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Congelamiento y Descongelamiento del S1

en el Sujeto Autista – Por Jean-Claude


Maleval y Michel Grollier – 2021/01/18
CONGELAMIENTO Y DESCONGELAMIENTO

DEL S1 EN EL SUJETO AUTISTA

Jean-Claude Maleval y Michel Grollier

2021-01-18

La sensación de seguir siendo el mismo bajo los diversos


cambios que nos afectan no se debe ni a la imagen del cuerpo ni
a la propiocepción: un accidente que mutila o hace tetrapléjico
no hace vacilar la identidad. Tampoco se debe a la diversidad de
roles que asumimos dependiendo del contexto: un actor de
teatro sigue siendo él mismo más allá de todos los personajes
que encarne. El núcleo de la identidad, según Lacan, reside en la
identificación de un significante-amo, tomado del Otro, que
asegura una permanencia del sujeto en el tiempo y más allá de
sus roles. Se encuentra a distancia de estos últimos, lo que le da
la posibilidad de elegirlos, así como de abandonarlos. La
identificación simbólica al S1 unifica al sujeto, le permite hacerse
representar frente a otros significantes, y da un punto de anclaje
a sus identificaciones imaginarias. Sin embargo, el autista
testimonia inicialmente de una identidad difusa llevada por una
vaga diferencia que nos lleva a considerar que la identificación
primordial resulta mal garantizada. Sin embargo, ciertos
testimonios indican que a veces logra adquirir un asiento de su
identidad a través de un largo trabajo subjetivo. Este último
consiste en varias etapas que trataremos de despejar.

Cuando el significante-amo no opera, el sujeto se experimenta


como inconsistente y sus identificaciones yoicas se sienten
como ficticias. Entonces está dispuesto a buscar su identidad en
la imagen del espejo, pero luego percibe su insuficiencia para
hacer una conexión para lastrar al sujeto. Esto es lo que muestra
el signo del espejo del psicótico, en el que examina durante
largas horas una imagen cuya extrañeza le cuesta identificar[1].
Durante su infancia, una autista como Williams también hace la
constatación de que la identidad se escapa del espejo: «En casa»,
dice, «pasé horas frente al espejo, clavando mi mirada en mis
propios ojos. Allí estaba susurrando mi nombre
incansablemente. Estaba tratando de recordar quién era, pero
también me sucedía, con gran miedo, el perder la capacidad de
sentirme yo misma.»[2]

Una identidad difusa


En las formas iniciales de autismo, el sujeto no se reconoce en
el espejo[3], no responde al llamado por su nombre, apenas utiliza
el «Yo»[Je], incluso puede afirmar, como Mateo, de cuatro años,
que él «no existe»[4]. Aquellos que se han retirado más
profundamente en la nada, según la expresión de Bettelheim,
aquellos cuyas vidas se extinguen, no envisten sus cuerpos. Lo
que afectó al de Laurie, observó, «no la afectaba. Nada que
entrara en contacto con su cuerpo entraba en contacto con lo
que podía formar su ser interior. Esto no sólo era cierto para el
tacto y la motilidad; esta impresión se vio reforzada por el hecho
de que, además de su mutismo, parecía ciega y sorda.»[5] El
cuerpo de estos amos de la nada está tan poco habitado que sus
elementos no están ensamblados.[6] «Es como si», agregaba
Bettelheim, «la ignorancia que tenía de su cuerpo hubiera dado
a cada miembro una existencia independiente aunque
«inconsciente», lo que permitió que cada pieza de su cuerpo
funcionara de una manera u otra, pero sin directivas centrales
de parte de Laurie»[7]. Mencionar a este punto de vista del
«desmantelamiento» posee una pertinencia si se lo considera
con Meltzer que se trata de una «suspensión de la atención» que
permite a los sentidos vagar hacia el objeto más atractivo del
instante.[8]

Las autistas que son capaces de indicar cuál era su percepción


de sí mismos en su primera infancia describen el
experimentarse, siguiendo el ejemplo de Williams, «como un
castillo de naipes, sin vigas de apoyo, ni bases sólidas»[9]. «Nada
conectaba conmigo», dice. «A falta de la más mínima base de un
yo, yo era similar a un sujeto bajo hipnosis, totalmente abierto a
la programación o reprogramación, sin duda ni identificación
personal.»[10] Ella se vivía entonces como un «cadáver
viviente.»[11] Ella titula su primer libro Nobody, Nowhere.

