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Cuentan los más ancianos del pueblo mapuche una historia increíble... Había una vez un zorro, muy lindo, pero con una boca muy grande y
una voz horrible. Como el zorro cantaba muy mal, no conseguía encontrar novia. Y claro, él no quería pasar el resto de su vida solo, así que
estaba desesperado buscando una solución. ¿Cómo podría cantar mejor?
El zorro probó de todo. Practicó, observó a los jilgueros para intentar copiarles, tomó muchas yemas de huevo para aclarar la voz... pero no
había manera. Y ya, desesperado, decidió pedir ayuda. Pero... ¿quién podría conseguir que cantara bien? ¿El estirado ruiseñor? ¿El
impetuoso gallo? Después de mucho pensar encontró la solución: ¡la perdiz!
Todos los habitantes de aquel lugar sabían que la perdiz era tremendamente generosa y amable. Y además, cantaba muy bien. Así que sin
pensárselo dos veces. se dirigió a la casa de la perdiz moteada. Ella, al verle aparecer, se asustó, pero en seguida se compadeció de él.
Y diciendo esto, la perdiz comenzó a coser la boca del zorro por ambos lados. Al zorro le dolió, claro, pero en cuanto terminó la Perdiz de
coser, de pronto se dio cuenta de que al cantar, su voz era mucho más bonita. ¡Al fin podría encontrar novia!
La perdiz, presa de terror, salió volando. Y el zorro, contento, se fue a su casa. Y como estaba cansado, se echó a dormir.
Pasaba por allí la perdiz y al ver al Zorro durmiendo, se le ocurrió la manera de vengarse de él. Se acercó sigilosa hasta su oído y le gritó lo
más alto que pudo. El zorro, asustado, dio un brinco y abrió todo lo que pudo la boca para gritar. Al hacerlo, se soltaron todos los puntos y la
boca se rajó aún más, quedando más grande que antes.
La perdiz se fue de allí satisfecha: el zorro ahora tenía su lección. La cicatriz que quedaría le haría parecer con una boca mucho más grande y
jamás podría cantar bien.
Tirita vence sus miedos
A la ratita Tirita le daba miedo la oscuridad. Estaba segura de que por la noche los fantasmas
se escondían debajo de su cama. Por eso, descansaba mal y en clase de la maestra Lechuza
muchas veces bostezaba y a veces, se dormía.
Además, Tirita tenía miedo de cruzar el bosque, porque se imaginaba que las ramas de las
árboles eran brazos de monstruos, sus huecos las bocas y sus raíces que salían por encima de
la tierra, unos horribles pies.
El problema era que tampoco podía ir por la colina porque ahí sonaba un silbido, que le
hacía pensar que una serpiente gigante le podía atacar en cualquier momento.
Al final, tenía que dar una vuelta tan larga, que llegaba tarde a la escuela y tarde a casa.
La maestra Lechuza vio los problemas que le causaban a Tirita sus miedos y pidió ayuda a los
compañeros de clase.
La tortuga Roqui, aconsejó a Tirita:
- No pienses que tienes que cruzar el bosque, fíjate en que detrás está mi casa. Si vas
andando hacia ella pensando lo bien que lo pasamos juntas, seguro que olvidas tus miedos.
Tirita lo apuntó en su cuaderno.
Después, Galileo, el burrito sabio, comentó a Tirita:
- Todos tus temores tienen una explicación lógica: la oscuridad es sólo ausencia de luz. Al
apagar el cuarto, no aparece ningún fantasma porque… ¡no existen!. En el bosque, lo que te
asusta sólo son viejos troncos y en la colina el silbido que oyes no es el de una serpiente
gigante, es simplemente el viento.
Trampolín, el sapito también opinó:
- No debes bordear el bosquecillo, debes atravesarlo con decisión repitiendo que eres
una ratita valiente. No tienes que evitar la colina, tienes que andar por ella y si escuchas un
silbido, ponerte a silbar más alto, así ganarás a tu miedo.
La maestra Lechuza añadió que si Tirita conseguía hacer caso a sus amigos, seguro que
descansaría mejor, no se dormiría en su clase, ahorraría tiempo en los caminos y se sentiría
mejor consigo misma.
Y así fue, siguiendo todos los consejos, cómo Tirita fue venciendo sus temores uno a uno y
descubrió que:
Tus miedos se hacen pequeños cuando te enfrentas a ellos.
La rana y el agua hirviendo
Una rana saltó un día a una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, saltó para salir y
escapar de ella. Su instinto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla.
Otro día, esa misma olla estaba llena de agua fría. Una rana saltó dentro y nadó
tranquila por el agua de la olla. Estaba feliz en esa 'piscina' improvisada.
Lo que la rana no sabía, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que al poco
tiempo, el agua fría se transformó en agua templada. Pero la rana se fue
acostumbrando, allí seguía, nadando plácidamente en ella.Sin embargo, poco a poco,
el agua subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar tan caliente, que la rana murió
de calor. Ella, sin embargo, no se había dado cuenta, ya que el calor aumentaba de
forma gradual y se iba acostumbrando a él.
