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Sentimientos sobre la razón

Los sentimientos tienen un papel fundamental en nuestro bienestar, definen qué


es importante para nosotros/as y nos protegen, formando parte de nuestra
identidad. En algunas ocasiones, estas emociones se desbordan debido a la
intensidad de la situación, y es ahí cuando aparece la razón para hacernos
pensar y reflexionar, ayudándonos a actuar acorde a aquella opción que es la
mejor para nosotros/as. Así es como las emociones nos envían un mensaje, pero
somos nosotros quienes decidimos qué hacemos con él, produciéndose la
regulación emocional. La razón y las emociones, en lugar de ser incompatibles,
trabajan conjuntamente ya no sólo en la interpretación de situaciones y la toma
de decisión oportuna, sino que, también, ambos procesos cognitivos, nos
facilitan aprendizaje respecto a lo vivido y a generalizar esta lección, por ejemplo,
si un estímulo me genera miedo, manteniendo la cautela ante otro estímulo que
comparta características con él. Así pues, razón y los sentimientos no trabajan
de forma independiente si no que se complementan para ayudarnos a conseguir
equilibrio y bienestar personal. La importancia de los sentimientos en la toma de
decisiones, llegando incluso a darle un menor valor en este proceso. Sin
embargo, si tomamos una decisión únicamente manejados por la razón, como
puede ser, por ejemplo, cuando estudiamos una carrera universitaria sin que nos
guste, únicamente porque nuestros padres han decidido que puede ser lo mejor
para nosotros, las emociones (sentimientos) aparecerán generándonos
sensaciones desagradables de incomodidad, incertidumbre, tristeza o angustia,
impidiéndonos alcanzar el bienestar personal. En determinadas situaciones, un
buen planteamiento racional puede conseguir acabar con una emoción
desagradable, pero esto le resultará difícil si anteriormente no ha conseguido
facilitar sentimientos positivos que acompañen a ese razonamiento. Es así como
no imponemos la razón a las emociones, si no que la podemos utilizar para
facilitarnos emociones agradables y conductas saludables asociadas a ese
razonamiento. Ese malestar que aparece cuando intentamos sobreponer la
razón a la emoción, surge también cuando la imposición es la contraria, y
queremos tomar una decisión dejándonos llevar por las emociones sin tener en
cuenta la parte racional, como puede ocurrir cuando queremos mantener la
relación con una persona aún sabiendo que no es bueno para nosotros.
¿El hombre es bueno o malo?

La realidad es que el ser humano, el homo sapiens-sapiens, no nace bueno ni malo; nace con
una gran herencia cultural que lo potencializa para ser lo uno o lo otro, dependiendo de los fines
que fija para sus acciones, y de los medios que elige para alcanzarlos.
Hobbes –inglés, siglo XVII– afirma que, en aquel supuesto estado de naturaleza, “el hombre es
un lobo para el hombre” y que en ese estado precivilizado lo que impera es la guerra de todos
contra todos. ¿Por qué? Porque el ser humano es agresivo y egoísta: si quiero una manzana y
tú la tienes, yo te la voy a quitar. No hay ley, ni hay límites que lo impidan, de modo que si para
lo de la manzana te tengo que matar, te mato. Para Hobbes, el ser humano es malo por
naturaleza, de modo que para poder convivir se necesita un poder absoluto, una ley autoritaria
que controle el impulso agresivo que surge de la motivación egoísta de todos seres.
Rousseau –suizo-francés, siglo XVIII, precursor del movimiento prerromántico– defiende que el
estado de naturaleza lo pueblan buenos salvajes, que el ser humano es bueno y empático,
porque si uno de esos salvajes ve a otro sufriendo, siente una inclinación natural a auxiliar.
Entonces, ¿qué es lo que hace malo al ser humano? Lo que hace al hombre malo, lo que
despierta su agresividad es el momento en que el primero dijo “esto es mío”, la propiedad. Porque
si esto es mío, otro puede decir, “pero yo también lo quiero” y así aparecen la competencia, la
envidia y la agresividad.
Ante dos posiciones tan enfrentadas, una respuesta más consensuada es la que dice que la
naturaleza humana contiene la potencia o facultad tanto de ser bueno como malo. Lo sabemos
porque somos capaces de hacer tanto el bien como el mal. ¿De qué depende? Freud ofrece una
respuesta y dice que el ser humano está dirigido por dos instintos básicos, eros y tánatos: amor
y muerte u odio. Lo que hacemos estaría determinado o motivado por cualquiera de los dos
instintos. ¿Cuál tiene más poder en determinado momento? Lo que en la práctica se traduce en:
¿mato o no mato, pego o no? ¿Qué impulso prima? El corazón del hombre plantea que, en
realidad, no existe una condición humana natural, no se puede decir que el hombre es bueno o
malo, sino que existe un conflicto humano existencial: por un lado, somos animales con instintos,
pero a diferencia de ellos, nuestros instintos no son suficientes para la supervivencia. En cierto
modo, resulta que somos los animales más vulnerables. Por eso nos organizamos en
comunidades que nos dan protección, seguridad.
Para poder formar esas sociedades echamos mano de nuestro aspecto racional: llegamos a
acuerdos y consensos porque sabemos muchas cosas, nos conocemos a nosotros mismos y a
los otros, y sabemos que entre todos surgirán conflictos. Además, sabemos que hay pasado, que
existe un futuro donde me proyecto y sabemos también que vamos a morir. El perro y la hormiga
no saben nada de eso, no sienten el conflicto, se sienten parte de la naturaleza y responden a
sus leyes y nada más, sin pensar. Nosotros sí valoramos, “esto es bueno o malo”, y según
Fromm, ese aspecto racional es el que nos hace sentirnos separados de la naturaleza, no
comulgamos de forma total con ella como lo hacen el caballo o el gato… Fromm hace hincapié
en ese conflicto y frente a él plantea dos posturas:
Probablemente, el saber si nacemos o nos hacemos malos, nos ha quitado ciertas horas de
sueño sin ni siquiera llegar a una conclusión clara. A lo largo de la historia de la filosofía se han
formulado teorías afirmando todas las tesis posibles sobre este tema, dejando ver la diferencia
de ideas de muchos pensadores. Lo cierto es que esta cuestión es aún muy subjetiva, a la que
se llega solo a conclusiones personales; sin embargo, vamos a realizar algunas observaciones
del comportamiento humano para ilustrar un poco nuestra conducta.