El testimonio de Gerland sobre su sentimiento de sí mismo en


sus primeros años converge para describir un estado de
indiferenciación poco consistente. Se experimentó sin un
«universo interior», más bien, precisa, «un grado cero, un ni-ni,
como en el estado de ser vaciado sin estar vacío o lleno sin estar
lleno. Este estado sólo existía en mi fuero interior. Esa vacuidad
interna no me molestó de ninguna manera: yo estaba allí, estaba
en mí, eso es todo»[12]. Cuando un niño autista se experimenta
así, expresa pocas ganas, sus acciones están determinadas
principalmente por modificaciones en su entorno, y por
medidas para protegerse de la angustia. Su percepción de sí
mismo permanece difusa. Pedirles que elijan o inventen es una
fuente de inquietudes. Apenas se ve a sí mismo como un actor
de su presente. «Se puede ser «nadie en ninguna parte» de dos
maneras», dice Williams, «la primera es ser congelada e incapaz
de actuar espontáneamente por ti mismo. La segunda es ser
capaz de hacer todo de acuerdo con repertorios copiados y
memorizados, sin conciencia de sí, siendo prácticamente
incapaz de una acción compleja y consciente. »[13]

Sin embargo, el autista no es una plastilina en espera de


programación. A partir de las formas más severas, se afirma por
varias conductas características: busca evitar interacciones con
sus semejantes, con gusto elige un objeto autista, a veces
presenta algunos estereotipos específicos, sus exigencias de
inmutabilidad pueden convertirlo en un verdadero pequeño
tirano, etc. Por lo tanto, Bettelheim está justificado al considerar
que «el yo» no es inexistente en estos niños. «A pesar del terrible
vacío de su contacto con las personas y las cosas», escribe,
«acontecimientos intrapersonales tienen lugar. El Sí-mismo es
sofocado, desarrollado de manera muy desigual, pero todavía
parece funcionar mínimamente, suficiente para protegerlos de
más perjucios suplementarios. »[14]

A veces un cierto negativismo se pone en marcha. Marcia puede


llamarse a sí misma una «chica fuerte para no hacer nada»[15];
Williams considera a algunos autistas como «maestros del no-
ser»; algunos padres tienen la sensación de que su hijo sufre de
una «enfermedad de la voluntad»[16]. En lo que se concierne a los
autistas más severos, a menudo es perceptible que el elegir los
pone en pánico, por lo que prefieren no probar nada. Sin
embargo, sus exigencias de inmutabilidad a veces resultan
inquebrantables.
El cuerpo del sujeto cuya identidad es difusa apenas está
habitado. Las manos, dice Williams, «eran esenciales para la
higiene corporal y la limpieza, pero no tenían nada que ver con
la intimidad». «Cuando era joven», precisa, «era demasiado
complicado soportar que el cuerpo era parte de mí. Él no me
obedecía y yo no fallé en identificarlo como «self» estrictamente
hablando. […] Sus necesidades eran irrelevantes. […] Ignoré sus
demandas. […] Él era un «otro», yo era «self» y entendía sus
mensajes como invasiones y no como sentimientos[17]. Cortado
de sus afectos, el autista con una identidad difusa aparece como
una especie de sabio, que parece no esperar nada, jamás
contento o decepcionado, pasando fácilmente de una actividad
a otra, sin parecer concernado por su vida diaria.

