto de gasto público por habitante se achica. En el
transcurso de la década de los ochenta, el gasto de gobierno per
cápita no hace sino descender de forma vertiginosa. Como se
aprecia en la Figura 1, hacia fines de los ochenta éste registra
una pérdida acumulada superior al 25%.
Es sobre ese trasfondo, el de un Estado que se encoje y gas-
ta menos en una población más grande y necesitada, que se
funda el prd en 1989. Para ese año, el gasto real por habitante,
en $16,359 pesos de 2018, es 40% menor al de 1980. La cri-
sis de 1994, además de su efecto general de empobrecimiento,
vuelve a golpear el gasto público por persona. Éste empieza a
recuperarse con lentitud a fines de la administración de Ernesto
Zedillo, pero el hecho decisivo es que todos los ochenta y no-
venta son, en términos netos, de disminución de los recursos
que destina el Estado por persona para financiar los derechos
ciudadanos. Los niveles de gasto por habitante de principios
de los ochenta vuelven a observarse sólo hasta mediados de
los 2000, merced al aumento en los precios del petróleo del
que gozaron los gobiernos panistas entre 2003 y 2008 (buena
parte erogado en gasto corriente). Y para fines de los 2010, se
encuentran otra vez estancados.
Dicho en breve, en las últimas décadas del siglo xx se su-
man varios millones a la población del país, justo cuando el
Estado pierde capacidades de gasto y provisión social. Esta
combinación profundiza desigualdades, engendra obvios ma-
lestares e inaugura una larga época en la que los individuos

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deben recurrir a sustitutos privados, siempre imperfectos, para
tratar de compensar la sub-provisión de bienes y servicios pú-
blicos, desde la seguridad hasta la salud. Se gesta desde enton-
ces una crisis de estatalidad que modela el presente mexicano
y, entre otras cosas, limita estructuralmente la satisfacción ciu-
dadana con la democracia en las décadas siguientes.
¿Cómo se desahogan los malestares derivados de ese va-
ciamiento del Estado, que vemos reflejado en sus niveles mis-
mos de gasto por persona? La apertura democrática permite
la expresión del descontento en las urnas, además de que las
libertades civiles amplían el espacio para la crítica y la protes-
ta. Muchos mexicanos votan con los pies, cruzando la frontera
norte. Pero la capacidad del sistema representativo de recoger
las energías sociales dentro del nuevo marco democrático su
funda, en gran medida, en la presencia del prd dentro del menú
de alternativas. Como partido contestatario, antielitista y de rei-
vindicación de la vieja imagen del Estado posrevolucionario,
ahora volcado hacia un proyecto de modernización inspirado
en el libre mercado, el prd es el principal cauce institucional
para la inconformidad.
Junto con el crecimiento poblacional grueso, se suscitan
otros cambios demográficos importantes, fuentes en sí mismos
de varias demandas desatendidas. Uno de ellos ocurre en la es-
tructura por edades. En 1970, la población dependiente (0 a
14 años y mayor de 64) es casi tan grande como la población
en edad de trabajar (15 a 64 años), pero a partir de entonces la
fuerza laboral crece en relación con los dependientes. Es decir,
México empieza a convertirse en un país predominantemen-
te joven. Para 1990, un año después de la fundación del prd,
existen 74.7 personas en edades dependientes por cada cien en
edad productiva, una relación que continúa disminuyendo con

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rapidez a 64.3 en 2000 y 52.8 en 2015. En 1995, en plena crisis
económica, la edad mediana en el país es de sólo 21 años.
Esta estructura poblacional, aunada al aumento en el nú-
mero absoluto de jóvenes —para 2015 hay 12.1 millones más
de personas entre 15 y 29 años que en 1980— se traduce por
definición en mayor demanda de educación superior y de em-
pleo, necesidades que sin embargo el Estado y la economía sa-
tisfacen, de nuevo, de manera insuficiente y desigual. El “bono
demográfico”, por lo general, no logra capitalizarse por la débil
capacidad de absorción del mercado laboral y la baja calidad
del trabajo, además de los problemas de matrícula y calidad en
el sistema educativo. Y la ventana de oportunidad comienza
a cerrarse, pues México se dirige hacia una nueva transición
demográfica en forma acelerada. La población en edad activa,
necesitada de empleos, sigue creciendo, pero también lo hace
ya con rapidez la población en edades avanzadas, con las nece-
sidades de salud, cuidado, pensiones, etcétera que ello implica.
De los 16 adultos mayores (60 y más) que existían por cada
cien niños y jóvenes (0 a 14 años) en 1990, en 2015 la cifra
sube a 38, un reflejo también de la reducción en la fecundidad.
La fricción entre el proceso demográfico y el de desarro-
llo económico produce además otros cambios en la ocupación
del territorio, la migración y en la familia misma. Las mujeres
se incorporan en grandes cantidades al mercado laboral para
contribuir a la generación de ingresos familiares, trabajo que
típicamente se agrega al del hogar. Como estructura organiza-
cional, la familia se vuelve más compleja, menos tradicional,
no sólo por cambios culturales —de suyo notables— sino por
la necesidad económica, el aumento de la población en edad
avanzada y la frecuencia con que se comparte la vivienda con
parientes u otras personas, así como la alta migración (Welti

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Chanes 2015). Así, aumentan los hogares monoparentales y los
encabezados por mujeres, estos últimos de 17.3% en 1990, a
29% en 2015. Para 2017, el hogar biparental tradicional corres-
ponde ya solamente al 53.8% del total de hogares en el país.4
La arena electoral no es ajena a estas transformaciones sub-
yacentes, que cambian el rostro de la sociedad mexicana en el
mismo periodo en que la política se democratiza. Si nos aden-
tramos en la geografía electoral y sociodemográfica de manera
simultánea, surgen algunos patrones reveladores. La figura 2
muestra la relación entre el porcentaje de hogares con jefatura
femenina en los municipios del país en 2010, en el eje horizon-
tal, y el porcentaje de votos obtenido por los candidatos presi-
denciales en la elección de 2012, en el vertical.
Como puede verse, el desempeño electoral del prd es supe-
rior, en promedio, en municipios con mayor proporción de ho-
gares encabezados por mujeres, una relación fuerte que existe
también para las elecciones presidenciales de 2000 y 2006.5 El
apoyo por el prd ronda el 40% en los municipios con mayores
índices de jefatura femenina de los hogares, contra un 20% en
los de menor. Esta relación se mantiene positiva después de to-
mar en cuenta otras diferencias existentes entre los municipios,
como los niveles de escolaridad, pobreza y desarrollo económi-
co, acceso a la salud o de población rural.
Es importante hacer dos precisiones en este punto. Primero,
a pesar de ser robusta, la correlación mostrada en la gráfica no
implica que la estructura del hogar sea una causa del respal-
do por el prd. Varios factores pueden estar interactuando en

4
INEGI, Encuesta Nacional de los Hogares 2017.
5
Para 2018, el voto de Andrés Manuel López Obrador en los municipios aumenta también
con el porcentaje de hogares con jefatura femenina.

29

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Figura 2. Hogares con jefatura femenina y voto presidencial en 2012,
a nivel municipal

Nota: Polinomios locales con intervalos de confianza de 95%. Datos de 2,444 municipios con
información disponible. El histograma de densidad al pie de la gráfica muestra la distribución
de municipios a diferentes porcentajes de hogares encabezados por mujeres.

forma simultánea con ambas variables, generando esta asocia-


ción. Segundo, tampoco es posible sacar conclusiones sobre el
comportamiento electoral individual con base en este patrón
observado a nivel municipal. Sería una “falacia ecológica”, por
ejemplo, inferir que las mujeres tendieron a votar por el prd en
mayor proporción que los hombres a partir la relación obser-
vada. De hecho, las encuestas a nivel individual muestran que
tanto en 2000, 2006 y 2012, los candidatos presidenciales del
prd reciben menor apoyo electoral de las mujeres que de los
hombres (Díaz-Domínguez and Moreno 2015, 232-33; Gree-
ne and Sánchez-Talanquer 2018, apéndice en línea). Como en
otros países, las mujeres en México han sido menos propensas
a votar por la izquierda (Klesner 2009).

30

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Sin embargo, este patrón sí es sugerente del tipo de ecosis-
tema social en el que se reproduce el voto perredista. En la me-
dida en la que el porcentaje de hogares liderados por mujeres
perfila un contexto social específico —de mayor vulnerabilidad
económica, transformaciones familiares agudas y también de
mayor liberación de las mujeres de las jerarquías patriarcales—
su relación con el apoyo del prd es indicativo de los distintos
segmentos sociales a los que apelan diferentes partidos, es de-
cir, de la heterogeneidad real en las experiencias e intereses que
articulan. Así, el mensaje del prd ha encontrado menos reso-
nancia en el tipo de sociedad local donde por diversos factores,
la familia tradicional, el hogar encabezado por los hombres, ha
perdido poco terreno.
En múltiples regiones y municipios del país, sin embargo,
esta continuidad está lejos de reflejar la realidad. Diversos fac-
tores han generado un aumento considerable en la proporción
de hogares en los que las mujeres asumen las responsabilidades
de sustento y dirección económica, además de cuidado y traba-
jo doméstico. Las fuerzas detrás de este fenómeno van desde la
migración económica y el ausentismo de los padres varones por
la criminalidad o la erosión de normas de corresponsabilidad,
hasta el ejercicio más frecuente de derechos a la maternidad
autónoma, al divorcio o a vivir en soltería. En cualquier caso,
hablamos de procesos de desintegración, recomposición y re-
definición de papeles en el hogar y la familia, esas organiza-
ciones donde se concretan las relaciones humanas más básicas.
La gráfica 1 muestra que el prd es un partido más exitoso en
esos entornos, caracterizados por un cambio más abrupto en la
estructura familiar, mayor autonomía femenina y el surgimien-
to de nuevas dinámicas en los hogares. Se trata de una muestra
tangible de las raíces de ese partido en las nuevas formas de la

31

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sociedad. Desde su origen, ha sido un vehículo de expresión
y representación política más preferido donde la sociedad ha
tenido que adaptarse a nuevas estrategias de supervivencia y
organización desde su base misma, las unidades domésticas.

Territorio, servicios públicos y movimientos urbanos


Pasemos a una segunda gran dimensión del cambio social, que
si bien está asociada al choque de fin de siglo entre la dinámica
demográfica y las posibilidades del Estado y la economía, me-
rece su propio apartado. Me refiero a las políticas de regulación
del territorio, la urbanización y sus implicaciones para la pro-
visión de servicios en los asentamientos humanos. De nuevo,
el prd condensa políticamente varias demandas sociales que
surgen de las transformaciones en estas esferas.
En 1970, 41% de la población vive en pequeñas localidades
rurales de menos de 2,500 habitantes. Las ciudades de más de
cien mil habitantes concentran, en conjunto, a 11.2 millones de
personas. Dos décadas después, en el momento de la fundación
del prd y con la contracción económica-estatal de los ochenta
a cuestas, la población rural ha caído en alrededor de 13 puntos
porcentuales; y en las ciudades de más de cien mil habitantes,
viven ya más del triple de personas, 36 millones. De esa reali-
dad se desprenden retos de gobierno, ordenamiento y provisión
pública que el Estado afronta, como ya vimos, con recursos
menguantes.
Los siguientes treinta años, ya con el prd en el universo
político, son de profundización de esta tendencia demográfica.
El origen de ello está en la transformación de la estructura pro-
ductiva, desigualdades regionales en el crecimiento, el impacto
de la apertura comercial en el campo mexicano y las reformas

32

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al ejido, cuyas implicaciones son mucho más que agrícolas. El
punto es que estos factores interactúan para producir grandes
migraciones internas, además de la expulsión hacia el exterior
—en 1980, en Estados Unidos hay 2.2 millones de inmigrantes
nacidos en México; 4.3 en 1990; 9.4 en 2000; 12.8 en 2007,
el pico; 11.7 en 2014) (Pew Research Center 2015). Así, para
2015, 56.2 millones de personas, 47% del total, viven en ciu-
dades de más de cien mil habitantes, contra el 33.4% de 1990.
Las reformas liberales en el campo merecen resaltarse no
sólo por su efecto demográfico, sino porque transforman el
arreglo institucional del ejido mediante el cual el Estado mexi-
cano había establecido el control sobre el territorio en el siglo
xx. Ese arreglo mantenía a la población atada a sus localidades
ante el riesgo de perder derechos sobre la tierra, además de que
mantenía una estructura burocrática de control vertical sobre
la población rural, que tenía en la base a los comisarios ejida-
les y los delegados agrarios. Como unidades territoriales con
personalidad jurídica propia, representantes y un conjunto de
facultades, los ejidos eran la institución de vinculación entre
muchos ciudadanos y el Estado, además de un sitio importante
de regulación del acceso a servicios públicos, solución de con-
flictos, etcétera. Más que una simple modalidad de producción
agrícola, el ejido era un instrumento de gobierno.
La reforma agraria de 1992 transforma este arreglo de raíz
(de Janvry, Gordillo, and Sadoulet 1997). El reconocimiento de
derechos de propiedad individual sobre la tierra, mediante la
emisión de certificados parcelarios individuales en los ejidos, y
la flexibilización legal para impulsar un mercado de tierra au-
toregulado no producen la desaparición del régimen de propie-
dad social, ni el tránsito masivo hacia el “dominio pleno” en el
régimen de propiedad privada esperado por varios impulsores

33

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de la reforma. A la fecha, ejidos y comunidades, la propiedad
social, abarca 51% del territorio nacional; 52% de la población
rural en 2010 vivía en ejidos y comunidades.6
Pero si la universalización del régimen de propiedad priva-
da sobre la tierra no se materializa, la reforma agraria de los
noventa tiene otras consecuencias importantes. De la mano con
el debilitamiento del aparato corporativo rural que la acompa-
ña, conduce a un reblandecimiento del control gubernamental
sobre el territorio —de la presencia del Estado, que dependía
de las intermediaciones construidas alrededor de instituciones
como el ejido, las asociaciones, ligas, federaciones y demás va-
sos capilares enlazados con el partido oficial. Debilitados esos
brazos, el Estado pierde alcance y capacidad.
Con las reformas al régimen territorial se producen tam-
bién grandes flujos demográficos. La certificación individual
de parcelas expande el ámbito de actuación del mercado hacia
la tierra en propiedad social —antes legalmente impermeabi-
lizada de la oferta y la demanda, si bien sujeta a un merca-
do informal— y permite la migración, sin el riesgo de antes
de perder la posesión. Los hogares que reciben un certificado
parcelario en los ejidos entre 1993 y 2006 tienen un 28% más
de probabilidad de migración de alguno de sus integrantes (de
Janvry et al. 2015)we find that households obtaining certifica-
tes were subsequently 28 percent more likely to have a migrant
member. We also show that even though land certification in-
duced migration, it had little effect on cultivated area due to
consolidation of farm units. (JEL O13, O17, P14, Q15, Q18,
Q24, Q28. Al mismo tiempo, el sector agrícola experimenta la

6
Cálculos propios con base en el Padrón e Historial de Núcleos Agrarios del Registro
Agrario Nacional.

34

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apertura comercial y la pérdida de capacidades materiales y de
gestión de la estructura agraria. En consecuencia, se dispara el
desplazamiento interno y hacia Estados Unidos, sobre todo de
población joven. Se eleva la edad promedio de los habitantes
del campo, convirtiendo la brecha urbano-rural también una
brecha generacional.
Estas transformaciones en la propiedad agraria tienen tam-
bién implicaciones electorales. La dotación de derechos de pro-
piedad individual, vía la emisión de certificados, favorece al
pan como partido promercado identificado con la defensa de la
propiedad (de Janvry, Gonzalez-Navarro, and Sadoulet 2014)
we use the 14-year nationwide rollout of Mexico’s land certifi-
cation program (Procede. Este efecto se observa, sobre todo, en
ejidos cercanos a ciudades y en zonas de cultivo de productos
con potencial de exportación, como frutas y verduras, en con-
traste con cultivos como maíz o frijol. El programa de certifi-
cación individual, por tanto, tiene el efecto de orientar el voto
hacia el pan en las localidades donde las ganancias potenciales
del mercado de la tierra son mayores.
Sin embargo, el pan sigue siendo un partido de esencia ur-
bana y clases medias-altas educadas y prósperas. En zonas eji-
dales de otras características, en especial en el centro y sur del
país, la merma en el apoyo por el pri la capitaliza el prd. Los
ejidos más pobres, así como donde la tierra sigue sin ser formal-
mente parcelada, se mantienen como bastiones priistas. Son los
resabios del potente “voto verde” en el campo, movilizado en
primer lugar por la Confederación Nacional Campesina (cnc).
Durante y después de la “transición dual” al mercado y la demo-
cracia, las viejas coaliciones rurales del pri son las más resisten-
tes y permiten al partido mantenerse como un actor competitivo
mientras sus vínculos urbanos se resquebrajan (Gibson 1997).

35

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Aun así, la reivindicación del nacionalismo revolucionario
por parte del prd, en paralelo con el debilitamiento de la ma-
quinaria corporativa en el territorio, le permiten a este partido
atraer el voto de sectores rurales descontentos, además de algu-
nos movimientos campesinos disidentes que habían roto ya con
el priismo. De hecho, si analizamos el voto promedio obtenido
por los candidatos presidenciales priistas entre 1994 y 2018 en
los municipios del país, éste no responde al porcentaje de eji-
datarios dentro de ellos —con la excepción mencionada de las
zonas donde la expedición de certificados individuales es baja.
En cambio, conforme mayor es la proporción de la población
municipal con derechos ejidales, mayor tiende a ser también el
voto promedio por los candidatos de la izquierda en ese período.
La relación se mantiene incluso después de separarla de otros
factores que pudieran explicar ambas variables, lo que sugiere
que el prd logró movilizar apoyo en zonas rurales o semirurales
antes dominadas por el pri (Sánchez Talanquer 2019).
Esto no habla sólo, o necesariamente, del comportamien-
to de los ejidatarios. Podría ser la población no ejidataria, en
los municipios donde la propiedad ejidal está extendida, la que
tiende a favorecer al prd, por razones relacionadas con la pose-
sión de la tierra u otras. Debido a la restrictiva regulación sobre
la herencia y transmisión de derechos ejidales, existe un grupo
amplio de población en el país que si bien reside en territorio
ejidal, tiene acceso limitado o inseguro a la tierra, además de
que carece de voto en las decisiones comunales. En la actuali-
dad, los ejidatarios registrados con plenos derechos ascienden
a 2.9 millones de personas (75% hombres), dueños de la mitad
del territorio del país. Así, el gran proyecto igualador del siglo
xx, la reforma agraria, se ha convertido en un factor de des-
igualdad entre la población rural. Pero más allá de estas preci-

36

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siones, el punto para destacar es que los complejos procesos de
cambio y redistribución del poder en el campo mexicano tuvie-
ron, además de sus consecuencias migratorias, desahogo elec-
toral, gracias a un sistema de partidos en el que una alternativa
disponible, el prd, apelaba frontalmente a intereses trastocados
por la disolución del orden posrevolucionario en el territorio.
Fuera del ámbito rural, el prd también cobija políticamente
el cambio —o desgarramiento— social. La expulsión pobla-
cional provocada por las reformas económicas, las transforma-
ciones del ejido y otros factores confluyen con el crecimiento
demográfico para crear hacia fines del siglo xx una sociedad
mexicana más joven, móvil y urbana. Todo, además, en medio
de un mediocre desempeño económico nacional. Cambia el ta-
maño y la fisonomía de las ciudades, el uso del espacio público,
la escala de los asentamientos irregulares y el comercio infor-
mal, la magnitud de los problemas urbanos. En las aglomera-
ciones metropolitanas modernas se multiplican así los retos de
integración social y provisión pública, en los que el prd encon-
traría muchas de sus razones de existir.
Está bien documentada la importancia de los movimientos
populares urbanos en la fundación del partido, en especial en la
Ciudad de México (Bruhn 1997; Combes 2011). Tras el terre-
moto de 1985, las fuertes restricciones financieras del gobierno
producen una respuesta gubernamental muy insuficiente. Pero
más allá de los problemas presupuestales, esa coyuntura resalta
la deficiente gestión pública de los problemas de la capital del
país, donde los habitantes carecen además del voto para las au-
toridades locales, siquiera para ejercer cierta presión. En otras
zonas del país, el descontento con el régimen priista empezaba
ya a manifestarse en contiendas electorales locales, que si bien
carecían de condiciones democráticas mínimas, servían al régi-

37

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men para tomar el pulso a la sociedad y a la oposición, como
foco de organización. En la Ciudad de México, esa compuerta
estaba cerrada.
Sin contiendas locales, los movimientos populares de la ca-
pital se articulan con la Corriente Democrática escindida del
pri para la conquista del poder presidencial, primero en res-
paldo de la candidatura de Cárdenas por el Frente Democrático
Nacional en 1988 y luego bajo el paraguas del prd, a partir de
1989. Dos ejemplos destacados son la Unión Popular Nueva
Tenochtitlán y la Asamblea de Barrios, la columna vertebral
del partido y una de las bases organizativas de la larga hege-
monía política de la izquierda sobre la capital del país. Con
el paso del tiempo, a partir del acceso a los aparatos estatales,
estos movimientos se burocratizan y hacen uso extensivo de
estrategias clientelares de intermediación. Caen, también, en
la franca corrupción. Pero pese a estos desarrollos ulteriores,
tienen su origen y razón de ser en la existencia de necesidades
sociales políticamente desatendidas que el prd encarna en la
arena electoral.
Vemos en este punto, con plena claridad, la función desem-
peñada por el prd como bisagra entre nuevos movimientos so-
ciales de origen popular y la esfera institucional. El pri-Estado,
siempre más débil en las zonas urbanas y atado por la austeridad
y la crisis, era incapaz de absorber estos nuevos brotes sociales
bajo su aparato corporativo, en declive por las condiciones eco-
nómicas y los ideales de su nueva dirigencia tecnocrática. Tam-
poco podía hacerlo el pan, un partido de católicos, norteños
prósperos y gente de buenas costumbres, ajeno a las carencias
y preocupaciones plebeyas del capitalino promedio. Pero esos
nuevos sujetos sociales —distintos de la vieja pobreza rural,
sobre la que el pri mantenía su dominancia—, esa clase media

38

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baja precaria, determinada por la demografía y el mercado, se
formaba ya de millones de mexicanos, y necesitaba una salida
en la arena política. Su voz representativa fue el prd.
Estos alineamientos se manifiestan sin otras distracciones
en la polarizada elección de 2006. Dos cosas importantes han
cambiado para entonces. Primero, se ha conseguido la estabi-
lidad macroeconómica después de los turbulentos ochenta y
noventa, cuando las preocupaciones inflacionarias dominan el
voto económico y favorecen a los partidos de centroderecha.
Segundo, la división democracia-autoritarismo ha quedado
atrás con la alternancia en la presidencia, permitiendo la conso-
lidación del modelo económico como eje dominante de la com-
petencia política. Así, la elección de 2006 permite asomarse a
las bases sociales subyacentes al sistema de partidos.
La figura 3 muestra el voto reportado en una encuesta pose-
lectoral en 2006 según la clase social del entrevistado.7 Como
puede verse, el pan domina por amplio margen entre las clases
alta y media alta, e incluso entre aquellos identificados como de
clase media. Su voto desciende con rapidez con la clase social,
aunque se estabiliza en la parte baja de la distribución. La am-
pliación del programa Oportunidades de lucha contra la pobre-
za da al pan un porcentaje importante del voto más pobre (Díaz
Cayeros, Estevez, and Magaloni 2016). El pri, relegado en es-
tos comicios a un lejano tercer lugar, experimenta un patrón
contrario, con incrementos en el voto conforme se desciende en

7
La clase social del encuestado fue codificada por el entrevistador al final del cuestionario
con base en la experiencia durante las entrevistas y las características observadas: “Por lo
que usted vio, ¿a cuál clase social diría que pertenece el entrevistado?” El voto se codificó
con base en la pregunta: “Para propósitos de esta encuesta, le voy a dar un papel donde us-
ted puede marcar cómo votó en las elecciones presidenciales, sin que yo lo vea, y después
deposítelo en esta mochila. ¿Por quién votó usted para Presidente de la República?”

39

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la escala social. No obstante, su voto entre las clases medias y
altas es tan bajo en esta elección que el partido es competitivo
solamente entre los más marginados, en zonas rurales.8
La figura también nos muestra la estructura del voto perre-
dista: más estable entre las distintas clases, pero mayor entre la
clase media baja que en cualquiera de las otras.9 El prd movi-
liza en esta elección de manera masiva a su electorado de las
zonas metropolitanas, en especial de la Ciudad de México, don-
de la gestión de López Obrador había enfocado sus esfuerzos

Figura 3. Clase social y voto en las elecciones presidenciales de 2006

Nota: Cálculos con base en la encuesta representativa nacional, cara a cara, levantada como
parte del estudio electoral de panel México 2006, ronda tres (Lawson et al 2007).

8
El patrón es distinto en las elecciones de 1994 y 2012, en las que el pri moviliza alto
apoyo electoral en todas las clases, como se verá más adelante.
9
En 2012 y sobre todo 2018, el voto lopezobradorista es más robusto entre sectores más
acomodados materialmente y de más alta educación, en comparación con 2006.

40

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justamente en esa población urbana en la precaria medianía. El
programa de transferencias universales a los adultos mayores
es el ejemplo más notable.
Esa medianía precaria era la que se había expandido en
las décadas previas, en los márgenes de los bloques sociales
tradicionales incorporados en los sectores del pri. Las inse-
guridades de estas nuevas colectividades tenían que ver con la
baja calidad del trabajo, la competencia por servicios públicos
escasos, las deficiencias de las infraestructuras urbanas, las
secuelas de las crisis económicas. No se trataba, insisto, de
los más pobres entre los pobres, habitantes como hasta hoy de
remotas y muy pequeñas localidades rurales. Pese a la desor-
denada urbanización recién descrita, una muy alta dispersión
de la población rural en pequeños asentamientos sigue siendo
uno de los rasgos demográficos del país, como consecuencia,
entre otros factores, de la historia del reparto agrario. El censo
de 2010 registra más de 173 mil localidades (90% del total)
con menos de 500 habitantes.
En contraste con ese “viejo México”, los grupos urbanos
que respaldan al prd tienen en promedio un nivel educativo
más alto, ciertas comodidades, mayor exposición a la globali-
zación y mayor acceso a bienes de consumo que el habitante
típico de los enclaves de pobreza rural. No obstante, viven
una vida insegura por la insuficiencia en los ingresos y la au-
sencia de una red pública de protección social, sustituida sólo
de manera imperfecta por lazos familiares y malos servicios
privados. Al momento de la fundación del partido, en 1989,
las instituciones y programas de bienestar existentes habían
sido creadas en otra época, para otra sociedad, y se dirigían a
las bases del régimen priista agrupadas en las corporaciones,
ahora menguantes.

41

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El pri, por supuesto, respondió al desafío con esfuerzos de
adaptación organizativa, cuyo propósito era mantener la domi-
nancia pese a los flujos en la organización social. Programas
como “Solidaridad” durante el salinismo, por ejemplo, busca-
ron dar al partido-Estado una nueva estructura conforme a cri-
terios territoriales, en detrimento de los criterios corporativos.
El Estado llegaría al ciudadano esquivando las costosas inter-
mediaciones del pasado, mediante políticas enfocadas. Incluso
el clientelismo debía ser eficiente.
Sin embargo, estas ambiciones tenían el límite duro de la es-
casez de recursos públicos. Las nuevas políticas sociales, enfo-
cadas en el individuo, difícilmente podían suplir las inversiones
necesarias en infraestructura urbana, salud, vivienda, transporte,
etcétera. Con ello, segmentos crecientes de la población experi-
mentaban el vacío estatal en las instituciones de bienestar. A esa
clase media-baja vulnerable que padece, por ejemplo, las inequi-
dades en el abastecimiento de agua en la Ciudad México, la sa-
turación del transporte, el gasto catastrófico en salud o la escasez
de la vivienda, el prd le otorga representación política —y ser-
vicios de gestión de acceso al Estado, que no alcanza para todos.
El problema de la vivienda urbana es, de hecho, uno de los
motivos fundacionales del partido y de sus movimientos popu-
lares, varios de ellos con raíces en la organización vecinal tras
el terremoto de 1985. Pero no es un problema pasajero. Según
la encuesta intercensal de 2015, por ejemplo, 28.4% de la po-
blación del país vive con algún nivel de hacinamiento. Este tipo
de carencias en la vivienda, una manifestación de las desigual-
dades sociales, configuran el apoyo territorial por los distintos
partidos mucho más allá de la etapa formativa del prd.
La Figura 3 muestra la relación entre el porcentaje de per-
sonas en los municipios con carencia por calidad y espacios en

42

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la vivienda, por un lado, y el porcentaje de votos obtenido por
los tres principales candidatos presidenciales en 2012, por el
otro. La elección de 2012 es relativamente excepcional en que
el pri consigue niveles relativamente altos de apoyo fuera de
su electorado tradicional —la población rural, más pobre, de
mayor edad y de baja educación (Moreno 2018). Su candidato,
Enrique Peña Nieto, se consolida como la opción anti-Andrés
Manuel López Obrador y atrae el voto de buena parte del voto
panista, más próspero y urbano. Así, en la gráfica observamos
que el pri obtiene porcentajes de voto similares en municipios
muy distintos en cuanto a la prevalencia de carencia por calidad
y espacio en la vivienda.10
No obstante, es claro también que el apoyo por el prd au-
menta con el porcentaje de la población municipal que enfrenta
esta carencia, común en zonas de marginación rural pero tam-
bién en municipios populosos de clase media y baja. El candi-
dato presidencial del prd en 2012 obtiene sólo un 20% del voto
en promedio en municipios prósperos donde no existe carencia
por vivienda. Ahí, en esos municipios homogéneos en los que
la gran mayoría o toda la población vive de manera cómoda,
el pan encuentra su mejor desempeño. En cambio, donde la
mitad de la población municipal sufre esta condición, el apoyo
promedio por el prd en esta elección alcanza el 35%.
El patrón para estos partidos en las elecciones de 1994, 2000
y 2006 es consistente: el prd aumenta su votación conforme
sube el porcentaje de población municipal que habita viviendas
con algún grado de precariedad, mientras su apoyo es menor
en los municipios más aventajados. El pan, a la inversa. Estas
10
Un patrón similar se observa en la elección de 1994. En 2000, 2006 y 2018, en cambio,
el pri tiene un mejor desempeño conforme aumenta la población con carencia por vivienda
en los municipios.

43

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Figura 4. Carencia por vivienda y voto presidencial en 2012,
a nivel municipal

Nota: Polinomios locales con intervalos de confianza de 95%. Datos de 2,444 municipios
con información disponible. El histograma de densidad al pie de la gráfica muestra la dis-
tribución de municipios a diferentes porcentajes de población con carencia por calidad y
espacios en la vivienda.

relaciones se mantienen estadísticamente significativas cuando


en modelos estadísticos, consideramos de manera simultánea
otras diferencias entre los municipios, como sus características
geográficas, la proporción de población en pobreza alimentaria,
el nivel promedio de educación o desarrollo o el tamaño de las
localidades dentro de sus fronteras.
Las mismas precauciones mencionadas arriba deben adop-
tarse en la interpretación de estas tendencias agregadas. No es
posible derivar, a partir de estas correlaciones, conclusiones
sobre el comportamiento electoral de individuos con determi-
nadas carencias, ni existe necesariamente una relación causal.
Pero como antes, el patrón observado sí habla del tipo de en-

44

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torno social en el que se reproduce el apoyo por el prd: zonas
mixtas, desiguales, donde no se concentran necesaria o exclu-
sivamente las personas de más bajos recursos o más bajo nivel
educativo —quienes se inclinan tradicionalmente por el pri
y, con el pan en poder, responden a programas sociales como
Oportunidades y Seguro Popular (Díaz Cayeros, Estevez, and
Magaloni 2016)—, pero donde una proporción importante de la
población local sí enfrenta inseguridades económicas, derechos
sociales restringidos, carencias como la de vivienda digna que
corroen la calidad de vida.
En el resquebrajamiento del orden territorial y los proble-
mas de la vida urbana vemos, de nuevo, un Estado rebasado. La
inspección de estas geografías nos muestra que las vulnerabili-
dades sociales encuentran reflejo en el mapa partidista. Aun si
consideramos la desigualdad social un condicionantes “distan-
te” de la política electoral, ella delinea los grandes parámetros
de un sistema representativo en el que el prd, con su oposición
férrea e ingobernable, da forma política a las carencias propias
de la época.

Liberalismo de mercado y desarticulación social


El último pero más abarcante factor de cambio social a consi-
derar es el tránsito hacia un modelo de desarrollo económico
fundado en la extensión de incentivos de mercado. Las seccio-
nes previas han hecho ya referencias a ello, pero el vínculo del
prd con este viraje —global, por lo demás— es tan estrecho,
y sus consecuencias para la sociedad mexicana tan vastas, que
requiere analizarse con detenimiento. La resistencia a la instau-
ración del liberalismo de mercado como principio rector de la
organización económica es el conflicto constitutivo del partido

45

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y, sugiero, su principal aportación a la estabilización de la de-
mocracia representativa.
México fue uno de los líderes regionales en el proceso
de ajuste estructural y liberalización económica que recorrió
América Latina en los ochenta, tras la crisis de la deuda.11 La
crisis, en la interpretación dominante, era la consecuencia fi-
nal del agotamiento del modelo estatista de desarrollo, basado
en la sustitución de importaciones como motor de la indus-
trialización y el crecimiento. El proteccionismo y la interven-
ción estatal eran fuentes de graves ineficiencias económicas,
cuyo antídoto sería la operación del mercado autoregulado en
más y más esferas.
Los instrumentos fundamentales de la nueva estrategia de
desarrollo son bastante conocidos. Con pocos matices, cons-
tituyen la política económica de México hasta hoy. Entre los
principales se encuentran una política fiscal restrictiva, es de-
cir, austeridad gubernamental y aversión al déficit; libre flujo
de capitales y fomento de la inversión extranjera; apertura co-
mercial; contención salarial y explotación de la mano de obra
barata como ventaja comparativa; contención monetaria, para
mantener bajos niveles de inflación y atraer capital con altas
tasas de interés; privatización de empresas públicas; y general,
no interferencia del Estado con los precios.
Todas estas herramientas derivan de las ideas económicas
liberales que, envueltas en prestigio científico, se tornan do-
minantes en el mundo desde fines de los setenta. En México,
como en el resto de América Latina, son asimiladas por las res-
tricciones internacionales, el fin de las alternativas y el estre-
cho margen de maniobra legado por las crisis (Kaplan 2013).

11
Chile es el caso pionero, con reformas económicas desde los setenta.

46

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Influye también la convicción ideológica de una nueva élite di-
rigente socializada en el exterior, de mentalidad tecnocrática y
espíritu modernizador (Centeno 1994).
No pretendo resumir esta “gran transformación” —a la Po-
lanyi— hacia la sociedad de mercado, que además de sellar el
rumbo del país, ha ordenado su conflicto político ya por décadas.
Resalto sólo tres fracturas que su avance produjo en la sociedad:
la precarización del empleo y la expansión de la economía infor-
mal; la desarticulación de formas de sociabilidad y solidaridad
ancladas en el modelo estatista de desarrollo; y la profundización
de desigualdades regionales, como resultado de una inserción
muy dispar de los estados del país en el sistema de mercado y
tasas mediocres de crecimiento a nivel nacional durante el largo
periodo desde la transición económica (Ros 2013). El prd sirvió
para expresar los dolores asociados con cada una de estas ruptu-
ras sociales, conjurando así un escenario en el que a las exclusio-
nes de la economía, se añadiera la alienación política.

Trabajo e informalidad
Primero, el trabajo. Los años de gestación y expansión del prd
son de cambio drástico en la situación laboral. La convergencia
de varios de los factores discutidos —el crecimiento de la po-
blación en edad de trabajar, la urbanización, las crisis económi-
cas y la estrategia de contención de costos laborales, para atraer
inversión— redunda en escasez de empleo bien remunerado y
expansión de la informalidad. La oferta de trabajo rebasa con
mucho las capacidades de generación de empleo de la econo-
mía, sobre todo de empleo de buena calidad.
Bastan algunos indicadores para dar cuenta del fenómeno.
En la década que antecede a la elección de 1988, el salario mí-

47

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nimo real pierde más de la mitad de su valor real. La caída
continúa hasta la segunda mitad de la crisis de los noventa,
cuando se estabiliza en menos de una tercera parte de su valor
de fines de los setenta. La crisis de 1994-1995 golpea también a
los salarios medios en el sector formal, que más de veinte años
después apenas ha recuperado su valor real previo a esa crisis.12
Se generalizan además el autoempleo y el empleo informal, en
especial en muy pequeñas unidades económicas con muy bajo
capital y excluidas del crédito, que escapan también al pago de
contribuciones a la seguridad social (Antón, Hernández Trillo,
and Levy 2012). Proliferan los tianguis, pequeños changarros,
puestos de la esquina que, entre otras cosas, reconfiguran el es-
pacio público. Para muchos, la subsistencia la dan las propinas,
no los salarios. El grueso del trabajo en la economía se realiza
en la desprotección legal. Para fines de 2019, sólo 55% de los
trabajadores subordinados y remunerados está protegido por un
contrato escrito, según la Encuesta Nacional de Ocupación y
Empleo. El resto vive a merced del patrón. En las dos primeras
décadas de democracia en el país, 6 de cada 10 puestos de tra-
bajo son informales.
Formalidad e informalidad, legalidad e ilegalidad no son
mundos paralelos, desconectados entre sí. Hablamos de una
sola economía, articulada de arriba abajo por el trabajo inse-
guro, mal pagado, precario. La imbricación es total. El trabajo
informal es funcional al sector formal. Una cuarta parte de los
trabajadores informales laboran en empresas registradas o ins-
tituciones públicas (Temkin and Cruz 2019). Los trabajadores
formales dependen de los bienes y servicios producidos por los

12
Cálculos con base en la serie de salario medio de cotización al IMSS y el
índice de precios al consumidor de inegi.

48

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informales, y viceversa. Ni siquiera son grupos de población
separados. Por la necesidad material y la inestabilidad del em-
pleo, los trabajadores formales de un periodo, son los informa-
les de otro, un problema para el moderno sistema de pensiones
individualizadas, que supone largos tiempos de cotización en el
sector formal —se estima que sólo 24% de los trabajadores con
cuentas individuales para el retiro alcanzará la pensión mínima
(consar 2019).
Así que en los treinta años de vida del prd, el empleo, el prin-
cipal determinante del ingreso y la calidad de vida, es insuficien-
te y de mala calidad. La dualidad del mercado laboral condiciona
por completo los recursos que los individuos tienen a su alcance
para afrontar los riesgos y ciclos de la vida: la paternidad y ma-
ternidad, la discapacidad, la enfermedad o la vejez.
Para la década de los 2000, los gobiernos en toda América
Latina adoptan programas de protección social no contribu-
tivos, dirigidos hacia el enorme sector informal. En México,
surgen el Seguro Popular y las transferencias monetarias a los
adultos mayores, a la par de la expansión del programa anti-
pobreza Progresa/Oportunidades/Prospera. La competencia de-
mocrática es un fuerte estímulo a estas reformas de la política
social, dado el entorno de informalidad en el que los partidos
luchan por el voto (Garay 2016).
A la vez, ciertos patrones del mercado laboral y exclusión
de las instituciones de bienestar moldean la competencia demo-
crática. Por ejemplo, según modelos estadísticos que incluyen
el género, la edad y la ocupación como características socia-
les básicas de los votantes, vendedores ambulantes y maestros
fueron más propensos a votar por la izquierda en la elección
presidencial de 2006 que los trabajadores manuales o las perso-
nas jubiladas. En 2012, ambulantes y estudiantes tuvieron más

49

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probabilidad de respaldar a López Obrador que trabajadores
agrícolas, manuales o quienes trabajaban en una oficina bajo
supervisión. En ambos casos, como se mencionó antes, las mu-
jeres respaldaron en mucho menor grado a la izquierda que los
hombres.13
Una aproximación geográfica en vez de individual produce
también resultados sugerentes. Esta vez, la disponibilidad de

Figura 5. Acceso a la salud y voto presidencial en 2006,


nivel sección electoral

Nota: Polinomios locales con intervalos de confianza de 99%. Datos de 64,353 seccio-
nes electorales con información disponible. El histograma de densidad al pie de la gráfica
muestra la distribución de secciones electorales a diferentes porcentajes de población sin
derechohabiencia a la salud en 2005.

13
Modelos estadísticos realizados por el autor con base en encuestas representa-
tivas nacionales, cara a cara, levantadas como parte de los estudios electoral de
panel 2006 y 2012 (Lawson et al. 2007, 2013).

50

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datos permite descender hasta la sección electoral. La figura 5
muestra la relación simple entre el porcentaje de población en
la sección que no gozaba de acceso a la salud en 2005 (a través
del imss, issste, Pemex, sedena, semar, Seguro Popular o
seguro médico privado), y el porcentaje de votos por los tres
principales candidatos presidenciales en 2006. Para entonces,
el Seguro Popular daba apenas sus primeros pasos —sólo 7%
de la población total estaba cubierta por este nuevo esquema,
contra 41% en 2015—. 49.8% de la población carecía de acce-
so a la salud.
Como se ve en la figura, el candidato de la izquierda recibe
en promedio menos del 30% del voto en secciones electorales
con baja exclusión en salud, mientras que el candidato del pan
ronda o rebasa el 40% del voto en ese tipo de secciones. El voto
del pan, sin embargo, desciende conforme aumenta la pobla-
ción sin derechohabiencia, hasta que llegado el punto en el que
un 45% o más de los habitantes carece de acceso a la salud, el
prd predomina. Como antes, no es posible sacar conclusiones
sobre el comportamiento individual, aun a este nivel de granu-
laridad —más de 64 mil secciones electorales—, pero es claro
que a mediados de los 2000, las exclusiones e inclusiones de
los sistemas de bienestar tenían repercutían en la arena elec-
toral. Para 2012, buena parte de la población excluida ha sido
ya incorporada a través del Seguro Popular y la ampliación de
otros programas de transferencias, fortaleciendo a la centrode-
recha entre la población de bajos ingresos (Díaz Cayeros, Este-
vez, and Magaloni 2016).
Estos programas, sin embargo, son de menor generosidad
que los sistemas tradicionales para el sector formal. Se trata de
paliativos ante la incapacidad estatal de financiar e instrumentar
un sistema de protección social igualitario y universal. Las po-

51

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líticas de transferencias que se expanden bajo la democracia en
América Latina tejen una red de protección más “ancha”, pues
abarcan a segmentos antes excluidos de beneficio alguno; pero
la red es a la vez delgadísima, pues los beneficios son mínimos.
En la actualidad, esta etapa “barata” de ampliación de la po-
lítica social empieza ya a agotarse, mientras que la “salida” de
las clases medias y altas de los sistemas públicos (escuelas y
hospitales privados), junto con la disponibilidad de sustitutos
informales para las clases bajas (clientelismo, tolerancia del am-
bulantaje y los asentamientos informales, etcétera), se interpone
en el camino de la construcción de coaliciones políticas necesa-
rias para la redistribución “dura” —grandes inversiones fiscales
en vivienda asequible, seguros de desempleo, pensiones y salud
y educación de buena calidad— (Holland and Schneider 2017).

Mercado y formación social


Además del mercado laboral y la política social, la transición
hacia el modelo de mercado transforma las formas de sociabili-
dad. El modelo de desarrollo basado en la industrialización ha-
cia el mercado doméstico no era solo un conjunto de políticas
económicas, sino una forma específica del Estado. Era, también,
una forma de interpelar a la sociedad, pues a él lo acompañaba
una colección de organizaciones corporativas construidas a lo
largo del tiempo vía la cooptación de movimientos de base o
incluso creadas desde arriba. Éstas agrupaban a las personas en
función de su actividad productiva.
Es decir, el Estado posrevolucionario había constituido sus
propios sujetos sociales, a partir de la posición en la produc-
ción material —campesinos, obreros, industriales, comercian-
tes, profesionales, etcétera. El partido oficial era el nodo central

52

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en esta densa formación social compuesta por organizaciones
verticales y segmentadas, a través de las cuales el Estado cons-
truía su legitimidad. El modelo económico era parte integral de
la reproducción de la autoridad estatal, pues en torno él se ha-
bían desarrollado las agrupaciones sociales que otorgaban re-
presentación política. Así, el orden político mismo, entendido
como un sistema de intercambio de obediencia por satisfacción
de necesidades y demandas, estaba atado a las intervenciones
económicas del Estado.
El viraje hacia el modelo de mercado tenía entonces pro-
fundas implicaciones no sólo en la esfera económica, sino tam-
bién en la política y social. En la conclusión del ensayo discuto
cómo esta imbricación entre el modelo económico y el orden
político fue la que provocó que, abandonado el modelo estatis-
ta de desarrollo en favor del sistema de mercado, se gestaran
crisis profundas de representatividad en varios países de Amé-
rica Latina. El prd, al cubrir tempranamente en el sistema de
partidos el espacio dejado por el corrimiento el pri hacia el
mercado, conjuró esa crisis.
No obstante, los reajustes económicos trastocaron la for-
ma en que se organizaba la sociedad —y también su densidad
asociativa misma. Con todo y sus problemas de autoritarismo
interno, charrismo, supresión de la autonomía individual, et-
cétera, las estructuras corporativas constituían un espacio de
intercambio, cooperación y convivencia social más allá de la
familia. Ésta no era una sociedad civil democrática, separada
del poder estatal, sino confundida con éste. Las asociaciones
(cámaras, centrales, ligas, confederaciones, etcétera) servían
incluso de canales de transmisión del poder hacia el cuerpo so-
cial —de ahí que su vaciamiento debilitara a tal punto el con-
trol social y territorial del Estado.

53

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Pero al colapso de esas estructuras umbilicamente conecta-
das con el modelo proteccionista no siguió la formación espon-
tánea de una nueva y robusta sociedad civil. En su lugar quedó,
más bien, un desierto organizativo, sobre todo en lo inmediato.
Hay por supuesto importantes excepciones. Algunos resabios
corporativos quedaron en pie —el sindicato de maestros y otros
sindicatos de viejas empresas públicas, por ejemplo—. El debi-
litamiento de la interpelación estatal según la actividad econó-
mica, vía las estructuras corporativas, habilitó también nuevos
movimientos y reclamos en otras dimensiones de identidad,
como el zapatismo o las asociaciones urbanas ya discutidas.
Pese a esas excepciones, el correlato del modelo económi-
co de mercado fue una sociedad más individualizada, “líqui-
da”, con vínculos organizativos y redes de solidaridad menos
extensas y duraderas. La sociedad se replegó a la esfera pri-
vada. Entre la inseguridad económica y el debilitamiento de
las corporaciones por el retiro del apoyo estatal, los ciudada-
nos contaban con pocos recursos y oportunidades para actuar
colectivamente, sobre todo los más perjudicados. A nivel or-
ganizativo, los viejos interlocutores y espacios de interacción
habían perdido su relevancia. A nivel individual, solventar el
costo de la vida y las dificultades diarias dejaba poco margen
para la acción conjunta. De tal manera que los mismos procesos
de ajuste que acentuaban la desigualdad erosionaban la capaci-
dad de politizarla (Roberts 2002).
A esos obstáculos hay que sumar la difusión de la nueva nor-
matividad del sistema de mercado. Después de todo, la políti-
ca pública concebía ahora individuos racionales —no bloques
ni corporaciones— haciendo cálculos costo-beneficio y persi-
guiendo su propio interés. La competencia entre agentes autoin-
teresados era no sólo la forma más “natural” de interacción, sino

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que producía resultados socialmente óptimos. De ella surgía, a
la Smith, la “riqueza de las naciones”.14 La expansión del mer-
cado invocaba una cierta antropología, la del homo economicus.
Al reorganizar al Estado en torno a él, contribuía a crearlo.
El ámbito laboral es otra vez elocuente. La tasa de sindi-
calización disminuye entre fines de la década de los setenta y
principios de los noventa, de más de 16% a 10.4% de la po-
blación económicamente activa (Bensusán and Middlebrook
2013, 53-54). Pese al crecimiento de la mano de obra industrial,
también desciende la parte sindicalizada de los trabajadores in-
dustriales. En su momento cumbre, se estima que la sindicali-
zación había alcanzado un 32% (Roberts 2002, 15). Para 2012,
se sitúa en 8.8%.
La representación laboral también desciende en los órganos
legislativos. En 1982, 24% de los diputados federales provie-
nen de ese sector. Para 2009, en el veinte aniversario del prd,
el porcentaje es sólo 7.2%, y la mitad de ellos corresponden al
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (Bensusán
and Middlebrook 2013, 68). Además, bajo el nuevo modelo de
desarrollo, las autoridades echan mano de recursos políticos y
jurídicos para disuadir la movilización de trabajadores, pues
los bajos salarios y la “paz laboral” son empleados como fun-
damentos de la competitividad mexicana en la globalización.
No es casual que detener el “dumping social” es la exigencia
central contra México en la renegociación del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (tlcan), veinticinco años des-
pués (Flores-Macías and Sánchez-Talanquer 2019).

14
El liberalismo económico de la época reivindicó este componente del pensam-
iento de Smith (el Smith de La riqueza de las naciones), pero tendió a obliterar las
ideas del propio Smith acerca de la necesidad de un sistema moral que regulara a
la sociedad de mercado (el Smith de La teoría de los sentimientos morales).

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Así que el trabajo tiende a desvanecerse, no como realidad
económica pero sí como fuerza política y sitio de organización
social. Las posiciones de clase son más ambiguas en el enorme
y atomizado sector informal, en el que reina además una inten-
sa competencia. Aunque los individuos experimenten desafíos
similares en su vida productiva, la fluidez de la estructura social
dificulta la institucionalización de organizaciones colectivas.
El aislamiento y la movilidad son barreras a la solidaridad.
Si en Europa occidental la expansión capitalista produjo una
nueva clase, el proletariado industrial, que sirvió de base social
a partidos socialdemócratas en la competencia democrática,
aquí la izquierda se abrió paso en la arena electoral precisa-
mente cuando los cambios en el capitalismo desarticulaban esa
clase, sin que ésta hubiera alcanzado la densidad de los países
avanzados. Los partidos resultantes reflejaron esta formación
social subyacente. En palabras de Therborn, los sujetos del
conflicto de clase en el siglo xxi son las clases medias enojadas
y los “plebeyos”, no el proletariado (Therborn 2012).
La izquierda en América Latina adquirió entonces tintes más
populistas, movilizando coaliciones heterogéneas de sensibilida-
des plebeyas e interpelando a un “pueblo” indefinido. Incluso en
México, López Obrador —líder de una izquierda partidista ins-
titucionalizada, a diferencia de outsiders como Chávez, Morales
o Correa— recurrió a partir de 2006 a una retórica de contra-
posición del “pueblo”, síntesis de todas las capas e identidades,
contra “la élite”. Así llegó finalmente al poder en 2018, no bajo
las siglas del prd, pero tras vaciar a ese partido.
Si el trabajo ya no cumple esta función de estructurar la so-
ciabilidad, ¿qué hay de otros espacios? Como parte del legado
histórico del Estado posrevolucionario, la sociedad civil mexi-
cana se caracteriza por su baja densidad y bajo nivel de insti-

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tucionalidad. En 2008, el primer dato disponible, apenas 1.2
millones de personas trabajaban voluntariamente en institucio-
nes privadas sin fines de lucro y 547 mil como personal remu-
nerado.15 Entre ambos, sólo un 3.8% de la población en edad de
trabajar. El mayor porcentaje de participación voluntaria ocu-
rre en escuelas e iglesias, seguidos del barrio o la colonia. En
la estimación más incluyente, en 2018 existían en México 4.6
organizaciones de la sociedad civil por cada 10 mil habitantes
(Centro Mexicano para la Filantropía 2019), un fuerte contraste
con países como Estados Unidos con 65, Chile con 64 o Argen-
tina con 29 (Muñoz Grandé 2014, 56).16
Desde su surgimiento, el prd opera entonces en un entorno
de alta fragmentación social. Y pese a todo, es el partido que
más conectaba con nuevos movimientos sociales y asociacio-
nes cívicas. La excepción son los grupos católicos tradicional-
mente vinculados al pan —el principal sector social que, desde
las batallas de los veinte y los treinta, se mantiene densamente
organizado y logra escapar el control corporativo del Estado—.
El pan construye también vínculos con nuevas asociaciones
de matriz empresarial. No obstante, en sus años formativos, el
prd consigue dar voz en la arena electoral a formaciones de
la sociedad civil con base popular. Es, otra vez, el partido que
da forma y expresión democrática a nuevos agravios populares

15
inegi, sistema de cuentas nacionales, series de personal remunerado y trabaja-
dores voluntarios en instituciones privadas sin fines de lucro.
16
El número de organizaciones proviene del Centro Mexicano para la Filantropía
(2019) e incluye las organizaciones inscritas en el Registro Federal de Organiza-
ciones de la Sociedad Civil (rfosc); organizaciones con autorización para otorgar
recibos deducibles del impuesto sobre la renta (donatarias); sindicatos, federa-
ciones y confederaciones; colegios de profesionistas; asociaciones religiosas; y
organizaciones políticas. La tasa por habitante se calculó con las estimaciones de
población del conapo.

57

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en medio del cambio social. El debilitamiento de sus lazos con
esas organizaciones es, después, parte de su crisis.

Economía personal y desigualdades regionales


La reorientación de la política del Estado hacia el liberalismo
de mercado, el gran giro programático de la era analizada en
este ensayo, transformó la estructura productiva del país y la
intensidad de su relación con el mundo. Bajo administraciones
del pri y el pan, México se convierte en una de las economías
más abiertas del mundo, y con Chile, la más abierta de América
Latina, con trece tratados de libre comercio que cubren relacio-
nes con 50 países (Secretaría de Economía 2015). Además, en
contraste con otros países de la región, son las manufacturas
(autos y autopartes, electrónicos, maquinaria, etcétera), no los
bienes primarios, las que lo convierten en una de las principales
economías exportadoras del mundo —en 2017, la novena—.17
Esto da cuenta de la aguda transformación industrial experi-
mentada en el sector exportador, en buena parte derivado del
aumento en la inversión extranjera.
La reorganización económica lleva el comercio exterior de
22 puntos del pib en 1980, a 80 en 2018, con un ascenso ver-
tiginoso tras la firma del tlcan.18 El comercio se encuentra
poco diversificado. El exterior para México significa Estados
Unidos, que en la década de los 2010 recibe cerca del 80% de
las exportaciones mexicanas. El sector exportador, en especial

17
AJG Simoes, ca Hidalgo. The Economic Complexity Observatory: An Analyti-
cal Tool for Understanding the Dynamics of Economic Development. https://oec.
world/en/profile/country/mex/
18
Banco Mundial, comercio como porcentaje del pib. https://datos.bancomundial.
org/indicador/ne.trd.gnfs.zs

58

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el manufacturero, se convierte en el principal motor del cre-
cimiento —anémico, por lo demás. Con tal grado de apertura
y dependencia, el país se vuelve muy vulnerable a los shocks
derivados de las fluctuaciones en la economía estadounidense.
Este cambio tectónico en la economía tiene, además, muy
distintas repercusiones y manifestaciones regionales. Los indi-
cadores nacionales enmascaran agudas desigualdades entre los
estados del país. A grandes trazos, el grueso de las ganancias
de la integración económica fue capturada por las entidades
geográficamente más próximas a Estados Unidos, así como
aquellas con mayores dotaciones iniciales de infraestructura,
capital físico y humano (Chiquiar 2005). La brecha norte-sur
es desde luego persistente, pero una mirada histórica muestra
que su profundidad varía con los modelos económicos desde fi-
nes del siglo xix (Aguilar-Retureta 2016)from the early stages
of domestic market integration to the present day (1895-2010.
Las etapas de exportación han profundizado la desigualdad re-
gional, que se expresa con claridad en las mayores ganancias
recientes para el norte y occidente.
Entre 1988 y 2018 —una generación, desde el nacimiento
del prd— el pib per cápita de la Ciudad de México, Aguasca-
lientes, Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Chihuahua,
Querétaro, Nuevo León y Coahuila crece a una tasa anual pro-
medio de entre 2.5% para los más altos y 1.8% para los más
bajos. Para Campeche, Chiapas y Tabasco, la tasa es negati-
va; Tlaxcala, Quintana Roo (por el crecimiento poblacional),
Baja California, Morelos, Guerrero, Oaxaca, Colima y Vera-
cruz tienen todos una tasa promedio anual menor al 1% en el
mismo periodo.
Con la irrupción del prd en la arena electoral, la profundi-
zación de las desigualdades regionales se refleja fielmente en

59

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los alineamientos partidistas. Nos encontramos aquí frente a la
que es, quizá, la manifestación más patente de la capacidad del
sistema de partidos de la transición de encauzar el conflicto dis-
tributivo, que tiene en las fortunas económicas de las distintas
regiones una de sus caras más visibles. Después de la alternan-
cia, pri y pan se rotan en como la principal opción promercado
en las distintas elecciones presidenciales (pan en 2006 y 2018;
pri en 2012). La lógica de la competencia nacional es clara: pri
o pan para la continuidad del modelo, prd (y luego Morena)
para expresar descontento.
El desempeño estatal de los partidos en las elecciones pre-
sidenciales así lo comprueba. En las entidades relativamente
beneficiadas de las últimas décadas, el candidato del pri o del
pan es dominante, según la elección —si bien el pri logra tam-
bién movilizar apoyo de sus bases tradicionales rurales en el
centro-sur. El pri, aprovechando su vieja implantación, com-
pite en esencia en dos pistas: con el pan en el norte y, con otro
rostro, en el sur con el prd. La izquierda, si embargo, se conso-
lida en las elecciones presidenciales como la voz de los estados
perdedores del modelo económico, manteniéndose en segundo
lugar en 2006, 2012 y finalmente triunfando —tras la escisión
en el prd— en 2018.
Es decir, el sistema de partidos de la democracia mexicana
puede entenderse como un espacio de competencia en torno
a los resultados del modelo económico en los últimos treinta
años. Más allá del ruido en las campañas y las estrategias publi-
citarias, este factor estructural organiza los alineamientos. La
figura 6 muestra la fuerte relación entre el crecimiento prome-
dio del pib per cápita en las entidades federativas desde 1988,
año de la primera elección con la izquierda partidista actual, y
el porcentaje de voto por López Obrador en 2018, una elección

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Figura 6. Desempeño económico de las entidades federativas bajo el modelo
de mercado y voto por López Obrador en 2018

Nota: Cálculos propios con base en información del INEGI, INE y CONAPO. El área
sombreada muestra un intervalo de confianza de 90% alrededor de la predicción lineal.
Para Campeche se consideraron sólo actividades primarias y terciarias, para evitar la
distorsión de las cifras por la producción petrolera que se contabiliza en el PIB de esa
entidad.

de referéndum acerca del statu quo. Si bien para esta elección


López Obrador rompe con el prd, se lleva consigo el grueso de
la estructura, las banderas y el voto del partido.
Los retornos del modelo de mercado, como puede verse,
predicen con bastante precisión la intensidad del apoyo por el
candidato tradicional de la izquierda entre los diferentes esta-
dos. Los casos se aglutinan en el cuadrante superior izquierdo
—aquellos estados con pobre crecimiento económico en las úl-
timas décadas, inferior al promedio nacional, que otorgan hasta
60% 0 70% del voto a López Obrador— y en el inferior dere-

61

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cho, en el que se ubican estados con buen desempeño económi-
co relativo y en los que la oposición, en conjunto, consigue una
mayoría absoluta del voto. Incluso en esta elección atípica, por
el alto porcentaje de votos del ganador y la capacidad de López
Obrador de movilizar apoyo en estados del norte que habían
resultado impenetrables para el prd, las fortunas electorales de
los partidos están atadas al desempeño del modelo de mercado
y su impacto desigual.
En elecciones anteriores el patrón es similar. La potencia
electoral del prd en sus treinta años de vida reside en su capa-
cidad de politizar el descontento de los perdedores con el siste-
ma económico vigente. Si descontamos el 2018 por constituir
también, después de todo, una derrota para el prd, el momento
cumbre de esa historia de resistencia ocurre en 2006. Esa elec-
ción se da en medio del giro a la izquierda en toda América
Latina, después de las décadas del ajuste económico. Como se
mencionó antes, las restrictivas condiciones económicas en la
transición al mercado, aunadas al cambio social, habían creado
un contexto muy desfavorable para las fuerzas de izquierda en
los ochenta y noventa. Para inicios de los 2000, la estabiliza-
ción de las economías y el boom de las commodities crean con-
diciones más permisivas. La izquierda en la región se reagrupa
y comienza una oleada de victorias electorales que lleva a dos
terceras partes de los latinoamericanos a ser gobernados por
fuerzas de esa orientación (Levitsky and Roberts 2011). Mé-
xico evade la ola por 0.58 puntos porcentuales —en su lugar
queda un agrio conflicto poselectoral.
Datos individuales de esa elección son consistentes con el
patrón discutido, según el cual el sistema de partidos se an-
cla en los retornos relativos del modelo de mercado. En 2006,
López Obrador apenas supera el 20% del voto entre quienes

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consideraban que su situación económica personal había me-
jorado durante la administración de Vicente Fox, mientras Fe-
lipe Calderón triunfa con alrededor del 60%. El respaldo por
el candidato del pan desciende en escalera conforme empeora
la percepción económica. Más de 50% de quienes sintieron un
deterioro en su situación económica, en cambio, respaldaron al
candidato de la izquierda. La naturaleza disputada de la elec-
ción se observa entre quienes consideraban que su situación se
había mantenido igual, con una ligera ventaja para Calderón.
En síntesis, el prd es, hasta su escisión, el canal partidista
para el descontento en la sociedad de mercado que se instala en

Figura 7. Situación económica personal bajo el gobierno


de Fox y voto presidencial en 2006

Fuente: Cálculos propios con base en estudio de panel México 2006 (Lawson et al. 2007),
utilizando la pregunta, “Desde que llegó Fox a la Presidencia, ¿usted diría que su situación
económica personal ha mejorado, ha empeorado, o sigue igual?”

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México. Los varios malestares propios de esa sociedad rebasan
el umbral de lo social y se expresan en la política democráti-
ca —propiamente en la arena electoral— por vía de un partido
que, en su rijosa vida interna y obstinada oposición, es reflejo
de una sociedad tensionada.

Conclusiones comparativas: politización


de la desigualdad y estabilidad de la
competencia democrática
Los procesos de cambio económico y social revisados en este
capítulo no son exclusivos de México. En sus componentes
fundamentales, definieron la experiencia de las últimas décadas
en gran parte de América Latina. La forma en que se manifesta-
ron políticamente, sin embargo, varió entre diferentes casos en
función de la capacidad de los sistemas de partidos de absorber
las tensiones que emanaban de la sociedad. Hasta aquí he sos-
tenido que en México, el prd sirvió como una cámara de pro-
cesamiento, dentro del marco institucional, de los principales
malestares en un contexto de cambio profundo.
La relación del prd con las instituciones establecidas
fue tensa desde su nacimiento. En algunos momentos, has-
ta esquizofrénica. Se trata de un partido que quería actuar y
actuaba dentro del “sistema”, pero a la vez le negaba una le-
gitimidad fundamental. Es así, insisto, desde su origen. Tras
la fraudulenta elección de 1988, segmentos de la coalición de
las izquierdas veían la ruptura como el único camino posible.
Prevaleció la corriente reformista, de modo que el prd ter-
minó contribuyendo de manera decisiva a la democratización
por la vía electoral. Aun así, acosado desde el poder durante el

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salinismo, el partido fue siempre la oposición más intratable y
renuente a la cooperación.
Después de la transición, por su inconformidad visceral con
el estado de las cosas negaba la existencia misma de la demo-
cracia que había contribuido a edificar. En 2006, desconoció
contra las evidencias su derrota en las urnas —en unas eleccio-
nes manchadas por la intervención gubernamental para tratar de
desaforar a su candidato natural y por la compra ilegal de publi-
cidad electrónica por parte del sector empresarial, pero libres y
limpias en el conteo. Desde entonces se convirtió en un crítico
acérrimo de las autoridades electorales. Negó la existencia mis-
ma de comicios mínimamente limpios y equilibrados. Al mismo
tiempo, siguió participando en ellos, con el generoso financia-
miento y acceso a los medios otorgados por el sistema electoral
en el país. En 2012, volvió a cuestionar la legitimidad democrá-
tica de los ganadores. En 2018, su segundo líder histórico ganó
bajo otras siglas, pero dijo hacerlo pese a la parcialidad de las
autoridades electorales. En ello ha radicado la esquizofrenia del
prd y la izquierda mexicana: ser partícipe y beneficiaria de un
sistema institucional que no termina por abrazar.
Aun así, con un pie dentro del sistema institucional y otro
en sus fronteras, el prd tuvo un importante efecto estabilizador.
Su aparición temprana en el proceso de reforma de mercado
habilitó un conducto a través del cual el malestar social de am-
plios sectores pudo desfogarse en el sistema partidista. Pese a
sus ambigüedades, mantuvo una apuesta decidida por la com-
petencia electoral. Si se quería expresar descontento, estaban
las elecciones y en ellas el prd.
Una reorganización económica y social de la magnitud
que vivió el país desde los ochenta implicaba, por definición,
la aparición de potentes actitudes contestarias, sensibilidades

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“plebeyas” y sensaciones de agravio. Esas convulsiones tenían
la fuerza suficiente para romper el molde de la política demo-
crática y la continuidad institucional. La capacidad del prd de
asimilar y conducir el magma social hacia el terreno electoral
fue, por tanto, un mecanismo de estabilización del sistema par-
tidario e institucional en su conjunto.
Si las corrientes de cambio económico y social en México
no fueron excepcionales, sí lo fue este tipo de desahogo políti-
co en el que el prd desempeñó un papel protagónico. México
pertenece a una familia de países en América Latina en la que
fueron partidos de masas surgidos de la primera etapa de in-
corporación popular en la región a partir de los años treinta, o
partidos con orientación tradicional hacia el centroizquierda,
los que implementaron desde el poder las reformas de mer-
cado (Roberts 2014). Como el pri en México, Acción Demo-
crática en Venezuela, el Peronismo argentino, el Movimiento
Nacional Revolucionario (mnr) en Bolivia o Izquierda De-
mocrática en Ecuador viraron hacia el liberalismo económico
y comandaron la desarticulación del modelo estatista con el
que estaban identificados.
Partidos de masas como el pri estaban profundamente li-
gados con las políticas desarrollistas y los esquemas de repre-
sentación corporativa. El desarraigo del modelo estatista fue
mucho más traumático en estos casos, con crisis económicas e
inflacionarias profundas. El viraje hacia el mercado implicaba
el rompimiento de modos de representación de intereses, ne-
gociación intersectorial y vinculación Estado-sociedad en los
que descansaba el orden político. Al encabezar estas medidas,
Acción Democrática, el mnr, el peronismo o el pri imponían
grandes costos a sus bases populares tradicionales, en especial
el sector obrero. En todos estos países, la reversión programáti-

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ca fue muy desestabilizante para la competencia electoral en el
mediano plazo, a excepción de México, en donde el prd pudo
amortiguar la reacción social.
La contribución crítica del prd fue dotar al sistema de parti-
dos mexicano, desde temprano en el proceso de ajuste económi-
co, de una propiedad crucial de los sistemas representativos: la
polaridad. A falta del prd, la confluencia del pri y el pri en el
liberalismo de mercado habría dejado sin voz en la arena electo-
ral a sectores perjudicados e inconformes con las consecuencias
distributivas y sociales del nuevo modelo. La oposición del prd
fue tradicionalmente vista por los defensores de las reformas
económicas como un lastre en el proceso de modernización. En
esta narrativa, ese partido impedía una transición políticamente
tersa y se interponía en el desarrollo al obstaculizar cambios
necesarios. Representaba, de hecho, todo lo que se debía dejar
atrás: el estatismo, el subvencionismo y el proteccionismo de
un Estado obeso. El prd había surgido en oposición al cambio
—un partido de reacción, con banderas anticuadas.
No obstante, el tiempo dejaría en claro las ventajas demo-
cráticas de la resistencia institucionalizada del prd. En los
países donde el modelo de libre mercado envolvió hegemóni-
camente al sistema de partidos, la falta de salidas instituciona-
les al disenso provocó explosiones sociales, fluidez electoral y
movimientos populistas contestarios muy disruptivos (Roberts
2013, 2014). Terminado el ciclo de ajuste de los ochenta y no-
venta, la inconformidad rebasó al sistema representativo esta-
blecido. En la mayoría de los casos —salvo Argentina, donde
el peronismo se fracturó y terminó canalizando la oposición
al modelo por vía del kirchnerismo— la democracia declinó
hacia el autoritarismo competitivo, con un fuerte componente
personalista.

