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LA CULTURA TAHUANACO, LOS SEÑORES DEL ALTIPLANO.

La cultura TIAHUANACO o TIWANAKU, fue estudiada, entre otros arqueólogos, por el alemán Max
Uhle el boliviano Carlos Ponce y el estadounidense Alan Kolata, sin embargo, ya se tenía noticias
sobre sus vestigios gracias a los escritos dejados por el cronista español Pedro Cieza de León en el
siglo XVI. Surgió en el periodo denominado Intermedio temprano y decayó sobre el final del
llamado Horizonte medio, entre los años 250 a.C y 1100 d.C, aproximadamente, coexistiendo con
la cultura Wari. Se desarrolló en Tiwanacu, a orillas del lago Titicaca, en la frontera de los actuales
Perú y Bolivia, llegando a ocupar parte de la costa del Perú, el norte de Chile, el noroeste de
Argentina y el oriente de Bolivia. Al ser Tiahuanaco una cultura longeva, los historiadores le han
atribuido diversas fases o etapas, variando en cuanto a su periodificación.

Así, por ejemplo, el arqueólogo Wendell Bennet dividió a Tiahuanaco en tres periodos: temprano,
clásico y decadente. Posteriormente, Carlos Ponce señalaría que fueron cinco épocas,
estableciendo el inicio de esta cultura en el año 1500 a. C con el periodo Aldeano, época I y II, el
período urbano temprano, época III; el período clásico, época IV y el periodo imperial, época V.
Pese a encontrarse en una zona altiplánica, casi a 4,000 msnm, los agricultores tiahuanacos
supieron dominar la altura y dureza del territorio de la meseta del collao, controlando los pisos
ecológicos y cultivando, por ejemplo: papa, quinua, maíz, yuca y oca. También practicaron la
ganadería, criando animales como la llama y la alpaca, y la pesca lacustre en el lago Titicaca. A
efectos de intensificar su agricultura, crearon un gran número de camellones o waru waru para
mitigar las heladas nocturnas durante las campañas de siembra, siendo las ciudades de Lukurmata
y Pajchiri las que destacan por esta técnica de cultivo. Asimismo, realizaron la deshidratación de
tubérculos y animales, como la papa y la carne de llama, obteniendo el chuño y el charqui,
respectivamente, logrando así la conservación de éstos alimentos por largos periodos,
utilizándolos luego durante las épocas de sequía y escasez. Fue una sociedad clasista y teocrática,
cimentada en el poder religioso.

La élite tiahuanaquense ejercía su poder e influencia mediante alianzas y colonizaciones,


integrando a varios grupos étnicos y lingüísticos; también gozaba de la posesión de grandes
rebaños de camélidos y del control del transporte de los productos que comercializaban. Basaron
su economía en las actividades agrícolas, ganaderas y artesanales, comercializando sus productos
mediante el trueque con pueblos y regiones con los que lograban tener contacto.

Según el arqueólogo Carlos Ponce, se puede establecer que Tiahuanaco contó, con al menos 49
gobernantes, hecho que el arqueólogo deduce de la obra “Memorias historiales y políticas del
Perú” del cronista español Francisco de Montesinos. Sin embargo, hasta el momento no se han
encontrado vestigios que puedan corroborar dicha interpretación.

Su centro administrativo y religioso se encontró ubicado en la ciudad de Tiwanaku, su capital, la


misma que según el arqueólogo peruano Luis Guillermo Lumbreras, fue un foco de peregrinación
con influencia en todo el ande central.

Ubicada en las riberas del río del mismo nombre, al sur de la ciudad de la Paz,

presenta plataformas, patios hundidos y pirámides escalonadas, destacando la pirámide de


Akapana, Puma Punku, Kalasasaya, Kori Kala y Putuni.
Los Tiahuanaco eran politeístas, siendo el dios Wiracocha o del Báculo la deidad principal y para
algunos investigadores, además sería el mismo dios al que los incas le rendían culto.

