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CORAZÓN DE YACURUNA Y OTROS

RELATOS
(Oroma Jurandyr)
CORAZÓN DE YACURUNA

Yo no creo mucho en las cosas del mundo místico, pero lo que les voy a contar
en esta historia me sacó de mi realidad y mi visión terrenal o material de ver las
cosas, cambiaron considerablemente.

Fue, en una ocasión en la que estaba viajando por uno de los ríos más
caudalosos de esta parte del país que me encontré con un tipo muy extraño.
Eran como las doce de la noche; todo era oscuro, viajábamos con escasa luz
en la embarcación. Todo mundo dormía en su hamaca, algunos trasnochados
aún jugaban sin querer al casino, y las muchachas alegras intentaban hacer su
agosto en medio de esta fiera que parecía una gran serpiente sedienta y
hambrienta.

Me puse a observar tristemente el juego de los vencidos viciosos mientras


pensaba en la situación de mi hija, que a esta hora estaría sufriendo una fiebre
calcinante.

Sentí una mano caliente que a esa hora parecía calentar mi congelado cuerpo
que, a esa hora por acción de la brisa del río, estaba extremadamente frío. Yo
no llevaba hamaca, intentaba dormir, era el segundo día de viaje, sobre una
toalla que cogí por si acaso.

Dije que una mano como un tizón de fuego quemaba mi espalda mientras me
hablaba con una paciencia pausada y una voz calmada.

- He sentido tu aflicción, no te preocupes, no tengo intenciones de hacerte


daño…
- Ah, sí, eh, disculpa, no estoy acostumbrado a conocer gente de ese
modo… ah, soy…
- Sí, sé quién eres, y no te preocupes, que no te voy a hacer daño; todo,
por el contrario, tengo algo para ti; tienes muchas aflicciones, veo que
tienes una gran preocupación, tu niña está totalmente enferma y no
sabes qué hacer, lo puedo ver en tus ojos.
- Hum, disculpa, pero no creo en esas cosas…
- Fácil es no creer, difícil es convencerse…
- Y ¿quién te dijo, todo eso de mí?, porque no creo que lo sepas así
porque sí nada más.
- No estoy interesado n escuchar cosas de ese tipo, y es verdad, tengo mi
hija muy grave y es por ello que me encuentro así, y disculpa si te hablo
mal, pero…
- Tranquilo, no te culpo, siempre es así, hasta yo lo haría (y volvió a poner
sus manos sobre el ho9mbro del joven y éste volvió a sentir aquella
extraña calentura que a la vez le asustaba, pero también le daba
tranquilidad.
Hizo que se daba vuelta para regresar a su sitio, pero con segunda intención, a
ver cuál es la reacción del advenedizo. Él tipo dejó que aquel joven se fuera,
pero pudo ver su tristeza que se alejaba junto a él.

Yo, La verdad no creo en los mitos, ni en las apariciones, mucho peor en los
espectros yen la brujería, estoy yendo por allá, por acaso, sólo para agotar la
última opción o posibilidad, mi niña se muere y no sé más nada qué hacer, mi
hija se me va y me comentaron que este señor es oracionista y corre los
espíritus malsanos que se apoderan de las almas de los niños cuando quedan
solos en casa; y o dejé a mi hijita en muchas ocasiones en la sala mientras
entraba al baño: mi mujer siempre renegó por eso: pero siempre le respondía
incrédulo; la vida es en la tierra y aquí queda todo, polvo eres y allá vuelves sin
más remedio.

Pero qué me hizo retorcer mi pensamiento materialista, fuera del espiritualismo


y los poderes sobre naturales: me acordé que en una ocasión mi abuela me
dijo lo siguiente al respecto; después de lo que me pasó cuando me mandó a
recoger cilantro en la huerta de la casa; bajé con mi mechero, mi alcucero, pero
cuando estaba bajando el último peldaño de la escalera, un airecillo burlón
apagó mi alcucero, grité bien fuerte: el espectro sopló mi alcucero. Y me caí
botando espuma por la boca. N ese instante toda la familia descendió de los
entablados de la casa y fueron por mí. Mi abuela contó que me encontraron
totalmente palidoso y sin pulso.
La abuela que siempre fue curiosa, consiguió hojas de algodón, unas cuantas
bellotas de achiote colorado y los puso a hervir para luego hacerme beber en
mi inconsciente. Claro que no vi lo que me dio, pudo ser agua bendita, que
sería lo más lógico entre los cristianos usar aquello para combatir contra las
fuerzas oscuras; pero, según la abuela, eso no sucedió, y sí lo otro. Por eso me
convencí que tras andar por todos los consultorios de pediatras y médicos
especialista de la ciudad y de la capital, tomé esa decisión de ir en busca de
aquel maestro que una vecina ya muy entrada en años me recomendó.

Quiero salvar a mi hija, quién no, y si tengo que caminar los cinco continentes
en busca de su salud, lo haré. No sé cómo, ni quién es ese señor, pero me
dieron sus datos: sucede que vive en un pueblito adentrándose unas cuantas
horas por el Alto Solimoes, que es como llaman los amazonenses brasileros al
Amazonas peruano. Feijoal creo que es, una porción de población indígena
ticuna. Lo único que sé es que se llama Amelio Santos. Es un hombre de
regular porte, de cutis blanco y de buen comer. Me dijo la anciana que este
“maestro”, así le llamaba siempre ella cuando se refería a él, en mi ciudad,
tiene un hermano que vice en Tabatinga, y que este hermano es maestro y es
completamente opuesto a su hermano, es decir, es negro por completo, y sus
rasgos son casi de una persona africana. Los cabellos completamente
ensortijados y achurados.

Me dijo que fuera por el hermano si quería llegar al maestro, porque le tiene
una consideración bárbara.

La verdad no sé qué pasa en esta embarcación, a veces pienso que estoy


viajando en uno de esos barcos que tantas veces los ribereños me contaron
que sale del río en noches de una y suceden fastosas fiestas, donde hay
aguardiente, comida y mucho sexo supersticioso. Marea mi cabeza, quiero
vomitar y voy atrás del barco a botar la causa de mi malestar, pero me vuelvo
más incrédulo todavía aún; una pareja de seres rubios está besándose en la
popa de la lancha: entre mi mareación, logró distinguir los orificios laterales por
la que respiran estos seres acuáticos; mierda, qué estoy diciendo, pero yo no
creo en esas supersticiones. Caigo temblando sobre el metal del barco, y ya no
me reconozco humano.
Baila a mil revoluciones en medio del caos. En el puente de comando todo el
mundo mueve el culo, pero él baila una danza algo rara. Se nueve
indistintamente como si estuviera mezquinando su cuerpo. No permitía que
nadie se le acercara, pero era jubiloso en ese estado de trance. Se dejaba
guiar por el momento, estaba eufórico y parecía sacar un estrés de siglos,
hasta que llegó la reina de la comarca.

Era una hermosa doncella: el baile estaba en su momento de euforia total. Ella
llegaba vestida de perlas y todo tipo de atuendos de joyas sacadas del mar, o
el río o de alguna ciudad de corales. Deslumbraba, es verdad; y para él
tampoco pasó desapercibida. Detuvo su baile y…

La muchacha vestida de coral hizo su pasarela por todo el local y se fue a


sentarse en una silla orlada al lado de un señor ya un poco entrado en años,
que se le antojó que se trataba posiblemente de su padre; una especie de rey
rural. Llevaba en la cabeza una especie de trenza, una corona de oro con
plumas invertidas, incrustada de diamantes y otro tipo de diademas. Perlas,
corales, lapislázuli, adornaban el cuello de la casi adolescente. Facundo volvió
a tener esos mareos previos a estos acontecimientos tras la partida del barco
desde la ciudad. Se alejó un poco de los acontecimientos y se fue hacia la
popa de la embarcación que a esta hora estaba totalmente iluminada, cosa
curiosa.

Se recostó un poco en caucho que amortigua la calentura del tubo de escape


de los motores de la embarcación; un olor de pescado se insertó en sus fosas
nasales, las cuales no querían salir. Un olor a cuerpo mojado, a redes de pesca
se metían por sus orificios y llegaban hasta su cerebro, lo cual le molestaba, le
daba un dolorcillo picante, como el ortigante sabor y olor del ají que no le
dejaba tranquilidad. Pero unas manos suaves por de una voz melodiosa le
respiró en los hombros y le habló:

- Por qué tata preocupación, hombre, veo en tu semblante el dolor de la


muerte.
- Noes nada, y quién eres tú, ah, disculpa… reaccionó reconociéndola.
- No te preocupes, la rabia, la preocupación, la frustración siempre nos
pone a la defensiva, lo entiendo, pero no tienes por qué preocuparte;
estás en el camino correcto
- Qué camino, se exaltó…
- El de nosotros, alguien te trajo aquí sin que te dieras cuenta. Y no te
rehúses, si quieres conseguir lo que buscas; y yo lo sé, sé lo que estás
buscando; incrédulo no lo vas a conseguir.
- Yo no dije nada, pero…
- Lo pensaste. ¿Crees en Dios?
- No, pero…
- Quisieras creer porque tienes a alguien muy grave, a punto de que se
extinga su luz y su belleza, porque sólo si hay vida se puede admirar la
belleza.
- Hum, sabes mucho y me extraña porque no encontré en este mundo
alguien que pueda adivinar la necesidad ni la tragedia de las personas,
todo los que conozco sólo te dan palmadas diciéndote, todo va a estar
bien, pero nada se vuelve bueno después de eso, y, y sigo igual con una
urgencia, con muchas necesidades, frustrado, a punto de mandarle a la
mierda a todo, a la bondad, a la maldad, a la verdad, a la mentira, a
Dios, si es que existe…
- Shit, shit, no digas eso, te pueden oír, y…
- Qué, me pueden excomulgar, que se vayan todos a la mierda, nadie me
puede ayudar con esto. Es demasiado.
Y ella le rozó las manos en la sien y le acostó sobre sus inmaduros pechos. Le
estuvo mirando largo rato, adorando su anatomía, sus facciones, su color, sus
rasgos, su forma. Su estructura. Se enterneció y le enterneció, pero él ya había
entrado en trance nuevamente.

- Ay, hijo e´puta sólo a mí me pasan estas cosas.


Entró a su camarote y el olor a pescado le era repugnante y decidió ir a tomar
un baño, pero el agua guardaba ese mismo olor. No supo más que hacer que ir
a la popa de la lancha y empezó a vomitar hasta que cayó de bruces en el
metal de la embarcación.
Yo soy banco, y si no me crees te puedo llevar por el sendero del agua hasta la
ciudad de las algas, allá en el fondo de las marrones aguas del Amazonas. Ya
sé que no me crees.

- No sé quién eres tú y no estoy acostumbrado a entablar conversaciones


afanosas o confiadas con cualquier persona así nomás porque sí.
- No juzgues a las personas por las apariencias.
- Y qué quieres que haga si yo soy así.
- Puedes hacer una excepción.
- Qué buscas, qué es lo que pretendes, qué me ofreces, no sé; por qué tu
terquedad de que te escuche, te atienda y ponga mi confianza en una
persona desconocida.
- Porque eres mi única oportunidad de salvar lo que quieres salvar.
- Bueno, pero sólo como prueba a tu insistencia para comprobar que
adentro del agua no hay más que peces y algas.
- Bueno, no te vas a arrepentir.
- Ok.
Bueno, pero el viaje no es así nomás, requiere de ciertos sacrificios, y uno de
ellos es dejar de ser incrédulo, son ello no hay nada que hacer. Lo tenía muy
difícil nuestro amigo.

Cantaba en lengua mientras por el lago se esparcía una estela de fuego, una
lengua de fuego que alelaba a todos los animales; la estela dejaba a los
lagartos todo moribundos, con la panza boca arriba, mientras el pescador iba
juntando, literalmente con sus manos los ejemplares de lagartos más gordos y
pichones; no le gustaban los grandes y gruesos porque la carne de ellos es
dura y no se le puede dietar y no se puede moler la carne para engullir sin
mascar, porque así se hace el mejor mejunje para aprovechar los favores del
espíritu de los lagartos en la vida cotidiana.

Se vio una explosión en el agua, y allí el cuerpo de un hombre suspendido en


el aire, parece como si una fuerza magnética lo atrapara; fui corriendo a
sujetarlo con una cuerda y atarlo, asegurarlo a un fuerte y añoso árbol, la fiera
o la fuerza poderosa no lo soltaba, tuve que hacer varios disparos de escopeta
imaginando el cuerpo del espectro de agua y nada, hasta que tuve que coger
uno de mis machetes de protección contra criminales y fui derechito a donde
explotó el remolino de agua e hice varios cortes imaginarios, y entonces el
cuerpo del cabalero dejó de levitar. Solté al hombre sin saber quién era y éste
pegó una carrera hacia el monte y no lo volví a ver más.

Unas horas después había fuego en el lago, y una inmensa fiera se retorcía
silbando, llamando quizá a sus ancestros. Pero el hombre furioso se quebró y
quedó como en trance. Dejó de incendiar el lago y quedó quieto en el lugar de
su rabia. Profería palabras inaudibles, cantaba en lengua; icaraba, y como un
autómata, fue a recoger muchas ramas frescas de árboles y lo tendió sobre el
fuego que calentaba el lago en ese instante. Al poco tiempo una gran cabeza
de boa negra emergió desde lo profundo del agua negra, observó, hizo sus
anillos, se elevó en gran altura – yo dije, que, en ese momento, el hombrecillo
caballero era tragado por esa fiera – pero bajó su pesado cuerpo sobre aquel
hombre y se congració con él. Escupió sobre su rostro una sustancia
gelatinosa, éste, en un acto mecánico, se untó de aquella sustancia oscura y
dejó de actuar, la fiera se posó sobre él, le rodeó, pasó su lengua bífida sobre
todo su cuerpo, lo miró por última vez y se sumergió exhalando un gran chillido
como un silbido o como un grito.

- Corazón de Yacuruna, ven por mí. – gritó el caballero y cayó sobre su


sitio.
Fui corriendo a sostenerlo, porque a pesar del miedo que me infundía esa fiera
descomunal yo no lo dejé sólo, como buen miedoso pero ávido de experiencia,
me quedé detrás de un árbol de guaba a observar el desenlace de la trama.
Cogí al inconsciente y lo llevé a mi tambo, allí lo cuidé hasta que despertó.

- Me enseñó, muchacho, - me dijo - me enseñó el condenado. Ahora ya


domino las curaciones en cocama, todo, todo.
- Ah, qué bueno, - le dije, porque no sabía de qué halaba.
- Ahora, sí quiero el corazón de Yacuruna en mi cuerpo, sólo así seré
impenetrable por mis enemigos y tendré el poder de todas las
curaciones.
Quedé sorprendido de su casi confesión. Hasta ese momento pensé que se
había tratado de un ataque, pero todo era preparado. El hombrecito buscaba la
sabiduría de todos los dominios de las curaciones y las purgas: agua, aire,
palos, sogas, hierbas, hojas, raíces, etc. Sólo le faltaba los ojos y el corazón del
Yacuruna, para ver y sentir a sus enemigos y la maldad en los cuerpos de sus
pacientes. Con ello podía viajar por la noche o en el día, en la oscuridad o en
la claridad, por dentro del río, por las cochas, en tempestades o en neblinas. En
fin, podía todo.

- Y ¿cómo lo vas a lograr?


- Tranquilo muchacho, eso es lo más fácil, si quieres ver, sígueme.
Y desde ese día me convertí en su aprendiz.

La tempestad llevaba todo tipo de… y dejaba detrás de sí los estragos de una
furiosa rabia. Techos, cercas, cobertizos; y sólo los pilares quedaban en pie.

En días de mingas y curaciones…

Canción uno

(Día de trabajo comunal) para la gente no se vean afectados con las serpientes
y animales que viven dentro de los arbustos; para que cualquiera de ellos no
les haga daño:

1. Taritaitariririririri taritaririririr rurururururutaitai taririririrararara


Taritatariririrarairairai taririrririririrururu

2. Taritaitariririririri taritaririririr rurururururutaitai taririririrararara


Taritatariririrarairairai taririrririririrururu

3. Taritaitariririririri taritaririririr rurururururutaitai taririririrararara


Taritatariririrarairairai taririrririririrururu

Repetición de las tres primeras, partes tres veces...

Canción dos:

Para que la gente sea alimentada bien y que las fuerzas del alimento queden
bien concentradas en los cuerpos y en sus almas...
Churichuichuri huaytanita (bis)

amabirunki huankelloc (bis)

Andahuaylas puna (bs)

casarapaichira casarapaichira (bis)

Repetir dos veces

Canción tres

Mariri mariri tariri tariri

Mariri mariri uriri rarará

Umiari tariri uriri tariará

Airairi umiari tariri mariri

Airanririri tariraririri uriri

Huairampi ariri tararirai uriari

Abejrirai rururairi tararirai

Tabanuiri ariari urarari ariri

Canción cuatro:

Para cualquier dolencia simple.