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El perfil organizativo de la reacción social varió entre los
casos. En Venezuela, a la violencia anómica del “Caracazo”
de 1989 siguió el intento de golpe de Estado de Hugo Chávez
en 1992 y finalmente su triunfo electoral en 1998. El chavismo
barrió con todos los partidos establecidos y montó un régimen
redistributivo muy popular, fundado en las rentas del petróleo.
Sin embargo, la democracia venezolana degeneró en un régi-
men de autoritarismo competitivo (Levitsky and Way 2010) y,
con el paso del tiempo, una dictadura militar incapaz de soste-
ner la economía.
En Ecuador, varias presidencias interrumpidas antes del fin
de mandato, por la fuerte protesta social, terminaron con la elec-
ción del líder populista Rafael Correa. Bajo el correísmo, refor-
mas sociales y un cierto fortalecimiento del Estado ecuatoriano
convivieron con recortes de las libertades políticas y dificultades
para la oposición para competir en pie de igualdad. En Bolivia,
las guerras del agua y del gas de principios de la década de 2000
desembocaron finalmente en la victoria de Evo Morales en 2005,
a la cabeza de un movimiento de base popular mucho más den-
samente organizado que el chavismo (Anria 2019). Como en Ve-
nezuela, el sistema de partidos preexistente implosionó.
Los movimientos sociales agrupados en el mas ejercían
una labor de contrapeso inexistente en el chavismo, donde la
movilización popular se encontraba mucho más subordina-
da. Morales, además, encabezó un proyecto de inclusión so-
cial fundado sobre bases económicas más sólidas, empezando
por el fortalecimiento fiscal del Estado a través de los impues-
tos a la industria extractiva. La redistribución alcanzada, así
como la subversión de rígidas jerarquías sociales, son inédi-
tas para América Latina fuera de un contexto revolucionario.
No obstante, el cariz populista del régimen cerró los espacios

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al pluralismo y desequilibró fundamentalmente la competencia
democrática. La ambición reeleccionista de Morales terminó en
una crisis política en 2019, con el régimen político a la deriva.
Al adoptar el modelo de mercado, partidos que como el pri
iban en contra de sus posiciones programáticas tradicionales
estaban rompiendo los anclajes sociales del Estado y trastocan-
do los fundamentos del sistema representativo. Por esa razón,
como ha explicado Roberts, su viraje resultó profundamente
disruptivo para la competencia democrática y alimentó reaccio-
nes populistas que cargaron contra el orden constitucional. Mé-
xico siguió otro camino, de mayor estabilidad política, debido
a que el prd otorgó al sistema de partidos una polaridad de la
que carecieron esos otros países durante las décadas de ajuste.
Desde una óptica pluralista, la oposición del prd fue un va-
lor democrático, pues aseguró que sectores que demandaban
compensación o protección de las inseguridades del mercado
encontraran significado en las contiendas electorales. Virtuosa-
mente, politizó pronto la desigualdad, las carencias y los costos
sociales de la nueva época. A diferencia de lo sucedido en otros
países, el antagonismo político se alineó con las divisiones que
se abrían en la sociedad, ante un cambio abrupto en la organi-
zación económica y del Estado. Esa presencia contestataria dio
equilibrio a la política democrática.
Un reflejo de ello se encuentra en los niveles de volatilidad
electoral. Pese a todos los cambios subyacentes, México man-
tuvo en sus primeras dos décadas de democracia el sistema de
partidos menos volátil de la región junto con Uruguay (Greene
and Sánchez-Talanquer 2018). Tal estabilidad permite a los vo-
tantes orientarse en la política y formular mandatos programáti-
cos a través de las elecciones. La propia durabilidad del prd es
excepcional. Entre 1978 y 2005, se fundaron en América Latina

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307 partidos que alcanzaron al menos 1% del voto legislativo en
una elección. De ellos, sólo 11 han logrado ganar al menos 10%
del voto en cinco elecciones legislativas consecutivas. Es decir
menos del 4% de los partidos de la tercera ola de la democracia
en la región echaron raíces (Levitsky et al. 2016).
El secreto del éxito perredista durante treinta años fue su ca-
pacidad de abanderar la inconformidad con lo establecido. Que
un movimiento emanado del prd, como el lopezobradorismo,
haya llegado al poder llevándose consigo esa insignia es una de
las crueles paradojas de la política. Fundado para conquistar la
presidencia, el partido se encuentra hoy más lejos de ella que
nunca antes. Forjado a fuego y hierro en la oposición, enfrenta
el desafío de reinventarse en ella. ¿Lo conseguirá?

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1989. El año mágico del fin de la historia
Un mosaico del escenario público
cuando nace el prd
Raúl Trejo Delarbre

A ño axial, como pocos, en 1989 el mundo —México no fue


la excepción— emprendió una vehemente, a veces equívo-
ca y tortuosa, búsqueda de la modernidad. Había mucho de fin de
época, pero también de titubeos, en las maneras de entender rup-
turas políticas, novedades tecnológicas y aventuras culturales que
ocurrían en sociedades ávidas de cambio pero también temerosas
a dejar atrás las certezas que las habían cobijado por décadas. El
año en que nació el Partido de la Revolución Democrática cayeron
los muros políticos en Europa del Este y hubo quien diagnóstico
que estábamos en el ocaso de las ideologías. En América Latina
hubo históricas renovaciones democráticas. Ese año llegaron a
México la Internet y los celulares, cayeron ominosos cacicazgos
sindicales y hubo importantes huelgas obreras, el narcotráfico
comenzaba a estar en el centro de la expectación pública, los
medios eran disciplinadamente priistas y la modernidad era em-
blema político, desafío cultural y motivo de perplejidad social.

Caen los muros en Europa del Este


El espíritu de fin de época se afianzó con los cambios detrás de
la que, no siempre alegóricamente, los comentaristas de políti-
ca internacional denominaban “la cortina de hierro”. La nueva

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política del presidente de la urss Mijaíl Gorbachov anunciaba,
entre otros giros en el timón soviético, que su gobierno dejaría
de respaldar militarmente a otros regímenes que hasta entonces
habían estado bajo su zona de influencia. Ese era un obligado
reconocimiento a la desazón social que se expresaba de varia-
das maneras en aquellos países.
La caída del Muro de Berlín, que desde agosto de 1961 ha-
bía sido emblema del forzado predominio soviético constituyó,
el jueves 9 de noviembre, el momento de quiebre —literalmen-
te— entre el mundo bipolar y el nuevo escenario global que
se abría en 1989. Durante todo ese año un acontecimiento tras
otro anunciaba esa ruptura con el comunismo —o con lo que
también se conoció como socialismo real— pero nadie anticipó
que esos cambios ocurrirían con tan pronto.
En Hungría, en marzo de aquel 1989, los sindicatos obtu-
vieron el reconocimiento del derecho de huelga que ya habían
conquistado los trabajadores en Polonia. En Polonia misma el
partido organizado en torno al sindicato Solidaridad, de Lech
Walesa, obtuvo el segundo sitio en las elecciones parlamenta-
rias de junio y, aliado con otros partidos, logró que el escritor
Tadeusz Mazowiecki fuera primer ministro. Se trataba del pri-
mer jefe de gobierno polaco que no era comunista desde que
terminó la Segunda Guerra.
En Hungría, los partidos creados poco antes en contrapo-
sición al Partido Comunista exigieron que fueran retiradas las
tropas de la Unión Soviética. A fines de octubre el Partido
Socialista Obrero Húngaro se autodisolvió y constituyó una
nueva organización que reconocía a la economía de libre mer-
cado y la democracia pluralista.
En agosto miles de alemanes abandonaron Alemania Orien-
tal a través de una vía libre que Hungría y Austria abrieron

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entre sus fronteras. En varias ciudades de Alemania Oriental
había manifestaciones contra el gobierno de Erick Honecker
quien renunció el 18 de octubre. En agosto en Estonia, Leto-
nia y Lituania, habían comenzado a realizarse manifestaciones
contra la sujeción de las repúblicas bálticas a la urss.
El 10 de noviembre cayó Todor Zhivkov, presidente de
Bulgaria. Durante ese mes, en Checoslovaquia, el movimien-
to estudiantil y los adversarios del régimen comunista salie-
ron a las calles, mantuvieron una huelga general, organizaron
un Foro Cívico encabezado por el escritor Václav Havel y
consiguieron, así, que el 10 de diciembre renunciara el presi-
dente Gustáv Husák. Un gobierno provisional encabezado por
Havel inició la transición política en lo que llegarían a ser las
repúblicas checa y eslovaca. En Rumania, en diciembre, una
rebelión popular desembocó en la caída del dictador Nicolae
Ceausescu; abandonado por el ejército y la policía, fue juzga-
do y ejecutado junto con su esposa Elena Ceausescu antes de
que terminara el año.
No todo eran renovaciones. Las protestas en Europa del
Este resultaban especialmente intrépidas porque era imposi-
ble olvidar que poco antes, el sábado 3 de junio, centenares
o quizá miles de chinos fueron masacrados en la Plaza Tia-
nanmen. La situación en China, desde luego, nunca ha sido
equiparable a las condiciones políticas en otros países, pero
aquella demostración de intolerancia y salvajismo contrastaba
con la apertura que lograron las sociedades de Europa Orien-
tal. En aquella plaza mayor de Pekín, como en esos años to-
davía se le denominaba en nuestra lengua a la capital china, el
Ejército Rojo cargó contra los estudiantes que pedían apertura
política y que llevaban varios días en un concurrido plantón.
Nunca hubo información completa sobre el número de víc-

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timas pero años después se aseguró que en la represión de
Tiananmen y en otras zonas de Pekín pudieron haber muerto
10 mil personas1.

Sublevaciones populares y provocación inte-


lectual
La conmoción que aquellos acontecimientos significaron en el
orden internacional y en la historia del siglo xx no fue necesa-
riamente aquilatada en aquel momento. En México la llamada
clase política y la sociedad que la observa estaban demasiado
atareadas en los diferendos domésticos, en buena medida con-
tinuación de la elección presidencial de 1988, para detenerse
a comprender esas transformaciones. En los partidos políticos
mexicanos, y también en la prensa, la reflexión sobre la caída
del Muro como paradigma de distensión y la matanza en Pekín
como extremo autoritario, tuvieron pocas expresiones analíti-
cas. Algunos meses más tarde Adolfo Gilly publicó una disec-
ción de esos cambios de la cual tomamos un par de párrafos
para subrayar la relevancia que alcanzarían:
“En las grandes jornadas de 1989, año mágico en el siglo,
desde los días de Tienanmen hasta la caída del muro de Berlín,
una casta explotadora y su régimen de opresión fueron asedia-
dos, sacudidos y en diversos lugares derrotados. Como ha sido
analizado en otros lugares (ver, entre otros, mi ensayo ‘Tesis
sobre China’, Cuadernos Políticos, no. 59/60. México, agosto

1
Adam Lusher, “At least 10,000 people died in Tiananmen Square massacre,
secret British cable from the time alleged”. The Independent, 23 December
2017. Disponible en https://www.independent.co.uk/news/world/asia/tianan-
men-square-massacre-death-toll-secret-cable-british-ambassador-1989-alan-
donald-a8126461.html

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1989), esto tiene que ver con otros grandes cambios mundiales
a partir de la mitad de los años setenta: restructuración mundial
del capitalismo, revoluciones tecnológicas, transformaciones
del mundo del trabajo, retroceso de las posiciones y las conquis-
tas de los trabajadores en los grandes países capitalistas indus-
triales y semindustriales, debilitamiento de los Welfare States y
sus ‘pactos sociales’, crisis arrasadora en los países subordina-
dos y menos desarrollados (el llamado ‘Tercer Mundo’).
“Pero, hecho determinante para cualquier perspectiva futura,
aquellos regímenes no pudieron ser destruidos por las armas ca-
pitalistas ni fueron derribados por una guerra universal cuyas des-
trucciones habrían enviado hacia un futuro lejano cualquier idea
de socialismo. Se derrumbaron o fueron obligados a retroceder en
el terreno económico por su ineptitud para la competencia en el
mercado mundial y en el terreno político por la movilización na-
cional y democrática y la sublevación de sus propios pueblos” 2.
En América Latina también hubo contraluces. En Para-
guay, un golpe de Estado depuso en febrero al dictador Alfredo
Stroessner. Tras meses después hubo elecciones democráticas.
En Chile el 14 de diciembre Patricio Aylwin, de la Concerta-
ción de Partidos por la Democracia, alcanzó la presidencia en
la primera elección presidencial democrática que había en ese
país después de la dictadura. En cambio el 20 de diciembre el
gobierno de Estados Unidos invadió Panamá con más de 27 mil
soldados para aprehender al general Manuel Antonio Noriega,
al que acusa de narcotraficante. Noriega era jefe de las fuerzas
militares y en mayo anterior había impedido que se respetara el
resultado de una elección democrática. Fue juzgado y encarce-
lado en Estados Unidos.

2
Adolfo Gilly, “1989”. Nexos no. 167, noviembre de 1991, pp. 55 - 56.

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Las transformaciones, sobre todo en el antiguo bloque sovié-
tico, que se podían atisbar y serían confirmadas antes y después
de que se derrumbara el muro berlinés, inspiraron el ensayo
“¿El fin de la historia?” del profesor Francis Fukuyama, publi-
cado en el número de Verano de 1989 de la National Interest.
Las provocaciones intelectuales pero también políticas de ese
texto (que más tarde, ampliado, aparecería como libro con el
mismo título) desataron una extensa polémica. Fukuyama sos-
tuvo que durante el siglo xx el liberalismo se había enfrentado
a dos grandes retos, el fascismo y el comunismo. Los cambios
en Europa del Este, e incluso la intolerancia del poder político
en China, significaban el “punto final de la evolución ideoló-
gica de la humanidad y la universalización de la democracia
liberal occidental como la forma final de gobierno humano”. El
debate que suscitó el texto de ese politólogo por la Universidad
de Harvard se concentró en la drástica frase que daba título
al ensayo y reparó poco en las advertencias que hacía sobre
las causas de los conflictos que a partir de entonces enfrentaría
la humanidad: violencia étnica y nacionalista, terrorismo, cri-
sis económicas y medio ambiente entre otros temas. La nueva
agenda del mundo aún estaba por definirse pero había llamadas
de atención sobre contratiempos que se volverían insoslaya-
bles. El 24 de marzo el buque petrolero Exxon Valdez derra-
mó 37 mil toneladas de petróleo frente a las costas de Alaska,
creando una de las primeras crisis ambientales de la época.

Reproches y reconocimientos en la caída de “La


Quina”
La vida pública mexicana transitó de un asombro a otro durante
todo 1989. Muchas de esas sorpresas ocurrieron en el terreno

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sindical. En contraste con la historia de inmovilidad e inercias
que a excepción de los brotes de sindicalismo insurgente tuvie-
ron durante varias décadas, el llamado movimiento obrero ex-
perimentó sacudidas en ocasiones auspiciadas por el gobierno
y, en otras, propiciadas por el afán democratizador de algunos
grupos de trabajadores.
La mañana del martes 10 de enero, en una aparatosa incur-
sión militar y policiaca, fue aprehendido en su casa de Ciudad
Madero el dirigente sindical Joaquín Hernández Galicia. Co-
nocido como “La Quina”, ese personaje ejercía desde 1961 el
liderazgo real en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la
República Mexicana, aunque sólo ocupó la secretaría general
durante tres años. En la operación para detenerlo hubo al me-
nos un disparo de bazuka por parte de miembros del Ejército y
murió un agente del Ministerio Público, al parecer por disparos
de guardaespaldas de La Quina. Ese día fueron detenidos el
secretario general del sindicato Salvador Barragán Camacho y
otros 48 colaboradores de La Quina y miembros de la dirección
sindical. Hernández Galicia, que tenía 66 años, fue acusado de
posesión ilegal de armas y permaneció encarcelado hasta su
muerte en 2013. En febrero de 1989 el gobierno propició la de-
signación de Sebastián Guzmán Cabrera como nuevo dirigente
nacional del stprm.
La detención de los líderes petroleros desató reacciones en-
contradas. Eran fama pública sus tropelías, el manejo discrecio-
nal que hacían de los fondos sindicales y su rechazo inclusive
violento a cualquier disidencia entre los trabajadores. También
había sido conocida la antipatía de La Quina por la candidatura
presidencial de Carlos Salinas de Gortari en el pri, al mismo
tiempo que tenía algunas coincidencias con Cuauhtémoc Cár-
denas. Por otra parte, el despliegue de fuerza para detener a

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La Quina subrayó que su aprehensión y destitución eran una
decisión categórica del nuevo presidente de la República. Sali-
nas había tomado posesión apenas 41 días antes, el primero de
diciembre de 1988.
En el flanco sindical, así como en los partidos considera-
dos como de izquierda, la mayor parte de las reacciones fueron
de condena a la aprehensión del dirigente petrolero. La arcaica
pero aún influyente Confederación de Trabajadores de México,
ctm, señaló en un desplegado que “lo ocurrido, de no corregir-
se, abriría una etapa en la vida del país que nadie desea: la del
autoritarismo que podría conducir a la anarquía, a la violencia
reaccionaria”. A nombre del Frente Democrático Nacional que
había impulsado la candidatura cardenista Pablo Gómez, Mi-
guel Aroche Parra y Alfredo Pliego, sostuvieron que “los de-
tenidos deben ser liberados de inmediato antes de que el país
se precipite en mayores acciones de agresión a la ciudadanía”.
El viejo líder ferrocarrilero Valentín Campa condenó la de-
tención en estos términos: “El golpe del 10 de enero no ha sido
contra la corrupción en el sindicato petrolero, de la que el go-
bierno ha sido cuando menos cómplice. El problema principal
radica en la contradicción que surgió entre los dirigentes co-
rruptos del sindicato y el gobierno de Salinas”3. Campa recordó
que poco antes había coincidido con La Quina en la oposición
al Pacto de Estabilidad y Crecimiento Económico que promo-
vió a fines de los años 80 el presidente Miguel de la Madrid.
“Me invitó a mítines y asambleas en Ciudad Madero, de tal
manera que no fueron relaciones vergonzantes”4. El ingeniero

3
Oscar Hinojosa y Pascal Beltrán del Río, “La izquierda se acercó a La Quina,
‘por sus evidentes contradicciones con Salinas’ ”. Proceso no. 638, 23 de enero de
1989, pp. 16 -17.
4
Ibid.

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Heberto Castillo, ex candidato presidencial del Partido Mexi-
cano Socialista, consideró: “Con la acción del 10 de enero no
se abre el camino a la democracia en el sindicato petrolero.
No hay apertura, sino un mayor control gubernamental de los
sindicatos”5.
El Partido de la Revolución Democrática, surgido del movi-
miento electoral en torno a Cuauhtémoc Cárdenas, no estaba for-
malmente constituido pero tenía una dirección y ya funcionaba
aparte del fdn. En representación del prd el propio Cárdenas
Solórzano indicó que “la detención violenta de ‘La Quina’ y la
utilización del ejército para custodiar instalaciones petroleras
son violaciones a la legalidad que se deben reprobar”. Cárde-
nas consideró también que la detención de Hernández Galicia
era “una venganza por la denuncia pública de corrupción en
Pemex” que hacía el sindicato. El secretario general del Partido
Mexicano Socialista, que formó parte del fdn y luego sería la
columna vertebral en la creación del prd, Gilberto Rincón Ga-
llardo, declaró que las acusaciones de acopio y contrabando de
armas “son un pretexto para encubrir acciones fraudulentas de
ex funcionarios de Pemex”6.
El 12 de enero, en un documento publicado en la prensa,
el Secretariado del Consejo Nacional del pms consideró que
la causa de la detención de los dirigentes petroleros “no es
otra que la pretensión gubernamental de acabar con un gru-
po de líderes sindicales del país, que desde hace seis años se
ha opuesto a la política entreguista de los gobiernos de Mi-
guel de la Madrid, primero, y de Carlos Salinas de Gortari,

5
Ibid.
6
Raúl Trejo Delarbre y Ana L. Galván, coordinadores, Así cayó La Quina. Edicio-
nes de El Nacional, México, 1989, pp. 22 y ss.

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ahora”7. Para ese órgano de dirección del pms, además de
un golpe al sindicato se trataba de una amenaza contra todas
las organizaciones sociales y políticas que discreparan con
el gobierno.
Al día siguiente, once dirigentes y militantes del pms en-
viaron a su Consejo Nacional una carta en la que expresa-
ron fuertes discrepancias con aquella posición de su parti-
do. “Ahora resulta que el señor Joaquín Hernández Galicia
y sus socios son algo así como prohombres de la nación”,
ironizaron. Deben cumplirse las garantías constitucionales
que tienen todos los ciudadanos, dijeron esos miembros del
pms, “pero no parece sensato y menos acorde con un proyec-
to socialista fingir amnesia y olvidar lo que han significado
Joaquín Hernández Galicia y sus compañeros para la indus-
tria petrolera y el país… Nos preocupa, sí, y mucho, que el
secretariado de nuestro partido se convierta en una especie
de aval moral de una dirección sindical no solamente antide-
mocrática, sino mafiosa… La posición de nuestro partido no
puede depender de un antigobiernismo tan primitivo que cree
que cualquier enemigo del gobierno es nuestro aliado real o
potencial”8.

7
“Declaración del Secretariado del Partido Mexicano Socialista en relación con la
detención de Joaquín Hernández Galicia y otros dirigentes petroleros”. Documen-
to suscrito por Jesús Ortega M. La Jornada, 12 de enero de 1989. Reproducido en
Trejo y Galván, cit., pp. 99-100.
8
“Condenan el aval del fdn y oms a ‘La Quina’, dirigentes”. El Nacional, 14 de
enero de 1989. Documento reproducido en Trejo y Galván, cit.,p. 157. Aquella
carta fue suscrita, en ese orden, por los siguientes dirigentes y miembros del pms:
José Woldenberg, Leonardo Valdés, Uriel Jarquín G., Alejandro Encinas Rodrí-
guez, Rolando Cordera Campos, Luis Salazar Carrión, Enrique Provencio, Adolfo
Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual Moncayo, Rosalba Carrasco L. y Gustavo Hi-
rales M.

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Líderes destituídos, sindicatos que no cambiaron
El 17 de marzo, debido a reclamos de trabajadores disidentes, el
líder Venustiano Reyes López, conocido como Venus Rey, dejó
la dirección del Sindicato Unico de Trabajadores de la Música.
Se mantuvo como asesor del sindicato hasta que su grupo sindi-
cal fue desplazado por otro en noviembre de aquel año.
Poco después Carlos Jonguitud Barrios, dueño de todas las
decisiones relevantes en el Sindicato Nacional de Trabajado-
res de la Educación, renunció al snte. Desde dos meses antes
las protestas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de
la Educación en varias ciudades por aumento de salarios y en
rechazo a los dirigentes tradicionales del sindicato, habían des-
bordado al liderazgo del snte. El secretario general del sin-
dicato, José Refugio del Ángel, que apenas el 13 de febrero
había sido designado para ese cargo, decía que los maestros que
lo impugnaban y mantenían vistosas movilizaciones eran “una
minoría que quiere desestabilizar al snte”. Su nombramiento
fue avalado por un congreso sindical pero en realidad había
sido definido por Jonguitud, que desde 1972 controlaba el sin-
dicato a través del grupo Vanguardia Revolucionaria.
El 13 de abril el sindicato y el gobierno pactaron un aumen-
to salarial del 10% que no les pareció suficiente a los profesores
de la Coordinadora. En Chiapas y Oaxaca las secciones disi-
dentes iniciaron un paro y luego la protesta se extendió a otros
estados. El domingo 23 de abril, después de una reunión con el
presidente Salinas en la residencia oficial de Los Pinos, Jongui-
tud anunció que se retiraba como líder de Vanguardia Revolu-
cionaria. Más tarde José Refugio del Ángel pidió licencia para
dejar ese cargo y al día siguiente Elba Esther Gordillo, que fue
parte del grupo de Jonguitud pero se había distanciado de él, es
designada secretaria general. Tres días más tarde el presiden-

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te Salinas dispuso que el aumento salarial fuese del 25%. Los
paros y reclamos de los profesores más exigentes continuaron
durante los siguientes meses.
El 8 de noviembre, tras la protesta de grupos que cuestio-
naban la pérdida de prestaciones en el contrato colectivo que
había firmado, Antonio Punzo Gaona renunció a la secretaría
general del Sindicato de Trabajadores del Instituto Mexicano
del Seguro Social.
Mucho cambiaba pero todo seguía fundamentalmente igual
en el diverso pero, en esos años, todavía relevante sindicalismo
mexicano. Las caídas de Hernández Galicia, Jonguitud, Venus
Rey y Punzo fueron muy vistosas y, en apariencia, expresaban
una renovación que podría modificar el corporativismo auto-
ritario de las viejas estructuras sindicales. Pero en todos esos
casos la mano del gobierno había precipitado esas destitucio-
nes, sin demérito del descontento que había en algunos de tales
sindicatos. Los desacreditados líderes antidemocráticos fueron
reemplazados por dirigentes que ya formaban parte del antiguo
establishment sindical9.
El 3 de mayo se ponen en paro los choferes y mecánicos de
la Ruta 100, que brindaba el servicio de transporte en autobu-
ses en la Ciudad de México. Pocas horas después el gobierno
local dió por terminadas las relaciones laborales con ellos.
Más tarde el mismo gobierno, para resolver las protestas de
quienes se quedaron sin su fuente de trabajo, ofreció conce-
siones de líneas de autobuses a cooperativas que formaran
esos trabajadores.
9
Las anteriores páginas, y las siguientes, se apoyan en Raúl Trejo Delarbre, “Sindica-
tos en 1989: líderes que se van, democracia que no llega”. Punto no. 374, 1 de enero
de 1990, pp. 14-15 y en mi libro Crónica del sindicalismo mexicano (1976-1988).
Siglo xxi, México, 1990, 422 pp.

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El Sindicato Mexicano de Electricistas y el gobierno fede-
ral establecieron el 14 de abril un convenio que garantizaba la
permanencia de la Compañía de Luz, con la que contrataban los
miembros de esa organización. De esa manera evitaron que el
suterm, cuyos asociados trabajaban para la Comisión Federal
de Electricidad, demandase la titularidad de la contratación co-
lectiva en todo el sector eléctrico.
Por otra parte en la Planta Uno de Altos Hornos de Mexico,
en Monclova, Coahuila, esa empresa anuncia en abril el reajus-
te de 4 mil 500 trabajadores. Luego en la Planta Dos, también
en Monclova, Altos Hornos despide a otros 856 trabajadores.
Esa decisión conduce a una huelga. del 22 de mayo al 11 de
julio, de más de 3 mil trabajadores miembros del Sindicato Mi-
nero Metalúrgico. La huelga estalla en contra de la opinión del
dirigente nacional del sindicato, Napoleón Gómez Sada. Varias
semanas después, mientras el conflicto se prolongaba y los tra-
bajadores resentían la falta de sus salarios, ese líder replicó:
“cuando se decide estallar una huelga es que hay fondo de re-
sistencia para tres meses; si no lo hay, que se chinguen”. La
huelga concluye el 10 de julio con la derrota de los trabajadores
que debieron aceptar el despido de 856 compañeros suyos.
El 22 de agosto los trabajadores de la sección 271 en la
Siderúrgica Lázaro Cárdenas en Las Truchas, Michoacán, se
declararon en huelga por mejores salarios y contra el despido
de mil 200 de ellos. Lograron un aumento de salarios pero no
consiguieron evitar los despidos.
En agosto los trabajadores de la Minera Cananea, que con-
forman la sección 65 del Sindicato Minero Metalúrgico, se
declararon en huelga cuando se anunció la quiebra de esa
empresa. La mina fue ocupada por el Ejército. Semanas más
tarde la sección sindical negoció el monto de las indemniza-

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ciones para 650 trabajadores. La mina fue reabierta y los tra-
bajadores que conservaron su empleo recibieron incremento
de salarios.
También formó parte de los cambios en el sindicalismo,
con implicaciones muy diferentes a las anteriores, la deci-
sión del secretario general del Sindicato de Trabajadores de
la Universidad Nacional Autónoma de México, Evaristo Pé-
rez Arreola, para dejar el liderazgo de esa agrupación. Había
encabezado al sindicato universitario desde 1971, cuando era
agrupaba únicamente a trabajadores administrativos. Pérez
Arreola toma esa decisión en febrero de 1989 para convertirse
en asesor del presidente Carlos Salinas de Gortari. Lo sustitu-
ye Nicolás Olivos Cuéllar.
Después de la discutida elección de 1988, Pérez Arreola pro-
puso la formación de un gabinete de composición cuyos miem-
bros fueran designados de manera proporcional, de acuerdo
con los resultados de la votación del seis de julio, “ni Cárdenas
ni Salinas podrían gobernar si no es mediante la concertación”
sostenía. Esa iniciativa no prosperó pero al año siguiente el ya
presidente Salinas lo llamó a colaborar con él. No permaneció
mucho en esa asesoría. Pérez Arreola, que había sido diputado
federal por el Partido Comunista, ganó a fines de 1989 una cu-
rul como diputado local en Coahuila y poco después fue presi-
dente municipal de su natal Ciudad Acuña. Murió en enero de
2002 a los 62 años.
En julio de 1989 Fidel Velázquez, el cacique sindical que
manejaba la ctm, fue operado en el Hospital Central Militar
debido a un problema intestinal. Esa intervención quirúrgica
suscitó una amplia expectación política debido a que tenía
89 años. La Secretaria de la Defensa tuvo que difundir varios
partes oficiales sobre el estado de salud del antiguo cacique

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sindical que se recuperó, más allá de los augurios que circu-
laban sobre sus capacidades para dirigir a la ctm. Velázquez
continuó allí hasta el 21 de junio de 1997, cuando murió a los
97 años. 53 de ellos estuvo al frente de la principal central
obrera del país.

Justicia y delincuencia, aprehensiones y narco-


satánicos
Una oleada de inesperadas acciones judiciales capturó la aten-
ción de la sociedad mexicana en el transcurso de 1989. El 13
de febrero fue encarcelado Eduardo Legorreta Chauvet, pre-
sidente del Consejo de Administración de la firma Operadora
de Bolsa, acusado de daños patrimoniales contra particulares y
contra la hacienda pública.
En junio La Procuraduría General de la República recuperó
las 140 piezas arqueológicas robadas del Museo Nacional de
Antropología en la Navidad de 1985.
En octubre, la secretaría de la Contraloría sancionó al ex
secretario Agricultura, Eduardo Pesqueira Olea, por insuficien-
cias en su declaración patrimonial. A ese ex funcionario se le
inhabilitó por diez años para ocupar cargos públicos.
El 8 de abril, en Guadalajara, fue capturado Miguel Félix
Gallardo, considerado como el narcotraficante más importan-
te del mundo. Era el eje de los negocios entre el narcotráfico
mexicano y el Cártel de Medellín. La influencia que alcanzó
en la zona Occidente del país le había permitido alternar con
personajes políticos e incluso llegó a formar parte de la Jun-
ta Directiva del Banco Mexicano Somex, de propiedad estatal.
Tan sólo en Guadalajara, Félix Gallardo tenia medio centenar
de casas. El día de su arresto el Ejército ocupó Culiacán y de-

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tuvo al director de la Policía Judicial y a centenares de policías
municipales que estaban a las órdenes del narcotraficante10.
Tres días más tarde, el 11 de abril, en un suceso sin relación
con Félix Gallardo pero que subrayó la presencia pública que
ya alcanzaba el narcotráfico la policía municipal de Matamo-
ros, Tamaulipas, encontró en el Rancho Santa Elena los cuer-
pos mutilados de trece personas junto a instrumentos de ritos de
santería. Así se sabría que una secta de narcotraficantes, a quie-
nes de inmediato la prensa sensacionalista bautizó como “los
narcosatánicos”, practicaba rituales con sacrificios humanos. A
ese grupo de asesinos y fanáticos los encabezaban Adolfo de
Jesús Constanzo, cubano-estadounidense de 26 años, y la joven
de 24 años Sara Aldrete Villarreal, estudiante en Brownsville.
Constanzo, convencido de que tenía poderes síquicos, había
creado una secta esotérica con una treintena de adeptos. El 6 de
mayo murió en un enfrentamiento con la policía en un depar-
tamento de la calle Río Sena, en la Colonia Cuauhtémoc de la
Ciudad de México.
“Costanzo —se podría recordar después— hace rituales del
palo mayombe, una de las muchas ramificaciones de la sante-
ría. Pero requiere sacrificios humanos: quiere columnas verte-
brales, cerebros. Prepara pócimas que, le asegura a sus segui-
dores, los hacen invulnerables a las balas de sus adversarios, y
más aún, los hace invisibles. Aprovecha para ganar dinero con
el trasiego de droga. Como, otra vez, corre el dinero, es esto,
más que los atroces brebajes que prepara, lo que consigue que
la policía de Matamoros se haga de la vista gorda”11.

10
Carlos Monsiváis, Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México.
Debate, edición edición para Kindle, 2016, posición 2103.
11
Bertha Hernández, “La nota roja teñida de narco: ‘Los Narcosatánicos’ roban
cámara”. La Crónica, México, 29 de junio de 2019.

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La sociedad mexicana, sin percatarse de ello, asistía al em-
plazamiento del narcotráfico entre los asuntos nacionales. La
relevancia pública y los negocios delincuenciales de Félix Ga-
llardo, así como la extravagancia criminal de Constanzo, eran
tan intensamente mediáticos que el carisma de esos personajes
destacó por encima de las implicaciones que tenía el narco-
tráfico mismo. Pronto vendrían la violencia desatada entre los
cárteles y sus rivalidades, así como las complicidades y limi-
taciones policiacas que dificultan su persecución. Esa pesadilla
aún no comenzaba.

Permanencias y ausencias en la prensa


Los relatos de la vida pública y la imagen que la sociedad se
formaba de sí misma eran condicionados, o matizados, los me-
dios de comunicación. De cuando en cuando era cuestionada
la dependencia que tenían diarios y revistas respecto de la em-
presa estatal que los proveía de papel. El 7 de junio de 1989 el
presidente Salinas, en la conmemoración del Día de la Libertad
de Prensa, dijo que tomaría la decisión de desincorporar la Pro-
ductora e Importadora de Papel, S.A., si esa era lo que querían
los editores.
pipsa existía desde 1935 y a través de ella el gobierno dosi-
ficaba, restringía o en algunos casos regalaba el papel a las em-
presas editoras de medios impresos. Los editores se dividieron.
Algunos reconocieron que, con todo y las desventajas políticas
que significaba, la existencia de pipsa les permitía recibir papel
en dotaciones seguras y a tiempo, además de que como esa em-
presa podía hacer entregas varias veces a la semana los periódi-
cos no tenían que disponer de grandes bodegas para almacenas
las enormes bobinas de papel que requerían sus rotativas.

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Otra era la postura de editores con más recursos para ad-
quirir papel en otros sitios. En octubre se realizó en Monterrey
la 45 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. El
director de El Norte, Alejandro Junco de la Vega, cuestionó allí
la existencia de pipsa, que regateaba la venta de esa materia
prima a la prensa que no coincidía con el gobierno. El presiden-
te Salinas de Gortari estaba en esa reunión y, después de hacerle
ese reclamo, Junco lo encomió de manera notoriamente enfática:
“Hoy en día muchos mexicanos contemplamos visiones promi-
sorias del futuro. Les presento al hombre que las ha despertado y
las ha impregnado con alternativas de esperanza y optimismo…”
A la exigencia del propietario de El Norte —que cuatro años más
tarde establecería el periódico Reforma en la Ciudad de Méxi-
co— Salinas respondió que vendería la empresa papelera12. Sin
embargo el 17 de octubre los editores de diarios que conforma-
ban el Consejo de Administración de pipsa resolvieron que la
empresa debería continuar siendo de propiedad estatal.
Meses antes, el cambio de propietarios de Unomásuno mos-
tró la injerencia que el gobierno estaba dispuesto a tener en la
prensa. En el transcurso de los años 80 ese diario desarrolló un
periodismo novedoso en México, con reportajes de investiga-
ción, crónicas bien escritas, reconocimiento al trabajo de los
fotógrafos y espacios para el análisis crítico desde posiciones
de centro izquierda, entre otros rasgos. En 1984, debido a una
escisión por diferencias en el manejo de la empresa, el diario
se quedó sin algunos de sus colaboradores y reporteros más va-
liosos pero continuó bajo la dirección de su fundador, Manuel
Becerra Acosta. En unomásuno se publicó, en agosto de 1986, la

12
Raúl Trejo Delarbre, “El fundamental papel de pipsa”. Punto no. 363, 16 de
octubre de 1989, p. 3.

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creación de la Corriente Democrática que cuestionó la falta de
mecanismos para la participación de los militantes del Partido
Revolucionario Institucional. Integrada por Cuauhtémoc Cárde-
nas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, entre otras perso-
nas, esa Corriente expresaría al año siguiente su desacuerdo con
la designación de Carlos Salinas como candidato presidencial y
a partir de ella se organizó la postulación del propio Cárdenas.
El 3 de marzo de 1989 unomásuno anunció que Becerra
Acota dejaba el periódico. Meses más tarde ese periodista dijo
que la Secretaría de Gobernación le entregó un millón de dó-
lares a cambio de la dirección y la propiedad del periódico y
le dieron instrucciones para que se fuera del país13. Murió en
España en junio de 2000.
En otro asunto, el 13 de junio de 1989 fue detenido José
Antonio Zorrilla, ex director Federal de Seguridad, acusado de
haber planeado el asesinato del periodista Manuel Buendía en
mayo de 1984. Condenado a prisión de 35 años, ese antiguo
jefe policiaco fue excarcelado en septiembre de 2013 para que
cumpliera sentencia domiciliaria debido, según se dijo, a pro-
blemas de salud.
En marzo de 1989 el caricaturista Abel Quezada se retiró de
ese oficio en la prensa. Sus cartones fueron célebres en Excél-
sior durante dos décadas, hasta 1976. Luego colaboró en Nove-
dades. En homenaje a él durante una semana, del 27 de marzo
al 1 de abril, varios diarios del país reprodujeron seis cartones
suyos. Quezada murió, a los 71 años, en 1991.
Y en diciembre 21 de 1989 falleció José Pagés Llergo, fun-
dador y director de la revista Siempre! Tenía 79 años. Bajo su

Carlos Marín, “Destierro, no es otra cosa, dice en Madrid el exdirector de uno-


13

másuno, Becerra Acosta”. Proceso 674, 2 de octubre de 1989, pp. 6-11.

95

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conducción ese semanario, nacido en julio de 1953, fue un es-
pacio indispensable en el debate público mexicano.

Monótona televisión, colmada de aplausos al


gobierno
El sometimiento formal e informal de la televisión al poder
político se ratificó en varios episodios durante 1989. Televisa
tenía dos cadenas nacionales y, en la ciudad de México, un par
de frecuencias más. Las concesiones del canal 5 y del canal 9
vencieron en enero y julio de 1989, respectivamente. Transcu-
rrieron varios meses sin que la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes las reasignara o refrendara. Después de un tiempo,
sin licitación ni explicación alguna, el gobierno ratificó la asig-
nación de esas frecuencias a Televisa.
En 1989 casi toda la televisión mexicana transmitía, aún, en
la banda de vhf (Muy Alta Frecuencia) que va de los canales 2
a 13. La uhf (Ultra Alta Frecuencia) que en esos años permitía
acomodar canales del 14 al 51, o en algunos casos varios más,
no se utilizaba en la mayor parte del país. En 1989 la empresa
estatal de televisión, Imevisión, comenzó a hacer pruebas en la
frecuencia del Canal 22 que quería destinar a transmitir pelícu-
las. Televisa, por su parte, hacía ensayos en los canales 33 y 52.
El uso de la uhf se expandió a partir de ese año.
En la Ciudad de México la televisión abierta ofrecía siete
canales: cuatro de Televisa, dos de la empresa estatal Imevisión
y Canal Once del Politécnico. La televisión por cable tenía 506
mil suscriptores en todo el país14. Otra opción eran las antenas

14
inegi Anuario Estadístico de los Estados Unidos Mexicanos Edición 1990, Mé-
xico, 1992, p 33.

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parabólicas que recibían señales satelitales y que costaban en-
tre 5 y 10 millones de pesos.
Una modalidad adicional fue desarrollada por Multivisión,
antes conocida como Telerrey. Esa empresa inauguró en 1989 un
servicio de televisión de paga en una banda de frecuencias que
sólo se podía sintonizar con una antena especial que se ofrecía en
renta. La suscripción inicial costaba un millón y medio de pesos.
Por esa cantidad Multivisión, o MVS, ofrecía la prometedora
cantidad de ocho nuevos canales de televisión. El salario míni-
mo general, que había aumentado en julio de aquel 1989 era, en
promedio, de $8306.03 diarios. Es decir, 249 mil pesos al mes.
Contratar Multivisión equivalía a medio año de salario mínimo.
A pesar de ese costo mvs consiguió, paulatinamente, una amplia
cartera de suscriptores. La televisión abierta y en alguna medida
los servicios de cable ofrecían una programación tan monótona
que muchas familias decidieron hacer ese gasto para tener acceso
a nuevas opciones de entretenimiento e información.
Los impedimentos para la diversidad en la televisión abier-
ta fueron evidentes desde comienzos del año. El viernes 13 de
enero, tras días después de la aprehensión de “La Quina”, el pe-
riodista de Televisa Guillermo Ochoa incluyó, en el segmento
que conducía en el sistema de noticias Eco, una entrevista de 40
minutos que le hizo cinco años antes al dirigente petrolero. Ho-
ras más tarde el dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, lo
despidió porque consideró que mostrar al líder encarcelado era
le ocasionaba daño al país15.
La defenestración del líder sindical petrolero suscitó las
reacciones más diversas. El cómico Jesús Martínez “Palillo”,
que fallecería en 1994, montó en el Teatro Carpa México un

15
Guillermo Ochoa, “Emilio, ‘La Quina’ y yo”. El Universal, 11 de febrero de 2000.

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espectáculo llamado “¡Un Presidente sin Quina… y salud!”.
Explicaba: “Está prohibido tomar Presidente con Quina; ya no
hay, únicamente en bote”16.
La televisión no podía difundir la imagen de adversarios del
gobierno excepto para denostarlos. El 18 de agosto por la noche,
de pronto la programación del canal 5 se interrumpió para trans-
mitir un espacio aparentemente informativo en donde se mostra-
ban testimonios de supuestas víctimas de abusos del prd. Un mes
y medio antes se habían realizado las elecciones locales en Mi-
choacán y las protestas de ese partido habían llegado a extremos
violentos. Aquel programa estaba destinado a exhibir abusos del
prd. Una anciana que declaraba haber sido inmisericordemente
maltratada, el padre de un muchacho fallecido por falta de aten-
ción médica cuando estuvo atrapado en el bloqueo a una carretera,
la madre de una niña asesinada, gente exasperada por el estanca-
miento de sus negocios, comerciantes sin mercancías, antiguos
partidarios de Cuauhtémoc Cárdenas ahora situados en contra
suya, todas esas imágenes buscaban desprestigiar al Partido de la
Revolución Democrática. Al final los créditos atribuían el progra-
ma a organismos hasta entonces desconocidos como la Asocia-
ción Michoacana de Abogados y Asociación Michoacana de Ve-
terinarios. Luego se demostró que al menos varias de las personas
que aparecían como víctimas de acciones del prd en realidad eran
impostores, o habían sido afectados por otros acontecimientos. El
programa se repitió los siguientes días en las cadenas nacionales
de los canales 7 y 13, de la empresa de televisión manejada por el
gobierno federal, así como en el canal 2 de Michoacán17.

16
Ignacio Ramírez, “‘Palillo’ y ‘¡Un presidente sin quina… y salud!”. Proceso
647, 27 de marzo de 1989, p 50.
17
Raúl Trejo Delarbre, “Un programa de TV sustentado en la manipulación y el
miedo”. Punto no. 356, 28 de agosto de 1989, p. 3.

98

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Además de ofrecer espacio para defender intereses del pri
y golpear al prd, la televisión del gobierno estaba al servicio
de la televisión privada. En junio de 1989 el periodista José
Cárdenas, que tenía varios años como conductor del noticiero
nocturno Imevisión Informa en el canal 13 de Imevisión, fue
despedido porque dio a conocer el nombre de la ganadora del
concurso Miss Universo que se realizaba en Cancún. Cuando
eso ocurría uno de los canales de Televisa trasmitía, diferido,
ese certamen. Los televidentes que gracias a Cárdenas supieron
que el concurso lo ganó una hermosa holandesa no tuvieron
que esperar a que terminara la transmisión de Televisa para sa-
ber ese resultado. En vez de que lo felicitaran por dar a tiempo
una noticia, a Cárdenas lo sacaron de la televisión oficial18.
Por otra parte también en julio el Canal Once, del Instituto
Politécnico Nacional, canceló el programa “Reflexiones” que
conducía Verónica Ortiz. Esa periodista denunció que, desde
meses atrás, la dirección del canal le pedía una lista de los in-
vitados que asistirían a cada programa. Algunos de ellos tenían
opiniones críticas al gobierno19. En las oficinas presidenciales
el espacio de Ortiz, y el hecho de que se difundiera en una tele-
visora del Estado, causaban disgusto.
El 16 de abril de 1989 comenzó en el canal 7 de Imevisión
el programa dominical “Nexos”, de Rolando Cordera Campos,
producido por la revista de ese nombre. Durante diez años allí
se presentaron mesas redondas sobre temas de política y socie-
dad y economía.

18
Salvador Corro, “Suspenden a José Cárdenas por ganar la noticia del resultado
de Miss Universo”. Proceso no. 659, 19 de junio de 1989, pp. 48 - 51.
19
Salvador Corro, “Se consumó la separación de Verónica Ortiz del programa ‘Re-
flexiones’ en el Once”. Proceso no. 659, 19 de junio de 1989, pp, 48 y 49.

99

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En algunos casos los medios se mantenían estancados, o in-
cluso retrocedían, en el reconocimiento de la pluralidad que es
puntal de la modernidad. En otros había pequeños pero recono-
cibles avances.

Telefonía privatizada, computadoras inauditas


El 18 de septiembre el presidente Carlos Salinas anunció la
desincorporación de Teléfonos de México que era, después
de Pemex, la segunda empresa estatal más importante. El
propósito, dijo, era lograr una inversión en infraestructura
telefónica que el Estado no podía hacer. Habría una con-
cesión por 30 años, renovables cada 5, a partir de una lici-
tación. A fines de 1988 la empresa tenía activos por 5910
millones de dólares20. El noviembre de 1990 la coalición de
inversionistas encabezada por el Grupo Carso ganó la licita-
ción para adquirir el paquete de acciones que controlaba la
empresa —equivalente al 20.4% de las acciones— por 1757
millones de dólares21.
Antes de que el gobierno la vendiera, en diciembre de 1989
Telmex anunció que a partir del primero de enero comenzaría a
cobrar con el sistema de servicio medido: cada minuto costaría
cien pesos. La renta de una línea telefónica daría derecho a 150
llamadas de hasta 3 minutos. Cada minuto adicional se cobraría
de acuerdo con la nueva tarifa. En aquellas fechas el kilo de
tortillas costaba 275 pesos y un boleto de Metro, cien pesos.

20
Enrique de Jesús Quibrera Matienzo, Génesis, vocación e identidad de la con-
vergencia en comunicaciones en México Tesis del doctorado en Ciencias Políticas
y Sociales, unam, 2009, p. 437.
21
Teléfonos de México, Historia de la telefonía en México. 1878 - 1991. Teléfo-
nos de México, 1991, pp. 198 y ss.

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En 1989 llegaron a México los teléfonos celulares. A fines
de septiembre la empresa Iusacell, propiedad del empresario
Alejo Peralta, comienza a ofrecer ese servicio inicialmente en
el Distrito Federal y el área metropolitana. Antes, había radio
teléfonos para automóvil y desde 1987 hubo teléfonos celulares
en Mexicali y Tijuana.
Los nuevos teléfonos celulares costaban entre 6 y 7 millones
de pesos y la renta mensual era de 115 mil pesos. 6 millones de
pesos de 1989 equivalen a 4500 dólares de 202022. Meses des-
pués Telcel, filial de Teléfonos de México, se incorporó a ese
mercado23. En un año, a partir de que esas empresas comenzaron
a venderlos, en México había 64 mil teléfonos celulares24. Tres
décadas más tarde teníamos 118 millones de líneas celulares en
el país (de ellas, 88 millones con acceso a Internet)25.
La telefonía estaba por ser privatizada. Teléfonos de México
era mayoritariamente de propiedad estatal desde 1972. La po-
sibilidad de que volviera a manos privadas fue insistentemen-
te comentada, especialmente a partir de una notoria campaña
entre los últimos días de febrero y los primeros de marzo de
1989. En noticieros radiofónicos como el que conducía José

22
En promedio, durante 1989 el dólar estadounidense costó 2630 pesos mexicanos
(Carlos Salinas de Gortari, Segundo Informe de Gobierno 1990. Anexo, p. 205). Así
que 6 millones de pesos, que era el precio de un celular, equivalían a 2281 dólares al
tipo de cambio de ese año. Hay que tomar en cuenta que el dólar tenía en 1989 una
capacidad adquisitiva que duplicaba la que alcanzaría tres décadas más tarde. Si se le
añade la inflación de los años que han transcurrido, un dólar de 1989 equivale a algo
más de dos dólares de 2020 (https://www.usdinflation.com/). Así que un celular en
México costaba en 1989 aproximadamente 4500 de los dólares de 31 años después.
23
María Esther Ibarra, “Entre 6 y 8 millones, para disponer de teléfono celular”.
Proceso 680, 13 de noviembre de 1989, p. 12.
24
Quibrera, cit., p. 508.
25
Instituto Federal de Telecomunicaciones, Primer Informe Trimestral Estadístico
2019. México, p. 9.

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Gutiérrez Vivo en Radio Red, y de televisión como el de Jaco-
bo Zabludovsky en Televisa, se transmitieron quejas de usua-
rios por la dificultad para hacer llamadas telefónicas o por las
interrupciones en las que ya habían logrado enlazar. La noche
del 1 de marzo los principales noticieros de Televisa e Imevi-
sión presentaron a suscriptores del servicio telefónico evidente-
mente inconformes. En el diario Excélsior, la columna Frentes
Políticos registró las opiniones de diputados que proponían la
“liberalización de Teléfonos de México” para que fuera conce-
sionada a empresas particulares con capital mexicano. Noveda-
des publicaba todos los días una plana con reportes pagados de
personas que tenían teléfonos descompuestos26.
La otra novedad tecnológica era el uso de computadoras per-
sonales. En 1989 miles de mexicanos, entre ellos académicos y
periodistas, comenzaron a usar computadora. En casi todos los
casos se trataba de grandes y lentos armatostes que carecían de
disco duro: había que colocar en una ranura de la máquina un
disco flexible (o “floppy”) de 5 pulgadas con el sistema opera-
tivo y, en otra, el programa de escritura. El archivo creado de
esa manera se guardaba en un tercer disco flexible. Los textos
así confeccionados se podían trasladar al papel en una ruidosa
impresora de matriz.
A fines de ese año el antropólogo Jaime Litvak King relató
así el azoro que le causaba su reciente empleo de la computado-
ra: “Lo que escribo queda, no en papel, sino en los misteriosos
intestinos de las máquinas, y puedo borrar, agregar, corregir y
cambiar a mi entero antojo. Es más, puedo poner una palabra
en el lugar en que se me antoje, ver cómo queda ahí y dejarlo o

26
Raúl Trejo Delarbre, “Campaña contra Telmex podría llevar a la privatización de
la empresa”. Punto no. 331, 6 de marzo de 1989, p. 4.

102

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moverlo a mi voluntad. Esto, desde luego, no es nuevo. Antes
lo hacía con pegosteol blanco, tijeras y goma de pegar. A veces
borra sin que yo haya hecho nada. En esos momentos extraño
mi vieja máquina de escribir”27.
En julio de 1989 la unam se conecta por primera vez a In-
ternet. A través de una conexión satelital, el Instituto de Astrono-
mía se enlaza con el National Center for Atmospheric Research
en Boulder, Colorado. Meses antes el Instituto Tecnológico de
Estudios Superiores de Monterrey, itesm, había establecido un
enlace telefónico a Internet a través de la Universidad de Texas
en San Antonio.

Deuda renegociada, un obstáculo menos


Fardo histórico de México, para 1989 la deuda externa ascen-
día a 105 mil millones de dólares. Los regateos que el gobierno
mantuvo durante todo el primer semestre de ese año desembo-
caron en una renegociación que el presidente Carlos Salinas
celebró como el inicio de “una nueva era” para el país.
Desde los primeros meses del año, ya fuese por convicción,
o como táctica de negociación, el gobierno mexicano dejó sa-
ber que si no llegaba a un acuerdo para reducir la deuda externa
estaría dispuesto a una moratoria ante sus acreedores interna-
cionales. Después de discusiones en varias pistas ante bancos
y organismos financieros, el domingo 23 de julio el presidente
Salinas, en cadena nacional de televisión y radio, anunció la
renegociación. Se trataba de un acuerdo con el Comité Asesor
de Bancos, que representaba a más de 500 instituciones crediti-

27
Jaime Litvak King, “Computación y literatura. ¿Otra revolución?”. Universidad
de México. Revista de la unam. México, diciembre de 1989, p. 33.

103

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cias. Los acreedores elegirían entre tres opciones: reducción de
la deuda mexicana en un 35%, disminución de las tasas de interés
a 6.25% fijo, o entrega a México de nuevos créditos por el 25%
de la deuda que el país tuviera con ellos. También podría haber
una combinación de esas modalidades. El gobierno anunció que
gracias a esos acuerdos los recursos destinados a pagar la deuda
externa podrían destinarse a promover el desarrollo económico
y a respaldar la política social. El pago de la deuda, gracias a
ese convenio, constituiría el 33.5% del presupuesto federal. En
1989, según la información que ofreció el gobierno, el 60% del
dinero público había sido para los bancos internacionales28. La
deuda había sido presentada como dique a la modernidad y aho-
ra, al reducirla, el gobierno se anotaba un triunfo muy relevante
pero su compromiso con los rezagos sociales era mayor.

Reforma, elecciones, persecución


Al gobierno, y especialmente al presidente Salinas, les gustaba
comparar el proceso de reformas que había en México con las
transformaciones globales. Si en la Unión Soviética el presi-
dente Gorbachov impulsaba una perestroika para reestructurar
la economía, en México se intentaba remozar las finanzas pú-
blicas y desplegar una política social capaz de reducir la po-
breza. (No nos ocupamos aquí del resultado de esas medidas,
que sería necesario evaluar tomando en cuenta todo el sexenio
1988-1994 y sus consecuencias). Al mismo tiempo, así como
el dirigente ruso promovía una glasnost para dar apertura y
transparencia al sistema político, aquí se acordó una reforma

28
“Deuda externa: del agobio a la esperanza”. El Libro del Año 1990. Ediciones de
El Nacional, México, 1989, pp. 154-163.

104

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electoral con insuficiencias pero que reconocía la necesidad de
cambios después de la discutida elección presidencial de 1988.
Las elecciones funcionaban pero su legitimidad, al menos
para un sector importante de la sociedad, no dependía de las
reglas sino de los resultados. El 2 de julio en Baja California
el pri perdió una gubernatura por primera vez en su historia.
Ernesto Ruffo, del Partido Acción Nacional, obtuvo más votos
que la candidata priista Margarita Ortega. El día 4, cuando los
priistas de aquella entidad organizaban la protesta contra esos
resultados el dirigente nacional de ese partido, Luis Donaldo
Colosio, reconoció el triunfo del pan.
En cambio tras la elección para diputados locales que hubo
ese mismo 2 de julio en Michoacán, la inconformidad de quienes
perdieron se extendió durante todo el año. Según los resultados
oficiales, de 18 curules en juego el pri ganó 12 y el prd 6.
Los partidos estaban de acuerdo en que era necesario mo-
dificar las reglas electorales pero no coincidían en los alcances
de esa reforma. Entre febrero y abril la Cámara de Diputados
organizó audiencias públicas para conocer y discutir propues-
tas. Al cabo de negociaciones que en varios momentos parecían
infructuosas, los partidos representados en el Congreso acor-
daron una reforma constitucional y un código electoral. Sobre
ese proceso y su desenlace José Woldenberg, que algo sabía del
tema desde entonces, escribió:
“El ambiente estaba cargado de signos ominosos y las salidas
debían ser construidas. Por supuesto que la inercia podía seguir
gobernando pero no sin costos altísimos. El desenlace nadie lo
conocía. Se trataba de un momento plástico. Una cerrazón gu-
bernamental sólo incrementaría una espiral de violencia y des-
encuentros. Una política firme de denuncia por supuesto que
podría encontrar eco en franjas amplias de la población, pero

105

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no sería capaz de romper, por sí misma, el cerco de elecciones
disputadas y conflictos postelectorales agudos y desgastantes.
“Por fortuna, desde el Congreso —con la concurrencia del
gobierno— se llevó a cabo una operación reformadora que le
permitió al país ir a las siguientes elecciones federales, las de
1991, con un nuevo entramado institucional. El ife y el Tribu-
nal Federal Electoral fueron los frutos más visibles aunque no
los únicos de aquellas innovaciones”29. 
La aprobación de esa reforma no ocurrió en el Palacio Le-
gislativo de San Lázaro, que era sede de la Cámara de Dipu-
tados, porque el 5 de mayo su edificio principal se incendió
debido, según la información oficial, a un corto circuito. Ese
recinto se volvió a utilizar en 1992.
En los partidos políticos había ajustes en casi todos los casos
simbólicos, o de menor calado. En 1989 el Revolucionario Ins-
titucional cumplió 60 años en medio de exigencias internas para
su renovación. Dirigido por Luis Donaldo Colosio, que había
cumplido 39 años, el pri enfrentaba enormes inercias internas.
El 27 de marzo, encabezada por Alejandro Rojas Díaz Du-
rán, surgió una “Corriente Crítica” que pretendía “que sean las
propias bases militantes las que impulsen el cambio democrá-
tico del pri”. En esa corriente priista participaban, entre otros,
Ramiro de la Rosa Bejarano, Rodolfo González Guevara, Julio
Madrazo García, Luis Priego Ortiz, Federico Reyes Heroles,
Carlos Tello Díaz y Rafael Deselis Contreras30.
El 1 de octubre, en un accidente de carretera cuando viaja-
ba a Mazatlán, murió Manuel J. Clouthier, que el año anterior

29
José Woldenberg, “1989 -1990: Un momento plástico”. Nexos, agosto de 2009.
30
“Corriente Crítica Partido Revolucionario Institucional”. Desplegado en Proce-
so no. 647, 27 marzo de 1989, pp. 4-5.

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había sido candidato presidencial del Partido Acción Nacional.
Tenía 55 años.
Durante todo el año el Partido Revolucionario de los Traba-
jadores exigió la presentación de Jose Ramón Garcia Gómez,
que desapareció el 16 de diciembre de 1988 en Cuautla, More-
los. García Gómez, de 40 años, fue candidato del prt a la pre-
sidencia municipal de Cuautla y antes participó en la campaña
presidencial de Rosario Ibarra de Piedra, postulada por el mismo
partido. El prt llegó a considerar que su desaparición podría ha-
ber sido orquestada por caciques morelenses. La investigación
policiaca estuvo colmada de irregularidades e inclusive hubo
autoridades que sugirieron que se trataba de un autosecuestro.
Fue muy extraña la insistencia para crear versiones que incri-
minaban al desaparecido o a sus compañeros. En mayo, varios
miembros del prt estuvieron en huelga de hambre en la Ca-
tedral de la Ciudad de México para exigir la presentación de
García Gómez. Pero él nunca apareció31.

De la contaminación, a la represión
En todos los espacios de la vida pública se aprecian los contras-
tes entre modernidad y tradiciones. El 20 de noviembre comen-
zó a funcionar el programa Hoy no circula creado por el jefe
del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís.
De acuerdo con el número de placa, los automóviles dejarían
de transitar una vez a la semana. Se dijo que cada día dejaron
de circular unos 460 mil vehículos32.

31
Raúl Trejo Delarbre, “¿En dónde está José Ramón García?”. Punto no. 357, 4 de
septiembre de 1989, p. 3.
32
“Vivir y sufrir en el df”, en El Libro del año 1990., cit., p. 79.

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En julio fue reabierto el restaurante Prendes, ubicado en la
calle 16 de septiembre. Fundado en 1892, estuvo cerrado va-
rios años debido a un conflicto laboral. La reinauguración fue
facilitada por gestiones del gobierno del df y a ella asistió una
renombrada constelación de personajes públicos. Un reportero
llamado Carlos Monsiváis reseñó así la concurrencia:
“El Prendes se reinaugura, otro acto de la política de con-
certación. Al nuevo debut acuden funcionarios, políticos en
retirada, periodistas ansiosos de capturar la nota que aquí no
surgirá, jóvenes tecnócratas que también hacen méritos a la
hora de la comida, la incansable Alejandra Moreno Toscano
de la Secretaría de Desarrollo Social del ddf, el delegado de la
Cuauhtémoc, Ignacio Vázquez Torres, la cantante Lucha Villa,
la empresaria Margo Su… Y algunos ídolos de antaño: Horacio
Casarín y Enrique Borja, los boxeadores Rubén Olivares, Pipi-
no Cuevas y Raúl Ratón Macías. Item más: el torero David Sil-
veti, el artista José Luis Cuevas, el dramaturgo Rafael Solana.
Hay ajetreo, ruido y casi se diría, la felicidad de otras épocas”33.
Aquel intento para recuperar un sitio de encuentro proverbial
en la capital ocurría en ese punto de quiebre que era 1989, entre
un viejo país que tardaría décadas en desaparecer y un nuevo
México que había comenzado a nacer.
El país arcaico se expresaba en la insuficiencia de espacios
y opciones para la reunión y el entretenimiento de los jóvenes
e, incluso, en las persecuciones que sufrían algunos de ellos.
El 15 de marzo, cuando intentaban entrar al Auditorio Nacio-
nal a un concierto del cantautor madrileño Joaquín Sabina mi-
les de personas, muchas con boleto y otras sin él, fueron mal-

33
Carlos Monsiváis, “Del coctel y la calle. Las reinauguraciones”. Punto no. 352,
31 de julio de 1989, p. 17.

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tratadas por la policía. Hubo más de 70 heridos (entre ellos
10 policías) y 70 detenidos, según información en la prensa34.
Al mes siguiente, el 9 de abril en Querétaro, se registra una
confrontación entre jóvenes y policías en el Estadio Corregi-
dora en un concierto del cantante de rock Rod Stewart. Según
algunos diarios hubo miles de lesionados, según otros fueron
centenares.
Las razzias o redadas policiacas contra jóvenes, especial-
mente cuando se reunían a escuchar música, se repetían dentro
y cerca de la Ciudad de México. Uno de esos episodios ocurrió
el 9 de julio en Ciudad Nezahualcóyotl cuando la policía mu-
nicipal impidió una “tocada” de la Coordinadora Juvenil Me-
tropolitana. Allí, el presidente municipal había “multiplicado
las razzias, clausurado formas de diversión comunitaria como
los ‘tíbiris’, implantado la violencia cada vez más ilegal”35. La
modernidad no alcanzaba para que, en las zonas más desfavo-
recidas de la enorme mancha urbana, los muchachos tuvieran
derecho a escuchar la música que les gustaba.

Universidades, tradición o renovación


Otros espacio de encuentro de jóvenes, la Universidad Nacional,
se disponía a un peliagudo intento de cambios. Si modernidad
implicaba el propósito de modificarse para enfrentar desafíos ya
inminentes, en las universidades públicas la tradición lastraba
los afanes de reforma. El 2 de enero de 1989 el doctor José
Sarukhán, destacado biólogo, especialista en biodiversidad y
34
Fernando Ortega Pizarro, “El espectáculo de Sabina comenzó mal: ahí estaban
los granaderos, y golpearon”. Proceso 646, 20 de marzo de 1989.
35
Carlos Monsiváis, “Relatos de golpeados, de las hazañas de policías de Neza
contra jóvenes”. Proceso no. 663, 17 de julio de 1989, pp. 26 - 27.

109

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ecología, de 48 años, había tomado posesión como Rector de la
unam. Tenía que resolver la demanda de la huelga estudiantil
de 1987 que logró el compromiso de las autoridades universi-
tarias para realizar un Congreso General que pudiera renovar la
estructura de la Universidad.
Después de una negociación que dura todo 1989, el 8 de
diciembre el Consejo Universitario resolvió que el Congreso
de la unam sería en mayo y junio de 1990. El Rector Sarukhán
se propuso una extensa academización de la Universidad Na-
cional pero no era fácil debido a la rígida estructura, así como
a las costumbres y derechos que los sectores de esa comunidad
consideraban como ya adquiridos e inamovibles. Los privile-
gios bloqueaban la modernización académica.
El primero de abril Raúl Padilla López, licenciado en Histo-
ria de 34 años, es designado rector de la Universidad de Guada-
lajara, la segunda universidad pública del país. Había sido diri-
gente de la Federación de Estudiantes de Guadalajara y director
de Investigación Científica e inicia, no sin cuestionamientos,
una amplia transformación con centros académicos, proyectos
de difusión cultural y una nueva organización para esa Univer-
sidad. Había modernización al menos en las formas, pero no
necesariamente en las prácticas políticas.

Ausencias y estrenos, creación y tránsitos


Los cambios de época también se aquilatan a partir de las au-
sencias. Las sociedades se identifican con modas, costumbres
e ideologías, pero además con personajes que atrapan el afec-
to público. Cuando dejan de estar presentes, la cultura social
queda mermada y las expresiones que esas figuras representa-
ban comienzan a formar parte de la memoria —a veces para

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ser desplazadas por otros personajes, o para marchar hacia el
olvido—. En 1989 murió, de enfisema pulmonar y a los 62
años, el actor Mauricio Garcés, alegre seductor en un cine
mexicano que pronto sería irrepetible. El 14 de septiembre fa-
lleció el músico de origen cubano Dámaso Pérez Prado, a los
78 años; decir su nombre y la frase “El Rey del Mambo” era
casi un pleonasmo. El 30 de octubre murió el cantante Pedro
Vargas, a los 83 años; su voz acompañó el gusto musical de
varias generaciones que lo identificaron con grandilocuentes
sobrenombres como “El tenor de América” y, por sus ojos
rasgados, “El Samurai de la canción”.
La muerte de variados personajes de la cultura y el arte inter-
nacionales ayuda a delimitar el cambio de épocas que se expe-
rimentaba en 1989. Ese año fallece, el 17 de enero, el cantautor
uruguayo Alfredo Zitarrosa. El 23 de enero, el pintor Salvador
Dalí. El 22 de febrero, el escritor húngaro Sándor Márai. El 10
de mayo, el trompetista de jazz Woody Shaw. El 16 de julio el
poeta cubano Nicolás Guillén. El 16 de diciembre la actriz ita-
liana Silvana Mangano. El 26 de diciembre el irlandés Samuel
Beckett, dramaturgo y premio Nobel.
En febrero de ese año el ayatola Jomeini, en Irán, declara
la fatwa contra el escritor Salman Rushdie por su novela Ver-
sos satánicos, que considera ofensiva para el Islam. Escrito-
res como Norman Mailer, E.L. Doctorow, Susan Sontag y Ray
Bradbury respaldan a Rushdie y anuncian que leerán en público
fragmentos del libro. Rusdie, indo-británico, tiene que ocultar-
se por décadas.
El 17 de diciembre la cadena Fox estrena en Estados Unidos
la serie “Los Simpson”.
En marzo de 1989 se publica El general en su laberinto,
de Gabriel García Márquez. En mayo, El desfile del amor de

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Sergio Pitol. La hermana secreta de Angélica María, de Luis
Zapata en junio. Ese año aparecen La resurrección de la Santa
María de Mario Huacuja y Luz Interna, de José Agustín.

