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En este texto haremos referencia a los efectos sociales de las políticas neoliberales en la Argentina, a
las consecuencias sobre la estructura social y acerca de los mecanismos de movilización y
reorganización social que adoptaron los sectores mas vulnerados de la sociedad civil en un contexto
de empobrecimiento y desocupación.
En este marco, el Estado actuó como un medio eficaz de fragmentación social con mecanismos como
el terrorismo de Estado, durante la dictadura militar, y mediante el retraimiento en el nivel de calidad
de las prestaciones primarias en educación y salud, la desvinculación de los servicios públicos a favor
de los monopolios internacionales, la pauperización del trabajo industrial, y el aumento de la
subocupación y la desocupación, en los ´90.
En la década de los años 80, la mayoría de los países latinoamericanos, entre ellos la Argentina
sumado a los modelos autoritarios de gobiernos militares, se vieron afectados particularmente por la
contracción de los ingresos de la actividad productiva, profundizándose la inequidad en la
distribución y aumentando la concentración del ingreso en los sectores más ricos, acompañados por
políticas de ajuste y achicamiento del gasto publico, políticas de apertura comercial y reforma
financiera. Los efectos sociales y las escasas políticas de compensación, generaron un costo social
muy duro para los sectores más desprotegidos. En la década del noventa la profundización de las
consecuencias de dichas políticas fue de la mano del empeoramiento de la distribución del ingreso y
el aumento de la desigualdad.
Este trayecto de 30 años intercaló etapas de crisis y estancamiento económico y social, atravesado por
la represión y la fragilidad institucional en manos de los militares, y el surgimiento de los gobiernos
democráticos. La sociedad argentina se transformó de manera sistemática y continua dejando marcas
indelebles en la estructura social y en las prácticas políticas y culturales. Todo este proceso no solo
marcó las transformaciones negativas que llevaron a una enorme mayoría de los argentinos a las
puertas de la pobreza y la exclusión, sino que también modificó los vínculos sociales y las estrategias
colectivas de demanda y participación política.
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Algunas de las consecuencias de las políticas neoliberales fueron que “en los países ricos del
capitalismo tenían sistemas de bienestar en los que se apoyaban, aun cuando quienes dependían
permanentemente de estos sistemas debían afrontar el resentimiento y el desprecio de quienes se
veían a sí mismos como gentes que se ganaban la vida con su trabajo. En los países pobres entraban a
formar parte de la amplia y oscura economía ‘informal’ o ‘paralela’, en la cual hombres, mujeres y
niños vivían, nadie sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios,
chapuzas, compra, venta y hurto.
Otras de las consecuencias de las políticas neoliberales se expresan en quienes perdieron peso
político y aquellos que ganaron espacios. Entre los primeros están los partidos socialdemócratas o
laboralistas de base obrera en Europa que se fueron adaptando a las premisas neoliberales; y entre los
segundos hay nuevas fuerzas políticas ´que cubrían un amplio espectro, que abarcaba desde los
grupos xenófobos y racistas de derechas a través de diversos partidos secesionistas (especialmente,
aunque no sólo, los étnico-nacionalistas) hasta los diversos partidos ‘verdes’ y otros ‘nuevos
movimientos sociales’ que reclamaban un lugar en la izquierda. Algunos lograron una presencia
significativa en la política de sus países, a veces un predominio regional´”.
Otros aspectos que profundizaron la reconversión de las funciones del Estado tuvieron que ver con las
formas de regulación y el repliegue de la participación en la economía. Sin dudas, los efectos de estas
políticas provocaron efectos negativos sobre los asalariados a través de la privatización de las
empresas publicas y los despidos que acarreó su reestructuración en manos privadas, la
desregulación de los mecanismos de seguridad social, o el empobrecimiento de los servicios sociales
universales como la salud y la educación fundamentalmente, quebrando así las redes estatales de
solidaridad.
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2. Los números de la pobreza: el mecanismo de la desigualdad
Las condiciones del proyecto neoliberal y la reformulación del papel del Estado dejó como efecto
inmediato la profundización de la pobreza en sectores que ya la padecían y que puede identificarse
como pobreza estructural. Sin embargo, como nuevo fenómeno extendió estos efectos a los sectores
medios y medios bajos. 4 millones de argentinos ingresaron a la categoría de pobres, llegando a
calcularse a fines de 1998 que casi 12 millones de personas eran pobres, alrededor del 29% de la
población. Básicamente, la pobreza aumentó y se extendió, volviéndose heterogénea y empeorando
de manera generalizada las condiciones de vida, el acceso a los servicios básicos y al mercado de
trabajo de amplios sectores sociales.
Este panorama se mostraba peor en las provincias del interior de la Argentina a través de los
indicadores de pobreza e indigencia. En 55,9 % de la población en las provincias del Noroeste era
pobre y la indigencia trepaba a un 17,6 %. En el Noreste, los números no eran muy diferentes: con un
57,3 % y un 18,8 % de pobreza e indigencia, respectivamente. En el año 1994, el 20 % más rico de la
población pasó de ganar 11 a 14,7 veces más que el 20 % más pobre, profundizando las relaciones de
desigualdad. En 1999, el 10 % más rico alcanzaba el 37,2 % de los ingresos, mientras que el 10 % mas
pobre solo alcanzaba a percibir el 1,5 %. Si se expresara gráficamente, el 10 % de la población (3,7
millones de personas) ganaba tanto como los 33,3 millones restantes.
