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La Argentina ha sufrido grandes cambios a partir de la década del noventa con la llegada del primer gobierno
menemista y con quienes lo sucedieron. Con el desarrollo del proceso de globalización y en conjunto con las medidas
neoliberales adoptadas en la década del noventa, los actores sociales inmersos en esta realidad, han cambiado las
relaciones establecidas entre ellos y con las diferentes instituciones, respondiendo de una manera particular a estos
procesos, modificando sus representaciones y acciones colectivas e individuales. Las particularidades de este período
hacen necesario dar cuenta de los cambios económicos y sus impactos en la estructura social. Por esto, la siguiente
exposición se abocará al análisis de la relación entre la clase media, los llamados “pobres” o pobres estructurales y los
“nuevos pobres”, y a su vez, en la relación que éstos establecen con el Estado. Todo esto será enmarcado en las
transformaciones en la estructura social y económica que tienen lugar en la Argentina en el período que va desde 1989
hasta el 2003.
Definiremos la clase media por “sus habilidades en el área educativa, su formación y sus conocimientos, por sus
patrones de consumo y “estilo de vida.” Entonces, se define la clase media a partir de su “identidad simbólica”, ya que
“cuenta con cierto capital, el cual puede ser tanto económico, como social y/o cultural”.
Hablaremos del impacto de los cambios económicos en la Argentina en el mercado laboral, y su consecuencia en la
transformación de las identidades laborales individuales y grupales citando la mirada de María Eugenia Longo quien
arguye que “El trabajo ha ocupado un lugar medular en el proceso de conformación de la identidad y para la integración
social, ya que los sujetos definían su lugar en la sociedad a partir de la posición ocupada en la estructura productiva (…)
Las identidades se nutrieron durante décadas de representaciones sociales en torno al trabajo que, además de
proporcionar seguridad y coherencia, se ajustaban a una realidad de crecientes beneficios laborales en una población
mayoritariamente empleada y asalariada. De ahí que el empleo asalariado haya tenido la función de fortalecimiento de
las solidaridades colectivas, como (…) una forma de ser el soporte cotidiano del vínculo social”. (Longo, 2004:200-201)
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En: Revista Electrónica de Reflexión y Análisis “La onda digital”. Nº 270. 2006.
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Luego, producto de las modificaciones legislativas y el debilitamiento de la actividad sindical, se produjo un serio
deterioro en las condiciones de trabajo y de contratación; y las sucesivas crisis económicas dieron marco para la reducción
de los salarios en la administración pública y en el sector privado.
La presencia de una gran masa de desocupados, y la inexistencia de redes de contención provistas por el Estado,
incrementaron la amenaza potencial del desempleo, contribuyendo a fortalecer el poder renegociador de las empresas
frente a los trabajadores. Esta disparidad, reforzada por el desentendimiento estatal, e incluso sindical, por parte de los
asalariados, se reflejó tanto en el nivel de remuneraciones, como en el de las condiciones de trabajo, estabilidad y
seguridad laborales.
No podemos dejar de mencionar que estos cambios, que fueron producto de luchas de distintos actores sociales,
no tuvieron las consecuencias aquí descriptas de forma inmediata, sino que se presentaron años más tarde. En un
principio, para “el hombre de la calle” fue un alivio el fin de la inflación; la estabilidad de precios tranquilizó a la sociedad
en su conjunto, particularmente los sectores medios fueron favorecidos por el inmediato retorno del crédito para el
consumo y la estabilidad de los ahorros.
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heterogeneización de la pobreza. Así, hay una gran diferencia entre los pobres estructurales y los nuevos pobres, tanto
en sus características como en sus trayectorias y adaptación a la nueva condición. Los pobres estructurales en la Argentina
son quienes tienen una historia ligada a la carencia de las necesidades y capacidades de funcionamiento consideradas
como básicas para todas las personas y para quienes es más difícil salir de dicha situación.