Folha, folha folhinha

Cipó, cipó, cipocinho

Sara, sara, sara medicina (bis)

Cipó, cipó, cipocinho

Folha, folha folinha

Tararairarararararara

Tararararairarararararara...
Canción cinco:

Esta es una canción para sacar los miedos y las dudas de amor, para apartar
los enemigos de la casa, y para jugar con la mujer que ajena.

Quando o macaco vira pessoa

A macaca fica doente

E se a macaca fica doente

E preciso procurar o remédio

E que é o remédio?

Banha de cascavel,

Banha de sucuri

Gordura de mucura

Que as vezes nada cura

Baba de jiboia

Que o vê tudo e cobra

Gordura de cobrinha

Que sempre mata a galinha

(Você pode improvisar tudo o que quiser ou poder)

Canción seis:

Para curar dolencias de mordida de serpiente venenosa, especialmente del


cascabel y el jergón que son muy venenosas.

Huancahui huancahui huanca huancahui

Tararararararari tarararararararari tarararararararararari

Gavilancito, gavilancito huancahui

Lleva este cascacacasca cascavel


Tararairarairarairarararai al jergoncito también le llevarás

Canción siete:

Sucurí, sucurí sucuricinha

Me dá o seu poder

Para derrubar as armadilhas

Dos meus inimigos

Jararaca

Me dá o seu poder

Para derrubar as armadilhas

Dos meus inimigos

Sicurijú, sicurijucinha

Me dá o seu poder

Para sarar as doenças

Dos meus parceiros

Jiboia, jiboia jiboiaicinha

Me dá o seu poder

Para sarar as doenças

Dos meus parceiros

Coral, coral coralcinha

Me dá a sua destreza

Para fugir de quem

Quere me fazer mal

Bico de papagaio,
Bico de papagaio

Me dá a sua inteligência

Para pegar os meus inimigos

E dar uma peia neles

Cascavel, cascavel cascavelcinho

Me dá o seu venenocinho

Para derrubar aos meus inimigos

Que me querem fazer mal...

Cogió dos o tres cosas y volvió montado en una furia que dejó huellas tras su
paso. A la purga se le debe tener respeto, pues, decía; no es posible me hagan
ir por nada, o a veces para contarme chismes mal hechos. Eso a mí me llena
de furia.

Creen que uno tiene estas habilidades gratis, que le aparece a uno así de la
nada, son costo; todo lo que yo sé, joven, tiene un valor, tiene un costo. Yo
pagué: ayunos, meditaciones, dietas, defensas, etc., así, aquí como ves, ese
es su costo.

Quién aguanta en el bosque, solo, tres cuatro, cinco un año de purgas y dietas,
preguntándole a las plantas, a las cortezas, a las hojas lo que es necesario
para curar, lo que se necesita para vivir. A ver que se defiendan sin saber de
los “otros” enemigos, de los fastidiosos “soguerillos”, o de los “oscuros” que
sólo se dedican a comerciar con la enfermedad y la muerte. No es fácil,
entonces uno queda expuesto ante la presencia de estos malos elementos del
mundo ancestral. Quedamos como los pajarillos cuando amanece con lluvia,
sin canto, son voz, sin oportunidad. Sólo la muerte nos duele durante días,
semanas antes de dejar este mundo.

Nosotros los que somos de la purga tenemos riesgos, no es alegría curra a un


enfermo que ha sido virioteado por un oscuro, porque luego, luego tenemos
que correr a donde nuestros maestros para dietar con ellos y apartar o matar al
maléfico, esa es la púnica verdad, o eres tú o es el enemigo, es la ley de la vida
y la ley de toda guerra, así ésta sea silenciosa. O purgar y dietar para curar o
ver al enemigo del enfermo. No es cosa fácil.

Fácil es lanzar un virote en el cuerpo de un viejo, pero lo más difícil es decidir


lanzarlo sobre el alma de un inocente, de un ungido; ahí está ña decisión más
letal. Por eso yo soy como el gallinazo, me deshago de lo que ya no sirve, con
lo que ya no sirve, por eso digo que cuando muera seré como el gallinazo, me
que daré a vagar en este hueco planeta porque cuando muera no sabré a
dónde ir…

Hechicero, malero, brujo, curandero, santero, ese el destino de aquellos que


hemos elegido este lado de la vida, joven, que hemos visto este lado de la vida
de la manera más clara los dos lados de una misma realidad, las dos caras en
el mismo lugar de una moneda. De un yachay malero nadie se escapa, mi
amigo. El yachay del alero es como una espina que se encaja en tu garganta y
ahí se pudre. Nadie lo saca.

Y te voy a decir que en una ocasión casi me matan, pues. Me trajeron, debes
creerme, a una señora con el vientre abultado, como una pelota. Entonces yo
hice mi purga; pregunté sobre su salud, si es bueno que lo tome como
paciente, pero ellos me dijeron que no. Que ella estaba llena de maldad, lleva
mucho “daño”, y que, quien le había hecho eso era por orden de su marido
porque la doña era una saca-vueltera, y, además, enemigo rotundo de mi
persona. Les dije a las purgas que me ayudaran, sea como sea yo había
recibido este don para ayudar; renegando, renegando me aceptaron, pero fue
una lucha, joven, han, que casi nos vamos los dos, ni las más poderosas dietas
que conozco podían con ese mal. Hasta que acudí a la hermana catahua con
su cara toda llena de verrugas, me dijo:

- Jum, no es fácil, Antonio; vas a tener que dietar; sólo agua vas a tomar
durante el día, y por la tarde un cuarto de pescado sin muela y un
pedazo de plátano asado en ceniza. No era el mal el que me mataba,
era la debilidad de no alimentarse.
Pero joven, toda persona tiene derecho al perdón. No se puede vivir con tanto
rencor en el corazón, por eso es que hay muchas guerras. No somos capaces
de perdonar y el rencor nos guía a la ira, y la ira ya nos envenena todo el
cuerpo, y nos hace cometer nuestras debilidades. La guerra no es fortaleza,
joven, es una simple debilidad humana. Con la guerra demostramos que no
somos inteligentes para conseguir la cosas con el sólo poder de la palabra.

Mira, yo vivo aquí en este rincón del Brasil hace ya 14 años y durante ese
tiempo qué cosas no pasé. Envidia, rencores, odio, rechazo, pero mi corazón
nuca se llenó de maldad, de rencor ni odio; al contrario de todo aquello que
pensaban cuando llegué, les demostré que era todo lo contrario, incluso les
curé a mis propios enemigos. Y es que el poder de la naturaleza no tiene
enemigos. Su enemigo número uno es la maldad.

Así es pues, joven, pero salimos del peligro, después de tantos días de
ayunarle, dietarle a la hermana catahua; ella es poderosa. Me ayudó con el
compromiso que le diera unas chicotadas a la mujer para que no vuelva a
hacer las cosas que había hecho antes con su marido.

Se separó y se volvió creyente, en buena hora. Lo único que no me gustó fue


que, en su testimonio de bendición y bautismo, dijo que Dios, le curó, que el
poder que ahora ostenta lo debe a él. No le culpo, el miedo a lo mismo a veces
te hace hablar cosas incongruentes. Lo bueno es que se sanó, aunque me
dieron una reprimenda. Catahua me reprochó el egoísmo de la mujer. Bueno,
la naturaleza es hermana y sabia. Y ella sabrá por qué lo hace.

Así es jovencito, por eso debes creer en el poder de la naturaleza.

Cuenta la leyenda. Fue allá, en los primeros años de la humanidad, que


tampoco sabemos cuándo fue, pero fue, nuestros abuelos no sabían lo que
sucedía en el cielo cuando se oscurecía, cuando tronaba y busilaba. Creían
(imaginaban) que San Pedro acarreaba inmensos bidones llenos de azufre
hacia el infierno. Estaban seguros de que esa orden venía de Dios. Y cuando
busilaba era que en ese instante Don Pedrito estaba prendiendo las hogueras
del infierno. Tampoco sabían lo que sucedía con las almas después de
muertos. Luego de esa indagación los tunchis empezaron a poblar los espacios
aéreos cual naves invisibles pero existentes. Entonces, un día, a Cristiano, se
le ocurrió la invención de todos los tiempos: el Paraíso y el Infierno; las
Calderas, el pecado, la mañosería, la duda, la deslealtad y el Verde Prado.
Nadie sabía por qué el sol se ocultaba en el firmamento tras una jornada
inclemente. ¡La noche era la casa de la Luna y reinaba sobre las estrellas en su
vaguedad!, que eran los vástagos de ella. Todos quedaban absortos, mirando
el universo.

Hasta que llegaron los curas, padres le dicen, y padres de todos los males, con
su dios, sus enfermedades, sus armas (la mañosería, la incredulidad, la maña,
la astucia, la ambición, la envidia, etc.) y su mediocridad. Fueron ellos también,
en complicidad con los shishacos, trajeron los chullachaquis, los runamulas, las
Sirenas y todo aquello que afortunadamente ya estoy olvidando.

Eran los mitos eróticos, sexuales los que más preocupaban a los enviados de
Dios a la floresta, para que no se descarrilaran y sean fáciles de someter a las
nuevas posturas ecuménicas; tenían que frenar os ímpetus de los innobles con
lo que más les gustaba o con lo que más temían (lo desconocido): crear y creer
creencias.

Las Sirenas nacieron por una razón: los mozos empezaban a sentirse atraídos
por el sexo opuesto o complementario, según criterio, y los curas veían estas
actitudes como una amenaza, como un acto abominable y de impacto
diabólico.

El Yacuruna nació exactamente igual, bajo el influjo natural y el correcto crecer


de todo ser humano. Las mozas empezaron a preguntar, a mostrar interés por
su propia sexualidad, por el sexo complementario; comenzaron a ver en los
varoncitos a esos seres Adónicos que les atraían y les brindaban felicidad y
gran alegría. Mas los curas veían en ese deseo una afreta mañosa contra la
Leyes divinas. El Medievalismo en medio de la floresta.

El Chullachaqui, Shapshico, Yashingo, Bmayantú (éste último ser ancestral de


la mitología bora), en realidad era uno sólo, amigo del bosque, nació de otro
modo. Este mito surgió como aliado de los agresores, con la venia de los
representantes de Dios sobre la tierra conquistada.
A los rebeldes se les cortaba un pie y se los echaba a la floresta para que
murieran desangrándose, pero para mala suerte de los hijos del Señor, esto no
morían, ya que conocían todos os secretos de la selva y terminaban curándose
con yerbas. Entonces todo comenzó. Los familiares del “supuesto muerto
empezaban a ver apariciones, visiones, alucinaciones”. Ante la presencia de
esos “espectros cercanos”, el miedo y la falta de explicaciones para esos
sucesos, se les ocurrió que un duende del bosque que se robaba a las
personas, a los niños, sería la excusa perfecta para someter. Esos comentarios
habían aparecido por la comarca y nadie explicaba nada y todos tenían miedo.

Don Adelino Mayta me contó una historia.

Un día regresé con poca carga de hoja de palorosa y fui enjaulado durante una
semana, al cabo del cual, “no tiene remedio – comentaron los patrones”, me
cortaron el pie izquierdo, que es el que va derechito al corazón, y me arrojaron
al monte, lejos del campamento, como para no poder regresar. Y quién quería
regresar también.

Cuando me llevaron, mis familiares inclinaron la cabeza y sus sollozos se


sintieron hasta lo más lejos de la montaña. Pero me curé con raíces; había
algunos que daban comezón, otros que irritaban la piel; así fui aprendiendo,
hasta que encontré el ideal, como dicen los maitzangaras. Busqué hojas y
semillas para comer y para mi curación también.

Después que me sané, busqué la ciudad y ahora, con mi familia, recuerdo con
mucho dolor y amargura ese malo momento de mi vida.

Y para creer aún más su confesión me muestra un muñón debajo de los


pantalones costurados con una vasta (bota-pie) mayor para esconder el pie
izquierdo.

El Ayaymama, el Ayapullito, todos bautizados con vocablos quechuas puesto


que los principales ayudantes de los sometedores eran gente venida de la alta
montaña, que además hablaban la lengua Inka que le decían antes. La
Achiquinvieja, el canto de la Lechuza y otros mitos más se crearon por
extensión de los anteriores. El escenario estaba servido, sólo era necesario
imaginarse un poco más. Un poquito más de esfuerzo para cada efecto,
amenaza o afrenta que aparecía se combatía con un nuevo mito. Y como por
arte de magia ante el mito aparecido, la gente se adormecía.

Cierta vez, la Micacha Yumbato había ido al puerto a recoger agua. Todos
conocemos la inocencia e ingenuidad del ribereño, en general; sin embargo, la
mencionada muchacha se encontró con el condenado cura bañándose en la
orilla. Se mantuvo alejada del ministro para no ser inoportuna y grosera.
Además, que tuvo mucha vergüenza ver a alguien bañándose en bolas. El
cura, utilizando su consabida maña, la invitó a que se acercara nomás y se
bañara con él, asegurándole que no había peligro porque él como ministro de
Dios tenía la facultad de echar fuera a los demonios y espantar los pecados.

- Qué tienesh miedo, hijita – le habló con su sucio dejo español.


- No, padre, no es bueno andar de mirones cuando los demás se bañan,
es de mala educación.
- Eso ya no esh ashí, ahora hijita, ven nomash, no te voy a hazzer nada.
Pero ya cuando botó un poco el miedo y la vergüenza, además que ya se hacía
tarde y no quería recibir un regaño por demorar, le siguió el juego al pendejo; y
cuando estuvo más cerca de él, éste le habló de todos os pecados, entre ellos
el más letal era la desobediencia, le dijo con su voz gangosa.

- Diosh ha pueshto en ti y en mí una prueba para ver nueshtro grado de


lealtad con Él. Debesh obedesher todo lo que Él mande y lo que yo diga
en shu represhentashión, de lo contrario la Divinidad te dará un castigo
tan cruel que…
- Ah, ¿sí, padrecito? ¿Cuál es el castigo, padre? – preguntó, medio tímida
y todavía un poquito alejada la muchacha.
El cura aprovechó la ingenuidad y el interés de la fémina, la acercó a su lado, la
cogió por el talle, la blandió sobre la tierra húmeda y la yerba acolchonada de la
orilla y dio rienda suelta a sus más bajos deseos. La muchacha, como un
ángel, soportó estoicamente las arremetidas del pastor de Dios.

Luego de cometida la fornicación, le pareció pertinente al condenado religioso


inventarse los más variados mitos que le servirían para aprovecharse de todas
las damas del pueblo, sin importar que tuvieran marido o fueran menores de
edad. Le dijo a la chica que de ahora en adelante, además de ser una doncella
de Dios, si hacía con otro lo que habían hecho juntos, Dios le castigaría, y,
además, que no debía venir sola al río a recoger agua pues un ser demoniaco
llamado Yacuruna atisbaría su presencia para hacerse con sus favores, y si no
le complacía, le llevaría a lo profundo del río, a una ciudad que queda debajo
del agua y donde además sólo existe fuego y flagelaciones; apartándolo de
este modo de su familia y de los que más quiere. La muchacha, crédula, se fue
a contarles a todas las muchachas lo que había dicho el cura.

Luego de hartarse de las mozas, jóvenes solteras e inocentes del pueblo


resolvió llamar a una reunión a todas las concubinas de los naturales y les
habló:

- Hermanas, Dios me ha hablado y me ha p0edido un sacrifico de parte de


ustedes (desde ese día la religión caló en la “intimidad” de las mujeres
en mayor grado que en los hombres). Tendrán que venir pasando un día
a la iglesia, una por una, a confesar y santificar sus pecados para estar
en paz con Cristo y poder acceder a los favores celestiales.
- ¡Pero, nuestros esposos no van a aceptar semejante pedido, padre!
- ¿Y quién les dijo que debían avisar o pedir permiso?; en las cosas de
Dios hermanas, la fe es más fuerte que la razón y no se requieren de
permisos; su omnipotencia hace todo. Ustedes, hermanas, son dueñas
de su cuerpo, y todos le pertenecen a Dios, no a ningún hombre, mortal
e imperfecto. Y su destino es el amor a Dios. Deben entender que a
partir de ahora ustedes se casaron con Él.
- ¿Y qué van a decir las demás?
- Por las demás no se preocupen – y haciendo un gesto mañoso aparte,
comenta para sí: “ellas también vendrán” – vendrán convencidas de lo
que les conviene.
Hecha la trampa, el misionero se dedicó a preparar a las hermanas en Cristo
en el confesionario. Con las más absurdas y conscientes mentiras iban
cayendo una a una.
En el pueblo, los chismes y comentarios excesivos de las mujeres maquinadas
por el pastor de Dios, pusieron los pelos de punta y alertó a los moradores de
la comunidad y decidieron hacer algo para remediarlo.