En el Gran Buenos Aires la proporción de personas pobres e indigentes alcanzó el 25,9% en 1998. Esta
cifra hacía visible a las familias que no alcanzaban a comprar una canasta básica de bienes y servicios
valuada, en aquel momento, en $450 mensuales (pesos cuatrocientos cincuenta). Teniendo en cuenta
que la región metropolitana de CABA y Gran Buenos Aires estaba compuesta por 11,8 millones de
personas, en octubre de 1998 eran 3.056.000 los individuos que no alcanzaban a comprar una canasta
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básica de bienes y servicios. En términos de indigencia el panorama era aún menos alentador. El 6,9 %
de la población del área metropolitana de Buenos Aires ni siquiera podía acceder a una canasta
elemental de alimentos valuada en la mitad de aquel monto. El 8,8 por ciento habitaban en el primer
cordón del Gran Buenos Aires (GBA) y el 10,2 % en el segundo cordón.
Gráfico N°2. Evolución de la Pobreza e Indigencia de las personas del GBA (1988-2007)
Fuente: EPH. INDEC y Altimir y Beccaria (1998) para 1974, 1980 y 1986.
Entender los orígenes y consecuencias del modelo neoliberal en la Argentina implica considerar tanto
aspectos macroeconómicos como el impacto de estos en las condiciones sociales y económicos de
miles de familias e individuos. Millones de personas sufrieron transformaciones en materia de
ingresos, consumo, estructura familiar y vivienda, entre otros aspectos. Fundamentalmente se
redefinieron las identidades de estas personas. “Es importante destacar que la pobreza no constituye
una identidad social surgida en los grupos subalternos y objetivamente pobres; sino mas bien es una
categoría estatal a la que muchos hogares adhieren como forma de obtener ayudas, lograr ser
involucrados en los programas de políticas sociales. Ser pobre es mas bien un estigma; aunque no
tanto como “negro”, “villero”, “bolita” o “indio”. Es una categoría elaborada, y a veces bendecida por el
Estado. Reconocerse pobre, para la mayoría de las personas es una “vergüenza”, sentimiento propio
de una situación transitoria y relativa. Transitoria, porque por más que las condiciones estructurales
cercenen las posibilidades de salir de la pobreza siempre hay un imaginario, una fantasía de zafar.
Desde la perspectiva entonces de los actores no hay pobreza estructural fija. La referencia de los
pobres para sostener este imaginario son sus propias experiencias sociales en diferentes periodos
socioeconómicos por los que atravesó la familia. Relativa, porque muchos pobres señalan que hay
situaciones peores” a las que ellos viven.
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La pobreza se convirtió en un tema central de análisis social, económico y cultural. Se transformó en
un problema para la legitimidad política tanto del Estado como de otras instituciones de
representación social pero fundamentalmente atravesó la vida de entre el 25% y el 30% de los hogares
en la Argentina. Millones de mujeres, niños, jóvenes y adultos mayores nacieron, crecieron y vivieron
en condiciones de extrema pobreza.
Una de las características de este fenómeno tiene que ver con los índices de pobreza. En este sentido
se hace evidente una tasa de desempleo superior en la población femenina y el incremento de
hogares con mujeres jefas de hogar, particularmente en las franjas más pobres. Generalmente, y por
factores tanto económicos como culturales, las mujeres pobres son las que menos participan en el
mercado de trabajo. Dificultades como el cuidado de los hijos, la escasez de herramientas de
capacitación a las que han tenido acceso y la escasa formación laboral, son algunos de los elementos
que garantizaron una tasa de hasta el 160% de desocupación en este sector de la sociedad.
No solo se trata del desempleo que sufren estas mujeres, sino también la precarización o el acceso a
los empleos con menores garantías o derechos. El trabajo femenino, de hogares pobres
particularmente, se concentra en el trabajo domestico o trabajos altamente informalizados y
precarizados como talleres de costura o ensamblaje de productos eléctricos, por ejemplo.
Fueron también las mujeres jefas de hogar desocupadas quienes, frente a la crisis y la expulsión de los
varones del mercado de trabajo, respondieron al hambre de su familia buscando nuevas estrategias de
supervivencia mínima en tareas de servicio domestico mal remuneradas o en el trabajo comunitario.
Como las mujeres, los niños, niñas y adolescentes fueron de los sectores más vulnerados y
desprotegidos de este proceso de neoliberal. Las consecuencias lógicas del deterioro del acceso al
mercado de trabajo de los adultos produjeron que el 50 % de los niños del país se ubicaran bajo la
línea de la pobreza, alcanzando en el Noreste argentino al 65 por ciento. De los 13 millones de niños,
niñas y adolescentes, el 23 por ciento no tuvo asegurada una comida diaria. Los programas
alimentarios diseñados como paliativo a esta situación sólo alcanzaban al 44 por ciento del total en el
segmento que va desde los 0 a 2 años, y el 20 % en el de 3 a 4 años.
La mitad de las causas de muerte antes del año de vida eran de carácter evitables y el nivel de
desnutrición infantil llegó a alcanzar entre el 11% y el 17% hacia el año 2001, dependiendo de la
región del país.
