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ARGUMENTACIÓN DE LA CALIDAD

Autor: Flor Margarita Calvo Mamani

INTRODUCCIÓN

Hoy se enseña a argumentar en los colegios y las universidades ya que la

argumentación nos parece una herramienta útil para desarrollar en los estudiantes el

pensamiento crítico, la lectura analítica y las buenas conductas de diálogo. En ello radica el

bien ganado prestigio de la argumentación. Hay quienes enfatizan su función cognitiva (el

razonar correctamente) y otros su relevancia política (en una democracia las diferencias

deben –idealmente– resolverse intercambiando razones). Otros creemos que ambos elementos

son igual de importantes.

La persuasión quizás sea una de las mejores armas con las que contamos para

desenvolvernos en el mundo exitosamente. No es privativa de nadie; es un poder siempre

disponible en la medida que es adecuadamente realizado. Pensemos en una persona

vulnerable que carece de recursos económicos; esa situación desventajosa no le impedirá

conseguir, para llevar adelante un proyecto, el apoyo de terceros (quienes son libres para no

darlo) (R., 1989).

Por ello se afirma que argumentar bien empodera. Esta manera de enfocar la

argumentación permite conectarla con un objetivo fundamental de la educación: corregir las

desigualdades de origen. Por supuesto, la argumentación no tiene como único fin el

empoderamiento, pues si así fuera alguien lícitamente podría poner entre paréntesis ciertos

estándares de razonabilidad con tal de que el discurso sea efectivo.

En efecto, de su práctica también se espera el desarrollo de habilidades reflexivas y la

formación ciudadana (vivir en comunidad bajo la rúbrica de una exigencia recíproca: dar y
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pedir razones en casos de desacuerdos que buscan ser resueltos de modo razonable) (DIAZ,

2002).

Sobre lógica

¿Qué es una argumentación de calidad? Para comenzar a esbozar una respuesta,

considérese primero el enunciado “Tengo un excelente argumento ilógico”. No hace falta un

análisis semántico profundo para advertir que el enunciado es contradictorio. O bien el

argumento es excelente, o bien ilógico, pero no puede tener ambas propiedades al mismo

tiempo. ¿Qué se desprende de esta contradicción? Que una argumentación de calidad debe,

mínimamente, cumplir con el criterio de corrección lógico (Arenas Dolz, 2010, págs. 29-48).

Si bien en el detalle los sistemas lógicos deductivos y no-deductivos ofrecen diversos

criterios de corrección, se puede decir que en conjunto estos exigen el cumplimiento de tres

condiciones. Primero, los enunciados que conforman una argumentación deben ser

consistentes. Es decir, es necesario que tanto los predicados que se atribuyen a un referente

en cada una de las premisas de un argumento, como el conjunto de premisas que conforman

el argumento, sean consistentes entre sí.

El criterio lógico está inscrito en nuestro lenguaje por buenas razones. La lógica es

una herramienta útil para orientarnos en el mundo y para tomar mejores decisiones. La lógica

se puede utilizar, por ejemplo, para evaluar la solidez de uno de los principales argumentos

del gobierno de Obama para intervenir en Siria: ‘Si EE.UU. no interviene Siria es muy

probable que Bashar al-Asad vuelva a usar armas químicas.’ El tipo de inferencia que

subyace a esta argumentación se conoce como “inferencia pragmática”.

La lógica es necesaria para la evaluación de un argumento, qué duda cabe. Pero esto

no quiere decir que sea suficiente. La lógica es de hecho insuficiente en al menos dos

sentidos. En primer lugar, nada dice acerca de la aceptabilidad de las premisas (excepto
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cuando se trata de una premisa contradictoria: una premisa contradictoria es, por definición,

falsa en toda circunstancia).

Sobre retórica

Si la lógica es insuficiente, ¿qué otro criterio habría que considerar en la evaluación

de un argumento? Respuesta: su efectividad. Considérese el enunciado: “Tengo un excelente

argumento que no convencerá a quien quiero convencer”. Que el enunciado nos parezca

absurdo se debe a que una argumentación de calidad debe ser persuasiva en términos

reales, empíricos, y no puramente razonable; no se trata de que un argumento sea sólo

potencialmente persuasivo, no basta que sea sólo un “buen candidato” para persuadir. ¿Cómo

explicar esta exigencia de efectividad? (Arenas Dolz, 2010)

Argumentar es una acción que no se reduce a hacer buenas inferencias pues se trata de

una acción comunicativa que tiene un fin claro, que busca cumplir una expectativa: hay un

otro a quien nos proponemos persuadir. Puede tratarse de un otro real, por ejemplo los

participantes de una reunión de trabajo ante quienes expondré, o de un otro posible, los

lectores –que no conozco, pero que puedo perfectamente imaginar– que tendrá aquella

columna de opinión que escribiré. Podría discutirse si es éste el único fin. Quien argumenta

ante un otro para mostrarle que sabe pensar lógicamente, que es inteligente, se sirve de la

acción de argumentar, pero su fin es distinto. De hecho podría prescindir de tal acción y

mostrar simplemente los satisfactorios resultados de un test de CI. Si no es el único fin, al

menos es el más relevante, y en ello radica la natural exigencia de la efectividad.