Jacinto no podía cazar esa noche. Regresaba del monte, y al salir a la


carretera descubrió a su mujer iba rumbo a la capilla. Pensó que se trataba de
alguna emergencia y… sin embargo, recordó los rumores que la gente hablaba
sobre el cura, así que decidió seguirla de lejos, sugestivo, sigiloso.

Esther entró a la iglesia, posó su rostro frente a una fuente y luego se arrodilló
enfrente del párroco. El cazador observaba toda la escena, enardecido, desde
una posición cómoda; el cura besaba y acariciaba a la mujer mientras la
llevaba al confesionario.

Algo sorprendente pasaba ahí. De pronto, Jacinto peló os ojos


descomunalmente. No podía creer lo que veía. No dijo nada, volteó la mirada y
regresó a su casa. A la mañana siguiente reunió a todos los maridos
engañados, (ni los maridos de las evangélicas se salvaron) y les explicó lo que
sucedía. Entre todos urdieron una trampa contra el mañoso cura.

Como ya era un hábito, esa noche le tocaba el turno a una de las “esposas de
Cristo”. Los esposos se acomodaron a los extremos de la iglesia construida con
material rústico; pona, irapay y madera. Desde ahí observaron el grande
adulterio. Sólo se quedaron a observar. Ocurrió todo. La esposa estuprada
salió apuradita y persignándose; Jacinto y los demás maridos vilipendiados
penetraron sigilosamente por el umbral trasero de la iglesia. Llevaban consigo
alcohol, fósforos, kerosene y un látigo de bejuco. El cura se relamía los labios
mientras guardaba los objetos de la sacristía. La turba entró y sacó a
empellones al clérigo y, aprovechando la oscuridad de la noche, lo pasearon
por la carretera del pueblo a puro azote. Le obligaban a tragar alcohol y le
exigían luego expulsarlo mientras Jacinto le prendía fuego: Para que aprendas
a no aprovecharte de la fe, de la inocencia, de la… de la gente. El hombre
ofendido cabalgaba sobre el cuerpo del religioso dándole azotes certeros.

Las mujeres desleales apenas mostraron el rostro y se persignaban pidiendo


alguna clemencia imperceptible para con el misionero.
- Alausito, ya no le hagan eso. – se escuchó un clamor lejano.
Luego de los azotes con el bejuco y tras rosearle con el kerosene, le
prendieron fuego. El abusivo y mañoso se quemó ante la mirada atónita y
desgarradora de las esposas en Cristo, quienes pedían clemencia para el
padrecito. Así nació la runamula. Y desde aquella época se dice que mujer que
se mete con hombre casado, con religioso o viceversa, se convierte en una
diabólica mula que bota candela por la boca y sale relinchando por la carretera
en horas de la madrugada. Así surgieron las demás leyendas; pero esas, son
otras historias.

Un día me convertí en arahuana. Los peces tienen una filosofía rara de vivir.
Quería comprobar el mundo de allá adentro, del rio. Siempre pregunté y nadie
me respondió. Siempre me hacían las mismas preguntas que yo hacía cuando
era niño.

- ¿Cómo duermen los peces? ¿Dónde duermen? ¿Y si se enferman,


quién los cura?
Tanas preguntas, imagínate. Así que me volví banco por segunda vez y me
zambullí al mundo del agua convertido en una arahuana, para que ellos se
acerquen y me cuenten sus historias, porque como humano, huirían de miedo;
ellos intuyen el miedo, e intuyen el terror (la violencia y la maldad) que hay
dentro del cuerpo humano.

Llegué y me alojé en la tienda de un arahuano viejo, retirado de aventuras y


osadías. Tenía una nieta hermosa; grandes aletas y doradas; hermosos ojos
despiertos. Un navegar coqueto y atrayente. La miré de reserva y reojo; ella,
muy solícita, me invitó a ubicarme para la conversación. Ella se colocó al lado
derecho de su abuelo y yo al lado izquierdo. Era una noche limpia, con una
luna redonda tremenda. Conversamos buen rato hasta que interrumpí con una
pregunta embarazosa.

- ¿Dónde están los padres de Enna? – así se llamaba la arahuanita


preciosa.
Todo el mundo se exaltó, reaccionó, aleteó, se escondió y finalmente lloraron.
- No halemos de eso, es una penosa larga realidad y triste historia. Las
redes de los humanos.
Ay, carajo, pensé, en buena hora que vine convertido en pez. Se lamentó, se
revolvió en el agua, hizo cabriolas mientras contó la historia de Baru y Vanna,
sus dos hijos atrapados por los humanos, y Tara, la esposa de su hijo y madre
de Enna.

Me puse avergonzado y triste. Hijo´e madre, toda la maldad que hacemos con
nuestro egoísmo.

- Nos contó un habitante de la orilla, que escuchó hablar }a los humanos


diciendo que por eses tres ejemplares de “peces dorados”, así decían
que nos llamaban, les darían ciento cincuenta dólares, yo no sé qué
diablos serán dólares, lo único que sé es que mi familia no vale lo que
ellos dicen, vale una vida, una oportunidad, una amenaza, una virtud,
una tranquilidad, una mentira, una broma, una risa, una alegría, una
tristeza, y que ellos se llevaron tras de sus actos todo aquello que te
estoy diciendo.
Entendí claramente los argumentos del viejo arahuano y me imaginé lo peor del
mundo humano. Ya pues, se entiende que tengan necesidades, le pueden
pedir al río y yo mismo les alcanzaré de mi reserva lo que ellos necesitan para
sobrevivir, pero no para lucro, eso es imperdonable, continuó el viejo líder. Yo
me quedé como insomniado de las cosas tan verosímiles que hablaba aquel
experimentado pez. Y terminé dándole la razón, por ello.

Cuando desperté el sol estaba tan alto en el cielo que me dio pereza ir a revisar
mis cultivos. Me quedé meditado del viaje de la noche anterior y no encontraba
mayores razones que la que me dio aquel barbado pez.

Y no sé por qué otro interés sentí la necesidad de regresar de nuevo a sus


dominios.

- Si gustas puedes volver cuando quieras – me dijo Amauh con su voz


acuosa desde el fondo del río. Aquí yo y mi hija te estaremos esperando.
Eso último me mató y no dudé en hacer cumplir su invitación nuevamente.
Mucha gente prioriza en su vida el rencor y la venganza; asume que esa es su
redención y su bandera. Antes de conocer la ciencia de la naturaleza, vivía con
mucho rencor nen mi pecho, en mis palabras, en mis gestos y hasta en mis
manos. Todo quedó atrás cuando maté de un puñetazo a un individuo faltoso
que se estaba pasando de listo con la chica que m gustaba. No siempre fui un
hombre sensato, modesto ni paciente.

Mucho antes de conocer a Artemio Asipali, yo era un nada, un votado, un


desconfiado y confiado. Él me enseñó mis primeras lecciones de curanderismo.
El verdadero, el que sólo se recibe desde dentro del agua. Don Asipali era un
viajero de las aguas.

Cuando era adolescente, contaba que pasaba mucho tiempo a orillas del río.
Hasta que un día su madre no pudo más, le dijo a su padre que le construyera
una covacha en el lugar, le hiciera un fogón y dejara allí algunos utensilios de
casa. Su madre siempre bromeaba entre triste e irónica que tal vez sería
curandero, pero, así era.

Ya para ese tiempo yo ya había probado el vicio y paraba en las cantinas


después de las obras comunales. Mi visión de la vida ya se había acomodado
en el lugar exacto, en mi confort. Había, en el pueblo, muchos hacendados que
gustosos recibirían un trabajador que sólo ganaba un plato de comida y unas
cuantas botellas de aguardiente. La semana que no tenía trabajo era sufrible
para mí. No había alimento ni bebida para reconfortarme. Pero cuando la
semana era firme, contaba las botellas que acumulaba durante las horas de
trabajo. Así podía visualizar el nivel de alcohol y el grado de borrachera que me
daría el sábado por la tarde para resucitar el lunes por la madrugada.

- Mierda, ya tengo ara mi trago de fin de semana, - era mi exclamación


más entusiasta tras el logro de las mingas.

No pensaba en una familia, ni mujer ni… mi mundo era el aguardiente y su


mágico embrujo. Como decía la abuela de la comarca, el aguardiente es un
agua mágica que dota al hombre de una imaginación y una alegría perniciosa.
Y yo me había dejado seducir por esa magia que te quita toda ira, toda
preocupación, toda esencia y todo rastro de sufrimiento milagrosamente.
Ya llevaba en ese estado casi como cinco años; había perdido peso,
semblante, mi rosto se había vuelto el de un cadáver locomovido. Se
descascaraba mi piel, se amorataba mis ojos; se ensombrecieron mis cuencos.
Mi vientre se abultó y mis manos me temblaban cual terciana mal curada.

Don Asipali se acercó y me dio pena con la siguiente frase:

- ¿Quieres viajar?
- ¿Y cómo a dónde donsito? ¿Es una chamba? Si es una chamba y hay
mucho aguardiente, ese es mío…
- Bueno, algo de eso…sólo dime si quieres viajar y listo…
- ¿Cuándo partimos? – dije, medio dudando.

Al día siguiente estaba yo n una toma de hierbas; una ceremonia rara, de esas
en donde votas, literalmente tus intestinos y ahí los males que te aquejan, sean
los males, castigos de Dios, o los males irredentos del dueño del infierno.
Cagué por todos lados, me acuerdo, vomite hasta en mi echado, y creo que
hasta en mi dormido, pero voté toda mi pereza, mis daños y mis vicios. Al día
siguiente no quería oler nada de licor, ni cigarro. Por la noche estábamos
sentados en la orilla del río, esperando al barco fantasma para que nos llevara
a un cierto reino que existe en lo profundo; pasando la ruta de la oscuridad.

Me asusté, pataleé y en el berrinche tomé un montón de agua turbia, de río,


pero luego Don Artemio Asipali, me sobó la cabeza y el rostro, pero ya no
sentía nada, sólo un poco de náusea por el olor a pez que se desprendía de
todos lados. Tranquilo, me dijo don Abel. Vas a aprender mucho, yo …ya estoy
viejo y tengo muchos enemigos. Estoy sólo porque a mi maestro más
poderoso, más fuerte ya lo han matado. Se juntaron un grupo de hojerillos, de
soguerillos y le tumbaron; él estaba celebrando la curación de su hijo. Éste
había regresado del extranjero, contagiado con la peste rosa. Nadie lo quería
tratar por ser una enfermedad aberrante, decían. Y él, el viejo sabio de las
plantas, don Shanti, el único humano que podía convertirse n tigre o en lo
quisiera, gracias a sus dietas, lo había logrado. Pero lo que no contó que ese
día descuidó todo; yachay, mensajeros, purgas, dietas, arcanas y ayudantes,
todo, y le dieron en su mareado hasta que le llevaron al descanso final.
Entonces me quedé con esos burdos y copias de ayahuasquerillos,
deshonestos como traicioneros, impredecibles como aprovechados, con ellos
no hay seguridad ni certeza; cualquier momento te hunden el yachay por la
espalda. Así que quiero hacer dos cosas contigo; quiero rescatarte y quiero
enseñarte. Eres un solitario como yo y te va a ser muy fácil.

Tatsemi los estaba esperando a unos cuantos metros de la orilla de la ciudad.

- Hum, vienes acompañado de un moribundo.


- Qué necesita para recuperarse.
- Todo…y más. Pero lo primero es fuerza de voluntad y decisión.
- Haz lo que sea necesario, avisa a tu padre, le voy a recompensar.
Necesito un ayudante, mi maestro principal murió. Quiero que este
hombre lo formen para mi beneficio. Allá, arriba, a todos los que yo
enseñé se volvieron hechiceros.
- Puedes regresar tranquilo a hacer tus cosas, cuando esté listo te voy a
mandar un mensaje.

Se despidió de Bari y subió a la superficie.

Yo estaba inconsciente. No daba muestras de vida. Primero me dieron de


tomar unos líquidos transparentes, luego me desintoxicaron dándome de comer
unas algas. Luego me dejaron en contante meditación. Aquí todo es diferente,
extraño. No existe el sol ni la luna, ni el día ni la noche; quien quiera descansar
se va a una cueva y se duerme. Todo es luz. Una luz incandescente y
traslúcido. Luz pura que nace de las entrañas de unos elementos que parecen
diamantes blancos. Un buen tiempo me dediqué a conocer y a explorar el
mundo de abajo. Subí sus cuestas, bajé a sus avernos donde se purifica la
vida, donde se reconstituye las fuerzas de los moribundos. Donde se
rejuvenece la muerte y donde se recupera uno su propia esencia, sólo, sin
ayuda, reflexionando solamente, escuchándole a su propia voz, a su cerebro a
su corazón. Por eso el corazón del yacuruna es poderoso, fuerte, indomable,
firme, potente.

Yo soy Abel Tenazor, le dije a Tatsemi y quiero saber sobre don Abel. Consulté
cómo es que don Abel llegó a estos dominios. Me contó la siguiente historia.
Don Abel era un adolescente abandonado y perdido como tú. Solía pasar
muchas horas a orilla del río grande añorando a su abuela y recordando el
mundo de los mitos que ella le contaba.

Un día subí en misión de exploración y de lejos divisé du miseria y descubrí su


tristeza. Pobreza en su corazón y ausencia en su alma, su cerebro vacío y…
una serie de preguntas sobre el mundo real, el mundo imaginario y el
supramundo. Le invité a venir conmigo y aceptó, me dijo que sus padres ya o
habían dejado en ese lugar. Le hicieron su choza y le dieron algunos enseres.
Y de vez en vez venían trayéndole yucas, plátanos, hiuitinas, y otros frutos. Se
asustó al principio, pero luego le calmé con unos ungüentos que aquí
procesamos. Después de varios ingresos se acostumbró y se hizo asiduo
visitante del reino. Le enseñamos remedios, purgas, curaciones y sólo
aprendió, meditando, reflexionando solo, dietando las purgas, viajando a través
de las aguas y sus profundidades; conoció los icaros, los cantos y los mejunjes
de curaciones. Comenzó a traer resinas de arriba, cortezas, hojas, frutos,
cascaras, y todo lo estudiábamos, él se quedaba horas mirando reacciones y
los comportamientos efímeros de las plantas que no curan. En cambio, los
remedios que sí sanaban eran accionados al instante.

Él sabe mucho; mucho nos ha ayudado en nuestras tareas de curarnos de los


ataques de los animales de dos patas, lo que ustedes son, humanos nos
enseñó él, que se hacen llamar.

Sabe bastante, sólo que ahora tiene otras inquietudes, nuevas preocupaciones,
desde que murió el tío Shanti, hermano del bosque. Shanti era el único ser en
el mundo que podía transformarse en lo que +el quisiese; pero lo que más le
gustaba eran los felinos salvajes y fieros. ´l era su maestro principal, una bella
persona, servicial, honesto, franco, sincero y sobre todo cierto. Cuando curaba
no se excedía ni se aprovechaba. Solía decir, primero es el trabajo, luego es la
recompensa. Ayúdale y serás como él o mejor.

Con esas palabras finales, Tatsemi, me dejó en mi “encierro”. Pensé en


muchas cosas, en mi vicio a muy temprana edad, de mi vida miserable con el
alcohol, de mi existencia sin rumbo, sin metas, sin sustancia. Todo eso medité.
De repente una luz se abrió ante mis ojos. Un catre me servía de reposo y un
cerco de esteras, de aposento.

- ¡Bárbaro! lo que has dormido…

Y descubrí el rostro impermeable de don Asipali. A ver, varón, qué ha pasado,


me dijo, con su pasiva voz y su calma de tronco.

- ¿Dónde estuve todo este tiempo? ¿Soñé? ¿Visioné? ¿Estuve en


trance?
- Todo a la vez…
- Pero yo vi…
- Sí, tal cual…don Asipali insufrible, indomable, impermeable…

Efectivamente todo lo que yo vi era real; mi cerebro estaba hecho una


barrumbada, me sentía con náuseas; tenía ganas de defecar hasta mi alma. La
sirena, la ciudad, los yacurunas, las enfermedades, las recetas, los icaros, las
curaciones, las meditaciones…

- ¿Cuánto tiempo dormí, don Ashi…? – le pregunté a don Abel.


- Una semana…
- Se me hace que viví como cuatro meses…
- Así se cuenta el tiempo en el mundo de abajo…
- Me contaron que tú…
- Sí, todo lo que te contaron de mí, es cierto…
- Entonces…
- No preguntes… ¿quieres seguir? ¿o lo dejas aquí mismo?
- La verdad me duele la cabeza, quisiera…
- Te daré un caliente, mientras lo piensas…
- Bueno…

Tomé la tasa con el té y me puse en tono reflexivo y una vez más sonó la voz
Tatsemi en mi oído, pero también en mi corazón. No podía darle crédito a ese
sentimiento. Era improbable, definitivamente imposible. Pero sentía y no podía
negar ese hecho. Su voz cada vez más fina y cerca, retumbaba y hacía eco en
mi ahuecada cabeza… no lo podía controlar. Caí de bruces y nada más vino la
oscuridad y la imagen de la muchacha bien ataviada como para una ceremonia
se aclaró ante mis ojos. Me dijo que no me rindiera y muchas otras cosas más,
pero yo ya estaba otra vez en otro mundo…vi que adornaban el barco hecho
de huesos y piel de mantarraya. Iluminaba hasta mi alma aquella embarcación
misteriosa como milagrosa.

