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LA ÚLTIMA TANRRILLA

Ronaldo
Todos los brujos de la Amazonía buscaban a las tanrrillas, no podían hacer sus
brebajes. Encontrarlas era como encontrar oro. Era un ave deseada,
inubicable, se pensaba que se habían extinguido. Hasta que Jorge Díaz lo vio.
Jorge Díaz regresaba a recoger su trampa que había dejado en una
cocha muy temprano. Se limpió los ojos, le resultaba imposible. Pensó: «Con
esto me haré rico». Condujo su bote con ganas, le metió toda la potencia que
tenía. No le importó sudar, el sol brillaba, le daba en la cara. Se acercó.
La tanrrilla luchaba con la red, lo picoteaba, movía sus largas patas.
Observó a Jorge Díaz con recelo. Sintió miedo, era notorio. Jorge Díaz se
cuadró cerca de ella. Apreció su cuerpo delgado, sus plumas blancas. Apagó el
motor. Caminó hasta medio bote, quiso tocarla, entender que era verdad. Pero
no se atrevió, creyó que podía picotearla. Se sentó a seguir contemplándola.
—Tranquila, tanrrilla —dijo—. Tú me sacarás de pobre.
La codicia se encendió en los ojos de Jorge Díaz. Cotizó a la tanrrilla.
Imaginó pujas y peleas para adquirirlas. Imaginó los brebajes que el afortunado
haría con ella. La tanrrilla se desesperaba, sabía lo que Jorge Díaz planeaba,
conocía la angurria del hombre, pero no pudo escapar de la red.
Jorge Díaz siguió hablando.
—Déjame que te lleve, no te haré nada. Te lo prometo. Seremos amigos.
Y mientras hablaba, fue jalando la red, cerrándole el espacio a la tanrrilla,
dándole confianza, según él, moviéndose con el bote.
En el último tramo, en el poco espacio que le quedaba por jalar, quiso
cubrir a la tanrrilla con la red, atraparla, llevarla viva, mostrar su trofeo, regar la
noticia de que había capturado a la última tanrrilla de la Amazonía y ofertarla al
mejor postor.
Hizo la manobria y no era fácil, se necesitaba de rapidez. Jorge Díaz
cerró más el espacio, la rodeó. La tanrrilla al fin se puso quieta, ocultaba su
mirada, puso el pico hacia abajo, parecía que se rendía. Jorge Díaz sintió el
triunfo en el estómago. Se paró como para festejar, como si fuera a bailar.
—Así, tanrrilita, quédate quietita. Sé buena.
Intentó botar sobre la tanrrilla el resto de la red que había jalado, pero la
tanrrilla puso su último empeño. Jorge Díaz perdió el equilibrio, cayó al agua.
La tanrrilla se liberó y alzo vuelo. Jorge Díaz salió del agua rápidamente, la
tanrrilla se alejaba hacia el monte, hacia el camino incierto que ahora a él le
tocaría vivir.

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