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La salud también ha sido un aspecto deficitario para la población infantil y juvenil: la tasa de
mortalidad de niños menores de 5 años fue de 24,3 por mil, lo que equivale a 47 muertes diarias y
17.000 al año. La tasa de embarazos adolescentes alcanzó al 20 por ciento.
De acuerdo a datos de 2001 (INDEC), 296.000 niños y niñas de 5 a 14 años trabajaban en los
conglomerados urbanos. En esa franja etaria, 1.580.000 estaban vinculados a actividades domésticas
en sus propios hogares atendiendo la casa, preparando la comida o cuidando a los hermanos cuando
los mayores salían del hogar para trabajar. Esta situación repercutió severamente sobre los índices de
deserción escolar, a tal punto que sólo el 23 % de los niños pobres finalizaban la escuela secundaria y
el 10 por ciento de los niños en edad escolar no asistía a la escuela o tenía una asistencia deficitaria.
Por otra parte, el mercado de trabajo que expulsa el sector privado aumenta el componente público
de los trabajadores asalariados alcanzado un 31% del total entre 1980 y 1991. Otra característica tiene
que ver con la caída de los puestos de trabajo del sector industrial, un aumento en el sector terciario y
el acelerado incremento del cuentapropismo o el trabajo informal que alcanza a un 27% de los
trabajadores varones, en 1991. Entre otras transformaciones del mercado de trabajo, los sectores mas
calificados se vieron seriamente afectados con la devaluación de los títulos académicos, por la escasez
de puestos de trabajo calificados y consolidando el fenómeno del “ingeniero que tiene por ocupación
manejar un taxi”.
Fuente: INDEC-EPH. (*) Total de aglomerados urbanos. (**) Área Metropolitana (CABA más Conurbano
Bonaerense). (a) Excluido el Servicio domestico
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desocupadas según las estimaciones del INDEC, siendo una de las tasas de desempleo más alta
registrada en la década. Entre 1995 y 1996 alcanzó a un 18,4% de la población.
Fueron 3,8 millones las personas con problemas de empleo en el país, teniendo en cuenta que unas
1.959.000 personas estaban consideradas subocupadas, es decir, que trabajaban menos de 35 horas
semanales aunque quisieran o pudieran trabajar más, representando un 14.3% de la PEA.
Otro fenómeno característico de este contexto fue el incremento del denominado trabajo “en negro”.
Se calcula que más de 3 millones de trabajadores lo hacían en estas condiciones de falta de registro,
por lo tanto, de falta de seguridad social y ejercicio de sus derechos, con sueldos promedios que no
superaban los $400 (pesos cuatrocientos). Esto significa que percibían menos del 50% del salario de
los trabajadores registrados, sin cobertura social, asignaciones familiares, ni indemnización o seguro
de desempleo en caso de despido. A esta situación se suma la ausencia de aportes provisionales, la
posibilidad futura de un beneficio jubilatorio o pensión por invalidez.
Estas condiciones fueron gestando el nuevo ordenamiento del mercado de trabajo donde la amenaza
del desempleo contribuyó a la aceptación de condiciones laborales muy lejanas a las que establecía el
marco de regulación de las relaciones laborales de los trabajadores registrados.
Para los asalariados formales las condiciones de trabajo tampoco fueron las ideales. El marco
regulador del trabajo profundizó las condiciones de precariedad de los trabajadores y se le dio lugar a
una regulación que habilitó un contexto de despojo de derechos. Las políticas llevadas adelante
podemos caracterizarlas como de flexibilización laboral y se destacan en iniciativas y medidas como
las siguientes:
Ley Nacional de Empleo 24.013 (1991) y Ley de Reforma Laboral 25.013 (1998);
La finalidad de estas políticas era precarizar las relaciones laborales y flexibilizar los derechos de los
trabajadores apuntando a elevar la productividad y reducir los costos salariales. Buscó también a
debilitar la capacidad de negociación colectiva, descentralizando este proceso y debilitando a las
organizaciones sindicales a través de la:
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Complementariamente, se fomentaron y legitimaron nuevas modalidades contractuales: períodos de
prueba, contratos a tiempo parcial, contratos de aprendizaje y pasantías, límites a la duración de la
jornada de trabajo, deterioro de la inspección de las condiciones de trabajo y descentralización de las
negociaciones colectivas.
Cuando nos referimos a estas situaciones, estamos hablando de hogares, de familias, de varones y
mujeres que se encontraron con una dificultad extrema para ejercer su reproducción familiar.
Concretamente nos referimos a la imposibilidad de asegurar una alimentación y nutrición adecuada
para su familia, sin los ingresos suficientes para acceder a una canasta básica y otras necesidades
elementales como la salud, educación, movilidad o la vivienda.
En el plano subjetivo, esta situación tuvo consecuencias muy graves sobre la autoestima de estos
hogares que vieron afectada su capacidad de proyección y expectativas de vida futura,
particularmente para los más jóvenes.
Como respuesta se multiplicaron las formas alternativas de supervivencia, algunas de las cuales
fueron dando lugar a la creación de espacios de organización colectiva. Otras, alternaron entre los
modelos de supervivencia más básicos, como el desarrollo del cartoneo y la búsqueda de elementos
de re-uso y comida en basurales, y los modelos de economía alternativos, como el ejercicio del
trueque e incluso el incremento de practicas delictivas originadas en el creciente modelo de exclusión.