Modernización y modernizadores, ocasión y mal-


dición
La confrontación política, la tormenta de juicios que abruma-
ba a la vida pública y también la mudanza de pautas y hábitos
sociales e incluso estéticas, desconcertaban a la sociedad. Los
mexicanos querían ser contemporáneos de los cambios en el
mundo pero no se animaban a cambiar ellos mismos. La mo-
dernidad era aspiración genérica pero no ofrecía un rumbo cla-
ro para llegar a ella.
El tránsito de una etapa a otra nunca es súbito, por mucho
que se le identifique con fechas y hechos emblemáticos. Las
sociedades, que son organismos complejos y con grandes con-
tradicciones internas, evolucionan con pesadez y con cierta
conducta leninista: a menudo dan dos pasos atrás por cada paso
que avanzan. La divisa nacional, impuesta por la propaganda
política y también por el exigente contexto que nos daba el
mundo, era la modernidad. Cada quien la entendía según sus
expectativas. El presidente Carlos Salinas, en su primer infor-
me el primero de noviembre de aquel 89, definió: “Nacionalis-
mo y justicia. Esa es la síntesis de la modernización de Méxi-
co”. Aquella ceremonia se realizó en el Palacio de Bellas Artes
debido al incendio que inhabilitó el Palacio Legislativo de San
Lázaro. Que ironía: un recinto ideado por el porfirismo aunque
inaugurado hasta 1934, construido para representaciones artís-
ticas, alojaba el mensaje del presidente que buscaba guarecerse
en la modernidad, en vez de celebrarse en el edificio hecho para

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la deliberación política y que había funcionado desde 1981 has-
ta que fue devastado por el fuego.
En aquel primer informe, Salinas quiso orientar: “La moder-
nización entraña una actitud nueva: la de enfrentar con optimis-
mo, con oportunidad y con tesón las condiciones cambiantes
del presente. Es una disposición para crear, innovar, imaginar,
modificar lo que detiene o desvía nuestro avance. La moderni-
zación nos exige ser más eficaces para colmar nuestros propó-
sitos invariables; llama a liberar las energías de todos los inte-
grantes del cuerpo social”36. El presidente hacía de ese término
la insignia de su gobierno. Una década más tarde, Salinas tituló
al voluminoso balance que hizo de su administración México.
Un paso difícil a la modernidad37.
En aquel 1989 no hubo un debate sistemático sobre la mo-
dernidad deseable para México pero, más allá de las convenen-
cieras expresiones encomiásticas que abundaban en la prensa,
había intuiciones y advertencias acerca de las restricciones, y
también las posibilidades y necesidades, de ese objetivo. El fi-
lósofo Luis Salazar previno hacia la mitad del año: “Ni la mo-
dernización conduce necesariamente a la democracia política,
ni esta última promueve inevitablemente una mayor eficiencia
y productividad económicas”38. Sin objetivos claros y sin la
concertación política capaz de impulsarlos, el motor de la mo-
dernidad carecería de gasolina.

36
Carlos Salinas de Gortari, Primer informe de gobierno. México, 1 de noviembre
de 1989.
37
Carlos Salinas de Gortari, México. Un paso difícil a la modernidad. Plaza y
Janés, México, 2000, 1394 pp.
38
Luis Salazar C., “Modernización y democracia”. Cuaderno de Nexos, en Nexos
139, julio 1989.

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Una útil distinción entre el sustantivo y su sujeto la ofreció
Francisco Báez Rodríguez hacia el ocaso de 1989: “Si llega-
mos, como nación, tarde al progreso, es natural que lleguemos
tarde a la modernidad. Y nos sucede una extraña paradoja: mas
que modernos, hay modernizadores”39. Postular la modernidad
no implicaba necesariamente construirla. No podía ser proyec-
to personal porque su única posibilidad estaba en que fuera asu-
mida por la sociedad. Decía Báez: “Acceder a la modernidad
es también acceder a la diversidad y a la pluralidad. Si caemos
en el garlito que privilegia exclusivamente el mercado, si apu-
ramos demasiado la quema de etapas, tendremos costos que
se revertirán dramáticamente… Atacar a la intolerancia no es
tarea fácil. Implica trabajar con el interior de las personas, y
superar reticencias, autocensuras y complacencias”40.
A partir de los acontecimientos de 1989 y especialmente
después de la caída del muro de Berlín Octavio Paz publicó
en Excélsior una serie de artículos, que poco después reuniría
como libro, acerca de los cambios que se avistaban con aquel
reordenamiento del mundo. Allí escribió: “No sé si la moder-
nidad es una bendición, una maldición o las dos cosas. Sé que
es un destino: si México quiere ser, tendrá que ser moderno…
Modernidad no es copiar sino adaptar; injertar y no trasplantar.
Es una operación creadora, hecha de conservación, imitación e
invención”41.
El dilema constante: ser nosotros para ser parte de los otros.
Historia es destino pero no necesariamente de manera lineal,

39
Francisco Báez Rodríguez, “Modernidad: modelo para armar”, en El libro del
año 1990, cit., p. 241.
40
Ibid., pp. 241-242.
41
Octavio Paz, Pequeña crónica de grandes días. fce, México, 1990, pp. 57-58.

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ni virtuosa. Para otear la modernidad los mexicanos se inte-
resaron, aquel 1989, en la decadencia de caducas murallas, se
aventuraban al cambio tecnológico, se despedían con reticencia
de la cultura que los había entretenido. Pero quizá se olvidaba
que la construcción y la adopción civilizatorias es constante
devenir. Aquellas ganas de modernidad no podían saciarse en el
reemplazo de un tema o un personaje por otros. Lo moderno, si es
tal, pronto deja de serlo. Tres décadas más tarde muchos adema-
nes y actitudes del encuentro con la modernidad en 1989 nos pa-
recen lejanos, o incluso ingenuos o tímidos. Relegar la entrañable
máquina mecánica para escribir en computadora era un gesto de
audacia, motivado más por la curiosidad que por la comodidad, y
unos cuantos años después nos resulta distante y distinto.
En una conferencia en Utah, en octubre de 1989, Octavio
Paz dijo: “Lo moderno es por naturaleza transitorio. Contem-
poráneo es una cualidad que se evapora tan pronto como existe.
Hay tantas modernidades y antigüedades como hay épocas y
sociedades. La modernidad de hoy no puede evitar ser la an-
tigüedad del mañana. Pero por el momento nos tenemos que
resignar y aceptar que vivimos en la era moderna. Término que
es a la vez ambivalente y provisional”42.
Aquel 1989 México tenia prisa por ser moderno. Lo conse-
guíamos a medias y de manera veleidosa. Mirábamos cómo se
desplomaba el autoritarismo soviético sin cancelar los consen-
sos sociales ni los abusos que seguían nutriendo al autoritaris-
mo mexicano. Las izquierdas contribuían con sus exigencias a
la construcción de la pluralidad, pero entre ellas no actuaban
de manera democrática. Caían añejos caciques sindicales pero

42
Carlos Puig, “Paz vivió como si nada el jueves 19, cuando la Academia Sueca lo
despreció”. Proceso, 21 de octubre de 1989, p. 44.

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no eran relevados por liderazgos representativos. El Partido de
la Revolución Democrática comenzó a andar sin deshacerse de
atavismos como la cultura política priista.
Teníamos prisa y el horizonte de la modernidad a veces des-
lumbraba tanto que perdíamos el foco para alcanzarlo. Aquel
año, en la columna que escribía en Proceso, el gran José Emilio
Pacheco se apoyó en una frase de “Examen de la obra de Her-
bert Quain”, el relato borgiano compendiado en Ficciones, para
escribir:
“Borges sobre el México de 1989: ‘Todo es ligeramente ho-
rrible, todo se frustra o se demora’ ”43.

43
“Inventario. Letras minúsculas”. Proceso no. 645, 13 de marzo de 1989, p. 51.

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Legados duraderos:
Cómo los años formativos del prd marcaron
su desarrollo subsecuente*
Kathleen Bruhn

E l Partido de la Revolución Democrática es uno de los po-


cos partidos exitosos que se formaron durante la tercera
ola de democratización de América Latina, a partir de la década
de 1980. En pocos años, el prd estableció una clara identi-
dad social, desarrolló un núcleo de militantes comprometidos
y participó exitosamente en las elecciones que tuvieron lugar
en todo el territorio mexicano, incluso haciéndose del control
de la Ciudad de México, el principal premio electoral del país.
Su surgimiento creó la primera alternativa viable que se situa-
ba a la izquierda del pri en el espectro ideológico, transformó
la conversación sobre las reformas democráticas y contribuyó
sustancialmente a la conquista de la alternancia en el poder, un
poco más de una década después de su formación.
Al mismo tiempo, el prd a menudo falló en capitalizar las
ganancias de sus propios esfuerzos. Cuando ocurrió la alternan-
cia en el poder, fue el conservador Partido Acción Nacional, no
el prd, quien se benefició. El partido fracasó en alterar sustan-
cialmente el modelo económico que motivó su formación y, en
última instancia, terminó apoyándolo tácitamente. Y cuando la
izquierda finalmente ganó la presidencia en 2018, de nuevo no

* Traducción de Mariana Flores Abdo y Mariano Sánchez Talanquer.

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fue el prd, sino un movimiento disidente —morena— quien
accedió al gobierno.
¿Qué explica esta aparente paradoja de éxito y fracaso? En
este capítulo, argumentaré que varios aspectos de los años for-
mativos del prd motivaron su resiliencia inicial y, al mismo
tiempo, minaron su crecimiento y desarrollo subsecuentes. En
particular, destacan cinco características del recién creado prd:
1) su profunda dependencia de un liderazgo carismático, in-
corporada en la estructura misma del partido; 2) su naturaleza
como un frente amplio de muy diversas facciones internas; 3) la
decisión del partido de organizarse, en gran medida, conforme
a un modelo democrático; 4) su decisión de priorizar, por prin-
cipio, afiliaciones individuales por encima de la representación
estructural de intereses sociales; 5) su experiencia temprana de
acoso, intimidación y violencia a manos del pri gobernante y
sus aliados.
La estructura del capítulo es la siguiente. Primero subrayo
las circunstancias bajo las cuales nació el partido y las presio-
nes que lo unieron. En la segunda parte, analizo cada una de las
cinco características internas descritas arriba, mostrando cómo
afectaron al partido en el corto y largo plazo. Por último, cierro
con algunas especulaciones sobre lo que el prd pudo haber he-
cho diferente para obtener resultados más satisfactorios.

El nacimiento del prd


Antes del prd, la izquierda mexicana estaba compuesta de una
amplia variedad de partidos, movimientos y corrientes intelec-
tuales, la mayoría ilegales o, por lo menos, no reconocidos por
el Estado. El más antiguo de ellos era el Partido Comunista
Mexicano (pcm), fundado en 1919 y por tanto anterior al mis-

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mo pri. Por un tiempo, el pcm existió de manera legal, bajo
la presidencia de Lázaro Cárdenas, pero perdió el registro en
1946 y permaneció oficialmente inhabilitado para participar en
elecciones hasta 1979. No obstante, se mantuvo públicamente
activo (no de manera clandestina). Los comunistas participaron
en muchos de los movimientos políticos y sociales más impor-
tantes del periodo, como la huelga de ferrocarrileros de 1958, el
Movimiento de Liberación Nacional e incluso en el movimien-
to estudiantil de 1968. A lo largo de este periodo, el Partido
Comunista sufrió muchas divisiones y expulsó a miembros que
disentían de la línea partidista. Esto resultó en una proliferación
de movimientos y proto partidos de izquierda, desde las ramas
marxistas-leninistas más ortodoxas hasta trotskistas, maoístas y
variedades mexicanas sui generis de la izquierda. Estas organi-
zaciones variopintas, que cooperaban ocasionalmente pero nun-
ca se integraron por completo, sobrevivieron hasta bien entrada
la década de los setenta y la relegalización formal del Partido
Comunista. Muchas de ellas, incluyendo al Partido Comunista,
trataron de organizar a movimientos sindicales y campesinos
independientes, en la mayoría de los casos sin éxito debido al
fuerte control del pri sobre las organizaciones populares. No
obstante, después de 1968, algunas ramas de la izquierda mexi-
cana, como la maoísta Línea de Masas, se relacionaron con el
sector popular urbano y tuvieron cierto éxito, debido a que ésta
era una arena menos cooptada por el pri.
La reforma electoral de 1977 fue iniciada por el pri en res-
puesta a la actividad guerrillera de inicios de los setenta y la
negativa del pan de nominar a un candidato presidencial en
1976. Esta reforma simplificó los requisitos para el registro de
partidos políticos e hizo la representación en la legislatura más
asequible para los partidos de oposición. El pcm aprovechó rá-

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pidamente la oportunidad, registrando y postulando candidatos
para las elecciones al Congreso federal de 1979 en coalición
con una variedad de partidos de izquierda no registrados (a des-
tacar, el Movimiento de Acción y Unidad Socialista, el Partido
Socialista Revolucionario y el Partido del Pueblo Mexicano).
El pcm obtuvo 5. 4% del voto y 18 escaños, ocupando la terce-
ra posición después del pri y el pan. En 1981el pcm formalizó
estas alianzas, disolviendo el partido (abandonando, además, el
emblema comunista de la hoz y el martillo) para crear el Parti-
do Unificado Socialista Mexicano (psum), en conjunto con el
Movimiento de Acción Popular que provenía de la lucha por
el sindicalismo democrático. La tendencia hacia la unificación
de la izquierda y la moderación de su plataforma resultaron
después en la formación del Partido Mexicano Socialista en
1987, con la participación del psum y otras organizaciones de
izquierda que habían quedado fuera de la fusión de 1981.
Sin embargo, es importante destacar que estas corrientes tu-
vieron poco tiempo para forjar una identidad común. El pms
pudo competir solamente en una elección —1988— como
partido independiente y, aunque postuló una lista separada de
candidatos al Congreso, adoptó como propio al candidato pre-
sidencial del Frente Democrático Nacional: Cuauhtémoc Cár-
denas. Poco después, el pms cedió su registro al prd —apenas
una década después de que el pcm lograra su registro. Como
resultado, estos diferentes partidos y corrientes mantuvieron
un fuerte sentido de identidad individual al interior del partido
emergente. Como argumentaré, esta característica llevó al prd
a institucionalizar espacios para corrientes de opinión indepen-
dientes al interior del partido, lo que en última instancia se con-
vertiría en el sistema de “tribus” que impidió el desarrollo de
un partido fuerte y cohesionado.

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La otra corriente importante cuyo surgimiento resultó en
la creación del prd pasó la mayor parte de su vida al interior
del pri gobernante. Estaba lejos de ser un bloque organizado;
más bien, se trataba de un conjunto laxo de individuos inicial-
mente asociados con el expresidente Lázaro Cárdenas y poste-
riormente con su tipo de izquierdismo de forma más general,
que incluía el nacionalismo económico, el proteccionismo y la
promoción de los intereses de trabajadores y campesinos. En
su mayoría, estos izquierdistas intentaron influir en las políti-
cas sociales y económicas desde dentro del partido, valorando
la estabilidad política que ofrecían el pri y su hegemonía. Sin
embargo, en diferentes momentos también eligieron actuar por
fuera del pri en colaboración con elementos de la izquierda
independiente, para ejercer mayor presión sobre los presidentes
que fueron menos afines a sus objetivos.
Uno de estos momentos ocurrió en el contexto de la presi-
dencia de Adolfo López Mateos, quien se enfrentó con Lázaro
Cárdenas de manera directa en asuntos como el encarcelamien-
to de los ferrocarrileros en huelga y la posición de México sobre
la Revolución Cubana, que Cárdenas apoyaba fuertemente. En
1961, Cárdenas organizó la Conferencia Latinoamericana por
la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz,
a la cual invitó a organizaciones de toda América Latina afines
a Cuba. Esa conferencia condujo directamente a la fundación
del Movimiento de Liberación Nacional, en agosto del mismo
año. Inicialmente enfocado en la defensa de la soberanía nacio-
nal, el mln inmediatamente desarrolló una lista de prioridades
más amplia y enfocada en temas domésticos. De acuerdo con
Cárdenas, el mln habría de “contribuir el cumplimiento de los
principios de la Revolución Mexicana”, incluyendo no sólo la
solidaridad con Cuba sino también la democratización nacional

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(representación proporcional en el Congreso), la reforma agra-
ria, la autonomía de los sindicatos y un papel activo del Esta-
do en el desarrollo económico.1 Entre los miembros del primer
Comité Nacional del mln se encontraba Cuauhtémoc Cárdenas
a sus 27 años, así como Heberto Castillo (candidato presiden-
cial de 1988 del pms hasta su renuncia en favor de Cárdenas),
Arnoldo Martínez Verdugo (secretario general del pcm durante
mucho tiempo), Gilberto Rincón Gallardo, Rolando Cordera y
Ricardo Valero —quienes participarían, todos, en la formación
del prd posteriormente. Aunque el mln terminó por separarse
debido a la cuestión de la participación en la elección presi-
dencial de 1964, muchos de los contactos entre la izquierda
independiente y la facción del cardenismo que se uniría para
respaldar la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas
en 1988 se establecieron primero en el mln.
El camino de Cuauhtémoc Cárdenas hacia la oposición in-
dependiente comenzó a tomar forma en 1985. Cárdenas era en-
tonces el gobernador en funciones de Michoacán. Como muchos
en el ala izquierda del pri, veía con creciente preocupación el
giro a la derecha del presidente de la Madrid en la política eco-
nómica (promovido por su secretario de programación y presu-
puesto, Carlos Salinas de Gortari), y la exclusión de cardenistas
de posiciones de influencia política. Además, México se encon-
traba en medio de una crisis económica sin precedente, causada
por su enorme deuda externa y precios del petróleo en declive.
Conforme se acercaba la elección de 1988, Cárdenas comenzó
a temer que la erosión en el apoyo popular al pri y la creciente
unanimidad neoliberal en la presidencia resultarían en un daño

1
Panorama nacional,” Político 3 (15 de enero de 1963): 3-5; “Sección especial
de documentos,” Político 3 (15 de enero 1963): 2, 7.

122

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irreversible. Para 1985, había empezado a criticar públicamente
la dirección que había tomado el régimen, incluso como gober-
nador en funciones, y a llamar a que el sistema “retome los cau-
ces apuntados por la Revolución a su propio desarrollo”.2
En 1985, tres priistas prominentes descubrieron que las con-
clusiones a las que habían llegado de manera más o menos in-
dependiente convergían. Estos políticos —Rodolfo González
Guevara, Porfirio Muñoz Ledo, y Cuauhtémoc Cárdenas— ini-
ciaron conversaciones formales que resultaron en la creación
de una “Corriente Democrática” dentro del pri. Al inicio, no
pretendían formar un nuevo partido, sino trabajar dentro de las
instituciones existentes para influir en la política pública. Parte
de la estrategia incluía ejercer presión sobre el pri para que se-
leccionara a su candidato para la elección de 1988 por medios
más democráticos. Creían —correctamente, como se vería—
que si dejaban a de la Madrid elegir por su cuenta, optaría por
un candidato neoliberal con preferencias enfrentadas a las de
los integrantes de la Corriente Democrática, y esperaban que
una consulta más amplia con los líderes del partido llevaría a
la selección de un candidato de compromiso, más moderado.
Como parte de la estrategia, los miembros de la Corriente
propusieron a Cuauhtémoc Cárdenas como una suerte de “pre-
candidato de sacrificio”, un portavoz de los principios de cam-
bio en la política económica y un vínculo visible con la todavía
inmensamente popular presidencia de Lázaro Cárdenas.3 Tanto

2
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, La revolución a futuro (Jiquilpan, Michoacán,
Centro de Estudios de la Revolución Mexicana “Lázaro Cárdenas”, 1985), 11.
3
De acuerdo con entrevistas realizadas por la autora, , fue Rodolfo González Gue-
vara quien propuso originalmente esta estrategia. See Kathleen Bruhn, Taking on
Goliath: The Emergence of a New Left Party and the Struggle for Democracy in
Mexico, (University Park, PA: Penn State Press, 1997): 81.

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públicamente como en congresos del partido, la Corriente De-
mocrática hizo llamados hacia la apertura del proceso de selec-
ción del candidato presidencial. Eventualmente, en el partido
se registraron 6 precandidatos. Cárdenas no estaba entre ellos.
En lugar de eso, la jerarquía del pri atacó a los líderes de la
Corriente Democrática, separando a sus miembros y aliados de
posiciones dentro del partido y atacándolos en términos cada
vez más duros. Sus integrantes fueron llamados a “cerrar fi-
las” o a “buscar afiliarse a otras organizaciones políticas”.4 La
presión pública para que Cárdenas rompiera con el pri empe-
zó a crecer. Cárdenas alcanzó su punto de quiebre cuando el
pri nombró a Carlos Salinas como su candidato presidencial,
en octubre de 1987. Pocos días después, anunció su intención
de postularse como candidato presidencial independiente, ini-
cialmente bajo las siglas del Partido Auténtico de la Revolu-
ción Mexicana.5 Eventualmente, Cárdenas fue el candidato del
Frente Democrático Nacional (fdn), una coalición conformada
por al menos 7 partidos políticos registrados y no registrados,
así como representantes de grupos de la sociedad civil
El pms llegó tarde al fdn. Para el momento en el que Cár-
denas dejó oficialmente el pri, el pms ya había elegido un can-
didato presidencial por medio de una primaria interna: Heberto
Castillo. Por tanto, fue difícil para el pms invalidar los resul-
tados de su propia elección interna, para apoyar a Cárdenas.
Además, había cierto escepticismo sobre si un priista de toda

4
Bernardo González Solano, “Sin procedimientos ocultos se designará candidato:
De la Vega,” Unomásuno (Mexico, D.F.), 5 de marzo de 1987: 1, 10-11.
5
El parm no era miembro de lo que se considera tradicionalmente como la iz-
quierda independiente, sino una “paraestatal” independiente del pri solamente en
nombre que usualmente apoyaba al candidato presidencial del pri. Para un análisis
sobre las paraestatales y su breve coqueteo con Cárdenas, ver Bruhn 1997.

124

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la vida como Cuauhtémoc Cárdenas querría o podría abanderar
de manera fidedigna las causas de la izquierda, particularmente
la democracia. Este escepticismo perduraría hasta bien entra-
da la creación del prd e influiría en varias de las decisiones
que tomó el nuevo partido, incluyendo la insistencia en la de-
mocracia interna como mecanismo de organización. En última
instancia, Castillo renunció a su candidatura en favor de Cárde-
nas sólo un mes antes de la elección y sólo después de que se
demostrara en actos masivos la popularidad de Cárdenas entre
las bases tradicionales del psm/psum/pms. Como lo recordó el
mismo Castillo en una entrevista algunos años después: “En-
tonces, él estaba juntando una gente y mi papel era reunir a toda
la gente de izquierda… y vamos a ver cómo se mueve el con-
tingente… Cuando yo caminé durante los meses de campaña y
vi las masas que movíamos, era muy simple. A mí no me va a
apoyar nunca el pps, el parm, y el Partido Frente Cardenista.
Bien. Y a Cuauhtémoc sí. A mí me apoya el pms, y a Cuauhté-
moc lo puede apoyar el pms. Simplemente decliné, sumamos
las fuerzas, y se logró esa suma.”6
El 6 de julio de 1988 “se cayó el sistema”. Ante los primeros
resultados que llegaron de la Ciudad de México y que favore-
cían enormemente a Cárdenas, los líderes del pri se apresura-
ron a informar que su nuevo y sofisticado sistema informático
diseñado para contar los votos más rápidamente se había “caí-
do”. Evidencia posterior ha dejado en claro que esto fue una fa-
bricación. El colapso del sistema fue una táctica dilatoria para
modificar el conteo nacional de votos y que éste favoreciera a
Salinas, alterando al menos en parte los recuentos de votos en
los distritos rurales para inflar el voto por Salinas y quemando

6
Entrevista de la autora, Ciudad de México, 22 de agosto 1991.

125

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miles de papeletas marcadas a favor de Cárdenas. El fraude
masivo fue armado de manera tan precipitada que fue inusual-
mente visible. Aunque oficialmente Cárdenas solo recibió el
31% del voto nacional contra el 50.4% a favor de Salinas (aun
así el total más alto registrado para un candidato de oposición),
la mayoría de los observadores concluyeron que el voto real
estaba mucho más cerrado, si no es que a favor de Cárdenas.
Sin embargo, el pri tuvo éxito en imponer su versión de los
hechos sobre la oposición de todos los partidos políticos prin-
cipales.7 Y a la toma de posesión de Salinas, la coalición que
apoyó a Cárdenas empezó a fracturarse ante la intensa presión
del nuevo gobierno. Algunos seguidores fueron comprados con
la promesa de fondos para el desarrollo (por medio del nuevo
programa “Solidaridad” de Salinas) o con ofertas de puestos en
el gobierno. Otros, siendo francos, tenían miedo de continuar
ante la intensificación de la violencia y la intimidación contra
los seguidores de Cárdenas. Incluso cuando el pri empezó a
reconocer las victorias electorales del pan, siguió robándose
abiertamente elecciones que favorecían al prd en áreas del país
en donde al partido le iba bien, como Michoacán. De hecho, los
dos fenómenos están conectados. Para desviar a los votantes de
la más fuerte amenaza que representaba Cárdenas, y para res-
taurar las credenciales democráticas destrozadas por el fraude
de 1988, el pri aceptó victorias del partido cuya ideología se
asemejaba más a la suya (pro neoliberal), el pan, mientras ne-
gaba al prd espacios para crecer y echar raíces.
Poco tiempo después de la validación legal de la elección,
en octubre de 1988, Cárdenas lanzó el “Llamamiento al pueblo

7
Muchos académicos han explicado por qué sucedió esto. Para un ejemplo, ver
Bruhn 1997.

126

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de México” en el que apelaba a la formación de un nuevo par-
tido para acoger a aquellos que se habían unido bajo la amplia
etiqueta del fdn. Casi inmediatamente, se quedó claro que la
mayoría de los partidos del fdn tenían poco o ningún interés en
la riesgosa opción de un nuevo partido de izquierda, prefiriendo
regresar al camino más seguro de la negociación con el pri.
Al final, el único partido legalmente registrado que participó
en la formación del prd fue el pms. De hecho, la maniobra
legal para que el prd obtuviera su registro implicó que el pms
le cediera el suyo.8 El prd nació oficialmente el 5 de mayo de
1989. Las circunstancias de su nacimiento y desarrollo tempra-
no marcaron su trayectoria en los años por venir. La siguiente
sección profundiza sobre algunos de estos legados.

Defectos de nacimiento

Los legados del liderazgo carismático


Incluso antes de su nacimiento formal en mayo de 1989, el prd
dependía en gran medida del liderazgo carismático como recur-
so. Es probable que hubiera existido una Corriente Democrática
sin Cárdenas, posiblemente incluso una campaña independien-
te apoyada por los partidos paraestatales. Sin embargo, es di-
fícil imaginar que cualquier otro líder político, del pri o de la
extrema izquierda, hubiera podido atraer apoyo de una gama
tan diversa de electores como la que aglutinó “el hijo del Ge-
neral”. Ningún otro nombre hubiera movilizado ese apoyo po-

8
Los esfuerzos por registrar al partido a través de la realización de asambleas
estatales y demostrando legalmente tener el número mínimo de seguidores fueron
resistidos por el pri-Estado, que se rehusó a ratificar los resultados.

127

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pular masivo. En efecto, en muchos respectos, el fdn agrupaba
a socios tan ideológicamente incompatibles que fueron incapa-
ces y/o renuentes a presentar una planilla común de candidatos
legislativos. Si hubieran podido hacerlo, el fdn hubiera tenido
tal éxito en las elecciones de diputados y senadores que hubiera
afectado seriamente la capacidad del pri de imponer a Salinas
o de gobernar México sin el fdn. En cambio, el acuerdo yacía
en el apoyo mutuo a Cárdenas.9
Como resultado, Cárdenas ejerció una influencia despro-
porcionada al interior del movimiento, incluso después de la
formación del prd y el estrechamiento de la coalición. Entre
1988 y 1994, la mayoría dentro del partido le dejaba a él todas
las decisiones estratégicas importantes, pues veían en él al can-
didato indispensable que los llevaría al poder en 1994, siem-
pre y cuando el voto pudiera ser monitoreado adecuadamente.
La dependencia de la “autoridad moral” de Cárdenas tendió a
crear, con el paso el tiempo, canales paralelos de autoridad que
invalidaban la legitimidad de las decisiones que se tomaban en
los organismos formales del partido y bloqueaban su institucio-
nalización. Conseguir que el partido adoptara alguna política
dependía menos de debates y de votos que de convencer a Cár-
denas. Su liderazgo también creó la tentación para los perde-
dores del debate en el partido de apelar a Cárdenas. Cuando él
intervenía (por ejemplo, amenazando con renunciar al partido
si no se expulsaba a militantes que tomaron puestos en gobier-
nos locales del pri), era acusado de autoritarismo; y cuando
no lo hacía, era acusado de dejar al partido a la deriva. De tal

9
El pms es una excepción parcial a esta regla. Si bien el pms apoyó a Cárdenas de
último minuto, lo hizo bajo el paraguas de un programa negociado de principios
conjuntos, en los que el pms y Cárdenas coincidían. Su apoyo por tanto fue un poco
más ideológico, aunque ciertamente pragmático y estratégico en su esencia..

128

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manera, críticos como el prominente activista del partido Jorge
Alcocer denunciaban: “la verdad es que los asuntos del partido
no se resuelven en las instituciones formales sino en consultas
privadas con Cárdenas.”10 Alcocer dejaría el partido en 1990.
Para decirlo de otra forma: el partido fracasó en desarrollar
mecanismos institucionales para procesar los conflictos inter-
nos, optando en cambio por el camino corto y menos costoso de
consultar a Cárdenas. Las implicaciones de este déficit organi-
zacional persistieron e incluso se profundizaron después de que
Cárdenas dejó la presidencia del partido. En los primeros años
de la década de los noventa, no era raro visitar a Cárdenas en la
casa de su madre en las Lomas de Chapultepec y que sostuviera
reuniones privadas con líderes del partido quienes, según las
normas, tendrían que haber celebrado reuniones formales en la
sede del partido, en la calle de Monterrey en la colonia Roma.
Por otra parte, la lealtad a Cárdenas permitió al partido ha-
cerse de la vista gorda sobre su diversidad ideológica interna
(en vez de debatir y conciliarla). En asamblea tras asamblea
durante esos primeros años, el partido reñía sobre cargos en
lugar de sobre posturas programáticas. Las grandes preguntas
sobre qué era por lo que estaba luchando el partido se pospu-
sieron a fin de mantener la coalición electoral cardenista. Esto
no era enteramente culpa de Cárdenas. Como comentó Heberto
Castillo en una evaluación después de las elecciones de 1994,
“si hay caudillismo en el partido, en parte es culpa de los acau-
dillados” (Bruhn 1997: 190).
Al mismo tiempo, la figura de Cárdenas fue el pegamento
indispensable para mantener al partido unido bajo la ola de vio-

10
Pascal Beltrán del Rio, “El prd se dividió en dos grupos y extravió el camino a
la democracia: Jorge Alcocer.” Proceso, no. 740 (7 de enero 1991): 8.

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lencia mortal que lo azotaba. Sin Cárdenas, el prd bien podría
haber colapsado por completo, o al menos haber quedado re-
ducido a la pequeña fuerza que históricamente había sido la iz-
quierda independiente. De hecho, en 1991, sin Cárdenas como
candidato, el naciente prd ganó solamente 8.3% del voto para
diputados, apenas un 5% más de lo obtenido por el Partido Co-
munista en 1979.
Igualmente importante para la historia de la supervivencia
del prd fue la obstinada negativa de Cárdenas a negociar con,
apoyar o regresar al pri —como lo habían hecho antes la ma-
yoría de los opositores internos del partido.11 Condenada en su
momento como una reacción irracional al fraude de 1988, esta
política de confrontación e independencia le dio al prd una
identidad que mantuvo unidos a sus militantes. Era una identi-
dad un tanto negativa desde el punto de vista de atraer votantes,
pero como sea, era una identidad clara. Si Cárdenas hubiera en
cambio transigido o regresado a las filas del pri, la historia del
prd hubiera sido muy diferente.
La dependencia del partido de liderazgos carismáticos no
terminó con la dirigencia de Cárdenas. De manera determi-
nante para el futuro, un líder del sureño estado de Tabasco se
convirtió en presidente del partido, en parte a instancias del
propio Cárdenas. Andrés Manuel López Obrador encabezó un
movimiento para hacer crecer al prd cooptando a líderes in-
satisfechos del pri en varios estados en los que el partido no
se había afianzado hasta ese momento, reproduciendo e inclu-
so extendiendo así la influencia del liderazgo carismático. En
ausencia de controles fuertes sobre el poder del presidente del
partido, esta estrategia tuvo éxito en ampliar el alcance del

11
Por ejemplo el histórico henriquismo en los años cincuenta.

130

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prd, pero a costa de la creación de nuevos feudos personalis-
tas a lo largo del país.
Estas políticas no eran inevitables. Un liderazgo diferente
en ese momento hubiera podido invertir más en desarrollo ins-
titucional de lo que lo hizo López Obrador. Sin embargo, López
Obrador aprovechó un conjunto de normas y hábitos previa-
mente establecidos, que fomentaban un fuerte control personal
en la cúspide combinado con descentralización y desorganiza-
ción en la base de la pirámide. El prd, careciendo de las opor-
tunidades que tenía el pri para ofrecer incentivos económicos y
también de la fuerte identidad ideológica del pan, tenía en ese
momento pocos incentivos para imponer la disciplina partidis-
ta. La esperanza de que un salvador los guiaría hacia el poder
—primero Cárdenas, después López Obrador— dejó al partido a
merced de lealtades personales cambiantes. Lo que en un princi-
pio fue una ventaja para movilizar rápidamente el apoyo popular,
se convirtió en un serio obstáculo para la formación de una base
más ideológica e institucional para la identidad del prd.

Los legados de la diversidad interna


Debido a sus orígenes como un frente amplio, el prd tenía a la
vez la bendición y la maldición de contar con una gran variedad
de tendencias ideológicas internas. Dentro del prd, excomunis-
tas se codeaban con expriistas y con activistas de la sociedad
civil que negaban cualquier afiliación partidista. Inicialmente,
esta diversidad no solo no afectaba el atractivo del partido, sino
que lo complementaba. Al adoptar una plataforma vaga alrede-
dor de proclamas nacionalistas y de la personalidad de Cárdenas
el fdn pudo conseguir apoyo de amplias franjas de la población,
cada una con la posibilidad de proyectar sobre la candidatura de

131

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Cárdenas más o menos lo que quería ver. Conforme se formaba
el prd y Cárdenas mismo se volvía más conocido públicamente
(como algo más que el hijo de Lázaro), la familiaridad engendró
desencanto entre al menos algunos de los entusiastas originales.
El prd surgió además en un momento particularmente difícil
para la izquierda, en el que su finalidad y dirección ideológica
eran puestos en cuestión ante el final del comunismo en Europa
del Este y después la caída de la Unión Soviética. Para entonces la
izquierda mexicana había ya tomado, casualmente, cierta distan-
cia de la línea comunista, primero en los sesenta con su negativa
a respaldar la represión soviética en Europa del Este y después
con su decisión, en los ochenta tempranos, de crear una izquierda
mexicana más moderada y pragmática. Sin embargo, el fin del
comunismo real dejó a gran parte de la izquierda sin un referente
ideológico, complicando la tarea ya de por sí difícil de forjar una
plataforma ideológica común entre una diversidad tan grande.
Quizás de manera más importante, ni las corrientes que for-
maban la izquierda independiente ni los priistas estaban todavía
listos para abandonar sus identidades originales. Sus fundado-
res no podían ni siquiera decidir si se querían comprometer a la
forma estructural de un “partido”, incluso mientras constituían
uno legalmente. En el Anteproyecto de los “Principios del Parti-
do de la Revolución Democrática” de febrero de 1989, la nueva
organización se describía como “partido en cuanto se propone
gobernar; movimiento, en cuanto se propone la reorganización
de la sociedad; y alianza, en cuanto en él convergen, sobre la
base de principios comunes, diversas corrientes de ideas”.12 Los
fundadores decidieron que no era necesario declarar al nuevo

12
“Declaración de Principios del Partido de la Revolución Democrática (Antepro-
yecto).” La Unidad (12 febrero 1989): 1.

132

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partido “socialista”, por su compromiso de permitir la diversidad
de opinión; de hecho, tomaría varias asambleas que el partido se
declarara siquiera a sí mismo como de izquierda.
Así, desde sus primeros estatutos, el partido reconoció la
existencia formal de corrientes internas de opinión. La relatoría
del anteproyecto de los estatutos (de febrero 26 de 1989) na-
rra que hubo una discusión sobre las corrientes internas en el
partido: “Algunos manifestaron suspicacia hacia su institución,
dado que las corrientes nacen frecuentemente con fines hege-
mónicos, para obtener cuotas de poder y representación. La
mayoría mostró rechazo hacia las consideraciones anteriores
y se pronunció en favor de que existan corrientes de opinión,
pero que no sean vía de acceso a los cargos electorales ni de re-
presentación.”13 En los estatutos aprobados por el Primer Con-
greso Nacional del prd, que tuvo lugar el 20 de noviembre de
1990, la sección sobre derechos y obligaciones de los afiliados
reconoce formalmente el derecho de los miembros a “integrar-
se en corrientes, tendencias o convergencias”.14 Este derecho
se refuerza y detalla en los artículos 15, 16, 17 y 18. En efecto,
pese a las reservas del Comité Promotor, el artículo 16 otorga
a los miembros el derecho de organizarse en corrientes para
“proponer candidatos para integrar las instancias de representa-
ción y dirección del Partido” y “proponer precandidatos a pues-
tos de elección popular que postule el Partido a todos niveles.”
El artículo 17 formaliza aún más el derecho de las corrientes a
“disponer de los recursos e instalaciones del Partido a efecto de
organizarse y dar a conocer sus planteamientos.”

13
“Relatoría sobre el anteproyecto de Estatutos,” Reunión del Comité Nacional
Promotor del prd, La Unidad (26 febrero 1989): vi.
14
Artículo 12, sección 4, Documentos Básicos del Partido de la Revolución Demo-
crática,” Serie: Documentos del Primer Congreso Nacional del prd.

133

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Las famosas tribus por las que el prd se volvió tan conocido
estaban presentes en el partido desde el inicio, pero se les dio
empuje y posibilidad de reclamar recursos del partido en estos
primeros estatutos. Conforme pasaron los años, las tribus do-
minarían la vida interna del partido y complicarían su habilidad
para recompensar y promover a individuos talentosos más allá
de su membresía a alguna corriente organizada. Las corrientes
proponían planillas de candidatos para el liderazgo del partido
y las elecciones generales y, exactamente como algunos lo te-
mieron, negociaban cuotas de poder. Debido a que las corrien-
tes votaban en bloque, los individuos que querían competir por
una nominación sin el respaldo de alguna corriente eran fácil-
mente descartados. Al ser el camino para ascender, naturalmen-
te las corrientes atraían, en muchas instancias, más lealtad que
el partido mismo. Peor incluso, con el tiempo estas corrientes
tendieron a organizarse alrededor de lealtades a ciertos indivi-
duos, en lugar de en torno a diferentes identidades ideológicas,
reproduciendo así la dependencia del partido en su conjunto del
carisma personal. Para el Tercer Congreso Nacional del partido
se reconocía que “a mayor nivel de institucionalización [del
partido] corresponde la existencia de corrientes o tendencias
políticas poco estructuradas y, por el contrario, a un bajo nivel
de institucionalización corresponde la existencia de facciones
o grupos de presión muy estructurados, construidos con fines
pragmáticos, especialmente para la lucha por posiciones de di-
rección o candidaturas.”15 O, para citar a otro líder del prd,
“corrientes ricas, partido pobre.”16

15
Cuadernos del Tercer Congreso Nacional, Ediciones del cen, (Julio 1995): 30.
16
Dag Mossige, Mexico’s Left: The Paradox of the prd, (Boulder, co: Lynne
Rienner, 2013): 9.

134

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Sin embargo, las corrientes bloquearon en cada oportunidad
los esfuerzos para disminuir sus privilegios o derechos. Cuando
Cuauhtémoc Cárdenas renunció oficialmente al prd, en 2014,
mencionó entre las razones de su salida su decepción por el he-
cho de que no hubiera ocurrido “ningún cambio en los mecanis-
mos de toma de decisiones al interior de la organización. Por el
contrario, en las sucesivas reformas estatutarias fue consolidán-
dose el sistema de cuotas y pesos relativos para tomar decisiones
y a partir de ellos oportunidades de participación en procesos
internos o externos a los propios miembros del partido.”17
No todo era malo con las corrientes. La diversidad interna
de opinión es hasta cierto punto no sólo saludable sino inevi-
table. Las corrientes ayudaron a movilizar militantes y es po-
sible que sus esfuerzos por sumar miembros a sus filas hayan
tenido como efecto secundario incentivar el reclutamiento de
nuevos miembros del partido. Sin embargo, al conceder for-
malmente derechos y una vida independiente a las corrientes,
el prd minó involuntariamente su propia institucionalización
y ayudó a crear la imagen pública de un partido desorganizado
y en constante disputa. Las corrientes eran lo suficientemente
coherentes para organizar fraude en algunas elecciones del par-
tido, dañando aún más los esfuerzos del partido por exaltar las
virtudes de su democracia interna. Y la reticencia de los miem-
bros de las corrientes para renunciar a sus identidades retrasó
la construcción de una ideología y estrategia común al prd; de
hecho, algunos dirían que nunca lo lograron. Dag Mossige res-
ta importancia a la diversidad ideológica interna del partido y
argumenta que las diferencias tácticas entre quienes defendían

17
https://aristeguinoticias.com/2511/mexico/cuauhtemoc-cardenas-renuncia-al-prd-
carta/

135

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un movimiento y quienes pretendían construir partido explican
el “conflicto interno casi perpetuo”18 del prd.
Existe, sin embargo, un modelo alternativo para la incor-
poración de corrientes: el modelo que ofrece el Frente Am-
plio de Uruguay. El Frente Amplio tiene también una vigorosa
estructura de facciones internas; de hecho, los estatutos del
partido las nombra formalmente (ver artículo 7, Estatutos del
Frente Amplio).19 Sin embargo, a diferencia del prd desde
sus inicios, estas corrientes internas no se autoorganizan, sino
que requieren un permiso del Plenario Nacional para regis-
trarse, “previa aceptación de los documentos fundamentales y
de organización por parte del sector postulante.”20 El registro
requiere apoyo popular (por lo menos el 3% del padrón) en el
departamento de origen, y posteriormente alcanzar el registro
en por lo menos 5 departamentos. Estos requisitos obligan a
las corrientes internas a volverse más nacionales en su alcan-
ce y a alcanzar cierto nivel de apoyo popular. Cualquier co-
rriente interna puede ser también expulsada del partido “por
violación gravísima a la Declaración Constitutiva, Bases Pro-
gramáticas, Acuerdo Político, Estatuto, lineamientos políticos
o metodología del Frente Amplio, de acuerdo a lo establecido
en la Sección vii, por resolución del Plenario Nacional por
9/10 de sus miembros.”21

18
Dag Mossige, Mexico’s Left: The Paradox of the prd, (Boulder, co: Lynne
Rienner, 2013): 8.
19
Estatutos 2011, Frente Amplio. file:///C:/Users/Owner/Downloads/originallibri-
lloestatutos2011.pdf; ver también https://www.frenteamplio.uy/documento/item/37-
estatutos.
20
Estatutos 2011, Frente Amplio, Artículo 8. file:///C:/Users/Owner/Downloads/
originallibrilloestatutos2011.pdf
21
Estatutos 2011, Frente Amplio, Artícilo 10. file:///C:/Users/Owner/Downloads/
originallibrilloestatutos2011.pdf

136

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A la fecha, no hay atención equiparable en los estatutos del
prd para la regulación, registro o control de las corrientes inter-
nas. Por el contrario, no hay una sección alguna en los estatu-
tos existentes que aborde directamente este tema, con la posible
excepción de la subsección “C” enterrada en el artículo 8, que
establece que “dentro del Partido, se respetará la libre asociación
de ideas que conjunten pensamientos sobre la misma; sin suplan-
tar a los organismos intrapartidarios. Quedando extinto cualquier
método de control y representación, derivado del conjunto de
personas afiliadas que se agrupen en torno a un mismo ideario
y concepto. La única forma de toma de decisiones legítima y le-
gal es la que surja de las instancias, y sólo mediante los métodos
democráticos estatutariamente reconocidos.”22 Aunque esta breve
referencia parece negar la existencia de las corrientes oficialmen-
te reconocidas, el hecho de que todavía operan es innegable y en
cierto sentido está garantizado por el reconocimiento absoluto del
partido a la libertad de opinión. Si bien es imposible en un partido
contemporáneo de izquierda eliminar por completo las corrientes,
posiblemente sería mejor someterlas a una regulación y disciplina
definidas por los comités del partido. Sin embargo, esto es difícil
de llevar a cabo cuando ya se ha alentado la autoorganización de
facciones, que no querrán someterse a sí mismas a una regulación.

Los legados de la democracia interna


Uno de los problemas más espinosos en la construcción del
prd fue el tema de la democracia interna. El prd heredó deba-

22
Estatuto del Partido de la Revolución Democrática, (Aprobado en el xvi Con-
greso Nacional Extraordinario, celebrado los días 31 de agosto y 1 de septiembre
de 2019), énfasis añadido. Descargado el 8 de marzo2020 desde https://prd.org.
mx/documentos/basicos_2020/Estatuto_prd-xvi_CNE-2019.pdf

137

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tes sobre la democracia interna de ambos lados de su linaje. Ni
la izquierda independiente ni los expriistas tenían mucha expe-
riencia en la práctica de la democracia interna. El partido surgió
de una crítica a las prácticas internas autoritarias del pri y de una
demanda por una democracia más robusta a nivel del régimen,
pero es importante recordar que para 1989, ningún régimen elec-
to de izquierda había sobrevivido en América Latina más de unos
pocos años. El ejemplo más notable de un partido de izquierda
electo —el Frente Popular de Salvador Allende— murió en un
sangriento golpe en 1973. Durante la mayor parte de la primera
década del partido, incluso la decisión de participar en eleccio-
nes seguía siendo controversial, especialmente mientras el pri
continuaba haciendo trampa (particularmente contra el prd) y
la presencia electoral del partido disminuía. Además, las defini-
ciones de democracia al interior del partido variaban de manera
considerable, desde la puramente procedimental (elecciones sin
fraude) hasta la social y económica (un sistema “sin ricos ni po-
bres”, o un gobierno que no robe a la gente).23
La decisión de luchar por una democracia nacional electo-
ral tenía también un costo: un amplio escepticismo sobre las
credenciales democráticas de los excomunistas o expriistas lo
cual significaba que la práctica de la democracia interna del
partido era un examen de su compromiso, una prueba de que
los votantes podían confiar en que la izquierda se respetaría las
reglas democráticas si se le permitía llegar al poder. Así, desde
el inicio los fundadores del prd declararon que “la democracia
interna del Partido es su principio político fundamental.”24 Al

23
Bruhn 1997: 172-173.
24
Partido de la Revolución Democrática, Estatutos del prd Artículo 2 (México
d.f.: prd, 1990).

138

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comprometerse con la democracia interna, esperaban distan-
ciarse de la historia autoritaria de toma de decisiones del pri,
especialmente después de criticarlo por su falta de democracia.
Igual de importante, en un contexto en el que nadie estaba se-
guro de qué facción tenía mayoría numérica, la democracia era
una manera de afirmar el derecho de cada una a tomar decisio-
nes. Por último, aunque no menos importante, el prd debía ser
un espejo de lo que buscaba crear en México, como lo expresó
Cárdenas en su llamado a crear el prd: “un partido plural…
que se maneje internamente con una democracia transparente,
un partido, como queremos a la nación…la imagen tangible de
aquello que propone para el país.”25
El prd no fue el primero en implementar alguna forma
de democracia interna. El pan utilizaba desde hacía tiempo
un sistema de convenciones locales y nacionales para ele-
gir a candidatos y líderes. El prd lo llevó mucho más lejos,
abriendo la participación en los procesos internos electorales
no sólo a un grupo cuidadosamente examinado y seleccio-
nado de militantes (como sucedía en el pan), sino también a
miembros de base. Sin embargo, a diferencia del pan, el prd
no contaba con un listado confiable de sus miembros. En res-
puesta, el partido a menudo autorizó que las personas votaran
simplemente declarándose miembros en el mismo día de la
elección. De acuerdo con un líder del prd, cerca de 5 mil per-
sonas emitieron un voto en la primaria de 1992 en Baja Ca-
lifornia—aunque en ese momento el partido tenía solo unos
700 miembros registrados.26

25
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Llamamiento al pueblo de México (México
d.f.: prd, 1988): 10, 18.
26
Bruhn 1997: 174-175.

139

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La naturaleza caótica de las elecciones internas y la débil
infraestructura del partido para monitorear el voto eran una
invitación abierta al fraude. Cuando Michoacán tuvo su pri-
mera asamblea estatal, por ejemplo, las comunidades locales
empezaron por elegir delegados. En ausencia de un padrón
adecuado (tal como credenciales de membresía al partido), el
prd dependía de que los militantes locales se supervisaran a
sí mismos. Debido a que el número de delegados dependía de
cuántos militantes votaran en las reuniones locales, líderes de
facciones sin muchos escrúpulos tenían todas las oportunida-
des e incentivos para mentir sobre el número de votantes que
asistían a las convenciones locales, para inflar el número de
delegados en la Asamblea. El Comité Ejecutivo Estatal provi-
sional intentó enviar a un representante a cada elección local,
pero esto no siempre era viable. Algunas pequeñas comuni-
dades rurales enviaron un número sospechosamente grande
de delegados a la asamblea estatal, provocando acusaciones
de fraude. Ciertas o falsas, dichas imputaciones surgían con
frecuencia en las elecciones internas del prd y eran aprove-
chadas con entusiasmo por medios de comunicación—en su
mayoría plegados al pri— para difundir la imagen del prd
como un partido hipócrita y demasiado beligerante a su inte-
rior como para confiar que podía gobernar democráticamente.
Los debates sobre la acreditación de delegados en otra Asam-
blea en el Estado de México en 1990 desviaron la atención
de la tarea vital de definir la plataforma del partido para las
elecciones federales legislativas de 1991. En otra instancia,
dichos conflictos casi provocaron que un comité municipal
dejara pasar la fecha límite de registro legal de candidatos
para la elección de 1991. Como resultado de estos problemas,
algunos de los militantes del partido empezaron a describir la

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democracia interna como “una trampa que nos hemos puesto
nosotros mismos.”27
Las elecciones internas para seleccionar a los candidatos
del partido eran otro campo de batalla significativo. La falta
de infraestructura y recursos (así como de una base local de
militantes) impidieron que el partido usara elecciones prima-
rias para seleccionar a más de la mitad de sus candidatos le-
gislativos en 1991. Sin embargo, como lo señaló un reporte
interno de 1991, las elecciones primarias “están muy lejos de
ser exitosas para seleccionar buenos candidatos o incluso de
asegurar un consenso alrededor de ellos”.28 En efecto, los can-
didatos perdedores y sus seguidores eran responsables de gran
parte de la controversia pública sobre las primarias. Mientras
que el pri minimizaba el conflicto sobre las candidaturas por
medio del despliegue de recompensas a los perdedores (entre
las que se encontraban puestos en el gobierno o la promesa de
futuras oportunidades electorales), el prd no tenía recursos
que pudiera usar como compensación por aceptar la derrota
elegantemente. De hecho, conforme crecieron las restriccio-
nes sobre el pri y fue perdiendo la capacidad de compensar
a los perdedores, ese partido también sufrió el espectáculo de
las deserciones públicas, con frecuencia hacia el prd. Con
el paso del tiempo, el prd usó las elecciones primarias de
manera menos frecuente como mecanismo para nominar a
candidatos legislativos o a gobernador, en parte para evitar
potenciales conflictos públicos.29

27
Bruhn 1997: 172.
28
prd, Informe sobre las elecciones en Morelos, 1991: 1-2.
29
Ver Kathleen Bruhn, “Choosing how to Choose: From Democratic Primaries
to Unholy Alliances in Mexico’s Gubernatorial Elections.” Mexican Studies/Estu-
dios Mexicanos Invierno 2014, Vol. 30, No. 1: 212-240.

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Una característica secundaria, cuyo impacto es con fre-
cuencia pasado por alto, era la cláusula en el artículo 23 de los
primeros estatutos oficiales del partido. Este artículo prohíbe
la reelección ya sea para el cargo de presidente del partido o
de presidente estatal o municipal “para el periodo inmediato
subsecuente” y limita a los integrantes de un Comité Ejecutivo
en cualquier nivel para “desempeñar el mismo puesto durante
más de dos periodos consecutivos.”30 En un sentido práctico
inmediato, esto significó que Cárdenas —el líder indiscutible
del partido en ese momento— se vio forzado por los estatutos
a renunciar a la presidencia del prd cuando se cumplieron 3
años de su fundación. Sin embargo, no dejó de ser Cárdenas: en
cambio, ejercía su autoridad al margen de las instituciones del
partido, debilitándolas todavía más. Bajo estas circunstancias,
hubiera sido preferible que continuara ocupando la posición
oficial de liderazgo en lugar de dividir y debilitar la legitimidad
y autoridad de la estructura del partido.
Con el tiempo, los dramáticos cambios de dirección oca-
sionados por el hecho de que un presidente del partido se
viera obligado a dejar el cargo contribuyeron al rompimien-
to con Andrés Manuel López Obrador. Sin la capacidad de
dirigir oficialmente al partido mientras sus propios aliados
se retiraban, tuvo conflictos constantes con la estructura del
partido (por ejemplo, después de la elección presidencial
de 2006, cuando diputados del prd tomaron sus escaños en
contra de sus deseos). Eventualmente, eligió crear un nuevo
partido que pudiera controlar directamente. Así, una cláusu-
la adoptada en su origen para evitar la dominación persona-

30
prd, Documentos Básicos del Partido de la Revolución Democrática, noviem-
bre 1990, artículo 23, secciones 2 and 3.

142

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lista y fortalecer las instituciones del partido terminó por no
hacer ninguna de las dos.
Finalmente, en respuesta a la tendencia del pcm y del pri
de intentar sofocar la disidencia interna, el prd estableció al
inicio (y mantiene hasta el día de hoy) una fuerte defensa de
los derechos de todos los miembros del partido a “expresar li-
bremente sus opiniones dentro y fuera del Partido.”31 Ha sido
común para los líderes individuales criticar abiertamente las
decisiones de órganos del partido (a pesar de una cláusula
paralela que exige a los miembros “respetar y acatar” las de-
cisiones del partido).32 Rara vez el partido recurrió a expulsar
a alguno de sus miembros por incumplimiento.
Al notar algunos de estos peligros, Jorge Castañeda argu-
mentó que “la desconfianza sobre las convicciones democrá-
ticas de la izquierda es tan amplia y justificada que no puede
haber exceso en esta dirección por ahora. Los inconvenientes
de demasiada democracia son preferibles al flagelo de su au-
sencia o insuficiencia. La izquierda tendrá que arreglárselas
... gestionando los efectos secundarios perversos lo mejor que
pueda.”33 En el caso del prd, los esfuerzos por silenciar el di-
senso casi sin duda hubieran resultado contraproducentes. No
obstante, la democracia interna tuvo un precio que, al menos
en algunos aspectos, socavó la capacidad del partido de trazar
un camino estratégico, defender una plataforma ideológica
clara o ganarse la confianza de los votantes.

31
prd, Documentos Básicos del Partido de la Revolución Mexicana, México d.f.:
1990, artículo 12, subsección 3.
32
Artículo 14, subsección 3.
33
Jorge Castañeda, La utopía desarmada, (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1993:
361).

143

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Los legados del corporativismo
Una de las principales decepciones sobre el prd fue su fracaso
en consolidar una alianza permanente con muchos de los mo-
vimientos y organizaciones de la sociedad civil que apoyaron a
Cárdenas en 1988. Esta meta era tan importante para los prime-
ros organizadores del partido que Comité Nacional Promotor
del prd recomendó inicialmente una estructura semi corpora-
tiva para incluir intereses sectoriales particulares: “Considera-
mos que la concepción del prd que subyace en la estructura
organizativa que proponen los estatutos es incompleta pues se
refiere marginalmente a la organización sectorial del prd. Es
necesario entender que el prd tiene dos pies para la acción po-
lítica. Estos son, por un lado, la organización territorial, y por
otro la organización sectorial.”34 Las resoluciones de la comi-
sión propusieron una serie de “Consejos Sectoriales” compues-
tos por “representantes de los núcleos de trabajo sectorial en
cada localidad”. La mesa fue cuidadosa en apuntar que “no se
pretende incorporar a los sectores como organizaciones socia-
les al interior del prd. Se trata de agrupamientos de militantes
partidarios para hacer trabajo en las organizaciones sociales co-
rrespondientes que ya hemos definido como independientes y
autónomas con respecto al partido.”35
Al final, incluso esta versión diluida de corporativismo fue
considerada demasiado sensible políticamente como para in-
cluirla en los estatutos del partido. La sección de los estatutos
del prd que se refiere a movimientos y otras organizaciones

34
“Resoluciones de la Mesa de Movimientos Sociales,” La Unidad 26 de febrero
1989: viii. Negritas en el original.
35
“Resoluciones de la Mesa de Movimientos Sociales,” La Unidad 26 de febrero
1989: viii.

144

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sociales reafirma el compromiso del partido de que se “res-
petarán la independencia y autonomía de los movimientos y
organizaciones sociales” y “rechazarán todo medio de control
político corporativo.”36 Al ser un partido fundado en gran parte
por expriistas, el prd era quizá especialmente sensible a acu-
saciones de corporativismo. En lugar de incluir representan-
tes oficiales de los movimientos, electos (democráticamente o
de algún otro modo) por las organizaciones mismas, el prd
se conformó con nombrar secretarías responsables de conducir
las relaciones con los movimientos autónomos. Los estatutos
originales no especificaron el número o cargo político de las
secretarías, pero en la práctica el partido usualmente ha teni-
do un número cambiante de ellas dedicadas a las mujeres, los
jóvenes o los campesinos. Sin embargo, estas posiciones fue-
ron ocupadas por miembros del partido, no por representantes
electos por las organizaciones populares. Como resultado, estas
organizaciones no se sintieron representadas en las deliberacio-
nes partidistas y en su mayoría mantuvieron su distancia con el
partido, tratándolo con suspicacia.
Para superar estas reservas, el partido ha reservado, des-
de sus primeras incursiones electorales, hasta el 50% de sus
candidaturas para “candidatos externos”. La idea original era
permitir al partido atraer el apoyo de los movimientos sociales
nominando a algunos de sus líderes, sin que se integraran for-
malmente a las filas del partido. La designación de “externos”
tenía como objeto hacer un gesto de respeto hacia la autono-
mía de los movimientos. Paradójicamente, el nombramiento
de estos candidatos como “externos” retrasó la identificación

36
Artículos 81 y 82, Documentos Básicos del Partido de la Revolución Democrá-
tica: Declaración de Principios y Estatutos. prd, México D.F.: 1990.

145

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del partido con los intereses de los movimientos sociales: in-
tegrantes de los movimientos tenían que evitar la participación
directa en el partido para calificar como “externos”. Además, la
categoría misma empezó a utilizarse para una amplia variedad
de propósitos, muchos de los cuales estaban en conflicto con
la intención original. Frecuentemente se usaba, por ejemplo,
para nominar a miembros de otros partidos (especialmente del
pri) en lugares donde su red o reputación personal se consi-
deraba útil electoralmente. Hubo muchas quejas por parte de
los militantes del partido en el sentido de que la categoría de
“externos” se estaba integrando con personajes dudosos que no
tenían realmente cabida en un partido de izquierda, y que ocu-
paban lugares que por derecho correspondían a quienes habían
arriesgado sus vidas para construir el partido.
El hecho de que la mayoría de los sindicatos y organizacio-
nes campesinas con mínima sustancia continuaban siendo do-
minadas desde arriba por el pri complicaba todavía más estos
cálculos. Especialmente en los primeros años de la década de
1990, el sector de sindicatos independientes era pequeño, débil y
altamente hostil a incorporarse a cualquier partido político. Este
hecho de la realidad dejó al prd —en fuerte contraste con el Par-
tido dos Trabalhadores de Brasil, por ejemplo— sin algún aliado
natural fuerte en la sociedad civil. El prd trató de hablar por los
intereses de trabajadores y campesinos, pero no pudo ser llama-
do a cuentas por ellos. En este contexto, el prd evolucionó más
y más hacia un partido de burocracias partidistas en vez de uno
de intereses sociales, especialmente después de que una infusión
masiva de recursos estatales, producto de las reformas electora-
les de 1996, volviera al partido más rentable que peligroso.
La única gran excepción a esta regla fue el movimiento
urbano popular (mup). A diferencia de trabajadores y campe-

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sinos, los movimientos urbanos populares no habían sido efec-
tivamente incorporados por el pri. En especial a fines de los
ochenta, cuando el prd emergía, había un nuevo sector de orga-
nizaciones urbanas populares vibrante en la Ciudad de México,
que había crecido como respuesta al terremoto de 1985 y esta-
ban en busca de nuevos aliados. La mayoría de estos movimien-
tos apoyaron a Cárdenas en 1988, aunque no todos se unieron
después al prd. Muchos optaron por aprovechar el programa de
gasto social Solidaridad y solicitar financiamiento del Estado
priista. Este paso necesariamente los distanció del prd, que en
ese momento mantenía una estricta política de no negociación y
no cooperación con el pri. Otros movimientos, como la Asam-
blea de Barrios en la Ciudad de México, apoyaron enérgicamen-
te al nuevo partido y participaron en su formación.
Con el paso de los años y particularmente después de que
el prd ganó el control del gobierno de la Ciudad de México,
más y más movimientos se acercaron al gobierno del prd para
solicitar apoyo y fue entonces que se empezó a desarrollar un
patrón de asociación cuasi corporativista. Sin embargo, en au-
sencia de mecanismos formales de representación al interior
del partido, esta vinculación tomó la forma de relaciones clien-
telares. Movimientos como el Frente Popular Francisco Villa
(fpfv) o la Asamblea de Barrios buscarían que sus principales
líderes resultaran electos para puestos de autoridad dentro del
partido y/o de responsabilidad gubernamental, que después uti-
lizarían esos contactos para asegurar beneficios materiales para
el movimiento. El fpfv tenía reglas específicas sobre quién
podía ocupar esas posiciones y por cuánto tiempo, y tuvo la
precaución de hacer que sus líderes firmaran una carta de re-
nuncia antes de asumir algún cargo en el partido o el gobierno.
De esa manera, el movimiento podría retirar su apoyo en caso

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de que percibiera algún tipo de traición. El servicio al partido
era muy duro para los movimientos y tarde o temprano, casi
siempre provocó divisiones al interior de los movimientos. Sin
embargo, las potenciales ganancias eran demasiado grandes
para dejarlas pasar, tanto para el movimiento (que obtenía ac-
ceso a recursos) como para el partido (que se hacía de votos
en espacios territoriales valiosos). En la Ciudad de México en
particular, se desarrolló una relación cercana entre el prd y los
movimientos populares urbanos, tal como se desarrolla en el
capítulo de Jacqueline Peschard. Estas relaciones estaban fuer-
temente entretejidas con las tribus y no reguladas oficialmente
en los estatutos del partido.
De este modo, desde el inicio el prd rechazó el corpora-
tivismo como una forma de representar los intereses sustan-
tivos de movimientos y asociaciones existentes. Este rechazo
tenía fuertes raíces políticas y prácticas, tanto en la compren-
sión que tenía el prd de sí mismo como el anti pri como en
la resistencia de muchos movimientos independientes a repetir
el patrón del pasado del pri, que había resultado en la coopta-
ción de sindicatos y organizaciones campesinas que alguna vez
habían sido independientes. No obstante, el fracaso estructural
en la incorporación de movimientos al partido tuvo consecuen-
cias en la capacidad del prd para establecer raíces electorales
sólidas y representar efectivamente —así como ser llamado a
cuentas por— los intereses sectoriales que aspiraba a defender.

Los legados de la violencia


Cuatro días antes de la elección presidencial de 1988, dos de
los colaboradores más cercanos de Cárdenas (Francisco Javier
Ovando Hernández y Román Gil Heráldez) fueron encontra-

148

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dos en un vehículo en la Ciudad de México después de haber
sido asesinados. Además de su relación personal con Cárdenas,
tenían la responsabilidad de operar el monitoreo de votos del
fdn. De acuerdo con personas cercanas a Cárdenas, mucho de
lo que sabían sobre la operación no se había puesto por escrito
deliberadamente, para proteger información personal del espio-
naje del gobierno, y por tanto se perdió con su asesinato. Estas
fueron las primeras de muchas muertes por venir. Incluso hoy,
la Fundación Ovando y Gil opera un fondo para las familias de
militantes del prd asesinados.
Indudablemente, sin embargo, la primera década del prd fue
la peor en términos de la violencia dirigida contra militantes del
partido.37 Un reporte interno del partido de 1994 denunció “una
larga cadena de violencia contra mexicanos que luchan por lo-
grar la democracia en su país y durante el sexenio ha costado la
vida a por lo menos 250 personas…además de cárcel, tortura,
golpes, desempleo y diversos tipos de represalias contra miles
de otros.”38 De acuerdo con otro recuento, también basado en
datos del partido, más de 800 miembros del prd habían sido
asesinados para 2011, tres cuartas partes de ellos en los años
previos a la alternancia a nivel presidencial en el año 2000.39
Igual de preocupante era la virtual impunidad con la que los
miembros del prd podían ser atacados. Aunque el partido iden-
tificó a los autores materiales de asesinatos locales en cerca del
90% de los casos, “en 73% de los casos existe impunidad total,

37
En comparación, la actual ola de violencia relacionada al tráfico de drogas pa-
rece ser menos selectiva, ya que afecta a candidatos y funcionarios de todos los
partidos políticos.
38
prd, En defensa de los derechos humanos: Un sexenio de violencia política,
(México D.F.: Grupo Parlamentario del prd, 1994): 19.
39
Mossige 2013: 7.

149

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los responsables no han sido castigados y las autoridades que
deberían vigilar el cumplimiento de la ley han evadido sus res-
ponsabilidades sistemáticamente, sin consecuencia alguna.”40
Durante ese mismo periodo de tiempo, tenemos poca evidencia
de un nivel de violencia comparable contra miembros del con-
servador pan. Ésta era intimidación específicamente dirigida
contra el prd.
En contraste con las narraciones clásicas de represión de la
izquierda en otros regímenes autoritarios en América Latina,
mucha de esta violencia fue coordinada solamente a nivel lo-
cal, pero tácitamente tolerada por el gobierno nacional, quien
mostró muy poco interés en atender las repetidas denuncias de
líderes del prd. De acuerdo con el propio análisis del partido,
aproximadamente el 30% de los casos de asesinato involucra-
ban a pistoleros de caciques protegidos por el pri, otro 27% a
la policía, y 33% de los asesinatos fueron cometidos por diri-
gentes priistas locales.41 Así, existía una variación considerable
por estado en la frecuencia con la que los militantes del prd
podían anticipar amenazas o violencia. Michoacán y Guerrero,
ambos bastiones del prd, eran por mucho los más violentos
en aquellos días, contabilizando alrededor de la mitad de to-
das las víctimas antes de 1994. El acompañamiento informal
de militantes locales del prd en aquel momento (por la autora)
demostró que prácticamente todos suponían que estaban sien-
do espiados por el pri, así como una actitud fatalista sobre las
posibilidades de violencia.

