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RELATOS
(Oroma Jurandyr)
CORAZÓN DE YACURUNA
Yo no creo mucho en las cosas del mundo místico, pero lo que les voy a contar
en esta historia me sacó de mi realidad y mi visión terrenal o material de ver las
cosas, cambiaron considerablemente.
Fue, en una ocasión en la que estaba viajando por uno de los ríos más
caudalosos de esta parte del país que me encontré con un tipo muy extraño.
Eran como las doce de la noche; todo era oscuro, viajábamos con escasa luz
en la embarcación. Todo mundo dormía en su hamaca, algunos trasnochados
aún jugaban sin querer al casino, y las muchachas alegras intentaban hacer su
agosto en medio de esta fiera que parecía una gran serpiente sedienta y
hambrienta.
Sentí una mano caliente que a esa hora parecía calentar mi congelado cuerpo
que, a esa hora por acción de la brisa del río, estaba extremadamente frío. Yo
no llevaba hamaca, intentaba dormir, era el segundo día de viaje, sobre una
toalla que cogí por si acaso.
Dije que una mano como un tizón de fuego quemaba mi espalda mientras me
hablaba con una paciencia pausada y una voz calmada.
Yo, La verdad no creo en los mitos, ni en las apariciones, mucho peor en los
espectros yen la brujería, estoy yendo por allá, por acaso, sólo para agotar la
última opción o posibilidad, mi niña se muere y no sé más nada qué hacer, mi
hija se me va y me comentaron que este señor es oracionista y corre los
espíritus malsanos que se apoderan de las almas de los niños cuando quedan
solos en casa; y o dejé a mi hijita en muchas ocasiones en la sala mientras
entraba al baño: mi mujer siempre renegó por eso: pero siempre le respondía
incrédulo; la vida es en la tierra y aquí queda todo, polvo eres y allá vuelves sin
más remedio.
Quiero salvar a mi hija, quién no, y si tengo que caminar los cinco continentes
en busca de su salud, lo haré. No sé cómo, ni quién es ese señor, pero me
dieron sus datos: sucede que vive en un pueblito adentrándose unas cuantas
horas por el Alto Solimoes, que es como llaman los amazonenses brasileros al
Amazonas peruano. Feijoal creo que es, una porción de población indígena
ticuna. Lo único que sé es que se llama Amelio Santos. Es un hombre de
regular porte, de cutis blanco y de buen comer. Me dijo la anciana que este
“maestro”, así le llamaba siempre ella cuando se refería a él, en mi ciudad,
tiene un hermano que vice en Tabatinga, y que este hermano es maestro y es
completamente opuesto a su hermano, es decir, es negro por completo, y sus
rasgos son casi de una persona africana. Los cabellos completamente
ensortijados y achurados.
Me dijo que fuera por el hermano si quería llegar al maestro, porque le tiene
una consideración bárbara.
Era una hermosa doncella: el baile estaba en su momento de euforia total. Ella
llegaba vestida de perlas y todo tipo de atuendos de joyas sacadas del mar, o
el río o de alguna ciudad de corales. Deslumbraba, es verdad; y para él
tampoco pasó desapercibida. Detuvo su baile y…
Cantaba en lengua mientras por el lago se esparcía una estela de fuego, una
lengua de fuego que alelaba a todos los animales; la estela dejaba a los
lagartos todo moribundos, con la panza boca arriba, mientras el pescador iba
juntando, literalmente con sus manos los ejemplares de lagartos más gordos y
pichones; no le gustaban los grandes y gruesos porque la carne de ellos es
dura y no se le puede dietar y no se puede moler la carne para engullir sin
mascar, porque así se hace el mejor mejunje para aprovechar los favores del
espíritu de los lagartos en la vida cotidiana.
Unas horas después había fuego en el lago, y una inmensa fiera se retorcía
silbando, llamando quizá a sus ancestros. Pero el hombre furioso se quebró y
quedó como en trance. Dejó de incendiar el lago y quedó quieto en el lugar de
su rabia. Profería palabras inaudibles, cantaba en lengua; icaraba, y como un
autómata, fue a recoger muchas ramas frescas de árboles y lo tendió sobre el
fuego que calentaba el lago en ese instante. Al poco tiempo una gran cabeza
de boa negra emergió desde lo profundo del agua negra, observó, hizo sus
anillos, se elevó en gran altura – yo dije, que, en ese momento, el hombrecillo
caballero era tragado por esa fiera – pero bajó su pesado cuerpo sobre aquel
hombre y se congració con él. Escupió sobre su rostro una sustancia
gelatinosa, éste, en un acto mecánico, se untó de aquella sustancia oscura y
dejó de actuar, la fiera se posó sobre él, le rodeó, pasó su lengua bífida sobre
todo su cuerpo, lo miró por última vez y se sumergió exhalando un gran chillido
como un silbido o como un grito.
La tempestad llevaba todo tipo de… y dejaba detrás de sí los estragos de una
furiosa rabia. Techos, cercas, cobertizos; y sólo los pilares quedaban en pie.
Canción uno
(Día de trabajo comunal) para la gente no se vean afectados con las serpientes
y animales que viven dentro de los arbustos; para que cualquiera de ellos no
les haga daño:
Canción dos:
Para que la gente sea alimentada bien y que las fuerzas del alimento queden
bien concentradas en los cuerpos y en sus almas...
Churichuichuri huaytanita (bis)
Canción tres
Canción cuatro:
Tararairarararararara
Tararararairarararararara...
Canción cinco:
Esta es una canción para sacar los miedos y las dudas de amor, para apartar
los enemigos de la casa, y para jugar con la mujer que ajena.
E que é o remédio?
Banha de cascavel,
Banha de sucuri
Gordura de mucura
Baba de jiboia
Gordura de cobrinha
Canción seis:
Canción siete:
Me dá o seu poder
Jararaca
Me dá o seu poder
Sicurijú, sicurijucinha
Me dá o seu poder
Me dá o seu poder
Me dá a sua destreza
Bico de papagaio,
Bico de papagaio
Me dá a sua inteligência
Me dá o seu venenocinho
Cogió dos o tres cosas y volvió montado en una furia que dejó huellas tras su
paso. A la purga se le debe tener respeto, pues, decía; no es posible me hagan
ir por nada, o a veces para contarme chismes mal hechos. Eso a mí me llena
de furia.