Recordé a don Mañuco y la historia de su encuentro con aqueo, barco


misterioso y su rumbo de pesca una madrugada de luna llena.

Simplemente extraordinario. Me cogieron por los brazos y así moribundo y


enclenque, me arrastraron hacia una recamara alumbrada por una pieza de
cuarzo blanco o algo parecido, me ataviaron completamente, una corona de
espinas de rayas coronaba mi cabeza y unos vestidos hecho de musgo
multicolor mi fardaba el cuerpo. Banquete, postrería y mucha alegría
circundaba el lugar. Pensé que me casaría con aquella hermosa doncella
hecha de piel de pez, escamas de cocodrilos, dientes de felino, y cuerpo de
mujer hermosa.

Me colocaron en el centro de una pila y fue cuando apareció la imagen


traslúcida del maestro Shanti. Habló con la autoridad de un dotado, de un docto
en hierbas y plantas, en tallos y cortezas; en frutos y raíces; en purgas e
icaros…em cantó sobre la cabeza, icaró mi cuerpo, masajeó mis ojos y mis
manos y sentí como si una aguja se penetrara en mi dócil y maltrecha carne.

- La purga te quiere; te quiere enseñar y quiere que aprendas… - me dijo


medio perdiéndose y aclarándose su voz; y seguidamente la Gran
Serpiente de la purga vino a recogerme para hacerme ver mi vida
pasada, desastrosa por cierto y mi vida futura, más prometedora que
nunca.

Me hizo correr sobre el tronco de una amasisa inclinada, me balanceé entre las
varillas de marona, equilibré sobre el armazón de una casa con un madero
sobre el hombro y me dijo contento:

- Pasaste tu primera prueba. Vuelve mañana con el mismo entusiasmo y


predisposición.
Regresé a mi cueva más débil que antes. Ne alimentaba solo de algas: dulces,
amargas, con sal, sin sal. Ácidas, verdes, maduras, agrias, páticas. Muchas
veces me quedé con náuseas al comer sólo pescado sin sal y unas cuantas
mordidas de huitina. La carne de pescado sin sal es dulce y sólo la cabeza
tiene una sal natural que al yo probarla me sentía revivir cien años…cómo los
seres humanos dependemos del sabor en la vida. Eso me demostró esta
experiencia, pero cómo también esa misma sal que es la vida para nosotros,
también es la muerte.

Volví a resucitar unos cuantos días más tarde.

- ¿Ya conociste a mi maestro? - me preguntó don Asipali, todo firme y


seco.
- Sí, muy buena persona, mucho mejor como maestro y guía; sabe mucha
ciencia natural…
- Sí, él me dejó hace algún tiempo, por eso estoy sufriendo estos ataques
de gavillas de brujillos que quieren mi muerte, porque les malogro el
negocio de la extorsión…
- Y, qué…
- Con las almas y el espíritu, no se juegan, querido muchacho. Yo curo
con un don que se me dio y lo que se nos da como regalo no tiene
costo. Así quiero que también tú lo seas.

Y así me convertí en el ayudante de don Artemio, y de paso, en practicante de


curanderismo. Uh, cuando ya don Artemio estaba viejito, ya las amenazas eran
mayores; a cada rato venían los enviados a atacarlo; cada vez me llamaba a
más a menudo. Hasta que no resistió más y me llamó un día letal:

- Mira, yo ya me voy; pero tengo en mi cuerpo el poder de cinco


curanderos buenos. Don Shanti, el puma, don Antuco, el viajero, don
Domingo el distante, don Mayta el banco y don Uchpa. Esos guerreros
de la espiritualidad te cuidarán y te enseñarán si aceptas este poder.
- Sí, don Artemio, acepto.
- Pero tendrás que dietar tres meses por cada poder que te voy a dar,
¿prometes?
- Prometo, don Ashi…
Me cogió de la mano y una especie de tizón con un fuego ardiente era su brazo
que duró más o menos unos diez minutos, luego exhaló.

Ahora, joven, puedo viajar dentro del agua sin que me ahogue, puedo convocar
el poder de las montañas del ande, sin que me aplaste, puedo hacer macumba,
puedo cantar, icarar, soplar, sanar, rezar, y todo gracias a esos grandes
hombres conocedores de la ciencia ancestral que guarda la naturaleza, sabia.
Puedo ver el interior de la persona aun de lejos, gracias a los ojos de gavilán
que me dio mi maestro; puedo andar en la noche como si fuera de día gracias
a la pericia y la visión del puma que mi maestro Shanti, a través de mi maestro
Asipali, me dio. Y así una larga lista de hazañas que puedo realizar, gracias a
esta ciencia y gracias al don de los habitantes de ese otro mundo.

Y en cuanto al remedio que buscas, sepa, mi querido amigo, tu hija no tiene


brujería; el mal que aqueja a tu hija tiene cura; la cura está en ti. La ciencia se
equivoca cada vez que la trata y los hechiceros te mienten para sacarte dinero
solamente. Tú tienes la magia que cambiará el rumbo de su futuro, de su
historia, de su vida. Y yo, preocupado, pro la salud de mi hija, hice un viaje de
tres fronteras para saber que viajaba con el remedio en mis manos; esa era la
rabia que me desencajó por completo. Em sentí frustrado; pero al preguntarle
al hechicero cuál era el remedio, me respondió sin cejar, sin fruncir, sin
pestañar:

- Si quieres que tu hija viva, tienes que morir…

Caí de rodillas al suelo de la embarcación y dije por primera vez algo que
prometí que jamás aceptaría.

- Dios, si ese es mi destino, toma lo que necesitas de mí para dárselo a mi


hija que a estas alturas debe estar muriéndose…

Posdata: Hija, querida, no hay nada de brujería en un corazón incompleto. Al


nacer la naturaleza y los designios de Dios me dieron una gran prueba; te amo
tanto que puso en mí la cura para tus anomalías físicas. Y hoy comprobé que la
redención existe. Yo fui un hombre que se crió con dureza, conociendo la
materialidad e las necesidades, de las cosas prácticas, de las cosas fáticas,
nunca me quebrante, todo solucioné con unas cuantas monedas; nuca, ante la
necesidad, me arrodillé a pedir nada, siempre dije que la solución llegara de
cualquier lado, pero cuando naciste tú, la cosa cambió. Ni toda la ciencia pudo
con el dinero que poseía, entonces concluyo que fue la Omnipotencia de ese
ser supremo que puso las cosas en ti para que su padre troglodita, que soy yo,
se encargue de develar. El amor que siento por ti hoy cumple su verdadero
propósito: darte la vida. Te entrego este corazón sabiendo que en ti latirá
fuerte, sano y vigoroso. No creas nada de lo que te dicen, nada de lo que te
cuenten; no busques culpables, aquí el único culpable fui yo. No denuncies,
deja que las cosas vayan pasando, vayan silenciándose como se silencia una
tempestad, como pasa el invierno y el verano.

Yo lo arreglé todo, armé todo por ti, contraté a una persona para matarme. Le
di todas las indicaciones cómo lo haría, no me preguntes más, sólo considera
mi sacrificio porque quise enamorado de la vida, que vivieras por mí. Tenías
derecho a seguir disfrutando, conociendo, experimentando, sufriendo, amando,
desilusionándote, alégrate, entristecerte, y todo lo que la vida significa en un
vivo.

Así que hablarte cientos de horas no cambiará mi fatal decisión; fatal decisión
para mí; decisión ésta para ti, que te llevará a valorar la vida como tal. Vive,
sueña, enamórate, planifica, destrúyete, constrúyete, decide, protégete,
proyéctate; usa este corazón para vivir plenamente.

Con esta carta recibirás un paquete congelado pero una vez que esté en tu
cuerpo se calentará y empezará a latir a mil por horas y conseguirás seguir
viviendo. Aquí esta mi corazón para ti, mi adorada hija.

Quisiera terminar esta misiva contándote un cuento que me contó don Abel:

A es vientecillo travieso y juguetón, que a veces aparece sin pensar, el abuelo


le había puesto por nombre, Muruhuaia. Era un vientecillo que no podía estar
junto a las grandes tormentas; era como decir que siempre era el rabillo de las
grandes tempestades porque aparecía casi al final de la fiesta. Por ello no tenía
razón su vida allí; así que el abuelo le dijo un día:

- Muruhuaira, a partir de hoy iras a la tierra el rato que quieras y jugaras


con los niños.
- ¿Por qué abuelo?
- Porque no tienes tarea real en las tormentas…

Renegando tomó la decisión del abuelo como una consigna: jugar con los
niños, jugar con los niños, hum, que cosa más fea. Refunfuñando bajó al atierra
y comenzó a ver los pueblitos asentados a lo largo de la comarca, estudiar a
los niños, visualizarlos para poder realizar su labor.

Y así fue. Aparecía cuando los niños jugaban, cuando bañaban, cuando
caminaban solos, cuando estaban en grupo; los hacía jugar, tal cual le había
dicho el abuelo; pero un día se cansó de esa tarea, según su razonamiento.

Le entró la picardía, como siempre suele suceder en estos casos. Comenzó a


asustarlos, a abrazarlos, a esconderlos, a robarles su almita; se estaba
volviendo vicioso, hasta a los más pequeñines los enfermaba. Pero el abuelo
Ventarrón siempre estaba acompañándolo de cerca y vio todo el laberinto que
estaba causando. Los niños de todas las comarcas enfermos de mal aire, de
vomito, de diarrea, de fiebre.

Muruhuaira llegó al Cenit todo exhausto cuando la voz del abuelo le asustó.

- Muruhuaira, ¿qué estás haciendo allá abajo?, cuéntamelo.


- Ah, sólo estoy haciendo lo que me encomendaste, hacer jugar a los
niños.
- Yo te dije, jugar con los niños. Mira, ven, acompáñame y verás lo que
está sucediendo.

Y volvieron raudos sobre sus propios cuerpos y vieron todo el desastre. Una
epidemia de mal aire con todo lo que ello significa. (Pensé que esto estaba
pasando contigo).

A partir de hoy ya no volverás a la tierra de los niños, ahora tu misión será en


las cosechas. Ayudarás a los campesinos a seleccionar sus granos.

Nuevamente renegando asumió su nuevo rol.

- Esperarás que te invoquen para aparecer, ¿está claro?


- Sí señor, lo que diga…
Era setiembre, los campesinos iniciaban la cosecha y necesitaban viento para
seleccionar su arroz en chala, su maíz, su chiclayo.

- Viento, viento, la avispa se burla de ti porque eres lento…

Y zas, aparecía el mencionado.

- Viento, viento, tipi cintura avispa, viento, cara de zorro, barriga sin fondo
y hombrecillo sin diente.

Y nuevamente aparecía.

- Viento, viento, la tempestad se burla de ti porque no tienes mamá.

Y zas, nuevamente arremetía. Y los hombres del campo estaban muy bien con
él. Pero él disconforme y siempre se daba sus escapadas para asustar a los
niños, y siempre el abuelo le pillaba y le daba su penitencia.

Hasta que cierta vez, un campesino extraño lo llamó, así:

- Viento, Murihuaira, viento, trae en tu vientre ese elemento que yo no


siento. Quiero tu aire para mi tormento, lleva la impureza de mi cosecha
para quedar contento.
- ¿Cómo sabes mi nombre?
- Conozco tu corazón y yo viajo en el mundo de los sueños…

La rebelión de los hualos

A don Raúl, un sapo cantor

– Papá, ¿nunca has pensado trabajar?


– ¿Trabajar? ¿Para qué? Dios nos ha dado muchas bondades, entre ellas la
Madre Naturaleza. Si tienes hambre, solo coge de ella y listo.
– Solo decía. Como hay muchos otros habitantes de la selva a quienes les
cuesta mucho trabajo sobrevivir.
– No, no, no, hijo. Nada de eso. Mira, nuestro principal alimento son los
zancudos y los insectos, ¿vez? Los zancudos nacen por miles, millones cada
día, y cada uno tiene quince días de vida; entonces, sólo hay que estirar la
lengua, servirse la cena y cantar. Eso es simple.
“Ay, estamos ante la especie más haragana de la floresta. Cómo es posible
que no les preocupe su estado vegetativo. Comen y comen, engordan y
engordan hasta casi reventar; parecen esos humanos sin control de su
alimentación, como si no les interesara su salud, su estado físico, su bienestar,
en fin, viven sin control de nada. ¡Moverse solo para alimentarse, un poquito
por aquí, otro poquito por allá, croar sin necesidad! ¡Qué aburrimiento! Ay,
siento que ha llegado la hora de que le demos sentido a estas miserables
vidas”.

Sapito Antuco reflexionaba así al borde del estanque.

Un sapito progresista, vaya, quién lo hubiera pensado.

Pero tal vez era algo necesario contra la vida vegetativa y poco convincente.
Reclamaba acción.

Todos estaban contentos con tal de que hubiese insectos que tragar y después
croar sin para sin saber por qué. Pero a él no le bastaba ni le sobraba la vida
que llevaba.

Antuco nació un día soleado. Aún no era joven y ya renegaba de su cola, decía
que le estorbaba. Se deshizo de ella haciéndosela tragar a un pez después de
una memorable picardía.

Estaba la rana debajo del agua colgando la cola contra la ventola, entre la
manigua cantando de croa. Hacía mucha tempestad. A esa hora los peces
huyen a los arbustos acuáticos a guarecerse por miedo a las oleadas.

Un pececillo inexperto nadaba distraído sin saber qué rumbo tomar; Antuco le
chistó con la cola casi llevándoselo incluso a él; que si no se cogía del matorral
no la contaba.
De niño todo le parecía aburrido: ir a la escuela, aprender a croar, jugar con los
demás niños. “Y ¿luego?”, se preguntaba. En una ocasión tuvo la oportunidad
de formar un coro junto a sus amigos. Unió a los más dislocados de la
comarca, se pasaban horas y horas bajo la lluvia, realizando conciertos para
ellos mismos. Hasta que un día la profesora los atrapó, aquello estaba
prohibido fuera de la escuela:

– Esto no es un juego. La educación, niños, es una cosa seria. ¡Majaderos,


atrevidos! ¿Cómo se les ocurrió? Se quedarán sin croar diez días, veinte si es
posible, para que aprendan –los reprendió la maestra.
– Pero por qué, si croar es la cosa más linda, maestra. ¿Dónde está la ofensa?
– Ya he hablado y a la maestra no se le discute. Croar es una cosa que hay
que aprender, no es así porque sí.
Él era gordito e inquieto, y ese día regresó a casa con mayor entusiasmo, lejos
de sentirse castigado. Su interés por las cosas extraordinarias se intensificó y
en lugar de entristecerse se alegró del castigo, eso le daría más tiempo para
estar más tiempo en casa y hacerle las preguntas que quisiera a su padre. En
una de sus raras interrogantes le inquirió así:

– Papá, ¿por qué los humanos nos asquean, los niños nos apedrean, los
adultos nos patean, las mujeres nos gritan de susto, los perros nos ladran y
solo las serpientes nos quieren para su almuerzo?
– Oye, qué sé yo. Qué preguntas haces, debe ser porque somos feos.
– Has escuchado frases como: ¿qué miras, sapo? O ¡Qué sapo eres!
¡Todos los animales me gustan, menos los sapos!
– Debe ser porque creen que no servimos para nada, lo cual es cierto; ya deja
de preguntar y anda a jugar con tus amiguitos. ¿No te gusta croar? Anda pues.
– Entonces hagamos que nos quieran, seámosles de ayuda – insistió.
– ¡Qué ideas tienes, mi gordo! Eres un loquito. Nosotros hemos sido hechos así
por la Madre Naturaleza y ya deja la preguntadera.

Se deshizo de inquietudes y no insistió más, pero quedó rondando en su


cabeza el insecto de porqués. Una idea descabellada le remoloneó en la sien.
Pasaron los días y empezó a ocuparse. Reunió a toda su legión y se pusieron a
charlar sobre sus pensamientos. Todos los días y a cada hora le inquietaba esa
idea. Todo cuanto se le desordenaba en la cabeza lo consultaba a la Legión,
así llamó a la junta de sus amigos. Sus compinches hablaron uno a uno:

Tuerto: ¿Qué hay que hacer?


Ojón: Yo veo algo raro aquí que es necesario investigar.
Nudo Nudo: No se preocupen, todo lo que se tenga que conseguir, ya saben,
cuenten conmigo. Avisen, por gusto no me han puesto mi nombre, Nudo Nudo,
todo lo anudo – y rió burlándose de sí mismo.
Changa (la única mujercita entre los machos): Hagamos tal y como piensas,
pues Tuco, yo estoy contigo. Cuenta conmigo para lo que tú quieras, un
poquito de calor femenino no estaría de más.
Tuco: Esto es serio Changuita, el calorcito lo dejamos para después, si salimos
vivos de esto.
Changa: Ya, no te molestes, yo nomas decía.