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Gráfico N°3. Evolución Tasa de Desempleo Abierto (1989-2006)
3.1. De la flexibilización laboral a la changa y los planes sociales. Trabajadores por cuenta propia,
trabajadores informales, trabajo en negro, changa.
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Si bien las razones para el desarrollo de esta modalidad de trabajo son diversas, desde alternativas
frente al desempleo a elecciones sobre una modalidad de trabajo mas flexible, los trabajadores que se
desempeñan en esta categoría tienen como característica ingresos variables, sin un salario fijo,
ausencia de beneficios sociales como jubilación, obra social o vacaciones y licencias pagas entre otras;
es también una modalidad de trabajo que se ajusta a las características del trabajador, se transforma
en su propio jefe y se adapta a personas que generalmente requerían de tiempos mas flexibles para
auto emplearse, como mujeres o jóvenes, estudiantes o adultos mayores, sin que esto deje afuera de
estas condiciones a varones que tradicionalmente accedían al empleo formal asalariado.
Así es como en el caso de los trabajadores informales, la categoría del desocupado va conformando la
nueva identidad de una mayoría importante de la población. En el marco del desarrollo del
capitalismo la identidad de la clase trabajadora se da en el ámbito de la fábrica, en el trabajo
asalariado, constituyendo en el empleo las bases materiales de vida de la población y constituyendo
la identidad de varones y mujeres. Quienes se encuentran temporaria o permanentemente
despojados de la relación salarial, aún se auto-identifican como trabajadores. La denominación que
asumen no es menor a la hora de entender las características de la organización y consolidación de lo
que fueron los movimientos de trabajadores desocupados surgidos del contexto de empobrecimiento,
marginalidad y precarización laboral que caracterizó a la Argentina neoliberal.
En muchos casos los movimientos no trabajaron solamente en la resolución de las emergencias sino
en la creación de identidades productivas en sectores que sufrieron generaciones completas de
exclusión de la llamada “cultura del trabajo”. La diversidad de trayectos laborales de hombres,
mujeres, viejos y jóvenes, los calificados y los que no tenían ninguna experiencia, aquellos
recientemente desocupados y los que sufrieron años o generaciones de pobreza, se unifican en las
marcas que estas personas sufrieron en sus territorios, el hábitat, el cuerpo y la expectativas.“Estos
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sujetos están despojados de la relación salarial, temporaria o permanentemente, relación que
necesitan para su sobrevivencia. Lidiar con esta diversidad, socializar experiencias de vida, de trabajo
y aprendizaje, construir un nosotros a partir tanto de lo diverso como de lo que los une, son las tareas
muchas veces poco conocidas de la compleja construcción identitaria de los movimientos de
trabajadores desocupados”.
Describir la situación del mercado de trabajo, las consecuencias en el modo de acceso y sostenibilidad
del mismo de la clase trabajadora en su conjunto, nos permitirá observar, no solo las consecuencias
sociales inmediatas a la situación laboral de los individuos, sino el origen y desarrollo de nuevas
formas de organización colectiva.
La crisis de legitimidad de los espacios tradicionales de representación de los trabajadores, así como
otras organizaciones e instituciones de la representación colectiva, fueron perdiendo su lugar central.
Estos elementos condujeron, sumados a la desocupación ascendente a un ritmo acelerado, a un
proceso de descolectivización de la clase trabajadora.
“La reformulación del papel del Estado, sus funciones y tamaño, para adecuarlo a los ´nuevos
tiempos´, se presentó como una suerte de imperativo para los sectores dominantes, y tuvo como
objetivos centrales: 1) resignar los resortes que le permitían al Estado nacional preservar espacios de
autonomía frente a los poderes externos; 2) restringir su capacidad de enlazar intereses sociales; y 3)
eliminar los mecanismos institucionales mediante los cuales los sectores populares puedan hacer
valer sus demandas”.
Las políticas de privatización de las empresas públicas, como el quiebre de las redes estatales de
solidaridad, atentaron en particular sobre las condiciones de vida de los sectores populares. Las
políticas públicas y de seguridad social fueron perdiendo el carácter universal y se consolidaron como
políticas de carácter asistencial y focalizado. Estas particularidades sobre las acciones del Estado, se
concentraron en los sectores de escasa o nula participación en el mercado de trabajo, en aquellos
sectores más excluidos y empobrecidos de la población. Estas políticas se enfocaron particularmente
al sostenimiento mínimo de las condiciones de vida profundizando las situaciones de vulnerabilidad y
desprotección de amplios sectores sociales.
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Las políticas de estabilización y ajuste estructural, implementadas por el Estado argentino y en
conformidad con los lineamientos propuestos por el llamado “Consenso de Washington”, se centraron
en una abrupta reducción del gasto público y reducción del déficit fiscal. Particularmente nos
referimos a las políticas de protección social y/o de garantía de derechos que afectaron las áreas más
sensibles a la población, como salud, educación, seguridad social.