Creen que uno tiene estas habilidades gratis, que le aparece a uno así de la
nada, son costo; todo lo que yo sé, joven, tiene un valor, tiene un costo. Yo
pagué: ayunos, meditaciones, dietas, defensas, etc., así, aquí como ves, ese
es su costo.
Quién aguanta en el bosque, solo, tres cuatro, cinco un año de purgas y dietas,
preguntándole a las plantas, a las cortezas, a las hojas lo que es necesario
para curar, lo que se necesita para vivir. A ver que se defiendan sin saber de
los “otros” enemigos, de los fastidiosos “soguerillos”, o de los “oscuros” que
sólo se dedican a comerciar con la enfermedad y la muerte. No es fácil,
entonces uno queda expuesto ante la presencia de estos malos elementos del
mundo ancestral. Quedamos como los pajarillos cuando amanece con lluvia,
sin canto, son voz, sin oportunidad. Sólo la muerte nos duele durante días,
semanas antes de dejar este mundo.
Y te voy a decir que en una ocasión casi me matan, pues. Me trajeron, debes
creerme, a una señora con el vientre abultado, como una pelota. Entonces yo
hice mi purga; pregunté sobre su salud, si es bueno que lo tome como
paciente, pero ellos me dijeron que no. Que ella estaba llena de maldad, lleva
mucho “daño”, y que, quien le había hecho eso era por orden de su marido
porque la doña era una saca-vueltera, y, además, enemigo rotundo de mi
persona. Les dije a las purgas que me ayudaran, sea como sea yo había
recibido este don para ayudar; renegando, renegando me aceptaron, pero fue
una lucha, joven, han, que casi nos vamos los dos, ni las más poderosas dietas
que conozco podían con ese mal. Hasta que acudí a la hermana catahua con
su cara toda llena de verrugas, me dijo:
- Jum, no es fácil, Antonio; vas a tener que dietar; sólo agua vas a tomar
durante el día, y por la tarde un cuarto de pescado sin muela y un
pedazo de plátano asado en ceniza. No era el mal el que me mataba,
era la debilidad de no alimentarse.
Pero joven, toda persona tiene derecho al perdón. No se puede vivir con tanto
rencor en el corazón, por eso es que hay muchas guerras. No somos capaces
de perdonar y el rencor nos guía a la ira, y la ira ya nos envenena todo el
cuerpo, y nos hace cometer nuestras debilidades. La guerra no es fortaleza,
joven, es una simple debilidad humana. Con la guerra demostramos que no
somos inteligentes para conseguir la cosas con el sólo poder de la palabra.
Mira, yo vivo aquí en este rincón del Brasil hace ya 14 años y durante ese
tiempo qué cosas no pasé. Envidia, rencores, odio, rechazo, pero mi corazón
nuca se llenó de maldad, de rencor ni odio; al contrario de todo aquello que
pensaban cuando llegué, les demostré que era todo lo contrario, incluso les
curé a mis propios enemigos. Y es que el poder de la naturaleza no tiene
enemigos. Su enemigo número uno es la maldad.
Así es pues, joven, pero salimos del peligro, después de tantos días de
ayunarle, dietarle a la hermana catahua; ella es poderosa. Me ayudó con el
compromiso que le diera unas chicotadas a la mujer para que no vuelva a
hacer las cosas que había hecho antes con su marido.
Hasta que llegaron los curas, padres le dicen, y padres de todos los males, con
su dios, sus enfermedades, sus armas (la mañosería, la incredulidad, la maña,
la astucia, la ambición, la envidia, etc.) y su mediocridad. Fueron ellos también,
en complicidad con los shishacos, trajeron los chullachaquis, los runamulas, las
Sirenas y todo aquello que afortunadamente ya estoy olvidando.
Eran los mitos eróticos, sexuales los que más preocupaban a los enviados de
Dios a la floresta, para que no se descarrilaran y sean fáciles de someter a las
nuevas posturas ecuménicas; tenían que frenar os ímpetus de los innobles con
lo que más les gustaba o con lo que más temían (lo desconocido): crear y creer
creencias.
Las Sirenas nacieron por una razón: los mozos empezaban a sentirse atraídos
por el sexo opuesto o complementario, según criterio, y los curas veían estas
actitudes como una amenaza, como un acto abominable y de impacto
diabólico.
Un día regresé con poca carga de hoja de palorosa y fui enjaulado durante una
semana, al cabo del cual, “no tiene remedio – comentaron los patrones”, me
cortaron el pie izquierdo, que es el que va derechito al corazón, y me arrojaron
al monte, lejos del campamento, como para no poder regresar. Y quién quería
regresar también.
Después que me sané, busqué la ciudad y ahora, con mi familia, recuerdo con
mucho dolor y amargura ese malo momento de mi vida.
Cierta vez, la Micacha Yumbato había ido al puerto a recoger agua. Todos
conocemos la inocencia e ingenuidad del ribereño, en general; sin embargo, la
mencionada muchacha se encontró con el condenado cura bañándose en la
orilla. Se mantuvo alejada del ministro para no ser inoportuna y grosera.
Además, que tuvo mucha vergüenza ver a alguien bañándose en bolas. El
cura, utilizando su consabida maña, la invitó a que se acercara nomás y se
bañara con él, asegurándole que no había peligro porque él como ministro de
Dios tenía la facultad de echar fuera a los demonios y espantar los pecados.
Esther entró a la iglesia, posó su rostro frente a una fuente y luego se arrodilló
enfrente del párroco. El cazador observaba toda la escena, enardecido, desde
una posición cómoda; el cura besaba y acariciaba a la mujer mientras la
llevaba al confesionario.
Como ya era un hábito, esa noche le tocaba el turno a una de las “esposas de
Cristo”. Los esposos se acomodaron a los extremos de la iglesia construida con
material rústico; pona, irapay y madera. Desde ahí observaron el grande
adulterio. Sólo se quedaron a observar. Ocurrió todo. La esposa estuprada
salió apuradita y persignándose; Jacinto y los demás maridos vilipendiados
penetraron sigilosamente por el umbral trasero de la iglesia. Llevaban consigo
alcohol, fósforos, kerosene y un látigo de bejuco. El cura se relamía los labios
mientras guardaba los objetos de la sacristía. La turba entró y sacó a
empellones al clérigo y, aprovechando la oscuridad de la noche, lo pasearon
por la carretera del pueblo a puro azote. Le obligaban a tragar alcohol y le
exigían luego expulsarlo mientras Jacinto le prendía fuego: Para que aprendas
a no aprovecharte de la fe, de la inocencia, de la… de la gente. El hombre
ofendido cabalgaba sobre el cuerpo del religioso dándole azotes certeros.