Todos hablaron con claridad y estuvieron de acuerdo en todos los puntos. Pero
Antuco aún dudaba. No le quedaba claro cómo decirles a los demás,
especialmente a los adultos y ancianos, para que lo tomen en serio. Todo se
trataba de una mentira invertida por él para llamar la atención de los demás y
poder salir del letargo en el que se encontraban. Así ocurrió, era el anunció de
algo fatal:

– Una gran serpiente se acercó al santuario y ha estado husmeando por la


comarca, dice que a uno de los del sur le ha amenazado con acabarnos si no le
conseguimos comida.

Por supuesto, todo era una ocurrente mentira para escapar de la postración.
Una treta de los muchachos. Intrigados por el peligro de las palabras del Tuco
significaban, toda la comarca acudió al llamado. Y allí, reunidos en el tumulto,
el más viejo intervino:

– A ver, ¿qué problema tenemos aquí? Habla muchacho, di tu palabra.

– Sé que todos hemos vivido así toda nuestra existencia; los padres de sus
padres, ustedes, nosotros, los hijos de ustedes, y nunca nadie se ha detenido a
pensar en la vida perezosa que vivimos sin ningún propósito: comer, croar, y
ser presa de las culebras. Eso es todo lo que hay, entonces yo digo: “Por, Dios,
pensemos un poco más y esforcémonos otro tantito, podemos ser útiles en
esta vida. Es hora de que en el mundo de los sapos haya una revolución.
Tenemos que cambiar esa característica holgazana que siempre nos ha
patentado la naturaleza y llevado al repudio de todo el mundo natural, incluso
de los humanos. Algo tenemos que hacer, queremos ser útiles, hablo por todos
los que vienen conmigo, ya estoy harto de que nos huyan y nos tilden de
horribles.”

– Ah, ¿sí? ¿Y qué quiere hacer el jovencito para lograr eso que dice? – repuso
el anciano, un tanto ofuscado.

– Hay mucho por hacer, abuelo. Por ejemplo, anunciar las lluvias. Nosotros
somos los únicos seres que podemos detectar tempestades (no hay algo
científico o empírico que explique esa razón).

– Detectar las crecidas y las mermas de los ríos – intervino Tuerto.

– Con nuestros cantos, los humanos podrán saber si hay alguna laguna cerca –
propuso Changa.

– A los viajeros se les anunciaría que la orilla está cerca cuando nos oyen croar
– sentenció Ojón.

– Ah sí, eso, todo lo que dicen ellos es verdad y vale – fue lo único que le
quedaba por decir a Nudo Nudo, y no quiso hablar más porque sabía que todo
lo enredaba con sus sogas y bejucos, tamshi, yumanasa, punga, wambé, etc.

El anciano intentaba dar por terminada tamaña locura, pero se dio cuenta de
que la población estaba excitada, así que los dejó intervenir.

– Además, a los humanos les podemos servir como cábala. A ellos les gusta el
futbol, si les hacemos ganar nos quieren – justificó Nudo Nudo.

– ¿Y si pierden? –preguntó Changa.

– Nos botan a la huerta donde comen las gallinas.

Todos lo miraron con desdén al pobre. Ojón, con un movimiento de dedos en el


cuello, lo sentenció a la horca.
– Esta parte no está bien, no la tomemos en cuenta –dijo Tuco, quien se
mostraba decidido. Los sapos ancianos dejaron al jovencito que hiciera
cuánto quisiera. Ellos no intervendrían.

La Legión, con Tuco a la cabeza, se fue a hablar con los humanos y firmaron
un feliz acuerdo de ayuda mutua. Avisarían cuando iba a llover “plec, plec, plec,
plec,” con cuatro onomatopéyicos sonidos. Cuando iba a mermar
“curururururu”; la orilla de un puerto, “tron, tron, tron, tron”. La lejanía o cercanía
de un lago “hua, hua, hua, hua”. Y por último, les ayudarían con sus equipos en
el futbol, sin importar lo que sucediese al final, insistió Nudo Nudo.

Así quedó convenido. De este modo los sapos se sintieron más importantes y
echaron de sus recuerdos las frases desagradables con las que los humanos
los trataban. Todos siguieron las reglas que Tuco y su grupo de amigos habían
implantado.

Pero, como suele suceder hasta en la vida real, no todo es color de rosa, ni la
rosa la estrella de toda la vida.

Pronto, siendo jóvenes, lo que fue una excusa para reunir y sacar a la comarca
de la postración y la vegetabilidad y encontrar espacio para ser escuchados, se
convirtió en caos.

La mentira se volvió trágicamente verdad: la gran serpiente mostraba su


trompa negruzca y su lengua viperina acercándose al santuario por el sur.

Se le vino la noche a la comarca. Todo era correría y desorden. La gran


serpiente empezó a tragar a los más pequeños y dejar para el final del festín a
los más gruesos, gordos, grasosos y adultos sapos.

Tuco y su mancha no se podían quedar cruzados de brazos. Traspusieron la


comarca y fueron hasta la aldea de los humanos para pedir su ayuda, tal como
habían convenido algún tiempo atrás. Tuco iba flanqueado por sus amigos;
Changa, a su lado; Ojón, Nudo Nudo y Tuerto culminando la fila.
Desesperados, sin poder contener la respiración, atropelladamente:

– Hombre, nos están matando, acaban con el santuario, una gran serpiente nos
está exterminando. Necesitamos tu ayuda y te prometemos…
– No tienen que prometer nada, los compromisos hechos están. Indícanos el
lugar e iremos llevando ayuda.

Así se hizo y, cuando llegaron, más de la cuarta parte de la población había


sido diezmada, pues ya no era una sola serpiente: había como una docena de
ellas dándose un agradable festín.

El humano llegó y se plantó en medio de las rastreras y habló:

– A ver, serpientes, ¿acaso ustedes no saben que está prohibido matar de esa
manera? Si no quieren sentir el rigor de mi garrote, lárguense de aquí y no
vuelvan nunca.

– Quién eres tú para ordenar tal cosa, si eres el primero en exterminar a los
animales.

F – Eso a ti no te incumbe, pero si quieres saberlo, hace ya mucho tiempo que


venimos entendiendo cuál es nuestra misión en el medio ambiente y el
compromiso con la naturaleza. Así que no tengo por qué comunicarte, ¡huye! –
y amagó un golpe contra la serpiente, pero esta se puso atrevida.

– Mira –insistió el hombre –, no quiero ser salvaje, de lo que siempre nos


acusan, pero es mejor que se vayan sin chistar.

Las demás serpientes, se habían detenido también, cuchicheaban algo entre


dientes y resolvieron atacar. El hombre levantó levemente el garrote y lo dejó
caer con su propio peso sobre la cabeza de una de las atrevidas, que fue a
parar toda atolondrada a la orilla del monte alto. Las demás serpientes, al ver la
seriedad con que el humano hablaba, optaron por desparecer en el acto. La
orilla de la laguna en la que se había desarrollado la descomunal salvajada
estaba teñida de sangre, un rojo de muerte adornaba su arena. El agua se
había manchado de color púrpura y los peces embelecos entornaban los ojitos
juguetones y movían la cola ansiosamente. Entonces el hombre se marchó
cumpliendo así la parte del trato que había hecho con los sapos. Desde aquel
día los sapos sirven a los humanos para todo aquello que se dijo: pronosticar
lluvias, crecientes, mermas y la ubicación cercana o lejana de lagos y cochas.
Pero en las zonas ribereñas y en la ciudad no son muy queridos.
Genios de sala

A mis amigos sanmartinenses


La naturaleza es caprichosa en todos lados y la selva no es la excepción. Ni
qué decir. Esta es la historia que les sucedió a cinco estudiosos provenientes
de la ciudad de Lima.

Los animales son los mejores cómplices y perfectos colaboradores en estos


menesteres, por eso hay quienes dicen, y yo creo eso, que los animales y las
plantas (y la naturaleza) se comunican entre sí.

Era un grupo de graduados de una maestría en una universidad de Lima que


venía a la selva a realizar un trabajo de investigación para sustentar su trabajo
de tesis para el postgrado. Viajaron durante muchas horas en una camioneta
cuatro por cuatro desde la capital hasta la selva alta de San Martín.

Ya adentrada en la zona buscaron un lugar libre y seguro para pernoctar y de


pasada observar las estrellas y los jugueteos estelares, privilegio que no lo
tenían en su ciudad, empañada por el smog y la neblina gris y fría.

La selva de San Martín (como cualquier selva) es misteriosa.

Emprendieron tal empresa desde sus ciudades natales: uno era de Pisco, el
más mulato; el siguiente del Rímac, el más mentecato y palangana: otro del
norte, el más conversador; y, por último, uno de Arequipa que dizque podía ver
figuritas en las estrellas. ¿Cómo les llaman a ésos, astrólogos, creo di; o
meteorólogo?, en fin. ¡Ah, me olvidaba, había un piurano, medio desfachatado
que les servía de guía! Conocía la selva, decía, como la palma de su mano.
Según decían sus amigos, él tenía el don de prever las lluvias, meteorólogo,
creo, así más o menos me acuerdo.

Llegaron al fundo El Cielo está aquí, en el caserío Buenaventura, en la


provincia del Sisa. En la entradita nomás del pueblo, vivía mi comadre Leovina
Cahuachi, quien tenía una casona grande como para dar acogida a todos los
forasteros de la ciudad. Allá, ella y su yegua Viento, vivían al amparo de la
soledad y lo que la tierra, en buena cuenta generosa, le brindaban con esmero.
Viento era un animal muy pasivo, nunca renegaba ni era terco, mas, sí era
inteligente y pronosticador. ¡Imagínense una yegua así, contradictorio, pero
gracioso!
Los jóvenes, con sus atuendos de urbe y su hablar ligerito, pidieron permiso a
mi comadre para pasar la noche allí pues era ya casi noche y tedioso llegar a la
ciudad. Además, aprovecharían para realizar algunas cosas: grabaciones,
observaciones estelares. La noche estaba firme y limpia.

- Señora, ¿podemos utilizar su patio para quedarnos a pernoctar esta


noche?
- ¿Para quéeee? – indagó confundida la señora.
- Para descansar.
- Ah, ya jóvenes, pueden hacer eso que ustedes dicen, sólo que han de
tener cuidado con mis chanchos, son demasiado perjuiciosos. Todo
destrozan.
- No se preocupe por los animales, señito, ellos duermen de noche. –
reprochó uno de ellos.
- Ni creas joven… - respondió la comadre mientras se trasladaba hacia la
cocina.

La noche se veía limpia. No había amena de mal tiempo. Lugar y hora ideal
para un poco de vanidad académica, otro tanto de jugueteo intelectual, trabajo
normal, eficaz, y luego a descansar. Al día siguiente, si había un poco de
suerte, harían lo demás. Eso de los astros y su relación con el clima, la
temperatura; la luna, las corrientes, los vientos; las estrellas y su influencia en
las personas, merecían un poco más de atención y otro tratamiento. El
meteorólogo sentenció que no había amenaza de tempestad.

Prepararon todos los equipos. Ya estaban listos para la faena. Faltaba sólo que
la noche penetrara un poco más en el orbe, desapareciera toda claridad del día
para ver el cielo salpicado a plenitud. De pronto ocurrió algo fortuito.

La yegua, que estaba amarrada en el horcón trasero de la casona, empezó a


“sobarse” (rasparse) las nalgas en el shungo de madera que servía como
soporte del maderamen de la casa. Viento realizaba total acción con total
desesperación y algunos relinchos, por lo que Leocha no pudo ocultar su alto
grado de superstición. Corría de aquí para allá, cubriendo algunos bultos de la
casa y las cosas que estaban a la intemperie, atando sogas y sujetando
pedazos de plástico. Después del ajetreo se dio tiempo para salir a observar a
sus inquilinos que, desinformados e ingenuos, trabajaban en el patio.

- Jóvenes, ¿está todo bien? – inquirió coqueta la madura Leocha.


- Sí, señito, todo bien. Gracias.
- Apúrense con sus cosas si todavía no han terminado, porque en
cualquier momento va a llover.

Los ingenieros de meteorología estiraban el cuello en medio de la noche


luciérnaga, en el amplio patio y muy bien conservado; espiaban por todos lados
tratando de ubicar el riesgo. Luego de no ver nada, todos se echaron a reír.

- Qué cosas dices, abuela, - intervino uno de ellos con arrogancia de


ingeniero y foráneo.
- ¡De verdad, jóvenes!
- ¿de dónde sacas eso, abuela? – dijo el más calmado.
- Es que mi burra cuando se soba las nalgas en el horcón de atrás, fijo
que llueve, jovencitos.
- ¡Qué sabe una burra de clima! ¿Una burra puede saber más que
nosotros que hemos estudiado cinco años en la universidad, dos años
de postgrado? ¡Por favor! Vaya nomás a descansar abuela, y
tranquilícese que todo va a estar bien. – concluyó el más mentecato.
- Ah, bueno, yo sólo quería… Hasta mañana chicos, que duerman bien.

Los advenedizos se gastaron algunas bromas tras el hecho y continuaron con


su tarea. Pero al cabo de algunos minutos, algo raro acaeció. Era cierto todo lo
que la veterana les comentó. Inesperadamente, y sin aviso, quién sabe de
dónde (y para darles crédito a su yegua, y una lección natural a los forasteros
incrédulos) apareció una tempestad que elevó techos, ramas débiles de
árboles y campamentos aledaños.

Ala mañana siguiente, mi comadre se fue a buscar a sus inquilinos, pero ya no


estaban.

Buen, eso es para entender que muchas veces no es tan religioso creer (sobre
todo en lugares desconocidos) en la ciencia. Miren ustedes, una burra le
enseñó a ese grupete de científicos dizque, limeñitos atorrantes y mentecatos,
que en la selva nada es absoluto y nada está establecido, y de ella no hay que
fiarse, aunque la conozcas.

Cinco años de universidad, dos de postgrado, se desbarataron con la simple


fregada de nalgas de una burra que fue capaz de detectar las lluvias con mayor
exactitud que un sinnúmero de aparatos ¿Casualidad o superstición?

Sí, pues, varones: la ciencia es teoría y la vida es experiencia. Los hombres


sensatos no deben dejar de lado esa posibilidad considerando que es una idea
aldeana. Los campesinos nos valemos de esas experiencias para subsistir y la
gente de la ciudad frecuentemente lo ignora.
Awishin y Zoe

A mi cuñado Manuel,

excelente pescador de sueños

Al fondo, en un Santuario me espera el Guerrero blandiendo su lanza mientras


de su boca entre sus dientes el virote misterioso va matando a todos mis
enemigos y me cubre con su shacapa redentora y lanza su alarídico icaro,
porque he sido ojeado por la ciudad, por la envidia de la urbe, por la melancolía
de sus tabernas convertidas en palacios de vicio, llenas de tragedia y penurias,
de bajezas y denigración.

Sacude las manos en señal de victoria e invoca a todos los espíritus (justos);
ángeles justos los llama, y os convoca sin miedo los reúne; sabe que mi legada
no es por gusto; detrás de todo retorno siempre hay una razón, un mensaje;
recorre con la yema de los dedos mi cuerpo, su tacto recorre mi piel buscando
algo extraño: suda, jadea, limpia; me oprime el pecho.

………………………………….

Desde el banco de la orilla del río subo hasta la ciudad y me deslizo por entre
sus calles llena de suciedad, de excremento de animales callejeros, y “otros
más vagabundos” (el problema de la mierda es humano); despojo que
humanos no supieron erradicar discretamente, avanzo por los mercados, visito
todos; el viento de la mañana se detiene pues la gente chilla… retrocedo. El
aire se ha contaminado con una sustancia negra, mi guía no puede pasar, es
débil, (o dócil) frágil ante esas falencias desvirtuadas, humanos desvirtuados;
se marea y el vuelo se vuelve estrepitoso, caemos de bruces en el pavimento
mojado…

Nos recuperamos oliendo “flor de agua”, una sustancia que hace huir a las
almas de corazón oscuro; entramos en un supermercado y la cosa fue peor: y
los ojos de nuestros hermanos encarcelados manifiestan su horror de siglos, su
pavor: sus cuerpos desorbitados y enclenques piden:

- ¡Auxilio, socorro! ¡Sálvennos! ¡No queremos morir aquí! No queremos


seguir en esta cárcel.
Sentimos llenar nuestros oídos de súplicas y peticiones; nos persiguen con la
mirada y sus rostros se vuelven tiernos y apesadumbrados, sus manitas casi
invisibles como imperceptibles… No soportamos el asedio y caemos
nuevamente… desorientados y meditabundos… y ante nuestra partida bajan la
cabeza en señal de derrota y la tristeza os vuelve a sumir en una especie de
hibernación obligada.