Particularmente, y a diferencia de la situación de los pobres estructurales, la pobreza en la cual se ve sumergida
gran parte de la clase media se trata también de la pérdida de status social, de las condiciones de integración y riesgo
social que conducen a situaciones de excusión en algunas o diversas esferas de la vida ciudadana.
En este punto es donde queremos introducir el plano simbólico de la clase media en tanto, se genera un quiebre de lazos
culturales y sociales, y se diluye el sentido de pertenencia a un colectivo que funcionaba como marco de integración social
mayoritaria. El imaginario de pertenencia a dicha clase simbolizaba la posibilidad de ascenso social, la garantía de que el
trabajo y su compensación mantenían un vínculo, la posesión de ciertos derechos, la garantía ciertos atributos educativos
y culturales, los distinguía tanto de las clases dominantes como de los ubicados en lo más bajo de la estructura social. La
clase media argentina constituyó durante mucho tiempo el punto de referencia y de cohesión de la sociedad, bien
diferenciado de los pobres estructurales o de larga data.
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de clase media. El deterioro de la educación ha tenido serias consecuencias en la estructura social de las últimas décadas,
frenando el proceso de nivelación e integración social del que eran participes y beneficiarias especialmente las clases
medias.
Desde la perspectiva de Katzman, se está viviendo un proceso de estratificación de los circuitos educativos. El
sistema educativo se ve limitado para contribuir a la integración social, a combatir la desigualdad y la pobreza ya que la
institución educativa se encuentra segmentada. Esta es una de las pocas instituciones que brindan a personas de distinto
origen social, la oportunidad de interactuar por tiempo prolongado sobre bases distintas el contrato de trabajo o al
intercambio comercial de bienes y servicios.
En este sentido, si cada sector social acude a una escuela en donde interactúa solo con personas de su mismo
sector, es claro que el sistema educativo poco puede hacer para promover la integración y evitar la marginalidad, pese a
sus esfuerzos por mejorar las oportunidades educativas de los que tienen menos recursos. Entonces, no son necesarias
condiciones de igualdad para poder acceder a la educación, sino también que, dentro de esta institución, interactúan
diferentes estratos sociales.
Las identidades.
La desestructuración en el mundo del trabajo ha traído consigo cambios en las identidades laborales individuales
y sociales. Ahora bien, tomando como referencia el trabajo de Longo citado anteriormente, queremos ver como los
actores que analizamos en el presente trabajo, es decir, la clase media, los nuevos pobres y los pobres estructurales, son
afectados por este proceso de cambio en el mundo del trabajo.
La centralidad del trabajo en la década del 90, ya no se construye como una activa participación del trabajador en
un colectivo organizado, o ni siquiera en por el establecimiento de vínculos estrechos y duraderos dentro de un espacio
específico de actividad. Y aquí es donde residen los cambios objetivos en esta esfera social.
Lo que caracteriza la esfera laboral en este momento histórico es una rotación, una movilidad y una profunda
ausencia de relaciones y de compromiso dentro del trabajo, que agrava la falta de vínculos. En cuanto al tiempo de trabajo,
la duración extensa de la jornada laboral afecta sus relaciones familiares por un lado y las posibilidades de participación
en organizaciones sociales o participación política.
Por otro lado, los vínculos dentro del trabajo pierden significatividad, lo que implica el deterioro del espacio tradicional
de identificación y reconocimiento para los sujetos.
En este sentido, el trabajo en condiciones de instabilidad, precariedad y alienación pierde importancia en su
función integradora, en la construcción de vínculos y en la generación de un “nosotros” que fortalezca su identidad a
partir de su inclusión en un determinado estatuto. Las relaciones laborales no les permiten crear un espacio de solidaridad
desde donde proyectarse y por otra parte, se pierde el sentido colectivo de la acción.