Un día me convertí en arahuana. Los peces tienen una filosofía rara de vivir.
Quería comprobar el mundo de allá adentro, del rio. Siempre pregunté y nadie
me respondió. Siempre me hacían las mismas preguntas que yo hacía cuando
era niño.
Me puse avergonzado y triste. Hijo´e madre, toda la maldad que hacemos con
nuestro egoísmo.
Cuando desperté el sol estaba tan alto en el cielo que me dio pereza ir a revisar
mis cultivos. Me quedé meditado del viaje de la noche anterior y no encontraba
mayores razones que la que me dio aquel barbado pez.
Cuando era adolescente, contaba que pasaba mucho tiempo a orillas del río.
Hasta que un día su madre no pudo más, le dijo a su padre que le construyera
una covacha en el lugar, le hiciera un fogón y dejara allí algunos utensilios de
casa. Su madre siempre bromeaba entre triste e irónica que tal vez sería
curandero, pero, así era.
- ¿Quieres viajar?
- ¿Y cómo a dónde donsito? ¿Es una chamba? Si es una chamba y hay
mucho aguardiente, ese es mío…
- Bueno, algo de eso…sólo dime si quieres viajar y listo…
- ¿Cuándo partimos? – dije, medio dudando.
Al día siguiente estaba yo n una toma de hierbas; una ceremonia rara, de esas
en donde votas, literalmente tus intestinos y ahí los males que te aquejan, sean
los males, castigos de Dios, o los males irredentos del dueño del infierno.
Cagué por todos lados, me acuerdo, vomite hasta en mi echado, y creo que
hasta en mi dormido, pero voté toda mi pereza, mis daños y mis vicios. Al día
siguiente no quería oler nada de licor, ni cigarro. Por la noche estábamos
sentados en la orilla del río, esperando al barco fantasma para que nos llevara
a un cierto reino que existe en lo profundo; pasando la ruta de la oscuridad.
Yo soy Abel Tenazor, le dije a Tatsemi y quiero saber sobre don Abel. Consulté
cómo es que don Abel llegó a estos dominios. Me contó la siguiente historia.
Don Abel era un adolescente abandonado y perdido como tú. Solía pasar
muchas horas a orilla del río grande añorando a su abuela y recordando el
mundo de los mitos que ella le contaba.
Sabe bastante, sólo que ahora tiene otras inquietudes, nuevas preocupaciones,
desde que murió el tío Shanti, hermano del bosque. Shanti era el único ser en
el mundo que podía transformarse en lo que +el quisiese; pero lo que más le
gustaba eran los felinos salvajes y fieros. ´l era su maestro principal, una bella
persona, servicial, honesto, franco, sincero y sobre todo cierto. Cuando curaba
no se excedía ni se aprovechaba. Solía decir, primero es el trabajo, luego es la
recompensa. Ayúdale y serás como él o mejor.
Tomé la tasa con el té y me puse en tono reflexivo y una vez más sonó la voz
Tatsemi en mi oído, pero también en mi corazón. No podía darle crédito a ese
sentimiento. Era improbable, definitivamente imposible. Pero sentía y no podía
negar ese hecho. Su voz cada vez más fina y cerca, retumbaba y hacía eco en
mi ahuecada cabeza… no lo podía controlar. Caí de bruces y nada más vino la
oscuridad y la imagen de la muchacha bien ataviada como para una ceremonia
se aclaró ante mis ojos. Me dijo que no me rindiera y muchas otras cosas más,
pero yo ya estaba otra vez en otro mundo…vi que adornaban el barco hecho
de huesos y piel de mantarraya. Iluminaba hasta mi alma aquella embarcación
misteriosa como milagrosa.
Me hizo correr sobre el tronco de una amasisa inclinada, me balanceé entre las
varillas de marona, equilibré sobre el armazón de una casa con un madero
sobre el hombro y me dijo contento:
Ahora, joven, puedo viajar dentro del agua sin que me ahogue, puedo convocar
el poder de las montañas del ande, sin que me aplaste, puedo hacer macumba,
puedo cantar, icarar, soplar, sanar, rezar, y todo gracias a esos grandes
hombres conocedores de la ciencia ancestral que guarda la naturaleza, sabia.
Puedo ver el interior de la persona aun de lejos, gracias a los ojos de gavilán
que me dio mi maestro; puedo andar en la noche como si fuera de día gracias
a la pericia y la visión del puma que mi maestro Shanti, a través de mi maestro
Asipali, me dio. Y así una larga lista de hazañas que puedo realizar, gracias a
esta ciencia y gracias al don de los habitantes de ese otro mundo.
Caí de rodillas al suelo de la embarcación y dije por primera vez algo que
prometí que jamás aceptaría.
Yo lo arreglé todo, armé todo por ti, contraté a una persona para matarme. Le
di todas las indicaciones cómo lo haría, no me preguntes más, sólo considera
mi sacrificio porque quise enamorado de la vida, que vivieras por mí. Tenías
derecho a seguir disfrutando, conociendo, experimentando, sufriendo, amando,
desilusionándote, alégrate, entristecerte, y todo lo que la vida significa en un
vivo.
Así que hablarte cientos de horas no cambiará mi fatal decisión; fatal decisión
para mí; decisión ésta para ti, que te llevará a valorar la vida como tal. Vive,
sueña, enamórate, planifica, destrúyete, constrúyete, decide, protégete,
proyéctate; usa este corazón para vivir plenamente.
Con esta carta recibirás un paquete congelado pero una vez que esté en tu
cuerpo se calentará y empezará a latir a mil por horas y conseguirás seguir
viviendo. Aquí esta mi corazón para ti, mi adorada hija.
Quisiera terminar esta misiva contándote un cuento que me contó don Abel:
Renegando tomó la decisión del abuelo como una consigna: jugar con los
niños, jugar con los niños, hum, que cosa más fea. Refunfuñando bajó al atierra
y comenzó a ver los pueblitos asentados a lo largo de la comarca, estudiar a
los niños, visualizarlos para poder realizar su labor.
