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Es autor de libros que han tenido gran influencia. Entre otros títulos se pueden
recordar: El lenguaje olvidado, El miedo a la libertad, Psicoanálisis y religión, El arte
de amar y ¿Tener o ser?.
I. CONTENIDO DE LA OBRA
Fromm recoge la tesis de los psiquiatras y sociólogos que se niegan a admitir que
toda una sociedad pueda estar psíquicamente enferma; para ellos, los problemas serían
siempre del individuo y su solución pasaría, por consiguiente, a través de la adaptación
personal a la sociedad en la que se vive. La sociedad concluyen estos es la que es: si uno
se adapta a ella, es psicológicamente sano; si no, sufrirá terriblemente y se convertirá en
un desequilibrado. Fromm critica esta concepción como absolutamente errónea, y
recuerda que ya Spinoza planteó el problema de la existencia de una deficiencia social.
Según Fromm, existe una naturaleza humana, común a todo hombre, con una dimensión
social, cuyos valores fundamentales han sido dados a conocer por hombres sabios de
todos los tiempos, a partir de los albores de la Humanidad.
Todo esto, sin embargo, crea una dicotomía: el hombre no puede librarse de la
razón aunque le gustaría hacerlo, y se ve obligado a luchar, a superarse, a temer, a
confiar. Este desequilibrio originario se ve agudizado por la conciencia de la muerte: el
hombre desea la inmortalidad, pero conoce que ha de morir; tiene arranques divinos y
ramalazos animales: "La vida toda del individuo no es otra cosa que el proceso de darse
nacimiento a sí mismo; realmente, hemos nacido plenamente cuando morimos, aunque
es destino trágico de la mayor parte de los individuos morir antes de haber nacido" (p.
29). Para Fromm, es una gran desgracia no tomar conciencia de esta situación e intentar
evitarla, pues los problemas permanecen y se hacen patológicos. Una sociedad está sana
—concluye— si responde a las justas necesidades del hombre; está enferma, si intenta
engañar al hombre con respuestas insuficientes. Con el fin de demostrar esta tesis, pasa
revista a las cinco necesidades básicas de la existencia humana.
El amor es, para Fromm, un ejemplo de lo que llama orientación productiva. Tal
orientación se da también cuando la razón comprende adecuadamente el mundo, cuando
el trabajo, sobre todo el del artista y el del artesano, deja sitio para una acción personal.
Así ocurre también con los sentimientos como el amor, que une sin confundir. En la
experiencia amorosa se realiza la paradoja de que dos se convierten en uno, sin dejar al
mismo tiempo, de ser dos. El amor entendido de este modo jamás se cierra en sí mismo,
como en cambio ocurre en el narcisismo: "Si puedo decir te amo, digo amo en ti a toda
la humanidad y a todo lo que vive, amo en ti también a mí mismo. En este sentido, el
amor de sí mismo es lo contrario del egoísmo" (p. 34).
Fromm critica a Freud porque éste considera la relación del hijo con la madre
como si fuera siempre incestuosa, mientras aprueba la tesis de Bachofen sobre la
necesidad de un justo equilibrio entre la influencia materna y la paterna. La unión
armónica de esos dos influjos fue, según Fromm, un elemento decisivo para el
desarrollo de la Iglesia Católica, pues a la idea de un Dios, padre, se añadía la de María,
madre: "Las masas, oprimidas por autoridades patriarcales, podían recurrir a la madre
amorosa, que las consolaría e intercedería por ellas" (p. 53). Fue, en cambio, el
protestantismo quien trajo a Europa el espíritu exclusivamente patriarcal del Antiguo
Testamento. El hombre se encontró de nuevo ante un Dios severo y riguroso; los
príncipes y los Estados se convirtieron en omnipotentes por designio divino, dando así
origen al individualismo y al pensamiento racional. Para Fromm, el individualismo es la
raíz del totalitarismo que ha prevalecido en la primera mitad de nuestro siglo: "Como
las grandes revoluciones europeas de los siglos XVII y XVIII no consiguieron
transformar la libertad de en libertad para, el nacionalismo y el culto del Estado se
convirtieron en síntomas de una regresión a la fijación incestuosa" (p. 56).
En este capítulo, Fromm vuelve a su tesis de fondo: existe una naturaleza humana
que se realiza en la sociedad; por eso, la estructura social puede condicionar la
maduración de la persona y producir en ella resultados patológicos. Contra la tesis
freudiana de la libido como origen de todas las acciones humanas, Fromm defiende la
especificidad del comportamiento del ser humano. Ciertamente —añade— cuando el
hombre, que tiene necesidades animales por satisfacer, debe renunciar a alguna de esas
exigencias básicas para relacionarse con los demás, corre el riesgo de caer en la neurosis
o en la locura. Sólo cuando la persona es capaz de entrar en relación con los demás a
través del amor, se siente una con ellos al mismo tiempo que conserva su propia
identidad: en este difícil equilibrio, concluye, se encuentra la fuente de la salud psíquica.