Sentimos un sopor profundo producto de la resignación causada por la


decepción de no poder ayudar.

El Gran Guerrero nos toma de la mano y nos vuelve a suspender en el aire.


¡Adelante que la misión aún no ha terminado! Nos secamos los ojos y
volvemos a girar…

Retornamos al campo; una gran serpiente color púrpura atraviesa el río, nos
mira con sus ojos plenos, con sus colmillos escalibrados, nos da una sonrisa
ancestral; juega con su cola mientras innumerables muñecas ribereñas danzan
desnudas a su alrededor; su pecho es una gran franja oscura donde aparecen
rostros encendidos, enfundadas en máscaras carnavalescas, de cosmovisiones
y de purgas, de mesadas, de maniquíes construidos con la raza de acá, la
buena, la mejor, la más pura, voltean sus cuerpos y contorneándose; íntegros
candombean; la sierpe enamorada de los cuerpos posa estática, jubilosa,
filuda, soberbia, sabia, vanidosa, engreída; su prosa le resbala el cuerpo
entero, la sonrisa se le inflama; el brillo de su cuerpo cobra nitidez; la estructura
de su orgánico desplazar cobra esbeltez y no se resiste al ritual en el
Santuario, a la plenipotencia de su nombre aparecen las flechas rojas, vienen
los rituales…

El terror nación no de su nombre sino de su plenipotencia, de la magnificencia


de su cuerpo, del enigma de su nombre en la sesión de purga, de la magnitud
de su peso que como un gran ser dormido y sórdido posa y reposa sin temor a
ser lastimado, porque no hay razón para ello… no hay mal que llegue a
lastimarlo, excepto la vejez y la muerte…

Por fin ha hecho un círculo con su cuerpo, (os ha protegido) y los ha reunido a
todos como una madre abnegada y cariñosa, y sus ojos se han posesionado
infinitamente de sus mentes, de su origen, de su raza, de su lugar, de su
espacio, de su oxígeno, de sus horas, del infinito devenir de los días; ella lo
capta todo. De las artes del embrujo, a la hechicería, del amor al conjuro, del
miedo al odio; todo lo sabe, lo ve, lo siente y lo sana…

Vuelve a danzar la misma danza de las adormiladas danzarinas. Al fin viene la


lluvia y se escucha la carcajada del río que viene como un eco y todo queda en
silencio: los pájaros dejaron de cantar y a los insectos les ha tragado la tierra…

La Gran Dama, con la cara pintada de ocre, que, a la luz de la luna, refleja su
esbeltez, su dorado cuerpo, sus hermosos ojos azulados, emerge de entre las
turbias aguas, levanta las manos y la tormenta cesa. La Gran Serpiente, como
un perrito faldero, se enrosca y tímidamente se recoge en su vergüenza… Sue
se sienta en la quiruma del barranco, en el respaldo del romance, salpicada por
el agua de río canta el mensaje de amor aprendido de sus ancestros… el
extraviado amante hace sus aparición como hipnotizado, con el cuerpo flácido,
sin aparente fuerza que lo pueda sostener, seguro se ha extraviado en algún
meandro desconocido, hoy es noche de luna verde (la luna juguetona que todo
lo distrae, que todo lo distorsiona y lo extravía si “no lo sabes leer”. Allí la
oscuridad es el ojo de la nostalgia.

Awshin aparece desconcertado y aturdido (embebido) por una magia extraña,


por una melodía que no entendía; el agudo timbre de la voz de la corista
sobresalía de entre los demás ejecutores del icaro; él estaba desviado del
camino, con seguridad, no cabía la duda. Awishin se dejaba ser sin remedio, y
todo parecía indicar que la misión tendría un diferente final…

El Guerrero observaba; entiende que é también tuvo esas pruebas; no reniega


ni se preocupa; por alguna razón esas pruebas sirven para medir temple y
lealtad; se seca le sudor y el nerviosismo vuelve a quebrarle los razonamientos;
duda pero no se inmuta; es fuerte y tiene templado el corazón y el espíritu (sí
tiene alma de un gran guerrero)… observa los acontecimientos como para no
perderse nada; tampoco es preciso dejar sólo al enviado; se coloca allí, ni tan
cerca ni tan lejos; en el lugar vindicado, preciso, adecuado; ni distante ni
próximo; Sue Zoe envuelve al aprendiz con su canto, le pasa las manos por las
mejillas, por la espada, baja por torso desnudo, llega hasta os pies sin
inclinarse; vuelve con lentitud a subir la manos dejando una huella blanquecina
y húmeda sobre Awishin; las manos de Sue llegan al rostro del muchacho y
una convulsión se apodera de él, cae desplomado… Sue mira a todos lados y
descubre a la Gran Serpiente dormida, aprovecha para huir con su presa a las
profundidades del río.

Hasta ese momento todo se ha desarrollado como se esperaba; los


acontecimientos estuvieron bien planificados que no hay preocupación
alguna…

He despojado mi cuerpo de todo peso y ahora mi liviano ser se ha purificado en


noches de viento, de agua, de carcajadas, de madrugadas ahogadas en lo
profundo de un mundo que no conozco, pero que empiezo a amar.

“Pertenezco a una raza en la que las formas ancestrales se mezclan con las
técnicas nuevas de los tiempos modernos…”, lo había escuchado, lo había
leído, no lo sabía en realidad; creyó haberlo visto en una de sus películas de
sueño antes de todo este suceso.

Los ríos livianos que van salpicando sus sonrisas de medio lado, jugueteando
apasionados rumbo al mar… La Atlántida, se dijo para sí. Su geografía menta
se volvió un papel en blanco: ¿¡Dónde está ahora!? ¿Y qué era eso que
aparecía ante sus ojos como en una especie de espejismo? ¿Real o
maravilloso? Una gran cuidad dentro de las aguas no era posible… el alma
saliendo de su sitio verifica los errores cometidos por el cuerpo e intenta
remediarlos, es imposible.

Volvió el alma al cuerpo con un sentimiento de culpa y rojo de vergüenza


retomó su rumbo en el nuevo orden del mundo… y este fue el bello poema que
escribió para Sue Zoe, la mujer pez que lo raptó durante la toma de ayahuasca:

En la orilla de este río

Abril no puede apenarse de nada

Porque le robaste el alma

Y en ti quedó guardada su esencia

Abril nació para eso


Para ungir, para luchar, para vivir…

Kayapó, el cazador

A mi amigo Luis Santos de Souza,

excelente contador de historias

de la ciudad de Greda Rosada

Qué historia se teje sobre Kayapó en nuestros pueblos amazónicos de estas


tres fronteras. Buenas y malas lenguas se ocupaban de Kayapó. Unos decían
que era un chamán que se trasformaba en bufeo colorado, y así sembrado de
usgos verdes y con sus ojos de fuego, se sumergía en el fondo de las
marrones aguas del Amazonas y se perdía jornadas enteras en busca de
aventura o de pura diversión o ejercicio.

Allí vivía por tiempos calculados solo con las puestas de sol o las venidas e
idas de la luna. Decían, esas mismas lenguas, que Kayapó en la fase de cuarto
menguante se ponía furioso y salía a la superficie el río y daba coletazos a la
canoa de algún solitario navegante hasta hundirlo; tal como le pasó a mi papá.
Era época de mijano, abril a junio, justo cuando empieza las vaciantes de los
ríos selváticos.

Había mi padre decidido ir en busca de la fructífera pesca. En el trayecto olvidó


que no llevaba ningún siricaipi, un cigarro artesanal que ahuyenta a los
espectros, malignos y alnas perdidas.

Navegaba a golpe de remo en toda la oscuridad de una noche lluviosa y


húmeda naturalmente. Pensaba en su regreso, en la fortuna de su pesca
cuando apareció una cola de pez bastante extraña que nunca había visto en
casi medio siglo de ribereño y pescador.

Jamás volvían a encontrar al naufragado, porque el bufeo kayapó se


encargaba de hundirlo hasta lo más profundo del río.
Las buenas lenguas del pueblo contaban otras historias sobre el personaje,
decían que en su juventud había sido el mejor cazador de la comarca. Eso
decía el viejo Oroma, otro banco kukama que vivía en la orilla de una isla
solitaria en medio de un tributario del Amazonas. Decía además que en esta
zona nacían, se formaban y vivían los mejores cazadores amazonenses.

Incluso, Oroma, recuerda haber tenido una pelea con Kayapó. Y como él
(Oroma) había dietado palos, sogas, y hierbas no pudo contra la experiencia y
diestra sabiduría de Kayapó, pero así mismo huyó hacia el río indicándole que
no tenía intenciones de matar a un colega suyo. Que le deseó suerte y que se
verían en la purga.

El mismo Kayapó, con su forma intrigante de vida, alimentaba las historias que
se contaba sobre él. Era uh hombre solitario que nadie había visto en mucho
tiempo, vivía de purga en purga, a veces solamente aceptaba un convite de
masato y yuca asada en ceniza; decía que eso le fortalecía y no contaminaba
su aprendizaje sobre la “ciencia madre”. Todo lo demás, sobre él, se sabía de
oídas, lo que la gente murmuraba en las cantinas o en los puertos de
embarque. “Creo que ni siquiera debe estar ya vivo”, se arriesgaba algunos a
murmurar, aún a sabiendas que eso podría ser premonitorio y sentencioso.
Pero el viejo Oroma nos dio, a mi hermano y a mí, una versión real de Kayapó.

- Kayapó está muy viejo y ya no sale nunca al pueblo, vive en un tambo


en el lago Boa. Se pasa el tiempo tomando jugo de plantas y raíces
cortezas y flores, sogas y hojas. En el día pesca y nada más. Le gusta la
gente que pesca porque puede transformarse en bufeo y se va al río a
robarles lo que han pescado. Ya tiene 90 años y ha prometido vivir hasta
que aparezca en el cielo un gran cometa de fuego, que su abuelo vio
hace muchas lunas surcando el cielo de la Amazonía.

Una noche de luna, Kayapó dice: Muchos mitayeros no saben que muchos
animales anuncian mala suerte. La víbora afaninga, por ejemplo, trae mala
suerte. También la chicua avisa la mala suerte del hombre, que te puede
morder un jergón o un cascabel, si es que está diciendo su nombre completo;
chicua, chicua, chicua. Pero si sólo canta diciendo, chichichichichi, entonces
nada ha de pasar. Tampoco es un buen augurio encontrar por el camino un
shihui o pelejo, así como al gavilán que tiene el lomo pintado. Así como un
mitayero nunca se le puede ocurrir pasar por un cementerio mientras va de
cacería, y o peor que le puede ocurrir en su vida es cargar un animal muerto
por eso nunca he aceptado cargar animales muertos en el pueblo.

En el silencio encontraba la paz y la armonía que el hombre busca durante su


existencia, alejado de la avaricia y la ambición humanas. Por lo menos eso
creía y sentía yo, hasta que un día, caminando por una de esas trochas
secretas y desconocidas para los demás mitayeros, me encontré cara a cara
con el otorongo. Puedo recordar, después de tantos años, los mínimos detalles
de ese encuentro: Yo, cargaba mi machete y mi mochila. Regresaba en un
atardecer de una larga exploración a la colpa de los huacamayos, nos miramos
fijamente; él movió los bigotes y las orejas, como diciéndome: prepárate, voy a
saltar. Entonces retrocedí y me arrimé a un tronco de shiringa. El otorongo
saltó, yo esquivé esa primera arremetida; pero para evitar que me cogiera por
atrás, con sus zarpas, tuve que enfrentarlo, en una lucha que, y sabía, sólo
debía tener un ganador.

Entonces, Kayapó, despierta en la memoria del viejo Oroma, desangrando por


la lucha que tuvo con el otorongo, y muere.

Y mi padre se ve asediado por los embates de ese ser extraño, raro,


incomprendido, majestuoso, temido, pero a la vez admirado. Pero mi padre,
casi no la cuenta; remó más rápido tratando de escapar de su codicia o furia,
maldiciendo y orando a la vez, Mi padre era muy católico, levantando de tanto
en tato el remo para espantar al aparecido. Lamentándose de no haber traído
su siricaipi para fumarlo enfrente de su cara de hocico puntiagudo. Hasta que,
zas, blum, zooc, chop plon, por debajo de su canoa rozó su lomo peliagudo, y
blam, mi padre se vio náufrago y si no fuera por su filudo machete que era su
otro dios en momentos de desventura, ahora no estaría cumpliendo 90 años.
Nadó como pudo hasta las orillas del barranco. Ahí logró amanecer y fue
recogido por otro pescador que iba al encuentro de la mijanada.

En lo que corresponde a Kayapó, y en palabras del propio Oroma, al final, las


personas del pueblo o recordaban en la imagen de un hombre fuerte y valiente
en su lucha contra el animal, con dos muñones como brazos, triturados por el
otorongo. Y mi padre, ahora no estaría cumpliendo 90 años con unos muñones
en ambas extremidades que le quedan como brazos.

Corazón azul

Para una entrañable mujer,

su historia…

“Dadle al hombre lo sagrado y regocíjate de la semilla”. Lo escuchó en sus


sueños mientras veía la misma visión venirle a la memoria como una miríada
de aves migratorias.

Era ella, indudablemente, todo estaba claro. Cuántas veces soñaría sin
ninguna señal. ¡Qué tal!

La misma figura angelical; cabellos castaños, ojos dulces y claros, delgada,


blanca e irremediablemente el corazón blando, a su lado sólo se respiraba
paciencia. Así la veía siempre en sus sueños, y “el que no sueña no cree y
jamás podrá crecer”; famosa y trillada frase de Don Raúl que siempre
recordaba cuando se encontraba en un dilema de decisiones.

Con ese pensamiento, Javier se levantó del oscuro mosquitero, cogió el


machete, el anzuelo y la flecha, y cargado de pesares, pero con muchas
ilusiones, bajó por las escaleras y tomó el camino al puerto. Ese día tenía el
presentimiento de que algo extraño como promisorio sucedería. Tal vez una
buena pesca, su sueño no sería en vano.

El río y sus innumerables recodos parecía una gran sábana donde había
ocurrido una guerra, semejaba el sueño que había tenido la víspera, el mismo
sueño que le empujó a realizar esa aventura, afrontar un reto o asumir su
destino. Había escuchado decir a un viejo hindú que “os sueños eran pequeñas
profecías que estábamos obligados a cumplirlos”. Comprobarlo era la mejor
forma de darle la razón al extranjero.
El sol ofrecía la plenitud de su limpieza. La brisa del puerto le habló despacito,
en susurro: Anda, ve al encuentro de aquello que tu corazón persigue con
insistencia.

- Es cierto, nada que no esté en tu corazón puedes elegir como mortal.

Era una de esas voces que cuando lo escuchas, aunque sea una sola vez,
persiste mucho tiempo.

Cogió el remo y con gran energía lo sumergió en el agua e impulsó la canoa río
adentro. Cada remada era mayor la fuerza que imprimían sus brazos sobre
aquel rústico objeto; se le podía ver las venas inflamársele en sus brazos,
significaba la furia o la dureza de su convicción. Parecía que iba a una lucha
importante del cual dependía su vida, su futuro, el amor, en fin, todo su mundo.
Un ligero viento empezó a desatar oleadas tímidas primero, posteriormente
intransigentes.

Javier, no se dejaba doblegar por la insinuación de la naturaleza; aseguraba


que detrás de esa insinuación había una mala intención. Y a pesar de las
dificultades siguió avanzando. Cada remada era más incisiva que la anterior.
De pronto se vio en medio de una tempestad que lo amenazaba todo.
Empezaron a crecer imponentes olas enfrente de él. En sus narices vio que la
naturaleza se apoderaba poco a poco de su destino. Quizá él mismo haya
participado inconscientemente en ello. O puede que la naturaleza le mostraba
su disgusto por haber equivocado el camino. Portarse como un nómada e
importarle un pito los animales, su mundo, era la mayor ofensa.

Una figurilla transparente en forma de agua empezaba a eclosionar desde el


fondo del río. Parecía bailar con la calma de los ebrios. Pero al pasar los
minutos aquella aparición se volvió desesperante. Una gran serpiente con las
fauces abiertas esperaba a su presa. Tenía tal vez la edad del diluvio. Se posó
frente a él y…

El viento arrastró su embarcación y su cuerpo como una frágil hoja seca hasta
sus colmillos. La tempestad azotaba. ¿Era un pecador? Su cuerpo, vencido y
sin soportar más, se ablandó. Y como en todo final, basta a veces sólo unos
segundos para salvarse o morir. El agua que había aspirado durante el
naufragio le embriagaba, quería quitare la respiración. La lluvia castigaba su
espalda como dardos de aguja. Ya nada podía hacer para mantenerse vivo.
Abrió por última vez sus ojos para recordar el rostro de su verdugo por si acaso
se salvaba. Lo observó con lo último que le quedaba de aliento y sólo le dio
ganas de vomitar en sus narices, cagarse en su trompa y maldecirle con toda la
fuerza del odio universal.