Y así fue. Aparecía cuando los niños jugaban, cuando bañaban, cuando
caminaban solos, cuando estaban en grupo; los hacía jugar, tal cual le había
dicho el abuelo; pero un día se cansó de esa tarea, según su razonamiento.
Muruhuaira llegó al Cenit todo exhausto cuando la voz del abuelo le asustó.
Y volvieron raudos sobre sus propios cuerpos y vieron todo el desastre. Una
epidemia de mal aire con todo lo que ello significa. (Pensé que esto estaba
pasando contigo).
- Viento, viento, tipi cintura avispa, viento, cara de zorro, barriga sin fondo
y hombrecillo sin diente.
Y nuevamente aparecía.
Y zas, nuevamente arremetía. Y los hombres del campo estaban muy bien con
él. Pero él disconforme y siempre se daba sus escapadas para asustar a los
niños, y siempre el abuelo le pillaba y le daba su penitencia.
Pero tal vez era algo necesario contra la vida vegetativa y poco convincente.
Reclamaba acción.
Todos estaban contentos con tal de que hubiese insectos que tragar y después
croar sin para sin saber por qué. Pero a él no le bastaba ni le sobraba la vida
que llevaba.
Antuco nació un día soleado. Aún no era joven y ya renegaba de su cola, decía
que le estorbaba. Se deshizo de ella haciéndosela tragar a un pez después de
una memorable picardía.
Estaba la rana debajo del agua colgando la cola contra la ventola, entre la
manigua cantando de croa. Hacía mucha tempestad. A esa hora los peces
huyen a los arbustos acuáticos a guarecerse por miedo a las oleadas.
Un pececillo inexperto nadaba distraído sin saber qué rumbo tomar; Antuco le
chistó con la cola casi llevándoselo incluso a él; que si no se cogía del matorral
no la contaba.
De niño todo le parecía aburrido: ir a la escuela, aprender a croar, jugar con los
demás niños. “Y ¿luego?”, se preguntaba. En una ocasión tuvo la oportunidad
de formar un coro junto a sus amigos. Unió a los más dislocados de la
comarca, se pasaban horas y horas bajo la lluvia, realizando conciertos para
ellos mismos. Hasta que un día la profesora los atrapó, aquello estaba
prohibido fuera de la escuela:
– Papá, ¿por qué los humanos nos asquean, los niños nos apedrean, los
adultos nos patean, las mujeres nos gritan de susto, los perros nos ladran y
solo las serpientes nos quieren para su almuerzo?
– Oye, qué sé yo. Qué preguntas haces, debe ser porque somos feos.
– Has escuchado frases como: ¿qué miras, sapo? O ¡Qué sapo eres!
¡Todos los animales me gustan, menos los sapos!
– Debe ser porque creen que no servimos para nada, lo cual es cierto; ya deja
de preguntar y anda a jugar con tus amiguitos. ¿No te gusta croar? Anda pues.
– Entonces hagamos que nos quieran, seámosles de ayuda – insistió.
– ¡Qué ideas tienes, mi gordo! Eres un loquito. Nosotros hemos sido hechos así
por la Madre Naturaleza y ya deja la preguntadera.
Todos hablaron con claridad y estuvieron de acuerdo en todos los puntos. Pero
Antuco aún dudaba. No le quedaba claro cómo decirles a los demás,
especialmente a los adultos y ancianos, para que lo tomen en serio. Todo se
trataba de una mentira invertida por él para llamar la atención de los demás y
poder salir del letargo en el que se encontraban. Así ocurrió, era el anunció de
algo fatal:
Por supuesto, todo era una ocurrente mentira para escapar de la postración.
Una treta de los muchachos. Intrigados por el peligro de las palabras del Tuco
significaban, toda la comarca acudió al llamado. Y allí, reunidos en el tumulto,
el más viejo intervino:
– Sé que todos hemos vivido así toda nuestra existencia; los padres de sus
padres, ustedes, nosotros, los hijos de ustedes, y nunca nadie se ha detenido a
pensar en la vida perezosa que vivimos sin ningún propósito: comer, croar, y
ser presa de las culebras. Eso es todo lo que hay, entonces yo digo: “Por, Dios,
pensemos un poco más y esforcémonos otro tantito, podemos ser útiles en
esta vida. Es hora de que en el mundo de los sapos haya una revolución.
Tenemos que cambiar esa característica holgazana que siempre nos ha
patentado la naturaleza y llevado al repudio de todo el mundo natural, incluso
de los humanos. Algo tenemos que hacer, queremos ser útiles, hablo por todos
los que vienen conmigo, ya estoy harto de que nos huyan y nos tilden de
horribles.”
– Ah, ¿sí? ¿Y qué quiere hacer el jovencito para lograr eso que dice? – repuso
el anciano, un tanto ofuscado.
– Hay mucho por hacer, abuelo. Por ejemplo, anunciar las lluvias. Nosotros
somos los únicos seres que podemos detectar tempestades (no hay algo
científico o empírico que explique esa razón).
– Con nuestros cantos, los humanos podrán saber si hay alguna laguna cerca –
propuso Changa.
– A los viajeros se les anunciaría que la orilla está cerca cuando nos oyen croar
– sentenció Ojón.
– Ah sí, eso, todo lo que dicen ellos es verdad y vale – fue lo único que le
quedaba por decir a Nudo Nudo, y no quiso hablar más porque sabía que todo
lo enredaba con sus sogas y bejucos, tamshi, yumanasa, punga, wambé, etc.
El anciano intentaba dar por terminada tamaña locura, pero se dio cuenta de
que la población estaba excitada, así que los dejó intervenir.
– Además, a los humanos les podemos servir como cábala. A ellos les gusta el
futbol, si les hacemos ganar nos quieren – justificó Nudo Nudo.
La Legión, con Tuco a la cabeza, se fue a hablar con los humanos y firmaron
un feliz acuerdo de ayuda mutua. Avisarían cuando iba a llover “plec, plec, plec,
plec,” con cuatro onomatopéyicos sonidos. Cuando iba a mermar
“curururururu”; la orilla de un puerto, “tron, tron, tron, tron”. La lejanía o cercanía
de un lago “hua, hua, hua, hua”. Y por último, les ayudarían con sus equipos en
el futbol, sin importar lo que sucediese al final, insistió Nudo Nudo.