Moraleja: Si te vas acomodando y acostumbrando a los cambios que llegan sin
reflexionar sobre ellos, puede que pierdas la visión de la realidad y termine afectando
a tu calidad de vida. Busca siempre lo mejor para ser feliz y nunca pierdas la visión
del lugar donde te encuentras
Los hijos del labrador
Los dos hijos de un labrador vivían siempre discutiendo. Se peleaban por cualquier
motivo, como quién iba a manejar el arado, quién sembraría, y así como todo. Cada vez
que había una riña, ellos dejaban de hablarse. La concordia parecía algo imposible entre
los dos. Eran testarudos, orgullosos y para su padre le suponía una dificultad gestionar
esas emociones. Fue entonces que decidió darles una lección.
Para poner un fin a esta situación, el labrador les llamó y les pidió que se fueran al
bosque y les trajeran un manojo de leña. Los chicos obedecieron a su padre y una vez en
el bosque empezaron a competir para ver quién recogía más leños. Y otra pelea se
armó. Cuando cumplieron la tarea, se fueron hacia su padre que les dijo:
- Ahora, junten todos las varas, las amarren muy fuerte con una cuerda y veamos quién
es el más fuerte de los dos. Tendrán que romper todas las varas al mismo tiempo.
Y así lo intentaron los dos chicos. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo
consiguieron. Entonces el padre deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las
rompieron fácilmente.
- ¡Se dan cuenta! les dijo el padre. Si vosotros permanecen unidos como el haz de varas,
serán invencibles ante la adversidad; pero si están divididos serán vencidos uno a uno
con facilidad. Cuando estamos unidos, somos más fuertes y resistentes, y nadie podrá
hacernos daño.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron
donde mejor pudieron. Asustadas, las ranas se acercaron al tronco, y
viendo que el leño no se movía, fueron saliendo a la superficie y dada la
quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el
nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin
descanso.
Ante la molestia de las ranas, Zeus se enojó y les lanzó truenos y con
estos les envió una hambrienta serpiente de agua que atrapó y devoró a
todas las ranas, una a una, sin compasión.
Moraleja: Nunca valores tus virtudes por la apariencia con que las
ven tus ojos, pues fácilmente te engañarás
Los dos gallos
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba de pregonar que ella era el animal
más veloz del bosque, y que se pasaba el día burlándose de la lentitud de la tortuga.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho ha sido el responsable de señalizar los puntos
de partida y de llegada. Y así empezó la carrera:
Astuta y muy confiada en sí misma, la liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo y envuelta en una nube
de polvo. Cuando empezó a andar, la liebre ya se había perdido de vista. Sin importarle la ventaja que tenía la liebre sobre
ella, la tortuga seguía su ritmo, sin parar.
La liebre, mientras tanto, confiando en que la tortuga tardaría mucho en alcanzarla, se detuvo a la mitad del camino ante
un frondoso y verde árbol, y se puso a descansar antes de terminar la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga
seguía caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
No se sabe cuánto tiempo la liebre se quedó dormida, pero cuando ella se despertó, vio con pavor que la tortuga se
encontraba a tan solo tres pasos de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy
tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los demás. También
aprendió que el exceso de confianza y de vanidad, es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie,
absolutamente nadie, es mejor que nadie.
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el exceso de confianza puede ser un
obstáculo para alcanzar nuestros objetivos
El león y el ratón
Después de un largo día de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba quedando dormido,
unos ratones se atrevieron a salir de su madriguera y se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, el más travieso tuvo
la ocurrencia de esconderse entre la melena del león, con tan mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado por ver su
siesta interrumpida, el león atrapó al ratón entre sus garras y dijo dando un rugido:
- ¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, insignificante ratón? ¡Voy a comerte para que aprendáis la lección!
El ratón, que estaba tan asustado que no podía moverse, le dijo temblando:
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te estaré eternamente agradecido. Déjame marchar,
porque puede que algún día me necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de qué forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su tamaño y su valentía, le dejó marchar.
Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos terribles rugidos que hacían temblar las hojas de
los árboles.
Rápidamente corrió hacia lugar de dónde provenía el sonido, y se encontró allí al león, que había quedado atrapado en
una robusta red. El ratón, decidido a pagar su deuda, le dijo:
- No te preocupes, yo te salvaré.
El ratón empezó entonces a roer la cuerda de la red donde estaba atrapado el león, y el león pudo salvarse. El ratón le
dijo:
- Días atrás, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que
los pequeños ratones somos agradecidos y cumplidos.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día, los dos fueron amigos para siempre.
MORALEJA:
- Ningún acto de bondad queda sin recompensa.
- No conviene desdeñar la amistad de los humildes
La zorra y las uvas
En una mañana de otoño, mientras una zorra descansaba debajo de una plantación de uvas, vio unos hermosos racimos de
uvas ya maduras, colgando delante de sus ojos. Deseosa de comer algo refrescante y distinto de lo que estaba
acostumbrada, la zorra se levantó, se remangó y se puso manos a la obra para comer las uvas.
Lo que la zorra no sabía es que los racimos de uvas estaban mucho más altos de lo que ella imaginaba. Entonces, buscó un
medio para alcanzarlos. Saltó, saltó, pero sus dedos no conseguían ni tocarlos.