A. El carácter social.
Fromm acepta la idea, defendida también por el capitalismo, de que los hombres
están para trabajar al servicio de la sociedad; pero según él hay muchas formas de
colaboración distintas de las basadas exclusivamente en el beneficio, como la
cooperación recíproca fundada en el amor, en el espíritu de servicio o en vínculos
naturales. La cuestión de la autoridad es marginal para Fromm, el poder puede utilizarse
para explotar y someter, o para servir, como ocurre en la relación de un maestro con sus
discípulos, que es absolutamente distinta de la relación existente entre un amo y sus
esclavos.
Aunque en conjunto Fromm realiza un juicio positivo de los movimientos
reformadores del siglo XIX, considera que estos no han logrado salvar al hombre de las
neurosis creadas por el sistema capitalista. Estos movimientos, que partían de la
necesidad de suprimir la explotación del obrero y de abolir o disminuir la autoridad, han
conseguido, según él, importantes resultados: en poco más de medio siglo la situación
ha cambiado a favor de los obreros, y la autoridad ha disminuido mucho más de lo que
un utópico del siglo pasado hubiese soñado. A pesar de todo, añade, el hombre no está
más sano que entonces: ya no corremos el riesgo de convertirnos en esclavos; pero sí,
en robots.
3) La sociedad en el siglo XX
Así pues, según Fromm, el hombre verdadero debe sufrir hasta que pueda decir soy
yo; el hombre alienado, por el contrario, intenta ser lo más parecido a los demás para
sentirse aceptado. Pero el temor a no resistir el reto está llenando a la sociedad de un
sentimiento de ansiedad mucho más intenso que el antiguo sentimiento de pecado: "Si la
edad contemporánea ha sido llamada con razón la época de la ansiedad, se debe
primordialmente a esta ansiedad engendrada por la falta de sentimiento del yo. En la
medida en que yo soy como usted me desea, yo no soy; estoy angustiado, dependo de la
aprobación de los demás, procuro constantemente agradar. La persona enajenada se
siente inferior siempre que se cree en desacuerdo con los demás" (p. 172). De este
modo, vienen deformados conceptos básicos como felicidad y afecto: todos deben de
ser felices, pero esa afirmación es más una condena que verdadera felicidad. La
felicidad no es un simple placer y conoce el esfuerzo del crecimiento; se opone a la
tristeza y a la depresión, no a la fatiga, a la seriedad y a la lucha.
Según Fromm, no todos aquellos que han visto y previsto la alienación en nuestra
sociedad, se han resignado a lo inevitable de esa situación: muchos han propuesto una
alternativa. Cualquiera que fuera su propuesta, todos se basaban en un concepto
religioso-humanista del hombre y de la historia. De hecho, su fervor era ya una religión,
aunque la mayoría luchaban contra una iglesia institucional.
Antes de exponer la propuesta socialista, Fromm analiza las dos grandes idolatrías
autoritarias —el nazismo y el comunismo estalinista— que con pretensiones de salvar la
sociedad produjeron muchas y graves heridas en el hombre, porque "la fe en
la humanidad sin fe en el hombre o es insincera o, si es sincera, lleva a los mismos
resultados que vemos en la historia trágica de la Inquisición, en el terror de Robespierre
y en la dictadura de Lenin" (pp. 199-200). Respecto a la postura de Lenin, Fromm hace
notar que sus limitaciones fueron señaladas por algunos humanistas, como Rosa
Luxemburg, quien advertía la necesidad de hacer una elección entre dos concepciones
opuestas: democracia o burocracia. El desarrollo de los acontecimientos en Rusia
mostró, observa Fromm, cuán acertada era su previsión.
Una respuesta de signo contrario vino de algunos industriales más perspicaces, que
se daban cuenta de las condiciones de alienación de sus empleados. Las propuestas
oscilaron entre la compensación económica para los que hicieran más méritos, la
participación en los beneficios, y la mayor consideración de sus capacidades personales.
La simpatía del autor se dirige, sin embargo, hacia las propuestas socialistas. Es
consciente de las connotaciones negativas de la palabrasocialismo, pues en la época en
que escribe se confunde con el comunismo y sus aberraciones. Al mismo tiempo se
duele de cómo las ideas socialistas, incluidas las de Marx, sean tan sólo objeto de
retórica y no sean estudiadas con profundidad.