Así quedó convenido. De este modo los sapos se sintieron más importantes y
echaron de sus recuerdos las frases desagradables con las que los humanos
los trataban. Todos siguieron las reglas que Tuco y su grupo de amigos habían
implantado.
Pero, como suele suceder hasta en la vida real, no todo es color de rosa, ni la
rosa la estrella de toda la vida.
Pronto, siendo jóvenes, lo que fue una excusa para reunir y sacar a la comarca
de la postración y la vegetabilidad y encontrar espacio para ser escuchados, se
convirtió en caos.
– Hombre, nos están matando, acaban con el santuario, una gran serpiente nos
está exterminando. Necesitamos tu ayuda y te prometemos…
– No tienen que prometer nada, los compromisos hechos están. Indícanos el
lugar e iremos llevando ayuda.
– A ver, serpientes, ¿acaso ustedes no saben que está prohibido matar de esa
manera? Si no quieren sentir el rigor de mi garrote, lárguense de aquí y no
vuelvan nunca.
– Quién eres tú para ordenar tal cosa, si eres el primero en exterminar a los
animales.
Emprendieron tal empresa desde sus ciudades natales: uno era de Pisco, el
más mulato; el siguiente del Rímac, el más mentecato y palangana: otro del
norte, el más conversador; y, por último, uno de Arequipa que dizque podía ver
figuritas en las estrellas. ¿Cómo les llaman a ésos, astrólogos, creo di; o
meteorólogo?, en fin. ¡Ah, me olvidaba, había un piurano, medio desfachatado
que les servía de guía! Conocía la selva, decía, como la palma de su mano.
Según decían sus amigos, él tenía el don de prever las lluvias, meteorólogo,
creo, así más o menos me acuerdo.
La noche se veía limpia. No había amena de mal tiempo. Lugar y hora ideal
para un poco de vanidad académica, otro tanto de jugueteo intelectual, trabajo
normal, eficaz, y luego a descansar. Al día siguiente, si había un poco de
suerte, harían lo demás. Eso de los astros y su relación con el clima, la
temperatura; la luna, las corrientes, los vientos; las estrellas y su influencia en
las personas, merecían un poco más de atención y otro tratamiento. El
meteorólogo sentenció que no había amenaza de tempestad.
Prepararon todos los equipos. Ya estaban listos para la faena. Faltaba sólo que
la noche penetrara un poco más en el orbe, desapareciera toda claridad del día
para ver el cielo salpicado a plenitud. De pronto ocurrió algo fortuito.
Buen, eso es para entender que muchas veces no es tan religioso creer (sobre
todo en lugares desconocidos) en la ciencia. Miren ustedes, una burra le
enseñó a ese grupete de científicos dizque, limeñitos atorrantes y mentecatos,
que en la selva nada es absoluto y nada está establecido, y de ella no hay que
fiarse, aunque la conozcas.
A mi cuñado Manuel,
Sacude las manos en señal de victoria e invoca a todos los espíritus (justos);
ángeles justos los llama, y os convoca sin miedo los reúne; sabe que mi legada
no es por gusto; detrás de todo retorno siempre hay una razón, un mensaje;
recorre con la yema de los dedos mi cuerpo, su tacto recorre mi piel buscando
algo extraño: suda, jadea, limpia; me oprime el pecho.
………………………………….
Desde el banco de la orilla del río subo hasta la ciudad y me deslizo por entre
sus calles llena de suciedad, de excremento de animales callejeros, y “otros
más vagabundos” (el problema de la mierda es humano); despojo que
humanos no supieron erradicar discretamente, avanzo por los mercados, visito
todos; el viento de la mañana se detiene pues la gente chilla… retrocedo. El
aire se ha contaminado con una sustancia negra, mi guía no puede pasar, es
débil, (o dócil) frágil ante esas falencias desvirtuadas, humanos desvirtuados;
se marea y el vuelo se vuelve estrepitoso, caemos de bruces en el pavimento
mojado…
Nos recuperamos oliendo “flor de agua”, una sustancia que hace huir a las
almas de corazón oscuro; entramos en un supermercado y la cosa fue peor: y
los ojos de nuestros hermanos encarcelados manifiestan su horror de siglos, su
pavor: sus cuerpos desorbitados y enclenques piden:
Retornamos al campo; una gran serpiente color púrpura atraviesa el río, nos
mira con sus ojos plenos, con sus colmillos escalibrados, nos da una sonrisa
ancestral; juega con su cola mientras innumerables muñecas ribereñas danzan
desnudas a su alrededor; su pecho es una gran franja oscura donde aparecen
rostros encendidos, enfundadas en máscaras carnavalescas, de cosmovisiones
y de purgas, de mesadas, de maniquíes construidos con la raza de acá, la
buena, la mejor, la más pura, voltean sus cuerpos y contorneándose; íntegros
candombean; la sierpe enamorada de los cuerpos posa estática, jubilosa,
filuda, soberbia, sabia, vanidosa, engreída; su prosa le resbala el cuerpo
entero, la sonrisa se le inflama; el brillo de su cuerpo cobra nitidez; la estructura
de su orgánico desplazar cobra esbeltez y no se resiste al ritual en el
Santuario, a la plenipotencia de su nombre aparecen las flechas rojas, vienen
los rituales…
Por fin ha hecho un círculo con su cuerpo, (os ha protegido) y los ha reunido a
todos como una madre abnegada y cariñosa, y sus ojos se han posesionado
infinitamente de sus mentes, de su origen, de su raza, de su lugar, de su
espacio, de su oxígeno, de sus horas, del infinito devenir de los días; ella lo
capta todo. De las artes del embrujo, a la hechicería, del amor al conjuro, del
miedo al odio; todo lo sabe, lo ve, lo siente y lo sana…
La Gran Dama, con la cara pintada de ocre, que, a la luz de la luna, refleja su
esbeltez, su dorado cuerpo, sus hermosos ojos azulados, emerge de entre las
turbias aguas, levanta las manos y la tormenta cesa. La Gran Serpiente, como
un perrito faldero, se enrosca y tímidamente se recoge en su vergüenza… Sue
se sienta en la quiruma del barranco, en el respaldo del romance, salpicada por
el agua de río canta el mensaje de amor aprendido de sus ancestros… el
extraviado amante hace sus aparición como hipnotizado, con el cuerpo flácido,
sin aparente fuerza que lo pueda sostener, seguro se ha extraviado en algún
meandro desconocido, hoy es noche de luna verde (la luna juguetona que todo
lo distrae, que todo lo distorsiona y lo extravía si “no lo sabes leer”. Allí la
oscuridad es el ojo de la nostalgia.