40
prd, En defensa de los derechos humanos: Un sexenio de violencia política,
(México D.F.: Grupo Parlamentario del prd, 1994): 20.
41
prd, En defensa de los derechos humanos: Un sexenio de violencia política,
(México D.F.: Grupo Parlamentario del prd, 1994): 19-20.

150

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Bajo estas condiciones, el tipo de persona que se convertía
en militante del prd en aquella época difería sustancialmente
del tipo de persona que se sumaría como militante años des-
pués, cuando la violencia había menguado y se habían incre-
mentado en cambio las recompensas materiales por convertirse
en militante. Como han argumentado varios académicos (prin-
cipalmente Greene 2007), el intenso riesgo y los sacrificios que
se requerían de los miembros del partido durante este perio-
do inicial forjaron un tipo de unidad e identidad común entre
los miembros del partido que los hicieron tanto especialmente
leales, como excepcionalmente renuentes al compromiso y el
acuerdo .42 A menos que alguien estuviera profundamente com-
prometido con los objetivos del partido, era más fácil, seguro y
mucho más rentable abandonar el prd y regresar a relaciones
amigables con el pri.
Por el lado positivo, este periodo temprano de dificultades
le dio al prd una marca clara: se oponían al pri, protestaban
contra el fraude electoral y sufría las vívidas consecuencias en
carne propia. Sin embargo, esto sin duda redujo también su
atractivo electoral y limitó el reclutamiento de nuevos miem-
bros durante por lo menos la primera década de existencia del
prd. Ése era, de hecho, el propósito. Los opositores del pri
podían elegir votar por el prd sabiendo que con toda proba-
bilidad, sus votos serían desechados o llevarían a protestas
disruptivas; o bien, podían votar por el pan, cuyas victorias
electorales estaban siendo aceptadas y cuyos militantes no eran
blanco de violencia.

42
Kenneth Greene, Why Dominant Parties Lose: Mexico’s Democratization in
Comparative Perspective, (Nueva York: Cambridge University Press, 2007).

151

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Resultados alternativos: decisiones y restric-
ciones en la trayectoria del prd
En general, el prd ha sido un nuevo partido exitoso, que ha es-
tado cerca de ganar la presidencia en tres ocasiones y ocupado
rutinariamente el segundo o tercer lugar, en términos del tama-
ño de su bancada legislativa. Si bien sus decisiones pudieron
haber tenido consecuencias negativas para la consolidación del
partido en el largo plazo, claramente también rindieron frutos
para la supervivencia en el corto y mediano plazo. Sin embar-
go, vale la pena por lo menos considerar hasta qué punto el
prd pudo haber tomado decisiones diferentes que resultaran en
un partido más resiliente e institucionalizado. En lo que sigue,
reviso los cinco temas críticos examinados arriba, del menor al
mayor en cuanto al margen de acción que se tenía para tomar
decisiones diferente.

Intimidación externa y violencia


Nadie se ofrece como voluntario para ser blanco de represión.
El prd protestó vigorosamente el trato al que se le sometió y
exigió que se procesara a los culpables, aunque casi siempre
en vano. Este aspecto del entorno externo estaba prácticamente
fuera del control del partido. Las implicaciones para el tipo de
militantes que reclutaba el partido, así como para el sentido de
identidad común que se forjó por la experiencia compartida,
eran probablemente inevitables.

Liderazgo carismático
El liderazgo de Cárdenas fue indispensable para la creación del
prd. Sin Cárdenas, no habría prd. Hubiera existido de cual-
quier manera una izquierda independiente, pero las probabili-
dades de que, en ausencia de Cárdenas, se hubiera fusionado

152

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con elementos de la corriente de izquierda del pri son cercanas
a cero. Fue el arrastre masivo de Cárdenas lo que finalmente
convenció al pms de retirar la candidatura de Heberto Castillo
en su favor. Es difícil imaginar otro “precandidato de sacrifi-
cio” que hubiera tenido un efecto comparable.
Más allá de eso, el partido bien se pudo haber disuelto en
sus corrientes preexistentes después de un ciclo electoral sin
la fuerza de gravedad que ejercía el prospecto de una segunda
candidatura de Cárdenas. Sin embargo, la necesidad de una fi-
gura aglutinadora tan central disminuyó después de que las re-
formas electorales de 1996 dieran al prd una fuente constante
de recursos públicos.
Para ese momento, el partido pudo haber elegido otro ca-
mino. En lugar de continuar apostando al arrastre electoral de
Cárdenas, pudo haber celebrado una elección primaria abierta
para elegir al candidato presidencial en el 2000. Además, el
liderazgo del prd (Andrés Manuel López Obrador en ese mo-
mento) pudo haber optado por el método más lento, pero en
última instancia más sostenible, de hacer crecer el partido por
medio de organizaciones de base y militancia, en lugar de coop-
tar potentados insatisfechos del pri para expandir rápidamente
al partido hacia zonas antes intocadas. Esta operación fue muy
exitosa en incrementar el voto del prd, pero también tuvo el
efecto de propagar la dependencia de liderazgos carismáticos
individuales hacia los estados, volviendo al prd vulnerable a
los caprichos de líderes cuyo compromiso con el partido era, en
el mejor de los casos, cuestionable.
Incluso en los primeros años del prd, cuando la dependen-
cia del partido de la figura de Cárdenas estaba en su punto más
alto, se pudo haber hecho más para limitar su influencia fuera
de las instituciones del partido, especialmente no exigiéndole

153

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que renunciara a su liderazgo formal. En última instancia, sin
embargo, algo de la responsabilidad recae en Cárdenas mismo,
por haber sucumbido a la tentación de ejercer su autoridad mo-
ral contra las decisiones de los órganos del partido.

Diversidad interna
Al igual que el liderazgo de Cárdenas, la diversidad ideológica
y organizacional del partido fue uno de los rasgos inherentes
desde la fundación. El prd es virtualmente inimaginable sin
sus corrientes. Sus orígenes en un frente amplio hicieron que
muchos de los nuevos miembros del prd llegaran al partido
con la carga de lealtades e identidades preexistentes.
En este contexto, el prd pudo haber tomado varias rutas
diferentes. Pudo haber incrementado la autoridad de Cárdenas
y negarles a las corrientes una vida independiente. Eso proba-
blemente hubiera funcionado en el corto plazo, pero al costo de
deserciones adicionales por parte de aquellos que querían man-
tener su libertad de disentir dentro de cualquier organización.
En el largo plazo, el partido hubiera tenido que pagar un precio
diferente—mayor dependencia de un líder único, y una reputa-
ción como un mero clon del pri (algo de lo que se le acusó de
cualquier manera).
Una segunda opción era registrar y regular a las corrientes
formalmente desde el principio, como lo ha hecho el Frente
Amplio en Uruguay. No hay garantía de que este enfoque hu-
biera tenido efectos marcadamente diferentes en comparación
con la decisión que se tomó de permitir a las corrientes organi-
zarse informalmente mientras se protegía su derecho a existir.
De cualquier forma, los miembros individuales hubieran estado
en desventaja con respecto a los integrantes de las corrientes
en la competencia por candidaturas y cargos en el partido. No

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obstante, el partido pudo al menos haber ejercido cierto control
sobre las corrientes y robustecer su capacidad para disciplinar-
las a las decisiones más amplias del partido.
Una tercera opción, que parece ser la que eligió morena,
es una combinación de la primera (dependencia del liderazgo
de un solo caudillo) y una nueva estrategia para debilitar la
utilidad de las corrientes internas. En su selección interna de
candidatos para puestos de elección popular, morena ha usa-
do un sistema de sorteo. Los precandidatos se registran y los
nominados se eligen al azar de la lista certificada, con la debida
consideración a los requisitos de cuotas de representación de
mujeres. Algunas candidaturas quedan reservadas al liderazgo
(especialmente a López Obrador), para recompensar a los lea-
les. Todavía no está claro si esta estrategia tendrá resultados
fundamentalmente diferentes. El hecho de que morena ocupe
ahora la presidencia ciertamente reduce el conflicto por recur-
sos entre cuales sean las corrientes. Los efectos de largo plazo
están por conocerse.
Mi punto aquí es que la reacción del prd a su situación de
facto como un partido nacido de la unión de varias corrientes
pudo haber tomado otro rumbo, posiblemente uno con efectos
de largo plazo menos dañinos. Al final, las corrientes operaron
en gran medida al margen de los órganos oficiales del partido, a
menudo socavando la su unidad estratégica y la claridad de su
perfil ideológico.

Democracia interna
La cuestión de si el prd necesitaba adoptar la democracia in-
terna como su principio operativo es más compleja. Desde un
punto de vista meramente práctico, evidentemente no. Los fun-
dadores del prd estaban en total libertad de seleccionar líderes

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y candidatos de manera mucho menos abierta y transparente.
Había al menos dos modelos alternativos viables: el método de
selección desde arriba, como en el pri, y el método de selec-
ción del pan a través de comisiones formadas por militantes
cuidadosamente revisados. En retrospectiva, el método del pan
podría haber resultado más estable y menos abierto a cargos de
manipulación y fraude.
Sin embargo, debemos recordar varios detalles importan-
tes que condicionaron la decisión del partido. Primero, el sur-
gimiento del prd obedecía en gran medida a las quejas sobre
la falta de democracia al interior del pri. El pms adoptó tam-
bién el mecanismo de una primaria abierta para seleccionar a
su candidato presidencial en 1988. Retroceder en estas exi-
gencias de democracia interna amplia hubiera sido percibido
de manera negativa por parte de los potenciales simpatizantes
del prd y por el público en general. Segundo, el fdn obtenía
apoyo de una enorme diversidad de fuentes, incluyendo mexi-
canos que no estaban formalmente organizados y se vieron
atraídos por la candidatura individual de Cárdenas. Había mu-
cha inquietud sobre cómo incluir a todas estas personas en un
nuevo partido, representarlas y mantener su apoyo electoral.
Cualquier sistema que hubiera requerido evaluar a militantes
potenciales hubiera inevitablemente retrasado y limitado el
reclutamiento.
Finalmente, en 1989 el prd tenía pocos recursos para asumir
la tarea de crear un padrón confiable de su membresía, incluso
si así lo hubiera querido. Debido a que el financiamiento pú-
blico en ese momento era limitado y a que el voto de Cárdenas
estaba repartido entre varios partidos diferentes, el prd comen-
zó su vida sólo con los recursos del pms, incluida una oficina
bastante pequeña e inadecuada y un presupuesto reducido para

156

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personal. La mayoría de los líderes del prd no recibieron un
pago hasta después de las reformas de 1996. Sin embargo, el
prd tomó un atajo: permitir a los electores autodefinirse como
perredistas (usualmente en la casilla de votación misma) tenía
la ventaja de no rechazar a nadie y ahorrar recursos que de otra
forma hubieran tenido que usarse para evaluar militantes. Las
consecuencias de esta decisión ya se han descrito.

Corporativismo
La decisión menos condicionada que tomó el prd fue la de no
crear un mecanismo formal para la representación de intereses
sectoriales dentro del partido. En última instancia, cualquier
cosa que oliera a corporativismo priista fue rechazado, tanto
por motivos de imagen como para calmar las preocupaciones
de las organizaciones populares de que terminarían siendo
cooptadas por el partido. No obstante, debió haber sido posi-
ble diseñar mecanismos que permitieran elegir representan-
tes de las organizaciones populares de manera independiente,
para que participaran en la vida del partido, lo hicieran rendir
cuentas ante los movimientos e interactuaran regularmente con
militantes de otras organizaciones. Este es precisamente el mo-
delo de participación del pt brasileño, por ejemplo. La doble
militancia era común en el prd, pero al carecer de un espacio
formal para la representación de intereses, el activismo parti-
dista y el activismo en los movimientos procedieron en gran
medida por caminos paralelos. Las organizaciones a menudo
se quejaban de que el partido no escuchaba sus preocupacio-
nes (en efecto, algunas organizaciones como el fpfv más tarde
decidieron “colonizar” el partido—intentando tomar el control
de los órganos locales—para conseguir esta representación). Y
el prd carecía de cualquier tipo de identificación pública con

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sindicatos (por ejemplo), que lo pudieran haber distinguido a
los ojos del público.
Sin duda, las restricciones para el prd en este aspecto eran
más fuertes que para la mayoría de los partidos de izquierda en
el resto de América Latina. El pri ya había ocupado la mayoría
del espacio en los sectores sindicales y obreros, en detrimen-
to de las organizaciones independientes. Por tanto, la decisión
de no representar formalmente intereses sectoriales dentro del
partido tuvo menos impacto del que hubiera tenido si hubie-
ra habido más aliados potenciales para el prd. Fue, en efecto,
una decisión de relativo bajo costo con al menos algunos be-
neficios. No obstante, tuvo consecuencias para la evolución del
partido a lo largo del tiempo.

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Conclusiones

Al final, la mayoría de las decisiones que tomó el prd duran-


te sus momentos fundacionales son comprensibles y razona-
bles, dado el contexto que enfrentaba. Aun así, éstas tuvieron
consecuencias significativas y duraderas para el desarrollo del
partido. Evidentemente, como se sugirió en varios apartados,
existieron puntos de inflexión posteriores, en particular las re-
formas electorales de 1996 y la decisión del partido, bajo el
liderazgo de López Obrador, de perseguir un modelo de ex-
pansión basado en la cooptación de candidatos descontentos de
otros partidos. Mi propósito en este capítulo ha sido, primero,
describir el desarrollo temprano del prd y, segundo, mostrar
cómo este período en la historia del partido marcó su evolu-
ción. Estos “legados duraderos” no restan nada a la indudable
contribución del partido tanto a la expansión de las institucio-
nes democráticas en México, como a la diversidad de opiniones
institucionalmente representadas. El prd demostró que una iz-
quierda electoral viable no sólo podía perdurar, sino prosperar
dentro de lo que por mucho tiempo, fue un sistema limitado de
elecciones poco competitivas. El éxito de morena hoy tiene
una deuda considerable con las luchas y sacrificios del prd y
sus fundadores.

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Oportunidades perdidas:
El ezln, el movimiento zapatista y el prd1
María de la Luz Inclán Oseguera

L a teoría de las oportunidades políticas señala que el surgi-


miento, desarrollo y eventual éxito de los movimientos so-
ciales depende en parte de factores políticos contextuales que
al ser percibidos como aperturas potenciales para la presenta-
ción o avance de sus demandas les generan incentivos para la
acción colectiva (McAdam 1996). Dichos factores incluyen
tanto instituciones formales del sistema político, entendidas
como la regulación de la actividad política contenciosa a tra-
vés de la relativa apertura del sistema político y la capacidad
y propensión del estado para reprimirla, como relaciones de
poder informales, tales como la relativa vulnerabilidad de las
élites políticas y la presencia de aliados políticos potenciales
en el poder (Meyer y Minkoff 2004). Cada uno de estos fac-
tores puede funcionar como una oportunidad política diferen-
te dependiendo del objetivo de movilización del movimiento
social. Por ejemplo, una relativa apertura de los gobiernos a
la actividad de protesta o la relativa vulnerabilidad política
de las élites puede incentivarla, dando así la oportunidad a un

1
Este capítulo está basado en el trabajo que realicé para mi libro: Inclán, María.
2018. The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition. Mobiliza-
tion, Success & Survival. New York: Oxford University Press.

161

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movimiento social de mostrar su músculo con el número de
miembros y simpatizantes y su capacidad innovadora de mo-
vilización contenciosa. Por otro lado, contar con aliados en el
poder ayuda al movimiento a presentar y avanzar sus deman-
das por canales institucionales existentes para la articulación
y representación de intereses políticos.
Es bajo esta perspectiva que analizo la relación entre el
zapatismo de la década de los noventa y el Partido de la Re-
volución Democrática (prd), el cuál al momento del levanta-
miento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(ezln), apenas contaba con escasos cinco años de vida polí-
tica. Analizar la relación entre el ezln y el prd en este pe-
riodo es importante ya que fue durante esta misma década
que el país comenzó a dar los primeros pasos para convertirse
en una democracia electoral. Las reformas política y judicial
que permitieron que la competencia electoral fuera más trans-
parente, competitiva y libre y garantizó la independencia del
poder judicial, no solo reorganizaron el sistema electoral y de
partidos, y la relación entre los poderes del estado, también
abrieron oportunidades significativas para la movilización de
actores sociales y políticos disidentes. Así el zapatismo ge-
nerado por el levantamiento armado del ezln es un ejemplo
de un movimiento social que trató de aprovechar estas nue-
vas oportunidades políticas para tratar de influenciar no solo
la agenda política de los partidos, sino el proceso democra-
tizador del país también. Además, estudiar los efectos de la
relación entre el ezln y el prd en los noventa nos permite
evaluar las oportunidades políticas que el contar con un alia-
do potencial en el gobierno, relativamente vulnerable a las
presiones contenciosas, puede abrir a un movimiento social
en un periodo de transición democrática. Finalmente, resulta

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interesante considerar el efecto que tuvo la transición demo-
crática en el comportamiento del partido hacia, en mi opinión,
uno de los movimientos sociales más importante que se han
desarrollado en el país en los últimos treinta años.2
En la primera parte del capítulo discuto brevemente el tipo
de transición democrática que se dio en el país en la década
de los noventa. Las condiciones cambiantes y la incertidumbre
propias de una transición democrática determinaron en parte la
relación que se dio entre el prd y el ezln y las posibles oportu-
nidades para el desarrollo y éxito del movimiento zapatista. Sin
embargo, las decisiones que estos actores tomaron en relación a
una posible alianza fueron determinantes para que al final dicha
alianza no solo no se diera, sino que el partido se convirtiera en
uno de los principales blancos de protesta del movimiento. En
la segunda parte abordo los efectos que tuvieron dichas opor-
tunidades políticas en el ciclo de protesta zapatista, así como
en los diálogos de paz entre el gobierno federal y los líderes
insurgentes y el papel que jugó o pudo haber jugado el prd. La
alternancia en el poder municipal y una mayor presencia del
prd en la legislatura nacional ayudaron a disminuir la políti-
ca contenciosa del movimiento a nivel local. Sin embargo, los
periodos de diálogo abrieron oportunidades para la contención.
Estas oportunidades, sin embargo, fueron efímeras, ya que el
proceso de negociación sufrió muchos y determinantes impas-
ses que terminaron por agotarlo. Además, la falta de alianzas
entre el movimiento y el partido impidió el avance de la arti-
culación y representación de las demandas del movimiento por
vías más convencionales, sino es que institucionales.

2
El otro movimiento de relevancia comparable al movimiento zapatista es el
movimiento por la paz con justicia y dignidad desde 2011.

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Transiciones prolongadas: el caso mexicano
Dentro de la literatura sobre transiciones democráticas se
considera una transición prolongada aquel proceso retardado
de cambio de régimen de una dictadura militar o de partido
único a un sistema político en el que gradualmente la compe-
tencia electoral va siendo más regulada, libre, justa, transpa-
rente y competitiva. El proceso es retardado porque involucra
un proceso de negociación tortuoso entre la élite autoritaria
gobernante y una oposición inicialmente incipiente que va
cobrando influencia conforme dichas negociaciones le permi-
ten ganar mayor poder político (Casper y Taylor 1996). Las
reformas graduales dan concesiones mínimas pero suficien-
tes a la oposición para continuar negociando y participando
en procesos electoral al tiempo que la élite autoritaria gober-
nante logra controlar el proceso democratizador por un pe-
riodo largo de tiempo (Eisenstadt 2000; 2004). La oposición
va ganando fuerza conforme va ganando elecciones locales
y legislativas, mientras que su apoyo puede ser monitoreado
por la élite autoritaria para calcular las siguientes negocia-
ciones y concesiones. De esta manera, la política contenciosa
puede ser efectivamente canalizada por la vía electoral, ya
que conforme las elecciones van siendo más competitivas, la
participación ciudadana aumenta. Sin embargo, la élite auto-
ritaria cuenta con mayores probabilidades de poder canalizar
las demandas de los movimientos sociales que surjan durante
la transición, ya que la oposición se encuentra relativamente
maniatada por el proceso de negociación retardado a com-
prometerse primero a cumplir los compromisos adoptados en
dichas negociaciones antes de poder articular y representar
intereses disidentes, contenciosos o insurgentes. Así, la élite

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gobernante tiene el control de cooptación de intereses disi-
dentes, mientras que para la oposición representar intereses
insurgentes puede ser muy riesgoso.
Una transición prolongada permite a la élite autoritaria go-
bernante mantener el control político por un periodo más largo
de tiempo que en una transición clásica en la que los pactos
democratizadores entre las élites políticas llevan a elecciones
fundacionales que marcan claramente una fecha para el paso
a un régimen democráticamente electo. En una transición pro-
longada, la oposición va ganando poder político poco a poco,
primero en elecciones locales, luego en contiendas estatales, le-
gislaturas estatales, para finalmente lograr tener presencia para
competir para ganar elecciones nacionales. Como resultado de
este proceso, la movilización social, o inclusive, una insurgen-
cia más radical es marginal y sus líderes resultan marginados de
las negociaciones entre élites políticas.
Sin embargo, un proceso democratizador prolongado
puede abrir oportunidades políticas importantes para que un
movimiento social insurgente surja y se desarrolle, ya que
las negociaciones retardadas prolongan a su vez el proceso
liberalizador de una transición democrática, en el que según
los teóricos de la democracia, las libertades civiles de los
ciudadanos se van garantizando conforme se tolera su dere-
cho a disentir, a protestar, a organizarse, a expresarse, y se
van abriendo nuevas fuentes independientes de información
(Dahl 1971; Przeworski 1991). Al mismo tiempo, las élites
autoritarias gobernantes se van absteniendo gradualmente
de utilizar métodos represivos, ya que hacerlo mina su le-
gitimidad (Beissinger 2002). De esta manera, un movimien-
to insurgente es mantenido al margen de las negociaciones
políticas, pero puede tener la oportunidad de ganar adeptos,

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apoyo de la población y construir alianzas con otros movi-
mientos sociales, mientras las élites políticas negocian refor-
mas democratizadoras.
Este fue el caso de la transición democrática en México
y del surgimiento del ezln y el desarrollo del movimiento
zapatista durante la década de los noventa. La transición de-
mocrática mexicana comenzó a finales de la década de los
setenta. En 1977, la Ley Federal de Organizaciones Políticas
y Procesos Electorales (lfoppe) permitió a los partidos de
oposición ganar una mayor presencia en las siguientes legis-
laturas al aumentar primero a 400 y luego a 500 el número de
curules por la vía de representación proporcional (Becerra,
Salazar y Woldenberg 2000). En la década de los ochenta,
el Partido Acción Nacional (pan) comenzó a ganar algunos
municipios y gubernaturas en el norte del país. Sin embargo,
fue hasta las elecciones de 1988 cuando el régimen de partido
único verdaderamente experimentó presión para liberalizar la
competencia electoral después de que el triunfo del candidato
del partido oficial, Carlos Salinas de Gortari, sobre Cuauhté-
moc Cárdenas Solórzano, candidato del Frente Democrático
Nacional (fdn) y fundador del prd, fue tachado de fraudu-
lento (Anaya 2008).
Las reformas políticas que se negociaron entre 1991 y 1996
fueron las que finalmente permitieron que el Partido Revo-
lucionario Institucional (pri) finalmente perdiera en 1997 la
mayoría en el Congreso y en el año 2000 la presidencia de la
República después de haber mantenido un régimen de partido
único por más de 70 años. La reforma política de 1991, dio
origen al Instituto Federal Electoral (ife) y lo hizo realmente
autónomo al eliminar de su consejo al Secretario de Gober-
nación. La reforma implicaba que los estados de la Repúbli-

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ca debían conformar sus propios institutos electorales para
organizar y llevar a cabo las elecciones estatales y locales.
La inclusión de consejeros ciudadanos le dio mayor indepen-
dencia. Después de la reforma de 1996, el ife se convirtió en
la autoridad reconocida para para generar el padrón electoral
nacional, organizar y llevar a cabo las elecciones del país, sor-
teando y entrenando a la ciudadanía encargada de fungir como
funcionarios de casilla los días de las elecciones, y regular y
monitorear el actuar y los derechos de los partidos políticos.
La reforma electoral también incluyó la creación del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (tepjf) como
la autoridad legal máxima para la resolución de conflictos
electorales; permitió la elección de una cuarta parte del Sena-
do por representación proporcional del electorado nacional;
limitó al 8% la sobre-representación legislativa del partido
dominante; y prohibió que un solo partido pudiera tener más
del 60% de curules en la legislatura (Domínguez 1999). Otros
cambios incluyeron la creación de la gubernatura del Distrito
Federal (hoy Ciudad de México) como un puesto de elección
popular, un aumento significativo del financiamiento público
a los partidos políticos y un límite del 10% al financiamiento
privado y la regulación del tiempo para su promoción en los
medios de comunicación.
Las consecuencias de dichas reformas fueron dramática-
mente evidentes en las elecciones federales de 1997. Como se
mencionó anteriormente, los límites de representación legisla-
tivas hicieron que el pri perdiera la mayoría en el congreso por
primera vez y han hecho que ningún partido logre alcanzar la
mayoría legislativa por si sólo. Tanto el pri, como ahora mo-
rena (Movimiento de Regeneración Nacional) han requerido
de alianzas con otros partidos para contar con una mayoría le-

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gislativa que le permita al presidente gobernar sin tener gobier-
no dividido.
En las elecciones de 1997, el pri pasó de controlar 64% de la
legislatura nacional a tener cerca del 48%. El prd, por su parte
aumento su presencia legislativa de 8 a 25%, sin embargo, para
las elecciones del 2000 el partido había perdido momentum y
regresó a tener solo el 10% de las curules en el Congreso y desde
entonces, no ha logrado pasar el umbral del 20% de represen-
tación legislativa nacional. Ese mismo año, el prd ganó el Go-
bierno del Distrito Federal por primera vez y la mantuvo como
bastión hasta las elecciones de 2018 cuando morena obtuvo el
triunfo electoral.
En el estado de Chiapas, sin embargo, los efectos de las re-
formas no fueron tan inmediatamente evidentes. A pesar de la
reforma de redistritación electoral, que permitió la creación de
tres distritos más (Ocozocuautla de Espinosa, Chiapa de Corzo
y Motozintla), el pri mantuvo su dominio en el estado ganan-
do esos tres nuevos distritos. Sólo el distrito de Tapachula fue
para el prd en 1994, el cual mantuvo en las elecciones de 1997,
ganando entonces también el distrito de Tuxtla Gutiérrez. Fue
hasta las elecciones del 2006, es decir, 10 años después, que el
prd en coalición con el Partido del Trabajo (pt) y Convergencia
Democrática (cd) pudo ganar 5 de los 12 distritos electorales,
manteniéndolos en las elecciones de 2009. Durante el periodo de
análisis en este capítulo, sin embargo, la zona de conflicto con in-
fluencia zapatista permaneció bajo el control del pri (Sonnleitner
2012). Sin embargo, es en esos municipios controlados por el pri
en la zona que conflicto en los que se concentró la actividad de
protesta zapatista (ver Figura 1).

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Figura 1. Partidos políticos y protestas zapatistas 1994-2003

Fuente: Inclán, María. 2018. The Zapatista Movement and Mexico’s Democratic Transition.
Mobilization, Success, & Survival. New York: Oxford University Press. Fig

Not
La apertura democrática no solamente ayudó a identificar El á
los escenarios en los que la competencia electoral aumentó has- pred
ta el grado de permitir una alternancia en el poder con eleccio- terc
se c
nes competidas. También ayudó a identificar los bastiones del
partido hegemónico. Como tales, para los manifestantes sim-
patizantes zapatistas, dichos municipios además representaban
los bastiones autoritarios, represores y opositores de la agenda
del movimiento a los que debían demandar mayor apertura, to-
lerancia y representación con su actividad de protesta.
A pesar de que los zapatistas concentraron su actividad
de protesta en municipios priistas y concedieron un periodo
de gracia a los gobiernos perredistas locales, la luna de miel

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entre los perredistas y los manifestantes zapatistas duró poco.
En la Figura 2 podemos observar la relación entre la actividad
de protesta zapatista y la alternancia en el poder municipal. Al
paso del tiempo las protestas fueron aumentando. Para el tercer
año de gobierno, el número de protestas contra gobiernos pe-
rredistas era similar al número de protestas experimentado en
el mismo municipio mientras había sido gobernado por el pri.
El comportamiento de protestas zapatistas con relación a los
cambios en el gobierno local va de acuerdo con las prediccio-
nes de las teorías de movimientos sociales y de la transición
democrática, las cuales esperan que elecciones democráticas
ayuden a canalizar la política contenciosa y por lo tanto las pro-

Figura 2. Cambios de gobierno municipales


y protestas zapatistas 1994-2003.

Fuente: Inclán Oseguera, María de la Luz. 2011. “Oportunidades políticas como puertas
corredizas: los zapatistas y su ciclo de protestas.” Estudios Sociológicos 29(87): 795-831.

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testas bajen durante el primero año de gobierno (Linz y Stepan
1996; O’Donnell y Schmitter 1986; Przeworski 1991; Tarrow
1994). Sin embargo, si las nuevas autoridades son incapaces o
no tienen la voluntad política para incorporar demandas socia-
les, la actividad de protesta de los movimientos sociales resur-
ge, para demandar a los que pudieran ser sus aliados políticos,
la representación de sus intereses (Bruhn 2008).
Aún así, sobre todo en 1994, el ezln contempló la importan-
cia de la existencia del prd como partido de oposición y actor
influyente en el rumbo que pudiera tomar la transición democrá-
tica del país. Además, en los comunicados de la comandancia
zapatista se puede también observar que el movimiento tenía
la esperanza de poder influenciar la plataforma política del par-
tido, en particular cuando invitaron a los entonces candidatos
presidencial y a la gubernatura del estado, Cuauhtémoc Cár-
denas y Amado Avendaño Figueroa, a territorio zapatista para
presentarles sus demandas. Esto se debe a que los efectos de las
oportunidades políticas, en sus dimensiones de posibles alianzas
entre los movimientos sociales y las élites políticas y la vulne-
rabilidad de las élites propiciada por la misma transición y por
las exigencias del movimiento zapatista forzaron a los partidos
políticos a tener que tomar una postura frente al ezln.
Un movimiento social tiene mayores posibilidades de éxi-
to cuando se enfrenta a élites políticas vulnerables (McAdam
1982). Las élites se ven más amenazadas todavía cuando el
movimiento es capaz de ganar el apoyo popular, más allá de
la simpatía y apoyo de sus miembros o beneficiarios directos
(Gamson 1990). Si además las élites muestran ambivalencia o
se da una división hacia adentro de las diferentes fuerzas polí-
ticas en el poder con respecto a las exigencias del movimiento,
pueden perder legitimidad (Piven y Cloward 1977). Todas es-

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tas condiciones están exacerbadas durante un proceso de tran-
sición democrática. Para la élite gobernante, la movilización
insurgente debilita aún más su legitimidad y su ya debilitado
poder por la transición. La movilización insurgente forza a las
élites opositoras a articular las demandas del movimiento o al
menos a tomar una postura frente a ellas. Sin embargo, las éli-
tes opositoras se encuentran relativamente maniatadas a preser-
var las negociaciones por reformas políticas democratizadoras
antes de incorporar demandas insurgentes en sus plataformas
políticas y por eso pueden mostrarse ambivalentes a apoyar la
agenda de un movimiento insurgente.
Esto es precisamente lo que le sucedió al prd en la década de
los noventa. Dadas las condiciones antes descritas, las élites pe-
rredistas temieron que una alianza formal con el ezln pudiera
deslegitimarlas. Los zapatistas, por su parte, habiendo lanzado
un levantamiento armado contra el régimen político existente y
por su añeja desconfianza hacia los partidos políticos, herencia
de la corriente maoísta de los movimientos campesinos inde-
pendientes en Chiapas (Legorreta Díaz 1998), también se mos-
traban renuentes a formalizar una alianza con cualquier partido
político de izquierda. Las declaraciones de ambos lo atestiguan.
Cuauhtémoc Cárdenas justificó las demandas insurgentes des-
de que se estas se conocieron durante el levantamiento armado
del ezln y apoyó una iniciativa de amnistía para evitar mayor
derramamiento de sangre. Por su parte, el Subcomandante Mar-
cos saludó la posición del prd frente al conflicto en Chiapas
y invitó a muchos líderes perredistas como asesores zapatistas
durante los diálogos de paz. Carlota Botey, Adriana Luna Parra,
Antonio Hernández Cruz y Amado Avendaño Figueroa fueron
invitados a la mesa sobre participación indígena y representa-
ción política.

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Sin embargo, al llegar al poder, tanto a nivel municipal como
nacional, al ganar una presencia considerable en el poder legis-
lativo, el prd fue renuente o incapaz de articular, representar y
defender las causas les movimiento tanto en las negociaciones
de la reforma política, en las cuales prácticamente estuvieron
ausentes y en los diálogos de paz entre el gobierno federal y
la comandancia zapatista, como para evitar los conflictos entre
comunidades zapatistas y no zapatistas en la zona de conflic-
to. Por lo tanto, para mayo de 1994, el ezln ya cuestionaba
el proceder interno del partido y su voluntad para profundizar
la democratización del país. Para finales de ese mismo año, el
Subcomandante Marcos ya estaba radicalizando su postura y
llamando al prd a formar un frente de oposición al gobierno
de Ernesto Zedillo Ponce de León para forzar su renuncia y la
instauración de un gobierno de transición.
Dado lo radical de los llamados del ezln y el compromiso
que tenía el prd de apoyar el nuevo régimen que comenzaba a
emerger después de las reformas electorales que le permitieron
ganar poder político, la respuesta del prd fue de congelar, si no
es que romper con el movimiento zapatista Cuauhtémoc Cár-
denas, declinó el llamado del ezln a liderar el Movimiento de
Liberación Nacional (MNL), Andrés Manuel López Obrador
(amlo) comenzó a criticar abiertamente al movimiento y po-
líticos perredistas locales contribuyeron al acoso de las comu-
nidades zapatistas en la zona de conflicto. El Subcomandante
Marcos, por su parte respondió, comenzando su campaña en
contra de los sistemas electoral y de partidos, la democracia
representativa y el estado y en favor de la democracia directa y
las formas de gobierno libertarias.
La escisión entre la izquierda partidaria e institucional y el
movimiento zapatista, no solamente se vio reflejada en los re-

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sultados electorales—al perder municipios dentro de la zona de
conflicto por el abstencionismo, sino también en la opinión de la
sociedad civil trabajando en la zona y a favor del movimiento. De
acuerdo con miembros del Frente Zapatista de Liberación Nacio-
nal (fzln), el Centro de Capacitación para el Autodesarrollo de
los Pueblos Indígenas, Enlace Civil y la Coordinación Regional
de la Resistencia de la Sociedad Civil de los Altos de Chiapas,
la respuesta apática de la sociedad civil hacia el perredismo era
una muestra clara de que el movimiento no seguía ciclos elec-
torales y la política partidista por no confiar en las autoridades
y los candidatos de ningún partido. En particular hacia el prd,
era la desconfianza que sentían hacia los candidatos priistas que
cambiaban de partido y era “rebautizados” como perredistas.
Sin embargo, estas respuestas también indicaban una clara des-
ilusión con el proceso democratizador y con las capacidades de
respuesta y de representación de los partidos de oposición.

Diálogos de Paz y Reforma Política

El desencuentro entre el zapatismo y el perredismo se vio más


evidentemente reflejado en las decisiones que sus líderes to-
maron durante las negociaciones para la reforma política y los
diálogos de paz entre el gobierno federal y el ezln. Es impor-
tante recordar que ambas negociaciones se dieron de manera
casi paralela entre 1994 y 1996. Se esperaba que esta coinci-
dencia generara una sinergia que beneficiara la profundización
de la transición democrática. Se esperaba que ambos procesos
generaran los suficientes incentivos para que las élites políticas
involucradas en ambos procesos negociaran reformas que pro-
fundizaran la liberalización del régimen político, más allá de la

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regulación de la competencia electoral, que se institucionalizara
la autonomía indígena, que se atendieran las demandas enarbo-
ladas por el ezln, que se incrementara la representación con la
inclusión de nuevos actores políticos (Brinegar, Morgenstern y
Nielson 2006; Domínguez 1999; Hernández Rodríguez 1998).
Sin embargo, la separación de ambos procesos no concedió que
existieran las condiciones, incentivos y presiones sociales para
que los acuerdos alcanzados en una negociación fueran incor-
porados en la otra. Los representantes de los partidos políticos
involucrados en cada proceso eran diferentes actores y no nece-
sariamente con la misma perspectiva de negociación.
Separar las negociaciones pudo haber sido una decisión
calculada para así limitar el avance del movimiento zapatis-
ta. Sin embargo, también es importante recordar que el ezln
fue invitado por la Comisión de Concordia y Pacificación (co-
copa) a participar en las negociaciones de la reforma política
del estado y la comandancia del ezln decidió no hacerlo. Esta
decisión claramente limitó la influencia que el movimiento hu-
biera podido tener dentro de la democratización del país. Al no
haber logrado una alianza con partidos de oposición, también
perdió la oportunidad de que sus intereses fueran articulados y
representados en la reforma política del estado. Mientras tanto
los diálogos de paz también resultaron ser un proceso tortuoso,
prolongado, interrumpido por largos silencios e impasses entre
negociaciones por las consultas de los acuerdos a las comuni-
dades de base y eventos que obstaculizaron el desarrollo y éxito
de las negociaciones.
La separación de los procesos de negociación y la diferen-
cia de incentivos de los diferentes actores políticos involucra-
dos incrementaron no solamente la incertidumbre característica
de cualquier proceso democratizador, sino que exacerbaron la

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desconfianza zapatista hacia las negociaciones, élites y sistema
político en general. Los equipos negociadores del gobierno fe-
deral y mediadores con representación de las fuerzas políticas
legislativas cambiaron entre los primeros diálogos de paz en la
catedral de San Cristóbal de las Casas y los acuerdos en San
Andrés Larráinzar.
La Comisión de Concordia y Pacificación (cocopa), creada
en marzo de 1995 por la Ley para el diálogo, la conciliación y la
paz digna en Chiapas, tenía la intención no solamente de facilitar
el diálogo entre el gobierno federal y el grupo rebelde, sino que,
por estar formada por dos representantes de todos los partidos
políticos con representación legislativa, también estaba orienta-
da a incorporar una pluralidad de perspectivas de conciliación.
Como tal, la cocopa cumplió con los objetivos que se le plan-
tearon. Como mediadora, logró generar la confianza necesaria
zapatista para presentarse y regresar a las mesas de negociación
mientras estas duraron entre 1995 y 1996. Como conciliadora y
pacificadora, fue la cocopa la que invitó al ezln a participar
en la reforma política y fue también la encargada de redactar la
iniciativa de ley sobre derechos y cultura indígenas, conocida
como Ley cocopa, basada en los únicos acuerdos alcanzados
entre las partes en San Andrés en febrero de 1996. No obstante,
en septiembre del mismo año, el gobierno federal no reconoció
los acuerdos alcanzados por su propia representación (Bernal
Gutiérrez y Romero Miranda 1999) y los diálogos se rompieron
definitivamente. La cocopa todavía gozó de relevancia hasta
después de la aprobación de la Ley Indígena en 2001, a pesar
de que la ley era una versión modificada de la Ley cocopa.
Sin embargo, la influencia política de la cocopa siempre
estuvo limitada por la doble función de sus miembros. Como
miembros de la cocopa, estos legisladores debían facilitar

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el diálogo entre las partes, organizar los encuentros, y redac-
tar los acuerdos de las negociaciones. Como miembros de la
legislatura debían también apoyar las iniciativas de sus parti-
dos y las negociaciones legislativas con otras fuerzas políticas
con relación a la reforma política del estado y a la Ley Indíge-
na. Además, el liderazgo de la cocopa estaba coartado por lo
extraordinario de dicha comisión.
Lo cual le restaba importancia en relación con las comisio-
subir
nes legislativas permanentes. Además de que la dirección de
todo el
la comisión era rotada anualmente entre sus miembros, obsta- párrafo
culizando así el avance en las negociaciones y en las sesiones
legislativas.
De esta manera, aunque los miembros de la cocopa, en es-
pecial los perredistas quienes pudieron ser sus aliados políticos
potenciales, tuvieran la intención y buena voluntad de articular
las demandas del movimiento, la representación de las mismas
estaba comprometida no solo al balance de fuerzas políticas en
el legislativo, las negociaciones para la reforma política del es-
tado y la doble responsabilidad de los miembros de la cocopa
como mediadores en los de paz y como representantes dentro
de la legislatura.
A pesar de que tanto el movimiento como el partido tenían un
apoyo popular promisorio y una posible alianza hubiera podido
institucionalizar las demandas zapatistas y llevar al prd a obte-
ner mayor poder político, una posible alianza entre el zapatismo
y el perredismo de los noventa no se concretó. Los simpatizan-
tes zapatistas protestando en favor del movimiento tampoco
aprovecharon la vulnerabilidad que el prd tenía como nueva
fuerza política opositora durante la transición para presionarlo a
incorporar sus demandas en la plataforma del partido. El ezln
no dejó de desconfiar en el proceso político. Los resultados de

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los diálogos de paz y de la reforma política de los noventas,
parecen haberles dado la razón, ya que la autonomía indígena
reconocida en la ley de 2001, no empoderó a las comunidades y
pueblos indígenas más allá de la autonomía de facto con la cual
ya contaban antes del levantamiento armado, la Ley Indígena y
de la creación de los autodenominados municipios autónomos
zapatistas (Burguete Cal y Mayor 2002). Las condiciones de vi-
vienda y educación tampoco parecen haber mejorado significa-
tivamente en Chiapas y el abandono de los diálogos de paz y la
adopción de una agenda libertaria con la Otra Campaña radica-
lizó al movimiento. Pareciera que tanto la comandancia zapatis-
ta, como el perredismo no supieron identificar las oportunidades
políticas que la transición les abrió para avanzar sus intereses.
Al abandonar los diálogos de paz y concentrar sus esfuerzos
de movilización en la creación de las Juntas de Buen Gobier-
no, los zapatistas dejaron de lado la actividad de protesta para
lanzar una campaña de desobediencia civil, la cual incluyó el
silencio del Subcomandante Marcos, el rechazo de programa
sociales y la resistencia al pago de servicio públicos, como
agua y electricidad. Esta radicalización del movimiento lo alejó
de la opinión pública y de la agenda política nacionales facili-
tando que las élites políticas ignoraran las demandas sociales
que el movimiento representaba. Sin embargo, a pesar de su
aislamiento autoimpuesto y el fracaso de los diálogos de paz
para alcanzar la autonomía política indígena, el movimiento za-
patista ha logrado sobrevivir gracias a las redes de solidaridad
transnacional que logró tejer, las cuales le han permitido sos-
tener su campaña de resistencia, sus autoridades autónomas, a
pesar de no contar con reconocimiento constitucional y lanzar
tanto proyectos educativos, de salud, como productivos en las
comunidades de base zapatistas (Aranda Andrade 2014).

178

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Conclusión

Pareciera entonces que el movimiento fracasó en alcanzar sus


objetivos políticos vis-á-vis el estado mexicano y el perredismo
fracasó en incorporar los intereses de uno de los sectores más
marginados de la población. Yo atribuyo este resultado al tipo
de transición democrática experimentada en el país. El hecho
de que la transición democrática fuera un proceso prolongado,
que las reformas que permitieron democratizar electoralmente
al país fueran graduales, permitió a la élite gobernante contro-
lar la alternancia en el poder, la extensión de la transición y
el poder de los partidos de oposición, en este caso del prd,
para articular y representar los intereses del movimiento social
que inspiró la democratización durante las negociaciones por
la reforma política (Trejo 2012). Además, el hecho de que las
negociaciones de paz y de la reforma política fueran procesos
separados aisló aún más las demandas del zapatismo del proce-
so democratizador y las redujo a un conflicto regional.
Al comparar el estado que guarda el zapatismo hoy en día
con otras organizaciones de la sociedad civil cuyos intereses
tampoco han sido atendidos o incorporados por los partidos po-
líticos, en este caso el prd, podemos observar que otras orga-
nizaciones de la sociedad civil han sido igualmente aisladas del
proceso político. La Asamblea Popular de los Pueblos de Oa-

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xaca (APPO) en Oaxaca, las guardias indígenas comunitarias y
algunas de los recientes grupos de autodefensa en Michoacán
y Guerrero son todos ejemplos de organizaciones civiles sin
intenciones de incorporarse o ser incorporadas al sistema po-
lítico y de representación de intereses. Son ejemplos también
de movimientos sociales que han surgido en estados en los que
el prd ha tenido relativa relevancia y tampoco han concretado
alianzas, ni la articulación de sus intereses y la atención a sus
demandas en la plataforma del partido. Al existir y operar sin
ser parte del proceso político del país, en lugar de abonar al
avance democrático del país, han contribuido a minarlo.
La literatura sobre la sociedad civil nos dice que ésta debe ser
independiente y autónoma del estado y de los partidos políticos
(Diamond 1999). Sin embargo, las organizaciones de la socie-
dad civil deben participar no solamente empujando el proceso
de democratización al resucitar en momentos claves de la libera-
lización del régimen (O’Donnell y Schmitter 1986; Przeworski
1991). Para consolidar un régimen democrático, deben ser parte
activa y fungir como pivote en la planeación de políticas públi-
cas, la rendición de cuentas, la participación política, la educa-
ción cívica, por mencionar algunas de sus funciones.
La transición democrática prolongada en el país también es
responsable de que la sociedad civil mexicana se haya tarda-
do en resucitar. La larga tradición corporativista en México, ha
sido otro de sus obstáculos. Hoy en día la sociedad civil que ha
logrado surgir a más de veinte años de las reformas de 1996, del
alzamiento zapatista y a treinta años de la formación del prd,
enfrenta otra vez ataques de parte del partido en el gobierno.
Manifestaciones y campañas lanzadas por mujeres, estudian-
tes, víctimas de la violencia y artistas están demandando refor-
mas al sistema de administración de justicia importantes que

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podrían mejorar la participación política individual y colectiva
de la ciudadanía si el prd y los demás partidos políticos de
oposición se dieran cuenta de que representando las causas de
la sociedad civil es la única forma que tendrán de recobrar la
legitimidad que perdieron por los escándalos de corrupción e
impunidad de los que fueron parte. Sólo así podrán recuperarse
de la debacle que sufrieron en las elecciones federales y locales
del 2018. Igualmente, los movimientos sociales, incluyendo al
zapatismo, debe reconocer la función de los partidos políticos
dentro de la democracia mexicana. Sólo así podremos ver a los
movimientos sociales y partidos políticos trabajar por la conso-
lidación democrática del país.

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Referencias
Colocar en altas
todos los autores

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El prd y el cambio democrátizador
(Los noventa)1
José Woldenberg

Entrada
El Partido de la Revolución Democrática fue motor y benefi-
ciario del proceso de transición democrática en nuestro país. El
Partido y la democratización no pueden comprenderse el uno
sin el otro. En su primera etapa, desde su fundación (1989) has-
ta finales del año 1993 fue más bien un acicate de los cambios,
pero no concurrió a las dos reformas político-electorales que se
produjeron en ese período. Pero en una segunda etapa (1994 a
1997) no solo reclamó y luchó por transformaciones democra-
tizadoras, sino que coadyuvó, con otros, a dos grandes y suce-
sivas reformas de carácter electoral, que acabaron por asentar
importantes rutinas democráticas.

1
Quizá sea necesaria una aclaración dado el carácter seguramente polémico del texto.
Fui uno de los fundadores del prd. Llegué por la vía de los procesos de unificación
de la izquierda: map, psum, pms, prd. Y abandoné el prd en abril de 1991, junto
con Pablo Pascual Moncayo Y Adolfo Sánchez Rebolledo, por diferencias con su
línea política. Paradójicamente a partir de 1994 pero sobre todo de 1995 algunas de
nuestras ideas e iniciativas se abrieron paso en el partido. También debo aclarar que
fui miembro y presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática
desde su fundación en 1989 hasta 1994, cuando fui nombrado consejero ciudadano
del Consejo General del ife. Esta nota tiene sentido porque el texto contiene un buen
número de juicios de valor.

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Las elecciones de 1988 y el nacimiento del prd
Entre el 5 y 7 de mayo de 1989, en la ciudad de México, se llevó
a cabo la Asamblea Constitutiva del Partido de la Revolución
Democrática (prd). Fue la desembocadura organizativa de la
confluencia de la Corriente Democrática del pri y un archi-
piélago de agrupaciones de izquierda entre las que destacaba
el Partido Mexicano Socialista (pms), que a su vez había sido
producto de dos iniciativas de unificación de las organizaciones
socialistas2.
El llamado del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a constituir
un nuevo partido encontró las condiciones normativas e insti-
tucionales para ello. Y el desenlace de las elecciones de 1988
fue el disparador de la importante iniciativa. A diferencia de
las escisiones significativas previas en el partido oficial (Juan
Andrew Almazán en 1940, Ezequiel Padilla en 1946 y Miguel
Henríquez Guzmán en 1952), que luego de las respectivas elec-
ciones se evaporaron en el aire, la idea de ofrecerle un marco
organizativo a la movilización y votos de 1988 encontró un
campo fértil para madurar.
Los integrantes de la Corriente Democrática del pri mani-
festaron su disidencia con su partido en dos grandes campos:
la política económica del gobierno del Presidente Miguel de
la Madrid y la fórmula para designar al candidato a la Presi-

2
En 1981 los partidos Comunista Mexicano (pcm), del Pueblo Mexicano (ppm) y
Socialista Revolucionario (psr), más los movimientos de Acción Popular (map)
y de Acción y Unidad Socialista (maus) se fusionaron para dar vida al Partido
Socialista Unificado de México (psum). Y en 1987 el psum promueve y se suma
a un nuevo intento unitario con el Partido Mexicano de los Trabajadores (pmt),
el Partido Patriótico Mexicano (ppr), el Movimiento Revolucionario del Pueblo
(mrp) y la Unidad de Izquierda Comunista (uic) para dar paso al Partido Mexi-
cano Socialista (pms). A ese partido se agregaría luego una escisión del Partido
Socialista de los Trabajadores (pst).

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dencia de la República para los comicios de 1988. La primera
la consideraban alejada de los principios y el ideario de la Re-
volución Mexicana y la segunda resultaba un método opaco
y antidemocrático3. Plantearon su diagnóstico y reivindica-
ciones en la Asamblea del pri, pero no fueron escuchados. Y
cuando se efectuó “el destape” de Carlos Salinas de Gortari,
como candidato a la presidencia de la República, decidieron
romper con su partido. Lo inédito es que encontraron en dos
añejas organizaciones partidistas (el Partido Popular Socialista
y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana que habían
girado en torno al partido oficial) y el Partido del Frente Car-
denista de Reconstrucción Nacional (pfcrn antes pst), una
plataforma eficiente para lanzar la candidatura presidencial del
Ing. Cárdenas. El pps y el parm se habían sumado a las candi-
daturas del pri a la presidencia desde 1958 hasta 1982, es de-
cir, en cinco elecciones a lo largo de 24 años. El pfcrn (pst),
por su parte, había participado por primera vez en una elección

3
En el “Documento de Trabajo número 2”, fechado el 6 de mayo de 1987, la
Corriente Democrática, entre otras cosas, decía: “Nuestra lucha es por la vigencia
de los principios de la Revolución Mexicana contenidos en los artículos funda-
mentales de la Constitución de 1917. Es por la cabal realización de los objetivos
y programas que sustentan los documentos básicos de nuestro partido…Dos son
las líneas centrales que deberían orientar su actividad: pugnar por el mejoramiento
de las condiciones de vida de los sectores mayoritarios, mediante una reactivación
económica de inspiración nacionalista y popular, e impulsar la democratización
de los procedimientos de participación y de los mecanismos de decisión del parti-
do, como la vía más progresista para un desarrollo democrático…Nuestro partido
consagra métodos democráticos en la selección de todos sus candidatos. Hagamos
que se observen con el respaldo mayoritario de las bases y de la opinión nacio-
nal. Todo a su tiempo. Nuestro partido debe abrir con la anticipación necesaria el
proceso preelectoral, para que se manifiesten las preferencias, se discutan perso-
nalidades y programas, se registren precandidatos y se lleven a cabo las campañas
internas de proselitismo que prevén los Estatutos…”, en Cuauhtémoc Cárdenas.
Sobre mis pasos. Aguilar. México. 2010. P. 206-7.

189

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federal en 1979 y en 1982 había postulado candidato propio
(Cándido Díaz Cerecedo). Y los tres estuvieron en disposición
de acoger y acompañar la pretensión presidencial de Cárdenas.
Formaron el Frente Democrático Nacional y recogieron una
votación más que relevante. Se trató de una campaña exitosa
que despertó inmensas expectativas y realizó concentraciones
masivas espectaculares, pero, sobre todo, inyectó una compe-
titividad que había estado ausente a lo largo de las décadas. Ya
avanzadas las campañas el candidato del pms, Heberto Casti-
llo y el propio partido se sumarían a la postulación de Cárde-
nas. La campaña del Ingeniero fue como la de aquella pequeña
piedra que en su despliegue se convierte en un alud. A su paso
por el país sumó la voluntad de individuos y organizaciones
que vieron en él una alternativa viable y deseable de cambio.
Por primera vez en décadas pareció que existía una auténtica
disputa por la Presidencia.
El resultado, incluso en términos oficiales, con razón im-
pugnado, fue enfático y elocuente. Baste comparar la votación
de los partidos políticos que conformaron el Frente en los co-
micios anteriores y las cifras de 1988. En 1979, para diputa-
dos, el porcentaje conjunto de votos del pcm (desembocaría
primero en el psum y luego en el pms), parm, pps y pst fue de
12.44. En 1982, en las elecciones presidenciales, los candidatos
del psum (primer intento de unificación de la izquierda), pst y
pps y parm (estos dos últimos apoyando al candidato del pri
Miguel de la Madrid) sumaron 7.49 por ciento de los votos. Y
en 1985, otra vez en elecciones para conformar la Cámara de
Diputados, los sufragios del psum, pst, pps, parm y pmt (uno
de los fundadores del pms) sumaron 12.86 por ciento. En 1988
a la candidatura conjunta del pps, parm, Pfcrn y pms se le
reconocieron oficialmente el 31 por ciento de los sufragios. Ese

190

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salto espectacular ilustra la potencia que en su momento tuvo la
escisión del pri y la candidatura de Cárdenas.
Esas mismas elecciones hicieron que los partidos del fdn,
en conjunto, obtuvieran 139 diputados, es decir, el 27.8% de la
Cámara, por encima de los 101 diputados del pan. El resto, 260
eran del pri. Por primera vez en la historia, el oficial no tenía
los votos suficientes para hacer por sí mismo cambios consti-
tucionales y por primera vez la izquierda lograba más asientos
que el blanquiazul. Después, sin embargo, el fdn se rompería.
Al Senado arribaron los primeros 4 legisladores de oposición
y los cuatro eran del fdn, dos por el Distrito Federal y 2 por
Michoacán. La fórmula de traducción de votos en escaños re-
sultaba más que severa. Con el 50% de los votos el pri había
ganado 30 de las 32 entidades y por ello tenía 60 senadores
(93.75% del total).
Esas elecciones, sin embargo, ilustraron con fuerza que el
país ya no cabía bajo el manto de un solo partido político, que
la diversidad de ideologías, intereses, ensueños y hasta sensi-
bilidades no querían ni podían encuadrarse bajo la estructura y
el ideario del partido oficial. Pero también fue claro que ni las
normas ni las instituciones ni los operadores estaban prepara-
dos para contar los votos con pulcritud y transparencia. De ahí
la crisis post electoral que cimbró al para entonces añejo siste-
ma político-electoral.

Condiciones para una transición democrática


Para quien quisiera verlo las condiciones para una transición
hacia la democracia estaban dadas: fuerzas políticas diversas
implantadas y con apoyo electoral requerían de un escenario
institucional para su convivencia y competencia. No era un

191

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proyecto académico ni una imitación extra lógica de lo que
venía sucediendo en otras latitudes4 sino una ingente necesi-
dad impuesta por las nuevas realidades políticas que modela-
ban al país. Le reforma de 1977 había abierto la puerta para
que opciones políticas antes marginadas pudieran arribar al
espacio institucional (pcm, pdm, pst-1979-, prt, psd-1982-,
pmt-1985-). Esa misma reforma había posibilitado el fortale-
cimiento del pluralismo en la Cámara de Diputados al diseñar
una fórmula mixta de integración (300 diputados uninomi-
nales y 100 plurinominales a partir de 1979) y la reforma de
1986 amplió el número de los segundos: 300 uninominales y
200 uninominales a partir de 1988. Pero la alta competitividad
que irrumpió en 1988 puso en el centro de la atención pública
y de la agenda política del país la arbitrariedad de las autori-
dades electorales, la ausencia de garantías de imparcialidad y
por ello el tema de la falta de confianza en las instituciones
comiciales lo que producía que las elecciones en lugar de ser
un método legitimador de gobiernos y legislativos fueran todo
lo contrario.
La transición democrática aparecía como una posibilidad
y una necesidad. Así lo fraseaba precisamente el Instituto de
Estudios para la Transición Democrática A.C., en un alegato
a favor de una ruta capaz de ofrecer un cauce productivo a
la polarización creciente producto de la forma inescrupulo-
sa como se “contaron” los votos en 1988. Decían: estamos

4
Son los años en que en Europa meridional, América Latina y Europa central y
oriental se producen tránsitos de regímenes autoritarios, dictatoriales y totalitarios
a la democracia. Y para quien esté interesado en aquellas transformaciones son
más que recomendable los cuatro tomos compilados por Guillermo O`Donnell,
Philippe C. Schmitter y Laurence Whitehead, Transiciones desde un gobierno au-
toritario. Paidós. 1988.

192

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por “una transición democrática, concebida como un proceso
profundo de cambio… para ampliar y fortalecer una institu-
cionalidad más justa. Se concibe a la transición democrática
como el período de sustitución pacífica y negociada de los
viejos mecanismos verticales y autoritarios de control políti-
co, por un auténtico régimen de partidos plural, representati-
vo, sustentado en elecciones, libres, transparentes, capaces de
devolver al elector el principal derecho del ciudadano: elegir
a sus gobernantes”. Y ello era “factible” siempre y cuando
se reformaran “las leyes que hoy favorecen o acentúan los
rasgos autoritarios del ahora eficaz y funcional sistema pre-
sidencialista, fundado sobre el control monopartidista de los
procesos electorales, pero también en la manipulación de las
grandes organizaciones sociales”. Se proponía un “pacto para
la democracia… (que presuponía) una nueva ley electoral,
que otorgue garantías plenas al juego democrático…”. Para
ello se requería deponer desde la izquierda el “antigobiernis-
mo genérico” y desde el gobierno y el pan voluntad de pactar
esa transición5.
Era un diagnóstico que partía de la constatación de que el
pluralismo político había irrumpido con fuerza en los comicios
de 1988 y que no parecía ser un asunto coyuntural, al tiempo que
las normas e instituciones electorales no estaban diseñadas para
asimilar ese potente fenómeno y el reclamo que ponía en pie.

5
Instituto de Estudios para la Transición Democrática. México para una transi-
ción democrática. Cuaderno Nº 1. México. 1989. En ese folleto aparecen cuatro
documentos fechados como tomas de posición antes y después de las elecciones
federales de 1988 en donde la tesis principal es que la situación demandaba acer-
camientos para pactar una ruta de construcción de un escenario en el cual la plu-
ralidad política que ya estaba instalada en el país pudiera convivir y competir de
manera institucional y pacífica.

193

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La política del prd y la reforma de 1989-90
Pero en el prd las cosas se veían de otra manera. El lengua-
je acuñado decía que se había producido un golpe de Estado
técnico y que la tarea era restaurar la República. El agravio,
sin duda, había sido monumental y la rabia presidía buena
parte de las discusiones. La ilegitimidad del nuevo gobierno
era el punto de partido del razonamiento y pensar en acerca-
mientos para llevar adelante reformas aparecía como un ana-
tema. Se produjo una especie de radicalización del lenguaje
que por supuesto nunca lo es sólo del lenguaje. Las proclamas
y consignas suponían que el gobierno no se mantendría, que
su aislamiento y su eventual colapso eran inminentes o por lo
menos probable. En los debates no había espacio para siquie-
ra vislumbrar que eventualmente la presidencia de Salinas de
Gortari podía fortalecerse. Un potente voluntarismo, fruto sin
duda de un ultraje, impedía ver con frialdad las opciones que
se le abrían al prd6.
Pero más allá de esa pulsión, lo cierto era que la crisis post
electoral de 1988 hizo evidente (para quien quisiera verlo) que
el marco normativo e institucional de las elecciones había en-
trado en una crisis sin regreso. El país no podía enfilarse a unos

6
Contra esa línea política, algunos (muy pocos) sostuvimos la necesidad de con-
tribuir en el proceso de transición a la democracia que, a pesar de todo, estaba en
curso. En nuestra carta de renuncia al prd del 11 de abril de 1991, Pablo Pascual,
Adolfo Sánchez Rebolledo y yo, entre otras cosas escribimos: “El prd no ha po-
dido asumir con claridad y convicción que la mejor ruta para el país es la de una
transición democrática institucional, pacífica, y para ello, pactada. Siguen siendo
nociones predominantes las que apuestan a un desplome del “sistema”, al acorra-
lamiento de las fuerzas oficiales, a la formación de un “movimiento” que no reco-
noce el derecho de los otros y que pretende aparecer como el único capaz de re-
presentar los intereses del pueblo. Es decir, una apuesta que no solo no parece ser
factible en el país, sino que también nos parece indeseable”. La carta completa se
puede consultar en mi libro El desencanto. Cal y Arena. México.2009. P. 215-219.

194

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nuevos comicios con las mismas reglas y las mismas institu-
ciones que habían colapsado inyectando no solo incertidumbre
sino la posibilidad de una crisis constitucional.
Eso fue entendido por el gobierno, el pri y el pan que se
sentaron a la mesa para negociar una serie de cambios que inten-
taron volver a inyectar una cierta confianza en el procedimiento
comicial7. El prd, agraviado por el procesamiento del resultado
de la elección presidencial del año anterior no aceptó participar,
aunque a todas luces sus reclamos y movilizaciones eran uno de
los estímulos fundamentales de las necesarias reformas.
Al final, no se trató de una reforma menor. Por el contrario.
Gracias al esfuerzo conjunto pri-pan se creó el Instituto Fede-
ral Electoral (ife) que vino a substituir a la anterior Comisión
Federal Electoral, dependiente de la Secretaría de Gobernación
y con una composición que otorgaba una ventaja insalvable al
partido oficial. Se creó también el Tribunal Federal Electoral
(trife) fortaleciendo la vía jurisdiccional para el desahogo
de los conflictos, aunque se mantuvieron vivos los colegios
electorales para la calificación de las elecciones. Se acordó la
confección de un padrón electoral desde cero, porque el hasta
entonces vigente tenía inconsistencia de todo tipo. Se modificó
la fórmula de integración de la Cámara de Diputados incorpo-
rando una mal llamada cláusula de gobernabilidad que le daba,
por ley, la mayoría absoluta de diputados a quien obtuviera la
mayoría relativa de votos. Se aprobó un nuevo Código Federal
de Instituciones y Procedimientos Electorales en el que se re-
gulaba el financiamiento público a los partidos y de igual for-

7
Para la reconstrucción de aquel momento y la negociación a la que concurrió
el pan se recomienda el testimonio de F. Antonio Lozano Gracia y Juan Miguel
Alcántara, Voto en libertad. Miguel Ángel Porrúa. México. 2009, ambos partici-
pantes en la confección de las reformas.

195

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ma el acceso de los mismos a los tiempos oficiales en radio
y televisión, también los procedimientos y reglas de todos los
eslabones del proceso electoral. Se trató, en lo fundamental, de
ofrecer garantías de imparcialidad por parte de las autoridades
electorales8. La sombra del 88 presidió esas negociaciones y el
objetivo fundamental de las mismas fue exorcizar la posibili-
dad de una nueva crisis post electoral.
Todos los partidos fueron beneficiarios de esa reforma (bue-
no, el pri perdía el control sobre la organización de las eleccio-
nes y lo que estaba en curso era que el Tricolor pasara de ser
un partido hegemónico a un partido entre otros), incluyendo
al prd, aunque en su negociación el llamado partido del sol
azteca no participó. Existía un océano de diferencia entre la
cfe que había organizado los comicios de 1988 y el ife que
se inauguraría en las elecciones intermedias de 1991. Solo un
botón de muestra: en la cfe tenían voz y voto el Secretario de
Gobernación (pri), un representante del Senado (pri) y otro de
la Cámara de Diputados (pri), más 16 representantes del pri
por 12 del resto de los partidos (ello porque en la reforma de
1986 se había introducido el criterio de representación propor-
cional para la cfe). De tal suerte que incluso si el Secretario y
los legisladores votaban con la oposición, aun así, el Tricolor
tendría mayoría de 16 a 15. En cambio, el Consejo General de
aquel primer ife se integraba de la siguiente manera: era presi-
dido también por el Secretario de Gobernación, dos senadores
(uno de la mayoría y otro de la primera minoría), dos diputados
(uno de la mayoría y otro de la primera minoría), representan-

8
Para ampliar en el tema se puede consultar. Ricardo Becerra, Pedro Salazar, José
Woldenberg. La mecánica del cambio político en México. Elecciones, partidos y
reformas. Cal y Arena. México. 2000. P 209-278.

196

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tes de todos los partidos con una proporcionalidad atemperada
(máximo cuatro, mínimo uno) y seis consejeros magistrados
Puntos
pensados como una especie de fiel de la balanza. Esos coneje-
sobre
las i ros magistrados fueron una figura innovadora. Hasta antes de
esa reforma la autoridad electoral se integraba con representan-
tes de los poderes públicos y representantes de los partidos. Y
de esa forma invariablemente se tenía configurada una mayoría
que favorecía normalmente al partido oficial. Los consejeros
magistrados fueron pensados como elementos no alineados a la
lucha entre partidos. Sin duda una fórmula superior a la inme-
diatamente anterior.
Esa reforma sirvió para destensar las relaciones entre el
pan, el pri y el gobierno, no así las relaciones entre el gobier-
no y el prd. A ese ambiente habría que agregar que en 1989
se celebraron elecciones en 14 estados de la República. Se
eligió un gobernador, 14 congresos locales y 1,155 presiden-
cias municipales en 10 estados. Fue clara una recuperación
del pri, pero en dos entidades se centró la atención el 2 de
julio: y mientras en Baja California se reconocía el triunfo del
candidato del pan, Ernesto Ruffo Appel, a la gubernatura, en
las elecciones al Congreso en Michoacán el prd denunciaba
un enorme fraude9.
(La gubernatura ganada por el pan significó la primera de-
rrota del pri en ese nivel a lo largo de su historia. Y en los años
siguientes el Blanquiazul seguiría aumentando el número de
sus gubernaturas, mientras el prd no avanzaba en ese terreno.

9
Carlos Sirvent. “Las elecciones de 1989 un año después”, en Revista Mexicana
de Ciencias Políticas y Sociales Vol. 36, Nº 141. 1990. Hay que señalar que en di-
ciembre se realizaron nuevas elecciones en Michoacán para elegir los ayuntamien-
tos y que el prd ganó Morelia, Uruapan y Lázaro Cárdenas, ciudades importantes,
pero la tensión política no disminuyó.

197

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En 1991 el pan ganó Guanajuato, en 1992 Chihuahua, en 1995
Jalisco y otra vez Baja California y Guanajuato. —Y no fue
sino hasta 1997 que el prd triunfó en el Distrito Federal—.)