Hay quienes defienden una posición radical que dice que la efectividad es el único

criterio de calidad. Esto sin duda vale para situaciones excepcionalísimas, como el diálogo

urgente con alguien que amenaza suicidarse tirándose desde lo alto de un edificio y se le debe

persuadir rápidamente para que desista. Que el discurso del negociador posea una falla lógica
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estructural es irrelevante para el caso. La “vía racional” debería desecharse en la medida que

no están dadas las condiciones mínimas para llevar adelante un diálogo razonable. Cabe

imaginar que alguien en un estado de suma desesperación no le hará ninguna concesión al

negociador y por lo tanto no tendría sentido dirigir la conversación por ese cauce. Pero

nuestra vida en comunidad corre por carriles muy distintos y es esto lo que en el fondo debe

importarnos cuando nos preguntamos sobre el lugar que debe tener la argumentación en la

sociedad y a partir de eso diseñar un programa educativo.

Sobre dialéctica

Se ha dicho hasta ahora que una argumentación de calidad es aquella que, además de

cumplir con determinados estándares lógicos, es también efectiva. Cabe preguntarse, sin

embargo, si son estos criterios, el lógico y el retórico, suficientes para una argumentación de

calidad (DIAZ, 2002).

Una manera de averiguarlo es preguntándonos si la retórica es capaz de resolver los

problemas que, según dijimos, la lógica no puede solucionar. Para ello debemos examinar si:

(i) el criterio retórico de la efectividad es suficiente para evaluar el contenido proposicional

de una argumentación; y (ii) el criterio retórico es suficiente para evaluar la calidad del

proceso comunicativo que la subyace. Nuestra posición es que la retórica no es suficiente y

que es necesario incluir un tercer criterio de calidad que, siguiendo la tradición, llamaremos

“dialéctico”.

La falacia de modificar el punto de la vista de la contraparte, a la que se refiere el

enunciado, es conocida como la falacia del “hombre de paja”. Puede sin duda ser muy

efectiva si aquel con quien dialogamos de pronto se ve en el trance de tener que justificar un

punto de vista más radical del que planteó y no encuentra argumentos para defenderlo (y con

ello desiste de su posición inicial). Un ejemplo: alguien plantea que “La actual legislación
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sobre drogas debería revisarse” y nosotros objetamos con razones un punto de vista que él no

ha dicho ni ha implicado: “Corresponde legalizar las drogas duras”.

CONCLUSIONES

Mediante el examen de este grupo de enunciados contradictorios podemos concluir

que una argumentación será de calidad si cumple con los requerimientos del ámbito de la

lógica, la retórica y la dialéctica, todos ellos necesarios pero ninguno suficiente de manera

aislada. El primero consiste en sacar conclusiones adecuadas a partir de premisas que

presuponemos aceptables, el segundo en que la argumentación esgrimida debe efectivamente

cumplir con su objetivo fundamental el cual es persuadir a la audiencia a la que se dirige y el

tercero en que el argumentador debe observar una conducta razonable al dialogar, por

ejemplo atenerse al tema puntual que está en discusión y hacerse cargo de las críticas de la

contraparte. Quedan fuera los saltos inferenciales y eso que podríamos llamar las “falacias

persuasivas”. El convencimiento de la contraparte ha de conseguirse en virtud del mérito de

la fuerza argumentativa de las razones esgrimidas.

Decíamos en la introducción que la argumentación no tiene como fin único el

empoderamiento. Si sólo fuera éste, entonces el criterio de la efectividad podría imponerse

como el único digno de ser enseñado. Nos parece que la calidad argumentativa entendida en

un sentido naturalista establece que la efectividad no puede conseguirse a costa de la

razonabilidad. Al argumentar ante otros buscamos siempre la adhesión de una audiencia, pero

una adhesión “ciega”, irreflexiva, nos parece insuficiente. En la práctica, esto significa que,

en una discusión puntual, deberíamos evitar ofrecer un argumento lógicamente incorrecto

pese a que podría ser de gran efectividad, y buscar otro argumento que sea no sólo efectivo

sino también lógico. Este “límite” al empoderamiento obedece a un cierto ideal político: es

deseable que en nuestro vivir en comunidad administremos razonablemente los conflictos.


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Así, si la tarea pedagógica de enseñar argumentación tiene como función prioritaria

mejorar su nivel, entonces un programa de estudio debería cubrir estos tres dominios de

manera integrada.

BIBLIOGRAFÍA

Arenas Dolz, F. y. (2010). “Retórica deliberativa y racionalidad práctica. La rehabilitación


de la argumentación pública en la vida política”. Revista Española de Ciencia
Política. .
DIAZ, A. (2002). La Argumentacion escrita. Medellin: Universidad de antioquia 2° edicion.
R., A. (1989). Teoria de la Argumentacion. Madrid: Centro de Estudios.

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