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Una de las grandes cuestiones de la filosofía es la de si el ser humano nace bueno y

luego se hace malo o algo de maldad ya nace con nosotros. Y hay diversas posturas,
un tanto enfrentadas, pero antes deberíamos preguntarnos qué es eso de la naturaleza
humana. ¿Alguien la ha visto? Sabemos muy poco de ella, o mejor, nada. A veces
escuchamos que algo es “antinatural”, la homosexualidad, por ejemplo. Pero para
poder saber cuál es la verdadera naturaleza humana tendríamos que encontrarnos con
un ser humano en estado de naturaleza, un ser precivilizado, y eso no es posible
porque el ser humano es un ser social. Es cierto que en la historia de la filosofía
algunos han formulado hipótesis sobre cómo era ese ser humano salvaje o no
civilizado. Existen dos posturas opuestas.

Antes de plantearnos si el ser humano es bueno o malo por naturaleza deberíamos


preguntarnos qué es eso de la naturaleza humana. ¿Alguien la ha visto? Sabemos muy
poco de ella. O nada

Hobbes vs Rousseau

Casi lo único que compartían era pertenecer a la corriente contractualista, pero sus
respuestas ante la naturaleza humana eran completamente antagónicas. Hobbes –
inglés, siglo XVII– afirma que, en aquel supuesto estado de naturaleza, “el hombre es
un lobo para el hombre” y que en ese estado precivilizado lo que impera es la guerra de
todos contra todos. ¿Por qué? Porque el ser humano es agresivo y egoísta: si quiero
una manzana y tú la tienes, yo te la voy a quitar. No hay ley, ni hay límites que lo
impidan, de modo que si para lo de la manzana te tengo que matar, te mato.

Para Hobbes, el ser humano es malo por naturaleza, de modo que para poder convivir
se necesita un poder absoluto, una ley autoritaria que controle el impulso agresivo que
surge de la motivación egoísta de todos seres.

Rousseau –suizo-francés, siglo XVIII, precursor del movimiento prerromántico–


defiende que el estado de naturaleza lo pueblan buenos salvajes, que el ser humano es
bueno y empático, porque si uno de esos salvajes ve a otro sufriendo, siente una
inclinación natural a auxiliar. Entonces, ¿qué es lo que hace malo al ser humano? Lo
que hace al hombre malo, lo que despierta su agresividad es el momento en que el
primero dijo “esto es mío”, la propiedad. Porque si esto es mío, otro puede decir, “pero
yo también lo quiero” y así aparecen la competencia, la envidia y la agresividad.

Un poco de consenso: Freud y Fromm

Ante dos posiciones tan enfrentadas, una respuesta más consensuada es la que dice
que la naturaleza humana contiene la potencia o facultad tanto de ser bueno como
malo. Lo sabemos porque somos capaces de hacer tanto el bien como el mal. ¿De qué
depende? Freud ofrece una respuesta y dice que el ser humano está dirigido por dos
instintos básicos, eros y tánatos: amor y muerte u odio. Lo que hacemos estaría
determinado o motivado por cualquiera de los dos instintos. ¿Cuál tiene más poder en
determinado momento? Lo que en la práctica se traduce en: ¿mato o no mato, pego o
no? ¿Qué impulso prima?

Hobbes defendía que el ser humano es malo por naturaleza; Rousseau, lo contrario.
Una respuesta más consensuada es la que afirma que la naturaleza humana contiene
la potencia o facultad tanto de ser bueno como malo

Freud reconoce ambos impulsos como constitutivos. Necesito ambos. ¿En serio? ¿Por
qué iba a necesitar el odio o destruir? Para construir. Se necesita una destrucción
constructiva en términos sociales, incluso individuales. Un artista destruye un prejuicio
cuando crea una obra, así como una nueva teoría destruye otra. Pero sin ponernos tan
abstractos, cuando comemos también estamos destruyendo. La violencia es una parte
constitutiva de la naturaleza humana, fundamental para defendernos y seguir viviendo.

Erich Fromm, autor de libros como El arte de mar o Ser y tener, desde otro punto de
vista también ofrece una respuesta aglutinadora. En El corazón del hombre plantea
que, en realidad, no existe una condición humana natural, no se puede decir que el
hombre es bueno o malo, sino que existe un conflicto humano existencial: por un lado,
somos animales con instintos, pero a diferencia de ellos, nuestros instintos no son
suficientes para la supervivencia. En cierto modo, resulta que somos los animales más
vulnerables. Por eso nos organizamos en comunidades que nos dan protección,
seguridad.
Para poder formar esas sociedades echamos mano de nuestro aspecto racional:
llegamos a acuerdos y consensos porque sabemos muchas cosas, nos conocemos a
nosotros mismos y a los otros, y sabemos que entre todos surgirán conflictos. Además,
sabemos que hay pasado, que existe un futuro donde me proyecto y sabemos también
que vamos a morir. El perro y la hormiga no saben nada de eso, no sienten el conflicto,
se sienten parte de la naturaleza y responden a sus leyes y nada más, sin pensar.
Nosotros sí valoramos, “esto es bueno o malo”, y según Fromm, ese aspecto racional
es el que nos hace sentirnos separados de la naturaleza, no comulgamos de forma
total con ella como lo hacen el caballo o el gato… Fromm hace hincapié en ese
conflicto y frente a él plantea dos posturas:

Recuperar la unidad primordial, sentirnos uno con la naturaleza… Tema que, por cierto,
ya trató Platón en El Banquete. Esta opción constituiría una regresión porque significa
que los impulsos toman las riendas, las pasiones mandan en esa búsqueda de la
unidad primordial. Es una búsqueda que en vez de humanizarnos nos devuelve a un
estado animal.

Progresión sería controlar los impulsos que nos deshumanizan avanzando hacia una
auténtica humanidad, y siempre teniendo en cuenta que nadie es bueno o malo y
menos de forma permanente, sino que hacemos cosas buenas y malas. Son las
decisiones las que nos ponen a prueba, de modo que, al optar, lo hacemos por aquello
que nos humaniza o no, por la progresión o la regresión.

Spinoza decía “para moralizar basta con no comprender”, todo lo contrario a


Aristóteles, que nos enseñó a categorizar de forma binaria, en blanco o negro, una
forma que puede ser útil en según qué casos, pero resulta muy limitada para dar
cuenta de la realidad, y más de la compleja realidad del ser humano.

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