Las elecciones de 1991 y la reforma de 1993


Así, con un marco normativo e institucional distinto México
fue a unas nuevas elecciones para renovar la Cámara de Dipu-
tados. 1991 fue el debut del prd en unas elecciones federales.
Y los resultados no fueron los esperados. El pri se recuperó y
el prd cayó hasta el tercer sitio, superado por el pan. Los en-
sueños de un desplome del gobierno no se hicieron realidad y
quizá el radicalismo verbal y fáctico del partido del sol azteca
ahuyentó a muchos de los votantes de tres años antes. El pri
obtuvo el 61.43 por ciento de los votos, el pan el 17.67 y el
prd solo el 8.31. Eso se tradujo en bancadas de 320, 89 y 41
diputados respectivamente. Y a los partidos que formaron parte
del fdn y decidieron mantenerse alejados de la iniciativa uni-
ficadora tampoco les fue como tres años antes (pfcrn 4.33 por
ciento, parm 2.14 y pps 1.80). Otros tres partidos contendieron
y obtuvieron los siguientes resultados por lo que perdieron su
registro: Verde 1.44, pt 1.13 y pdm 1.09).
Pero coincidentes con esas mismas elecciones federales,
que en general no fueron impugnadas, se volvieron a presen-
tar dos tensos y crispados litigios en dos estados de la Repú-
blica: en ambos oficialmente se dio el triunfo a los candidatos
del pri, y luego de movilizaciones importantes se llegó a
acuerdos bautizados popularmente como “concertacesiones”.
En Guanajuato, las autoridades electorales dieron el triunfo
para la gubernatura a Ramón Aguirre, candidato del pri. Por
su parte, Vicente Fox y su partido denunciaron un fraude ma-

198

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quinado. Y al final, negociaciones entre el pan y el gobierno
federal hicieron que el presunto “ganador” renunciara antes
de la toma de posesión y fue nombrado como gobernador
interino un panista, Carlos Medina Plascencia. En San Luis
Potosí oficialmente se le dio el triunfo a Fausto Zapata, candi-
dato del pri, mientras Salvador Nava, candidato de una coali-
ción que incluía al pan y al prd denunciaba un ilícito conteo
de votos. Y aunque Zapata tomó posesión nunca pudo entrar
al Palacio de Gobierno por un plantón frente al mismo. Al fi-
nal, también renunció y entró en su lugar otro priista Gonzalo
Martínez Corbalá.
Esas concertacesiones tenían una cara virtuosa: desmonta-
ban la espiral de enfrentamientos y acusaciones mutuas y ofre-
cían una salida política. Pero, por otro lado, evidenciaban la
fragilidad y falta de confianza en las autoridades electorales lo-
cales, que cuando se resolvía el conflicto quedaban doblemente
dañadas en su credibilidad. La competitividad iba al alta. Aque-
llas elecciones en las cuales ganadores y perdedores estaban
predeterminados parecían cada vez más un asunto del pasado.
Y por ello la necesidad de nuevas y más profundas reformas en
la materia. Cierto, en 1977 se había abierto la puerta a nuevas
opciones partidistas, en 1990 se había creado una nueva insti-
tución encargada de los comicios federales mucho mejor dise-
ñada que la añeja cfe, pero en los estados de la República no
se acababan por asentar elecciones creíbles y en las federales
todavía las condiciones de la competencia eran marcadamente
inequitativas.
Por ello, en 1993 se negoció entre el pri y el pan una nueva
reforma electoral, de la que otra estuvo ausente el prd. Estuvo
acicateada por un evento que puso sobre la mesa la necesidad
de regular el financiamiento privado hacia los partidos.

199

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En marzo de 1993 el Presidente Carlos Salinas de Gortari se
reunió, de manera discreta, con un grupo de empresarios en la
casa del ex secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena. Ahí,
el Presidente les solicitó aportaciones voluntarias y millonarias
para fortalecer las finanzas del pri. El 12 de marzo el diario El
Economista informó de aquella reunión. No hay que ser dema-
siado perspicaz para especular que la información fue filtrada
por alguno o algunos de los invitados.
El escándalo fue mayúsculo. Pero más allá de los natura-
les gestos de indignación, dos asuntos quedaron claros: 1) no
existía norma alguna que regulara los donativos de particulares
a los partidos y 2) a pesar de que los partidos recibían finan-
ciamiento público, no estaban obligados a rendir cuentas ante
autoridad alguna. Es decir, esa solicitud de dinero privado para
un partido era políticamente abusiva y éticamente cuestionable,
pero no resultaba ilegal.
Ese episodio fue uno de los disparadores de una nueva re-
forma en materia electoral ese mismo año. A partir de entonces
se estableció que los partidos estaban obligados a presentar ante
la autoridad electoral (ife) cada año un informe de sus ingresos
y gastos y que una comisión del Consejo General realizaría la
revisión. Y además se establecieron límites a las aportaciones
que pudieran realizar individuos o “personas morales”. Toda-
vía esos “topes” resultaban muy elevados (una persona podía
contribuir hasta con el 1% del monto total del financiamiento
público otorgado a todos los partidos y el límite para las “perso-
nas morales” era del 5%), pero por lo menos se atendieron dos
huecos enormes en la materia.
Y junto a ello, por fin se abrió el Senado de la República al
pluralismo. Se estableció que se elegirían cuatro legisladores
por entidad, tres serían para la mayoría y uno para la primera

200

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minoría. En la Cámara de Diputados se estableció un máximo
de diputados para el partido mayoritario (60%), aunque si lo-
graba un porcentaje mayor de votos podría llegar a contar hasta
con un 63% de los asientos (de esa manera, por ley, se restrin-
gía la posibilidad de arribar a la mayoría calificada de escaños),
se abolió la autocalificación de las elecciones, es decir, que la
Cámara de Diputados y de Senadores, convertidas en colegios
electorales calificaban la elección de sus integrantes. En 1993
eso quedó en la historia. Aunque se mantuvo la disposición de
que la elección presidencial sería calificada por la Cámara de
Diputados convertida en colegio electoral.
En relación a los medios de comunicación, en esa reforma
se estableció que solo los partidos podían comprar espacios
en radio y televisión para desarrollar sus campañas y que a
través de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes se
elaboraría un catálogo de horarios y tarifas de las estaciones
de radio y tv porque los partidos opositores denunciaban que,
en algunos casos, ni pagando se les abrían espacio. Y dado que
también existía una enorme insatisfacción por la forma sesga-
da en que se cubrían las campañas, se le encomendó al ife que
antes del inicio de las mismas, le entregara a la Cámara de la
Industria de la Radio y la Televisión (cirt) unos “lineamientos
generales” en los cuales se establecieran algunos criterios para
la cobertura de las campañas. Y aunque esos lineamientos no
resultaban obligatorios, para no atentar contra la libertad de
expresión, servían para generar un contexto de exigencia a los
medios para que realizaran una cobertura medianamente equi-
tativa de las campañas.
Hubo muchas otras reformas: se introdujo la figura de los
observadores electorales, se reglamentó la llamada “auditoría
ciudadana del padrón”, se refrendó el acuerdo para que en las

201

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elecciones de 1994 se estrenara la credencial para votar con fo-
tografía y otras más10.
Y luego de esas reformas arrancó formalmente la contienda
electoral en las que a nivel federal se renovaría la presidencia
de la República y ambas cámaras del Congreso en 1994.

1994. Los acuerdos en la emergencia


El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
trastocó el escenario. Unas campañas electorales que transcu-
rrían sin mayor tensión y emoción fue sacudido por un levan-
tamiento armado con base indígena. Ese reto para todas las
fuerzas políticas y sociales, fue especialmente importante para
el prd. Y si bien la conflagración armada duró 12 días gracias
a un cese unilateral del fuego decretado desde el gobierno, nin-
gún partido político y ningún candidato a la Presidencia podían
dar la espalda a tan impactante desafío. La violencia como pre-
sunta fórmula de transformación social irrumpía en la escena y
era imposible ser omiso al respecto.
El 27 de enero de 1994 ocho de los nueve candidatos a la
Presidencia de la República, incluido Cuauhtémoc Cárdenas y
los dirigentes de los partidos firmaron una serie de “acuerdos y
compromisos” como “una contribución al proceso de paz y a la
solución de los problemas que hoy se plantea la conciencia del
país en el marco del proceso electoral federal en curso”11. Hi-
cieron de la necesidad, virtud. Se sentaron a la mesa para darse

10
Al lector interesado se le sugiere ir al libro de Ricardo Becerra, Pedro Salazar
y José Woldenberg. La mecánica del cambio político en México, antes citado. P.
279-312.
11
En José Woldenberg. Historia mínima de la transición democrática en México.
El Colegio de México. 2012. P. 91-92.

202

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garantías mutuas de limpieza en las elecciones que estaban en
curso, para demostrar que la vía del quehacer político público
y pacífico se encontraba abierta y se podía y debía ensanchar y
fortalecer. Era la primera vez que el prd aceptaba sentarse a la
mesa con el gobierno y el pri y los acuerdos fueron profundos
y estratégicos. Profundos porque tocaron temas sensibles de la
agenda electoral y estratégicos porque se reconoció que la are-
na electoral debía ser no solo un terreno inclusivo sino parejo,
algo de lo que adolecían sin duda nuestras elecciones.
Esas negociaciones estuvieron presididas y coordinadas por
el nuevo secretario de Gobernación, Jorge Carpizo, que había
entrado en remplazo de Patrocinio González Blanco, luego del
levantamiento del ezln, y era el primer secretario de esa de-
pendencia sin filiación partidista. De hecho, organizó dos me-
sas de trabajo: una con los presidentes nacionales de los tres
principales partidos (pri, pan y prd) y otra con el resto (pps,
parm, pfcrn, pt, pdm, pvem). En aquel entonces el presiden-
te del prd era Porfirio Muñoz Ledo. Y los resultados no fueron
menores. Un resumen apretado bien puede ser el siguiente12:
Se modificó la Constitución para precisar la definición, na-
turaleza y principios del Instituto Federal Electoral (ife), se in-
trodujo la figura de los consejeros ciudadanos que remplazarían
a los consejeros magistrados en el Consejo General del ife y
que ya no serían propuestos por el Presidente de la República
sino por las bancadas en la Cámara de Diputados.
El Código Federal Electoral se modificó para establecer una
nueva composición del Consejo General del ife. Cada partido

12
Los siguientes párrafos retoman la información que se encuentra en Jorge Carpizo,
“La reforma federal electoral de 1994”, en Jorge Alcocer (coordinador), Elecciones,
diálogo y reforma. México 1994. Tomo I. Nuevo Horizonte editores. 1995. P. 13- 91.

203

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tendría un solo representante (antes era proporcional al número
de votos) y tendrían voz pero no voto. De tal suerte que en el
Consejo solo el secretario de Gobernación, un diputado de la
mayoría y uno de la primera minoría, un senador de la mayoría
y un senador de la primera minoría y los seis consejeros ciu-
dadanos tendrían voto. Con ello el peso gravitacional de estos
últimos se incrementó. Se multiplicaron las funciones de los
consejos locales y distritales. Se estableció que los observado-
res electorales lo podían ser de todo el proceso no solo de la
jornada electoral. Se aprobó la figura de visitantes extranjeros
para permitir que observadores de otras latitudes pudieran ha-
cer un monitoreo del proceso comicial. Se obligó a la autoridad
a entregar la lista nominal de electores a los partidos para que
pudieran revisarla con suficiente antelación. Se amplió la fecha
de acreditación de los representantes partidistas ante las mesas
directivas de casilla. Se reglamentaron las casillas especiales
(aquellas en las que votan los ciudadanos fuera de su sección,
distrito o estado) y se configuraron en el Código Penal diferen-
tes delitos electorales.
Se acordó entre los partidos y el Secretario de Gobernación
realizar una auditoría externa al padrón electoral y la creación
de un Consejo Técnico para el mismo; la revocación de fun-
cionarios del IFE que parecían no ser idóneos; el proceso de
insaculación para los funcionarios de casilla; la confección de
boletas foliadas y una comisión para revisar su producción y
distribución; la elaboración de mamparas para garantizar la se-
crecía del voto; la entrega mensual de las listas nominales de
electores a los partidos en medios impresos y magnéticos; la
fórmula para la destrucción de los paquetes electorales; la sus-
pensión de la propaganda política de partidos y candidatos diez
días antes de la jornada electoral.

204

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En ese marco, el gobierno federal tomó las siguientes me-
didas: suspender 20 días antes de la jornada electoral la propa-
ganda de programas sociales; el compromiso de que recursos
públicos no fueran utilizados por ninguno de los partidos en sus
respectivas campañas y que ningún funcionario público sería
designado para realizar tareas comiciales o de propaganda. Se
nombró incluso el primer fiscal especializado en delitos electo-
rales con el consenso de todos los partidos. Se incrementaron
los tiempos oficiales para la propaganda política y se realizó la
cobertura por televisión de los cierres de campaña de los tres
principales partidos.
Por su parte, el Consejo General del ife tomó una serie de
acuerdos: estableció el tope de gastos de campaña, supervisó la
capacitación electoral, encargó a la Escuela Nacional de Cien-
cias Biológicas del ipn la elaboración de la tinta indeleble, las
listas nominales de electores se fijaron en los módulos para lo
que se llamó una auditoría ciudadana, se reglamentó la labor de
los asistentes electorales y muchas más13.
Subir Se trató de las elecciones en las que se produjo el primer de-
párrafo bate frente a frente de los candidatos presidenciales y trasmitido
subrayado en vivo por televisión. Y el tema de las condiciones inequitativas
de la competencia tuvo algunas respuestas: los llamados del ti-
tular de Gobernación y del Consejo General del ife para que las
televisoras y radiodifusoras realizaran una cobertura equilibrada,
el monitoreo de los noticiarios de radio y tv por parte de la auto-
ridad electoral y la ya mencionada suspensión de la publicidad
de los programas de gobierno. Y si bien a pesar de esos esfuerzos
no se alcanzó un satisfactorio equilibrio en las condiciones de la
competencia, algunos de los excesos fueron moderados.

13
El lector interesado puede acudir al texto antes mencionado.

205

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El listado anterior que no es exhaustivo quiere dar cuen-
ta de la importancia del diálogo y negociación que se desató
entre los partidos y el propio gobierno y que en un clima de
incertidumbre (al levantamiento armado siguió el asesinato
del candidato del pri, Luis Donaldo Colosio), logró no solo
que la jornada electoral transcurriera en paz y con una masiva
participación, sino que los resultados fueran reconocidos por
el conjunto de las fuerzas políticas. El fantasma del 88 fue
conjurado.
No obstante, los resultados para el prd no fueron los espe-
rados. Por segunda ocasión el candidato fue el Ing. Cárdenas
(ya no por el fdn, cuyos partidos decidieron ir por separado
—pfcrn, parm y pps— y los tres perdieron el registro, sino
del prd) que ahora enfrentó, por un lado, al sucesor de Luis
Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo y por el otro al abanderado
del pan Diego Fernández de Ceballos. El pri obtuvo el 50.13
por ciento de la votación, el pan el 26.69 y el prd el 17.07. Y
en la Cámara de Diputados solo estarían presentes cuatro par-
tidos con el siguiente número de escaños: pri 300, pan 119,
prd 71 y pt 10. Mientras que en el Senado el pri ocuparía 95
asientos, el pan 25 y el prd 8.
Lo nuevo, sin embargo, en términos de las relaciones entre
partidos fue que las principales fuerzas políticas del país habían
estado anuentes a negociar entre sí para darse garantías mutuas
a lo largo del proceso electoral. Los acicates habían sido dos
eventos traumáticos (el levantamiento armado del ezln y el
asesinato del candidato del pri), pero los partidos y sus candi-
datos fueron capaces de fortalecer un horizonte para la convi-
vencia pacífica de la diversidad política.

206

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La reforma de 1996 y el prd
El primero de diciembre de 1994, en su toma de posesión, el
presidente Ernesto Zedillo llamó a realizar de manera conjun-
ta con los partidos políticos una reforma electoral “definitiva”,
que “sustentada en un amplio consenso político, erradique las
sospechas, recriminaciones y suspicacias que empañan los pro-
cesos electorales en algunas zonas del país”14. Un pendiente
fundamental se había colocado en el centro de la discusión des-
pués de las elecciones de 1994: el de las condiciones inequitati-
vas en las que transcurrían los procesos electorales. El informe
que los consejeros ciudadanos del ife enviaron al Congreso
documentaba algo que se sabía, pero ahora lo hacia una autori-
dad electoral: y es que el terreno de juego no era parejo. Ni en
términos de los recursos económicos con los que contaban los
diferentes partidos políticos, ni en relación a la forma en que
los medios masivos de comunicación realizaban la cobertura
de las campañas, existía equidad y eso desnaturalizaba la com-
petencia. Por fortuna los cuatro partidos que habían refrendado
su registro en 1994 (pri, pan, prd y pt) aceptaron sentarse a la
mesa de negociación.
Se trató de un proceso tortuoso que abarcó todo 1995 y
culminó en los últimos meses de 1996. Las negociaciones se
interrumpieron en distintos momentos por conflictos post elec-
torales en los estados y la paradoja no resultaba menor: las re-
formas normativas eran necesarias para conjurar los conflictos
electorales, pero eran precisamente comicios insuficientemen-
te libres y transparentes los que saboteaban las negociaciones
en curso. Por ello el ejercicio de acercamiento, negociación y
acuerdo se dilató mucho más de lo pensado inicialmente.

14
José Woldenberg. Historia mínima… Op. Cit. P. 106

207

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Y para que el prd entrara de lleno al compromiso fue nece-
sario un fuerte e importante debate en sus propias filas que al
final le permitió ser copartícipe de la reforma que puso el punto
final a nuestra transición democrática. Fue en su Tercer Con-
greso, realizado en agosto de 1995, donde se aprobó un viraje
nítido en su línea de conducta política.
Ricardo Becerra15 realizó una crónica-analítica de lo que su-
cedió en aquel evento. Lo cito en extenso. Dos posiciones se en-
frentaron, la “dialoguista” que entendía que el prd debía estar en
la mesa de la negociación de la nueva reforma político electoral,
encabezada por el presidente del Partido, Porfirio Muñoz Ledo,
y la que planteaba un “gobierno de salvación nacional”, que in-
cluía la necesidad de una presidencia interina que convocara a
nuevas elecciones y que lideraba el Ingeniero Cárdenas.
“Muñoz Ledo reconoce: “somos la tercera fuerza electoral
del país… los últimos resultados electorales hablan de un estan-
camiento, de muy ligeros progresos y de algunos lamentables
retrocesos… La debilidad del gobierno no se traduce necesa-
riamente en el incremento de nuestra fuerza, el desafío es la
reconstrucción democrática del Estado y no su demolición irres- Poner lo
subrayado
ponsable”. El recurso del cambio —desmenuza el presidente del
a bando
prd— es el diálogo, el acuerdo para el cambio democrático. Más
que “otro método de lucha”, el diálogo es una exigencia de los
actores sociales y políticos, un modo de procesar las diferencias
puesto en acto; en consecuencia, “es importante deslindar al par-
tido de toda forma de violencia”. Se conversa, —reforzaría luego
Gilberto Rincón Gallardo— “porque la sociedad lo exige, y por-
que la naturaleza del cambio a la democracia lo requiere”.

15
Ricardo Becerra, “El tercer Congreso del prd: La transición con izquierda”, en Nexos
Nº 214. Octubre de 1995.

208

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En la otra acera, se afirma que “no perdemos votos por
nuestra radicalidad”, que la tarea es modificar la correlación de
fuerzas, que hay que explotar todas las formas de lucha. Una
retórica fuertemente asida al pasado reciente, incapaz de asu-
mir como adversario legítimo y legitimado al gobierno en tur- Subraya
no, que a esas alturas ya no porta el estigma de ser fruto de una do a
elección cuestionada. bando
Tomaron la palabra más de 130 oradores. Se intentó un do-
cumento de consenso, hubo propuestas de mediación, pero al
final tanto Cuauhtémoc Cárdenas como Porfirio Muños Ledo
resumieron sus propuestas. Becerra hace la siguiente descrip-
ción del momento: “Luego de escuchar a Cárdenas…, Muñoz
Ledo pide la palabra y pronuncia —y actúa— uno de sus mejo-
res discursos: “la disputa no es por palabras, salvación o pacto
son conceptos que describen toda una línea política…de dife-
rente manera traducen un diagnóstico…estamos obligados a re-
capitular, a replantear, a repensar… la palabra salvación siendo
fuerte es equivocada”. Los aplausos refrendan una clara supe-
rioridad inesperada… y el Congreso de más de 1,500 delegados
no podía engañarse: el presidente del partido había ganado el
debate al excandidato presidencial”.
Según Becerra: “lo más importante del iii Congreso… fue
la imagen pública que irradió su debate: el cambio de una línea
política, un dirigente nacional liberado de candados para ofre-
cer y propiciar una “transición pactada” con el gobierno, y sin
rupturas internas”.
Más de un año después, y luego de múltiples estiras y aflojas,
de negociaciones interrumpidas, de partidos (pan y prd) que
abandonaron la mesa para luego volver, se llegaron a acuerdos
fundamentales que acabarían por edificar una base de consenso
en la materia con un enorme poderío transformador.

209

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Lo he escrito con antelación y ahora solo hago un resumen
apretado para dar cuenta de loa alcances de esa reforma: 1) se
hicieron modificaciones a los órganos y procedimientos electo-
rales para inyectar el valor de la imparcialidad (salió el ejecuti-
vo de la organización electoral; sólo los consejeros electorales,
electos por mayoría calificada en la Cámara de Diputados ten-
drían voz y voto en el Consejo General del ife; cada uno de
los partidos y de las bancadas parlamentarias tendría un repre-
sentante en el Consejo pero solo con voz y sin voto; además
de que se revisaron todos los procedimientos e instrumentos
electorales desde el padrón hasta las fórmulas de cómputo de
los votos), 2) se creó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de
la Federación como máxima autoridad en la materia y última
instancia de resolución de conflictos y se aprobó una Ley Gene-
ral del Sistema de Medios de Impugnación, 3) se establecieron
nuevas fórmulas de traducción de votos en escaños tanto para
la Cámara de Diputados como para la de Senadores (por con-
senso); 4) se legisló para que el gobierno del Distrito Federal
y el de las 16 delegaciones fuera electo y la Asamblea Legisla-
tiva amplió sus facultades, 5) se rediseñaron las reglas para el
registro de nuevos partidos políticos, la integración de frentes
y coaliciones, el reconocimiento de las agrupaciones políticas
y las causas para la pérdida de esos registros, 6) y quizá lo más
importantes fue que se tomaron medidas para que las condicio-
nes de la competencia resultaran equitativas. Los legisladores
tomaron dos palancas muy poderosas para que el “terreno de
juego” fuera parejo: a) aumentaron significativamente el fi-
nanciamiento público y lo repartieron de manera más o menos
equilibrada (70 por ciento de manera proporcional a los votos
obtenidos en la última elección federal y 30 por ciento de ma-
nera igualitaria) y b) diseñaron diferentes medidas para que la

210

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cobertura de las campañas por parte de la radio y la televisión
fuera equitativa16.
Con esa reforma, para algunos, entre los que me encuentro,
la transición a la democracia en México habría concluido. No
era la llegada al paraíso terrenal, sino a un régimen de gobierno
que podía garantizar la contienda entre diversas fuerzas políti-
cas por los cargos de gobierno y legislativos de manera pací-
fica y participativa y con garantías de libertad, imparcialidad y
equidad suficientes como para que fuera el voto ciudadano el
que decidiera quien o quienes ocuparían la Presidencia y habi-
tarían las Cámaras del Congreso17.
No fue casual que a partir de entonces resultó más sencillo
para el prd ganar algunos gobiernos locales. Primeo fue el del
Distrito Federal, en las primeras elecciones para Jefe de Go-
bierno en 1997. Al año siguiente ganó Zacatecas y en 1999 tres
gubernaturas: Tlaxcala (en alianza con el pt y el pvem), Baja
California Sur y Nayarit (en alianza con el pt) y en 2000 Chia-
pas. En las primeras elecciones luego de esa estratégica refor-
ma el prd, en 1997, volvió a colocarse como la segunda fuerza
en la Cámara de Diputados y por primera vez el pri, siendo
mayoría relativa, pero no mayoría absoluta, se vio obligado a

16
El lector interesado puede consultar el libro de Ricardo Becerra, Pedro Salazar
y José Woldenberg, La reforma electoral de 1996. F.C.E. Colección Popular. Mé-
xico. 1997.
17
En La Mecánica del cambio político en México, antes citado, Ricardo Becerra,
Pedro Salazar y yo, afirmábamos eso, antes incluso a que se diera la primera alter-
nancia en el Poder Ejecutivo federal. Y hay evidencia suficiente para afirmar que
luego de esa reforma los fenómenos de alternancia en todos los niveles de gobier-
no, de coexistencia equilibrada de diversas fuerzas políticas en los congresos, de
gobernadores de un partido con presidentes municipales de varias organizaciones
o la coexistencia de un presidente de un partido con gobernadores de otros, se
volvió parte del panorama del país.

211

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negociar cualquier acuerdo en ese espacio legislativo. La com-
posición de esa Legislatura en la que por primera vez ningún
partido contaba con los votos suficientes para hacer su voluntad
fue la siguiente: pri 239 diputados, prd 125, pan 121, pvem
8 y pt 7. Y como ya se apuntó, el Ingeniero Cárdenas ganó la
jefatura del gobierno del d.f.
A partir de ese momento, y no sin problemas, tensiones y
conflictos, las elecciones se convirtieron en lo que siempre de-
bieron ser: un procedimiento para la competencia civilizada en-
tre diferentes opciones políticas. Y por ello los fenómenos de
alternancia en todos los niveles de gobierno se multiplicaron, al
tiempo que los legislativos se veían habitados por la diversidad
de fuerzas políticas con representación en el país. La Constitu-
ción diseñaba desde 1917 un régimen de gobierno democrático,
pero hasta que no se edificó un sistema de partidos mediana-
mente equilibrado y un sistema electoral imparcial y equitativo
(sin exclusiones), muchas de las disposiciones constitucionales
se hicieron realidad. Los primeros años de existencia del prd
fueron así los de una fuerza política que demandó y se movili-
zó por cambios democratizadores, que en una primera etapa se
negó a concurrir a los ejercicios reformadores, pero que, en una
segunda etapa, acicateado por la necesidad y el debate interno,
contribuyó de manera sensible a edificar un marco constitu-
cional, legal e institucional para la recreación y coexistencia y
disputa de la diversidad política que modela el país.
Quizá sea necesario recordar que luego de las transforma-
ciones normativas e institucionales narradas se celebraron las
elecciones federales del año 2000 en las que por primera vez
el país vivió una alternancia en la Presidencia de la República
por una vía institucional, pacífica y participativa. El candidato
del pan, Vicente Fox ganó con el 42.52 por ciento de los vo-

212

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tos, mientras Francisco Labastida, del pri, obtenía el 36.10 y
Cuauhtémoc Cárdenas, del prd, 16.64. El mismo día se eligió
un Congreso en el que por primera vez en la historia ninguno de
los partidos contendientes lograba mayoría absoluta en ninguna
de las dos Cámaras. La alternancia en el Poder Ejecutivo fue
así la desembocadura de un largo proceso. No una aparición
y menos un milagro, sino el resultado de cambios normativos,
institucionales y de la correlación de fuerzas políticas que hi-
cieron que la alternancia apareciera como algo “natural”.
Se trató de un cambio gradual, lento, pactado, y si fuera
necesario resumirlo en unas cuantas frases se podría decir que
primero se abrió la puerta para el ingreso de las corrientes polí-
ticas excluidas artificialmente hasta entonces del marco institu-
cional (1977), luego se crearon las instituciones encargadas de
ofrecer garantías de imparcialidad en los procesos electorales
(1989-90) y al final se edificaron condiciones equitativas para
la competencia (1996). Las últimas cuatro reformas a las que
aquí hemos hecho alusión fueron las más profunda y las que
cerraron el ciclo de la transición.
No se trató de la refundación (imposible) del país. Sino de
un tránsito que desmontó un sistema autoritario y construyó
una germinal democracia. Y esa transformación no puede ex-
plicare sin el aporte del prd.

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Zenit y nadir del sol azteca:
Los votantes del prd, 2000-2018
Alejandro Moreno1

E l Partido de la Revolución Democrática nació en un mo-


mento de incipiente competencia electoral guiada, en bue-
na medida, por una división política entre las visiones sistémica
y anti sistémica hacia el entonces longevo régimen priista. Las
preguntas centrales de la competencia electoral en México a
finales de los ochenta y a lo largo de los noventa, no se cen-
traban tanto en el modelo económico de país como en el mo-
delo político, en si continuar con el partido hegemónico en el
poder o cambiar; en si democratizar o no (ver Domínguez y
McCann 1995; Moreno 1998). Movilizar bajo la lógica de la
decisión electoral el tipo de régimen deseable no era un rasgo
mexicano, sino un tipo de división electoral que ya se obser-
vaba en otras democracias nuevas o emergentes de distintas
latitudes del mundo (Moreno 1999). Tampoco era accidental,
toda vez que esa fue una de las principales banderas del na-

1
Profesor de Ciencia Política en el itam, Doctor en Ciencia Política por la Univer-
sidad de Michigan, ex presidente de la Asociación Mundial de Investigadores de
Opinión Pública, wapor (2013-14), Jefe de encuestas del periódico Reforma de
1999 a 2015, Consultor/Director de Encuestas y Estudios de Opinión del periódico
El Financiero desde 2016. Entre sus libros están El votante mexicano (fce 2003),
La decisión electoral (M. A. Porrúa 2009), El cambio electoral (fce 2018) y El
viraje electoral (coordinado, 2019).

217

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ciente partido de izquierda, el prd. Las etiquetas “revolución
democrática” apelaban al cambio de régimen por vía de las
urnas, y no tanto al cambio de dirección económica, por lo
menos no de manera directa. El modelo económico era im-
portante, por supuesto, pero ocupaba un lugar secundario ante
la transformación política. Algunos estudios sobre los con-
tenidos de la competencia electoral en los noventa, desde el
punto de vista de los votantes, documentaron cómo las pre-
ferencias por un régimen democrático se vinculaban con el
apoyo a la oposición, principalmente el prd, mientras que las
preferencias por un régimen autoritario estaban hasta cierto
punto ancladas en el apoyo al pri (Moreno 1998, 1999b). Por
eso fue factible movilizar votos de izquierda anti sistémicos
en la alternancia de 2000, un factor esencial para el triunfo del
panista Vicente Fox.
En su proceso de maduración como partido, el prd fue
adoptando posturas en otras temáticas y líneas de conflicto
que se percibían no solamente como emergentes sino como
potencialmente centrales entre los mexicanos, una vez resuel-
ta la pregunta del cambio político, es decir, una vez lograda
la derrota del partido gobernante. El perredismo tomó postu-
ras progresistas en temas como los derechos de la mujer, el
aborto entre ellos, y los derechos de las minorías sexuales, lo
que devendría en la legalización del matrimonio igualitario
en la Ciudad de México. La ciudad capital se convirtió un
bastión perredista desde 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas
ganó la primera elección para la Jefatura de Gobierno bajo
las siglas del prd, bastión que se mantendría firme por veinte
años. Por el lado del modelo económico, la expectativa era
que, como partido de izquierda, estuviese a favor de la igual-
dad económica, de políticas fiscales redistributivas, y, acaso,

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de un modelo tipo socialdemócrata de asistencia y bienestar
social. No obstante, las distintas corrientes dentro del perre-
dismo no parecen haber estado tan de acuerdo en ese sentido.
Como señaló hace unos años Roger Bartra refiriéndose a las
disputas internas del prd y de la izquierda más generalmente
hablando, “[a]l parecer, las corrientes socialdemócratas y las
populistas no son capaces de convivir civilizadamente en un
mismo partido” (2009:10).
Hasta cierto punto, la vida del prd podría describirse como
el intento por construir una opción de izquierda democrática,
originalmente anti sistémica pero convencida de la vía electo-
ral, con tintes programáticos, progresista y, hasta cierto punto,
como opción para un electorado secular, para el cual el avance
en los derechos de las personas era más importante que el
apego a los valores tradicionales. Esas no son características
derivadas de documentos partidistas, sino rasgos que se han
observado en el electorado que votó por el prd en las cuatro
elecciones presidenciales entre 2000 y 2018, que son el ob-
jeto de análisis en este capítulo. Nuestro enfoque es en los
votantes del prd, no en el partido como tal, esperando que el
análisis sirva como un comparativo útil con los diversos es-
tudios que sí se han enfocado más a entender la estructura del
partido como organización, con sus dilemas de definición y
sus divisiones internas (ver Bruhn 1997; Vivero Ávila 2006;
Palma 2020).
Una izquierda con orígenes anti-sistémicos, progresista,
secular, a ratos claramente politizada, con posibles indicios
clientelares, sobre todo a nivel local, sería una descripción rá-
pida pero sustancial que los votantes del prd han dejado gra-
bada a través del desempeño de ese partido en las elecciones.
Mirar el tipo de votantes que han apoyado al prd nos da una

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muy buena idea de su evolución, su crecimiento, su desgaste
y, después de 2018, lo que podría verse como signos de extin-
ción. El análisis de este capítulo se centra en el voto para dipu-
tados porque el voto presidencial de las candidaturas del prd
ha sido, hasta cierto punto, un fenómeno distinto. En el caso de
Cárdenas en 2000, el perredismo, o más bien, una buena parte
del electorado de izquierda, se dividió para lograr el objetivo
de la alternancia, por lo que el análisis del voto presidencial
perredista es, en parte, la historia de una deserción estratégica,
de izquierdistas que no votaron por el prd con el objetivo de
lograr un fin político: el cambio.2
En los casos de 2006 y 2012 con López Obrador como can-
didato presidencial perredista, el candidato tuvo un mejor des-
empeño que el partido, generando un excedente de apoyo en la
pista presidencial que hay que distinguir. Y en 2018, la candi-
datura del prd no era perredista, lo cual probablemente generó
no sólo una deserción ideológica antes de las elecciones,3 sino
también una deserción de bandwagon el día de la elección4 (ver
Moreno 2019). Por ello, nuestro enfoque para el análisis de este

2
La deserción estratégica entiéndase como un abandono temporal al partido o
corriente ideológica preferida por razones de lograr un fin como la alternancia, lo
que se ha denominado periodísticamente como el voto útil. En 2000, una parte del
perredismo, y una parte más nutrida aún de izquierdistas, optó por Vicente Fox,
candidato del pan.
3
La deserción ideológica sería el abandono más permanente de la opción parti-
daria a favor de otra opción dentro del mismo lado del espectro ideológico. Entre
2016 y 2018 eso parece haber sucedido, con una significativa transferencia de
lealtades del prd a Morena.
4
La deserción por bandwagon sería el abandono de último momento al partido
preferido para apoyar a quien se percibe como probable ganador de las elecciones.
En 2018, una proporción de perredistas optó por López Obrador, candidato de
Morena, aun considerándose seguidores del prd.

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capítulo es en el voto para diputados federales, lo cual refleja el
contexto y la competitividad perredista de cada elección, pero
reduce el factor o influencia de un candidato presidencial. Cier-
tamente el candidato es un factor que puede impulsar o sumar
al apoyo del partido, pero, para entender mejor las bases parti-
darias resulta más conveniente centrarse en el voto partidario
como tal. De cualquier manera, hay varias referencias para en-
tender el voto por el candidato presidencial para consulta (ver
Domínguez et al. 2009, 2015; Moreno 2003, 2009; Moreno,
Uribe y Wals 2019).
La evidencia empírica analizada en este capítulo son las en-
cuestas de salida realizadas a votantes a nivel nacional en las
elecciones de 2000, 2006, 2012 y 2018. Las tres primeras en-
cuestas fueron patrocinadas y publicadas por el periódico Refor-
ma y están disponibles en los archivos de encuestas del icpsr
en la Universidad de Michigan; la encuesta de salida de 2018
la patrocinó y publicó el periódico El Financiero. Las cuatro
encuestas estuvieron diseñadas y coordinadas por el autor de
este capítulo, por lo que el cuestionario empleado ha sido en
buena medida el mismo, lo cual facilita la comparación longi-
tudinal de los efectos de diversas variables en el voto. También
se reportan datos de series de encuestas nacionales detallados en
Moreno (2018), actualizados a ese mismo año, así como algunas
referencias al estudio de la Encuesta Mundial de Valores (www.
worldvaluessurvey.org) realizada en el país en años similares a
los de las elecciones estudiadas.

Avance y caída del sol azteca


Entre su fundación, en 1989, y las últimas elecciones federales
de 2018, las tres décadas de vida del prd evocan un patrón de

221

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ascenso y caída. El ascenso fue rápido: Tras obtener el 8 por
ciento de la votación nacional en sus primeros comicios, en
1991, el voto perredista se duplicó en 1994 a 16 por ciento, y
creció a 25 por ciento en 1997. Antes de cumplir diez años, el
sol azteca representaba una cuarta parte de la votación nacio-
nal; además, ese año ganaría la jefatura de gobierno del Distri-
to Federal, que vendría a ser uno de sus principales bastiones
durante las siguientes dos décadas. Como puede apreciarse en
la Gráfica 1, el prd bajó su nivel de apoyo en las elecciones de
2000 y 2003, al obtener 19 y 18 por ciento, respectivamente. El
zenit perredista, su punto más alto, se registró en 2006, impul-
sado en buena medida por la candidatura presidencial de An-
drés Manuel López Obrador en ese año. La votación nacional
al prd alcanzó 30 por ciento, seis puntos menos que el candi-
dato presidencial, pero significando su mejor resultado electo-
ral como partido político nacional. El proceso de caída se dio
en las siguientes cuatro elecciones federales: en 2009, el prd
obtuvo 12 por ciento, en 2012 el 18 por ciento, en 2015 el 11
por ciento, y en 2018 apenas 5 por ciento, su punto más bajo, el
nadir del sol azteca en esos 30 años.
La evolución de la identificación partidista con el prd, re-
gistrada por medio de series de encuestas nacionales, también
puede verse en la misma Gráfica 1. Ahí se observa que el me-
jor año en términos de seguidores fue 1997, y que hubo una
evolución cíclica electoral en la que se registraron ascensos
y descensos, con otros puntos altos en 2006 y 2012. Eso sig-
nifica que esas dos elecciones en particular fueron propicias
para ganar seguidores, pero no para crear una base electoral
del todo estable. El patrón del partidismo del sol azteca en
la gráfica también denota un efecto de liderazgo, ya que los
puntos más altos del partidismo perredista no solo reflejan

222

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buenos resultados electorales sino también el posible efecto
de las candidaturas de Cárdenas en el df en 1997, y de López
Obrador a la presidencia en 2006 y 2012.
En 1997, el propio López Obrador era presidente del parti-
do, y buena parte de la estrategia electoral fue la construcción
de redes de seguidores en diversas partes de la república, las
denominadas brigadas del sol. La construcción del perredis-
mo en su bastión de la Ciudad de México pudo haber tenido
un componente programático, pero, como se ha documenta-
do, también tuvo un componente clientelar, por medio del uso
de los programas sociales del gobierno local (ver Sánchez y
Sánchez 2016). Ese sentido de identidad construido por redes
clientelares no parece haber sido muy estable tampoco en la
ciudad. Cualesquiera que sean los factores explicativos de la
construcción de la identidad perredista, el porcentaje de perre-
distas en el país ha sido consistente con el desempeño electoral
del partido, delineando un comportamiento de ascenso y caída
que desemboca en un punto agónico en 2018. La lección es
que, a pesar de que buena parte del electorado mexicano que
se considera de izquierda es ideológico, estos datos revelan que
no ha sido del todo estable o leal. La izquierda luce más bien
bastante variable.
Como se ha sugerido en otro lado (ver Moreno 2019), la
caída perredista en 2018 probablemente tuvo que ver con va-
rias etapas de desgaste, una primera que refleja los desacuerdos
de López Obrador con el liderazgo en turno y que deriva en
el rompimiento y la fundación de Morena. El rápido ascenso
de Morena se explica, en parte, por el traslado de las lealta-
des perredistas previamente construidas por el liderazgo lope-
zobradorista. Una segunda etapa tiene que ver con la decisión
de formar una alianza pan-prd para las elecciones de 2018 y

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la designación de un candidato presidencial no perredista. Si
bien esa alianza contra natura había dado buenos resultados en
contiendas contra el pri en elecciones estatales, sobre todo en
2010 y en 2016, su propósito y razón de ser no era el mismo en
2018, toda vez que el candidato a vencer no era el del partido
gobernante pri, sino López Obrador, quien había capitalizado
el descontento con el gobierno de Enrique Peña Nieto y venía
encabezando las encuestas. El adversario a vencer se ubicaba
del otro lado del espectro político ante el cual la agrupación
pan-prd se había enfocado con anterioridad.

Gráfica 1. Apoyo al prd en elecciones legislativas y porcentaje de electores


identificados como perredistas a nivel nacional: 1991-2018.

Fuentes: "% voto prd", resultados oficiales de las elecciones; y "% de perredistas",
encuestas nacionales reportadas en Moreno (2018), actualizado con datos de posteriores a
la elección de 2018 (encuestas nacionales de El Financiero).

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Así pues, tanto la alianza con el pan como la designación de
un candidato panista a la presidencia desalentaron a una buena
parte del perredismo, que transfirió en buena medida sus votos
a Morena. López Obrador tuvo el acierto de emplear una estra-
tegia retórica en la que incluía a su antiguo partido, el prd, una
opción históricamente de izquierda anti-sistémica, como parte
de la “mafia del poder” contra la que venía movilizando bue-
na parte de su apoyo electoral. Finalmente, ante el ascenso de
López Obrador en las encuestas ya cercanas las elecciones, una
porción adicional de perredistas decidió votar por el candidato
morenista. Es decir, al final una proporción importante de perre-
distas se subió al carro ganador generando un efecto de banwa-
gon. Al final, el 5 por ciento obtenido en la elección de 2018 fue
el resultado de estos procesos subsecuentes de abandono, cier-
tamente reflejo de las decisiones político estratégicas tomadas
por el liderazgo del partido, pero también, y hasta cierto punto,
atribuibles al tipo de electorado que venía cultivando el prd.
Como se señaló también en otro lado (Moreno 2019), po-
dría especularse que el prd pudo haber tenido por lo menos 10
por ciento de la votación nacional en 2018 con una candidatura
presidencial propia, como lo mostraban las encuestas a nueve
o diez meses antes de las elecciones. Con esa magnitud de vo-
tación no hubiera ganado la presidencia, por supuesto, pero eso
hubiese significado por lo menos tres cosas: 1) muy probable-
mente evitar una mayoría de Morena en el congreso; 2) tener
un prd más protagónico en el poder legislativo; y 3) que el prd
fuese un partido de 10 puntos y no de 5 después de 2018. Que-
dará esto como una especulación, pero lo cierto es que tanto el
ascenso del partido como su desgaste han reflejado claramente
las decisiones del liderazgo en turno y cómo el electorado ha
respondido a esas decisiones.

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Perfil de los votantes del prd
En la trayectoria de ascenso y caída perredista en las urnas, el
número y la proporción de votantes del sol azteca ha variado
significativamente entre 2000 y 2018, desde 30 por ciento en
su zenit en 2006, hasta 5 por ciento en su nadir en 2018. No
obstante, y a pesar de esas variaciones en la votación, algunas
características del electorado perredista fueron marcadamente
estables durante esos años, sobre todo de 2000 a 2012; en-
tre ellos están la orientación ideológica de izquierda de sus
votantes, así como su rechazo al gobierno en turno, quizás
herencia de los orígenes anti sistémicos de esa agrupación
política. Además, los votantes perredistas han sido los más
seculares, o si se prefiere, lo menos religiosos, independiente-
mente de la elección o de la magnitud de su apoyo. Esos tres
rasgos son fundamentales para entender el apego a una agen-
da progresista en una sociedad fundamentalmente tradicional
como la mexicana.
Quizás esa ha sido una de las contribuciones más notables
del prd en la política nacional, la extensión de una agenda pro-
gresista en una sociedad mayoritariamente repulsiva a ello. Esa
orientación progresista no se basa de manera directa en contar
con un electorado más escolarizado. El efecto de la escolaridad
en el voto perredista parece más bien mediado por los otros
dos aspectos, el ideológico y el anti-sistémico. Todo esto puede
verse con los datos de las encuestas de salida antes menciona-
das, las cuales sirven como base para un análisis de regresión
logística del voto perredista que se muestra en el Cuadro 1.
En este análisis se utiliza el voto por el prd para diputa-
dos federales como variable dependiente. Como variables in-
dependientes en el modelo se emplean varios factores: 1) Un
indicador de identificación partidista con el prd, que refleja la

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Cuadro 1. Modelo de regression logística:
voto prd para diputados federales, 2000-2018.
2000 2006 2012 2018
B Sig. B Sig. B Sig. B Sig.
Identidad perredista 3.65 *** 2.89 *** 2.51 *** 3.15 ***
Izquierda-derecha -0.15 *** -0.23 *** -0.39 *** 0.03
Aprobación al presidente -0.72 *** -0.64 *** -0.49 *** 0.00
Religiosidad -0.26 * -0.25 * -0.23 * -0.54 **
Interés político -0.10 0.11 + 0.17 * -0.06
Benficiario de programas -0.25 0.11 0.01 -0.32
Sexo (mujer) -0.22 + -0.01 -0.18 0.29
Edad -0.08 0.09 -0.01 -0.05
Escolaridad 0.10 0.08 0.11 -0.20
Localidad rural 0.14 0.16 -0.22 0.52 **

Constante -0.81 * -1.31 *** -0.73 * -2.63 ***

R cuadrada Cox & Snell 0.29 0.31 0.29 0.05


R cuadrada Nagelkerke 0.46 0.45 0.42 0.16
% predicción correcta 89.0 84.9 83.6 94.6

Fuente: Encuestas nacionales de salida, Reforma (2000 a 2012) y el Financiero (2018)

Niveles de significancia estadística: ***p<0.001; **p<0.1; *p<0.05; +p<0.1. B= coefi-


ciente de regresión; Sig. = significancia estadística
Notas: Localidad rural incluye las categorías “rurales” y “mixtas” acorde a la lista de sec-
ciones del ife/ine. Beneficiario de programas sociales toma como referentes Oportunida-
des y Prospera según el año.

importancia teórica y empírica del partidismo en las teorías de


voto a nivel individual; 2) un indicador de orientación ideoló-
gica de izquierda-derecha, que se incluye para probar que efec-
tivamente el partido ha sido una opción de izquierda electoral
a nivel del electorado de masas; 3) un indicador de aprobación
al presidente en turno, que a falta de otro indicador mejor, nos
permite tener una aproximación a la naturaleza anti sistémica

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del electorado perredista; 4) un indicador de asistencia a ser-
vicios religiosos, que nos permite poner a prueba el carácter
comparativamente secular del electorado del sol azteca; 5) un
indicador del grado de interés político, para probar el grado de
involucramiento o movilización cognitiva del electorado perre-
dista; 6) un indicador de si los entrevistados eran o no benefi-
ciarios de programas sociales del gobierno federal al momento
de la elección, para probar las inquietudes sobre los posibles
efectos clientelares del prd —aunque debo decir que el indica-
dor de beneficiarios a nivel federal no es óptimo debido a que
el prd no controlaba el gobierno federal en ninguna de esas
elecciones (lo mejor sería tener indicadores de beneficiarios de
programas a nivel local en estados gobernador por el prd, me-
dición que no se tiene en estas encuestas de salida); y 7) algu-
nas variables de control como el sexo, la edad, la escolaridad
y si viven en localidades rurales o mixtas, en contraposición a
localidades urbanas.
Todas estas variables reflejan un interés teórico en demos-
trar la naturaleza de la coalición electoral perredista en esta
historia de ascenso y caída, tanto desde el punto de vista de
actitudes como de características sociodemográficas. Lo que se
está dejando fuera es la influencia de la geografía, con el ob-
jetivo de dejar lo más limpio posible el modelo y a sabiendas
de que el prd fue particularmente más fuerte en la zona centro
del país y que, con algunas excepciones como Zacatecas y Baja
California Sur, le costó mucho trabajo en la zona norte. Por eso
llama mucho la atención que el desempeño de López Obrador
en 2018 bajo las siglas de Morena haya logrado romper esa
barrera geográfica para la izquierda.
Las expectativas puestas en este modelo estadístico son las
de confirmar o rechazar que el voto perredista ha sido, efectiva-

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mente, un voto de izquierda, anti sistémico, secular, progresista
y de mayor movilización cognitiva. Todos estos elementos es-
tán incluidos en las encuestas nacionales de salida empleadas
para el análisis, excepto el carácter progresista, por lo cual ha-
remos mención a ello brevemente por medio de otras encuestas,
aun y cuando no se trate de encuestas de salida a votantes. Los
resultados del análisis se muestran en el Cuadro 1 para cada
una de las cuatro elecciones presidenciales de 2000 a 2018.
Como puede verse en los resultados del análisis, en las elec-
ciones de 2000, 2006 y 2012, el voto perredista fue claramen-
te partidario, de izquierda, opuesto al gobierno en turno y, en
menor grado pero con un efecto visible, un electorado más se-
cular, o menos religioso. Podría decirse que la vida electoral
perredista movilizó el mismo tipo de voto durante esos años,
canalizando los sentimientos anti-sistémicos por la vía electo-
ral y cristalizando una distinción ideológica de izquierda en el
sistema mexicano de partidos que, a pesar de su importancia
en otras latitudes, en México no tenía centralidad antes de que
existiera el prd, sobre todo porque los partidos de izquierda
previos habían obtenido proporciones reducidas de la votación
nacional. La movilización del conflicto ideológico no había
dado señales de ser vibrante en las encuestas de los años ochen-
ta (ver Domínguez y McCann 1995), pero se fue cristalizando
con el perredismo, al grado que el efecto de la identidad ideoló-
gica de izquierda-derecha en el voto se emparejó con el efecto
del partidismo en las elecciones de 2012 (ver Moreno 2018).
La historia electoral del prd es, en ese sentido, una historia que
refleja muy bien la movilización de la identidad ideológica en
un sistema de partidos nuevo, aspecto que algunos académicos
han señalado como signos de institucionalización (ver Torcal
2014). En 2006 y 2012, el prd también atrajo un electorado

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más politizado, con mayor interés en las campañas, quizás en
parte por el hecho de haber tenido un candidato presidencial
altamente competitivo que pudo haber ganado en cualquiera
de las dos elecciones, quedando a medio punto porcentual del
ganador en 2006 y a seis puntos en 2012.
Los resultados mostrados en el Cuadro 1 también revelan
que el apoyo perredista fue más masculino en 2000, pero la
brecha de género desapareció en las elecciones posteriores.
No hay manera de vincularlo con la encuesta, pero este cam-
bio bien podría reflejar la adopción de temas de derechos de la
mujer en la agenda del sol azteca. Ni la edad ni la escolaridad
se asocian significativamente con el voto perredista, en parte
porque la coalición electoral de ese partido ha combinado un
ala progresista más afín a los jóvenes y escolarizados, y un ala
más clientelar dirigida a electores de mayor edad y de menos
recursos, sobre todo en algunos bastiones como la Ciudad de
México.
El indicador de beneficiarios de programas sociales no re-
sulta significativo en el análisis porque, como ya se había men-
cionado, se refiere a programas federales que no estaban en
control del prd. Sin embargo, y como se apuntó anteriormente,
la evidencia de la Ciudad de México ha permitido a algunos
investigadores establecer el vínculo entre el uso político de los
programas sociales locales y la construcción de apoyo perre-
dista (ver Sánchez y Sánchez 2016). Razones similares podrían
argumentarse en torno al indicador de localidad rural, que no
tiene ningún efecto significativo, en parte porque si bien el prd
tuvo fuerza en la Ciudad de México, también obtuvo apoyos
importantes en estados como Michoacán, Guerrero y Zacate-
cas, e incluso en Morelos, Oaxaca y Chiapas, con votantes en
localidades de menos habitantes.

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Este retrato del voto perredista de 2000 a 2012 es consisten-
te con la idea general que se ha tenido sobre ese partido políti-
co a nivel de organización. Por ejemplo, Vivero Ávila reporta
que desde sus orígenes el prd se situó a nivel de organización
y militancia como un partido de izquierda anti sistémica, con
el pri como “adversario principal” en la dimensión ideológica
(2006:342). El mismo investigador también encontró evidencia
de un mayor grado de secularidad entre los miembros del parti-
do. En una revisión más reciente, Palma (2020) argumenta que
con todo y sus diferencias internas, el prd logró desarrollar una
“agenda de izquierda libertaria”. Los datos recolectados entre los
votantes en las elecciones de 2000 a 2012 lo corroboran.
Sin embargo, las elecciones de 2018 fueron otra historia.
Según este análisis, el efecto en el voto de un partidismo redu-
cido se mantuvo, pero el efecto de la orientación ideológica y
de las orientaciones anti-sistémicas desaparecieron en esa elec-
ción. El voto de izquierda anti sistémica se trasladó a More-
na y dejó al prd sin su principal columna vertebral electoral.
El efecto del electorado secular también se mantuvo como un
efecto modesto, con todo y que el ingrediente rural, que no ha-
bía sido característico del prd anteriormente, fue el único que
dio señas de fortaleza en el voto perredista en 2018. El prd
perdió la Ciudad de México ante Morena en 2018, fenómeno
que ya se preveía desde unas semanas después de las elecciones
de 2015,5 por lo cual el partido se quedó sin su mayor bastión
y, extrañamente, con una base rural aunque no tan tradicional,
como sugiere el indicador de religiosidad.

5
En una encuesta que reporté en la Revista R del diario Reforma el 9 de agosto
de 2015, Morena ya se había posicionado como puntero en las preferencias para
renovar la Jefatura de Gobierno en 2018.

231

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Uno de los mayores méritos del prd fue haber ocupado el
espacio de izquierda en el sistema mexicano de partidos, pero
esa ventaja prácticamente desapareció en 2018, y con ello su
identidad y buena parte de su razón de ser. Las elecciones de
2018 pusieron al prd en jaque, si no es que en franco peli-
gro de extinción. Como ya se ha mencionado, ese resultado
refleja las decisiones del liderazgo, incluido el rompimiento
con López Obrador, pero también la decisión de competir en
alianza con el pan en una elección en la que el propósito de
esa alianza no estaba tan claro. El prd decidió en 2018 entre
la baja posibilidad de ganar una elección con un candidato
ajeno, como resultado de movilizar un voto útil que no existió
en esa ocasión, y competir por su cuenta por un porcentaje
propio de alrededor de 10 por ciento, si no es que más. Al
final, el 5 por ciento obtenido en 2018 dejó al prd en una si-
tuación de supervivencia y, desde el punto de vista de análisis,
no queda más que esperar a 2021 y ver si el partido es capaz
de recuperar algo de su electorado perdido. Por lo pronto, el
2018 le quitó al prd su voto de izquierda anti sistémica. La
columna vertebral se le rompió.

La izquierda anti sistémica


Para facilitar la lectura de los datos, los siguientes párrafos
se basan en una revisión un poco más gráfica del análisis del
Cuadro 1, sobre todo para ilustrar el efecto de aspectos demo-
gráficos mediados por los de actitud, particularmente la ideo-
logía de izquierda y la actitud anti sistémica. El objetivo es
documentar lo mejor posible el cambio en el apoyo perredista
durante esos años analizados, es decir, la historia del ascenso y
caída del sol azteca en las urnas por subgrupos específicos. En

232

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la Gráfica 2 se muestra el apoyo obtenido en cada una de las
cinco categorías de votantes según su identificación ideológi-
ca, de izquierda a derecha.
Como puede apreciarse, aunque el prd lucía claramente
como un partido de izquierda en 2000, su desempeño más alto
significó apenas 36 por ciento del voto entre ese electorado, y
31 por ciento entre los votantes de centro izquierda. La razón
ya se mencionó anteriormente y se ha documentado en otros
lados (ver Moreno 2003, 2006), y tiene que ver con el hecho
de que la candidatura de Vicente Fox fue capaz de movilizar
una buena parte de los votos de izquierda a su favor. El lla-
mado “voto útil” sí se dio. En 2006 y 2012, el prd fue, con
toda claridad, la única opción de izquierda en las elecciones,
atrayendo 57 y 66 por ciento del voto izquierdista, así como el
46 y 37 por ciento del voto de centro izquierda. El prd parecía
consolidado como la opción electoral de izquierda en 2012.
Pero en 2018 todo se desvaneció: su desempeño en la cate-
goría de votantes de izquierda bajó dramáticamente a 4 por
ciento, mientras que entre los de centro-izquierda bajó a 12 por
ciento. El electorado mexicano con esas identidades ideológi-
cas izquierdistas votó abrumadoramente por López Obrador,
jalando por primera vez a la coalición ganadora hacia ese lado
del espectro político (ver Moreno 2019).
No sólo eso: el electorado de izquierda fue el más nutrido
que se observó en las cuatro elecciones presidenciales anali-
zadas. Según las encuestas de salida, los votantes de izquierda
y centro-izquierda representaron el 31 por ciento del total de
votantes en 2000, el 28 por ciento en 2006 y el 31 por ciento
en 2012, una proporción que había permanecido relativamente
estable. Sin embargo, en 2018 el electorado de izquierda fue un
poco más numeroso, al registrar 38 por ciento en esa elección.

233

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Es muy probable que este crecimiento se deba en buena medida
al efecto movilizador de Morena. Para el prd, ese crecimiento
de la izquierda en las urnas no significó nada; por el contrario,
el desempeño electoral perredista fue el más pobre entre los
votantes de izquierda en una elección presidencial, a pesar de
que 2018 fue cuando hubo más votantes con una identidad po-
lítica de izquierda. Si imaginamos las elecciones de 2018 como
una fiesta de la izquierda mexicana, resulta muy peculiar que el
prd no estuviese invitado; quizás la alianza con el pan en esa
ocasión tuvo mucho que ver, como ya se sugirió anteriormente.
Los datos en la Gráfica 2 muestran con mucha claridad que el
ascenso y caída electoral del prd fue el ascenso y caída como
la opción de la izquierda mexicana que ha dejado de serlo, a
menos de que puedan recomponer su columna vertebral en los
siguientes comicios, lo cual se ve poco probable.

Gráfica 2. Electorado de izquierda. Voto al prd para diputados federales


según la orientación ideológica de los votantes: 2000-2018. (Porcentajes)

Fuente: Encuestas nacionales de salida del periódico Reforma (2000, 2006, 2012)
y El Financiero (2018).

234

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Quizás el lector se preguntará si hace sentido hablar o no
de un electorado mexicano de izquierda y qué significa eso,
sobre todo cuando la entonces presidenta nacional del prd,
Alejandra Barrales, afirmó antes de las elecciones de 2018
que las izquierdas y derechas ya no hacían mucho sentido,
quizás más para justificar la alianza con el pan que otra cosa.
Afortunadamente la investigación empírica al respecto nos
ha dado algunas respuestas de que la identidad ideológica
sí importa, así que quizás baste con citarlas y mencionar las
ideas principales brevemente. El comportamiento del electo-
rado mexicano en su etapa de elecciones competitivas ha sido
un fenómeno en evolución, y los significados o dimensiones
ideológicas de la competencia electoral en el país son parte de
los cambios, adaptaciones y mutaciones observadas. Según
los datos recopilados por la Encuesta Mundial de Valores en
el país, los contenidos del conflicto izquierda y derecha han
ido variado conforme se ha ido desarrollando el sistema mexi-
cano de partidos (ver Moreno 2009b). Los contenidos de la
división régimen anti-régimen eran, efectivamente, predomi-
nantes al principio y, aunque han cedido espacio a otros con-
tenidos, no parecen haber desaparecido del todo. Ese tipo de
división no fue un rasgo mexicano, sino que fue más amplio
como un fenómeno del alineamiento de votantes en varias de-
mocracias nuevas (Moreno 1999).
Los significados clásicos de conflicto socioeconómico tam-
bién han sido importantes, con una centralidad fluctuante pero
observables en distintos momentos (ver Torcal 2014). Los nue-
vos temas de la izquierda progresista como el aborto y los dere-
chos de minorías sexuales han sido más difíciles de captar, pero
no hay duda de que han tomado mayor centralidad en eleccio-
nes recientes y en su integración al conflicto izquierda-derecha.

235

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La Encuesta Mundial de Valores de 2000, 2005 y 2012, que
más o menos coinciden con las elecciones presidenciales, mos-
traron a los seguidores del prd ligeramente más abiertos que
panistas y priistas en el tema del aborto, pero no mucho más
que ellos en el tema de homosexualidad. No obstante su reduc-
ción en 2018, los perredistas sí lucían más abiertos en ambos
temas en ese año. Será muy interesante ver cómo se modifican
los significados de la izquierda una vez que ésta ha llegado a
controlar el gobierno nacional por la vía de Morena y ante va-
lores que a ratos parecen más tradicionales que los de una iz-
quierda progresista.
Si bien el prd se benefició de la construcción de un electo-
rado ideológico de izquierda, sería razonable pensar que algu-
nas características sociodemográficas estuviesen vinculadas a
ello, sobre todo el nivel de escolaridad. Sin embargo, el efecto
de la escolaridad en el voto perredista fue más bien modesto,
casi inobservable, en las regresiones. La Gráfica 3 ilustra que
en cada elección, considerando el electorado natural de iz-
quierda solamente, los votantes con estudios universitarios sí
han dado más apoyo al prd que los votantes con nivel de es-
tudios básicos, pero esto es controlando por ideología. El caso
más notable fue en 2012, cuando el prd logró captar el 59 por
ciento del voto entre los votantes de escolaridad universitaria
y solamente 38 por ciento entre los de educación básica, todos
del ala izquierda del electorado.
Como se mostró en otro lado, la elección de 2012 parece
haber movilizado a las clases medias escolarizadas y usuarias
de las redes sociales a favor de amlo, contra las clases po-
pulares menos escolarizadas y menos interconectadas a favor
de Enrique Peña Nieto (Díaz Domínguez y Moreno 2015), lo
cual pudo haber influido en este ordenamiento en el voto par-

236

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tidista para legisladores. Solo como comparación, en el año
2000 la coalición que llevó a Vicente Fox a Los Pinos, que
atrajo una buena parte de votantes de izquierda, también fue
una coalición notablemente más escolarizada que la del can-
didato del pri, así que el fenómeno de 2012 puede estar más
ligado con el hecho de que el candidato a vencer era priista,
más que a la capacidad movilizadora de la opción de izquier-
da per se. La brecha de escolaridad en 2012 fue de 21 puntos,
la cual había sido de 9 puntos seis años antes y tan solo de 4
puntos doce años antes. En 2018 el efecto de la escolaridad
mediado por la ideología se invirtió y los electores de izquier-
da con escolaridad universitaria votaron por el prd solamente
en 3 por ciento, comparado con 8 por ciento entre los de es-
colaridad básica.
La Gráfica 4 abona a entender la relación del voto pe-
rredista con el nivel de escolaridad, ahora considerando los

Gráfica 3. Escolaridad e ideología. Voto al prd para diputados federales


según la escolaridad de los votantes, considerando solamente las categorías
ideológicas de izquierda y centro-izquierda: 2000-2018. (Porcentajes)

Fuente: Encuestas nacionales de salida del periódico Reforma (2000, 2006, 2012)
y El Financiero (2018).

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sentimientos anti-sistémicos del electorado mexicano. Como
puede verse, en 2000 la escolaridad estuvo negativamente re-
lacionada con el voto perredista entre los electores que desa-
probaban la labor del presidente Zedillo, lo cual significa que
Fox captó ese voto para derrotar al candidato del pri. No obs-
tante, la escolaridad tuvo un efecto positivo notable en 2006
y más aún en 2012 entre los electores que dijeron desaprobar
al presidente en turno, ya sea Fox o Calderón. Por lo visto, la
mayor brecha de escolaridad fue en 2012, lo cual habla de un
prd más consolidado entre los segmentos más educados del
electorado anti sistémico, en buena medida porque el voto es-
colarizado ha sido un nicho anti priista. Pero, al igual que con
el electorado de izquierda, el votante educado y anti-sistémico
fue el que más le dio la espalda al perredismo en 2018. Has-
ta qué punto eso refleja principalmente el ascenso de López
Obrador y Morena, por un lado, o las decisiones estratégicas
del prd de ir en alianza con el pan, por el otro, es difícil de
determinar, pero lo más probable es que cada uno de esos as-
pectos puso de su parte. El resultado: un prd casi fulminado
entre el tipo de votantes que más trató de procurar por medio
de una agenda de izquierda, anti-sistémica y progresista. Ese
voto educado, anti sistémico y de izquierda que poco a poco
fue cultivando el prd es el que finalmente no tuvo ningún
empacho en migrar a Morena en 2018.
Finalmente, así como se mostró el impacto directo de la
ideología en el voto perredista por medio de los datos de la
Gráfica 2, es ilustrativo ver la ventaja que significó el factor
anti-sistémico, el cual se muestra en la Gráfica 5. Como se
mencionó desde el principio, la aprobación presidencial puede
no ser el mejor indicador de actitudes anti sistémicas, pero es lo
que ofrecen las encuestas de salida empleadas. Así que lo que

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Gráfica 4. Escolaridad y orientación anti-gobiernista. Voto al prd
para diputados federales según la escolaridad de los votantes, considerando
solamente la categoría que desaprueba la labor del presidente en turno:
2000-2018. (Porcentajes)

Fuente: Encuestas nacionales de salida del periódico Reforma (2000, 2006, 2012)
y El Financiero (2018).

indican estos datos es que el prd se benefició en gran manera


del voto de rechazo al gobierno en turno en 2000, 2006 y 2012,
pero no en 2018. La ventaja anti sistémica fue de 13 puntos en
2000, de 19 puntos en 2006, y de 15 puntos en 2012, pero fue
negativa en 1 punto en 2018. Una interpretación a este cambio
es que no solamente pudo haber sido un error estratégico y de
supervivencia para el prd su alianza con el pan, sino que ésta
de alguna manera pudo ayudar a confirmar los señalamientos
de López Obrador de que el prd se había vuelto parte de la
“mafia en el poder” a la que había que vencer en 2018. Quedará
como un contrafactual, como una especulación, imaginar qué
hubiera pasado con un prd con candidato presidencial propio
en 2018. Mi expectativa es que el partido hubiera quedado me-
jor posicionado, con mayor presencia en el congreso, y hubiera
reducido las probabilidades de una mayoría legislativa de Mo-

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rena. Pero no es más que eso, una especulación a partir de los
datos de encuestas que se venían registrando meses antes de la
elección.

Gráfica 5. La ventaja anti-sistémica. Voto al prd para diputados federales


según la aprobación o desaprobación al presidente en turno: 2000-2018.
(Porcentajes)

Fuente: Encuestas nacionales de salida del periódico Reforma (2000, 2006, 2012) y El
Financiero (2018).

Consideraciones finales
En treinta años, el prd pasó por un proceso de formación y de-
sarrollo, no solamente ocupando el ala izquierda del electorado
mexicano, sino llegando a dominar el voto anti sistémico y a
tener una base electoral secular afín a una agenda progresista,
con avances en una sociedad mayoritariamente tradicional. Las
elecciones de 2006 fueron el zenit del desempeño electoral pe-
rredista. Pero en 2018, el prd quedó desplazado, si no es que
despedazado. Su voto insigne, el voto de izquierda y el voto de
rechazo al gobierno en turno, dejó de ser la columna vertebral,
y con eso el partido se desvaneció. En ese año el partido del

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sol azteca conoció su nadir, el punto más bajo en treinta años
y en las votaciones nacionales aquí examinadas. El prd expe-
rimentó la alternancia a nivel local, tanto estatal como munici-
pal, un tipo de dinámica electoral que no examinamos en este
capítulo pero que forma una parte importante en el desarrollo
de los partidos mexicanos. Sin embargo, el perredismo no lo-
gró en ese periodo la alternancia a nivel nacional, con todo y
que estuvo muy cerca de lograrlo en 2006 y en 2012. Ahora,
la pregunta central para los perredistas no es cómo ganar, sino
cómo sobrevivir. El flanco izquierdo del electorado lo ocupa
Morena y, aunque su propuesta no necesariamente es la mis-
ma agenda progresista que trató de construir el perredismo, ese
partido atrajo y probablemente siga atrayendo en 2021 al tipo
de votantes que alguna vez favorecieron al prd.
Para el prd no se ve un escenario fácil en el corto y mediano
plazos; por el contrario, parece tener la corriente en contra. Sus
áreas de oportunidad pudieran estar en el ala progresista de la
izquierda que comenzó a representar, la cual no ha dado señales
de prioridad en el proyecto morenista hasta ahora. Eso signifi-
caría depender de cierto desencanto de votantes de izquierda
con el gobierno de la Cuarta Transformación, lo cual está por
verse si sucede o no y cuándo. Las encuestas al momento de
cerrar este capítulo no dan señas muy optimistas de esa vía para
el prd aún: no solamente la izquierda aprueba de manera abru-
madora al presidente, sino que el centro también le da números
positivos. Solamente la derecha es la que mayoritariamente lo
desaprueba y ahí se canaliza el apoyo al pan y al pri. Por otro
lado, rumbo a las elecciones de 2021, Morena lidera las encues-
tas y la preferencia por ese partido tiene su nivel más alto en el
electorado de izquierda, entre el cual, el prd continúa comple-
tamente desdibujado. Lo más interesante es el hecho de que sí

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hay un segmento del electorado de izquierda que no está con
Morena, pero que, a varios meses de las elecciones, ha optado
por no apoyar a ningún partido o a declararse como indeciso.
Habrá que ver si por ahí hay alguna ventana de oportunidad
para el sol azteca; de no ser así, el 2021 podría ser la elección
que termine por apagarlo.