Junto a estos aspectos positivos del marxismo, Fromm señala algunos errores de
Marx. El principal es posponer la descentralización del Estado a la revolución del
proletariado, pues esto ha justificado el centralismo ruso, y el comunismo en general.
Otro error consiste en creer que toda emancipación es de tipo económico; los demás
cambios surgirían como consecuencia de ésta. Pero esa misma prioridad ha traído
consigo otra negativa, la de la política social. En definitiva, concluye, Marx ha sido un
simplificador: no conocía bien la complejidad del tejido social ni los entresijos del alma
humana, con pasiones a veces más fuertes que la pura necesidad económica; pensando
que todo se arreglaría una vez rotas las cadenas económicas, no se daba cuenta de que a
veces las cadenas son queridas por el que las lleva, por un deseo de seguridad que es
más fuerte que cualquier tipo de necesidad económica.
Fromm tampoco ahorra sus críticas contra el socialismo occidental, que ha perdido
gran parte de su carga humanitaria: busca solamente salarios más altos y seguridad en el
trabajo, sin aquella carga mesiánica y humanista de sus profetas del siglo pasado.
Para ver dónde surge el conflicto entre el hombre y la sociedad, es necesario tener
el cuadro de una sociedad sana. Para Fromm, la sociedad es sana cuando el hombre es
considerado fin y no medio y, sobre todo, cuando cada individuo se considera fin a sí
mismo, y no un medio para los fines de otro. En definitiva, una sociedad sana es aquella
en que el hombre es el centro, y todas las actividades políticas y económicas están
subordinadas a su desarrollo; es aquella en que el narcisismo, el deseo de poseer, de
explotación... no son usados para el provecho personal o para aumentar el propio
prestigio. Fromm busca una sociedad en la que se intente resolver juntamente los
problemas personales y los sociales, y en donde la relaciones con nuestros semejantes
no sean separadas de las relaciones personales. Hace falta, además, un trabajo
humanizado que permita al hombre comprender el contexto laboral y participar activa y
responsablemente en las decisiones que se refieran al trabajo y, más en general, a la
sociedad, sintiéndose así capaz de gobernar la propia vida.
A. La transformación económica
B. La transformación política
Para curar los males que aquejan al sistema democrático, Fromm sugiere la idea de
formar pequeños núcleos de unas quinientas personas, que puedan reunirse
periódicamente para tomar decisiones. Estos grupos nombrarían una serie de
representantes para aquellos pocos problemas que deban ser resueltos más arriba. Pocos,
porque en lo que se refiere a la enseñanza elemental y a muchos trabajos es mejor
organizarse en pequeños grupos. También los problemas económicos y políticos de la
nación deberían ser votados en estos grupos, que serían como la cámara de los comunes
respecto al senado.
C. La transformación cultural
Otro elemento importante de la vida social del hombre se encuentra en los ritos.
Nuestra cultura, caracterizada por el consumismo y por la pasividad, los rechaza porque
el rito supone participación y actividad: "¿Qué esperamos de nuestra generación joven?
¿Qué pueden hacer cuando no tienen oportunidades para desarrollar actividades
artísticas significativas, compartidas? ¿Qué otra cosa pueden hacer sino refugiarse en la
bebida, en los sueños del cine, en el delito, la neurosis, la locura? ¿De qué sirve no tener
casi analfabetos, tener la educación superior más amplia que haya existido en cualquier
tiempo, si no tenemos una expresión colectiva de la totalidad de nuestras
personalidades, ni un arte ni un ritual comunes?" (p. 287). Para Fromm, una aldea
primitiva con sus ritos está mentalmente más sana y también más desarrollada incluso
estando formada por analfabetos, que esta república nuestra, compuesta por
consumidores y radioyentes. Ninguna sociedad sana puede construirse usando
exclusivamente la razón instrumental y respondiendo a la demanda de cultura
con comics, fanatismo deportivo y novelas policíacas.
Fromm enumera los diversos intentos, a partir de la Revolución Francesa, para
hacer revivir los rituales colectivos. Cualquier patriotismo tiene algún rito, pero —añade
— ninguno de ellos ha alcanzado la importancia que han tenido los ya perdidos rituales
religiosos. Reconoce la pobreza de esas tentativas y el hecho de que los rituales no
puedan ser producidos artificialmente; pero confía en que, si se reconoce la necesidad
de rituales como algo característico de la naturaleza humana, aparecerán nuevos talentos
capaces de suscitar respuestas colectivas.