El aumento exponencial de la pobreza logró ser un elemento de preocupación incluso para los
organismos de crédito internacional como el Banco Mundial (BM) o el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) que, así como fueron impulsores de las políticas neoliberales de ajuste y reducción de
gastos del Estado, también promovieron y garantizaron el nuevo modelo de políticas sociales. Este
“nuevo modelo” estaba orientado a compensar los costos sociales del ajuste, prevenir conflictos y
tensiones y desarrollar políticas de corte focalizado, descentralizado y posibilitando formas
alternativas de mediación con los sectores populares basada en la modalidad clientelar.
Tanto el Estado Nacional como las jurisdicciones provinciales y locales, llevaron adelante políticas
paliativas a la crisis del mercado de trabajo, así como de las consecuencias de la pobreza y la
marginalidad. En este contexto, el Estado nacional inició, ya desde 1996 y tras los levantamientos de
Cutral-Co, Plaza Huincul y Tartagal, los primeros planes de empleo. Los gobiernos provinciales y
municipales se focalizaron particularmente en la resolución de situaciones como la asistencia
alimentaria (principalmente para niños, embarazadas y adultos mayores) y el sostenimiento del
sistema de salud.
Si bien la Argentina tiene una larga historia en referencia a políticas sociales, muchas de ellas
focalizadas y vinculadas a la respuesta a situaciones de emergencia alimentaria, de la salud y
habitacional, las políticas sociales de los 90 se concentraron en el reparto discrecional de los llamados
planes de empleo, y sobre todas las cosas apuntaron a resarcir las consecuencias del modelo de
mercado de trabajo. Distintos modos de implementación de estas políticas no universales se
caracterizaron por su implementación a través de mecanismos clientelares, generalizados entre los
distintos niveles de Estado (Nación, Provincia, Municipios) y los beneficiarios.
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El primer programa de empleo fue el Plan Trabajar, con su implementación por etapas: Plan Trabajar I,
en 1995; Plan Trabajar II entre 1997 y 1998 y Plan Trabajar III entre 1998 y 1999 y el Plan de Emergencia
Laboral (PEL). Los beneficiaros debían estar desocupados, no percibir el seguro de desempleo,
jubilaciones o pensiones. Estos subsidios tenían una alcance de 3 a 6 meses y un monto de no más de
$150 (pesos ciento cincuenta) por titular del programa. Algunas provincias como Buenos Aires
lanzaron políticas que tenían características similares a los planes nacionales de empleo (Plan Barrios
Bonaerenses) durante la gobernación de Eduardo Duhalde.
Sobre la accesibilidad a estos subsidios, es claro que no respondían a una lógica universal. Frente a
más de dos millones de desocupados, no se otorgaron más de 206 mil planes en el año 1997. Por otra
parte, la condición de desocupado no necesariamente asignaba el derecho al beneficio, sino que el
acceso a los mismos estaba mediado por una política de tercerización que tanto el Estado Nacional
como los locales derivaban, por un lado, en los punteros o referentes y la estructura clientelar en los
barrios populares, y también por la pertenencia o acercamiento a las organizaciones sociales, por otro
lado.
Tabla N°2. Beneficiarios del Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. Enero 2002-Mayo 2003
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Febrero 2003 1.909.196
Marzo 2003 1.962.135
Abril 2003 1.987.977
Mayo 2003 1.922.497
Los programas de empleo funcionaron, por un lado, como mecanismo de intercambio del Estado con
los poderes políticos locales y sus punteros barriales para garantizar una cierta paz social y, por otro
lado, en los focos de negociación con los nuevos movimientos de desocupados. Estos movimientos
comenzaron a ocupar un lugar central en la trama de relaciones del Estado con este sector de la
población que difícilmente podía ser representado por los sectores tradicionales de representación
sindical o política.
El acceso a los planes de empleo a través de las organizaciones sociales, constituye también una
explicación sobre el empoderamiento de las organizaciones y movimientos de trabajadores
desocupados. Es posible ver como la asignación de estos beneficios estuvo atravesada por los
mecanismos de la política local, el clientelismo y la negociación de los movimientos. Para estos
últimos, la posibilidad de acceso a los beneficios fue también una condición de fortalecimiento y
estabilidad así como de crecimiento como referentes en la orbita barrial.
El contexto socioeconómico de los 90, que hemos caracterizado a través del deterioro del mercado de
trabajo y con el cambio en el rol del Estado, ha sido parte de las causas del surgimiento de los
llamados movimientos sociales, de desocupados, territoriales y piqueteros.
Algunos de los elementos ordenadores para entender el motivo de origen de estas nuevas formas de
organización social residen en las políticas económicas y sociales implementadas por el Estado
argentino en la década del 90: empresas públicas privatizadas, reestructuración del sector privado,
crisis de las economías regionales, deterioro de los salarios públicos y desmantelamiento de las redes
de contención y seguridad social.
También deben tenerse en cuenta que las respuestas que dio el propio Estado frente a la demanda
popular. Como pudimos ver, estas políticas de respuesta del Estado a las consecuencias de las
políticas neoliberales fueron también producto de las sugerencias de los organismos de crédito
internacional (BM y BID, entre otros), que tuvieron por objetivo la estabilidad financiera y el freno a la
acción y movilización social.
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Estos elementos, entre otros, fueron fogoneando la aparición de casos testigos de movilización social
que caracterizaron a las nuevas formas de prácticas políticas, de manifestación y representación
social, que surgen en el interior del país en la segunda mitad de la década de los 90. En un escenario
de desocupación y pobreza en pleno desarrollo, la demanda social tuvo algunas estrategias de
organización y también generó respuestas como la represión.