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El prd: la capital como bastión

Jacqueline Peschard

Introducción.- Para darle vida a una formación


de izquierda.
No es posible entender el reclamo democrático que marcó a la
historia política mexicana de los últimos 5 lustros del siglo xx
sin el protagonismo de una corriente política que se identificó
genéricamente con la izquierda democrática y cuyo exponente
más acabado fue el prd. Los veinte años de vida democráti-
ca que hemos tenido en México están en deuda con ese parti-
do que quiso combinar la herencia revolucionaria del régimen
autoritario con la demanda de democratización que aglutinó a
buena parte de la sociedad mexicana.
Desde inicios del decenio de 1970, en el contexto de un ré-
gimen político autoritario y de partido hegemónico que daba
muestras de desgaste, al ya no ser capaz de incorporar al cauce
político institucional a los diversos grupos sociales y políticos
existentes, varias agrupaciones políticas, sobre todo con bande-
ras de izquierda empezaron a reclamar su derecho a participar
en las elecciones.1 Sin embargo, no fue sino hasta después de

1
Al inicio de la década de 1970, varios partidos políticos identificados con la
izquierda como el Comunista, el Socialista de los Trabajadores, el Mexicano de
los Trabajadores, además del Demócrata Mexicano solicitaron su registro oficial

247

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los comicios presidenciales de 1976, en que el candidato del
pri compitió en solitario, que el gobierno lanzó una propuesta
de reforma política para abrir el sistema electoral y de repre-
sentación política a nuevas organizaciones. Con ello, dio inicio
nuestra transición a la democracia, articulada alrededor de la
idea de construir un nuevo sistema electoral y de partidos que
reflejara el mosaico de corrientes políticas existentes2, más para
relegitimar al régimen que para desafiarlo.
Después de la reforma política de 1977 que permitió el in-
greso de nuevos partidos políticos a espacios de representación
en la Cámara de Diputados y durante los diez años que transcu-
rrieron entre 1979 y 1989 en que se fundó el prd, se fue perfi-
lando una nueva alineación político-ideológica que caracteriza-
ría a los siguientes treinta años: un sistema multipartidista mo-
derado con tres principales corrientes políticas: el partido del
régimen (pri), el de la oposición clásica (pan) y partidos que,
reclamándose de izquierda, se lanzaban a la vía institucional.
Desde dicho flanco de izquierda democrática, esos años
iniciales de transición fueron testigo de una tensión entre el
afán de diferenciarse ideológicamente3 y la necesidad de lograr

para participar en las elecciones, sin lograrlo. En Fernández Christlieb, Fátima, “4


partidos políticos sin registro electoral: pcm, pdm, pst, pmt, en revistas.unam.
mx, 1973 index\ php, rep\article\download.
2
El 1 de abril de 1977, en ocasión del 2º Informe de Gobierno del gobernador Rubén
Figueroa, el Secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles anunció la reforma
política que emprendería el gobierno federal para “captar en los órganos de repre-
sentación el complicado mosaico ideológico nacional de una corriente mayoritaria
y pequeñas corrientes que, difiriendo en mucho de la mayoría, forman parte de la
nación…”, en memoriapoliticademexico.org/Textos/6Revolucion/1977
3
En el curso de esos diez años, además de la secuela del pcm (psum, pms), surgie-
ron partidos que se identificaban con distintas corrientes dentro de la izquierda: el
Socialista de los Trabajadores (pst), el Revolucionario de los Trabajadores (prt),
el Mexicano de los Trabajadores (pmt), el Socialdemócrata (psd).

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la unidad como requisito para conquistar una posición com-
petitiva en el mapa electoral. La ruta hacia el objetivo de la
unificación de las corrientes de izquierda que se fue orientando
hacia una identidad socialdemócrata —psum, pms—, al final
desembocó en la formación del prd (de hecho, el pms le cedió
su registro oficial). El prd fue la confluencia de diversas fuentes
y orígenes, corrientes y propósitos, agrupados alrededor de dos
grandes herencias: la izquierda democrática y el ala disidente-
progresista del pri, identificada genéricamente con la Corriente
Democrática que se desprendió del partido gobernante y que fue
liderada por la figura emblemática de Cuauhtémoc Cárdenas.
Es cierto que el prd no fue el único protagonista de la tran-
sición a la democracia mexicana, ya que el pan había sido des-
de años antes artífice de demandas de liberalización política,
como la reforma de los diputados de partido de 1963. Todo
ello en sintonía con su carácter de “oposición leal” que lo ha-
bía identificado históricamente con la demanda de elecciones
libres y competidas.
El prd nació como un partido orientado a competir electo-
ralmente, sin embargo, ganó su lugar en la transición gracias
a que de inmediato se colocó como un partido de relevancia,
según la clasificación de Sartori, no tanto por su fuerza elec-
toral que al arranque oscilaba alrededor del 15% de votación,
sino por su capacidad para “chantajear” al poder, es decir, para
desafiarlo en el terreno simbólico de la baja legitimidad del ré-
gimen, o en el rechazo a la promulgación de alguna ley.4 De
hecho, la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas,

4
Para identificar los partidos que son importantes en un sistema político, Giovanni
Sartori propone tres normas (fuerza electoral, fuerza parlamentaria, ser fiel de la
balanza o chantaje o capacidad de veto para la promulgación de una ley). Partidos
y sistemas de partidos, 1, Madrid, Alianza Editorial, 1076, pp.158-159

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como abanderado del prd en 1994 y el 2000, no volvió a tener
el nivel de votación que había logrado en la elección de 1988
(31%) como candidato del Frente Democrático Nacional (fdn)
(Cuadro I)
El parteaguas que significó 1988 repercutió de forma signi-
ficativa en el df, lo cual se reflejó en que candidato presidencial
del fdn obtuvo ahí 48.2% de los votos, o sea, 17 puntos más
de lo obtenido en el conjunto del país. Esta votación capitalina
le dio a la candidatura cardenista una ventaja de más de vein-
te puntos respecto del candidato presidencial del pri (27.2%).
Esta circunstancia evidenció que el df era un espacio proclive
al voto opositor, aunque la falta de cargos de elección en la ciu-
dad, hicieran irrelevante ese dato. (Cuadro 1)

Cuadro 1 Votación presidencial 1988-2018


(%) Nacional y D.F.(CdMx)
1988 1988 1994 1994 2000 2000 2006 2006 2012 2012 2018 2018
Partido
Nal. D.F. Nal. D.F. Nal. D.F. Nal. D.F. Nal. D.F. Nal. D.F.
pan 17.1 22.0 25.9 26.5 42.5* 43.6* 35.9 27.3 25.4 17.4 22.3* 29.9*
pri 50.4 27.2 48.7 42.4 36.1 24.0 22.0* 22.3* 38.2* 25.1* 16.4* 12.1*
fdn 30.9 48.2
prd 16.6 20.4 16.6 25.9 35.3* 57.9* 32.6* 49.3*

Morena 53.2* 57.7*


Coaliciones o candidaturas comunes
Fuente: ine, www.ine.org.mx

Con todo, durante los primeros diez años de vida del prd,
Cárdenas fue el gran articulador de la diversidad de grupos y

250

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corrientes que confluyeron en su fundación. La dependencia
de una figura carismática fue un obstáculo para que el parti-
do avanzara en su proceso de institucionalización. Es más,
tal parece que la dependencia de líderes personalistas fue in-
trínseca al partido, ya que después de Cárdenas, vino López
Obrador, sin que el prd garantizara que la aplicación puntual
de sus reglas y procesos internos fuera la mecánica para supe-
rar su fraccionalismo. No es casual que cada vez que el prd
se enfrentaba a la tarea de seleccionar a sus candidatos y a
sus dirigentes en los más altos cargos, apareciera la amenaza
de la división, salvo cuando había un líder personal incues-
tionado que se colocaba por encima de las contoversias entre
grupos. Esta deficiencia que es el reto primordial de cualquier
formación política5, gravitó negativamente alrededor del prd
durante sus primeros 25 años de vida y estuvo en la raíz de
la escisión que sufrió en 2014 y que dio lugar a la formación
de Morena.
Desde la perspectiva electoral, hay una paradoja en la tra-
yectoria del prd, ya que por un lado su impulso originario
—proveniente del movimiento del fdn en 1988— fue con-
quistar la Presidencia de la República y sacar al pri de “Los
Pinos”, pero, por otro, su implantación como fuerza política
no alcanzó a cubrir la mayor parte del territorio nacional,
sino que creció sobre todo en las zonas del centro y sur del
país y, de manera particular en la ciudad capital, que muy
rápidamente se convirtió en su principal bastión. Así, des-
de la primera elección en la que estuvo en juego la Jefatura

5
Maurice Duverger, uno de los clásicos contemporáneos de la teoría de los parti-
dos políticos, afirma que un partido requiere sobrevivir a su líder fundador. Parti-
dos Políticos, Méx., fce, 1957, pp.21 y 207

251

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de Gobierno del df en 1997, el prd ganó y se colocó como
fuerza predominante en la entidad que se había caracterizado
por su inclinación oposicionista durante la larga época de la
hegemonía del pri.
El propósito del presente ensayo es mostrar cómo el prd se
convirtió en una fuerza política con vocación hegemónica en la
ciudad capital, al ganar una tras otra las elecciones capitalinas del
periodo democrático y ser capaz de gobernar por sí solo al Dis-
trito Federal, despojando de casi cualquier potencial competitivo
a los demás partidos, incluído al pri. La entidad federativa que
históricamente había mostrado una inclinación oposicionista y
plural, en los años de vida democrática, se constituyó en emble-
ma de una nueva forma de predominio político en manos de un
partido de izquierda. Empero, el desgaste derivado justamente
de dicho predominio capitalino, sumado a la división interna que
sufrió por el desprendimiento de Morena que le arrebató tanto
sus bases sociales, como su identidad de izquierda, marcaron su
desplome como partido político y es difícil vislumbrar condicio-
nes viables para su recuperación en el corto plazo.

1.- La formación del prd y su implantación en la


capital.

1.1 El df: de plataforma oposicionista a “meca” de los


partidos.

Desde mucho antes de que en el Distrito Federal hubiera algún


tipo de cargo local de elección, o que los capitalinos tuviéramos
derecho a una representación política específica —la primera
fue en 1988, en el contexto de la transición a la democracia con

252

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la Asamblea de Representantes del df6— , es decir, cuando los
capitalinos sólo votábamos por cargos de elección federal (Pre-
sidente de la República, diputados y senadores), el perfil del
voto en la ciudad capital mostraba una tendencia oposicionista.
Respecto del conjunto del país, ahí se registraban más candi-
datos a diputados diferentes al pri y, en promedio, comparado
con lo que sucedía en el plano nacional, los capitalinos se in-
clinaban más por ellos, distanciándose del partido hegemónico.
De hecho, desde 1946 en que el sistema electoral se hizo fe-
deral y cuando sólo existía la fórmula mayoritaria de elección,
la tendencia oposicionista de la ciudad de México fue expresión
de los procesos de urbanización que se habían impulsando des-
de esos años y que florecieron en la capital del país, donde se
desarrollaron sectores sociales más educados e informados, con
patrones culturales diversos que los alejaban del discurso oficial.
Dicho de otra manera, el df se caracterizó por tener una pobla-
ción socialmente diferenciada que estableció una plataforma de
cierta pluralidad política, aunque la falta de competencia impedía
que ello se tradujera en un verdadero desafío para el pri. Como
algunos autores han insistido, al igual que en buena parte de las
ciudades en el mundo, “la ciudad de México fue definida como
un espacio en disputa”,7 y ello se reflejó en la arena electoral.

6
La Asamblea de Representantes del df (ardf) no fue un órgano legislativo, sino
una suerte de Consejo Consultivo que, si bien tenía una base electiva (40 asam-
bleístas de mayoría y 26 de representación proporcional), sólo tenía facultades
para emitir bandos de policía y buen gobierno y examinar informes de presupuesto
y cuenta pública.
7
Como bien ha señalado Ariel Rodríguez Kuri, hay que tomar en cuenta “la com-
pleja naturaleza del acto civilizatorio que es la ciudad” y ello hace de entrada que
sea un espacio en disputa, en “Itinerarios políticos de la ciudad de México, 1812-
1929”, en Configuraciones #41, Revista de la Fundación Pereyra y del Instituto de
Estudios para la Transición Democrática, mayo-agosto 2016, p.24

253

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Una manera de apreciar este carácter oposicionista es que,
mientras que en la mayoría de los distritos electorales del país,
el pri participaba solo en las elecciones, en el df, los candida-
tos a diputados priistas tenían al menos un adversario en cada
distrito y ya para las elecciones de 1964 los partidos de oposi-
ción lograron cubrir todos los distritos capitalinos porque ahí
tenían más oportunidad de recibir un mayor número de votos.8
Esta circunstancia se mantuvo viva a lo largo de los veinte
años en que el sistema de partido hegemónico estuvo confor-
mado por tres partidos en el flanco opositor: el de “oposición
leal” (pan) y los dos de “oposición simulada” (pps y parm).9
Ese mejor desempeño relativo de los partidos de oposi-
ción en el df se puede apreciar en el hecho que recibían un
porcentaje más elevado de votos capitalinos, comparado con
su promedio de votación en el país. Así, en 1946, los votos
capitalinos del pan equivalían al 60% de sus votos totales,
mientras que los del pri representaban apenas el 6.2% de su

8
Durante los años de los “diputados de partido” —1964-1976— , los asientos a
los que los partidos minoritarios tenían acceso se seleccionaban en orden descen-
dente a partir de la votación más alta que los candidatos obtuvieran dentro de sus
respectivos partidos. Esta mecánica favoreció a los candidatos de los distritos ca-
pitalinos, que eran sus mejores exponentes. Peschard, Jacqueline, “Las elecciones
en el Distrito Federal entre 1964 y 1985”, en Estudios Sociológicos, Vol VI,#16,
enero-abril 1988, p.97
9
Desde su fundación en 1939, el pan participó regularmente en las elecciones
federales (salvo en 1976 en que no presentó candidato a la Presidencia), aunque
realmente no tuviera fuerza competitiva y ello llevó a Soledad Loaeza a identi-
ficarlo como un partido de “oposición leal”, porque jugaba las reglas del juego
institucional con el único incentivo de ser un partido testimonial. Por su parte,
el pps y el parm siempre respaldaron al candidato presidencial del pri, aunque
participaban de manera independiente en algunos distritos electorales del país;
estaban ahí para respaldar al partido oficial a cambio de unas pocas diputaciones,
sobre todo locales. “El Partido Acción Nacional: la oposición leal en México”, en
Lecturas de Política Mexicana, El Colegio de México, 1977.

254

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apoyo electoral, en virtud de la cobertura nacional que tenía
el partido hegemónico.
De hecho, durante la larga época de la hegemonía del pri
en que las elecciones no eran competitivas y su significado se
interpretaba a la luz de un clivaje más estratégico (pri/opo-
sición), que ideológico (izquierda, centro, derecha), el df se
caracterizó por ser un espacio donde, dentro de los márgenes
del dominio del pri, la oposición tenía un significativamente
mejor desempeño electoral. Es más, la votación de los parti-
dos de oposición en las elecciones de diputados en capital era
consistentemente 20 puntos porcentuales superior a su votación
nacional y en las presidenciales la votación capitalina del con-
junto opositor era la más alta de todas las entidades federati-
vas. Así, por ejemplo, en 1964, mientras el voto opositor en la
elección de diputados federales alcanzaba el 13.6%, en el df se
le reconocía el 33.7%; en 1970, mientras la oposición obtuvo
15.7% de los votos nacionales, en el df alcanzó oficialmente el
33.4%; en 1976, cuando el candidato presidencial del pri com-
pitió oficialmente solo, los votos de la oposición para diputados
cayeron al 13.95%, mientras en el df recibieron 29.97%. Ya en
la época de la reforma política, en la elección de 1982, los par-
tidos de oposición sumados obtuvieron 30.7% de la votación
nacional y 51.9% de la del df.10
A partir de la gran reforma política de 1977, con la que
arrancó la transición a la democracia, la importancia del df
para los nuevos partidos fue enorme, porque ahí se formaron
y aprendieron a competir. Por ello, Rafael Segovia caracte-
rizó a la ciudad de México como la “meca”, o lugar sagrado
de los partidos políticos. Otros estudiosos como Molinar y

10
Peschard, Jacqueline, op. cit., p.82

255

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Valdés se refirieron al df como “la incubadora” de los par-
tidos, al ser su plataforma de despegue, pues fue ahí donde
crecieron y fueron ganando terreno.11 Ejemplo de lo anterior
fue que en 1979, la votación capitalina del recién registrado
Partido Comunista Mexicano representó el 44.4% de su vo-
tación total; la del prt en 1982 que fue su año de registro fue
el 53.0% y la del pmt, que se incorporó a las lides electorales
en 1985, fue del 46.9%12
¿Cómo explicar que el df fuera el espacio de florecimiento
de los partidos de oposición en un terreno donde los habitantes
habían padecido una “ciudadanía disminuida?
Cuando el df era sólo un Departamento del Gobierno Fe-
deral, su relevancia política se explicaba por ser la sede de los
poderes federales, la capital política del país y la ciudad del
Presidente, es decir, no sólo era una concentración urbana, y
una dependencia administrativa federal, sino que tenía un gran
peso político simbólico. Además, el proceso de modernización
que experimentó el país entre los años cincuenta y setenta abo-
naron el terreno del df para que ahí se conformaran ciertas
condiciones político-electorales, como un voto de opinión, más
volátil, propio de un elector que es sensible a lo que está en jue-
go en cada elección y en función de ello emite su voto. El voto
de opinión se asoció con una posición contraria al partido del

11
En 1979, el df se erigió en “la meca”, es decir, en la tierra prometida para los
partidos políticos que se iban incorporando al cauce institucional. Segovia, Ra-
fael, “Las elecciones federales de 1979”, en Foro Internacional, Vol.xx#3, enero-
marzo 1980, p.406 Más tarde, Juan Molinar y Leonardo Valdés caracterizaron al
df como “la punta de lanza de la erosión del pri”, l la “incubadora de los partidos
de nueva creación”, en “Las elecciones de 1985 en el df”, en Revista Mexicana
de Sociología, Año xlix#2, abril-junio 1987, p.190
12
Peschard, Jacqueline, ibidem, p. 80

256

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statu quo. En realidad, la estructura político-electoral del df se
caracterizó por su variedad, reflejo de su fisonomía social que
le permitía combinar espacios marcados por redes corporativo-
clientelares que se expresaban electoralmente en apoyo al par-
tido predominante, con terrenos en los que la diversidad social
y política favorecía al voto contrario.

I.2. La transición se consuma y el prd gana la capital del país.

Tal como señalamos más arriba, el prd fue el producto más


acabado de la transición mexicana a la democracia porque
surgió de dos vertientes que se conjugaron en ese proceso de
cambio político. Fue heredero de las corrientes de izquierda
que nacieron con el reclamo democrático de los años setenta
y ochenta, junto con la ruptura del partido hegemónico, prota-
gonizada por un liderazgo personal que se colocó a la cabeza
de una corriente que se reclamó democrática, heredera de una
de las fracciones con mayor legitimidad política de la familia
revolucionaria, el ala cardenista.
Si bien, en sus orígenes se inscribió en el flanco ideológico
de la izquierda democrática que marcó su identidad, el hecho de
haberse intersectado con un movimiento heterogéneo, jalonea-
do por un desprendimiento del partido del régimen (Frente De-
mocrático Nacional), lo impregnó de características, móviles y
énfasis diversos, e incluso contradictorios, que orientaron tanto
su desarrollo, como sus líneas programáticas y su propia estruc-
tura organizativa. El prd nació como un partido de fracciones,
articuladas alrededor de la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, con
una vocación a favor de la democratización del país por la vía de
la participación electoral y el acceso a cargos de elección y fue
una corriente política que ocupó el flanco de izquierda.

257

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A pesar de que sus antecesores, tanto el Partido Comunista
Mexicano que obtuvo su registro oficial al calor de la reforma
política de 1977, pasando por los partidos que le sucedieron
(psum y pms) como expresión del giro de la izquierda hacia la
socialdemocracia y del afán de todos ellos por lograr la unifica-
ción de la izquierda, el prd no se identificó como un típico par-
tido “burocrático de masas”, fincado sobre fuertes lazos organi-
zativos; con un electorado fiel y organizado y con un marcado
énfasis en la ideología. Desde su fundación, el prd se concibió
como un partido de corte profesional-electoral, según la clasi-
ficación de Angelo Panebianco, es decir, se orientó a jugar en
el plano institucional de las elecciones, enfocándose sobre todo
al electorado de opinión, con una organización basada en pro-
fesionales del trabajo político; volcada sobre un financiamiento
emanado de fuentes públicas o de grupos de interés —más que

Cuadro 2 Votaciones para Jefe de Gobierno


(%) (1997-2018)

Partido 1997 2000 2006 2012 2018

pan 15.6 33.4* 27.3 13.6 31.1**


pri 25.6 22.8 21.5+ 19.7+ 12.4++
prd 48.1 38.3ª 46.3ªª 63.5ªª

Morena 47.3º

Otros pvem 6.9 DS 3.3

*En alianza con pvem; **Coalición con prd y mc . + 2006 y 2012 en alianza con pvem;
++Coalición con pvem y pnaª 2000Candidatura Común con pt, Converencia, psn y pas; ªª
Alianza con pt y Convergencia y 2012 con pt y mcº En Coalición con pt y pes
Fuente: www. iecm.org.mx

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de cuotas de sus afiliados— y con acentos programáticos que
versaron sobre problemas concretos, más que sobre posturas
ideológicas.13
No es posible entender el surgimiento del prd sin la elec-
ción parteaguas de 1988. En esa coyuntura, el candidato pre-
sidencial del pri sufrió una sacudida inesperada y perdió 18
puntos porcentuales respecto de la elección previa de 1982 y
Cuauhtémoc Cárdenas ganó 5,900,000 votos, equivalente al
30.9% de la votación total. (Cuadro 1) Fue una caída que sig-
nificó que el candidato del pri, Salinas de Gortari, perdiera la
elección en cinco entidades federativas (Mich., Edomex, d.f.,
B.C y Morelos) y 66 diputados de mayoría —cifra cercana a
la suma total de distritos perdidos por el pri en los cuarenta
años previos, entre 1946 y 1982 (72 diputados).14 Quizás lo
más significativo de dichos resultados fue que la legitimidad
de origen de Salinas de Gortari fue severamente cuestionada,
porque no pudo sustentar sin lugar a dudas su triunfo y por-
que tanto Cárdenas, como el prd enarbolaron dicho cuestio-
namiento.
Si bien, el pan había sido históricamente el partido de opo-
sición, el prd nació como el principal crítico del régimen y
en específico del gobierno de Salinas de Gortari. Durante sus
primeros años de vida, el prd mostró capacidad de moviliza-
ción frente al fraude electoral, echando mano de la toma de
alcaldías, bloqueos de carreteras y manifestaciones de protes-

13
A partir de la clasificación de Kirchheimer, Angelo Panebianco, contrasta dos
tipos de partidos políticos: uno más ideológico como el “burocrático de masas” y
uno más pragmático, como el “profesional electoral”. Modelos de partido, Alianza
Ed. 1982, p.492
14
Reveles, Francisco (coord..), El Partido de la Revolución Democrática. Los pro-
blemas de la institucionalización, unam-Guernika, 2004.

259

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ta en general, algo semejante a lo que había hecho el pan en
los años anteriores. No obstante, fue un partido marcado por el
fraccionalismo y sólo la figura de Cárdenas le dio cohesión y
disciplina interna, así como orientación general, a favor de la
democratización del régimen político y de las demandas his-
tóricas de la nación, asociadas genéricamente al nacionalismo
revolucionario.15
A pesar de que en la primera elección federal en la que par-
ticipó el prd —en 1991— fue intermedia y sólo ganó el 8% de
los votos para diputados federales, conquistó 41 curules y su
respaldo electoral se concentró en las entidades del centro y sur
del país: Mich., df, Nay. Mor. Edomex, Oax. e Hgo. De ahí,
fue creciendo para lograr el 16.8% de los votos en la elección
presidencial de 1994, llevándose 71 diputados federales y con-
centrando su fuerza de apoyo en Mich., Gro., df, Tab., Chis.,
Oax. y Ver. Estas primeras experiencias fueron definiendo el
perfil de sus bases sociales y regionales, mostrando que no era
fácil alcanzar una cobertura nacional, con todo y el capital po-
lítico y moral de Cárdenas.
Después de la elección de 1994, que se desarrolló en un
contexto de fuerte tensión política por el levantamiento zapa-
tista y el asesinato del candidato presidencial del pri, el prd
modificó su postura inicial, renuente a cualquier negociación
con el poder, para aceptar participar en mesas de negociación
con el gobierno. En esa coyuntura se diseñó la que quizás se-
ría la reforma electoral más importante de la transición a la
democracia, la de 1996, que incorporó entre otros importantes
cambios en el sistema de elecciones, dotar al df de un gobierno
propio, surgido del voto popular, de una Asamblea Legislativa

15
Ibidem.

260

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y de instancias locales de gobierno electas, las jefaturas dele-
gacionales.16
Las elecciones intermedias de 1997 fueron un punto de quie-
bre para el prd, primero porque se colocó en el segundo lugar
en las elecciones legislativas federales (ganó 126 diputados y
16 senadores), en el contexto de la pérdida del pri de su mayo-
ría absoluta en la Cámara de Diputados. Pero, más importante
aún fue que Cárdenas ganó las primeras elecciones de gobierno
en la ciudad capital, lo cual se tradujo en que el prd obtuviera
además la mayoría relativa de los votos de la aldf y 38 de los
66 asientos que la componían. (Cuadro 3)
Encabezar la primera Jefatura de Gobierno del df significó
para el prd la posibilidad de allegarse del control de un impor-
tante número de cargos ejecutivos de alto nivel, no sólo en el
gobierno central, sino en las 16 delegaciones. El prd adquirió
la calidad de partido gobernante de la capital y ello le permitió
tener en sus manos la distribución de cerca de 98 cargos en
la administración local, pudiendo disponer de recursos no sólo
económicos, sino de control político, sobre todo en aquellas
zonas en las que existían redes clientelares que había domina-
do tradicionalmente el pri.17 El manejo de los incentivos ca-
pitalinos fue una herramienta fundamental para que el prd se
instalara como fuerza predominante y hasta hegemónica en el
Distrito Federal.
El triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en el df fue contun-
dente; obtuvo 48.1% de los votos, dejando al pri en un lejano

16
Las Jefaturas Delegacionales surgieron del voto popular a partir del 2000. Para
un recuento de la reforma política de 1996, véase, Becerra, R., P. Salazar y J. Wol-
denberg, La mecánica del cambio político en México. Méx. Cal y Arena, 2000,
pp.423-456
17
Los datos están tomados del libro de Francisco Reveles, op.cit. p. 43.

261

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segundo lugar con sólo 25.6% de la votación para Jefe de Go-
bierno. Su victoria fue incluso superior a la suma de lo ganado
por los otro dos grandes partidos nacionales, el pri y el pan.
(Cuadro 2) Aunque la votación del prd para la Asamblea Le-
gislativa fue ligeramente menor (45.2%), su margen de victoria
frente a su más cercano seguidor, el pri (23.6%), fue de la mis-
ma magnitud, es decir, el arrastre del prd en la capital lo colocó
también como partido gobernante y con control del legislativo
local, al ganar 38 de los 40 asientos de mayoría -el pan sólo
ganó los otros dos distritos- dejando al viejo partido hegemóni-
co con sólo 11 diputados plurinominales. (Cuadro 3)
Esta primera elección de gobierno en el df provocó un des-
alineamiento partidario en la entidad, pues prácticamente borró
la competitividad electoral y dicho fenómeno perduró a lo largo
de las siguientes 6 elecciones, convirtiendo al prd en una suer-
te de partido indisputado en la plaza política más importante
del país. Gobernar la capital del país tiene una importante re-
levancia política y simbólica en nuestro sistema presidencial,
pues lo que políticamente ocurre ahí, de inmediato repercute en
el país. No es casual que para el prd, quien ocupaba la Jefatura
de Gobierno capitalina, casi automáticamente se enfilaba hacia
la candidatura presidencial.

2.- La hegemonía del prd en la ciudad capital:


trampolín para la candidatura presidencial.

Para un joven partido como el prd -apenas cumplía ocho años


de vida- ganar desde la primera ocasión la Jefatura Gobierno
del df con una amplia ventaja, fue un piso esencial de su capi-
tal político, no sólo por la centralidad política de la entidad y

262

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porque con ello adquiría muy importantes recursos financieros
y de poder, sino por el impacto mediático y simbólico que sig-
nificaba ocupar el mismo espacio territorial que el Presidente
de la República.18
A partir de haber ganado la Jefatura de Gobierno, en el
2000, que fue la elección de la alternancia en el Ejecutivo Fe-
deral, Cuauhtémoc Cárdenas era obligadamente el candidato
presidencial del prd, sin embargo, en contra de las previsio-
nes y el antecedente de 1988, fue Vicente Fox, el candidato del
pan, apoyado por el pvem, quien desafió al candidato del pri,
al convertirse en el polo de atracción del voto de protesta anti-
príísta. El prd fue desplazado a un tercer lugar, aunque conser-
vó el respaldo electoral de 1994, con más de seis millones de
votos, equivalentes al 16.59% de la votación.19 (Cuadro 1)
Como era de esperarse, el triunfo presidencial de Fox tuvo
un efecto de arrastre sobre el resto de las elecciones, incluídas
las locales capitalinas y el prd perdió diez puntos en la con-
tienda para Jefe de Gobierno (38.3%) respecto de su votación
en 1997. (Cuadro 2) No obstante, el jalón de la presidencial no
logró arrebatarle al prd el triunfo en dicha Jefatura de Gobier-
no, es decir, aunque el pan se benefició, sólo pudo mejorar su
posición en la capital del país. El candidato del prd al gobierno
de la ciudad, Andrés Manuel López Obrador, ganó la elección,
aunque con una menor votación (38.6%) que tres años antes y

18
Dejando de lado el caso de Cuauhtémoc Cárdenas que fue el líder histórico del
prd, al ocupar la Jefatura de Gobierno del df, tanto amlo como Marcelo Ebrard
y Miguel Mancera se concibieron y comportaron como futuros candidatos presi-
denciales, aunque las coyunturas específicas y el arrastre de amlo en 2012 y el
rompimiento posterior impidieron que así fuera.
19
Datos obtenidos del Laboratorio de Análisis Político y Políticas Públicas, del
Centro de Estudios de la Democracia y Elecciones, uam-Iztapalapa.

263

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Cuadro 3. Composición histórica de la Asamblea Legislativa (1997-2015) y I Legislatura CdMx, 2018.

prd / pan / pri/ pt/ pvem/ mc/ pna/ Otros

I (1997-2000) 38 58% 11 17% 11 17% 1 2% 4 6% 0 0% 0 0% 1 (PC) (2%) 66

11 (8 PC y 3
II (2000-2003) 19 29% 17 26% 16 24% 0 0% 1 2% 2 3% 0 0% 66
DS) (17%)

III (2003-2006) 37 56% 16 24% 7 11% 0 0% 5 8% 0 0% 0 0% 1 (PMP) (2%) 66

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IV (2006-2009) 34 52% 17 26% 4 6% 1 2% 3 5% 1 2% 4 6% 2 (PASC) (3%) 66

V (2009-2012) 30 45% 15 23% 7 11% 6 9% 4 6% 1 2% 2 3% 1 (PASC) (2%) 66

264
VI (2012-2015) 34 52% 13 20% 9 14% 3 5% 2 3% 3 5% 1 2% 1 (Indep.) (2%) 66

19 (Morena)
VII (2015-
(29%), 4(ES)
2018) 16 24% 10 15% 8 12% 1 2% 3 5% 3 5% 1 2% 66
(6%), 1 (H)
(2%)

38 (Morena)
I (2018-2021)
6 9% 11 17% 5 8% 3 5% 2 3% 0 0% 0 0% (57%); 1 (ES) 66
(2%)

Fuentes: 1) Integralia, Reporte Legislativo, ALdf, VI Legislatura (composición de las legislaturas I-VI); 2) Elaboración propia con base
en la información presentada por el IEdf y el TEPJF en sus respectivas páginas de internet (composición de la legislatura VII); 3) IECM
(I Congreso Ciudad de México).
*Movimiento Ciudadano (antes Convergencia); ** Nueva Alianza; *** PC Partido Cardenista, DS Democracia Social, PMP Partido
México Posible, PASC Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, ES Encuentro Social, H Humanista.

11/08/20 21:44
una ventaja de apenas cinco puntos sobre su más cercano segui-
dor, el pan (33.4%). (Cuadro 2)
Este fenómeno de corrimiento de las preferencias electora-
les, por el efecto de la elección presidencial, se manifestó tam-
bién en la disputa por los asientos de la ALdf que llevó al prd
a perder el predominio alcanzado en 1997, al quedarse sólo con
19 curules, cifra muy semejante a la obtenida por el pan (17
curules), e incluso a la del pri (16 curules). El ascenso del pan
y pvem en la elección presidencial permitió que la distribución
del voto en la capital recuperara parte de su perfil pluralista.
En sintonía con esta situación, al analizar los resultados de
las primeras elecciones para Jefes Delegacionales del 2000, el
esquema de distribución de las fuerzas políticas fue expresión
de la coyuntura del 2000, es decir, una alternancia en la Presi-
dencia y un partido fuerte en el df. La competencia en las dele-
gaciones se centró entre dos fuerzas políticas- al igual que en la
elección presidencial- pero en la capital, ésta no se dio entre el
pri y el pan, sino entre el prd y el pan (el prd ganó 9 de las 16
delegaciones, mientras que el pan se quedó con 7). El pri había
quedado fuera del mapa de cualquier control presupuestario de-
legacional en el df. El pan ganó las jefaturas delegacionales de
las zonas centrales de la ciudad, de composición social de clase
media y combinada, mientras que las que quedaron en manos
del prd se ubicaron en las zonas más populares, o periféricas
de la entidad, como Iztapalapa, Magdalena Contreras, Xochi-
milco, Tlalpan.(Cuadro 4)
Seis años después, en 2006, el prd20 recuperó su nivel ini-
cial de votación de 1997 en la elección para Jefe de Gobierno,

20
En 2006, el prd participó en coalición con el pt y Convergencia (Coalición por
el Bien de Todos).

265

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al ganar con 46.3% de los votos, con una ventaja de 19 puntos
sobre su más cercano competidor, el pan, y en franco contraste
con lo sucedido en la elección presidencial en la que la dife-
rencia entre amlo y Felipe Calderón fue de apenas de 0.5%21.
La fuerza del candidato presidencial del prd sumó activos al
partido en su bastión capitalino. A diferencia de lo ocurrido en
el 2000, en 2006, el arraste del pan por su triunfo en la elección
presidencial no tuvo efectos importantes en las elecciones de la
ciudad de México, justamente porque el gran contendiente fue
el candidato del partido fuerte en la entidad.
El capital político del prd en el df que se había asentado
durante la primera década del periodo democrático, se manifes-
tó tanto en su votación para la aldf, donde ganó 34 de los 40
asientos de mayoría (esta ventaja no le permitió competir por
las diputaciones plurinominales), como en la de las jefaturas
delegacionales, donde conquistó 14 de las 16, confirmando que
no había lugar para una efectiva competencia plural. El partido
que ganó la Presidencia de la República sólo mantuvo el poder
en las dos jefaturas delegacionales donde había probado tener
bases de apoyo electoral —Benito Juárez y Miguel Hidalgo.
No se modificó el panorama en la estructura de poder de la
capital. (Cuadro 4)
Seis años más tarde, en 2012, una nueva alternancia en el
Ejecutivo Federal se concretó y el pri recuperó la Presiden-
cia de la República con una ventaja de 6 puntos sobre su más
cercano seguidor, el prd. Sin embargo, esta circunstancia no
impactó a las elecciones locales de la ciudad de México, porque
ya estaba bien implantado el prd y porque el gran competidor

21
El cómputo final dio a Felipe Calderón 35.9% de los votos y a amlo 35.3%.La
elección fue muy cerrada y la diferencia fue apenas de 243,934 votos. ibidem.

266

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de Peña Nieto fue amlo, el candidato presidencial del partido
predominante en el df.
Aunque el prd compitió por la Jefatura de Gobierno nueva-
mente en un esquema de coalición con el pt y mc, su candidato
no tuvo militancia partidaria, Miguel Angel Mancera. La gran
paradoja es que ganó con el porcentaje más alto de su historia,
63.5% de los votos, mientras que los otros dos contendientes
—el pan y el pri— apenas obtuvieron 13.6% y 19.7% respec-
tivamente, es decir, ninguno de los dos alcanzó una posición
competitiva. (Cuadro 2). La capacidad del prd de gobernar
solo la Ciudad de México se acreditó con su triunfo en 32 de los
40 asientos de mayoría, quedando una vez más con el control
de 14 de las 16 jefaturas delegacionales. (Cuadros 3 y 4)
El eventual arrastre del triunfo presidencial del pri no al-
canzó al df, en buena medida porque el pri había prácticamen-
te desaparecido de la ciudad capital, de ahí que su votación para
Jefe de Gobierno apenas recogiera un 19.7% (Cuadro 2)
Los primeros quince años de vida democrática significaron
para el esquema político de la ciudad capital un franco reali-
neamiento, pues se convirtió en una entidad políticamente aso-
ciada al predominio del prd, lo cual sólo cambiaría en 2018
cuando fue desplazado por Morena, el partido que surgió de
sus entrañas y que le arrebató el control sobre los mecanismos
y recursos de poder, así como sobre el emblema de la izquierda.
La gran interrogante para entender el régimen político
que se estableció en la capital del país, es ¿cómo explicar
que en condiciones de competencia política como las que se
establecieron en el país desde 1997, el prd construyera una
estructura política en la ciudad con tintes hegemónicos, no
competitivos, (sólo había escasos espacios de disputa po-
lítico-electoral), en una entidad que se había caracterizado

267

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durante la época de la hegemonía del pri por su inclinación
oposicionista y plural?
Así como, después de 1997, las elecciones presidenciales
fueron la muestra palpable de que el país vivía en democracia,
porque ahí ocurrían alternancias y votaciones con cambiantes
márgenes de victoria, en el df, lo que se instaló fue un sistema
de partido hegemónico en el que el prd ganaba la mayoría de
los votos y de los cargos de manera constante, borrando casi
por completo los espacios de competitividad. Cuando en 2018,
Morena se apoderó de la Ciudad de México, el fenómeno del
control se replicó, como si simplemente hubiera cambiado más
que de manos, de nombre, como si las razones del dominio
perredista fueran transferibles y el respaldo del prd entre los
capitalinos no tuviera que ver con sus definiciones programá-
ticas y sus estrategias de lucha, sino con el control sobre los
incentivos políticos y económicos.

3.- Un partido predominante y una red de organi-


zaciones clientelares.

Durante la época de la hegemonía del pri en México, fue casi


un lugar común asociar el nivel de urbanización de un terri-
torio con el voto opositor. De hecho, hacia los años setenta
en que despuntó el reclamo democrático, la principal reserva
electoral del tricolor se cargaba regularmente hacia los distri-
tos rurales y suburbanos con los que se asociaban estructuras
y prácticas clientelares del pri.22 Al ser el df una ciudad-en-

22
Para un análisis de las bases sociales del pri, véase, Pacheco, Guadalupe, Caleidoscopio
electoral. Elecciones en México, 1979-1997, Méx. FCE-IFE-UAMX, 2000, pp.75-100

268

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tidad, con una fuerte concentración urbana y una diversidad
de sectores sociales, ahí se fue anidando un voto contrario al
partido hegemónico.
¿Cómo explicar que al instalarse en la capital del país un
gobierno propio, emanado del voto popular, de inmediato el
partido asociado a la izquierda democrática se colocara como
una fuerza con vocación hegemónica? La pregunta es perti-
nente, sobre todo porque la izquierda partidista fue incapaz de
construir una base territorial que abarcara lo largo y ancho del
país, o de armar una maquinaria política con reglas efectivas de
funcionamiento para mantener su cohesión interna y desplegar
un horizonte de larga duración.
Al observar el comportamiento político electoral de la capi-
tal del país en los veinte años de vida democrática, el predomi-
nio del prd se asociaba, al menos en buena parte del imagina-
rio urbano, con posiciones de izquierda, es decir, con políticas
sensibles a reclamos sociales de avanzada como los relativos a
los derechos de las minorías, con movimientos y organizacio-
nes de protesta social con objetivos y motivaciones diversas, en
fin, con un activismo crítico.
Desde las protestas sociales de los años sesenta en contra
del sindicalismo oficial, pasando por los movimientos sociales
y el estudiantil de 1968, o las manifestaciones frente a los sis-
mos de 1985, o los más recientes de 2017, así como las mar-
chas en contra del fraude electoral en 1988 y en épocas actuales
la movilización por los desaparecidos de Ayotzinapa, o por la
alarmante inseguridad del país y más recientemente por la agra-
viante y ofensiva violencia de género, han hecho de la capital
del país un espacio privilegiado de inconformidad y de oposi-
ción al statu quo. Es por ello que en 2012, al recuperar el pri la
Presidencia con un 38.2% de la votación, en el df apenas obtu-

269

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vo 25.9% de la votación, prácticamente la mitad de lo recogido
ahí por amlo (51%). (Cuadro 1)
A esta tendencia opositora al antiguo régimen que ha acom-
pañado a la Ciudad de México, hay que agregar que en las
zonas más populares de la entidad han existido estructuras
clientelares, originalmente controladas por el pri, pero que el
prd logró apropiarse, gracias a que se quedó con los recursos
políticos (cargos burocráticos y de elección) y financieros que
aceitaban el intercambio de bienes y satisfactores por apoyo
político-electoral. Los estudios etnográficos que ha elaborado
Héctor Tejera Gaona han mostrado que las redes político-clien-
telares apuntalaron la influencia partidaria, sobre todo en las
delegaciones de menor índice de desarrollo social. En 1997,
algunas organizaciones de la cadena clientelar existente en el
df simpatizaron con Cárdenas y apostaron al cambio, mutando
su adhesión y del pri al prd.
A partir del análisis de Tejera, se puede observar que, al
ganar el prd el aparato de gobierno y los espacios burocráti-
cos, se fue fortaleciendo su control territorial, a través de un
entramado que vinculaba las políticas del gobierno central y
local con las estructuras partidistas y con las organizaciones
urbano-populares que tenían cobertura territorial. El estudio
muestra que los tres elementos edificaron redes de intercambio
que se caracterizan por ser flexibles y pragmáticas, es decir, por
estar prestas a vincularse a uno u otro candidato y partido. No
se trataba de una vinculación ideológica, ni programática, sino
del aprovechamiento de los recursos estatales y políticos del
gobierno y el partido por parte de las organizaciones sociales
con base territorial en un contexto competido.
Al inicio, fue el liderazgo cardenista y la oferta de dipu-
taciones y cargos públicos lo que alentó que las organiza-

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ciones territoriales se comprometieran con el prd. Después,
una vez afianzado el control del aparato partidario sobre los
recursos económicos y de poder en la entidad, se consolidó
la alianza con las organizaciones urbano-populares a cam-
bio tanto de flujos de gasto social, como de la incorporación
de sus líderes a los puestos en el gobierno central o en los
delegacionales.23 Es decir, ya no fue necesario que las orga-
nizaciones simpatizaran con el candidato, pues la estructura
contaba ya con funciones propias dentro del entramado po-
lítico de la entidad.
Esta relación entre aparato burocrático, estructura parti-
daria y organizaciones sociales con base territorial consolidó
una alianza entre el prd y éstas que se tradujo en que líderes
de la Asamblea de Barrios, o la Unión de Colonias Popula-
res, o la Coordinadora Unica de Damnificados, entre otras,
fueran postulados y ocuparan parte de los cargos de elección
en la ciudad capital.24 No era necesario que los líderes fueran
miembros o dirigentes del partido, los vínculos cruzaban la
estructura partidaria, pero eran determinantes para mantener
al partido en el poder, gracias a la cobertura territorial de la
organización. El esquema es diferente al que había operado
con el pri que no tenía opositor enfrente, ahora, en un con-
texto de competencia política, las organizaciones sociales con
implantación territorial tienen capacidad de negociación en
beneficio de sus propios intereses.

23
Tejero Gaona, Héctor, “Ciudadanía, organizaciones político-clientelares y es-
tructura política en la CdMx”, en Vidal de la Rosa, Godofredo (Coord.), La iz-
quierda mexicana y el régimen político, uam-Xochimilco, Itaca, 2019, p.263.
24
El texto de Tejero Gaona da cuenta de la lista de organizaciones territoriales que
han existido y se han alimentado de los recursos públicos de la ciudad de México
por la vía de intercambios clientelares con el partido gobernante. Ibidem p.254

271

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El estudio de Tejera muestra que las relaciones clientelares
se reforzaron porque también jugaron un papel importante en
las elecciones internas del prd, es decir, el intercambio de votos
por bienes no sólo ocurría en los ámbitos de competencia inter-
partidaria, sino en los procesos intrapartidarios, orientados a la
renovación de los cargos directivos del partido. Esta doble aso-
ciación explica la magnitud del vínculo que se estableció con los
gobiernos y la estructura organizativa del prd y cómo sirvió para
apuntalar territorialmente tanto al partido, como a sus dirigentes.
La eficacia política de estas redes clientelares no significó
un fortalecimiento estructural del partido, pues, al final, lo que
se crearon fueron lazos “de identificación personalizadas fuer-
tes, pero identidades partidarias débiles”.25 Así, mientras que
el prd mantuvo el control del gobierno central de la ciudad y
de las delegaciones, los líderes del partido y las organizaciones
territoriales se mantuvieron alineados, sin necesidad de buscar
el cobijo de otro partido, ya que tenían garantizado el flujo y
aprovechamiento de los recursos presupuestales y de los cargos
burocráticos y de elección.
Lo que hizo el desprendimiento de Morena en 2014 fue abrir
la puerta para que aquellas fracciones partidarias y dirigentes
que no habían logrado el apoyo de la dirección central del prd,
se acogieran al nuevo partido liderado por amlo. Por supues-
to que el traslado de un partido a otro no fue de un momento
a otro, sino que se fue dando gradualmente, en buena medida
porque el prd continuó al frente del gobierno de la capital hasta
2018. De hecho, las elecciones intermedias de 2015, en las que
por primera vez compitió Morena en elecciones federales y del
df, mostraron que la lucha por la representación política de la

25
ibidem, p. 261

272

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ciudad y las jefaturas delegacionales fue una auténtica disputa
por la hegemonía política entre los dos partidos “herederos” de
la izquierda democrática.26
Los datos electorales de 2015 muestran nítidamente la frac-
tura del prd, ya que por primera vez desde 1997, perdió la
mayoría en la aldf, al ganar sólo 19.9% de los votos, mientras
que Morena obtuvo 23.4%. Su pérdida fue igualmente signi-
ficativa en el número de curules, ya que el prd sólo obtuvo
11 de mayoría —en 2012 había ganado 32—, frente a Morena
que ganó 19. En la elección de las jefaturas delegacionales, la
división del prd no sólo lo golpeó al sólo dejarle ganar 6 de
ellas, frente a Morena que ganó 5, sino que abrió espacios de
competencia y el pri con el pvem ganó 3 y el pan 2. (Cuadro 4)
La fuerte competencia que se desató fue en realidad una
pugna interna entre los grupos aún adheridos al prd y a Man-
cera y los que migraron hacia Morena. Por primera vez en los
años de vida democrática, se instaló en el df un gobierno divi-
dido –la Jefatura de Gobierno estaba en manos del prd y la ma-
yoría de la ALdf en manos de Morena. El efecto de la escisión
fue inmediato y claro. (Cuadro 3)

4.- 2018: una derrota anunciada y el extravío de


la izquierda.

No hay una razón única que explique la drástica caída del prd
en las elecciones de 2018, pero las diversas explicaciones se

26
Un recuento de las elecciones de 2015 en la CdMx se encuentra en Peschard,
Jacqueline, “Elecciones en Ciudad de México: la lucha por la hegemonía”, en
Revista Configuraciones # 41, mayo-agosto 2016, pp.25-34

273

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condensan en una circunstancia: su división interna y la forma-
ción de Morena bajo la dirección de quien había sido el here-
dero del liderazgo personalista de Cuauhtémoc Cárdenas. La
incapacidad del partido para delinear y aplicar fórmulas para
procesar sus diferencias internas y para resolver los dilemas
de los procesos de selección de candidatos y de relevo de diri-
gentes impidieron que el prd se mantuviera articulado institu-
cionalmente, para seguir siendo electoralmente competitivo y
reclamar para sí la representación de una izquierda partidaria.
La dificultad histórica que tuvo el prd para traducir en ba-
ses de legitimidad sus mecanismos internos de recuento fue de-
teriorando a la élite partidaria a los ojos de sí misma y de sus
bases sociales. La imposibilidad de institucionalizar sus reglas
y procedimientos internos para dar garantías a todas las frac-
ciones de que eran tomadas en cuenta en la toma de decisiones
y que el partido no se movía hacia una tendencia oligárquica,
llevaron al prd a postular a candidatos que provinieran de fue-
ra de su estructura. Ejemplo de lo anterior fue la candidatura de
Miguel Angel Mancera para Jefe de Gobierno del df en 2012,
una figura sin afiliación al prd.
El triunfo de Mancera como Jefe de Gobierno estuvo res-
paldado por una coalición que ya era común para el prd —con
pt y mc- y su votación fue la más alta en la historia de dicho
cargo, (63.58% de los votos), con un margen de victoria fue
de más de 40 puntos porcentuales sobre su más cercano segui-
dor —el pri, en alianza con pvem y pnal. Ello confirmó que
el prd tenía un bastión electoral privilegiado en la capital del
país y que sus aliados reivindicaban, en general, una bandera de
izquierda. (Cuadro 2)
En el plano de la elección presidencial de 2012, la fracción
dirigente del prd, Nueva Izquierda, condujo al partido en res-

274

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paldo incondicional a amlo27 y aunque quedó a 6.7 puntos de
distancia del ganador, Enrique Peña Nieto, se colocó como la
segunda fuerza política con un 31.59% de votos. (Cuadro 1)
2012 fue la última ocasión en que el liderazgo personalista de
amlo convivió con la fracción dirigente del prd; a partir de
ahí arrancó el proceso de desprendimiento y de formación de
un nuevo partido, convocado por el líder de la ruptura.
La escisión que sufrió el prd y el registro de Morena en
2014 se debió en primer lugar a la renuencia de amlo de com-
partir la dirección del partido, ni con Nueva Alianza que era la
fracción dominante, ni con ninguna otra, en el entendido de que
en las dos elecciones presidenciales anteriores había demostra-
do su capacidad para movilizar por si solo a las bases perredis-
tas y desde ahí convocar a más votantes. Adicionalmente, los
problemas internos que se habían acumulado en el prd habían
generado fuertes agravios entre los diferentes grupos que re-
dundaron en el debilitamiento no sólo de los cuadros dirigen-
tes, sino del partido en su conjunto.
El golpe que Morena asestó al prd se evidenció desde las
primeras elecciones en las que el nuevo partido participó; las
intermedias de 2015, sin embargo, mantener la Jefatura de Go-
bierno del df dotó al partido de un importante capital político
y de la administración de recursos gubernamentales, para im-
pulsar ciertas políticas a favor de su maquinaria, así como para
armar alianzas con el gobierno federal encabezado por el pri
—el Pacto por México había sido ejemplo claro de este tipo
de alianza—. Con ello, el prd pudo liderar una nueva reforma

27
Hay que recordar que el Jefe de Gobierno saliente, Marcelo Ebrard, había ma-
nifestado su deseo de postularse a la candidatura presidencial y al final cedió el
lugar a amlo.

275

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política para el df que buscaba que su partido contara con un
mayor margen de maniobra en el centro político del país. La
reforma se orientaba a reforzar el estatuto jurídico y político
de la capital, dotándola de una Constitución propia y de es-
tructuras de gobierno descentralizadas y colegiadas (alcaldías
con gobiernos colegiados) que el prd apostaba apropiarse para
fortalecer su influencia política en la Ciudad de México, que
adquiriría el estatuto de entidad federativa de pleno derecho.28
Todo el proceso de reforma dio relieve al gobierno capita-
lino y, en particular a su titular, Miguel Angel Mancera. Des-
de el mecanismo para integrar la Asamblea Constituyente que
sólo en un 60% fue electivo, pasando por la propuesta del texto
constitucional que fue atribución del Jefe de Gobierno y que
le permitió erigirse en el convocante de un grupo amplio de
expertos que pusieron reflectores en el proceso, el trayecto
de reforma fue ocasión para reforzar el liderazgo de Mance-
ra dentro del prd. Sin embargo, el desarrollo de la Asamblea
Constituyente evidenció la fuerza de atracción que tenía amlo
para llevar a las filas de Morena a importantes figuras del prd,
incluso a algunos constituyentes que habían sido nombrados
directamente por Jefe de Gobierno capitalino.29 En realidad, la

28
La reforma constitucional del df de 2016 otorgó a la CdMx, además de una
Constitución propia, el carácter de entidad federativa con potencial para ser con-
tabilizada en la determinación de reformas constitucionales que requieren del res-
paldo de la mitad más uno de las entidades federativas. Art. 122 constitucional.
29
De los 100 diputados que integraron la Asamblea Constituyente de la CdMx
2016-2017, 60 surgieron de una elección popular (5 junio 2016), 14 fueron nom-
brados por el Senado y 14 por la Cámara de Diputados, 6 por el Presidente de la
República y 6 por el Jefe de Gobierno. Esta fórmula permitió que el pri y el pan
contaran con más representantes designados que los surgidos del voto capitali-
no, mientras que Morena tuvo 22, todos emanados de la elección. El prd obtuvo
19 por elección y 4 por designación. Cabe señalar que los 6 designados por el

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Asamblea Constituyente fue el escenario de la transición hacia
el encumbramiento de Morena en la nueva Ciudad de México.
A pesar de que el trayecto de la reforma política del df cum-
plió su propósito de darle espacio mediático y político al Jefe
de Gobierno, a la larga la reforma fue poco significativa res-
pecto de la postulación del candidato presidencial del prd, en
buena medida porque lo que estuvo en juego en 2018 fue cómo
hacer frente a la candidatura de amlo.
La elección presidencial de 2018 tuvo un carácter plebiscita-
rio, ya que la disputa por la primera magistratura giró a favor o
en contra de la figura de amlo. En ese contexto, a diferencia de
las alianzas que el prd había firmado tradicionalmente en elec-
ciones presidenciales y de gobierno capitalino —con partidos
autoidentificados como de izquierda como el pt o Convergencia/
Movimiento Ciudadano—, en esta ocasión optó por una alianza
pragmática con el pan, a la que se sumó Movimiento Ciudadano,
“Por México al Frente”, con objeto de acumular fuerzas.
El arrastre de la candidatura de López Obrador se evidenció
en el hecho de que ganó en todas las entidades federativas, ex-
cepto Guanajuato y además su fuerza se extendió a las eleccio-
nes locales concurrentes y la de la CdMx no fue la excepción30.
Mientras en el plano nacional, amlo ganó la Presidencia con
53.19%, en la capital ­—bastión histórico de su partido origina-
rio— recibió 4.5 puntos más (57.69%). Pero, algo semejante

Jefe de Gobierno, 3 se convertirían en candidatos a cargos de elección por Mo-


rena en 2018 ( Muñoz Ledo, Encinas y Sánchez Cordero). https:// expansión.mx,
2016/09/14 Una relación de dicho proceso se encuentra en Peschard, Jacqueline,
“Elecciones en Ciudad de México: la lucha por la hegemonía”, en Configuracio-
nes, Núm. 41, mayo-agosto 2016, pp.25-24
30
La Coalición Juntos Haremos Historia ganó 5 de los 9 gobiernos en juego – y la
mayoría en 19 congresos locales.

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sucedió con el candidato apoyado por la coalición “Por Méxi-
co al Frente” (pan,prd y mc) en la que participaba el partido
fuerte de la capital, pues Ricardo Anaya obtuvo 7.6 puntos más
en la CdMx (29.9%) que en el conjunto nacional (22.28%). Sin
duda, esta diferencia se explica por el respaldo que recibió di-
cho candidato de los restos de la base social capitalina del prd.
(Cuadro 1).
Este tipo de coaliciones de 2018, pragmáticas y no ideo-
lógicas- no eran inéditas; tuvieron un antecedente en las elec-
ciones locales de 2016 y 2017 cuando el pan y el prd postu-
laron candidatos a gobernador para ganarle al pri, que, en al-
gunos casos habían sido exitosas (Puebla, Veracruz, Durango,
Quintana Roo en 2016 y Nayarit en 2017). Empero, más allá
del desempeño poco exitoso de “Por México al Frente”, por-
que aunque quedó en segundo lugar, la distancia respecto del
ganador fue de 30 puntos, como partido político, la actuación
del prd fue desastrosa, pues se desplomó nacionalmente. En
las elecciones para el Congreso federal, la votación del prd
apenas alcanzó un 5.27% de los votos, con lo cual perdió su
posición como una de las tres principales fuerzas políticas,
para quedar desplazado al grupo de los partidos con vota-
ciones marginales, apenas por encima del 3% requerido para
mantener el registro oficial (mc con 4.4%, pvem con 4.7%, y
pt con 3.9%).
En las elecciones locales de la CdMx, la candidata de la
coalición “Por la Ciudad de México al Frente”, promovida
por el prd para competir por la Jefatura de Gobierno, ob-
tuvo un porcentaje importante de votos -31.1% y una mejor
posición que la obtenida por el candidato presidencial de la
coalición –el panista Ricardo Anaya- en la misma ciudad
(23.9%). Sin embargo, Alejandra Barrales, quedó a 16 pun-

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tos de distancia de la candidata ganadora de la coalición lo-
pezobradorista (Claudia Sheinbaum) quien obtuvo el 46.6%
de los votos. Empero, su triunfo no alcanzó el porcentaje de
votos que amlo recogió en dicha entidad para la Presidencia
—57.69%—. (Cuadros 1 y 2). Con todo y el arrastre de la
candidatura de amlo, la votación de la candidata de Morena
y sus aliados en la CdMx no superó la votación del prd en su
primera elección en el df, en 1997 (48.11%), ni tampoco la de
2012 (63.5%). La brecha entre las dos candidatas muestra que
si bien no hubo efectivamente un contexto de competitividad
efectiva para el gobierno de la CdMx, la gran oleada lopezo-
bradorista no pudo borrar por completo la huella del prd en
la capital.
De nueva cuenta, el relativamente buen desempeño de la
candidata Barrales en la CdMx contrasta con los resultados que
se registraron para la integración del nuevo Congreso de la Ciu-
dad, pues Morena obtuvo el 57% de los votos y la mayoría ab-
soluta de las curules (38/66), dejando en su mínima expresión
al prd. En cuanto a la elección de las nuevas alcaldías, Morena
y sus aliados ganaron 11 de las 16 con votaciones entre el 42%
y el 52%, abarcando las diversas zonas de la ciudad, desde las
alcaldías centrales de Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, hasta las
zonas más populares como Iztapalapa, Tlahuac o Xochimilco.
“Por la CdMx al Frente”, en cambio, sólo ganó 4 alcaldías en
zonas tradicionalmente panistas como Benito Juárez y Coyoa-
cán. (Cuadros 3 y 4)
Es difícil estimar si la alianza pragmática del prd en 2018
tuvo algún efecto negativo sobre los votantes tradicionales del
partido en la CdMx, es decir, si los capitalinos castigaron al
prd por aliarse con un partido que no compartía los ideales de
la izquierda, sobre todo porque enfrente estaba Morena que se

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Cuadro 4 Triunfos en Jefaturas delegacionales y Alcaldías de la Ciudad de México (2000-2018)

Delegación 2000 2003 2006 2009 2012 2015 2018


prd- prd- pt-
Álvaro
pan 36% prd 44.46% pt- 50.19% prd-pt 37.59% pt- 49.93% prd-pt
23.98% MOR- 42.58%
Obregón
CONV mc PES
prd- prd- pt-
Azcapotzalco pan 43.90% prd 41.34% pt- 45.99% prd 30% pt- 50.09% MORENA 25.63% MOR- 49.88%
CONV mc PES

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pan-
Benito Juárez pan 43.90% pan 40.74% pan 46.51% pan 40.66% pan 39.69% pan 38.84% prd- 47.68%
mc
prd- prd- pan-
prd-pt-
Coyoacán prd 36.70% prd 45.46% pt- 50.14% 37.49% pt- 53.19% prd-pt 25.05% prd- 46.12%

280
CONV
CONV mc mc
prd-
pri-
Cuajimalpa pan 35.70% prd 40.79% pt- 37.01% pan 41.24% 36.93% pri-pvem 33.77% pri 37.63%
pvem
CONV
prd- prd- pt-
Cuauhtémoc prd 32.50% prd 53.28% pt- 49.30% prd 30.90% pt- 52.88% MORENA 29.42% MOR- 52.50%
CONV mc PES
prd- prd- pt-
Gustavo A.
pan 35% prd 47.61% pt- 54.84% prd 35.09% pt- 58.64% prd-pt 25.18% MOR- 48.91%
Madero
CONV mc PES
prd- prd- pt-
Iztacalco prd 33.70% prd 51.31% pt- 54.27% prd 32.52% pt- 53.85% prd 24.02% MOR- 48.01%
CONV mc PES

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prd- prd- pt-
prd-pt-
Iztapalapa prd 39.10% prd 55.79% pt- 60.54% pt 31.18% pt- 64.11% 36.83% MOR- 48.22%
panAL
CONV mc PES
La prd- prd- pt-
Magdalena prd 32.40% prd 42.47% pt- 53.30% prd 32.18% pt- 51.10% pri-pvem 26.74% MOR- 45.12%
Contreras CONV mc PES
prd- pt-
Miguel
pan 41.90% pan 39.05% pan 43.05% pan 39.41% pt- 44.19% pan 32.98% MOR- 42.17%
Hidalgo
mc PES

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prd- prd- pan-
prd-
Milpa Alta prd 50.10% pri 35.68% pt- 45.09% 36.68% pt- 47.82% pri- pvem 33.92% prd- 37.80%
pt
CONV mc mc

prd- prd- pt-

281
prd-
Tláhuac prd 37.50% prd 49.17% pt- 54.57% 41.67% pt- 49.43% MORENA 30.45% MOR- 47.84%
pt
CONV mc PES

prd- prd- pt-


Tlalpan prd 34.50% prd 43.93% pt- 53.27% prd 30.33% pt- 56.78% MORENA 29.48% MOR- 52.58%
CONV mc PES
prd- prd- pan-
Venustiano
pan 35.80% prd 46.61% pt- 51.99% prd 38.11% pt- 61.14% prd-pt 33.96% prd- 45.69%
Carranza
CONV mc mc
prd- prd- pt-
Xochimilco prd 41.60% prd 45.98% pt- 60.58% prd 36.85% pt- 57.03% MORENA 29.54% MOR- 44.81%
CONV mc PES

Fuente: elaboración propia con base en datos del IEdf e IECM.

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ostentaba como el nuevo abanderado de dicha corriente políti-
co-ideológica.31 Más allá de tal posibilidad, perder el manejo de
los recursos gubernamentales y de las antiguas delegaciones sí
afectó severamente la lógica de poder que el prd había recrea-
do en el df durante sus veinte años de hegemonía en la capital.
Las organizaciones territoriales, artífices de las redes cliente-
lares más arraigadas en la entidad entendieron el mensaje de
quién manejaría de ahí en adelante los recursos económicos y
los cargos a repartir.
La oleada lopezobradorista se apoderó de la maquinaria po-
lítica del prd, pero también del espacio ideológico que había
ocupado durante la transición a la democracia y en los veinte
años posteriores. Sin embargo, las políticas de izquierda moder-
na, particularmente las relativas a la promoción de los derechos
de las minorías, que habían animado los gobiernos perredistas
en la CdMx no fueron recogidas por las líneas programáticas
de Morena de manera clara. El ropaje de izquierda de Juntos
Haremos Historia fue más retórico que puntual, sin embargo,
quizás sea más justo afirmar que la erosión y el extravío de la
izquierda partidaria en la Ciudad de México no comenzó con la
escisión del prd, sino que fue gestándose con saltos y retroce-
sos a lo largo de sus treinta años de vida como partido político.