D. Sumario-conclusión
Las obras de Fromm han recibido abundantes críticas desde las diversas disciplinas
relacionadas con sus escritos (sociología, psicología, antropología, religión) y desde
distintos enfoques políticos (liberalismo, marxismo, socialismo, etc.). La profusión de
críticas revela, por lo menos, que dichos escritos han suscitado un enorme interés, tanto
en el hombre de la calle como en ambientes intelectuales, desencadenando numerosas
polémicas.
Dos son los puntos por los que esta obra ocupa un lugar destacado en la producción
de Fromm:
Aunque Fromm no teoriza sobre el método capaz de darnos la clave para resolver
los problemas políticos, sociales y psicológicos, parece estar convencido de la
existencia de ese método. La manifestación más clara de este convencimiento se aprecia
en el modo en que Fromm analiza una cuestión tan compleja como es la de la evolución
histórica de la Humanidad.
¿De dónde deriva la idea de un proceso supeditado a la libertad? Parece que existe
un proceso con las características señaladas por Fromm: el proceso de madurez
psicológica del hombre. En efecto, este proceso contiene a la vez las dos características
mencionadas anteriormente: está orientado hacia una meta, pero esta no se alcanza sin
hacer uso de la libertad.
Basta tener en cuenta la identidad o, por lo menos, semejanza entre los dos tipos de
procesos histórico-evolutivo y psicológico para concluir que el método utilizado por
Fromm es de carácter psicológico: sólo el análisis de la evolución de la psique humana
conduce al establecimiento de esas tres fases.
Parece claro que, para Fromm, la causa de la difusión del protestantismo se debe
buscar en última instancia en el cambio de estructura social, causado a su vez por el
cambio económico, pero a través de la patología psicológica. Los cambios sociales
influyen, pues, en los cambios culturales, en la medida en que suponen el nacimiento y
estabilización de una nueva ideología; a su vez, la nueva ideología tiende a intensificar
los cambios sociales que le han dado origen.
Es indudable que, como sostiene Fromm, los cambios económicos influyen en los
cambios sociales, pero no lo es menos que los cambios sociales influyen en los cambios
económicos; algo análogo debe decirse también respecto a la interrelación entre
cambios culturales y cambios psicológicos, y entre cambios culturales y cambios
sociales o entre cambios psicológicos y cambios sociales. En definitiva no es posible
señalar una causa única, a partir de la cual se producen los diferentes cambios, sino sólo
factores entre los que se da una interrelación. De ahí que no se pueda afirmar, como
hace Fromm, que el cambio psicológico tenga simplemente una función de mediación
entre el cambio social (la causa) y el cambio cultural (el efecto); sino que los tres
cambios pueden actuar como causa o como efecto, según las circunstancias. Considerar
que uno de los factores actúa siempre como causa conduce a forzar el análisis del
fenómeno, produciendo interpretaciones que se oponen entre sí y que, además, son
difícilmente verificables. Así frente a la explicación de Fromm que parte del factor
económico, la de A. Green parte del factor cultural: «luteranismo y calvinismo
condujeron a la libertad religiosa, que fue acompañada por un nuevo sentimiento de
impotencia y ansiedad» (Sociological analysis of Horney and Fromm, «The american
journal of Sociology», LI, 6, 1946, pp. 533-40). Por otro lado, afirmar que el
capitalismo es la causa de la difusión de la Reforma, a través del individuo aislado y
corroído por la duda, y que, a su vez, el protestantismo favorece la difusión del
capitalismo, no parece explicar por qué el capitalismo se ha difundido también en los
países católicos e, incluso, en países no cristianos.
Fromm llega a esta conclusión tras haber analizado críticamente los dos sistemas
socio-económicos de mayor influjo y extensión: el capitalismo y el comunismo. Las
lacras denunciadas por Fromm son reales: el capitalismo radical favorece el egoísmo
humano, la insolidaridad, la competitividad despiadada; y el comunismo, la falta de
libertad, la represión violenta. Los dos sistemas, a pesar de los rasgos diferenciadores,
coinciden en ser profundamente inhumanos. Frente a ellos, el socialismo comunitario se
presenta como la superación de los aspectos negativos anteriormente señalados: en
contra del capitalismo, el socialismo exige vencer el falso egoísmo (egoísmo malo, en
palabras de Fromm), abrirse a los problemas de los demás y preocuparse de su felicidad;
en contra del comunismo, exige renunciar al proceso de centralización dando autonomía
a los grupos intermedios, y dejar a un lado la fuerza para crear la nueva sociedad con la
fuerza de la razón.