Pero este proceso no significa la desaparición del nosotros en la construcción de la identidad, sino su
transformación. Esto es así porque los individuos ya no pertenecen sólo a un grupo o a una comunidad, siendo un rasgo
de la sociedad contemporánea, la multiplicación de pertenencias. A diferencia de la sociedad tradicional, el hecho de que
el individuo viva en un lugar determinado y tenga un cierto trabajo ya no define de manera univoca su identidad. Las
personas participan simultáneamente en diferentes contextos, grupos y dimensione de la vida social y cultural y en cada
uno de los contextos viven una parte de ellos mismos, ciertas dimensiones de su personalidad y experiencia.
Las condiciones materiales de vida ya no trazan los horizontes vitales en cuyo marco cada uno de los sujetos construye su
experiencia, sino que ahora resultan mucho más significativas las condiciones simbólicas.
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Luego, con la profundización del modelo neoliberal y sus posteriores consecuencias en la caída de los ingresos, se
da una redefinición de la prestación de servicios básicos a cargo del Estado y el desarrollo de una ideología neoliberal
dirigida a legitimar el abandono que el Estado realizaba del cumplimiento de algunas de las funciones que había asumido
históricamente. El Estado perdió su capacidad redistributiva y reguladora, lo que sumado a la caída del ingreso real de
amplias capas de la población produjo un proceso de movilidad social descendente. En este sentido, podemos decir que
se está ante una “crisis del Estado”, evidenciando especialmente la crisis de las funciones del Estado encargadas de la
salud, de la educación y de la política social, en el sentido que es expuesta por Sidicaro, y lo cual impacta fuertemente a
las clases medias y a los pobres.
Abocándonos específicamente al sector social menos favorecido, esto es, a los pobres podemos decir que las
disparidades en el ingreso y en las oportunidades de consecución de un empleo, se transfieren a disparidades sociales. El
hecho de que el Estado tienda al incumplimiento de las funciones de asistencia social y prestación de servicios básicos,
hace que los más pobres se vean cada vez más desfavorecidos y se limiten las posibilidades de integración y ascenso social
de los mismos.
Teniendo en cuenta lo descrito anteriormente, podemos decir que el gobierno de Menem llevó adelante una gran
ruptura con la tradición peronista, lo cual se reflejó en varios aspectos. El peronismo en la Argentina se presentó como
una fuerza política preocupada por lograr mayor equidad social, y a raíz de sus relaciones con el sindicalismo se asoció a
la mejora de la situación social y económica de los sectores asalariados y de la población de menores recursos. El
sindicalismo por sus bases sociales, por su tradición, por los intereses de sus propias organizaciones, se hallaba asociados
al intervencionismo estatal. La apertura económica con el aumento de los índices de desocupación, la desregulación
económica, la precarización del empleo, los retrocesos del poder adquisitivo de los salarios, las privatizaciones de las
empresas públicas, y, en general todo el efecto simbólico que tenían las pérdidas de conquistas logradas durante
anteriores gestiones peronistas, generó creciente malestar social y debilitamiento de los sindicatos. (Sidicaro, 2001)
Pero a pesar de las falencias del modelo que llevó a cabo el menemismo percibidas a largo plazo, el mismo generó
adhesiones y esperanzas, anunciando la superación de viejos problemas. Un ejemplo de esto fue la convertibilidad: la
estabilidad económica combinada con la posibilidad de muchos sectores de la población, especialmente la clase media
de acceder a productos y servicios que no habían podido obtener antes. En el plano “psico-social”, que un peso sea igual
a un dólar, indujo especialmente, en parte de la clase media, una idea que ya estaba en el imaginario histórico: la de ser
iguales a los países del llamado “primer mundo”.
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sector y por ende su capacidad de difusión de normas, valores y modelos de comportamiento, sino también su peso
numérico relativo en el conjunto de la sociedad”. (Katzman, 2001).
La segmentación en el área educativa, reside en que los estudiantes pobres especialmente, ven reducidas sus
oportunidades de experimentar la pertenencia a una comunidad con iguales derechos y obligaciones, con similaridad de
problemas y recompensas en base a méritos, con sus pares de otras clases. Y por último, la segmentación que se da en
las áreas residenciales, genera un debilitamiento de los sentimientos de ciudadanía al no compartir problemas vecinales
con otras clases.