31
De las entrevistas realizadas para su trabajo, Héctor Tejera, afirma que algu-
nas organizaciones territoriales argumentaron que sí le reclamaban al prd haberse
aliado a la derecha, abandonado su postura de izquierda. op. cit., p 251

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Entre la confrontación y el pacto,
una institucionalidad deformada: caudillismo,
lucha de clientelas y estrategia política en el prd
Jorge Javier Romero Vadillo

E l Partido de la Revolución Democrática nació de un cata-


clismo político: el de 1988, la primera fractura en 36 años
de la coalición que había controlado al Estado mexicano desde
el pacto político de 1946. Un terremoto electoral que fracturó
profundamente al partido del régimen, el pri y que tendría con-
secuencias de largo plazo en la manera en la que el país transi-
tó de un sistema de partido hegemónico, prácticamente único,
con protecciones electorales que lo blindaban de la competen-
cia y con un control ex post de los resultados electorales, que
en aquel año llegó a su límite.
Aquel hecho fundacional, atribuible a la ruptura en el seno
de la elite política que, por décadas, había vivido de la captura y
distribución de rentas, aliada a una elite económica que medró
gracias a las protecciones que la elite política les vendía —lo
que incluía una fuerza de trabajo barata y poco rijosa, que había
perdido toda independencia política desde el pacto corporativo
de 1938, cuando se sujetó al movimiento obrero al control del
Estado—, tuvo un efecto magnético que atrajo a la mayoría
de la fragmentada y débil izquierda independiente, que a duras
penas se había ido abriendo un espacio electoral a partir de la
reforma política de 1977, cuando el régimen suavizó el férreo

283

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proteccionismo que la había excluido incluso de la ficción elec-
toral en la que solo participaban sus comparsas.
Así, la fundación del prd, en mayo de 1989, fue producto de
la confluencia de dos fenómenos: uno, de lento procesamiento,
que había arrancado con la disolución del Partido Comunista
Mexicano, en noviembre de 1981, y su fusión con otros grupos
de la izquierda independiente con orígenes en tradiciones dis-
tintas, desde la ortodoxia marxista-leninista hasta la socialde-
mocracia; el otro, la súbita fractura del pri, producto de la crisis
política y económica que enfrentó el régimen a partir de 1982.
La manera en la que se construyó orgánicamente el nuevo par-
tido —como una coalición de grupos con diversas tradiciones
y prácticas políticas, unidos en torno a Cuauhtémoc Cárdenas,
quien emergió como figura política de talla nacional durante
la campaña de 1988— reflejó no solo las enormes diferencias
de objetivos y de programa entre sus fundadores, sino también
mucho de la tradición política mexicana de intermediación en-
tre clientelas políticas, arraigada desde el siglo xix, expresión
de la manera en la que el Estado había lidiado tradicionalmente
con sus problemas de agencia y con la enorme desigualdad eco-
nómica y cultural del país.
Este ensayo parte de la idea de que, en el origen mismo del
prd, con su incapacidad para procesar sus diferencias internas
por una vía institucional distinta a la del arbitraje caudillista en-
tre grupos con control clientelista, está la causa de su declive.
Para tratar de entender ese proceso parto, primero, del análisis
de los dos fenómenos que le dieron origen al prd y de la mane-
ra en la que cada uno de ellos dejó su impronta en la construc-
ción institucional de la organización.
Para entender el rompimiento del pri en 1987, que llevó
a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, es indis-

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pensable comprender a grandes rasgos el arreglo político de
la época clásica del régimen y la manera en la que comenzó
a fracturarse. Las fisuras comenzaron en la década de 1970,
cuando se agotó el crecimiento basado en la industrialización
orientada al mercado interno, en buena medida debido a que
ni los trabajadores industriales ni, mucho menos, los campe-
sinos, accedieron al consumo de los bienes producidos por la
industria protegida y esta, en medio de una crisis económica
mundial, no tuvo capacidad alguna para reconvertirse en ex-
portadora.
Aquellos barruntos de crisis económica, agudizados hacia
1976, se conjuntaron con el deterioro del control político del
partido del régimen, que estaba perdiendo a las nuevas gene-
raciones, cada vez menos susceptibles de ser encuadradas en
corporaciones controladas por el Estado. La rebelión juvenil de
1968 se había radicalizado, incluso con brotes guerrilleros, y en
el movimiento sindical se expandieron las reivindicaciones de
libertad y democracia interna.
El sistema electoral proteccionista, diseñado desde 1946
para evitar que el pri tuviera que enfrentar cualquier oposición
relevante, con algunas reformas para matizar los tonos de régi-
men de partido único, también acabó dando de sí en las elec-
ciones de 1976, donde solo compitió oficialmente el candidato
del pri a la presidencia, mientras desde la izquierda, el Partido
Comunista realizó una exitosa campaña para mostrar la injusti-
cia de su exclusión electoral. La respuesta del régimen, tanto a
la crisis política como a la económica, mostró unos de sus ras-
gos más notables: su flexibilidad y capacidad de reforma, ca-
racterísticas que explican en buena medida su larga estabilidad
y su capacidad de supervivencia, incluso más tarde, durante los
momentos más adversos de la caída económica.

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El pri logró evitar el surgimiento de coaliciones contrahe-
gemónicas durante más de tres décadas, gracias a una legis-
lación fuertemente proteccionista que cancelaba las opciones
de salida para su disidencia y que obstaculizaba la libertad de
organización por medio del mecanismo de registro de partidos
que. Desde 1958, los candidatos del pri solo tuvieron enfrenta
la oposición testimonial y controlada del pan, mientras que el
resto de los partidos registrados servían de comparsas al gran
espectáculo de la renovación del poder sexenal priista.
Sin embargo, las elecciones de 1976 hicieron evidente la
mascarada electoral recurrente y la necesidad de abrir nuevos
cauces para que la oposición al régimen se manifestara de ma-
nera pacífica. La alternativa pudo ser un aumento de la repre-
sión, como ocurrió en buena parte de América Latina bajo los
regímenes militares que proliferaron en aquellos tiempos con
el pretexto de contener la subversión comunista. Surgido de un
pacto en el que los militares aceptaron su subordinación al po-
der civil, el régimen del pri optó, en cambio, por la liberaliza-
ción y emprendió una ambiciosa reforma política, que, empero,
no ponía en riesgo su control gubernamental o legislativo, ni
federal ni local.
El éxito de la reforma hizo evidente que la vía electoral era
transitable para ampliar los espacios de contestación al régi-
men, pues por una parte, de manera gradual la izquierda fue
abandonando el abstencionismo electoral, mientras que, por
otra, en los años siguientes Acción Nacional pasó de ser una
oposición testimonial de la derecha católica a convertirse en
una fuerza capaz de canalizar, también a través de los comicios,
la desafección empresarial y de capas medias, distanciadas del
régimen como producto de la nacionalización de la banca y
la crisis económica que estalló en 1982. Ambos procesos –la

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incorporación de la izquierda a la competencia electoral y la
eclosión de un auténtico polo opositor de la derecha dispuesto a
competir por los votos con el pri– marcaron el largo proceso de
transición democrática en la que México se vio inmerso a partir
de la década de 1980 y fueron determinantes en la formación y
desarrollo del prd.
Aquellos años de crisis económica y política pusieron punto
final al régimen del pri en su forma clásica, pues condujeron a
la pérdida de su monopolio electoral y abrieron una importante
opción de salida para sus disidencias sucesivas. Vale la pena
tratar de manera sucinta tanto el proceso de transformación que
vivió la izquierda como los cambios en la competencia electo-
ral de la década de 1980, de los que el pan fue el principal pro-
tagonista, pues ellos explican el cataclismo electoral de 1988 y
la manera en la que evolucionó el prd, frente a sus antagonistas
políticos, el pan y el pri.

La larga marcha de las izquierdas

Las elecciones de 1979, a pesar de ser intermedias y de que


solo se elegían diputados federales, representaron un momen-
to histórico. Después de 33 años de ausencia en los procesos
electorales formales, el Partido Comunista Mexicano volvió a
aparecer en las boletas y obtuvo cerca de un millón de votos,
equivalente a poco menos del cinco por ciento de la votación
total efectiva.
Las elecciones de 1979 representaron no solo la apertura del
régimen, sino también la conclusión de un prolongado tránsi-
to transformador de los comunistas mexicanos, que desde un
par de décadas atrás habíaan comenzado a moverse de un pro-

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sovietismo totalmente acrítico hacia posiciones cada vez más
identificadas con lo que por aquellos años era la corriente euro-
comunista, encabezada por el Partido Comunista Italiano, que
a partir de la crítica a la Unión Soviética había adoptado posi-
ciones cercanas a las de la socialdemocracia.
La incorporaciónn de los comunistas a las contiendas elec-
torales en México significó un soplo de aire fresco en el enra-
recido clima del autoritarismo priista, al tiempo que condujo a
que el propio pcm decidiera su autodisolución un par de años
después, en 1981, para confluir con otros grupos en el Partido
Socialista Unificado de México (psum), con la intención de
construir un polo electoral de izquierda democrática, a pesar
de los resabios estalinistas que todavía subsistían en muchos
de sus integrantes. La unión no solo se construyó con base en
partidos de tradición marxista–leninista, sino también con las
visiones novedosas aportadas por el grupo proveniente del Mo-
vimiento de Acción Popular, de orientación socialdemócrata.
El psum nació como un proyecto modernizador de la izquierda
mexicana, comprometido con la política electoral y con una
agenda reformista.
El trayecto del psum fue bastante accidentado, pues obtuvo
un resultado modesto en los comicios de 1982 —poco menos
del cuatro por ciento— y pronto vivió escisiones, además de
que debió competir por el electorado de izquierda con otros
grupos de izquierda, al principio reacios a transitar por una vía
electoral de dudosa certeza y baja legitimidad: en 1982 el Par-
tido Revolucionario de los trabajadores (prt) se quedó con un
1.5% por ciento de los votos de la izquierda, mientras que en
1985 el Partido Mexicano de los Trabajadores —dirigido por
Heberto Castillo, que había rechazado participar en la reforma
política de 1977 y que en 1981 defeccionó del proceso unita-

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rio— logró capturar otro punto y medio porcentual, el mínimo
para acceder al reparto de escaños en la Cámara de Diputa-
dos, siempre a costa del mismo electorado que en 1979 le había
dado cerca del cinco por ciento al pcm.
El caudal total de votos de la izquierda, sumados el Parti-
do Popular Socialista, tradicional comparsa del pri, y el Partido
Socialista de los Trabajadores, del cual me ocuparé enseguida,
apenas alcanzaba el ocho por ciento, dividido entre un variopin-
to conjunto de siglas, de ahí que en 1987 la dirección del psum
optara por dar paso a un nuevo proceso de ampliación para par-
ticipar en las elecciones de 1988 con una corriente electoral más
vigorosa, y buscó un nuevo proceso unitario con el Partido Mexi-
cano de los Trabajadores.
De aquel proceso de fusión surgió el Partido Mexicano So-
cialista, que sería una de las fuentes de las que abrevaría el
Partido de la Revolución Democrática en su fundación cerca
de dos años más tarde. El pms fue una coalición de grupos de
izquierda mal amalgamados, que tuvo tres afluentes principa-
les y otros menores. La corriente más importante era la pro-
veniente del psum, que en sí mismo era un partido plural, con
grandes diferencias internas, donde predominaban los excomu-
nistas, pero que en esencia era un partido de militantes, sin re-
des clientelistas significativas, después de que en 1985 uno de
los grupos fundadores de 1981, el encabezado por Alejandro
Gascón Mercado, con importantes redes de clientelas campe-
sinas, había roto con la organización. También era un partido
de militantes individuales el Partido Mexicano de los Trabaja-
dores, dirigido por Heberto Castillo, quien sería el candidato
a la Presidencia de la República que terminaría declinando en
favor de Cuauhtémoc Cárdenas en un hecho que sería cardinal
para la formación posterior del prd. El tercer afluente relevante

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provenía, en cambio, del Partido Socialista de los Trabajadores
y contaba con una importante base de clientelas campesinas y
urbanas y, a la postre, acabó por ser al paso de los años, una red
determinante en el desarrollo orgánico del prd. Otras de las co-
rrientes fundadoras del pms provenía de un grupo, encabezado
por Jesús Zambrano, que en los años setenta había optado por
la vía armada, pero que finalmente también acabó por aceptar
la vía electoral. Otros grupos de la izquierda radical también se
sumaron a aquel proceso unitario, cuyo objetivo inmediato era
presentar una candidatura presidencial atractiva para galvani-
zar el voto de izquierda. Heberto Castillo, el líder del pmt, fue,
efímeramente, la figura capaz de lograr ese objetivo.
Uno de los grupos que integraron el pms y que sería de-
terminante en el desarrollo ulterior del prd provenía de una
escisión del Partido Socialista de los Trabajadores, fundado en
1973, una de las organizaciones que obtuvieron su registro con
la reforma política de 1977 y que desde 1979 tuvo representa-
ción parlamentaria. Se trataba de una organización nacida con
el cobijo del gobierno de Luis Echeverría, que los apoyó con
recursos para construir una fuerza nacional con clientelas cam-
pesinas de solicitantes de tierras y de precaristas urbanos de
migración reciente movilizados por la oferta de conseguir vi-
vienda. La interlocución con el gobierno nacional y con varios
gobernadores les permitió también satisfacer algunas de las de-
mandas sus clientes. Así construyó su base social el pst en un
escenario partidista flaco de militancia.
La reforma política de 1977 fue un momento clave para la
institucionalización del pst. La mayoría de los dirigentes del
partido eran muy jóvenes, aunque entre ellos prácticamente
ninguno había participado en el movimiento de 1968; la ma-
yoría de los cuadros operativos eran jóvenes de clase media

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provenientes de ciudades medias, con algunos estudios univer-
sitarios truncos y sin militancia política previa, más allá de gru-
pos estudiantiles. Algunos eran maestros de normales rurales.
La segunda figura del partido era Graco Ramírez, quien años
después sería gobernador de Morelos por el prd y que en la
campaña electoral de 1979 fue la principal cara electoral del
pst, como candidato en el primer lugar de la lista de repre-
sentación proporcional de la circunscripción con cabecera en
la Ciudad de México y una campaña con cierta notoriedad en
un distrito de Coyoacán. El pst logró entonces diez diputados.
De esos, cuatro eran producto de alianzas y seis provenían de
la estructura propia del partido, entre ellos estaba ya un joven
Jesús Ortega, proveniente de Aguascalientes y cuyo hermano,
Antonio, había construido una importante base clientelista al-
rededor de la Colonia Insurgentes, formada por una invasión
de tierras que fue regularizada posteriormente por el gobierno
local. Estos tres serían después dirigentes muy relevantes del
prd. También se formaron en la escuela del pst y crearon ahí
sus vínculos y sus bases otros cuadros que formarían parte del
núcleo duro de la que sería la corriente Nueva Izquierda del
prd, como Carlos Navarrete y Miguel Alonso Raya.
La forma de actuación no electoral del pst era la típica del
sistema de intermediaciones de la época clásica del régimen
del pri: un líder movilizaba a un grupo de solicitantes con
alguna demanda que solo el Estado podía satisfacer, general-
mente tierras para campesinos desposeídos o para migrantes
del campo a la ciudad que requerían viviendas. Algunas veces
invadían los terrenos a los que aspiraban o hacían marchas y
bloqueos, para que los dirigentes negociaran con las autorida-
des. Durante los tiempos de Echeverría y de López Portillo la
estrategia resultó redituable. Su base era tan inestable como

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las demandas en torno a las cuales se articulaba, pero le per-
mitía a los dirigentes nacionales y locales conseguir preben-
das y recursos de las autoridades, mientras proclamaban su
alianza con el “sector nacionalista revolucionario del pri, en
su conflicto interminable con el “sector proimperialista y bur-
gués” del partido del régimen.
Su capacidad de movilización se comenzó a hacer nota-
ble desde los momentos previos a la reforma de 1977, siem-
pre con recursos proporcionados por los gobernadores de los
estados con los que entablaban relaciones cordiales —no to-
dos, pues algunos fueron bastante hostiles—, dependencias
del gobierno federal o sindicatos oficialistas con los que la
dirección (Talamantes) planteaba la necesidad de construir
una alianza.
Siempre sobre el pst planeo cierta sombra de sospecha por
sus vínculos con el régimen. Se le acusaba de ser el relevo del
Partido Popular Socialista, que al menos desde 1960 había
sido comparsa del pri y había apoyado a los sucesivos can-
didatos oficiales a la presidencia. Así, los cuadros pesetistas
nunca tuvieron buen cartel entre la izquierda independiente.
Por su parte, Aguilar Talamantes se opuso reiteradamente a
cualquier acercamiento a los comunistas y su entorno, pues
consideraba que la alianza estratégica se debía construir con
el “sector nacionalista revolucionario del pri”. Cuando en
1981 el Partido Comunista abrió el proceso de confluencia del
que surgiría el psum no hubo ningún intento de acercamiento
con el pst, el cual descalificó como una mera “sopa de letras”
el proceso de fusión del que surgiría el Partido Socialista Uni-
ficado de México.
El pst continuó con su ruta de construcción con base en un
modelo de articulación de redes de clientelas y su estrategia de

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invasiones de terrenos y movilizaciones. Sin embargo, el go-
bierno de Miguel de la Madrid ya no fue tan propicio para ellos
y hubo un evidente alejamiento. Después de 1985, el partido se
fracturó. Talamantes decidió transformar la parte que se man-
tuvo leal a él en Frente Cardenista de Reconstrucción Nacio-
nal, mientras que un fuerte grupo de disidentes, encabezados
por Graco Ramírez, Jesús Ortega y Pedro Etienne convergie-
ron en 1987 en el nuevo proceso de unidad del que surgió el
Partido Mexicano Socialista (pms), donde se fusionaron junto
con el psum, el pmt y otros grupos, algunos provenientes de la
guerrilla, como el encabezado por Jesús Zambrano, el Partido
Patriótico Revolucionario, el segundo afluente de lo que final-
mente sería la corriente Nueva Izquierda del prd, mejor cono-
cida como “los chuchos”.
El pms fue, finalmente, un proyecto efímero que no se insti-
tucionalizó por el cataclismo electoral de 1988. El surgimiento
de la candidatura presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas, pro-
ducto de la primera escisión relevante del pri en cuarenta años,
trastocó completamente la ruta de unidad de la izquierda, al
grado de que Heberto Castillo, en torno a cuya candidatura ha-
bía girado el proyecto unitario, tuvo que retirarse de la contien-
da para sumarse a regañadientes a la avalancha cardenista. Sin
embargo, el pms acabó siendo un afluente principal en la cons-
trucción del prd, no solo porque fue su registro el que permitió
que el nuevo partido se constituyera legalmente, sino porque de
ahí surgieron buna parte de los cuadros y las redes de clientelas
que le dieron vida permanente, en la medida en que muchos
de quienes rompieron con el pri en 1987 y participaron en la
campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 volvieron al redil
oficialista cuando les ofreció empleo el gobierno de Carlos Sa-
linas de Gortari.

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De manera paralela, la crisis de 1982 y la nacionalización de
la banca con la que López Portillo pretendió enfrentarla provo-
caron una ruptura profunda en el arreglo político, pues buena
parte del empresariado, socio externo pero fundamental de la
coalición de poder desde el pacto de 1946 del que nació el pri,
optó por usar la vía electoral abierta con la reforma política
para confrontar al régimen. La elección presidencial de 1982
no había representado reto alguno para el triunfo del candidato
del pri, a pesar de que desde principios de aquel año se esfuma-
ba la promesa de prosperidad del boom petrolero y de que, por
primera vez desde 1952, la oferta de candidatura presidenciales
fue variada. No fue sino después de la nacionalización de la
banca, en septiembre de aquel año, y de la quiebra económi-
ca del país, que se dio la ruptura definitiva del pacto de 1946
entre las elites empresariales y la coalición de poder. A partir
de entonces el pan se convirtió en el instrumento para que los
empresarios, sobre todo los de las industrias del norte del país,
y las clases medias desafectas comenzaran a manifestar su opo-
sición al régimen que consideraban los había traicionado. En
1983, Acción Nacional ganó buena parte de las elecciones lo-
cales en el norte del país, incluida buena parte de las capitales
estatales, y tuvo la mayoría de los votos en el estado de Chi-
huahua, donde ganó la capital y Ciudad Juárez, la más poblada
de la entidad.
Las elecciones locales comenzaron a ser cada vez más com-
petitivas y los procesos postelectorales se tornaron extremada-
mente conflictivos. La elección de gobernador de Chihuahua
en 1986, donde el pan presentó como candidato al alcalde de
Juárez, Francisco Barrio, figura emergente de lo que entonces
se conoció como neopanismo y que representaba el aborda-
je del viejo partido católico por figuras provenientes de las

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empresas privadas, pragmáticos y alejados del doctrinarismo
social cristiano, se convirtió en un momento crítico para el
sistema electoral controlado. A pesar del empuje de Barrio, el
gobierno impuso al candidato del pri. Un estudio pormenori-
zado de las evidencias de aquella elección, realizado por Juan
Molinar (Molinar: 1987), presentó evidencias para dudar del
resultado, en lo que quedó en el imaginario colectivo como un
fraude descomunal. Así la cosas, rumbo a la elección presi-
dencial de 1988 el pan y su candidato, Manuel J Clouthier, se
perfilaban como la opción que canalizaría la mayor parte del
descontento provocado en el país por la profunda crisis econó-
mica, agudizada por el terremoto de 1985, mientras que He-
berto Castillo se perfilaba como un candidato capaz de atraer
el voto de la izquierda e incluso ampliarlo. Sin embargo, los
acontecimientos siguieron una ruta muy distinta a la prevista
por la mayoría de los analistas.

La ruptura del pri

El hecho determinante que llevaría a la formación del prd fue


el cataclismo electoral de 1988. El descontento popular provo-
cado por la reestructuración de la economía tuvo su expresión
más virulenta en aquel año, tanto en la campaña presidencial
como en las elecciones y las movilizaciones posteriores en de-
fensa del voto. La candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la
Presidencia de la República resultó un detonante para la ex-
plosiva mezcla de resentimientos, encono social, marginación
política y daño económico generada por la crisis. El impacto de
la ruptura de la coalición de poder modificó sustancialmente el
equilibrio institucional y le restó estabilidad; a la vez, se pro-

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vocó una aceleración en la muda de términos en la confronta-
ción. Se abrió así una oportunidad de cambio que, sin embargo,
se acabó enfrentando a la dificultad de generalizar las rutinas
democráticas, debido a las inercias generadas por los compor-
tamientos políticos hasta entonces tradicionales y a las restric-
ciones del marco institucional existente.1
Merece la pena diferenciar entre las causas que hicieron
posible una candidatura de este tipo y los elementos que le
dieron fuerza, aunque al final ambas partes del fenómeno aca-
baron conjugándose. En primer término, la ruptura de Cár-
denas y su grupo con el pri fue una muestra evidente que
los mecanismos internos de control de la disidencia se habían
roto o, por lo menos, desgastado sustancialmente, en buena
medida porque la crisis había restado capacidad de maniobra
al régimen y ya no era posible hacer concesiones en cuestio-
nes de política económica y social a la izquierda del partido
sin poner en peligro la política de ajuste, al menos en la forma
por la que se había optado y, sobre todo, porque la capacidad
de reparto de empleo público entre todos los grupos había
quedado fuertemente limitada. Pero también se demostró que
la fluidez interna del pri había llegado a su límite, sobre todo
cuando las bases del consenso interno estaban en proceso de
transformación, precisamente por el cambio de rumbo políti-
co que la crisis había impuesto.

1
Es importante aquí tomar en cuenta que en los acontecimientos posteriores a las
elecciones de 1988 y en los conflictos poselectorales que se generalizaron des-
pués, la imposibilidad de alcanzar soluciones de compromiso reflejó no sólo la fal-
ta de instituciones de mediación eficaces en el régimen del pri, fuera de los causes
del partido hegemónico, sino también las limitaciones de parte del empresariado
político para negociar y seguir manteniendo la lealtad de sus bases. Esto ha sido
especialmente claro en el caso de los grupos que confluyeron en el Partido de la
Revolución Democrática.

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Parece evidente que el fracaso de la política económica de
López Portillo y la necesidad de sacar adelante la reestructu-
ración, llevaron a la cúpula de la burocracia, y por tanto a la
dirección real del partido del régimen, a una nueva genera-
ción que conjugaba su capacidad técnica con la pertenencia
a la clase política tradicional, ya sea por vía familiar o de
militancia, lo que desplazó al sector de la elite que aposta-
ba por mantener la preeminencia del Estado en la economía
como garantía de redistribución. El gobierno de Miguel de la
Madrid apostó por la reestructuración radical de la economía
y por los jóvenes tecnócratas capaces de defenderla. En el
momento de su sucesión, De la Madrid incumple, además, el
principio de recoger la pluralidad del pri para decidir quién
sería el candidato presidencial y confirma la exclusión de ope-
radores relevantes, mientras que los recortes en la burocracia
a partir de 1985, operados por quien resultó el candidato a la
presidencia del pri, Carlos Salinas de Gortari, generaron un
fuerte resentimiento entre muchos que hasta entonces habían
sido leales soldados del partido del régimen.
La ruptura provino de algunas personalidades destacadas
del partido que se presentaron defensoras de la política social
de la Revolución y que se oponían al ajuste económico por el
alto costo social que suponía, pero que en buena medida desa-
rrollaron su desafecto desde el desempleo al que los había con-
denado el relevo generacional y el giro político del gobierno de
De la Madrid.
Tras los líderes que protagonizaron la escisión Principal-
mente Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, se fue
un importante núcleo de operadores políticos, sobre todo del
Distrito Federal y de Michoacán, pero no sólo de esos estados,
pues también fue significativa la ruptura en el Estado de Méxi-

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co o en Veracruz, además del apoyo de ciertas dirigencias del
sindicalismo oficial.2 No obstante la magnitud de la sangría, la
división del partido no fue nacionalmente homogénea y en mu-
chas regiones apenas se notó.
La ruptura tuvo efectos significativos debido a que la reforma
de 1977 había representado un cambio institucional que deterio-
raba la férrea disciplina que a partir de los años de 1950 y hasta
entonces había podido mantener el pri. Al normalizar en buena
medida la competencia electoral, la posibilidad de jugar por fue-
ra de la coalición de poder se facilitó enormemente, sobre todo
porque las reglas se habían modificado lo suficiente como para
que el control ex post de los resultados no fuera tan sencillo como
antes. Además, la candidatura encontró rápido acomodo legal en
el espacio ampliado del sistema auxiliar de inclusiones. La de-
bilidad de un sistema de partidos poco implantado en la socie-
dad y que, a excepción de Acción Nacional, tenía poca tradición
electoral, permitió que la ruptura tuviera una repercusión mayor,
pues fue vista por los electores como la oportunidad de enfrentar
la política del régimen con alguna posibilidad de éxito, mientras
que las opciones tradicionales resultaban poco atractivas.
Por su parte, los partidos satélites del pri, que veían impo-
tentes su incapacidad de entrar en la disputa por los puestos de

2
Se ha hablado mucho del apoyo que el dirigente petrolero Joaquín Hernández
Galicia otorgó a la candidatura de Cárdenas; incluso, en los mentideros políticos
de aquellos tiempos se dijo que la detención de ese líder sindical —mejor conoci-
do como La Quina— en el segundo mes del gobierno de Carlos Salinas de Gortari
fue en realidad una represalia por haber roto las reglas de disciplina de la coalición
de poder. La verosimilitud de esta hipótesis se ve reforzada por el hecho de que
todos los dirigentes sindicales oficialistas recurren a los mecanismos distributivos
de La Quina y cometen ilegalidades muy similares, pero sólo contra él se ejerció
acción penal, lo que descarta cualquier intento serio de enfrentamiento contra la
impunidad del sindicalismo patrimonial por parte del gobierno de Salinas.

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representación, que se habían quedado sin los recursos que
de manera soterrada les entregaba el régimen para su sub-
sistencia, mientras enfrentaban la competencia de las fuerzas
emergentes, mejor vistas por el electorado, vieron en la can-
didatura de Cárdenas una tabla de salvamento para evitar su
extinción; de los tres partidos registrados que respaldaron la
campaña de Cárdenas en un primer momento, dos eran los
antiguos satélites del pri, el pps y el parm, que a duras pe-
nas habían sobrevivido a la apertura de la reforma política (el
parm incluso había tenido que ser artificialmente revivido)
mientras el tercero fue el Frente Cardenista de Reconstruc-
ción Nacional, la facción del pst que se había mantenido leal
a Aguilar Talamantes. Ninguna de estas formaciones tenía el
vigor suficiente para capitalizar el descontento popular y tra-
ducirlo en votos. Así, la personalidad de Cárdenas —que con-
jugaba su propia trayectoria política con su estirpe familiar y
con los operadores políticos salidos del pri tras de él, con una
importante cauda de redes de clientelas— se presentaba como
una oportunidad difícil de despreciar.
La campaña de Cárdenas logró un arrastre popular inusi-
tado y creció como bola de nieve. El hecho mismo de que se
tratara de una figura destacada del partido oficial que decidía
romper y jugar por fuera le dotaba de empuje electoral en-
tre sectores medios que le concedían posibilidades de triunfo
—una suerte de voto útil—, como había ocurrido en 1940 y
1952. Pero un factor clave de la fuerza del fdn fue la disputa
por la legitimidad fundacional del Estado mexicano. Por un
lado, la personalidad de su candidato permitió atraer a grupos
populares que lo identificaban con la auténtica Revolución, la
de las reformas sociales de los años de 1930; por otra parte,
su discurso electoral se basó en la defensa radical del nacio-

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nalismo revolucionario, es decir, de la lógica del modelo eco-
nómico que parecía ya inviable desde 1982. Paradójicamente
esta apuesta ¾una de las razones del fuerte apoyo obtenido
en 1988 por el cardenismo¾ fue una de las causas del declive
del prd cuando las reformas de Carlos Salinas comenzaron a
gozar de popularidad.
El éxito electoral de la candidatura de Cárdenas resulta
inexplicable sólo a partir de una extraordinaria movilización
del voto ciudadano. En realidad, la clave para entender parte
del empuje del fdn radica en analizar la escisión priísta. Tras
Cárdenas y Muñoz Ledo, se fueron, como he señalado arriba,
grupos significativos de operadores que hasta entonces habían
jugado sus cartas dentro de los mecanismos disciplinarios del
pri. Pero no se puede perder de vista que los instrumentos a la
mano de esos cuadros políticos para asegurar su representación
no han sido nunca los votos; mejor dicho, no han sido los votos
ciudadanos tal y como se entienden en las democracias. Los
cuadros salidos del pri entre la ruptura de 1987 y las eleccio-
nes de 19883 se llevaron tras de sí a sus clientelas, pero también
los mecanismos con los que las redes clientelares arman los
resultados electorales. Así, una parte importante de la votación
de Cuauhtémoc Cárdenas fue producto de los mismos procedi-
mientos mediante los cuales el pri conseguía su copiosa vota-
ción, pues los operadores de la campaña del fdn sólo contaban
entre sus repertorios estratégicos con su experiencia inmediata.
No es casual que los mejores resultados de Cárdenas se hayan
concentrado ahí donde la ruptura involucró a cuadros impor-

3
La ruptura no fue de un solo golpe; en la medida en que crecía la candidatura de
Cárdenas, se iban sumando a ella más grupos, no sólo provenientes del pri, sino
también de la izquierda.

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tantes dentro de la jerarquía priísta, como la Ciudad de México,
Michoacán o Veracruz.4
El núcleo duro de la oferta electoral de Cárdenas era paliar
los costos sociales de la crisis a través de la suspensión de pa-
gos del servicio de la deuda externa. Esta propuesta era el úni-
co lineamiento de política económica que ofrecía Cárdenas y
en torno a él se aglutinó la izquierda, desde aquella que había
logrado desarrollar una visión democrática hasta los grupos de
matriz radical, sin mayor elaboración programática. El cemen-
to de la coalición era la repulsa a la política económica guber-
namental, pero detrás no había un proyecto nacional sólido que
dejara ver el peso de una contra-elite en ascenso. Sin embar-
go, la reivindicación de la legitimidad originaria, sobre todo la
oposición a la política económica, logró atraer a una franja muy
considerable del electorado tradicional priísta, entre los que se
destacaron los empleados públicos que han estado, en todos
los casos latinoamericanos, al frente de la resistencia contra las

4
Para fundamentar este aserto bastaría con contrastar, distrito por distrito, la vota-
ción del fdn con la personalidad del candidato a diputado o, en algunos estados,
a senador. Sin embargo, los resultados por distrito de la elección de 1988 nunca
se publicaron en el Diario Oficial de la Federación. No deja de resultar ilustrativa
la negativa de Porfirio Muñoz Ledo a que se abrieran los paquetes electorales de
la elección de senadores del Distrito Federal, mientras que clamaba porque se
abrieran los de la elección presidencial. Es inimaginable una actitud plenamente
democrática de los candidatos procedentes de la tradición política priísta, aunque
la quema de los paquetes electorales impidió cualquier constatación empírica. Sin
embargo, baste recordar que en el distrito cuarenta del Distrito Federal, donde era
candidato José Luis Alonso, ex presidente del pri en aquella entidad, la votación
del Cárdenas fue proporcionalmente mucho más copiosa que en el resto de los
distritos electorales de la Ciudad de México. El distrito cuarenta es un distrito semi
rural, donde las redes de reciprocidad están prácticamente intactas. Sin la maqui-
naria fabricante de votos tras de sí, los candidatos del fdn no hubieran obtenido
los aparentemente sorprendentes resultados que obtuvieron.

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reformas orientadas al mercado, pues fueron uno de los secto-
res más afectados por la reestructuración, lo que los hizo parte
central de la coalición anti-reformas, junto con los trabajadores
no calificados y los burócratas de alto nivel sin entrenamiento
profesional técnico. También fueron parte muy importante del
arrastre cardenista los ejidatarios fuertemente identificados con
el mito fundacional.
No se trató simplemente de la atracción del voto ciudada-
no que se identificaba con Cárdenas: si bien se puede hablar
de una movilización electoral democrática en muchas de las
expresiones que apoyaron a Cárdenas, en muchos otros ca-
sos los apoyos claves radicaron en los operadores políticos
con control sobre votos de carácter clientelar o corporativo,
sumados a la campaña cardenista. La candidatura de Cárde-
nas se convirtió en el punto de unión entre grupos políticos
diversos —algunos excluidos del sistema de reparto de rentas
estatales, otros opuestos ideológicamente a las reformas del
gobierno de De la Madrid— y logró construir una coalición
contra-hegemónica muy amplia, con una capacidad de movi-
lización electoral nunca antes vivida por la izquierda mexica-
na. Como una bola de nieve, el apoyo al candidato del Frente
Democrático Nacional creció en muchos lugares del país a
una velocidad inusitada. El Partido Mexicano Socialista y su
candidato se vieron arrasados por la avalancha cardenista y,
finalmente, su candidato presidencial declinó para sumarse al
Frente Democrático Nacional. Así, las elecciones de 1988 se
convirtieron en las más competidas de la historia de México
hasta entonces.
En las semanas siguientes a la elección, la impugnación
de los resultados produjo una movilización nacional. En un
primer momento, no sólo los partidarios de Cárdenas recla-

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maron el fraude: también el candidato de Acción Nacional,
Manuel J, Clouthier, y la del prt, Rosario Ibarra, protestaron
por el manejo opaco de la información sobre la votación y por
las graves irregularidades de la jornada electoral. El fdn no
aceptó los resultados y las protestas se sucedieron en las prin-
cipales ciudades del país. La percepción social generalizada
era que se había cometido un gran fraude; incluso los críticos
menos acerbos hablaron de dudas razonables sobre la limpie-
za de la elección:

En efecto, el país vivió en 1988 una de las crisis político-elec-


torales más graves de su historia moderna. Nunca como en-
tonces la elección de un Presidente de la República había sido
impugnada con tal fuerza y con tantos elementos sólidos por
una oposición fuerte, popular y organizada. (Becerra. Salazar
y Woldenberg, 2000: 199).

La aceptación de las reglas electorales había llegado a su pun-


to más bajo. La manera como se resolvió el conflicto de 1988
había confirmado la parcialidad de las instancias encargadas de
organizar las elecciones. La “caída del sistema” gravitaría de
manera determinante en el ambiente político del futuro y sería
la prueba irrefutable de la necesidad urgente de ajustar, una vez
más y de manera profunda, las normas y las instituciones de
la inclusión política. Las fuerzas del cardenismo y su resisten-
cia postelectoral habían minado seriamente la legitimidad de la
elección de Salinas: en todos los partidos opositores al pri, in-
cluido en pan, existía la convicción de la falta de equidad de la
competencia y amplios sectores sociales compartían esta per-
cepción. El diseño institucional de 1986, que había intentado
recuperar la legitimidad del control priísta, resultó en cambio

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la prueba más clara de la resistencia del régimen a aceptar una
competencia política real. Se abrió entonces una oportunidad
de cambio que, sin embargo, el movimiento cardenista no supo
aprovechar adecuadamente.
Los meses que siguieron a la elección, antes de la toma de
posesión de Carlos Salinas de Gortari, se sucedieron movili-
zaciones intensas pen defensa del voto. El día de la instala-
ción de la legislatura, durante el informe presidencial, se hizo
evidente que la antigua sumisión del Congreso al Ejecutivo
se había ido para siempre. Las movilizaciones en las calles y
la efervescencia en el Congreso parecían señalar el derrum-
be inminente del régimen del pri, pero en el fondo el arreglo
contaba todavía con fuertes mecanismos de disciplina y las
organizaciones corporativas se habían mantenido, al menos
formalmente, leales, por lo que al final de cuentas, Salinas
tomó posesión y las aguas comenzaron a volver a su cauce.
Entonces, el movimiento cardenista no supo rectificar el rum-
bo y mantuvo su resistencia, dispuesto a protagonizar una
ruptura para la que no contaba con la fuerza necesaria. Era
el momento de buscar una transición pactada, con base en re-
formas políticas sustanciales, pero ni Cárdenas ni los grupos
provenientes de la izquierda radical vieron como opción el
gradualismo y la negociación con quienes consideraban ene-
migos irreconciliables y se empecinaron en mantenerse en pie
de lucha contra lo que consideraban una usurpación.
Mientras, desde el día uno de su gobierno, Salinas buscó el
debilitamiento de la coalición cardenista. Rápidamente recupe-
ró la lealtad e los partidos satélites y comenzó a invitar a cola-
borar con el gobierno a algunos de quienes habían actuado en
la campaña disidente. La pasarela de arrepentidos se publicitó
a diario en los periódicos y continuaría durante todo el sexenio,

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mientras en torno a Cárdenas se aglutinaban lo sectores más
radicales y recalcitrantes.
Así, una vez que el nuevo ejecutivo asumió su cargo, y
cuando muchos de los grupos que participaron en la campa-
ña de Cárdenas volvieron a ser lo que eran antes de 1988 y
muchos ex priístas volvían al redil en cuanto volvió a haber
empleo público para repartir, los dirigentes que promovie-
ron la fundación del Partido de la Revolución Democrática
¾fundamentalmente aquellos que provenían de la Corriente
Democrática escindida del pri, el Partido Mexicano Socialis-
ta y otros grupos independiente provenientes de la izquierda
radical¾ prefirieron transitar por una vía que apostaba por el
desplome del sistema y despreciaba la ruta de reformas demo-
cráticas pactadas.
El cinco de mayo de 1989, en un mitin en el Zócalo que
mostró aún una capacidad notable de movilización, Cárdenas
anunció la formación del Partido de la Revolución Democráti-
ca. A pesar del discurso rupturista, lo que quedaba del fdn op-
taba por su institucionalización para participar competir en los
procesos electorales. No era un hecho menor, si se le compara
con el destino que siguieron otras rupturas previas, como la de
1940 o la de 1952, extinguidas una vez pasadas las elecciones.
El núcleo duro de la campaña de 1988 optó por la permanencia
con lo que, a pesar de sus enormes contradicciones, se convir-
tió en un elemento central del proceso de cambio política que
culminaría con el pacto de 1996.

El origen estuvo marcado por la figura de Cuauhtémoc


Cárdenas y la Corriente Democrática (ex pri), de integrantes
de la izquierda social (Asociación Cívica Nacional Revolu-
cionaria, Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de

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Masas, Movimiento Revolucionario del Pueblo, Organización
Revolucionaria Punto Crítico, etc.) y política (Partido Comu-
nista-psum-pms) (Espejel Espinoza: 2010)

El naciente prd intentó conseguir su registro con base en asam-


bleas, de acuerdo a la legislación electoral de 1986, que había
vuelto a cerrar el acceso a la organización política abierto en
1977. Sin embargo, no lo logró y tuvo que recurrir al pms, parti-
do que hasta entonces no había decidido desaparecer, para usar
su registro, el mismo que había heredado del psum y este del
PCM. Cuando el pms hubo de disolverse para ceder su registro
al emergente Partido de la Revolución Democrática, las distin-
tas corrientes que lo habían integrado estaban prácticamente
intactas y comenzaron a actuar dentro de la nueva organización
cada una por su lado. Para el grupo proveniente del pst lo ocu-
rrido con la ruptura del pri era una suerte de profecía cumplida:
la izquierda del régimen rompía y formaba un polo electoral
robusto en torno al cual construir un proyecto nacional que los
incluyera. No era todo el “sector nacional revolucionario” pero
sí una parte simbólica, sobre todo porque la encabezaba el hijo
del prócer fundador.
Así, el prd nació como una coalición muy diversa de or-
ganizaciones, con tradiciones y usos y costumbres muy dis-
tintos. El diseño institucional que adoptaron, sin embargo, no
creó mecanismos para procesar adecuadamente sus diferencias,
y desde el principio se hizo evidente que la construcción orgá-
nica pasaba por el reconocimiento del papel central de la perso-
nalidad de Cuauhtémoc Cárdenas.
El prd en su origen apostó por la prolongación artificial de
la lógica de movimiento antisistema que se había desarrollado
en los meses inmediatamente posteriores a la campaña de 1988;

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adoptó, por tanto, una línea opositora que pretendía el acorra-
lamiento de las fuerzas oficiales y pretendió aparecer como la
única fuerza capaz de representar los intereses populares, ya
que se consideraba la encarnación de la voluntad electoral vio-
lada; todo ello en compensación de la ausencia de un programa
de reformas que pudieran proponerle a la sociedad. Esta actitud
les condujo a darle la espalda al llamado para llegar a un pacto
para la democratización que hizo Salinas al tomar posesión y
a despreciar cualquier posibilidad de diálogo con los represen-
tantes gubernamentales, al grado que el tema se convirtió du-
rante años en tabú dentro del partido.
La consecuencia más importante de la estrategia adopta-
da fue la renuncia a la construcción del partido tanto orgánica
como programática, ya que se impuso la lógica de movimiento
cuasi mesiánico que apostaba todo a la repetición del arrastre
electoral de Cárdenas en 1994.
El análisis que hizo la dirección del prd sobre la situación
imperante después de las elecciones de 1988 lo llevó a conside-
rar que la supuesta ilegitimidad del nuevo gobierno le imponía
una estrategia de oposición sistemática para provocar el derrum-
be del arreglo político. Sin embargo, no pudieron convertir su
protesta en una avalancha social anti-pri. Más allá del equívoco
evidente de pretender que un régimen con una legitimidad basa-
da en fuentes extra electorales —y que, a pesar del descalabro su-
frido, tenía un alto grado de institucionalización, suficiente para
sobrevivir aún en caso de una impugnación social muy amplia—
se descompondría de la noche a la mañana, el análisis del prd
dejaba de lado la capacidad del nuevo gobierno para legitimarse
a partir de políticas, con resultados positivos en el control de la
crisis económica que azotaba al país y no tomaba en cuenta el
papel que podía jugar el pan para evitar el colapso del régimen.

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La actitud política adoptada por el prd tuvo consecuencias
muy importantes en su proceso de institucionalización. La ma-
yoría de los grupos que lo integraban, malavenidos entre ellos,
acabaron aceptando el arbitraje de Cuauhtémoc Cárdenas y su
derecho al veto. Porfirio Muñoz Ledo, diseñador inicial de la
estrategia de confrontación con lo que consideraban usurpa-
ción, se convirtió en la cabeza legislativa del grupo, mientras
que Cárdenas se hizo con el control orgánico, en tanto que árbi-
tro de las disputas entre el conjunto de grupos que comenzaron
a autodenominarse “tribus”, en un dechado de precisión auto-
descriptiva.
En la práctica cotidiana, la vida del naciente partido comen-
zó a centrarse en la disputa por el control de las candidaturas,
botín jugoso de acuerdo a las expectativas derivadas no solo de
la presidencial de 1988, sino de las estatales de Tabasco —don-
de Andrés Manuel López Obrador fue candidato con arrastre,
gracias a su articulación clientelista, construida como operador
y dirigente del pri local— y de las municipales de Michoacán
en 1989, escenario de una confrontación fratricida sangrienta
entre la red de Cuauhtémoc Cárdenas y la del pri local que se
mantuvo leal al régimen. Ahí, la red de clientelas cardenistas,
construida a lo largo de décadas, le disputó al régimen el con-
trol territorial y acabó quedándose con la mitad del estado y
con una fuerte capacidad de oposición en la capital.
La posibilidad de capturar las rentas de los cargos munici-
pales, con su capacidad distributiva entre las redes de clientes,
y de los cargos legislativos llevó a que todo proyecto reforma-
dor quedara soslayado, tras un discurso de negación elemental
de la legitimidad del gobierno, derrotado en los hechos por el
rápido crecimiento de la popularidad de Salinas. En ese cli-
ma de rijo permanente y enconado, Cárdenas emergió como el

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componedor de conflictos y como el hombre necesario para la
existencia de la formación.
Desde muy pronto, el método de solución de conflictos y
toma de decisiones personalizado fue dejando fuera del partido
a los intelectuales que pretendían la deliberación democrática
de las posiciones partidistas y benefició, en cambio, a los gru-
pos con capacidad de movilización de huestes para votar en las
asambleas y convenciones partidistas, donde lo que se dirimía
era el reparto de candidaturas y el control de los órganos del
partido. Poco antes de la elección de 1991, el grupo socialde-
mócrata proveniente del Movimiento de Acción Popular, fun-
dador del psum, que tenía en mente un proyecto de reforma
democrática que necesariamente pasaba por la negociación con
el pri y el pan, decidió salir del partido con un documento que
dejaba constancia del derrotero caudillista que comenzaba a se-
guir el partido (Pascual Moncayo, Sánchez Rebolledo y Wol-
denberg (1991)5.
Inmerso en una compleja red de juegos anidados, el prd
perdió la oportunidad de el arrastre electoral de Cárdenas para
influir desde una posición de fuerza en un proceso de reforma
política que se hacía evidentemente necesario. La renuncia del
partido a llegar a compromisos que le permitieran a la elite en
el poder asumir un proceso profundo de reforma sin amenazas
de ruptura institucional, le granjeó la hostilidad gubernamental
y abrió las puertas para que Acción Nacional se convirtiese en
contraparte privilegiada en el proceso de negociación sobre las
características de la nueva ley electoral que parecía urgente:

5
Véase también la entrevista de Pascal Beltrán del Río con Arnaldo Córdova en
Proceso, núm. 755, 22 de abril de 1991: pp.20-23.

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Ese partido había configurado su línea política antes de la
toma de posesión del presidente Salinas, el primero de di-
ciembre de 1988. Su tesis central era la ilegitimidad de ori-
gen del nuevo gobierno. Es por eso que al prd le resultaba
tan difícil concurrir a las negociaciones junto al pan y a un
gobierno al que enfrentaba de manera integral y radical. La
gran paradoja era que, en 1988, la izquierda acababa de vivir
su mejor momento electoral conquistando millones de votos,
pero al mismo tiempo tenía una serie de dudas acerca de la
viabilidad de las elecciones y de la reforma de sus institu-
ciones. Por eso el pri y el pan llegaron solos al pacto que
reformaría siete artículos constitucionales en materia elec-
toral con el desacuerdo abierto del prd (Becerra, Salazar y
Woldenberg, 2000: 238).

La actitud equívoca del mayor partido de la izquierda contri-


buyó a un empantanamiento del proceso de transición ya que
imposibilitó un amplio acuerdo nacional que echara a andar
una apertura ampliamente inclusiva y consensuada. La actitud
recalcitrante del prd le impidió influir en el sentido del cam-
bio de la institucionalidad electoral, que fue pactado entre el
pri y el pan; el partido sobreestimó su capacidad electoral y
se preparó equivocadamente para enfrentar las elecciones de
1991, lo que lo llevó a sufrir un fuerte revés en sus expectativas
electorales, ya que en lugar de atraer por lo menos una parte
sustancial de lo que fue la votación del fdn en 1988, apenas
pudo granjearse algo más que el apoyo de los electores que
desde 1979 habían votado por la izquierda y quedó relegado al
tercer lugar, muy por debajo de Acción Nacional. En este fra-
caso influyó sin duda una actitud frecuente entre los militantes
del partido que llamaban a votar a la vez que declaraban que

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el proceso estaba viciado de origen y que se preparaba un gran
fraude que violaría nuevamente la voluntad popular.
El descalabro sufrido obligó a la dirección perredista a una
revisión de su actuación política; dentro del partido se oyeron
voces en favor de poner mayor énfasis en la construcción de
un partido capaz de implantarse en la sociedad y atraer votos a
través de una oferta programática definida, en lugar de apostar
a la deslegitimación del régimen, aunque todavía pasaría algún
tiempo antes de que el prd recuperara una tendencia al creci-
miento. Después de 1991, el prd quedó reducido a la tercera
fuerza electoral y representaba menos del diez por ciento de los
votos. Lejos quedaba la presencia política que pudo tener en
1989, cuando podía argüir que representaba a una parte sustan-
cial del electorado; la oportunidad que tuvo entonces de influir
en una reforma pactada desde una posición de fuerza se disol-
vió en las urnas.
La integración del prd como una coalición de corrientes di-
versas y malquerientes entre sí, pero bajo el arbitraje de Cuau-
htémoc Cárdenas, fue un espacio ideal para el despliegue de
la red de clientelas proveniente del pst, a la que se le fueron
añadiendo nuevos grupos con implantación local, pero también
para otras corrientes basadas en la movilización clientelista,
como la articulada en la Ciudad de México por René Bejarano,
con base en los damnificados del terremoto de 1985 que solici-
taban vivienda.
Una vez que la mayoría de los operadores provenientes del
pri fueron abandonando al partido y se llevaron a sus redes
de regreso al pri, los aparatos locales del prd comenzaron a
ser capturados por las corrientes con base en sus redes de re-
ciprocidad clientelista que las dotaban de capacidad de movi-
lización. Poco a poco, la dinámica interna del prd fue girando

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cada vez más en torno a la competencia entre corrientes, pero
más que una competencia programática o ideológica, se trató
una y otra vez de pulsos por ver cuál grupo movilizaba más
votos a las elecciones internas o conseguía más delegados a
los congresos.
La crisis política de 1994, provocada por el estallamiento
de la rebelión del EZLN en Chiapas y agravada por el asesi-
nato del candidato presidencial del pri, Luis Donaldo Colosio,
atemperó la intransigencia de la dirección del prd. El parti-
do se involucró en un acuerdo de emergencia para legitimar
las elecciones de 1994, rebasado por la izquierda por el EZLN
y emprendió una nueva campaña presidencial de su caudillo,
pero sin el arrastre de seis años antes. Finalmente, obtuvo me-
nos del 20 por ciento de los votos y quedó en tercer lugar, deba-
jo del candidato del pan, quien obtuvo casi el 25 por ciento, en
una votación con altísima participación en la que el candidato
sustituto del pri, Ernesto Zedillo, logró apenas algo más del 50
por ciento. La estrategia de ruptura radical había fracasado.
No se debe soslayar, sin embargo, la existencia de posicio-
nes estratégicas en pugna, en torno a las cuales se alineaban las
redes de clientelas. Después del pobre resultado electoral del
partido en 1994, y durante la profunda crisis económica que vi-
vió el país en 1995, se abrió, en el verano de aquel infausto año,
la disputa por el relevo en el liderazgo real y por la definición
del papel que el partido debería de jugar en un momento crucial
que abría una oportunidad de cambio como no se había vivido
desde 1988. Zedillo había llamado apenas terminada la campa-
ña electoral a acordar los términos de las reformas necesarias y
el descalabro económico con el que comenzó aquel gobierno,
las condiciones para influir en un nuevo arreglo institucional
estaban dadas. Sin embargo, Cárdenas se mostraba intransigen-

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te y quería aprovechar la crisis para provocar el derrumbe, sin
la fuerza necesaria para ello.
Durante el V Congreso del partido, Porfirio Muñoz Ledo de-
fendió la negociación para lograr reformas pactadas, mientras
Cuauhtémoc Cárdenas sostenía una estrategia de ruptura, con la
propuesta de un gobierno de “salvación nacional”. Se trató de
una definición estratégica crucial no solo para el partido, sino
para el proceso de negociación política que conduciría al pacto
de 1996, con el cual se puso fin a la hegemonía del pri.

Gobierno de salvación nacional” es la tesis central que reitera


el ingeniero Cárdenas y un influyente núcleo del prd (Rosa
Albina Garavito, Samuel del Villar, R. Bejarano, Adolfo Gi-
lly, etc.); se trata de una propuesta para lograr un presidente
interino, que convoque a nuevas elecciones, con nueva legis-
lación electoral, auxiliado por un gabinete plural y un cuerpo
de asesores provenientes de los tres principales partidos, con el
objeto de rescatar soberanía y Estado. El tono de la exposición
no es el mismo que el 22 de junio pero sí su sentido general: el
gobierno de Zedillo —sencillamente— está incapacitado para
gobernar y se trata de una “Salvación” por la índole urgente
del momento y la gravedad de los hechos.
A contrapelo, Muñoz Ledo sostiene una visión que recoge dos
elementos totalmente ausentes en el razonamiento salvacionis-
ta: el pan como único beneficiario de la crisis y los errores
propios del prd. Muñoz Ledo se queja del “sistema implícito
de cuotas”, del régimen de “fracciones y enfrentamientos” que
no permitieron sostener “una campaña política de gran ambi-
ción y envergadura”; subraya la dualidad y las contradicciones
prácticas de dirección del partido y sus representantes. Y, más
importante (en ese medio que por tradición se ha concebido a

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sí mismo como una grey condenada a la victoria), Muñoz Ledo
reconoce: “somos la tercera fuerza electoral del país… los úl-
timos resultados electorales hablan de un estancamiento, de
muy ligeros progresos y de algunos lamentables retrocesos…
La debilidad del gobierno no se traduce necesariamente en el
incremento de nuestra fuerza, el desafío es… la reconstrucción
democrática [del Estado] y no su demolición irresponsable”.
(Becerra, 1995).

En aquel momento crucial, se formaron dos coaliciones. En la


encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas confluían las redes pro-
venientes de la izquierda radical, de tradición marxista revo-
lucionaria, como Camilo Valenzuela o Rosa Albina Garabito,
René Bejarano o Adolfo Gilly, mientras que entorno a Muñoz
Ledo estaba el nucleo duro de lo que había sido el pms: los re-
sabios del psum, Heberto Castillo y el grupo proveniente del
pst. Muñoz Ledo salió triunfante del Congreso, con el manda-
to de negociar con el pan y el pri una reforma del Estado.
Aquella decisión estratégica tuvo un efecto crucial en el
proceso de cambio político que condujo al establecimiento del
primer régimen genuinamente democrático de la historia de
México y que se sostiene hasta el momento, a pesar de las ame-
nazas de demolición que se escuchan desde el ámbito del actual
gobierno. El pacto de 1996 fue un pacto de cambio de régimen
de una trascendencia solo equiparable a la de 1929, cuando se
establecieron las bases del régimen de partido monopolista. Un
pacto civilizatorio, pues establecía reglas para garantizar que
fueran los votos de ciudadanos libres los que dirimieran las dis-
putas políticas en un escenario de división de poderes y fede-
ralismo. Por fin iban a funcionar los principios democráticos
básicos de la Constitución de 1917, pero que durante más de

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siete décadas habían sido una ficción aceptada, un simulacro
legitimador de la hegemonía del pri.
Ese giro estratégico definió el papel del prd en ese momen-
to crucial de la historia de México y llevó a que la izquierda
estuviera presente en el proceso de transición. Fue el momento
triunfal de Muñoz Ledo, producto de su capacidad de construc-
ción de una coalición de corrientes mayoritaria y del mecanis-
mo diseñado para elegir delegados a aquel Congreso a partir
del número de habitantes por municipio y no con base en las
clientelas inscritas en el padrón partidista, como habia sido has-
ta entonces y volvería a ser.

Y llegó López Obrador

La sucesión de Muñoz Ledo al frente del partido enfrentó a


Heberto Castillo con Andrés Manuel López Obrador. Las dos
fuentes de las que abrevó el partido se enfrentaban: la izquierda
histórica frente a la disidencia priista, aunque los alineamientos
de las redes de clientelas no se correspondieron necesariamen-
te con sus orígenes partidarios. Las elecciones internas tuvie-
ron un resultado contundente a favor de López Obrador, quien
obtuvo 230,386 votos, frente a los 43,108 de Castillo, en una
elección fuertemente cuestionada, donde, como ya era corrien-
te en los procesos partidistas, hubo irregularidades masivas. En
Tabasco, López Obrador obtuvo el 97 por ciento de la votación
(Vázquez Torres: 2019). Comenzó entonces el ascenso del nue-
vo caudillo, que acabaría por desplazar al fundador
La trayectoria de López Obrador merece un excurso. Ex
presidente del pri en su estado, ingresó al fdn después de la
campaña presidencial de 1988 para ser candidato a gobernador

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de Tabasco se puso a la cabeza de la disidencia del pri; jaló tras
de sí la red que él mismo había construido durante años y puso
en jaque la elección del candidato oficial, Salvador Neme. Su
capacidad de organizador y el profundo descontento que dejaba
pemex ahí donde aparecía le permitieron adquirir una fuerza
considerable. Por supuesto Salinas no estaba dispuesto a otor-
garle nada al cardenismo y se echaron a andar todos los me-
canismos tradicionales de control electoral para garantizar el
triunfo del pri, pero Andrés, como se le comenzó a conocer, an-
tes de que se arraigara el acrónimo amlo, no se conformó con
la derrota y puso en marcha una formidable protesta poselec-
toral local, al borde de la violencia, que contribuyó a mantener
viva la llama de la resistencia cardenista. Movilizó, organizó
la toma de palacios municipales e infligió un golpe severo a su
contrincante, quien nunca pudo gobernar a pesar de haber to-
mado posesión.
A partir de entonces no se detuvo. Agitó en cada lugar don-
de encontró el combustible del descontento. El antiguo hombre
del régimen usaba lo aprendido para destruirlo. Hábil negocia-
dor con la desobediencia, llevó su protesta a Ciudad de México.
Su larga marcha la hizo con los chontales que le reclamaban a
pemex indemnizaciones por el daño causado a sus tierras; los
plantó en el Zócalo hasta que consiguió su objetivo.
Emprendió una nueva campaña en 1994, de nuevo ense-
guida de la presidencial. Había logrado el derrocamiento de su
contrincante del 88 y su coalición local crecía, pero no entre las
capas medias de Villahermosa, que ya para entonces le temían
por su radicalismo. Se enfrentó a Roberto Madrazo, quien se
perfilaba ya como el paladín de la restauración priista entodo
el país, y la contienda volvió a alcanzar tintes de enfrentamien-
to civil; con cantidades ingentes de dinero y sin despreciar las

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malas artes de siempre, Madrazo ganó, pero el antiguo régimen
estaba ya en fase terminal y López Obrador emergía como uno
de sus enterradores. Era el momento para saltar a la arena na-
cional, pues Tabasco ya le quedaba chico, y entonces lanzó su
candidatura para encabezar al prd.
López Obrador logró construir una coalición de corrientes
diversas para hacerse con la dirección del partido. Su gestión
comenzó con acuerdos entre diversos grupos, en primer lugar, el
núcleo proveniente del pst, constituido como corriente Nueva
Izquierda, cuyo líder, Jesús Ortega, ocupó la Secretaría General.
Como dirigente unificó, en la medida de lo posible, a un partido
formado por tribus y sectas y puso al partido al servicio de todo
aquel político priista dispuesto a convertir su resentimiento en
disidencia. El giro estratégico fue determinante para el futuro
del prd, pues a partir de entonces se convirtió en la opción de
salida para el priismo que no veía satisfechas sus aspiraciones.
En las elecciones federales y locales de 1997 logró los mayores
avances electorales desde su fundación. Desde luego, el triunfo
de Cuauhtémoc Cárdenas en la ciudad de México, pero también
en otras entidades, como Campeche, en donde López Obrador
reclutó a una senadora del pri, Layda Sansores, hija de un caci-
que local de rancia estirpe en el antiguo régimen, que logró sa-
cudir uno de los bastiones más sólidos del partido del régimen.
El golpe que imprimiría el sello de López Obrador en la
presidencia y marcaría para lo sucesivo su estrategia de alian-
zas sin discriminación ideológica alguna fue la candidatura de
Ricardo Monreal al gobierno de Zacatecas. Hasta el momento
en el que Zedillo le negó la candidatura del pri, Monreal ha-
bía sido un furibundo adversario en la Cámara de Diputados,
donde el pri había perdido la mayoría absoluta, de la estrategia
encabezada por Porfirio Muñoz Ledo para crear un polo opo-

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sitor. Sub coordinador de la bancada priista, no toleró su des-
pazamiento y entendió la oportunidad que se le presentaba. Su
triunfo señaló el camino que muchos otros seguirían a partir de
entonces y mostró el pragmatismo sin principios, pero con una
retórica de redención que llevaría a López Obrador a convertir-
se en el personaje político que es.
Los triunfos electorales obtenidos gracias a la estrategia de
recibir a todo aquel político con clientelas o arrastre personal,
con independencia de sus ideas o de lo turbio de sus trayec-
torias, permitieron al prd salir de su estancamiento, pero lo
sumieron en un pragmatismo hueco, sin capacidad alguna de
construcción de un proyecto para impulsar la reforma institu-
cional que el país requería. Por lo demás, la reforma electoral
de 1996, al establecer el financiamiento público de los partidos
con una cantidad ingente de recursos, generó incentivos para
que la captura del aparato del partido fuera especialmente codi-
ciada. Lo que quedaba de las corrientes ideológicas fundadoras
fue quedando al margen, mientras López Obrador se rodeaba
de incondicionales y de priístas renacidos por el bautismo de-
mocrático que el líder les concedía. (Romero: 2007)
Solo quienes contaran con redes de clientelas podían so-
brevivir en la competencia por el control de los recursos del
partido. Resulta interesante la manera en la que se instituciona-
lizaron unas reglas del juego en el que todas las partes en pugna
usaban procedimientos similares, que incluían la abierta viola-
ción de las reglas formales del juego que producía elecciones
con alto grado de juego sucio. Sin embargo, al final las diversas
fuerzas acababan por aceptar los resultados, en buena medida
debido a lo atractivo del incentivo interno del reparto del poder
y de las rentas entre los diversos contrincantes. (Espejel Espi-
noza: 2010)

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En ese escenario, la corriente Nueva Izquierda, formada por
los resabios del pst encontró un terreno especialmente propicio
para competir por el control del partido, cada vez más enfren-
tada a la variopinta coalición de leales al nuevo caudillo. La
fuerza de Nueva Izquierda se fue afianzando sobre todo en los
estados donde el prd tenía menor arrastre electoral. A partir de
que, en 1997, López Obrador convirtió al partido en una opción
de salida para las disidencias priistas; así, se comenzaron a ga-
nar gobiernos estatales, lo que implicó el control del partido en
esas entidades por los grupos recién llegados. En el resto del
país, con la excepción de la Ciudad de México, donde arraiga-
ron otros grupos, el tejido clientelista de “los chuchos” ocupó
el aparato partidista, aunque sus resultados electorales fueran
magros. Gracias al ingente financiamiento público que recibía
el partido, se crearon cuerpos locales de dirección con capaci-
dad de brindar protección a grupos de clientes suficientes para
contar con sus votos en los procesos internos del partido, pero
con escaso arrastre electoral.
La corriente se consolidó no sólo a partir de los cuadros
provenientes del pst, sino también con los seguidores de Jesús
Zambrano, exguerrillero de la Liga Comunista 23 de septiem-
bre converso a un pragmatismo poco ideológico, y con cuadros
de diversos orígenes que han mantenido sus posiciones en las
direcciones estatales del partido. Se trata de un grupo de espe-
cialistas en la administración del financiamiento público parti-
dista para mantener aceitadas a sus huestes, pero sin figuras de
arrastre nacional o local más allá del aparato partidista. Ningu-
no de sus cuadros dirigentes ha ganado alguna elección local —
Jesús Zambrano ha quedado tercer en sus dos participaciones
como candidato a gobernador de Sonora, mientras que Graco
Ramírez ha mantenido su distancia respecto a la corriente y ha

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operado con autonomía— y en los estados que controlaban la
votación perredista solía ser escasa.
En no pocas ocasiones, la disposición de la corriente a ne-
gociar y alcanzar acuerdos se ha traducido en la política local
en simple complicidad con los gobiernos priístas. También su
pragmatismo los ha llevado a pactar con el pan candidaturas
abiertamente derechistas o a apoyar personajes de ética dudosa,
estrategia que se institucionalizó en el prd a partir de la presi-
dencia de López Obrador.
El ejemplo de Nueva Izquierda sirve sólo para ilustrar la
dinámica interna de la lucha entre corrientes dentro del par-
tido, la cual se ha dado en torno a distintos ejes. El proce-
so de institucionalización basado en reglas formales ha sido
obstaculizado por la existencia de los liderazgos de los cau-
dillos (primero Cárdenas y después López Obrador) y el equi-
librio entre las tribus, sostenido por la distribución de cuotas
de poder y de rentas provenientes de las prerrogativas legales
y del reparto clientelista ahí donde conseguían triunfar. Por
otro lado, una tensión más de conflicto estratégico entre los
moderados y los radicales. Los alineamientos de las tribus se
dan en torno a esos dos bloques políticos que han definido las
posiciones partidistas.
Las grandes discusiones estratégicas entre las corrientes
del prd no han girado, desde su nacimiento tanto en torno al
programa, sobre el cual han existido consensos básicos, sino
en cuanto a la relación con el gobierno. Desde los primeros
tiempos, el eje que dividió a las corrientes no fue tanto ideo-
lógico programático como político, pues todas las corrientes
han compartido, en términos generales, la crítica a la política
económica, con mucho de nostalgia de los tiempos del desarro-
llo estabilizador, de la economía cerrada y de la capacidad su-

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puestamente ilimitada del Estado para repartir rentas sin que se
cobraran impuestos. A esta visión ¾de matriz priísta¾ se le su-
maba la de los restos del Partido Comunista, que seguían ima-
ginando la propiedad estatal como forma ideal para las grandes
empresas y para los servicios financieros. No se hizo nunca
dentro del prd un balance de las fuentes ideológicas de las que
abrevaban ni de los supuestos teóricos sobre los que construye-
ron sus paradigmas sociales. La ideología ha funcionado en el
prd como un marco de constreñimientos que ha determinado
un conjunto de incentivos negativos para la aceptación de las
reformas planteadas por los sucesivos gobiernos desde el de
Salinas de Gortari (1988-1994).
En cambio, la división política esencial en el partido ha
sido marcada por la actitud frente al gobierno y respecto a los
pactos para alcanzar reformas de consenso en el terreno polí-
tico. Desde los tiempos primigenios, el principal eje de con-
frontación fue entre mantener una posición de intransigencia,
con el objetivo de lograr el derrumbe del régimen, o buscar
acuerdos que llevaran a reformas pactadas y a un nuevo arre-
glo político sobre la base de consenso. Esa tensión es la que,
finalmente llevó a la ruptura del partido. El conflicto poselec-
toral de 2006, cuando López Obrador decidió reproducir al
extremo la estrategia seguida por Cárdenas en 1988, de mane-
ra amplificada, con acciones de abierta confrontación, como
el plantón en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México
y otras simbólicas, como su toma de posesión como presi-
dente legítimo, puso a prueba la estrategia al límite. A pesar
de contar con una notable presencia legislativa, la estrategia
de desconocimiento del gobierno limitó la capacidad del prd
para influir en el rumbo político del país. Con todo, consiguió
una reforma electoral que satisfacía sus demandas, entre ellas

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la revancha contra el Consejo General del ife, al que conside-
raban culpable del fraude reclamado.

Seis años después, fueron los moderados los que marcaron la


estrategia. Después de una nueva campaña de López Obrador,
cabeza de los intransigentes, que obtuvo mejores resultados
de los originalmente esperados, Nueva Izquierda condujo al
prd a participar en el Pacto por México. Sin embargo, y a pe-
sar de que en el conjunto de reformas alcanzadas hubo temas
relevantes de la agenda de la izquierda que salieron adelante,
como la reforma fiscal, no fueron capaces de explicar y defen-
der el pacto entre los electores del partido. Tampoco supieron
defender sus diferencias con López Obrador y salvar la cara
frente a la ruptura de éste y sus seguidores con el prd. El re-
sultado fue la escisión. El caudillo se llevó tras de sí a sus redes
de lealtad, cimentadas de nuevo en torno a sus expectativas de
arrastre electoral.