Asimismo, la evidencia arqueológica indica que los tiahuanaquenses habrían adorado también al
dios Chachapuma, el que era representado por una persona con máscara de felino, nariz alargada,
con un hacha en una mano y una cabeza trofeo en la otra, por lo que era conocido como “el
sacrificador”. También encontramos a los dioses Amaru y Mallku, deidades que cumplían un rol
acuático y agrícola, respectivamente. En el ámbito religioso, también debemos mencionar las
ofrendas y sacrificios, de animales y humanos. Así, en las excavaciones realizadas en el sitio
arqueológico de Akapana, se han encontrado, entre objetos de alfarería, 10 entierros humanos
correspondientes a hombres y niños desmembrados, sin cráneo, acompañados de camélidos
también desarticulados. El año 2019 se encontraron mediante excavaciones submarinas, ofrendas
realizadas en la isla del sol del lago Titicaca, lo que permitió establecer al arqueólogo belga
Christophe Delaere que los pobladores tiahuanaquenses habrían sido los primeros en ofrecer
artículos de valor a las deidades religiosas en la Isla del Sol, entre los años 500 y 1100 d.C. Para
Delaere, los hallazgos conformados por quemadores de incienso de cerámica en forma de puma,
restos de llamas juveniles sacrificadas y ornamentos hechos de oro, conchas y piedras, ayudarían a
comprender el comportamiento religioso de los antiguos pobladores altiplánicos. Dentro de sus
aportes culturales encontramos a la arquitectura, metalurgia, escultura, textilería y cerámica.
Respecto a la arquitectura, los Tiahuanaco desarrollaron importantes centros urbanos. Así,
además de su capital, podemos mencionar a la ciudad de Khonkho Wankane, centro
administrativo a 25 kilómetros al sur de Tiwanaku, donde se halla la construcción de un canal
subterráneo y cinco monolitos: el Wila Kala o piedra roja, el Jinchun Kala o piedra con orejas, dos
bloques parados en la ladera oeste y el Tata Kala, de más de 5 metros, ubicado en la parte central.
Asimismo, se han encontrado restos arquitectónicos como las terrazas de Pumapunku y el templo
de Kalasasaya o piedra parada, donde se observa la presencia de monolitos plantados
verticalmente, cuya finalidad habría sido el servir como observatorio solar para señalar las
estaciones del año.

En una de las esquinas de este fabuloso templo es donde encontramos a la famosa portada del sol.
Este portal lítico fue trabajado en un solo bloque de piedra de más de cuatro metros de ancho y
tres de alto. En la parte superior y central se encuentra esculpida, en alto relieve, la figura del dios
wiracocha sosteniendo un báculo en cada mano y rodeado de dioses menores.

Para algunos investigadores, esta construcción no tendría otro fin que el de representar un
calendario astronómico, mientras que una antigua leyenda aymara, señala que la enorme puerta
guarda un secreto escondido, el mismo que, en el futuro, ayudará a la humanidad en apuros.

Respecto a la metalurgia, los Tiahuanaco conocieron el bronce, usándolo para la elaboración de


herramientas y armas. Así mismo, trabajaron el oro y la plata para la fabricación de elementos
ornamentales, aunque su ejecución fue un tanto rústica en comparación con la precisión con la
que trabajaron el arte lítico.

En cuanto a la escultura, se han encontrado monolitos de gran tamaño y de carácter monumental,


como el Frayle o dios del agua y el Bennett, que representaría a una autoridad o personaje
poderoso que según algunos investigadores podría corresponder a una mujer.
Ambas figuras fueron esculpidas en arenisca. La textilería fue realizada usando como materia
prima la lana de llamas y alpacas, con la que confeccionaron su vestimenta, tapices y mantos
pintados que habrían sido utilizados, además, para adornar las paredes de sus templos. Sus
diseños fueron principalmente geométricos y representaban animales y deidades como el dios
Wiracocha.

Su cerámica se caracterizó por ser de elaborada producción técnica e iconográfica:

fue incisa y polícroma, usando los colores rojo, anaranjado, marrón y blanco, con representaciones
de animales como el cóndor, felinos y serpientes.

Las figuras representativas de la cerámica tiahuanaquense fueron el kero:

vaso de cerámica o metal que servía para beber chicha y era usado en ceremonias rituales;

y el pebetero, que servía como quemador de incienso en los templos.

Tiahuanaco comienza su decadencia a mediados del año 950 d.C, cuando empieza a perder el
poder político en sus territorios periféricos, como el valle de Azapa en Chile y Moquegua, en Perú,
sufriendo simultáneamente el abandono de su ciudad capital por parte de sus pobladores, siendo
esta situación aprovechada por pequeños grupos familiares que empezaron a asentarse en la
meseta del Collao. Otro aspecto que podría mencionarse, es que su agricultura se vio seriamente
afectada como consecuencia del fenómeno del niño, el que originó sequías y desabastecimiento,
haciendo insostenible la supervivencia de esta importante cultura altiplánica.

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