“Pertenezco a una raza en la que las formas ancestrales se mezclan con las
técnicas nuevas de los tiempos modernos…”, lo había escuchado, lo había
leído, no lo sabía en realidad; creyó haberlo visto en una de sus películas de
sueño antes de todo este suceso.
Los ríos livianos que van salpicando sus sonrisas de medio lado, jugueteando
apasionados rumbo al mar… La Atlántida, se dijo para sí. Su geografía menta
se volvió un papel en blanco: ¿¡Dónde está ahora!? ¿Y qué era eso que
aparecía ante sus ojos como en una especie de espejismo? ¿Real o
maravilloso? Una gran cuidad dentro de las aguas no era posible… el alma
saliendo de su sitio verifica los errores cometidos por el cuerpo e intenta
remediarlos, es imposible.
Kayapó, el cazador
Allí vivía por tiempos calculados solo con las puestas de sol o las venidas e
idas de la luna. Decían, esas mismas lenguas, que Kayapó en la fase de cuarto
menguante se ponía furioso y salía a la superficie el río y daba coletazos a la
canoa de algún solitario navegante hasta hundirlo; tal como le pasó a mi papá.
Era época de mijano, abril a junio, justo cuando empieza las vaciantes de los
ríos selváticos.
Incluso, Oroma, recuerda haber tenido una pelea con Kayapó. Y como él
(Oroma) había dietado palos, sogas, y hierbas no pudo contra la experiencia y
diestra sabiduría de Kayapó, pero así mismo huyó hacia el río indicándole que
no tenía intenciones de matar a un colega suyo. Que le deseó suerte y que se
verían en la purga.
El mismo Kayapó, con su forma intrigante de vida, alimentaba las historias que
se contaba sobre él. Era uh hombre solitario que nadie había visto en mucho
tiempo, vivía de purga en purga, a veces solamente aceptaba un convite de
masato y yuca asada en ceniza; decía que eso le fortalecía y no contaminaba
su aprendizaje sobre la “ciencia madre”. Todo lo demás, sobre él, se sabía de
oídas, lo que la gente murmuraba en las cantinas o en los puertos de
embarque. “Creo que ni siquiera debe estar ya vivo”, se arriesgaba algunos a
murmurar, aún a sabiendas que eso podría ser premonitorio y sentencioso.
Pero el viejo Oroma nos dio, a mi hermano y a mí, una versión real de Kayapó.
Una noche de luna, Kayapó dice: Muchos mitayeros no saben que muchos
animales anuncian mala suerte. La víbora afaninga, por ejemplo, trae mala
suerte. También la chicua avisa la mala suerte del hombre, que te puede
morder un jergón o un cascabel, si es que está diciendo su nombre completo;
chicua, chicua, chicua. Pero si sólo canta diciendo, chichichichichi, entonces
nada ha de pasar. Tampoco es un buen augurio encontrar por el camino un
shihui o pelejo, así como al gavilán que tiene el lomo pintado. Así como un
mitayero nunca se le puede ocurrir pasar por un cementerio mientras va de
cacería, y o peor que le puede ocurrir en su vida es cargar un animal muerto
por eso nunca he aceptado cargar animales muertos en el pueblo.
Corazón azul
su historia…
Era ella, indudablemente, todo estaba claro. Cuántas veces soñaría sin
ninguna señal. ¡Qué tal!
El río y sus innumerables recodos parecía una gran sábana donde había
ocurrido una guerra, semejaba el sueño que había tenido la víspera, el mismo
sueño que le empujó a realizar esa aventura, afrontar un reto o asumir su
destino. Había escuchado decir a un viejo hindú que “os sueños eran pequeñas
profecías que estábamos obligados a cumplirlos”. Comprobarlo era la mejor
forma de darle la razón al extranjero.
El sol ofrecía la plenitud de su limpieza. La brisa del puerto le habló despacito,
en susurro: Anda, ve al encuentro de aquello que tu corazón persigue con
insistencia.
Era una de esas voces que cuando lo escuchas, aunque sea una sola vez,
persiste mucho tiempo.
Cogió el remo y con gran energía lo sumergió en el agua e impulsó la canoa río
adentro. Cada remada era mayor la fuerza que imprimían sus brazos sobre
aquel rústico objeto; se le podía ver las venas inflamársele en sus brazos,
significaba la furia o la dureza de su convicción. Parecía que iba a una lucha
importante del cual dependía su vida, su futuro, el amor, en fin, todo su mundo.
Un ligero viento empezó a desatar oleadas tímidas primero, posteriormente
intransigentes.
El viento arrastró su embarcación y su cuerpo como una frágil hoja seca hasta
sus colmillos. La tempestad azotaba. ¿Era un pecador? Su cuerpo, vencido y
sin soportar más, se ablandó. Y como en todo final, basta a veces sólo unos
segundos para salvarse o morir. El agua que había aspirado durante el
naufragio le embriagaba, quería quitare la respiración. La lluvia castigaba su
espalda como dardos de aguja. Ya nada podía hacer para mantenerse vivo.
Abrió por última vez sus ojos para recordar el rostro de su verdugo por si acaso
se salvaba. Lo observó con lo último que le quedaba de aliento y sólo le dio
ganas de vomitar en sus narices, cagarse en su trompa y maldecirle con toda la
fuerza del odio universal.
Recuerdo que me había dejado llevar por las turbulentas aguas del vicio. Rey,
un sujeto extraño y de pelo largo, con una barba muy poblada y descuidada,
traje negro; tatuajes cubriendo la geografía de su cuerpo y collares de todo tipo
como extraños colgando de su obeso cuello: me llevó a la Congregación Unión
KN y BPA. Un extraño grupo de personas aficionadas a la mala práctica de
política y rituales extravagantes. Entré como un ingenuo y embeleco
muchachito y terminé… Mis fuerzas me abandonaron por completo y entonces
comprendí que había llegado al final:
- Esto no está pasando. Son sólo mis fantasmas a los que les estoy
dando vida y convirtiendo en dioses o demonios.
