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Rousseau
Thomas Hobbes
Casi lo único que compartían era pertenecer a la corriente contractualista, pero sus
respuestas ante la naturaleza humana eran completamente antagónicas. Hobbes –
inglés, siglo XVII– afirma que, en aquel supuesto estado de naturaleza, “el hombre es
un lobo para el hombre” y que en ese estado precivilizado lo que impera es la guerra
de todos contra todos. ¿Por qué? Porque el ser humano es agresivo y egoísta: si
quiero una manzana y tú la tienes, yo te la voy a quitar. No hay ley, ni hay límites que
lo impidan, de modo que si para lo de la manzana te tengo que matar, te mato.
Para Hobbes, el ser humano es malo por naturaleza, de modo que para poder
convivir se necesita un poder absoluto, una ley autoritaria que controle el impulso
agresivo que surge de la motivación egoísta de todos seres.
Sigmund Freud
Ante dos posiciones tan enfrentadas, una respuesta más consensuada es la que dice que la
naturaleza humana contiene la potencia o facultad tanto de ser bueno como malo. Lo
sabemos porque somos capaces de hacer tanto el bien como el mal. ¿De qué depende? Freud
ofrece una respuesta y dice que el ser humano está dirigido por dos instintos básicos, eros y
tánatos: amor y muerte u odio. Lo que hacemos estaría determinado o motivado por
cualquiera de los dos instintos. ¿Cuál tiene más poder en determinado momento? Lo que en la
práctica se traduce en: ¿mato o no mato, pego o no? ¿Qué impulso prima?
Freud reconoce ambos impulsos como constitutivos. Necesito ambos. ¿En serio? ¿Por qué iba
a necesitar el odio o destruir? Para construir. Se necesita una destrucción constructiva en
términos sociales, incluso individuales. Un artista destruye un prejuicio cuando crea una obra,
así como una nueva teoría destruye otra. Pero sin ponernos tan abstractos, cuando comemos
también estamos destruyendo. La violencia es una parte constitutiva de la naturaleza
humana, fundamental para defendernos y seguir viviendo.