Había muchas uvas, pero la zorra no podía alcanzarlas. Tomó carrera y saltó otra vez, pero el salto quedó corto. Aún así, la
zorra no se dio por vencida. Tomó carrera otra vez y volvió a saltar y nada. Las uvas parecían estar cada vez más altas y
lejanas.
Cansada por el esfuerzo y sintiéndose incapaz de alcanzar las uvas, la zorra se convenció de que era inútil repetir el intento.
Las uvas estaban demasiado altas y la zorra sintió una profunda frustración. Agotada y resignada, la zorra decidió renunciar
a las uvas.
Cuando la zorra se disponía a regresar al bosque se dio cuenta de que un pájaro que volaba por allí, había observado toda
la escena y se sintió avergonzada. Creyendo que había hecho un papel ridículo para conseguir alcanzar las uvas, la zorra se
dirigió al pájaro y le dijo:
- Yo habría conseguido alcanzar las uvas si hubieran estado maduras. Me equivoqué al principio pensando que estaban
maduras pero cuando me di cuenta de que estaban aún verdes, preferí desistir de alcanzarlas. Las uvas verdes no son un
buen alimento para un paladar tan refinado como el mío.
Y así fue, la zorra siguió su camino, intentando convencerse de que no fue por su falta de esfuerzo por lo que ella no había
comido aquellas riquísimas uvas. Y sí porque estaban verdes.
Moraleja: Si hay algo que de verdad te interesa, no desistas. Esfuérzate y persevera hasta conseguirlo.
El cuervo y el zorro
Estaba un cuervo posado en un árbol y tenía en el pico un queso.
Atraído por el aroma, un zorro que pasaba por ahí le dijo:
Un caballo y un asno vivían en una granja y compartían, durante años, el mismo establo, comida y
trabajo que consistía en llevar fardos de heno al mercado de la ciudad. Todos los días practicaban la
misma rutina y seguían por una carretera de tierra llevados por su dueño hasta la ciudad.
Un día, sin darse cuenta, el dueño puso más carga a la espalda del asno que a la espalda del caballo.
En las primeras horas nadie se dio cuenta del error del dueño, pero con el pasar del tiempo, el asno
empezó a sentirse muy cansado y agotado. El asno empezó a sudar, a sentirse mareado, y sus patas
empezaban a temblar.
- Amigo, creo que nuestro dueño se equivocó y puso más carga a mi espalda que en la tuya. Estoy
agotado y ya no puedo seguir, ¿será que podrías ayudarme a llevar algo de mi carga?
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada al asno. Le miró y siguió por la carretera como si nada
hubiera pasado.
Minutos más tarde, el asno, con cara de pánico y visiblemente decaído, se desplomó al suelo, víctima
de una tremenda fatiga, y acabó muriéndose allí mismo.
El dueño, apenado y disgustado por lo que había pasado con su asno, tomó una decisión. Echó toda
la carga que llevaba el asno encima del caballo. Y el caballo, profundamente arrepentido y
suspirando, dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar
con todo!
MORALEJA: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide,
sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.
La rana sorda
Esto era un grupo de pequeñas ranas que atravesaban juntas un bosque. Pero de pronto, dos de ellas cayeron en un hoyo
muy profundo. El resto de ranas, se asomaron para mirarla, rodeando el agujero.
Rápidamente se dieron cuenta de que el agujero era muy profundo. Sus compañeras saltaban y saltaban, pero no podían
alcanzar la orilla.
Las ranas comenzaron a cuchichear entre sí. Todas daban por muertas a las dos ranas, ya que no veían posible que pudieran
dar un salto tan alto como para salir del agujero. Así que comenzaron a gritar a las ranas que no podían hacer nada, que no
podrían salir de allí.
Pero las dos ranas continuaban saltando sin parar, ignorando los gritos de sus compañeras, que no dejaban de decirlas que
iban a morir igualmente a pesar de sus esfuerzos.
Las ranas les llegaron a insinuar a sus dos compañeras que no gastaran más fuerzas, que se dejaran morir. Y gritaban tanto,
que al final una de las dos ranas que saltaba sin parar se dio por vencida y decidió parar. Se dejó caer al suelo sin más, y
murió.
Sin embargo, la otra rana continuó saltando, a pesar del agotamiento. Cada vez más alto, cada vez con más fuerza. Y las
demás compañeras gritaron mucho más alto para que dejara de saltar.
Y la rana saltaba más y más. Hasta que de pronto, logró salir del agujero. Ella pensó que sus compañeras le estaban
animando todo el rato, fijándose en los gestos que hacían. Y les agradeció de todo corazón el haberle ofrecido todo su
aliento.
En realidad, la rana era sorda y le era imposible escuchar los gritos de las demás.
FIN
Moraleja:
Una palabra de aliento tiene más poder del que imaginas. Dedica palabras positivas y motivadoras a quien lo necesita y le
estarás ayudando a conseguir su objetivo. Sin embargo, una palabra destructiva a alguien que esta pasando por un mal
momento puede ser lo único que se necesite para hundirlo más