El humo había empañado los ojos de Javier, no podía ver nada, además que
ya no era preciso; su cuerpo había dejado de ser suyo hasta ese instante.
Delfina Estrella, la del cuerpo frágil, se enredó en una lucha desigual con la
fiera. “Hoy puedo morir pero mañana puede ser mi redención”, se dijo y lanzó
sus primeros ataques.
La chica de los ojos claros cantaba mientras peleaba contra esa magnífica
encarnación de las edades. Cantaba alto. La claridad de su melodía aturdía a
la fiera. Aprovechándose de esa debilidad lanzó sus dardos dorados y
ardientes que se fueron a clavarse en el pecho de la fiera.
Doña Rosenda Guariba tenía una roza pasando la quebrada Irapaiva. La gente
contaba, en ese lugar, que cuando alguien andaba solo o sola se le aparecía
un Curupira, un ser mítico e imaginario. Y aquel espectro tenía por costumbre
hacer extraviar a las personas que caminaban solas por andaban solas por el
río o por la carretera. La gente decía que escuchaban hablar que a veces él les
arrancaba el corazón a los niños y hacía rituales demoniacos. Otras veces se
los comía, además de eso, se decía que este personaje era salvaje, perverso y
muy juguetón. Fingía conocer a la persona y la llevaba a lugares son retorno.
Doña Rosenda tenía una nieta jovencita de unos trece años que ya andaba en
amoríos con un jovenzuelo que vivía al lado de su casa. La abuela mandó a la
muchacha a la chacra a traer unas bananas, yucas en un cesto, y una gallina
de campo para celebrar el cumpleaños del abuelo.
La joven cogió una canoa y se marchó hacia el lugar indicado. Ella tenía que
pasar delante de una correntada que se formaba en el encuentro de las aguas
del rio y la quebrada, cerca de otra quebrada de nombre Ojo de las aguas; fue
cuando se distrajo cogiendo unas carachamas de los huecos del barranco; a
ella le gustaba el pescado asado. Ahí cuando está escuchó un resoplada: fiu,
fiu, fiu; el sonido era cada vez más intenso, cada vez más fuerte.
Cogió el bote y encendió el motor para continuar con su recorrido. Pero cuando
el motor funcionó, un sonido extraño le acompañaba por la orilla del camino; un
sonido escandaloso.
Lucelia Patricia Arcanjo era muy desinhibida; no tenía miedo a nada. Pero qué
cosas sucede con la adversidad. Queda uno decepcionado cuando descubre la
maldad de sus familiares. Ella ni imaginaba que su abuela fuera una caja de
sorpresas, llena de manías y supersticiones.
Patricia sujetó la manivela del motor y siguió de frente. Iba cantando a veces,
(ya para apartar los malos pensamientos o el miedo, o ya para olvidar aquel
sonido horrible), otras mirando por entre los arbustos; pero al fondo del bosque,
se dio cuenta que éstos movían sus copas. Miraba el movimiento de las
horquillas de los árboles mientras ella navegaba por la quebrada. Se asustó y
aceleró el motor, y a toda marcha se deslizó como una pluma sobre el agua de
río sin darse cuenta que flor de agua flotaba un madero a medio podrir. La
embarcación encalló sobre una balsa que estaba cerca a la orilla del rio; tarde
se dio cuenta de aquello. Se desmayó tras el golpe, y sólo despertó después
de dos horas y vio el rostro de su abuela transformada en mona negra,
enfrentándola.
Ahí se acordó un hecho que escuchó que sucedió con un niño; que fue robado
cuando aún era un pequeñín; desde esa vez nadie lo volvió a ver en el pueblo,
o por la comunidad, sólo desapareció.
Escuchó también que decían que se trataba de una mujer de unos cincuenta
años, de cabellos negros listados con blanco, muy trabajadora, que
acostumbraba robar pequeños para llevárselos al fondo de la foresta donde
tenía una choza, les daba muerte después de engordarlos con bastante
comida. Los comía con legumbres y mucho condimento.
- No pude ser, mi abuelita, no – dijo – para mí ella era una gran… siempre
fue complaciente, ¡cómo puede ser!
Patricia se despertó del golpe que recibió en la cabeza durante el viaje que
realizaba a la chacra. Cuando ella habló con su abuela y le pidió todo aquello.
Descubrió que la pierna de la vuela llevaba marcas de golpes que recibió de
alguien, de alguna manera. Y se acordó también del sueño que tuvo cundo
estaba en la quebrada después del golpe que sufrió. Quedó muy asustada y
huyó…
Pagando las cuentas
- ¡Auxilio, auxilio!
La voz provenía del puerto. La oscuridad había extendido sus brazos por
completo sobre el pueblo. Era una noche profunda. Nadie se había percatado
de que el abuelo se había marchado al puerto a bañarse a esa hora.
“Sólo veo sombras detrás de las cortinas de la oscuridad; una sombra habla,
otra sonríe, otra baila yuna me atolondra, respira grotescamente sobre mi nuca;
una gime y otra canta o vuela, pisa su propia sombra. ´¡No sé a dónde ir!´”.
Escuchaba el ulular de la lluvia alejarse por donde se oculta el sol, dejando su
lamento en el suelo; un llanto como de niño estrellándose sobre la tierra
mojada. Era él, definitivamente. Una mueca de sorpresa se dibujó en sus
ojos.ls botas caminaban con su característico chapoteo después de haberse
sumergido en el río. Su sonido sordo y ahogado se estrellaba contra la tierra
mojada tras la lluvia. Un manso rumor de viento y una brisa fugaz cubre el
rostro del aparecido. El vientecillo coqueto juega con sus cabellos. Las botas,
ahora caminaban como en marcha militar. Clop, clop, clop, clop. Las botas
regresan de revisar las redes soltadas la noche anterior en la cocha grande.
El campesino ahora había regresado del más allá a cobrarle la deuda con su
vida.
En aquel tiempo un sol de oro era mucho dinero para cualquier campesino en
condición de pobre. El abuelo, en ese entonces invitó a su compadre a beber
masato para hacerle olvidar su compromiso y la herida hepática cancerígena
que le había causado con su respuesta y su negativa de responsabilizarse por
sus compromisos, pronto le llevarán de este mundo.