Un bebé recién nacido, ¿es malo o bueno? Cuando un bebe nace, no tiene conciencia como tal
y por lo tanto no sabe la diferencia de lo bueno o lo malo, pero te puedes dar cuenta que al
hacer algo que a él le disgusta, llora, se queja, pero cuando haces algo que le agrada, suelta
risas pequeñas. Él no ha realizado acciones que aún puedan ser merecedoras de algún juicio
moral, pero este tierno bebé se puede convertir en un hombre moralmente bueno, un ser lleno
de virtudes; no obstante, este mismo bebé se puede convertir en un hombre moralmente malo,
realizando acciones no positivas para la sociedad. Es así entonces como podemos
preguntarnos si la sociedad ha contribuido a sus acciones y pensamiento a este bebé, o
naturalmente se desarrollaron en él. Para pensar si las acciones de este hombre se convierten
en buenas o malas, debemos habla del bien o el mal. A lo que me refiero, es que al ir creciendo
vas forjándote para ser una persona con ética y moral. El hombre nace siendo nada, ni bueno
ni malo, es neutral, pero en la sociedad existen reglas y derechos que sabemos se deben de
cumplir, ya que el hombre toma decisiones por el hecho de ser un ser razonante que las acata
o las rompe.

Estas acciones y decisiones que formamos a diario nos constituyen como una persona buena o
mala, pero, ¿qué está bien o qué está mal? En esto consideramos el concepto de Sócrates,
quien identificaba la bondad con la virtud moral y ésta a su vez con el saber. La virtud es
inherente al hombre que es virtuoso por naturaleza y los valores éticos son constantes; por lo
tanto el mal es el resultado de la falta de conocimiento.

Con el fin de tener fundamentos para sacar conclusiones, empezaremos revisando los
principales y más famosos postulados en relación con la bondad o maldad natural del hombre.
De un lado, Thomas Hobbes, filósofo Inglés, sostiene que lo que de verdad mueve al hombre
es su miedo y su egoísmo. El estado de la naturaleza es la “guerra de todos contra todos”.
Pero se trata de una reacción originada en el miedo al otro y no una acción gratuita. Para
alcanzar mayores cotas de seguridad, cada hombre renuncia y transfiere su derecho a un
poder que le garantice el estado de paz, en este caso, el Estado. Hobbes, sostenía que el
hombre era un depredador, “un lobo para el hombre”, y que la única forma de salir de ese
estado primitivo estribaba en la construcción de un Estado nacional, con un poder político
centralizado, de corte absolutista y monárquico, que permitiera al hombre agruparse para
sobrevivir, pasando de ese estilo de vida salvaje a uno de orden y moral, superior y civilizado.

“El hombre ha nacido libre y sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado”, esta es
una frase célebre escrita por Jean-Jacques Rousseau, suizo francés, que a diferencias de
Hobbes, afirmaba que lo que hace al hombre malo, es la propiedad privada. Esta despierta su
agresividad. Es así como aparece la competencia, la envidia y la agresividad. Rousseau se
apoyaba en la tesis del buen salvaje, según la cual el ser humano, en su estado natural,
original y primitivo, es bueno y cándido, pero la vida social y cultural, con sus males y sus
vicios, lo pervierten, llevándolo al desorden físico y moral. De ahí que considerase que el
hombre en su estado primitivo fuese superior moralmente hablando al hombre civilizado.

En otro punto de la discusión se encuentra Sartre, quien rechaza la idea de la existencia


espiritual que nos determina. Él nos da una perspectiva completamente distinta a las anteriores
y para mí la más acertada. Para este filósofo contemporáneo, el hombre en su origen es algo
indeterminado y sólo nuestras elecciones y acciones determinan nuestra personalidad. El
existencialista, se refiere al hombre como un proyecto que se va a ir realizando y
perfeccionando toda nuestra vida.

A lo largo de nuestra vida debemos tomar a cada minuto decisiones; estas decisiones nos
constituyen, decidimos qué hacer y qué no, si debemos vivir de una manera u otra. La religión,
las costumbres, la cultura, las personas cercanas, la internet, etc, son ejemplos claros de todo
lo que nos pueden influenciar, pero nosotros decidimos si estos nos afectan; somos nosotros
los que nacemos libres, por lo que no necesariamente debemos ser corrompidos por algo,
porque siempre podremos elegir y hacer lo que moralmente es correcto.

La naturaleza humana contiene la potencia o facultad tanto de ser buena o mala, ¿De qué
depende? Freud dice que el ser humano está dirigido por 2 instintos básicos, eros y tánatos:
Amor y odio. Lo que hacemos estaría determinado o motivado por cualquiera de los 2 instintos.

Las decisiones se pueden definir como la determinación sobre algún asunto, es por esto que
nuestra mente opta por elegir una posición o realizar ciertas acciones sobre algo; es así como
podemos concluir, que nuestra personalidad está definida por nuestra mente, la cual no
siempre debe estar influenciada por terceros. Como seres libres, debemos decidir alcanzar la
madurez mental para que nuestras acciones no sean afectadas por terceros

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