Los resultados de los comicios legislativos de 2015 mostraron


el tamaño del golpe que la ruptura de morena les significó. Si
bien el partido no se hundió y Silvano Aureoles logró el gobier-
no de Michoacán, el fracaso en Guerrero y el retroceso en la
Ciudad de México fueron lo suficientemente duros como para
que Carlos Navarrete, el cuarto presidente del partido al hilo
proveniente de Nueva Izquierda, renunciara anticipadamente y
dejara a sus compañeros con el paso cambiado.
Incapaces de encontrar un relevo entre sus propias filas,
temerosos de abrir una nueva lucha con las demás corrientes
partidistas que hubiera resultado catastrófica, Nueva Izquierda
salió a buscar a alguien de afuera del partido a que llegara a
desfacer los entuertos creados por la falta de proyecto y de fi-

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guras, pero sobre todo resultado de un mal diseño institucional,
que ha llevado a un empantanamiento de la circulación interna
de cuadros. Sin capacidad de renovación generacional y pro-
gramática, un partido envejecido trató de recurrido al salva-
dor externo para que intentara sacarlos del barranco. Agustín
Basave llegó de fuera a tratar de reconvertir al partido en una
fuerza socialdemócrata moderna, pero la inercia institucional
marcada por el reparto clientelista de las fuentes de rentas im-
pidió que avanzara en su proyecto de reformas.
Sin caudillo con arrastre electoral y con la estrategia nego-
ciadora desprestigiada por el fracaso del pacto por México, el
prd quedó convertido en un cascarón aferrado al financiamien-
to público, cuya captura sigue siendo el cemento que mantiene
unidas a las tribus que no siguieron a López Obrador. Hoy solo
se sostienen graacias a los cargos electos que les quedan y a la
derrama de las prerrogativas que aun conservan.
El fracaso de los moderados ha radicado, en alguna medi-
da, en que sus planteamientos no corresponden a la realidad
orgánica de un partido basado en la captura de rentas públicas
y a la incapacidad de construir una narrativa alternativa a la
de la refundación con la que López Obrador logró ganar la
Presidencia de la República. Su apuesta por la gran coalición
con la derecha en las elecciones de 2018 resultó catastrófica,
pues colocó a la organización a la zaga del pan y acabó por
quitarle toda credibilidad como proyecto independiente capaz
de proyectarse al futuro.
Construido en torno a un caudillo, que a su vez fue relevado
por otro, el prd nunca pudo desarrollar una institucionalidad
abstracta que lo convirtiera en un partido de militantes, una or-
ganización de ciudadanos agrupados en torno a un programa
electoral y una lista de candidatos. Producto del antiguo régi-

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men, a pesar de haberse constituido durante un tiempo en su
crítico más feroz, en sus prácticas internas y en su manera de
gobernar no superaron nunca la manera de hacer las cosas tra-
dicional de la política mexicana: redes de clientelas manejadas
por intermediarios rentistas que hace alianzas con líderes polí-
ticos capaces de satisfacer sus demandas distributivas.
Hoy el patrimonio del prd se reduce casi exclusivamente
a su registro, patente necesaria para la participación electoral.
La apuesta a una refundación, sin embargo, se está haciendo
sin un serio proceso de autocrítica, que pasa necesariamente
por la revisión de la manera en la que se distribuyó el poder y
se mantuvieron los equilibrios internos con base en el reparto
de las rentas capturadas. Pero también merecería una profunda
reflexión sobre el futuro de una propuesta de izquierda demo-
crática, frente al intento de refundación excluyente de López
Obrador. Una refundación que no apueste por servir de vía para
el acomodo de personalidades unidas solo por la oposición a
López Obrador, sino que se abra a la participación de múltiples
expresiones de la sociedad civil que durante estos años han ido
construyendo agendas transformadoras y que siguen a la espera
de una organización que les unifique y les permita proyectarse
en un proyecto nacional. Si esa refundación no se da, el prd
habrá sido solo un episodio fallido en la historia política de
México.

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Referencias

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nos salimos del prd”, en El Nacional 13 de abril de 1991: 1,
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Origen”, en Blog de la redacción de Nexos, 18 de abril. Dis-
ponible en: https://redaccion.nexos.com.mx/?p=10239

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prd:
escena primaria, mito, silencio
Ariel Rodríguez Kuri

El Partido de la Revolución Democrática nació en los eriales de


la historia política, como cualquier organización que se respe-
te. En su origen y durante unos 25 años cumplió la función de
recoger el descontento de sectores de la población a las que lla-
maré el mundo plebeyo mexicano, abigarrado y fluctuante. Con
más o menos éxito electoral, el prd estuvo abocado a convocar
y representar los agravios y demandas de ciudadanos y grupos
que no podían o no querían reconocerse en el flujo discursivo
y programático del llamado neoliberalismo1, de un lado, y que
reaccionaban instintivamente ante un proceso difuso pero con-
tundente de consolidación de un patriciado de la riqueza y del
uso privado de los recursos públicos (no un patriciado del ho-
nor o el prestigio) en la de por sí desigual sociedad mexicana,
del otro. Esta polaridad, el mundo de los plebeyos y el mundo
de los patricios, no ha recibido la atención debida de los estu-
dios políticos, y parece un tema reservado para antropólogos e
historiadores.2

1
Una exposición precisa de la noción del término es la Fernando Escalante Gon-
zalbo, Historia mínima del neoliberalismo, México, El Colegio de México.
2
He intentado una primera aproximación a este asunto en “Las élites en México:
un déficit de honor” en Horizontal: https://horizontal.mx/las-elites-en-mexico-un-
deficit-de-honor/

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Si la antropología y la sociología de los plebeyos se corres-
ponde con la historia del prd, otro elemento sustancial estaría
en lo que puede llamarse la escena primaria, esa que dio pie
a su fundación. El alegado fraude en las elecciones presiden-
ciales de 1988 sobredeterminó la historia del nuevo partido,
encauzando sus energías al sinnúmero de aspectos de las re-
formas del sistema electoral y de las elecciones como tales, en
detrimento de otros procesos asociados a la organización y la
agenda de un partido político de izquierda. El prd tuvo éxito en
este plano; desde su fundación en 1989 y gracias en buena parte
a sus alegatos públicos, se institucionalizó en 1996-1997 un
sistema de competencia partidaria en las urnas, razonablemente
equitativo y transparente, con una autoridad electoral autóno-
ma que gestionaba todo el proceso electoral. El llamado de las
urnas, en cambio, le reservó un papel subordinado en dos elec-
ciones presidenciales consecutivas (1994, 2000), donde aparcó
en un lejano tercer lugar, pero asimismo éxito: fue el partido de
oposición más votado en las elecciones intermedias de 1997 y
segundo lugar, a 300 000 votos del ganador, en la elección pre-
sidencial de 2006. En la elección presidencial de 2012 repitió
en segundo lugar, en un desempeño para mí sorprendente. Sin
embrago, descendió a niveles irrelevantes, catastróficos en rea-
lidad (2.8% de los votos), en la elección presidencial de 2018,
cuando apoyó al candidato del Partido Acción Nacional.
A lo largo de un cuarto de siglo, en su papel de oposición
de los gobiernos nacionales, el prd jugó un papel importan-
te en la defensa de la soberanía energética, en la modificación
de los criterios para definir los salarios mínimos, en la promo-
ción de la equidad de género, en la libertad de las personas
para decidir sobre su cuerpo (interrupción legal del embarazo
y matrimonio entre personas del mismo sexo). En otros temas

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usualmente atribuidos al programa de un partido de izquierda,
como los relacionados con los mundos del trabajo, sus propues-
tas e incluso sus logros quedaron ensombrecidos o de plano
subsumidos por su vocación electoral. Y aunque son varios los
estudios que dan por descontado su capacidad de movilización
directa de sectores populares a partir de demandas inmediatas
y mesurables, estas capacidades parecen constreñidas a ciertas
clientelas urbanas alrededor de la problemática de la vivienda
y el suelo urbano. Desde una perspectiva orgánica, el prd no
ha sido un partido de los trabajadores y empleados asalariados,
y lo ha sido de manera disminuida de los productores pobres
del campo, con todo y las mutaciones económicas y sociales
por las que atravesó el agro mexicano en el mismo periodo de
existencia del partido.
Cualquier reflexión sobre el prd obliga a una serie de pre-
cauciones de método. Dada la capacidad persuasiva de los
estudios de la ciencia política sobre los partidos –uno de sus
temas predilectos— nos enfrentamos el peligro de no distin-
guir entre un enfoque normativo (a veces revestido de eviden-
cia empírica) y una comprensión de las trayectorias singulares.
Esto es así porque la evaluación de los partidos suele estar
determinada por un referente externo a su propia existencia
(la potencia del Estado y su estabilidad, la profundidad de la
democracia, la justicia social, la revolución, el destino de la
raza) que deviene en el elemento crucial para su valoración.
Los partidos son más opacos que sus contextos y más aburri-
dos que sus metas. En este sentido es aconsejable someter a
escrutinio las ideas-fuerza que sustentan las imágenes públi-
cas del prd y poner en suspenso sus alcances explicativos. No
es original sostener que nuestro entendimiento del partido ha
estado marcado por sus pecados de origen. Pero es importan-

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te reconocer que esos pecados con frecuencia dicen más del
propio contexto, de la cultura política en que se originan, que
del partido.

Pecado uno: la unidad.


El prd nació impuro porque uno de los insumos más im-
portantes en su fundación, los militantes de la Corriente De-
mocrática, eran priistas. Según esta observación, tuvo lugar
un traslape de los vicios y deficiencia del pri histórico en la
nueva organización; peor aún, su “programa”, si existía, iba
a contracorriente de las pulsiones modernizadoras de lo que
luego se conocería como el neoliberalismo. Así, el nuevo par-
tido habría quedado atrapado desde el principio en una aven-
tura política en la cual el pasado era más importante que el
presente y el futuro. Existen, naturalmente, perspectivas que
disminuyen este argumento. Es casi una condición de posibi-
lidad en la historia contemporánea que las transiciones hacia
regímenes democráticos suponen una fractura en los partidos
del régimen totalitario o autoritario e incluso del Estado auto-
ritario propiamente tal.
En el caso mexicano los grandes retos al sistema de partido
hegemónico se dieron desde el interior de la familia revolucio-
naria, como lo atestiguan la disidencia de Juan Andrew Alma-
zán en 1940 y la de Manuel Henríquez Guzmán, en 1952. No
obstante, las respuestas de la presidencia del régimen fueron
diferenciadas: luego de la disidencia de Almazán, el presiden-
te Manuel Ávila Camacho (1940-1946) propuso con éxito una
reforma significativa del modelo electoral e intentó, sin conse-
guirlo del todo, una del partido oficial (en 1945-1946); en tanto
Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) respondió con un fortaleci-

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miento de las modalidades autoritarias del gobierno y del par-
tido, y con la erección de la presidencia de la República como
su deus ex machina.3
Otro pecado de origen es similar en su enunciación aunque
distinto en cuanto a los elementos considerados. El prd sería el
resultado de un exabrupto unionista al calor de los comicios de
1988 y las movilizaciones contra el fraude, sin la reflexión y los
mecanismos adecuados para gestionar la fusión de tan diversas
corrientes políticas; en el seno del nuevo partido habrían con-
vergido las historias de fracaso de organizaciones de izquierda
que hasta mediados de la década de 1980 habían mostrado su
incapacidad para plantear alternativas creíbles y viables al ré-
gimen autoritario vigente.4 Este juicio pasa por alto la obsesión
por la unidad organizativa y programática, que es tan antigua
como las izquierdas mismas, y tan intensa como los aquela-
rres sectarios. Ya desde los años del cardenismo y luego en el
intenso periodo del frente popular a la mexicana, en el curso
de la Segunda Guerra Mundial, los comunistas y otros grupos
de izquierda discutieron la unidad de acción (y orgánica), in-
cluso con el partido oficial o con algunos de sus personeros.
Una estación en la trayectoria de unidad sería la Mesa de los
marxistas, en enero de 1947, convocada por Vicente Lombardo
Toledano y que redundó en la creación del Partido Popular. En

3
Para documentar estos momentos de la historia política ver Elisa Servín, Ruptura
y oposición: el movimiento henriquista 1945-1954, México, Cal y Arena, 2001;
Soledad Loeaza, “La reforma política de Manuel Ávila Camacho” en Historia
Mexicana, Vol.63, No. 1 (249), julio de 2013; Ariel Rodrìguez Kuri, “Los años
maravillosos: Adolfo Ruiz Cortines” en Will Fowler, coordinador, Gobernantes
mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 2008, vol II.
4
Enrique Semo hace una buena presentación del asunto; ver La búsqueda. 1. La
izquierda mexicana en los albores del siglo xxi, México, Océano, 2003.

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las postrimerías de la fase más groseramente estalinista de los
comunistas mexicanos, hacia 1960, los disidentes del Partido
Obrero Campesino de México decidieron agregarse al Partido
Comunista o al Partido Popular.5
El Movimiento de Liberación Nacional (mln, 1961-1967)
fue el intento más amplio para aglutinar a las fuerzas progresis-
tas en un frente político que modificara la correlación de fuerzas
a nivel nacional, y que empujara una serie de reformas políticas
y sociales; fue sin duda el modelo histórico del prd. La idea de
un partido de masas que se moviera con agilidad en medio de
los valores atribuidos a la Revolución mexicana, la democrati-
zación del sistema electoral, la búsqueda de la justicia social y
los íconos ideológicos de la historia liberal-popular, había orbi-
tado por largo tiempo en el sistema planetario de las izquierdas;
era un cometa que regresaba. El prd atrapó esas pulsiones y
las institucionalizó por un cuarto de siglo. Luis Villoro se hizo
cargo de esa realidad subyacente; en 1997, con motivo de la
muerte de Heberto Castillo (un veterano del mln, el Partido
Mexicano de los Trabajadores y miembro fundador del prd),
concluía: “lo impresionante de su trayectoria [de Heberto] es
que al morir era dirigente de un partido [el prd] que representa
el triunfo del propósito del mln: la fusión del cardenismo —el

5
Así debe leerse también la historia de las izquierdas mexicanas, por más que
impere un canon pesimista en la literatura especializada. Véase por ejemplo Ba-
rry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo xx, México, era, 1996; Calos
Illades, El futuro es nuestro: historia de la izquierda en México, México, Océano,
2018; Jorge Alonso, En busca de la convergencia: el Partido Obrero Campesi-
no Mexicano, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en An-
tropología Social, 1990; Elvira Concheiro, Massimo Modonesi, Horacio Crespo,
coordinadores, El comunismo: otras miradas desde América Latina, México, Uni-
versidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones Interdiscipli-
narias en Ciencias y Humanidades, 2011.

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nacionalismo revolucionario—con la izquierda independiente,
preponderantemente socialista”.6
Es un hecho que antes de 1988 el peso electoral de las iz-
quierdas independientes era débil. Quizá la única excepción du-
rante la hegemonía del Estado autoritario y la Guerra Fría fue
la elección presidencial de 1952, cuando el general cardenista
Miguel Henríquez Guzmán alcanzó un nada despreciable 15%
de la votación nacional reconocida (los resultados del Partido
Popular, que postuló a Lombardo Toledano, fueron misérrimos,
con todo y el apoyo de los comunistas); y Henríquez era un
disidente del oficialismo.7 Un hecho a considerar: en la elec-
ción presidencial de 1958 el Partido Comunista decidió pos-
tular al abogado católico y anarquista Miguel Mendoza López
Schwertfeger. Es difícil evaluar aún hoy día tamaña decisión
de los comunistas (en esas fechas sin registro ante la autori-
dad electoral y por tanto sin posibilidades de que apareciese
el nombre de su candidato en la boleta), que coincide con el
final de su etapa más sombría. No obstante, la designación de
Mendoza López muestra la disposición de una parte de las iz-
quierdas para imaginar candidaturas externas en el seno de coa-
liciones políticas amplias y, como argumenta Enrique Semo,
esa certeza se había impuesto en buena parte de las izquierdas
desde la década de 1960.8 (En 1946 el Partido Comunista había
postulado a Miguel Alemán, del pri, todavía bajo el influjo del
frente popular.)
Ya el Partido Comunista tenía claro a finales de la década
de 1960 y principios de la siguiente que la clave del dispositivo

6
Heberto y el prd, Luis Villoro, editor, México, Proceso, Fundación Heberto Cas-
tillo Martínez, 1999.
7
La campaña de Henríquez en Servín, Ruptura y oposición, op. cit.
8
Semo, La búsqueda, op. cit., 66.

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autoritario estaba en la ley electoral, que reservaba al gobierno
nacional todas las decisiones sobre la inscripción de partidos en
las elecciones federales.9 Cualquier ímpetu político electoral se
enfrentaba a la proscripción electoral de facto de la izquierda
independiente, vigente entre 1955 y 1976, las décadas de la
gran represión. En las dos elecciones presidenciales en que los
comunistas recurrieron a sus propios recursos lo hicieron en
medio de un vacío jurídico a los que los condenaba la propia
ley electoral. Su asidero único era una interpretación laxa de
los derechos constitucionales de asociación, reunión y libre ex-
presión de las ideas. Así transcurrieron las campañas de Ramón
Danzós Palominos en el Frente Electoral del Pueblo (1964) y
de Valentín Campa (1976), ambos comunistas de cepa.10
Es probable que nuestra imagen de la trayectoria de los
partidos y organizaciones de izquierda esté sobredeterminada
por la acaecido, grosso modo, entre 1965 y 1977. Ese periodo
fue testigo de la proliferación de todo tipo de organizaciones
que se consideraban de izquierda y que de diversas maneras
militaron en contra y en medio de la asfixiante cerrazón de
la política nacional y en un panorama internacional sacudido
por hechos geopolíticos como la revolución cubana, la revo-
lución cultural china o la guerra de Vietnam. Por economía de
recursos se ha caracterizado ese periodo como el de la nueva
izquierda. La evidencia empírica es contundente: una amplia
colección de siglas de grupos y partidos legales y clandesti-

9
Para una crítica de los comunistas a la legislación electoral alrededor de 1970 ver
la compilación documental Partido Comunista Mexicano, 1967-1972, México,
Ediciones de Cultura Popular, 1973, por ejemplo 28-46.
10
Una reseña de la campaña de 1964 del Frente Electoral del Pueblo es la de Juan
de la Fuente Hernández, Contra viento y marea, Chapingo, Universidad Autóno-
ma de Chapingo, 2013, 73 ss.

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nos. Ese fenómeno entró en momentum luego del desenlace
de la protesta estudiantil de 1968.11 Para entender la nove-
dad que significó el prd en la historia política debemos dejar
en claro un hecho: la ausencia de una reforma política que
ampliara el número de jugadores independientes en la mesa
electoral en el periodo 1949-1978. Este sería un saldo oculto
de la derrota de1968, y cuya lectura se ha normalizado con
la suposición de que la reforma electoral de 1977-1978 era
la respuesta “natural” a los acontecimientos de una década
antes. No es esa la historia que debe contarse; no al menos si
no se explica el enorme desfase, toda una década emascula-
da de una verdadera y necesaria competencia electoral en un
periodo de mutaciones profundas en la cultura política y de
erosión de la hegemonía del Estado posrevolucionario.12 En
todo caso es menester reconocer que un periodo más breve
había transcurrido entre 1968 y 1988, cuando se anunció urbe
et orbi el prd, que entre la fundación del partido y las elec-
ciones de 2018.

Resultados pequeños
Así, un tema fundamental es la brevedad dramática de la his-
toria electoral de las izquierdas (comparada con la historia de
las izquierdas en casi cualquier otro contexto medianamente

11
Dudo de la utilidad analítica del término nueva izquierda; a mi juicio es un
concepto amorfo y atrapado en el vocabulario evanescente de lo que estudia: Ariel
Rodriguez Kuri, Historia mínima de las izquierdas en México, México, El Colegio
de México, en prensa.
12
Respecto a una nueva resignificación de la década de 1970 hemos argumentado
con amplitud Renato González Mello y yo en “El fracaso del éxito, 1970-1985” en
Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010.

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democrático), y no solo (o no tanto) sus fracasos y sus éxitos.
Para cualquier efecto, las izquierdas enfrentaron su primer exa-
men electoral contemporáneo en las elecciones intermedias de
1979; los comunistas lograron 5.1% de los votos (eran eleccio-
nes intermedias), lo que significó 23 diputados en una cámara
de 400. Más concurrida fue la elección de 1982, la primera que
involucraba la presidencia de la República bajo las nuevas re-
glas electorales. Las cifras fueron desalentadoras para los parti-
dos de izquierda, no obstante que ya se prefiguraban los efectos
de la crisis de las finanzas públicas y de la caída de los pre-
cios del petróleo. De entrada, la izquierda se presentó dividida;
Arnoldo Martínez Verdugo abanderó la candidatura presiden-
cial del Partido Socialista Unificado de México (psum), que
se formó con la fusión del añejo Partido Comunista con otras
organizaciones en 1981, y obtuvo el 3.5% de los votos (contra
74.8% del pri y 15.6% del pan); de otra parte, los trotskis-
tas del Partido Revolucionario de los Trabajadores obtuvieron
1.7% de los votos, con su candidata, Rosario Ibarra. (La suma
de los porcentajes se acerca al que obtuvieron los comunistas
en 1979, lo que indica claramente que el voto se dividió.) De
hecho, el psum obtuvo 17 diputados, seis menos que en 1979.
Como se vea, en los comicios presidenciales de 1982 los resul-
tados para las izquierdas fueron modestos y, al menos en cifras
oficiales, retrocedieron respecto a su votación en 1979. Luego,
en 1985, el psum obtuvo 3.3% de la votación, y la suma de
partidos que luego integraron el Frente Democrático Nacional
(cinco además del psum) sumaron 14.4% de la votación nacio-
nal (en esa elección de 1985 el pri obtuvo 60% y el pan 15.5%,
lo que, grosso modo, significó que la izquierda arrebató quince
puntos porcentuales al partido oficial, dado que el pan repitió
el porcentaje de 1982).

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Tal era el piso electoral de las izquierdas antes de 1988. No
debe sorprender entonces que, más allá de la ardua discusión
sobre la manipulación y falsificación de los resultados, la jor-
nada del 6 de julio resultara tan esperanzadora. En términos
porcentuales se duplicó la votación de los mismos partidos
tres años antes, y las evidencias y rumores de relleno de urnas,
quema de boletas y demás, que se esparcieron por todos lados,
apuntaló la idea de que una fusión de las izquierdas era impera-
tiva. Más aún, en el conocimiento de que las de 1988 eran ape-
nas las cuartas elecciones nacionales a las que concurrían las
izquierdas independientes y que estas habían estado proscritas
por tres décadas, los resultados eran halagüeños.

Pecado dos: diversidad.


La existencia en los hechos (y luego en los estatutos) de corrien-
tes sería el otro pecado de origen del prd. Dada la diversidad de
los grupos convocados y concurrentes al proyecto original del
partido (priistas, comunistas, lombardistas, maoístas, trotskis-
tas, cristianos de izquierda) la existencia de corrientes políticas
era del todo esperable. Los militantes se identificaron rápida-
mente entre sí por sus antecedentes y vocabularios, pero luego
por afinidades tácticas inmediatas, lo que dio lugar a una in-
tensa y abigarrada vida política interna.13 Uno liderazgo fuerte
era la respuesta obligada a la heterogeneidad política en el seno
13
Una radiografía de los documentos básicos del partido la proporciona Massi-
mo Modonesi, Para entender el Partido de la Revolución Democrática, México,
Nostra, 2008. La manera cambiante en que se articulan las alianzas internas dentro
del partido, según las prioridades del momento y los proyectos de grupo, en el
testimonio de Rosa Albina Garabito Elías, Apuntes para el camino. Memorias
sobre el prd, México, Ediciones Eón, Universidad Autónoma Metropolitana Az-
capotzalco, 2010.

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del partido. El papel de Cuauhtémoc Cárdenas se habría hecho
necesaria en una organización política novísima, de incipien-
te institucionalidad interna, mantenida vigente con el prestigio
del líder y la polisemia del mito fundador (el cardenismo anti-
guo y las elecciones y el fraude de 1988). Era imprescindible
que estatutos y programa se sintonizaran con las capacidades
demiúrgicas del caudillo.14
Esta explicación es quizá demasiado laxa para dar cuenta
de los problemas implicados en la fundación de un nuevo par-
tido.15 El estudio de las formas de organización, las dinámicas
internas, la promoción de los liderazgos y de los representantes
en los poderes públicos o, en otro registro, de los mundos de
vida de sus adherentes, suelen aparecer como subsidiarias de
los fines últimos atribuidos a los partidos. Los partidos suelen
ser difíciles de aprehender desde sus entrañas. Resulta más sen-
cillo documentar sus plataformas y resultados electorales, su
capacidad para hacer o modificar leyes, o su talento para pro-
poner e instrumentar políticas públicas. La dicotomía (lo de
adentro/lo de afuera) es solo una ilustración pero es útil para
atajar la operación subrepticia de juzgar lo de afuera a partir
de una caracterización apresurada o espuria de lo de adentro:
las políticas públicas por los antecedentes de los militantes; la
calidad de la representación política por la ideología atribuida
a sus miembros; las contribuciones a la democracia y la jus-
ticia social y estatal por los líos estatutarios y organizativos
internos. Y como lo de adentro es más difícil de documentar
que lo de afuera, acabamos en una amplia zona de indetermi-

14
Dos enfoques críticos del caudillismo en el prd por dos militantes en Semo, La
búsqueda, op. cit., 109 ss. y Garabito, Apuntes para el camino, op. cit.
15
Un seguimiento detallado el de Jean-Francois Prud-homme, Coyunturas y cam-
bio político, México, El Colegio de México, 2014.

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nación, un territorio entero de ruido blanco y silencio analíti-
co. Así ha sido con el prd.16
Pero hay otro asunto entreverado, una discordancia en los
liderazgos del prd, y en realidad de todos los partidos políticos
mexicanos, con el sistema político. Existen pocos incentivos
para la rendición de cuentas de los líderes de partidos. Las elec-
ciones y los triunfos o derrotas legislativos no conducen a un
ajuste de cuentas y a un reacomodo en las direcciones partida-
rias, o lo hacen solo con lentitud extrema. La permanencia de
los líderes depende más de las correlaciones de fuerza internas
que de la vida pública del partido. Si un político fuerte, cono-
cido, conduce un partido, no hay un delito que perseguir; el
problema surge de las rigideces del diseño constitucional mexi-
cano, con sus tiempos electorales preestablecidos y sus agendas
apremiantes. Es probable que la rotación de liderazgos y las
alianzas internas obedecieran a otra lógica en alguna de las mo-
dalidades del sistema parlamentario.

Escena primaria: la ruptura imaginaria del orden


priista.
Es sintomático que la historia del prd se corresponda con el
periodo que un buen número de estudiosos han llamado la
transición democrática, ese periodo de ajustes graduales de los

16
Con lo cual no infiero que no haya estudios que traten de aprehender el funciona-
miento más íntimo del prd; ver por ejemplo S. Ìlgü Özer, “Out the Plaza and into
the Office: Social Movement Leaders in the prd”, Mexican Studies/Estudios Mexi-
canos, volumen 25, no. 1, invierno 2009, pp. 125-154; Anne Pivron, “Anatomía de
un partido de oposición mexicano: la estructura del juego político en el Partido de la
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ordenamientos legales de la competencia electoral y la repre-
sentación política.17 Esa simultaneidad debe resultar llamativa.
Indicaría que el prd fue justamente un constructo para la tran-
sición, pero de manera harto peculiar. Tal sería la mayor aporta-
ción histórica del prd: que las reformas político-electorales, de
un lado, y el transcurso de las reformas estructurales de la eco-
nomía y la sociedad mexicana durante la vigencia del programa
neoliberal, del otro, no surgieran solo de un acuerdo bilateral
entre las fuerzas dominantes (o más visibles) a mediados de la
década de 1980: el pri y el pan. El prd rompió el bipartidismo
in pectore que ya se intuía bajo los cielos mexicanos.
Pero hay otra historia, que se oculta o enmascara. El surgi-
miento del apellido Cárdenas en la contienda presidencial de
1988 y su innegable arrastre popular es el hecho político fun-
dacional del régimen de los 30 años. Así fue en varios planos
simultáneos. Si la elección del 6 de julio de 1988 encumbró
en la presidencia de la República a Carlos Salinas de Gorta-
ri (1988-1994) con la mitad de los votos válidos, las sospe-
chas y evidencias de fraude fueron a tal grado generalizadas
que incluso el presidente saliente en 1988, Miguel de la Madrid
Hurtado, se refirió a los problemáticos resultados electorales,
y en más de una ocasión.18 Un testigo poco frecuentado de la
jornada del 6 de julio, Óscar de Lassé, encargado del sistema

17
Ricardo Becerra, Pedro Salazar y José Woldenberg, La mecánica del cambio
político en México: elecciones, partidos y reformas, México, Cal y Arena, 2005
y José Woldenberg, Historia mínima de la transición democrática, México, El
Colegio de México, 2013.
18
De la Madrid nunca dijo que Salinas de Gortari no ganó las elecciones presiden-
ciales, pero en cambio otorga muchos indicios de la manipulación de los resultados
en los comités distritales; así lo plantea en varios lugares: a fines de la década de
1990, por ejemplo, en Jorge G. Castañeda, La herencia. Arqueología de la sucesión
presidencial en México, México, Alfaguara, 1999, 220-221; luego en sus memorias

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de cómputo de la Secretaria de Gobernación, descerrajó un jui-
cio contundente, en una entrevista realizada 20 años después
de los acontecimientos: el resultado más ajustado a la verdad
estaría en 43% de los votos para Salinas de Gortari y 40% para
Cárdenas.19 En sus memorias, Cárdenas presenta una versión
sencilla del mecanismo de falsificación: en una magnitud muy
importante (45.5%, es decir 25 000 casillas) los resultados se
hicieron públicos solo agregados por distrito electoral; en las
actas que se presentaron desagregadas (54.5%, o sea 30 000
casillas), los resultados favorecían a Cárdenas, con 39.4% de la
votación contra 35.7% de Salinas de Gortari.20
No es este el lugar para acercarnos a la tenaz discusión sobre
los verdaderos resultados de la elección presidencial de 1988.
Lo que es un hecho es que la elección y su desenlace son cru-
ciales, dado que definieron el campo concebible de lo político.
Todo el fenómeno 1988 se inscribe en lo que debemos llamar la
escena primaria de la historia política, tan poderosa, por ejem-
plo, como el desenlace de la protesta de 1968. Ya no se trata de
qué pasó puntualmente sino un dilatado para qué. La escena
primaria determina los comportamientos y los razonamientos
futuros de un actor; está grabada en una memoria en la cual se

Cambio de rumbo: testimonio de una presidencia, 1982-1988, México, fce, 2006.


En 2009, en entrevista con la periodista Carmen Aristegui, acusó al expresidente
Salinas de delincuente, pero no por la elección sino por el apropiamiento indebido
de la partida secreta de la presidencia de la República y por el nexo supuesto de
sus hermanos con el crimen organizado; ver los testimonios listados en https://
es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_federales_de_M%C3%A9xico_de_1988.
19
Martha Anaya, 1988: el año que calló el sistema, México, Debate, 2008, 266.
20
Cuauhtémoc Cárdenas, Sobre mis pasos, México, Aguilar, 2010, pág. 249. Ver
Dag Mossiege, Mexico`Left. The Paradox of prd, Boulder, Colorado, FirstForum-
Presss, 2013, pág. 76, c. 3.1 que ofrece las cifras del Partido Mexicano Socialista,
muy similares.

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mezclan lo emocional y lo racional, a veces para bien, a veces
para mal, pero siempre consumiendo una gran energía. Tal el
mito fundante y legitimante, y así de práctico.21
Todo aquello que rodeó el proceso sucesorio del oficialis-
mo en 1987-1988 alimentó inadvertidamente el mito del nuevo
cardenismo. Dos elementos deben rescatarse de la candidatura
oficialista de Carlos Salinas de Gortari, y que atañen a los orí-
genes mismos del prd. En primer lugar, esa candidatura fue an-
tecedida por la comparecencia pública de seis políticos priistas
(en agosto de 1987) que buscaban la candidatura presidencial;
este formato fue establecido por el presidente De la Madrid
para atajar las críticas de Cárdenas y la Corriente Democrática,
que desde junio anterior buscaban la convocatoria pública y la
competencia interna para la designación del candidato presi-
dencial del pri. Más allá de que los testimonios apuntan que
De la Madrid había decidido sobre la candidatura de Salinas
antes de las comparecencias, el espectáculo mediático fue una
primera fisura en el aura de imbatibilidad del oficialismo: la
política regresaba tímidamente a lo público.22 Cárdenas no fue
convocado pero el mecanismo benefició su disidencia.
Otra circunstancia operó en sentido contrario. En un fe-
nómeno poco estudiado, alrededor de Salinas se condensó la
opinión que lo que importaba en la elección de 1988 era el pro-
grama y no tanto el procedimiento; ese consenso fue importan-

21
La noción de escena primaria fue traída al análisis histórico en un texto excep-
cional: Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia
de la modernidad, México, Siglo xxi, 1981.
22
Así podría interpretarse la versión de De la Madrid sobre la designación de Sa-
linas; ver Castañeda, La herencia op. cit., 212-215; ver asimismo cómo justifica
Salinas no haber recurrido al método de comparecencias públicas en el caso de
Luis Donaldo Colosio en el mismo trabajo, pág. 289.

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te en la tecno burocracia, en las élites económicas y en grupos
de intelectuales con cierto impacto en la opinión pública. Entre
algunos representantes independientes de las tradiciones de iz-
quierda y del liberalismo se impuso el mantra de las “reformas
estructurales”. La promesa modernizadora de la economía y del
Estado (con escasas referencias a la pluralidad política y a la
competencia electoral) convenció a varias familias intelectua-
les que era menester una reforma desde arriba, un ajuste en
las prioridades del oficialismo, a la manera de los Borbones
(y de Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética). Antes de las
elecciones del 6 de julio parecía claro que entre las élites ha-
bía una apuesta por el hombre (Salinas) y por la reforma de la
economía, no de la política. Es verdad, por lo demás, que la
coyuntura internacional y nacional en el verano de 1988 no era
particularmente favorable para la disidencia de Cárdenas y sus
adherentes. Las novedades en la Unión Soviética distraían a los
pocos amigos de la democratización mexicana en Washington,
por ejemplo, y nada cuadraba más al consenso neoliberal en
gestación que las promesas de cambios en México. Un paquete
de democratización del sistema político mexicano encabeza-
do por un disidente del pri auguraba poco en contraste con
las promesas de cambios estructurales que acabaran integrando
las dos economías. Y el pri pudo incluso cobrar sus facturas
internacionales; las declaraciones y felicitaciones de Felipe
González, Fidel Castro y Daniel Ortega, antes de la calificación
electoral, fueron más que elocuentes.23
Una vez transcurrió la jornada del 6 de julio y la disputa
que le siguió, se impuso una cuestión estratégica, que marcaría

23
Cárdenas, Sobre mis pasos op. cit., 260, recordará con sequedad los saludos de
Fidel Castro y Daniel Ortega aún antes de la calificación.

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de manera muy importante el futuro del prd: ¿hasta dónde era
imaginable llevar la protesta electoral si por un lado la per-
cepción generalizada era de un fraude y por otro se conocía
muy bien la propensión gubernamental a responder con la re-
presión? Éste ha sido uno de los aspectos menos explorados
en los orígenes del prd. Entre el 6 de julio y la calificación de
las elecciones por el Colegio Electoral el 10 de septiembre era
la pregunta más importante. Hasta donde es posible conocer
los detalles más íntimos de ese dilema, podría decirse que la
alternativa rupturista la defendió Porfirio Muñoz Ledo en el
entorno cercano del candidato; Cárdenas, en cambio, si bien
públicamente defendió su triunfo e insistió en revisar y limpiar
la elección, a final optó por una salida política de mediano y
largo. Es presumible que Cárdenas tratase de evitar la violen-
cia represiva, ante la cual sus seguidores estarían —tal era el
razonamiento— en la indefensión.24 ¿Era posible la salida rup-
turista, esto es un programa cívico y político para denunciar el
fraude, invalidar la elección, impedir la calificación y la asun-
ción de Salinas de Gortari?
A la distancia ese era un camino más transitable de lo que
en su momento se pensó. Sin dejar de ser una aventura de pro-
nóstico reservado, un cálculo tendría que contemplar la posi-
ción del presidente de la República, Miguel de la Madrid, del
candidato oficial, Carlos Salinas de Gortari, de los sectores de
la alta burocracia y, de manera especial, de las fuerzas armadas.
Los tres primeros actores tendrían que haber sido el foco de una
campaña de movilización popular con el propósito de modelar
sus respuestas; tanto si un imaginario movimiento de resisten-
cia se hubiese dirigido a limpiar la elección o bien a repetirla,

24
Cárdenas, Sobre mis pasos op. cit., 254-258.

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ninguno de esos tres actores (el presidente, el presidente electo
y la clase política) tenía por sí mismo el prestigio nacional o in-
ternacional para encarar por tiempo prolongado un movimiento
de protesta. Pero ante una protesta recia y coherente (es una
premisa) habría sido el presidente De la Madrid quien enfren-
tara la disyuntiva de acabar su administración con el arreglo
político de un enredo electoral o bien con la represión abierta,
ya no a un grupo de disidentes notables sino de un movimien-
to opositor nacional. El presidente en funciones era el eslabón
más débil de la cadena y sus atribuciones constitucionales lo
constreñían.
Las fuerzas armadas resultarían clave en cualquier arreglo
o desenlace; no sabemos si el Ejército y la Armada ya habían
iniciado su camino hacia la neutralidad política (que parecen
haber alcanzado en tiempos del desafuero del entonces Jefe de
gobierno de la ciudad de México, Andrés Manuel López Obra-
dor, en 2005), pero su sola permanencia en los cuarteles habría
sido suficiente para inclinar la balanza. En una hipotética resis-
tencia contra los resultados electorales y la calificación de las
elecciones, las fuerzas armadas podrían haber sido omisas, y
eso habría sido definitivo. De todos modos, la historia de esos
meses dramáticos está por escribirse, pero es innegable el im-
pacto de la escena primaria en la fundación y desempeño del
prd; al menos entre 1988 y 1997, esos nubarrones de recuerdos
y expectativas acompañaron el alma del nuevo partido.25
Se impuso la propuesta de Cuauhtémoc Cárdenas: organizar
en un solo partido las adhesiones, energías y preocupaciones

25
Sigo de cerca el argumento de Paul L. Haber, “Las relaciones entre movimientos
sociales y partidos políticos en México” en Jorge Cadena-Roa y Miguel Armando
López Leyva, coordinadores, El prd: orígenes, itinerario, retos, México, unam,
Ficticia Editorial, 2013, pp.45-46.

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del mayor número posible de votantes y cuadros políticos que
apoyaron su candidatura; así lo planteó en octubre de 1988. El
prd se fundó el 5 de mayo de 1989; para muchos militantes
significaba varias cosas a la vez, pero quizá la más importante
era la posibilidad de resolver el problema de la invertebración
nacional de las izquierdas en una clave ideológica distinta a la
marxista, y cobijado en un mito fundacional. Con el prd una
parte de la izquierda encaró los retos de una participación sis-
temática en las elecciones nacionales y locales; su programa,
su organización y su discurso se dirigían a reproducir, supe-
rándolo, el 6 de julio. En ese camino asoció las inequidades
del sistema electoral con los programas de reforma económica
regresivas (a juicio del nuevo partido) del gobierno de Salinas
de Gortari. Pero el diagnóstico según el cual en unas elecciones
limpias la mayoría de los ciudadanos se inclinaría por el nuevo
partido llevó a marginar del programa y sobre todo de los tra-
bajos de organización lo que había sido la vocación de muchas
de las entidades que habían convergido en su seno: los trabaja-
dores del campo y de la ciudad y sus luchas específicas.26 Como
sucedió en el caso de la correlación de fuerzas internacionales
hacia 1988, los años de la fundación del prd y las dos décadas
subsiguientes fueron particularmente ingratas y desfavorables
con los mundos del trabajo en buena parte del mundo.
Pero más allá del deseo de potenciar y conducir los recla-
mos ciudadanos en aras de la democratización del sistema po-
lítico y de los resultados electorales propiamente dichos ¿qué
otra cosa habría de recoger el nuevo partido? Tenemos algunos

26
La debilidad de las apelaciones de clase en los principios del prd, hacia 2007,
se exhiben en Modonesi, Para entender el Partido de la Revolución Democrática
op. cit., 43-50.

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datos duros de las investigaciones sobre las bases sociales del
nuevo organismo. De entrada, conocemos el peso que tuvo el
movimiento urbano popular en la conformación del Frente De-
mocrático Nacional en 1988 y luego en el prd, en especial en
el Valle de México; es de sobra conocido que el movimien-
to urbano había atravesado por un proceso de aprendizaje y
protagonismo acelerado con motivo de la reconstrucción que
siguió a los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985, de la
que surgieron formas de organización y dirigencias ágiles y po-
tentes. Y aunque los documentos básicos del partido no son
prolijos, ahí domina la lógica territorial (barrial, municipal) en
sus mandatos de organización sobre las formas de organización
sectorial (empresas, centros de trabajo). Este fenómeno es re-
sultado de la simbiosis partidaria con organizaciones sociales
de solicitantes de suelo urbano o de vivienda. Como ha mostra-
do Hélèn Combes, una de las autoras que mejor ha entendido
las relaciones entre el partido y las organizaciones sociales, los
cuadros de origen sindical en la dirigencia nacional y regional
fluctuaron, en su primera década de vida del prd, entre 7 y
10%, comparados con 22 y 43% de aquellos provenientes de
los “movimientos sociales”, que deben entenderse como movi-
mientos urbanos.27
Pero el asunto no es solo quiénes integran el nuevo partido
sino a quiénes interpela, en el sentido más amplio del verbo.
prd parece haber un consenso de que la ilusión de 1988 se
desvaneció en las urnas, ya fuese porque el gobierno siguió
controlando mecanismos fundamentales de la propaganda (los

27
Hélèn Combes, “El prd desde las interacciones con el entorno militante: el
papel de los dirigentes multiposicionados (1989-2000)” en Cadena-Roa y López
Leyva, coordinadores, El prd op. cit., pág. 175, c. 5.

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medios), ya fuese por los usos del dinero público en apoyo del
oficialismo o ya fuese, en fin, porque el prd no logró articular
un discurso creíble sobre lo que significaban sus propuestas.
Ciertamente, los resultados fueron menores a sus expectativas.
En las elecciones intermedias de 1991 obtuvo un magro 7.9%
de los votos, que le significó 41 diputados (de 500). En 1994
repitió la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas.
Su desempeñó no fue tampoco como se esperaba: quedó en
un lejano tercer lugar, con poco más de 16% de los votos (el
oficialista Ernesto Zedillo obtuvo 48.6% de los votos y Diego
Fernández de Ceballos, del pan, 25.9%); el prd obtuvo 71 di-
putados y ocho senadores. Es cierto que la elección de 1994
estuvo sobredeterminada por dos acontecimientos sin prece-
dentes en la historia reciente: el levantamiento neozapatista en
Chiapas el 1° de enero y el asesinato del candidato presidencial
del oficialismo, Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo. La vio-
lencia que emergió dejó al descubierto las falencias del nuevo
partido; en especial serían evidentes sus dificultades para iden-
tificar el pulso de la sociedad enfrentada a sus temores más pro-
fundos. Que el candidato presidencial Cárdenas haya acudido a
una cita con el subcomandante Marcos, el 18 de mayo de 1994,
muestra esa falta de cálculo.
Sin embargo, los resultados electorales de 1991 y 1994 per-
filaron un arraigamiento del prd en una zona de votantes y
sobre todo en un estado de ánimo que a la larga fructificaría.
Si cierto aroma antisistémico del partido y su tono de opositor
a ultranza restaba votos en las coyunturas específicas cuando
una mayoría de los votantes creía en una evolución controlada
de la vida pública, un cambio en el ambiente general revertiría
esa situación. La profunda caída de la actividad económica en
1995, con la devaluación de la moneda y un ascenso vertigino-

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so de las deudas privadas, golpearon el corazón del continuis-
mo compulsivamente buscado por Carlos Salinas de Gortari. El
nuevo gobierno del presidente Ernesto Zedillo debió ofrecer la
democratización de la política y la competencia electoral.
Fue en ese contexto que se acordaron las reformas electorales
más significativas desde 1946, con un instituto electoral autóno-
mo y sin la participación del gobierno en ninguna de las fases
del proceso comicial. En 1997 el prd dio un salto cuantitativo:
obtuvo 125 diputados (por arriba del pan, que ganó 121), y ocho
senadores. Pero, además, ganó holgadamente la elección de Jefe
de gobierno de la ciudad de México, la primera vez en la historia
que se convocaba a la elección popular de la autoridad política
de la capital y la primera entidad que gobernaría el nuevo par-
tido. Más allá, 1997 sería crucial en la historia política mexi-
cana: en un hecho inédito en el siglo xx la oposición sumada
tenía mayoría en la Cámara de diputados —ningún partido del
presidente de la República tendría mayoría en esa Cámara en el
periodo 1997-2018.
Es claro que una parte del éxito electoral del prd estaba
atado al desempeño económico general, sobre todo a variables
como el tipo de cambio, el empleo y la inflación. Pero es igual-
mente importante señalar, y lo enfatizo, que 1997 fue un ajuste
de cuentas del electorado con las expectativas pergeñadas du-
rante el gobierno de Salinas de Gortari; una parte del electo-
rado había estado dispuesto a pasar por alto el autoritarismo, la
corrupción y el nepotismo con la condición de que “todo” saliera
bien. No todo salió bien, y el cobro de factura fue evidente. Lo
que no redundó en 1991 y 1994, pagó en 1997. Estamos ante otro
momento en el fenómeno de constitución del electorado plebe-
yo, ese que es una mirada y una sensibilidad que desbordaban
los indicadores macroeconómicos usuales, y que se constituye

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en una posición política, celosa de los usos del poder y de la
gestión de la cosa pública.
Pero la elección presidencial de 2000 mostró que ese cuer-
po era fluctuante y definido más por su radicalidad política (su
anti-priismo) que ideológica. El prd repitió su votación de seis
años antes (16.6%), mientras que el candidato opositor Vicente
Fox alcanzó 42.5%, un incremento de casi 75% respecto a la
votación panista de 1994. El cambio de gobierno, la expulsión
del pri de la presidencia de la República, se dio en los términos
definidos por la alianza del pan, no la del prd. Pero en un pro-
ceso que iniciara en 1997, el prd aumentó su competitividad
a nivel estatal, con 20 gubernaturas ganadas por sí mismo o en
coalición hasta 2012. Sin embargo, el nombre del juego había
cambiado. Resuelto en su mayor parte el asunto de la alternan-
cia política a nivel nacional, las posibilidades de definir y usu-
frutuar la noción de boque plebeyo adquirieron otra dimensión
y otros contenidos.
En cuatro elecciones presidenciales consecutivas (1994,
2000, 2006 y 2012) el prd solo tuvo dos candidatos: Cuau-
htémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Con todas
las diferencias de liderazgo y temperamento que se puedan
trazar entre ambos, el hecho es que compartieron un destino
común: en medios oficiales y oficiosos tanto Cárdenas como
López Obrador han sido acusados de ser políticos populistas.
Tal ha sido la característica más profunda y perdurable del ci-
clo político inaugurado en 1988. La noción de populismo se
apoderó del debate público, primero como mecanismo de ex-
clusión del campo de la política. Es destacable el hecho de que
dos candidatos de las izquierdas recibieran el mismo epíteto a
lo largo de tres décadas, esto es, más de un cuarto de siglo. Es
asimismo notable que esa operación se haya publicitado en la

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forma de una acusación, una suerte de imputación, para colocar
al candidato como indiciado. En otros contextos sociopolíticos
o en otros momentos históricos la acusación de comunista o
fascista tenía la misma intención: expulsar al señalado de la
política posible. En ambos casos, las acusaciones de populismo
en su contra cobraron mayor relevancia que, por citar un recur-
so muy común en las contiendas democráticas, las acusaciones
de corrupción. Para sus detractores, el populismo de los can-
didatos era la llave de entrada para desautorizar sus proyectos
económicos, sus ideas de las relaciones internacionales y sus
propuestas sobre el diseño del Estado y la democracia misma.
Una primera conclusión: ciertos elementos de orden cultural
y políticos permitieron que el término se asentara en la plaza
púbica con su potente carga peyorativa. Aunque abundan las re-
flexiones y teorizaciones sobre populismo, en México no se ha
intentado es una arqueología del término, con su fechación y
ubicación en las capas estratigráficas de la vida pública. En esta
perspectiva sabemos menos de lo que imaginamos. Es probable
que el epíteto populista se haya difundido desde el periodismo y
el panfleto político del reducido grupo de liberales, de un lado,
y de la derecha más rancia, de otra parte. Ambos grupos carac-
terizaron así a los gobiernos de Luis Echeverría (1970-1976)
y José López Portillo (1976-1982). Esa noción de populismo
subrayaba un aspecto: el uso irresponsable del gasto público,
que fue considerado como el causante de las crisis inflacionarias
y devaluatorias de 1976 y 1982. La operación intelectual era
elemental: el gobierno gastaba más de lo que tenía y, por tanto,
incurría en el endeudamiento (interno y externo). Peor aún, el
gobierno gastaba mal en áreas que no eran de su competencia.
Rara vez, en esa perspectiva, se ofrecía la solución de ingresar
más (vía impuestos). La panacea antipopulista consistía en que

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el gobierno redujera su gasto y se abocara a lo mínimo indispen-
sable. De entrada, el ingreso y el gasto fiscal estaban bajo sospe-
cha, atrapados en la omnicomprensiva categoría del populismo.
En la década de 1980 la crítica del déficit llegó a tocarse
con la del sistema político como tal, esto es, con la crítica al
partido casi único, al falseamiento electoral y al financiamiento
ilícito de los candidatos oficiales. Pero la crítica del déficit y la
del régimen político nunca fueron idénticas ni intercambiables;
diferían en su origen y en sus objetivos. Pero su coincidencia
temporal conformó un imaginario en el cual la demanda por la
democratización del sistema político se entreveró con un modo
de entender la economía política. En algunos sectores socia-
les se rechazaban simultáneamente los vaivenes de las finanzas
públicas y ciertos estilos de la política y el liderazgo.28 Así, el
populismo fue adosado al pri como seña de identidad justo en
el momento en que la revolución conservadora de las décadas
de 1970 y 1980 hizo del término la lengua franca y el ariete
contra el Estado regulador y benefactor.
La escisión del grupo político de Cárdenas coincidió con el
alineamiento de las políticas públicas (y del pri como tal) con
el ideario y el programa neoliberal. Nada más adecuado que
considerar a la disidencia como populista. La alianza neocar-
denista inaugurada en 1988 fue presentada como un déjà vu
agónico. El término quedó ahí, disponible en los últimos 30
años. Ese campo no ha estado exento de paradojas: la campaña
del panista Vicente Fox en 2000, que derrotó por vez primera

28
Para estos argumentos véase Louise Walker, Waking from the
dream: Mexico's middle classes after 1968, Stanford, Sanford Uni-
versity Press, 2013 y Rodriguez Kuri y González Mello, “El fracaso
del éxito, 1970-1985” op. cit.

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a un candidato del pri en una elección presidencial (un hecho
histórico, sin duda) utilizó muchos de los recursos retóricos
usualmente atribuidos al populismo. El asunto aquí es que el
populismo, más que un concepto que puede ser definido, es una
fórmula de exclusión, un intento —a veces exitosos, a veces
fallido— por establecer el campo de la política posible.
El populismo no tiene buena prensa. La versión que impera
tiende a considerar el fenómeno populista como una enferme-
dad de la democracia, un síndrome que la amenaza; según la
narrativa establecida, el populismo se engendra al interior del
sistema democrático (elecciones, prensa libre, vida partidaria)
para luego destruirla. Es una operación frecuente trazar líneas
muy tenues (o no trazarlas en absoluto) entre las experiencias
del populismo y las formas políticas abiertamente autocráticas
y totalitarias (el fascismo). Pero como nos ha recordado Fede-
rico Finchelstein, lo que distingue a los populismos históricos
es que son fenómenos solo inteligibles luego de la derrota del
fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Esos populismos (y el
peronismo es arquetípico) habrían renunciado al aniquilamien-
to físico del adversario y modulado el uso de la violencia esta-
tal y paraestatal; esos populismos se detuvieron en las fronteras
de la dictadura, al no proscribir las elecciones, los partidos y el
acceso de las oposiciones a los parlamentos, ni algunas expre-
siones de prensa crítica. El populismo que importa, el histórico,
es siempre posterior a 1945, y no es una dictadura.29
Sugiero, si se permite la analogía, que el populismo es a la
política lo que el romanticismo a la historia del arte y la litera-
tura —no solo un periodo fechado, sino una pulsión permanen-

29
Federico Finchelstein, Del fascismo al populismo en la historia, Barcelona, Tau-
rus, 2019.

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te, una expresión dentro de otras expresiones. O como escribió
el poeta T. S. Eliot: “Romanticismo: se trata de un concepto
cuyo sentido varía según el contexto; tan pronto aparece limita-
do a problemas puramente literarios o locales como se extiende
para abarcar toda la vida de una época, y casi todo el mundo”.
Y remata: “romanticismo, en su sentido más amplio, incluye
todo lo que distingue a los últimos doscientos cincuenta años
de sus predecesores, que incluye tanto, en fin, que deja de sig-
nificar elogio o censura”.30 Así el populismo. De entrada, todo
proyecto y toda propuesta en un sistema político relativamente
competitivo es populista, si entendemos por esto la búsqueda de
adhesiones, apoyos y legitimidades. Los políticos —cualquiera
de ellos— emiten mensajes y buscan respuestas entre los ciuda-
danos. Sus proyectos suelen presentarse como urgentes y cru-
ciales. Los políticos se representan como la encarnación de los
valores colectivos del mundo moderno: la historia como teodi-
cea, la nación como destino, un futuro iluminado. El populismo
es un sistema comunicativo (a la manera de Ernesto Laclau),
una apelación, un modo de la política de masas.31 El populismo
instituye a su actor, lo crea como el sujeto eficiente en la vida
pública, lo interpela para que se pronuncie —para todo lo cual
emplea el herramental disponible en la política moderna.

El fin del orden político de la transición


El prd alcanza su plenitud —lo que implica también el vis-
lumbre de sus límites— en la campaña presidencial de 2006.

30
T. S. Elliot, Función de la poesía y función de la crítica, Jaime Gil de Biedma,
editor, Barcelona, Tusquets, 1999, pp.
31
Ernesto Laclau, La razón populista, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.

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Justo ahí se intersecaron los varios caminos de la historia de
las izquierdas. Si, como había sido desde la fundación en 1989,
la convivencia de los diversos grupos y tradiciones de lucha y
de pensamiento dentro de una mínima disciplina partidaria era
un asunto álgido, la gestión de la protesta electoral en 2006
puso en tensión todo el sistema de arreglos internos del partido.
Atrás habían quedado la espontaneidad y los cálculos de que
el fenómeno 1988 se reproduciría sin más. La campaña electo-
ral de Andrés Manuel López Obrador fue, en los números, la
más eficaz de la historia de las izquierdas hasta entonces; arañó
la victoria, y quedó debajo del puntero Felipe Calderón (de la
coalición encabezada por el pan) por unas decenas de miles de
votos (15 000 284 contra 14 756 350). Ese desempeño llevó a
un cuestionamiento general, sobre todo del circulo y de los se-
guidores del candidato, afuera y adentro del partido: ¿este tenía
la estructura y, en el fondo, la vocación para ganar una elección
presidencial? La pregunta permaneció en el aire y los resul-
tados de la elección de 2012, con el segundo lugar de López
Obrador (15 848 827 de votos contra 19 158 592 de Enrique
Peña Nieto, del pri), muy por delante de la candidata oficialista
Josefina Vázquez Mota, del pan (12 732 630) era el anuncio de
una mutación política en la sociedad mexicana.
El escenario que se desprendió de la elección presidencial
de 2012 sería crucial en el destino del prd. De una parte, quedó
establecido un piso de 15 000 000 de votos para el candidato
de la izquierda (siempre y cuando este fuera un buen candida-
to, diríase en un razonamiento circular). En segundo lugar, el
regreso del pri al Ejecutivo federal abría una ventana de opor-
tunidades políticas, en la cual la crítica del modelo económico
se retroalimentaría con la vieja consigna de la corrupción ge-
neralizada de todo el sistema. Más aún, la alternativa del pan

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parecía haber llegado a su máximo histórico, al menos por el
momento. Esta peculiar situación aceleró lo que ya se perfilaba
desde 2006: que una importante corriente política, nucleada al-
rededor de López Obrador, iba a romper con el prd utilizando
la estructura paralela de militantes y recursos formada en las
dos últimas campañas presidenciales. Aquellos tres elementos,
en un arte combinatoria, darían sustancia a la historia política
de la izquierda en ese periodo relativamente breve.
La condición de posibilidad de todo el proceso era recono-
cer que la existencia de un espíritu plebeyo, que era necesario
interpelar. El gobierno de Enrique Peña Nieto fue una oportu-
nidad histórica en este sentido; desde 2014 su gobierno estuvo
atenazado por la percepción de corrupción generalizada y por
su incapacidad de controlar la violencia criminal. Los pactos
políticos interpartidarios para conducir ciertas reformas (la fis-
cal, la electoral, la de comunicaciones y la energética) se vieron
disminuidos o de plano arrasados por las prioridades de las ca-
lles. Tanto la corrupción como la violencia fueron galvanizan-
do al electorado plebeyo (de arranque, el de los 15 000 000 de
votos), es decir, tenían la cualidad de convertir el descontento
difuso en una corriente de opinión contraria al presidente de
la República, a su partido y a una manera de hacer política y
de comunicarla. Justo en ese breve periodo el prd se vació de
referentes. López Obrador fue abandonando el partido para or-
ganizar otro, que de inicio disputaría su misma base electoral.32
Los 30 113 483 de votos que obtuvo López Obrador en la
elección de 2018, poco más de 53% del total de sufragios emi-

32
Para una cronología del proceso ver Héctor Alejandro Quintanar, Las raíces del
Movimiento de Regeneración Nacional. Antecedentes, consolidación partidaria y
definición ideológica de morena, prólogo de Lorenzo Meyer, México, Ítaca, 2017.

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tidos, y que lo encumbraron en la presidencia de la República,
muestran que el piso electoral de las izquierdas se ubicaba efec-
tivamente en los 15 000 000 de votos. Pero el hecho de dupli-
car el número provino de una estrategia aliancistas (amén de
un manejo óptimo de la campaña electoral y de un hundimien-
to sin precedentes de los otros dos actores de la elección, el
pri y el pan). ¿El prd estaba destinado a permanecer al mar-
gen de ese caudal? Fue una deserción contra natura, según to-
dos los antecedentes y dinámicas de las izquierdas en toda la
segunda posguerra mundial, y en especial luego de 1982. Son
públicos los diferendos entre el prd y López Obrador, pero
no fueron los primeros ni serán los últimos en una coalición
que se llame de izquierda. La concentración y personalización
del poder, de la que se acusa (con razón) al nuevo régimen, se
explica también, aunque no sólo, por la irrelevancia electoral
y parlamentaria del prd.
La elección federal de 2018 rompió el orden político de lo
que quedaba del priismo e hizo estallar, sobre todo, los acuer-
dos de la transición pactada, esa que había arrancado 30 años
antes y que terminó por convertirse en un régimen político en
sí misma, uno que no puedo reconocer su caducidad. Esa tran-
sición había redistribuido el poder en favor de los gobernadores
de los estados y de las cámaras federales, y había plasmado a la
competencia electoral como el agente de la voluntad popular.
En cambio, esa transición fue omisa, débil o incapaz de gestio-
nar el crecimiento económico, de promover la equidad social
y de aplacar la violencia criminal. En sus intersticios se ges-
taron modalidades patológicas de acumulación de capital por
la vía de una estentórea corrupción pública y privada. Sobre
la premisa incuestionable de una incorporación genuina de los
ciudadanos al quehacer político, se desarrolló una privatización

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de las rentas y recursos de la sociedad sin parangón, quizá a
nivel mundial. El prd no ha querido o no ha podido reconocer
que no fue solo un orden político el que saltó por los aires en
la elección de 2018 sino toda una economía política. El va-
ciamiento perredista de 2018 indica que la mutación social y
política requería en adelante era un gobierno fuerte y no una
coalición transicional.

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Semblanzas de los autores del libro del prd

Ricardo Becerra Laguna


Economista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Premio
Nacional de Periodismo 2004. Periodista económico y político especialista
en temas electorales. Ha sido funcionario público en el ife, el ine y en el
ifai. Fue subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México.
Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad luego de los sismos de
2017. Presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática.
Coordinó, entre otros, los libros Equidad Social y Parlamentarismo (2012)
y el Informe sobre la democracia en México, en una época de expectativas
rotas (2016) (ambos en Siglo xxi Editores). Con el Doctor Sánchez Talan-
quer, coordinó el libro Las caras de Jano: noventa años del Partido Re-
volucionario Institucional (cide, 2019). Autor de Aquí Volverá a Temblar
(2018) (Editorial Grijalbo) y coautor del Informe del Desarrollo en México
(2019) (pued-unam).

Mariano Sánchez Talanquer


Profesor Investigador Titular en la División de Estudios Políticos del Centro
de Investigación y Docencia Económicas (cide) e investigador posdoctoral
en la Academia para Estudios Internacionales y de Área de la Universidad
de Harvard. Doctor en Gobierno por la Universidad de Cornell. Su investiga-
ción se centra sobre procesos históricos de formación del Estado, debilidad
estatal, regímenes democráticos y la economía política de la desigualdad. Su
trabajo ha sido publicado o está en prensa en revistas como The American
Political Science Review, Journal of Democracy, Politics & Society, Revis-

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ta de Ciencia Política y Latin American Politics and Society. Es coeditor,
con Ricardo Becerra, del libro Las caras de Jano: noventa años del Partido
Revolucionario Institucional (cide, 2019). Recibió el Premio William An-
derson 2018 a la mejor tesis doctoral en el campo de federalismo, relaciones
intergubernamentales y políticas estatales y locales, otorgado por la Aso-
ciación Americana de Ciencia Política (apsa). Actualmente desarrolla un
proyecto sobre la construcción del Estado en México y Colombia durante el
siglo xx, centrándose en los orígenes históricos de la variación territorial en
distintas formas de capacidad estatal.

Raúl Trejo Delarbre


Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la unam, miem-
bro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel iii y profesor en el Posgra-
do en Ciencias Políticas y Sociales de la misma Universidad. Investigador de
temas relacionados con sociedad y política en México; entre otros, medios
de comunicación y redes sociodigitales. Es autor de 20 libros, coordinador
de otros 15 y coautor, con textos suyos, en 150. Entre los más recientes: Ale-
gato por la deliberación pública (Cal y Arena, 2015). Es columnista semanal
en el diario Crónica. Es miembro del Instituto de Estudios Para la Transición
Democrática, de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información y de
la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación.

Kathleen Bruhn
Profesora de ciencia política en la Universidad de California, Santa Barbara.
Es autora de los libros Urban Protest in Mexico and Brazil (Cambridge Uni-
versity Press), Mexico: The Struggle for Democratic Development (with Dan
Levy, uc Press), y Taking on Goliath: The Emergence of a New Left Party
and the Struggle for Democracy in Mexico  (Penn State University Press),
este último sobre los orígenes del prd. Ha escrito sobre partidos políticos,
democracia y protesta social en México y otros países latinoamericanos.

María Inclán Oseguera


Profesora-Investigadora de la División de Estudios Políticos del Centro de

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Investigación y Docencia Económicas (cide). Especialista en movimien-
tos sociales y procesos de democratización. Su investigación se ha centrado
en estudiar el proceso político y su efecto en la actividad de protesta de los
movimientos sociales. Su más reciente libro The Zapatista Movement and
Mexico’s Democratic Transition (Oxford University Press, 2018) aborda
estos temas. Su otra línea de investigación se ha enfocado en las motiva-
ciones, dinámicas de movilización y actitudes políticas individuales de la
participación en protesta urbana. La revista Latin American Politics and
Society ha publicado tres artículos académicos producto de esta investiga-
ción. Actualmente se encuentra produciendo una monografía comparada
de la participación en protesta urbana en Argentina, Chile y México, junto
con Sofía Donoso (Universidad de Chile), Federico Rossi (Universidad
Nacional de San Martín, Argentina) y Nicolás Somma (Pontificia Univer-
sidad Católica de Chile).

José Woldenberg Karakowsky


Licenciado en Sociología, maestro en Estudios Latinoamericanos y doctor
en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México. Pro-
fesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales desde 1974. Miembro
del Sistema Nacional de Investigadores. Consejero Ciudadano del Consejo
General del ife de 1994 a 1996. Presidente del Consejo General del mismo
Instituto, cargo que desempeñó del 31 de octubre de 1996 al 31 de octubre
de 2003. Actualmente es colaborador semanal del periódico El Universal
y de la revista Nexos cada mes. Sus más recientes libros son: Después de
la transición. Gobernabilidad, espacio público y derechos (Cal y Arena,
2006); El desencanto (Cal y Arena, 2009); Nobleza obliga. Semblanzas,
recuerdos, lecturas (Cal y Arena, 2011); Historia mínima de la transición
democrática (El Colegio de México, 2012); Política y delito y delirio. His-
toria de tres secuestros (Cal y Arena, 2012); México: la democracia difícil
(Taurus, 2013); La voz de los otros. Libros para leer el siglo (Cal y Arena,
2015); La democracia como problema (Un ensayo) (El Colegio de Mé-
xico, 2015); Cartas a una joven desencantada con la democracia (Sexto
Piso, 2017); Así suele ser la vida. Micro homenajes (Cal y Arena, 2017) y
En defensa de la democracia (Cal y Arena, 2019).

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Alejandro Moreno
Profesor e investigador en el Departamento de Ciencia Política en el itam,
desde 1996. Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Michi-
gan, Ann Arbor. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, ni-
vel iii. Ha sido Presidente de la Asociación Mundial de Investigadores de
Opinión Pública, wapor (2013-2014), Vicepresidente de la Asociación de
la Encuesta Mundial de Valores, wvsa (desde 2013), Director operativo
del estudio Latinobarómetro (2010-2017), Jefe de encuestas del periódico
Reforma (1999-2015) y Consultor/Director de encuestas y estudios de opi-
nión del periódico El Financiero (desde 2016). Entre sus libros están El
votante mexicano (fce 2003), La decisión electoral (M.A. Porrúa 2009) y
El cambio electoral (fce 2018).

Jacqueline Peschard Mariscal


Doctora en Ciencias Sociales por El Colegio de Michoacán. Socióloga y
Maestra en Ciencia Política, unam. Profesora Titular “B” de la Facultad
de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Coordinadora del Seminario
Universitario de Transparencia, unam, desde 2013. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores-II. Profesora-Investigadora de El Colegio de
México de 1992-1998. Miembro Titular del Seminario de Cultura Mexi-
cana desde 2007
Consejera Electoral del Consejo General del ife, 1996-2003. Comi-
sionada del ifai 2007-2014 (Comisionada Presidenta de 2009 a 2013).
Presidenta del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional
Anticorrupción (feb. 2017-feb. 2018). Editorialista semanal de La Crónica
de Hoy. Libros recientes: La larga marcha hacia una regulación de cali-
dad en publicidad oficial en México (Coord. unam, 2019), Transparencia:
promesas y desafíos (unam/Colmex, 2017) y Hacia el Sistema Nacional
de Transparencia (Coord. Méx., sut/IIJ, unam 2016).

Jorge Javier Romero


Politólogo. Hizo sus estudios de licenciatura en la Universidad Autóno-
ma Metropolitana-Iztapalapa, los de maestría en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la unam y los de doctorado en la Universidad

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Complutense de Madrid. Tiene, también, un diploma de especialización en
Derecho Constitucional y Ciencia Política del Centro de Estudios Consti-
tucionales. Es profesor—investigador titular C del Departamento de Polí-
tica y Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco y
profesor de la división de posgrado de la Facultad de Ciencia Políticas y
Sociales de la unam. Fue profesor visitante en el Programa de Política de
Drogas del Centro de Investigación y Docencia Económica, sede región
centro. Es autor de libros y artículos académicos y de divulgación sobre
el sistema político mexicano, el sistema educativo, la política de drogas y
temas relacionados con la Unión Europea.

Ariel Rodríguez Kuri


Profesor-investigador en el Centro de Estudios Históricos, El Colegio de
México. Autor de Historia del desasosiego. La Revolución en la ciudad de
México, 1911-1922 (El Colegio de México, 2010); Museo del universo. Los
Juegos olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968 (El Colegio de Mé-
xico, 2019); Historia mínima de las izquierdas en México (El Colegio de
México, 2021, en prensa). Actualmente desarrolla una investigación sobre
la violencia política y las trayectorias de los grupos guerrilleros mexicanos
entre finales de la década de 1960 y principios de la década de 1980.

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En defensa de la democracia
se terminó de imprimir en agosto de 2020
en Cía. Impresora y Editora ANGEMA, S.A. de C.V.,
Gral. Pascual Orozco # 46, Col. Revolución,
C.P. 15460, Ciudad de México.

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