La fiera le observaba con un halito de indomable ternura. Javier no podía


retroceder ni avanzar, lo tenían cogido y cercenado. Todo por un maldito sueño
que se había prometido descifrar. Y quién era él para retarle a los designios.

En esos segundos en la que uno se coloca entre la vida y la muerte, uno lo


recuerda todo. Paso a paso, el río se había tornado oscuro, turbio… como si en
el charco los niños hubieran jugado.

Recuerdo que me había dejado llevar por las turbulentas aguas del vicio. Rey,
un sujeto extraño y de pelo largo, con una barba muy poblada y descuidada,
traje negro; tatuajes cubriendo la geografía de su cuerpo y collares de todo tipo
como extraños colgando de su obeso cuello: me llevó a la Congregación Unión
KN y BPA. Un extraño grupo de personas aficionadas a la mala práctica de
política y rituales extravagantes. Entré como un ingenuo y embeleco
muchachito y terminé… Mis fuerzas me abandonaron por completo y entonces
comprendí que había llegado al final:

- Esto no está pasando. Son sólo mis fantasmas a los que les estoy
dando vida y convirtiendo en dioses o demonios.

Un gran remolino surgió desde lo profundo y cuando estuvo a punto de


tragarle, una luz en forma de estrella bajó desde el firmamento; desde el lado
derecho de la luna que a esa hora seguro que estaba escondida para no ver
cómo muere un hijo suyo. Sorpresa. La misma figura de los sueños. Ojos
claros, piel cristalina, cabellos acaramelados. Bajaba cantando una canción.
“Todo desdichado tiene un final mejor/ toda muerte tiene una mejor opción/
todo pecador ofertas debe escuchar/ y no matar su ilusión de verse asediado,
desdichado/ y sus sueños no realizados…”
- ¡Detente, rufián! ¡Cruel verdugo, insulso! ¡Cómo eres capaz de
aprovecharte de un cuerpo desprotegido y maltrecho para hacer tu
festín!

El humo había empañado los ojos de Javier, no podía ver nada, además que
ya no era preciso; su cuerpo había dejado de ser suyo hasta ese instante.

Delfina Estrella, la del cuerpo frágil, se enredó en una lucha desigual con la
fiera. “Hoy puedo morir pero mañana puede ser mi redención”, se dijo y lanzó
sus primeros ataques.

La chica de los ojos claros cantaba mientras peleaba contra esa magnífica
encarnación de las edades. Cantaba alto. La claridad de su melodía aturdía a
la fiera. Aprovechándose de esa debilidad lanzó sus dardos dorados y
ardientes que se fueron a clavarse en el pecho de la fiera.

Javier despertó aturdido. Una sábana transparente cubría su cuerpo. Observó


su alrededor. Desconcertado vio unos rostros extraños.

- ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Qué hago aquí?


- Hay un mundo próximo a ti, al que tienes que cuidar. No lo conoces,
ahora tienes el privilegio… Tal vez no estés perdonado aún y no estés
listo para cumplirlo, pero…

Quiso hablar, pero no pudo. Un rostro maltrecho le contemplaba con ternura y


le mojaba los labios resecos mientras le contaba la vida en su mundo.

Desde aquel día, Javier, ya no fue el mismo no perdía la oportunidad de


acercarse a cualquier río, observarlo, intentar detener su marcha para
encontrar las respuestas que tanto buscaba; por las tardes soltaba redes, a la
hora del ángelus soltaba sus cordeles con unos descomunales anzuelos hecho
por él mismo, a veces se iba con la flecha a intentar atrapar a su amada que
parecía verla en la turbulencia de las aguas; pero:

- Oye, ¿y para qué ese anzuelazo?


- Para atrapar a mi amada que vive en el mundo de allá abajo, en la
ciudad de las aguas…
El Curupira de doña Rosenda

Para meus caras do Brasil

Doña Rosenda Guariba tenía una roza pasando la quebrada Irapaiva. La gente
contaba, en ese lugar, que cuando alguien andaba solo o sola se le aparecía
un Curupira, un ser mítico e imaginario. Y aquel espectro tenía por costumbre
hacer extraviar a las personas que caminaban solas por andaban solas por el
río o por la carretera. La gente decía que escuchaban hablar que a veces él les
arrancaba el corazón a los niños y hacía rituales demoniacos. Otras veces se
los comía, además de eso, se decía que este personaje era salvaje, perverso y
muy juguetón. Fingía conocer a la persona y la llevaba a lugares son retorno.

Doña Rosenda tenía una nieta jovencita de unos trece años que ya andaba en
amoríos con un jovenzuelo que vivía al lado de su casa. La abuela mandó a la
muchacha a la chacra a traer unas bananas, yucas en un cesto, y una gallina
de campo para celebrar el cumpleaños del abuelo.

La joven cogió una canoa y se marchó hacia el lugar indicado. Ella tenía que
pasar delante de una correntada que se formaba en el encuentro de las aguas
del rio y la quebrada, cerca de otra quebrada de nombre Ojo de las aguas; fue
cuando se distrajo cogiendo unas carachamas de los huecos del barranco; a
ella le gustaba el pescado asado. Ahí cuando está escuchó un resoplada: fiu,
fiu, fiu; el sonido era cada vez más intenso, cada vez más fuerte.

- ¿Habrá alguien en este sitio desolado? – se preguntó.


Ella no hizo caso del resoplido. No se asustó, ni se estremeció, continuó su
marcha desprevenida delante de la quebrada cogiendo las carachamas que
quiso, para llevarle a su madre.

- Pucha vida, - se dijo – ya tengo una gran cantidad de pescados; ahora


sólo de frente a traer lo que la abuela pidió

Cogió el bote y encendió el motor para continuar con su recorrido. Pero cuando
el motor funcionó, un sonido extraño le acompañaba por la orilla del camino; un
sonido escandaloso.

Lucelia Patricia Arcanjo era muy desinhibida; no tenía miedo a nada. Pero qué
cosas sucede con la adversidad. Queda uno decepcionado cuando descubre la
maldad de sus familiares. Ella ni imaginaba que su abuela fuera una caja de
sorpresas, llena de manías y supersticiones.

Patricia sujetó la manivela del motor y siguió de frente. Iba cantando a veces,
(ya para apartar los malos pensamientos o el miedo, o ya para olvidar aquel
sonido horrible), otras mirando por entre los arbustos; pero al fondo del bosque,
se dio cuenta que éstos movían sus copas. Miraba el movimiento de las
horquillas de los árboles mientras ella navegaba por la quebrada. Se asustó y
aceleró el motor, y a toda marcha se deslizó como una pluma sobre el agua de
río sin darse cuenta que flor de agua flotaba un madero a medio podrir. La
embarcación encalló sobre una balsa que estaba cerca a la orilla del rio; tarde
se dio cuenta de aquello. Se desmayó tras el golpe, y sólo despertó después
de dos horas y vio el rostro de su abuela transformada en mona negra,
enfrentándola.

Casi se vuelve loca porque ella no esperaba semejante noticia. E monstruo le


cogió por el pescuezo, lo llevó a un descampado e intentó cortar su mano y
comérselo. Fue horrible descubrir una verdad que no estaba preparada para
saber: su abuela, el ser que amaba convertida en Guariba Negra (o lo que aquí
se llamaría; Ahuara, un ser demoniaco acusado de comer muchos niños en la
época de la peste).

- Porra que la parió, - habló de nuevo asustada y hecha una cerdita de


algodón.
Se zafó de las manos del Guariba y corrió por la vera de la quebrada y llegó a
la casa de una familia que vivía por ahí, consiguió protegerse en aquella casa y
hablar con el dueño para pedirle ayuda. Fueron juntos, el dueño su mujer y la
muchacha en busca del espectro.

Cuando llegaron allá, no encontraron nada. Todo estaba tranquilo y cuando


quisieron hablar con alguien, nadie respondió. Todos quedaron callados como
si fueran de piedra. Tenían los ojos como enmohecidos, oxidados y rojos; los
pies y las manos de color negro, llenos de unos putitos amarillos.

- Pucha vida, no sé qué diablos es esto, - habló el hombrecito que


acompañaba a la muchacha. - Yo tengo casi un cuarto de siglo y jamás
había visto una cosa así - concluyó.

Ahí se acordó un hecho que escuchó que sucedió con un niño; que fue robado
cuando aún era un pequeñín; desde esa vez nadie lo volvió a ver en el pueblo,
o por la comunidad, sólo desapareció.

Escuchó también que decían que se trataba de una mujer de unos cincuenta
años, de cabellos negros listados con blanco, muy trabajadora, que
acostumbraba robar pequeños para llevárselos al fondo de la foresta donde
tenía una choza, les daba muerte después de engordarlos con bastante
comida. Los comía con legumbres y mucho condimento.

El campesino que la llamó en busca de ayuda convocó a la gente de la


comunidad para acordar cómo atrapar al espectro. Y no es que atraparlo fuera
fácil, no; se consideraba una tarea muy complicada.

Acordaron construir una jaula. Colocaron a la muchacha dentro de la jaula,


pues le estaba buscando para alimentarse de ella. En el instante que la viera
iría a intentar abrir la trampa, ahí es cuando la gente se abalanzaría y lo
atraparía; además, le levarían a la comunidad dándole una zurra, y, como
estaba con una máscara, le quitarían para saber quién es la salvaje detrás de
ese miedo. Acordado. Toda la comunidad fue tras las huellas del Curupira. Y
asimismo sucedió, tal cual lo planificado. La muchacha estaba en la jaula,
cuando apareció el espectro aspirando el olor del bosque, y ahí sólo se
escuchó el sonido de golpes, patadas, palazos, e demás. Y un sonido sordo
medio humano y medio bestia salió de la garganta del Guariba.

Lo agarraron, lo levantaron y se los llevaron al poblado; le entregaron a las


autoridades y después le quitaron la máscara del rostro. Fue grande la
sorpresa de la muchacha al descubrir que se trataba de su propia abuela.

- No pude ser, mi abuelita, no – dijo – para mí ella era una gran… siempre
fue complaciente, ¡cómo puede ser!

Patricia se despertó del golpe que recibió en la cabeza durante el viaje que
realizaba a la chacra. Cuando ella habló con su abuela y le pidió todo aquello.
Descubrió que la pierna de la vuela llevaba marcas de golpes que recibió de
alguien, de alguna manera. Y se acordó también del sueño que tuvo cundo
estaba en la quebrada después del golpe que sufrió. Quedó muy asustada y
huyó…
Pagando las cuentas

A mi tío, Francisco, un alma de Dios

- ¡Auxilio, auxilio!

La voz provenía del puerto. La oscuridad había extendido sus brazos por
completo sobre el pueblo. Era una noche profunda. Nadie se había percatado
de que el abuelo se había marchado al puerto a bañarse a esa hora.

El abuelo había culminado su tarea de baño y se aprestaba a regresar a casa,


cogió el jabón y lo puso en el pate, tomó su toalla y sus prendas mojadas y
emprendió el regreso.

El puerto formaba un gran barranco en la parte superior por donde se erigía


una rústica escalinata que se elevaba imponente y temeraria. Allí, las sombras
jugaban con la percepción y sus alegóricas imágenes hacían dudar a la vista y
al cerebro. Formas sombrías danzaban al inicio de la escalinata. Tres hombres
corpulentos y erguidos estorbaban el camino de regreso del anciano.

- ¡Auxilio, que alguien me ayude! – volvió la voz desesperada desde el


fondo del barranco.

El silencio era lo único que regresaba a sus oídos. Su cuerpo se había


triplicado por el miedo. Sentía como si millones de hormiguillas le picotearan la
piel, como si cientos de pollos hambrientos se hicieran con su cuerpo. Sus ojos
se habían agrandado como en las noches de pesadilla. Sus labios cetrinos se
atropellaban entre sí y ya no había forma de articular palabra alguna. Su
mirada y su cuerpo habían perdido rasgos humanos. Intentó escabullirse con
los pocos reflejos que le quedaban, pero todo era inútil.

“Sólo veo sombras detrás de las cortinas de la oscuridad; una sombra habla,
otra sonríe, otra baila yuna me atolondra, respira grotescamente sobre mi nuca;
una gime y otra canta o vuela, pisa su propia sombra. ´¡No sé a dónde ir!´”.
Escuchaba el ulular de la lluvia alejarse por donde se oculta el sol, dejando su
lamento en el suelo; un llanto como de niño estrellándose sobre la tierra
mojada. Era él, definitivamente. Una mueca de sorpresa se dibujó en sus
ojos.ls botas caminaban con su característico chapoteo después de haberse
sumergido en el río. Su sonido sordo y ahogado se estrellaba contra la tierra
mojada tras la lluvia. Un manso rumor de viento y una brisa fugaz cubre el
rostro del aparecido. El vientecillo coqueto juega con sus cabellos. Las botas,
ahora caminaban como en marcha militar. Clop, clop, clop, clop. Las botas
regresan de revisar las redes soltadas la noche anterior en la cocha grande.

El agua, esos zapatos, el campesino y el anciano.

- Abuelo, - una voz se acerca desde la loma - ¿estás ahí?

El anciano yace tendido en las escaleras. Su rostro en uno de los peldaños de


la escalinata, mirando hacia arriba. El muchacho corre asustado. Llama a sus
padres pidiendo ayuda; el cuerpo del abuelo ya no trae vida. La muerte había
regresado del más allá a cobrarle una vieja deuda.

El anciano era un pícaro, mal pagador y mozandero. Su compadre Shishaco


había fallecido hace algún tiempo y la deuda que le tenía no había sido
cancelada.

- Compadre, vengo por el sol.


- ¡Ah!, ¿sí compadre? ¿Y por qué no vienes por la sombra? – respondía
cada vez que le iba a cobrar.

El campesino ahora había regresado del más allá a cobrarle la deuda con su
vida.

En aquel tiempo un sol de oro era mucho dinero para cualquier campesino en
condición de pobre. El abuelo, en ese entonces invitó a su compadre a beber
masato para hacerle olvidar su compromiso y la herida hepática cancerígena
que le había causado con su respuesta y su negativa de responsabilizarse por
sus compromisos, pronto le llevarán de este mundo.

- Ay, compadre, definitivamente serías buen político; tienes tanta pasta


para mentir…
- No, compadrito, te prometo que la semana que viene voy a bajar a
Iquitos llevando mis granos para vender y a mi retorno te cancelo.
- A ver pues compadre. Ah, y gracias por el masato con ají, ha estado
buenazo.
- Chau, compadre. Y no olvides de irte por la sombra para que no enferme
– bromeó el abuelo Marcial.

La muerte no olvida nada. Todo queda registrado en su agenda tarde o


temprano le iba a cobrar. Qué impertinencia de don Ashuco, venir del más allá
sólo por uh miserable sol. Se lo había jurado que regresaría, aunque sea desde
el más allá y vendría a recuperar su sol de oro macizo que le había dado en
préstamo.

Ya todo era inútil. Lo llevaron a la casa grande. Los familiares corrían de aquí
para acá, de acá para allá en alboroto general. Andaban apurados preparando
todo: las velas, las sábanas, la gallina, el café, el aguardiente para pasar un
poca la amargura de su partida; en fin, todo lo necesario para el velatorio.

Mientras es sucedía en la cocina, en una sal del cuarto, la nieta menor, la más
querida, le colocaba la mortaja al cadáver; pero algo le sorprendió:

- ¡Papá, mamá, el abuelo tiene una mano negra estampada en la espalda!

Los asistentes corrieron asustados a verlo. Un gran círculo se formó alrededor


del cadáver en contados segundos.

- ¡Cumplió su palabra el condenado compadre Ashuco! ¡Majadero finado!


– suspiró Abel, el hijo mayor del abuelo.
El afasi

A mi tío Antuco, cupisero por naturaleza…

El sol se metía con cierta pereza por el poniente. Ramón llegó cansado de la
faena. Se dio un baño y se tendió en una silla grande para descansar.

Comenzó el día de suerte en el río Itaya. Los pescadores diestros (felices y


contentos) comenzaron a soltar sus atarrayas en el remanso del río. Muchos
peces atrapados comenzaban a escalar hacia los botes. Niños y niñas, en la
orilla, saltaban de alegría, pues en la noche les esperaba un festín suculento:
suyos, fasacos, shiruis, chambiras, bagres, ractacaras, boquichicos, zúngaros,
en un delicioso caldo con verduras solamente.

En una canoa, distante de los tarraferos más experimentados, tres niños


llorosos miraban la escena. Tenían el corazón destrozado por la pena que
sentían por la suerte de su padre. Cuatro o cinco pescados en su canoa lleno
de agua, a pesar del mijano. Empezaron a perder la confianza en él. Todos los
días era igual y de ello ya llevaba mucho tiempo. Con pena comentaban la
saladera y afasería de su padre.

- Creo que papá es afasi – se atrevió Rosendo.