En formas severas de autismo, es difícil definir lo que hay que


entender por sujeto, pero el término parece mantenerse para
designar de dónde emana una intencionalidad que ex-siste al
cuerpo y que toma la iniciativa de medidas de protección contra
la angustia. Está arraigado en una identidad difusa que no es una
ausencia de identidad. A pesar de su funcionamiento de
camaleón, Gerland puede afirmar: «Mi sentido de identidad
siempre había sido claro y nunca dependía de nadie más»[18].
Williams argumenta que las personas autistas, a pesar de su
percepción poco consistente de sí mismas, están siempre
conectados con el núcleo mismo de su ser[19]. Cabe señalar que
se trata de interpretaciones retrospectivas de su infancia que
pueden ser sospechosas de proyectar un sentido de identidad
construido retrospectivamente. Sin embargo, los autistas tan
severos como Deshays o Sellin no reportan ninguna confusión
de identidad. Aunque dan testimonio de una inclinación a la
«dependencia fusional»[20], son capaces de producir obras que
certifican su singularidad y su «pensamiento independiente»[21].
Muchos reportan una identidad profunda, aislada del mundo, lo
que les procura satisfacciones solitarias. «Somos una especie de
diferentes», dice una «mujer autista muy etiquetada»[22] como
Babouillec. «Camino en este espejo de mi profundo ser así, sin
reflexionar, sin sufrimiento, en la exaltación de la dicha de estar
en mi lugar en mí.»[23] Esta identidad «sin sufrimiento» es, en sus
palabras, «una identidad intelectual» que mantuvo al haberla
ejercido para «torcer los métodos terapéuticos» que se le
propusieron.[24]

Es bien sabido que la mayoría de los autistas experimentan muy


tempranamente un sentimiento confuso de ser «diferentes»
debido a su funcionamiento. Estos no son objetos entre objetos,
incluso si su sentido de identidad es inicialmente muy incierto.

Una identidad transitivista [25]

Siendo difusa, la identidad del niño autista es fácilmente


capturada por espejos. Williams señala que su «primera forma
de construir relaciones» pasó «a través del mimetismo» y los
«juegos de espejos»[26]. Cuando el sujeto se apoya en un doble,
gana una dinámica de la que no es responsable. Paradigmática
desde este punto de vista es la asombrosa conducta del niño
autista, a menudo observada, consistente en agarrar la mano de
otro para realizar un acto que él mismo podría realizar. Philippe,
de tres años, «no podía explicar de lo que tenía ganas, así que
venía a buscar a uno de sus parientes y tomaba su mano, como
un instrumento, como si no pudiera usar la suya propia para
coger lo que quería. De hecho, nunca trató por su cuenta de
lograr lo que quería. En esos momentos […] realmente no
parecía darse cuenta de que era una persona entera que podría
haber atrapado lo que quería»[27]. Elly no pedía, por supuesto,
narra su madre, «ni por un vocablo, ni por un ruido, ni siquiera
un gruñido o un grito de ningún tipo, tampoco extendió su mano
hacia el objeto de su gusto, pero, agarrando firmemente el brazo
más cercano, ella lo proyectaba hacia el pastel. Ella se servía de
ese brazo, esa mano, como una herramienta, ignorando por
completo al ser humano al que pertenecía.» Extraña conducta
en la que el niño autista se da la ilusión de que no es él quien
actúa: el lugar de su dinámica parece estar ubicado en un otro.
A primera vista, es difícil discernir la lógica.