Ya todo era inútil. Lo llevaron a la casa grande. Los familiares corrían de aquí
para acá, de acá para allá en alboroto general. Andaban apurados preparando
todo: las velas, las sábanas, la gallina, el café, el aguardiente para pasar un
poca la amargura de su partida; en fin, todo lo necesario para el velatorio.
Mientras es sucedía en la cocina, en una sal del cuarto, la nieta menor, la más
querida, le colocaba la mortaja al cadáver; pero algo le sorprendió:
El sol se metía con cierta pereza por el poniente. Ramón llegó cansado de la
faena. Se dio un baño y se tendió en una silla grande para descansar.
La puerta de la casa sonó suavemente, casi con vergüenza. Una casa hecha
de palo de balsa, esteras y algunos plásticos. Tres niños que aguardaban tras
el umbral el regreso de papá. Corrieron a abrir ansiosos. Papá llegó colgando
al hombro una tira de peces ensartados en el cordel de la atarraya; y los
hermanos que fueron con él, venían más retrasados, acongojados por la mala
pesca. Los niños se abalanzaron, abrazaron y besaron a su padre.
- Hijos, les prometo que los próximos días les daré de comer bien, y
tendremos en la mesa los pescados más grandes y ricos del río.
- Mujer, tendré que irme lejos a buscar otro lago lejano donde pueda
tarrafear porque aquí se está agotando la pesca. Todo se está secando.
Los seres del agua me hicieron soñar que va a venir una gran sequía.
- Aconseja bien a los hijos, antes que te vayas.
- Que recojan toda el agua posible para que no mueran de sed durante la
sequía. Te quiero mucho. ¡Cuida a mis hijos!
No sabía si lo que decía y lo que hacía era premonitorio. Con los ojos llorosos
aconsejó a sus hijos que cuidaran a su madre mientras dure su ausencia y se
despidió de su mujer con un beso. Partió sin mirar atrás. Le abrumaba la idea
del abandono en el que dejaba a su familia; pero tenía que partir, algo malo se
avecinaba.
Las suaves mejillas del chiquitín se llenaron de lágrimas y dando besos al aire
corrió a refugiarse en el interior de la balsa.
El día menos pensado llegó a su basa. Tocó y nadie vino a abrir. Llevaba las
sandalias rotas y un poco derretidas por el calor. Tumbó la casa de un
puntapié; dese adentro comenzaron a aparecer los niños y la esposa
completamente desfigurados y deshidratados, parecían espantajos. Juntó a
todos, les dio de beber el agua que traía, los alimentó y luego los abrazó como
no lo había hecho en años.
Los árboles que acompañaban a Lupuna miraban con tristeza al niño. La pena
y soledad de Venancio se volvían estremecedoras. Para no alentar su miedo al
bosque, liderado por Lupuna, decidió entablar la conversación pospuesta
durante muchos años.
- Pssiitt, pssiitt, hey, niño, ¿qué haces a esta hora por acá y sólo? Ya está
oscureciendo, es peligroso, muchos cazadores merodean por estos
lares, te pueden hacer daño.
El niño no podía creer lo que escuchaba. Fue tan rápido que su cuerpo
comenzó a tiritar de miedo, sintió que crecía una enormidad. Los árboles no
son peligrosos, sólo cundo hay tormenta y se desprende una rama vieja y te
puede caer en la cabeza. Se acrecentó su miedo. Pero, si los árboles no
hablan, los árboles no hablan, los árboles no ha…
Venancio y los árboles conversaban mucho. Sus amigos eran joviales. Por
ejemplo, Lu, era la más vieja, le contó que la última creciente dejó una
hambruna en toda la comarca: hombres, animales, y todo tipo de seres vivos
con movimiento no encontraban alimento. En cambio, los vegetales estaban a
sus anchas. El suelo se había fertilizado enormemente. Abundaban los
gusanos de tierra que removían con gran maestría y facilidad las sepas, eso les
permitía alimentarse en gran forma. Por eso es que ahora sus ramas y tronco
son fuertes, pues le permitió crecer mucho más.
Así pasaron algunos años. Venancio había crecido y una cortina tenebrosa
empezaba a cubrir la comarca. Así que Caoba se encargó de comunicárselos.
Les hizo saber que tenía un mal presentimiento.
Qué de malo puede suceder aquí si este lugar es un paraíso escondido. Por
otro lado, ni siquiera los depredadores lo conocen. Nadie se atrevería
acercarse, está muy alejado de la comarca.
A Venancio nada de eso le parecía sospechoso, porque sólo sabía leer las
estrellas y la luna; y estos astros no avisaban de estas cosas; es decir, en
propias palabras del muchacho, estos símbolos no eran capaces de descifrarlo
todo; eso sí parecía sospechoso.
Fue ntiemp0o después, cuando su luna favorita se puso roja (parecía que de
ira) incursionó varias veces en la ciudad, ahí, sólo ahí pudo darse cuenta que
era verdad lo que su amiga Caoba estaba sospechando. Tuvo mucho miedo
cuando vio todo aquel ajetreo de personas y cosas subiendo y bajando del
puerto. No podía imaginarse que la destrucción y la muerte irían venir de ese
lado de la floresta.
- Esta vez no será así – dijo Venancio resuelto – esta vez estoy yo aquí
para defenderlos. Si quieren cortar este árbol (señalando a Lu), tendrán
que cortarme a mí también. – Dijo enfurecido.
Y así fue.
- ¡Un niño amarrado a una lupuna, u niño amarrado a una lupuna, vengan,
miren!
Todos los árboles que habían sido talados recuperaron su vida, hasta los que
ya estaban en la quebrada, listos para ser arrastrados hacia las
embarcaciones, incluso ellos, volvieron a la vida. El lugar volvió a ser el mismo.
La algarabía volvió a la Comarca.
Mucho tiempo después nos enteramos que el gobierno, a raíz de los sucesos
reportados en una cadena de televisión, en la que se mostraba al niño defensor
de la Madre de los árboles, el gobierno decretó “zona intangible” a toda esa
parte que comprendía el choque entre los ríos Pacaya y Samiria.
Desde aquella vez yo observo, desde aquí, desde dentro de esta Lupuna, todo
lo que pasa. Siempre alerta. La defiendo de los depredadores y si alguien
quiere escuchar éstas y otras historias tiene que tomar la bebida oscura, llegar
al Santuario y tocar tres veces la aleta de mi morada.
Fin