Como parte de este proceso, inician su presencia en el escenario social y político la vertiente piquetera
de las organizaciones de trabajadores desocupados de empresas estatales privatizadas (1996: cortes
de Plaza Huincul y Cutral-Co), puebladas del interior y las organizaciones territoriales de desocupados
en el conurbano bonaerense. El proceso comienza particularmente de la mano de los trabajadores
desocupados con arraigo sindical, y su lucha contra los efectos del proceso desindustrializador,
privatizador y de flexibilización laboral de los 90.
Para poder entender estos modelos de organización y representación política, debemos tener en
cuenta el contexto en el que se desempeñan:
Entre 1990 y 1995 se dieron una serie de manifestaciones tanto en el interior de la Argentina como en
los centros urbanos que se caracterizaron por la oposición al recorte del gasto publico, la reducción de
salarios, despidos, flexibilización laboral o el pago de deudas con bonos. Las puebladas, piquetes,
cortes de ruta, escraches, huelgas de hambre y variadas formas de manifestación social marcaron las
estrategias frente a un modelo de mercado excluyente y un tipo de estado que desestimó su
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responsabilidad social y perdió la legitimidad ante un amplio sector de las sociedad argentina. Un sin
fin de formas, modelos organizativos y estilos de demandas fueron conformando el multifacético
movimiento de trabajadores desocupados. Se trató tanto de nuevas formas de protesta y movilización
social, como de un proceso de visibilización de los desocupados como nueva categoría social de
reclamo y de derechos.
Para este movimiento el desafío fue doble: visibilizar la problemática del desocupado, darle entidad y
presencia en la agenda publica, por lo cual el corte de ruta y el piquete fueron las metodologías de
protesta que les permitieron hacer público su reclamo. Por otra parte, el desafío era convertirse en un
actor político y un modelo de organización popular válido en el escenario político y social de la
Argentina, reconstituyendo la identidad de miles de personas despojados de las condiciones del
trabajador en sentido tradicional.
5.1. El rol de los movimientos sociales: las organizaciones territoriales y las nuevas practicas
políticas. Sujetos colectivos movilizados frente a la emergencia
El proceso de organización social que se fue gestando resultó heterogéneo y complejo. Aparecen en
escena actores sociales con una identidad distinta a la de los actores políticos clásicos como la clase
trabajadora. Estos nuevos actores se constituyeron a partir de sus formas de protesta, en la ocupación
alternativa del espacio público y poniendo en agenda los temas de los sectores sociales que el modelo
neoliberal excluyó. Además del movimiento piquetero, la sociedad argentina dispuso un escenario de
múltiples actores. Cada uno de ellos hizo evidente en su protesta las falencias del Estado y su
ausencia, así como también el rol regulador del mercado en la vida social.
Los procesos organizativos que se desarrollan, fundamentalmente, a partir de la década del 90, se
pueden comprender como hechos que implican prácticas dirigidas a lograr un mejoramiento en la
calidad de vida o la reivindicación de los sectores con mayores desventajas. Estos procesos
organizativos deben ser interpretados como nuevas formas de acción política. Se trata de procesos
complejos y diversos que involucran múltiples discursos y visiones sobre la realidad, pero que, de
alguna manera y sin negar sus contradicciones y diferencias, van reconstituyendo ciertas identidades
colectivas a partir de nuevas practicas, horizontes políticos y metas sociales. “La identidad se
transforma en una categoría tanto para comprender la conformación de un sujeto social a partir de
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una subjetividad colectiva, como para reconstruir las dinámicas de los movimientos sociales donde la
subjetividad y la identidad se articulan con proyectos (una dimensión de futuro) y acción colectiva
(voluntad)”.
Este escenario marcó en los actores organizados la necesidad de crear formas nuevas de acción
colectiva, a replantear estrategias que frente a las crisis potencien formas alternativas de acción, de
relaciones y de representación que los espacios tradicionales, como partidos políticos o sindicatos, no
brindan.
Para algunas organizaciones piqueteras la reivindicación de un trabajo digno era el eje de su postura.
Para otros movimientos primó la resolución de la urgencia con la exigencia por alimentos y el acceso a
los programas sociales del Estado. Ambas posturas apuntaban a resolver las consecuencias de la
crisis. También la metodología del corte y la organización social fueron elementos compartidos por las
distintas vertientes del movimiento de trabajadores desocupados. Estas organizaciones que
configuraron su lucha en la búsqueda de la defensa y la garantía de los derechos sociales y
económicos, construyeron espacios de acción colectiva alternativa y popular vinculada al trabajo
barrial. Construyeron estrategias de trabajo cooperativo, espacios comunitarios de solución de
conflictos y demandas de las familias y vecinos, comedores y ollas populares, emprendimientos
productivos como panaderías, bloqueras y talleres textiles que permitieron el sostenimiento de las
organizaciones y sus miembros. Estas prácticas se fueron desarrollando tanto en organizaciones de
lucha y reclamo (piquete o corte de ruta como metodología) como en organizaciones de trabajo
territorial.