Sin embargo, tal descentramiento del lugar de emisión de la


libido, que traduce una relación transitivista entre el sujeto y un
doble, se encuentra con frecuencia en la clínica del autismo.
Joey “no podía hacer nada sin ser movido por máquinas. Antes
de empezar a leer, incluso antes de que pudiera sentarse, debía
conectar su mesa a una fuente de energía. Luego, él mismo tenía
que enchufarse, conectar sus libros y lápices a la mesa y ponerse
en la longitud de onda correcta” . ¿Por qué este niño estaba
[28]

permanentemente conectado a una máquina que parecía


proporcionarle la electricidad necesaria para su animación?
«Sólo podía sobrevivir sino solo al no tener ningún afecto», dice
Bettelheim. “Como le era necesario actuar, tenía que asegurarse
de que era algo insensible, una máquina, lo que actuaba”. [29]

Con el fin de separarse de sus afectos, algunas autistas pueden


incluso duplicar la interpretación de todas sus experiencias
corporales. Peter, un niño autista de diez años, según su
terapeuta, «vivía toda relación en el abandono de su identidad y
la fusión con la otra persona»[30]. «Al principio», escribe Mira
Rothenberg, «yo era su fuerza, su salud, su contacto con la
realidad, su creador y su salvador. […] Él estaba frente a frente
conmigo en un estado de profunda y total dependencia […] Yo
le daba mi energía y le dejaba depender de mí y alimentarse de
mi fuerza […] Nunca quiso asumir ninguna responsabilidad en la
vida, como si sólo estuviera interesado en su mundo imaginario.
Cuando le pedía que eligiera, siempre respondía: «¿Qué es lo que
Mira prefiere?» […] A menudo repetía: «Mira puede decidir por
Peter. Es bueno para él. Eso le pone más cómodo.» Gunilla
[31]

Gerland testimonia de un funcionamiento parecido, aunque más


discreto, cuando informa haber creído durante mucho tiempo
que los otros sabían mejor que ella lo que ella experimentaba,
por lo que confiaba en aquellos que querían hablar de ello en su
lugar.[32]

En la cura analítica, desde los años 1970, Meltzer y sus


colaboradores habían observado que el niño autista manifestaba
«un grado inusual de dependencia frente a las funciones
mentales, y no sólo a los servicios, de un objeto externo», de
modo que empleaba «el objeto materno (o el objeto de
transferencia materna) como una extensión del self para el
cumplimiento de las funciones del yo»[33]. «Lo esencial», dice
Meltzer, «es que era natural que estos niños experimentaran la
situación como un llamado para que el terapeuta realizara una
función del yo. Este último debía funcionar no sólo como
servidor, o un sustituto, sino como un instigador en la situación;
no sólo debe llevar a cabo la acción, sino también decidir qué
medidas deben adoptarse y, por lo tanto, asumir la
responsabilidad de la misma.»[34]

La extraña conexión inicialmente necesaria para que el autista


practique la comunicación facilitada compete incluso de la
identidad transitivista. Annick Deshays, un autista mudo que
practica esta comunicación trata de explicar el fenómeno: «Mi
discapacidad», escribe, «produce una dependencia fusional.
Olvido mi autismo tan pronto como siento una fuerte
directividad. Necesito ser propulsado en mi dependencia.
Necesito sentir más fuerza proveedora de juego ligado al
bifuncionamiento intercorporal e intelectual” . Agrega:
[35]

«Seguimos alimentándonos de la energía de nuestros padres”.[36]

Para describir esta curiosa conexión energética, otros


practicantes de la comunicación facilitada utilizan términos
similares: «Si el proceso «toma», escribe el Sr. Klonovsky, “si la
persona discapacitada es dotada de inteligencia,
contrariamente a lo que la apariencia externa deja suponer, algo
tiene lugar que podría compararse con el paso de una corriente
eléctrica: el contacto hace que la persona discapacitada pueda
comunicarse por la designación o presión de las teclas del
computador».[37] Esta es la experiencia de B. Sellin. Afirma tener
«necesidad de apoyo» para escribir. Señala que, si trata de
hacerlo solo, si busca tomar una posición de enunciación, sin
tener la ilusión de que es su madre quien le proporciona la
energía, entonces surge una angustia que hace imposible su
expresión: «También trato de escribir solo», confiesa, «pero la
resistencia brutal de una energía negativa de la vida es bestial
[…] Estoy muy seguro de que puedo escribir por mi cuenta, pero
el bobalicón que soy experimenta con miedo una amenaza para
la vida».[38] Entendemos en estas líneas que el retorno del goce
sobre un borde, aquí encarnado por su madre, constituye una
estrategia inconsciente que permite atemperar la angustia.