Las críticas que Fromm realiza son bastante acertadas, si bien el enfoque adoptado
es fundamentalmente marxista. Según Fromm, el capitalismo parte de una premisa que
aparentemente es la misma del socialismo: la atención del Estado debe centrarse en la
persona humana y en el derecho de ésta al autodesarrollo, pero —añade enseguida— se
aprecia la auténtica meta de estas nuevas ideas: el aumento de la productividad a través
de la competición. La crítica que hace del comunismo es también la de ser un sistema
inhumano, en el que se explota al hombre, se lo somete con el terror o se lo destruye.
Pero, mientras el capitalismo es un sistema radicalmente corrompido, en tanto que
pretende la explotación del hombre por el hombre, el comunismo es sólo una corrupción
de buenos principios: los principios del socialismo. La distinta valoración de
capitalismo y comunismo no se realiza, por tanto, atendiendo al sistema en sí mismo,
sino al punto de partida: una falsa preocupación en el hombre, en el primer caso; una
preocupación real pero mal realizada, en el segundo.
Fromm por supuesto no aceptaría esta crítica porque, para él, Dios no es un ser
personal, sino solamente la idea de padre que, en lugar de ser interiorizada por el
hombre es colocada en un ser irreal, creado por el hombre mismo. Por eso es coherente
cuando, contra el ateísmo militante, Fromm defiende algunas religiones, como la judía y
la católica, por el alto valor humano que tienen, y lo es igualmente, cuando considera
que en una sociedad futura, en la que el individuo consiga interiorizar la figura del padre
y de la madre, la religión desaparecerá por carecer de sentido.
El problema es que, si Dios no existe, se debería intentar fundar de algún modo los
valores que según Fromm posee y promueve el socialismo comunitario. Ciertamente es
posible hablar de valores humanos como el amor, la fraternidad universal, la
colaboración, pero ¿por qué motivo no son también valores la competitividad, el deseo
de triunfar, etc.? Fromm acepta pacíficamente que hay una serie de valores humanos,
reconocidos como tales por la mayor parte de las religiones. No se toma la molestia de
examinar por qué son valores, ni si la concepción del hombre que aparece en las
religiones es escindible de la creencia en la transcendencia o bien se halla fundamentada
en ésta. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que, por ejemplo, la caridad
cristiana se funda en el amor que Dios se tiene a sí mismo; sin la existencia de un Dios
que se ama eterna y perfectamente, la caridad cristiana se transforma en filantropía:
amor al hombre por sí mismo.
Fromm tiene razón en lo que afirma sobre el egoísmo malo, no así en su tesis del
egoísmo bueno, pues el amor a las cualidades del hombre en abstracto no hace nacer el
amor ni de sí mismo ni de los demás individuos. Tanto el amor a sí mismo como a los
demás es un amor a seres particulares y no a abstracciones (la abstracción posee una
bondad muy limitada porque no es un ser real, sino un ente de razón). El amor a sí
mismo nace de la tendencia a ser y a mantenerse en el ser, la tendencia más básica que
se encuentra en el origen de las demás tendencias. Pero este mantenerse en el ser, en el
hombre, sólo en contadas ocasiones prescinde del modo de vivir que corresponde al
hombre en cuanto ser racional; lo cual, desde otra perspectiva, es lo mismo que decir ser
social. El amor a los demás está pues contenido, de algún modo, en el amor a sí mismo
que, precisamente por eso, puede ponerse como modelo de amor a los demás. El
problema surge cuando hay un enfrentamiento entre el amor de sí y el amor a los demás
o cuando no se sabe hasta dónde se debe llegar en el amor a los demás. La entrega de la
propia vida por los demás excede los límites del equilibrio natural entre estos dos
amores y pertenece al orden de la caridad.
Por otra parte, el amor a todos por igual no sólo es humanamente imposible (cada
uno tiene preferencias afectivas que se refieren a cualidades concretas poseídas por las
personas en distinto grado), sino que es injusto, en la medida en que los lazos de
parentesco, de amistad, etc. no deben ser dejados de lado. Un amor en el que no exista
una jerarquía es, además de falso, radicalmente injusto, pues las personas que nos han
dado más amor deben ser más queridas. Sólo una concepción del amor como
espontaneidad productiva que sólo es deudora de la propia capacidad de dar, puede
pretender un amor a todos en términos de absoluta igualdad. Por otra parte, no existe un
solo modelo de amor (para Fromm sería el amor fraterno), precisamente porque el amor
es jerárquico, sino una diversidad de modelos: el amor paterno, esponsal, fraterno, filial.
Si se reducen estos tipos de amor a uno solo, se va contra la misma naturaleza del amor
y las relaciones interpersonales se hacen antinaturales.