Estos no han sido los únicos signos de recuperación de la práctica y de participación colectiva. Fueron
muchos los ejercicios de la ciudadanía para reconfigurar un escenario que rompiera con la
fragmentación y el aislamiento que produjo el neoliberalismo. Infinitas experiencias de pequeñas
organizaciones barriales y culturales convivieron con procesos de movilización y protesta social que
tuvieron su fundamento en la extendida crisis del Estado y del mercado. Muchas de ellas tuvieron una
fuerte incidencia publica, vinculadas a luchas por la defensa de la educación pública, como el
movimiento estudiantil en oposición a la implementación de la Ley de Educación Superior o la Carpa
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Blanca de los gremios docentes, los movimientos de Derechos Humanos y los escraches a los
represores de la dictadura de la mano de HIJOS, la defensa de los derechos de niños y niñas en
situación de pobreza por el Movimiento Nacional de los chicos del Pueblo, las nuevas estrategias de
organización sindical y social como la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y la propuesta del
Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO), el desarrollo del movimiento de fábricas recuperadas y
las marchas populares en reclamo de justicia o frente a la violación de derechos por parte del Estado
(Marchas del Silencio por Maria Soledad Morales en Catamarca), entre otras. A partir de 2001/2002, se
va delineando la participación de los sectores medios urbanos como los asambleístas barriales o los
“caceroleros” que vieron confiscados sus ahorros por el sistema bancario. Muchos otros procesos
organizativos y reivindicaciones territoriales y nacionales conformaron los denominados nuevos
movimientos sociales donde se destacan las organizaciones de desocupados y la práctica piquetera.
Los mecanismos y demandas que estructuraron las movilizaciones populares, en las distintas
provincias fueron diversos y tuvieron una impronta local. Posteriormente, en los finales de los 90
tuvieron un alcance nacional. Este se vio reflejado al principio de la década con los empleados
públicos nacionales o en la situación de los jubilados afectados por el ajuste global y las
transformaciones del sistema provisional.
La crisis de las economías regionales, afectó tanto a comerciantes y pequeños empresarios, sindicatos
y partidos políticos locales como a los despedidos y desocupados. Esto constituyó un elemento
unificador que fue la expresión de las consecuencias de una economía de mercado y un Estado en
retirada, particularmente en el interior de la Argentina.
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resignificación de la lucha de actores que continuaron con sus metodologías de corte de ruta y
resistencia a las fuerzas de seguridad.
En este sentido será importante considerar, por un lado, los efectos que este proceso de movilización
popular generó entre sus protagonistas y, por otro lado, el que se propició desde los sectores del
poder político y mediático para instalar en la población en general una mirada mas bien negativa de
estos procesos de organización y reclamo popular. Para los piqueteros este desarrollo inició un camino
de construcción de una identidad no solo desde la practica que les da el nombre, sino y
fundamentalmente, en la idea de reconstruir la identidad colectiva de estos sectores que sufrieron
más brutalmente los efectos del neoliberalismo.
Como señala Maristella Svampa: “El nombre piquetero, además de atraer la atención –de los medios y
el sistema político-por su fuerza expresiva, representaba una alternativa para aquellos para los cuales
una definición, como la de desocupados, les resultaba intolerable. Especialmente, para quienes
habían sido -y aún se consideraban- trabajadores, la posibilidad de nombrarse piqueteros tuvo un
poder desestigmatizador que facilitó la inclusión de esos sectores en las organizaciones. Un nuevo
motivo de dignidad- que entonces reemplazara la perdida dignidad del trabajo- podía comenzar a
buscarse explorando y explotando la categoría de piquetero, desterrando la de ´desocupado´”.
El resultado, por otra parte, también alcanza para desandar el modelo de accesibilidad a los escasos
recursos sociales del Estado, como fueron los planes de empleo. En el marco del endurecimiento de la
metodología piquetera, muchas de las organizaciones que le fueron dando cuerpo al movimiento de
trabajadores desocupados lograron la administración de subsidios e incluso en algunos casos por
encima de los que administraban algunos municipios.
En los circuitos urbanos más importantes del país, y en particular en el Gran Buenos Aires, los
movimientos populares son el resultado de un proceso de empobrecimiento de largo plazo originado
en los 70. El incremento de la pobreza se refleja en las tomas de tierras suburbanas desde tiempos de
la dictadura y el empobrecimiento generalizado de la población desde la restauración democrática.
Otros modelos de organización social y popular se fueron gestando y adquiriendo un lugar particular
en la resolución de situaciones propias de la emergencia social, la pobreza y el desamparo de los
sectores más vulnerados por parte del Estado. Es en los barrios pobres del conurbano donde la
organización social se enmarca en los reclamos por el hambre de los vecinos o en la búsqueda de
soluciones al tema del empleo. La organización popular se sostiene en los lazos construidos por la
territorialidad por la dimensión barrial de las relaciones. Se trata de un tipo de organización que se
sustentó en redes de solidaridad, en la lucha por la tierra y la vivienda, el acceso a los servicios básicos
(asfalto, luz, agua, atención sanitaria, la escuela en el barrio) y la resolución de la urgencia de sus
integrantes.