- No. Creo que no sabe soltar ni la tarrafa ni la red. ¿Viste cómo una vez
casi se cae al agua? – complementó Kevin.
- - yo quisiera que papá tuviera más suerte para agarrar más pescados y
venderos, para poder comer bien. – dijo Gabriel, el más pequeñín y
esperanzado.

La puerta de la casa sonó suavemente, casi con vergüenza. Una casa hecha
de palo de balsa, esteras y algunos plásticos. Tres niños que aguardaban tras
el umbral el regreso de papá. Corrieron a abrir ansiosos. Papá llegó colgando
al hombro una tira de peces ensartados en el cordel de la atarraya; y los
hermanos que fueron con él, venían más retrasados, acongojados por la mala
pesca. Los niños se abalanzaron, abrazaron y besaron a su padre.

- No importa, papito, mañana será un día con mejor suerte, mañana


agarrarás más pescados – le dijo el más pequeñín y cariñoso.

El padre se sintió respaldado por sus hijos. Un momento después, el mayor de


ellos invitó la mesa. El papá habló:

- Hijos, les prometo que los próximos días les daré de comer bien, y
tendremos en la mesa los pescados más grandes y ricos del río.

Los muchachos quedaron con la ilusión y la promesa grabada en la mente. Era


papá quien prometía todo eso y era necesario tenerle fe y esperar que cumpla.
A la mañana siguiente, Ramón le dijo a su mujer:

- Mujer, tendré que irme lejos a buscar otro lago lejano donde pueda
tarrafear porque aquí se está agotando la pesca. Todo se está secando.
Los seres del agua me hicieron soñar que va a venir una gran sequía.
- Aconseja bien a los hijos, antes que te vayas.
- Que recojan toda el agua posible para que no mueran de sed durante la
sequía. Te quiero mucho. ¡Cuida a mis hijos!

No sabía si lo que decía y lo que hacía era premonitorio. Con los ojos llorosos
aconsejó a sus hijos que cuidaran a su madre mientras dure su ausencia y se
despidió de su mujer con un beso. Partió sin mirar atrás. Le abrumaba la idea
del abandono en el que dejaba a su familia; pero tenía que partir, algo malo se
avecinaba.
Las suaves mejillas del chiquitín se llenaron de lágrimas y dando besos al aire
corrió a refugiarse en el interior de la balsa.

Ramón caminó muchos días y noches para nada. Después de un arduo


caminar llegó a una solitaria laguna; sacó la barandilla, colocó una carnada en
el anzuelo y lo soltó entre los arbustos que dejaban espacios libres en la cocha.
Pescó tres días seguidos. Su pesca fue abundante. El último día de la faena, la
cocha se empezó a secar, de la nada. Juntó agua para tomar durante el
retorno. A de regreso vio que la tierra se volvía polvorienta y árida a su paso.
Animales disecados en el suelo, árboles quemados, arbustos chamuscados.
Pensó en sus hijos. Sentía la necesidad de abrazarlos, besarlos y decirles
cuánto los quería. Sentía la urgencia de amar aún más a su esposa. Le aturdía
todo lo que estaba viendo durante su trayecto. “¡Qué inhumanos somos, esto
es sólo culpa nuestra! Tanta pesca indiscriminada, tala de árboles, intromisión
en las profundidades de la tierra para extraer hidrocarburos; la tierra se ha
cansado y ya no soporta más, está colapsando. Y ni siquiera somos
conscientes y le ponemos fin esta depredación feroz. Nosotros somos los
bestias, culpables y nada más que culpables…” reflexionaba Ramón.

El día menos pensado llegó a su basa. Tocó y nadie vino a abrir. Llevaba las
sandalias rotas y un poco derretidas por el calor. Tumbó la casa de un
puntapié; dese adentro comenzaron a aparecer los niños y la esposa
completamente desfigurados y deshidratados, parecían espantajos. Juntó a
todos, les dio de beber el agua que traía, los alimentó y luego los abrazó como
no lo había hecho en años.

Ya recuperados los convalecientes se dedicaron a realizar el inventario de los


fallecidos. En el intento por escapar del fuego algunos (quisieron huir) fueron
achicharrados al instante. Los muertos se contaban por cientos don Puricho,
doña Concha, el abuelo Rosendo, la viejita Hortensia, los gemelos Ariel y
Javier, la bebita Rosario (Charito), en fin, era para llorar. In cuadro desolador,
desastroso y apocalíptico era el que se observaba en toda la comarca.

El pescador sin suerte juntó a su familia y empezaron a orar, a pedir con el


corazón que parar todo ese infierno. Estuvieron, así abrazados, durante un
buen tiempo que no se puede precisar, diez, veinte días, un mes, un año.
Necesitaba estar como en un solo cuerpo.

Des0ertaron de su letargo y ensimismamiento, y tras la plegaría, el hombre


salió al patio para ver que grandes gotas de agua caían del cielo inundando
quebradas, ríos, lagos, lagunas, cochas y tahuampas. Todos los viejos charcos
se volvieron a llenar de agua. Sólo ahí llovió. De todas las demás comarcas
vinieron por un poco de agua.

Y por primera vez el pescador afasi se sintió orgulloso de sí mismo; de haber


devuelto la vida a su familia y junto a su pueblo haber sobrevivido a la sequía.

El árbol de 300 años

A todos los grandes

que aguan vez fueron chicos…

Mientras caminaba se distrajo un instante en algunos pensamientos,


necesidades y preocupaciones propios de su edad. Se inclinó un momento
porque le pareció escuchar voces. ¿Era que los árboles le hablaban? Lo
tildaban de loco. Venancio vivía sólo en medio de la floresta. Su padre había
fallecido mucho tiempo atrás. Una gran boa se lo había tragado cuando
pescaba en la cocha Yolanda. A su madre nunca lo conoció. Escuchaba hablar
que su madre había muerto cuando era muy pequeño, que u tigre se lo comió.
Pero, en realidad, no sabía, a ciencia cierta, la verdadera historia.

Tras un largo momento de reflexión, retomó el camino que lo llevaría donde


cogería algunos bujurquis para la cena. Colgaba del lado izquierdo el anzuelo
que había dejado el viejo fisga Elvio, su padre. En la mano derecha, la latita
con gusanos para la carnada (kuica, le decimos en mi pueblo) – esas lombrices
que cuando el río sube, se ovillan para sobrevivir.
Caminaba silbando por la pequeña trocha que llevaba al lago e iba triste por no
tener compañía. No tener amigos con quienes jugar siendo niños, es trágico.
No conversaba con nadie y sus únicos compañeros eran los animales, las
plantas y los árboles. Qué soledad que nos agobia cuando todo alrededor de ti
se ha esfumado.

Avanzaba distraído en sus reflexiones cuando de pronto tropezó con lo que


creyó era una raíz; sin embargo, era el pie de la lupuna, a la que se le antojaba
comunicarse de esa manera. Le árbol era viejo, tenía los años tatuado en su
tronco y sus hojas mostraban canas de sabiduría.

- ¡Qué raro, nunca he visto esta raíz en esta trocha!

Volvió la vista hacia el bosque, pero los árboles le devolvieron su mirada


silenciosa. Movió los hombros, extrañado, y siguió caminando con un leve
temor en el cuerpo. “Esa raíz, qué extraño”, se dijo para sus adentros.

Los árboles que acompañaban a Lupuna miraban con tristeza al niño. La pena
y soledad de Venancio se volvían estremecedoras. Para no alentar su miedo al
bosque, liderado por Lupuna, decidió entablar la conversación pospuesta
durante muchos años.

- Pssiitt, pssiitt, hey, niño, ¿qué haces a esta hora por acá y sólo? Ya está
oscureciendo, es peligroso, muchos cazadores merodean por estos
lares, te pueden hacer daño.

El niño no podía creer lo que escuchaba. Fue tan rápido que su cuerpo
comenzó a tiritar de miedo, sintió que crecía una enormidad. Los árboles no
son peligrosos, sólo cundo hay tormenta y se desprende una rama vieja y te
puede caer en la cabeza. Se acrecentó su miedo. Pero, si los árboles no
hablan, los árboles no hablan, los árboles no ha…

- Yo soy Venancio, y ¿ustedes?


- Yo, soy Lupuna, la que manda aquí. Él es Cedro, ella es Caoba, el de
más allá es Moena.
- Yo vivo en este bosque desde que papá murió y mamá se fue a quién
sabe dónde. Necesito hablar con alguien. ¿Quieren ser mis amigos?
- Sí, todo lo que quieras, pero regresa a tu casa, ya está anocheciendo
y…
- Te puede atrapar el cazador de dientes de fierro – interrumpió Caoba.
- Está bien, pero prométanme que podré venir a jugar y a conversar con
ustedes todos los días.
- Sí, sí, sí, así será, prometido, pero ahora debes volver.

El niño se despidió de sus amigos con el compromiso de regresar diariamente


y a la carrera volvió a la comarca.

Venancio y los árboles conversaban mucho. Sus amigos eran joviales. Por
ejemplo, Lu, era la más vieja, le contó que la última creciente dejó una
hambruna en toda la comarca: hombres, animales, y todo tipo de seres vivos
con movimiento no encontraban alimento. En cambio, los vegetales estaban a
sus anchas. El suelo se había fertilizado enormemente. Abundaban los
gusanos de tierra que removían con gran maestría y facilidad las sepas, eso les
permitía alimentarse en gran forma. Por eso es que ahora sus ramas y tronco
son fuertes, pues le permitió crecer mucho más.

- Mírale pues a Cedro, todo coqueto – y Cedro encrespaba su fronda de


una manera altanera, era fornido - ¿De dónde crees que nació toda esa
fortaleza y belleza?

Venancio estaba embelesado. No sabía que decir cundo escuchaba


fanfarronear de sus cualidades a sus amigos los árboles. Tenía tantas
preguntas en su cabeza que no sabía por dónde empezar.

Así pasaron algunos años. Venancio había crecido y una cortina tenebrosa
empezaba a cubrir la comarca. Así que Caoba se encargó de comunicárselos.
Les hizo saber que tenía un mal presentimiento.

- Algo malo va a suceder en el bosque; nuestra casa está sobre amenaza.


– les había dicho.
Venancio pensó que era una de sus acostumbradas bromas de su amiga, pero
por desgracia, eso que su chistosa amiga decía, era cierto. Un olor a
combustible se filtraba desde una de las esquinas del bosque.

- Piensa en lo que te digo.


- Lo que pasa es que tú eres demasiado paranoica.

Qué de malo puede suceder aquí si este lugar es un paraíso escondido. Por
otro lado, ni siquiera los depredadores lo conocen. Nadie se atrevería
acercarse, está muy alejado de la comarca.

Las tierras aledañas se estaban poblando d una manera vertiginosa. De ser un


caserío rural, ahora, la Comarca, en menos de diez años, se convirtió en una
urbe moderna, que Venancio no se dio por enterado debido a sus constantes
incursiones al bosque; motocarros, motos, celulares, televisión por cable y
satélite eran la novedad. Todos andaban marcando números, mirando
pantallitas y conectándose a no sé qué sistema de conversación espacial, de
tal forma que si no estuviese la persona podías igual conversar con ella a pesar
de todo.

A Venancio nada de eso le parecía sospechoso, porque sólo sabía leer las
estrellas y la luna; y estos astros no avisaban de estas cosas; es decir, en
propias palabras del muchacho, estos símbolos no eran capaces de descifrarlo
todo; eso sí parecía sospechoso.

Fue ntiemp0o después, cuando su luna favorita se puso roja (parecía que de
ira) incursionó varias veces en la ciudad, ahí, sólo ahí pudo darse cuenta que
era verdad lo que su amiga Caoba estaba sospechando. Tuvo mucho miedo
cuando vio todo aquel ajetreo de personas y cosas subiendo y bajando del
puerto. No podía imaginarse que la destrucción y la muerte irían venir de ese
lado de la floresta.

Un viento cargado de humor soporífero llegaba de cuando en cuando a lastimar


la cara amable de los árboles. Y Venancio, mientras hacía su siesta rutinaria
sentía que un calorcillo como de fuego se le acercara a relamer las mejillas.
Esto no era normal.
En la ciudad ya no había lugar para habitar, todo se había cubierto con
cemento y cinc. Muy cerca de allí, en una comarca aledaña, años atrás, bajo
ese mismo fenómeno, el suelo se volvió árido luego de que la horda asolara y
dejara sólo pertrechos allí en medio del bosque.

- Fugaron, me imagino a otro lado – opinó Venancio en el Concejo


Bosquecino.
- No, chi, chi, no amigo; aquella vez también sucedió igual. Así había
empezado todo. Con los shishacos, los norteños, costeños (mentecatos,
lengua shipas), los de aquicito nomás, los paisanos, los capitalinos,
hasta de países desconocidos, vinieron a devastar la floresta. Trajeron
consigo unos animales de otra clase de palo que no sabían morir. Sus
mandíbulas con dientes que no se dañaban, ni la piedra los detenía.
Cortaban y rompían todo a su paso, pobrecitas ni las boas se salvaban.
Tenían un brazo largo, aplanado y duro. Nos hicieron mucho daño y
nuestros hermanos de allá empezaron a caer, de la nada. Casi nos
acabamos.

Las palabras de Caoba y una lagrimilla cristalina sonaban a lamento. Junto a


ella sus demás compañeras y compañeros de bosque también se acongojaron.
Parecía que otra vez se garantizaba una derrota.

- Esta vez no será así – dijo Venancio resuelto – esta vez estoy yo aquí
para defenderlos. Si quieren cortar este árbol (señalando a Lu), tendrán
que cortarme a mí también. – Dijo enfurecido.

Y así fue.

Nuevamente llegaron de todos lados, incluso hablando lenguas extranjeras, a


exterminarlo todo. Empezaron a construir campamentos, calles, avenidas;
iniciaron la colocación de antenas parabólicas y trajeron as comodidades de la
ciudad mayor. Los árboles bajaban por la quebrada, fragmentados, atados a
cordeles, parecían salchichas gigantes. En fin, era el exterminio que Caoba
había pronosticado. Un arboricidio de nivel universal. Muchos animales
murieron a causa de la tala. La turba de depredadores, excitada de alegría,
celebraba por las noches con harto aguardiente, música y mujeres. Había fiesta
todo el tiempo.
Algún tiempo después de que os extranjeros asentaran el campamento,
sucedió algo extraordinario. Los taladores estaban a punto de comenzar su
faena cundo de pronto alguien vino corriendo de entre los árboles. Era raro ver
aquello en plena espesura del bosque.

- ¡Un niño amarrado a una lupuna, u niño amarrado a una lupuna, vengan,
miren!

Efectivamente, era Venancio, que, atado a la lupuna de sus amores, gritaba


con voz fuerte:

- Si cortan este árbol tendrán que cortarme a mí también. Esa es la última


palabra. Córtenla y me cortarán a mí.

De repente la voz de Venancio empezó a cambiar y una especie de conjuro se


apoderó del lugar. Pobladores y trabajadores se asombraron del incremento en
el volumen de voz del adolescente, a la vez que empezaba a cambiar de tono:
de grave a fino, de fino a medio, de medio a susurro. Tétrico, lúgubre se volvió
el lugar.

Después de ese estado místico como terrorífico, el niño empezó a explicar


llorando las razones por las que no es necesario cortar tantos árboles.
Extinción, desertización, muerte, abandono. Después de esto ¿a dónde irán?
¿Qué comarca exterminarán? ¿Qué quedará como herencia para los que
vienen después de ustedes, de nosotros?

Los árboles empezaron, uniformemente, a mover sus copas y a soltar un


extraño polvo brillante que se esparcía por el lugar y cubría el rostro de todos.
Los taladores como sonámbulos, soltaron los animales de mandíbulas de fierro
y huyeron alocados a esconderse en la fronda. “¡Brujería, hechicería,
saladera!”, desde las entrañas del bosque, mientras los árboles recuperaban su
estado normal y se meneaban al ritmo de un leve vientecillo amenazador.

Todos los árboles que habían sido talados recuperaron su vida, hasta los que
ya estaban en la quebrada, listos para ser arrastrados hacia las
embarcaciones, incluso ellos, volvieron a la vida. El lugar volvió a ser el mismo.
La algarabía volvió a la Comarca.
Mucho tiempo después nos enteramos que el gobierno, a raíz de los sucesos
reportados en una cadena de televisión, en la que se mostraba al niño defensor
de la Madre de los árboles, el gobierno decretó “zona intangible” a toda esa
parte que comprendía el choque entre los ríos Pacaya y Samiria.

Desde aquella vez yo observo, desde aquí, desde dentro de esta Lupuna, todo
lo que pasa. Siempre alerta. La defiendo de los depredadores y si alguien
quiere escuchar éstas y otras historias tiene que tomar la bebida oscura, llegar
al Santuario y tocar tres veces la aleta de mi morada.

Deben cuidarnos porque si se acaban estos árboles, se acaban las historias, se


acaba la razón, el oxígeno, el pensamiento; me acabo, yo.

Fin

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