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Estos espacios, si bien con menor relevancia política y mediática que las organizaciones surgidas en el
interior, se fueron gestando como alternativas de resolución de las crisis y emergencias. En este
sentido, comedores comunitarios, copas de leche, organizaciones de mujeres que velaban por la
solución inmediata de situaciones básicas (como la alimentación de los niños y niñas de los
asentamientos y villas populares), también fueron cumpliendo un rol de nuevos organizadores
sociales. Algunos de ellos, además de la resolución de la emergencia, fueron consolidándose como
espacios alternativos de reconstrucción social y, en los casos más desarrollados, también
desempeñaron un rol político en un contexto de fragmentación consolidándose de manera autónoma
respecto de los modelos tradicionales de acción colectiva.
Si bien este modelo de organización social surge bajo las condiciones de la cultura de la emergencia,
muchas de ellas lograron conformar una estructura organizativa, generando estrategias diversas de
negociación con el Estado local, en primera instancia municipios, estados provinciales o nacional.
6. Se viene el estallido
Luego de 10 años de gobierno de Carlos Saúl Menem, la Alianza UCR- FrePaso abrió las puertas a un
proyecto electoral basado en la lógica de la honestidad versus la corrupción, sin que su posición
minara en lo más mínimo las bases del modelo neoliberal de Estado y de mercado. Sin embargo, el
modelo dio signos inmediatos de agotamiento y el gobierno de Fernando De la Rúa se vio envuelto en
escándalos de corrupción, debilitamiento de la propia figura presidencial y del conjunto de la clase
política.
Ni la pobreza, ni las condiciones de vida de la mayor parte de la población tuvieron ningún tipo de
transformación positiva. Por el contrario, el carácter de las protestas sociales se expandió y profundizó
entre 1999 y diciembre de 2001.
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El modelo de acumulación y las respuestas estatales a las demandas del mercado no hicieron más que
atacar a los sectores medios y pobres. Y en este marco se fueron multiplicando las acciones de repudio
a las políticas de Estado y los mecanismos de protesta generalizados. Los sectores altamente
vulnerados por las políticas de mercado y la débil intervención del Estado en la garantía de derechos,
también se manifestó como un síntoma claro de la crisis de representación de los partidos políticos
tradicionales y de la desconfianza hacia “la política”.
El ajuste del gobierno nacional a los salarios y jubilaciones, el recorte a las políticas sociales y la
confiscación de ahorros del sistema bancario (el corralito), entre otros factores, desencadenaron la
reacción de la clase media. Sumado a la demanda de los sectores populares por planes sociales y por
trabajo, el 2001 fue el escenario más caliente de la protesta social. La tensión entre las protestas y
manifestaciones y la represión de las fuerzas de seguridad fue incrementándose. Se presentó entonces
un clima cada vez más complejo y asfixiante, que llevó, incluso, a la declaración del Estado de Sitio el
19 de diciembre de 2001. La protesta social durante la madrugada de ese día y la jornada del 20 de
diciembre, produjeron una de las jornadas de represión más brutales desde la recuperación
democrática. Como saldo se contabilizaron 30 muertes y la renuncia del presidente Fernando De la
Rúa.
Las protestas de diciembre de 2001 fueron el efecto condensado de sucesos (y procesos anteriores)
que pusieron en evidencia las posibilidades de movilización social e incluso, en ese momento, la
confluencia de una serie de consignas (Piquetes y cacerolas) que implicaron un punto de encuentro
entre los sectores populares y la clase media. Como resultado de este proceso se conformaron
asambleas vecinales a partir de 2002. Esta práctica se extendió, en esta coyuntura, entre los sectores
medios. Juntos, el cacerolazo y la protesta en el espacio publico, revitalizaron y re-politizaron el barrio,
la plaza y la calle, recomponiendo vínculos más cercanos como el del vecino. Esto puede entenderse
como un modo de participación política por fuera de los canales tradicionales de la política partidaria
y la lógica estatal.
La crisis institucional de fines de 2001, condujo a un proceso corto pero de intensa dinámica, en el
recambio de 5 responsables en el Ejecutivo Nacional en menos de una semana. Este proceso se cierra
con la asunción a la presidencia del entonces senador Eduardo Duhalde, período en el cual las
manifestaciones sociales y la activa presencia y acción de los movimientos sociales, asambleas y
movimientos piqueteros se mantuvieron en actividad.
En esta etapa, las políticas del gobierno se adecuaron nuevamente a los mandatos de los organismos
de crédito internacional, profundizaron la crisis y sostuvieron los índices de pobreza y desocupación.
Paulatinamente, las organizaciones de desocupados comenzaron a diferenciarse por sus estrategias y
metodologías respecto al modo de negociar y entablar relaciones con el Estado. El Movimiento de
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Trabajadores Desocupados se volvió diverso y manifestó discrepancias políticas en la lucha por el
acceso a los subsidios o la demanda por trabajo. A pesar de la implementación de políticas como el
Plan Jefes y Jefas de Hogar, como mecanismo de control de los sectores más pobres, el gobierno de
Duhalde intensificó la represión y la criminalización de la protesta con aquellas organizaciones que se
resistieron a abandonar la demanda callejera. Esta situación se hizo evidente en el proceso represivo
de la manifestación popular que tuvo su punto máximo en la masacre del Puente Pueyrredón. “El
temor a una gran represión, evocando los horrores de la pasada dictadura militar, abrió una gran
herida en las organizaciones movilizadas, que encontraría una acelerada confirmación en los
sucesivos desalojos y represiones que caracterizaron el final del gobierno provisorio de Eduardo
Duhalde (2002-2003”).
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