Cuando ciertos autistas rechazan la propuesta de comunicación


facilitada, parece ser porque ésta no les exime lo suficiente de
la responsabilidad de sus escritos. Lena, una niña de ocho años,
pide que se guarde el secreto de sus textos, y finalmente se
niega a escribir después de haber confiado tener miedo de su
madre y su facilitadora porque ellas podrían «descubrir algo
sobre ella y sus secretos». La aversión de Ina a propósito de la
escritura comenzó a crecer porque su facilitadora observó lo
que escribió: «Me parece realmente repugnante», señala, «que
lo vas a contar todo en todas partes».[39] Tanto para una como la
otra, la ilusión según la cual es el doble que escribe no está lo
suficientemente en su lugar, lo que genera el riesgo de develar
su intimidad y los afectos asociados.

Cuando el sujeto autista está en una relación transitivista con su


doble, posee el sentimiento de que lo vivo se aloja en él; esto es
lo que suscita en un primer tiempo la asombrosa presencia de
Carol para D. Williams. Poco tiempo después de haberla
conocido, luego la perdió la pista, y la vio entrar en su habitación
a través del espejo, y la imagen de Carol era su reflejo. «Carol»,
observó, «se parecía a mí en cada rasgo. Sólo la brillantez de su
mirada traicionó su identidad. Era Carol la que estaba viendo allí.
Empecé a hablar con ella, y ella me imitó. Eso me enojó y le
expliqué que no necesitaba divertirse con eso, ya que estábamos
solos. Al pasar, empezó a hacer todo lo que yo hacía». El
fenómeno difiere de una alucinación porque la visión de
Williams sigue dependiendo de su propia imagen especular:
«Cuando no estaba frente al espejo», observaba, «ella
desaparecía y yo me sentía abandonada. Cuando caminaba
directamente derecho al espejo, ella volvía»[40]. Esta experiencia
de un reflejo captado pone en evidencia claramente un
posicionamiento del sujeto autista en el que se experimenta en
la dependencia de un doble percibido como más vivo que él.

Los miramientos de la identidad entre el sujeto y su doble


constituyen una consecuencia de la mayor defensa del autista
que lo lleva a separarse de la vida afectiva, para no sufrir.
Recordemos que es característico del autista, según Williams, el
luchar por una separación del intelecto y las emociones[41]. Al
volver a poner la dinámica al doble, el sujeto se absuelve de
cualquier responsabilidad por sus deseos. En este sentido,
Bettelheim discierne pertinentemente que la «inversión»
efectuada por Joey entre las personas y las cosas en cuanto a la
fuente de los vivo no sólo pretende evitar ser castigado por su
propio comportamiento, sino que también es una consecuencia
lógica «del hecho de que estaba muerto y que las lámparas y
máquinas vivían la vida que se había extinguido en él […] Sólo
podía sobrevivir si no tenía afectos. Como aún así tenía que
actuar, tenía que asegurarse de que era una cosa insensible, una
máquina, que actuaba.»[42]

Durante mucho tiempo el autista intenta evitar cualquier acción


autónoma dándose la ilusión de que es su doble lo que lo
determina. La dependencia en la que se imagina estar con
respecto a su animación es particularmente llamativa.

En formas discretas de identidad transitivista, sucede que a


veces la dinámica del sujeto capturado por el doble es menos
discernible. Una autista de alto nivel, como J. Léger, que es
considerada un «fantasma melancólico», es una referencia. «Mi
expectativa secreta», dice, «era que me dijeran qué hacer, y me
lo decían tan poco… Tenía la incapacidad de pedirr, el otro debía
saber lo que yo pensaba. El otro tenía el mismo pensamiento que
yo, obligatoriamente». Ella comenta con pertinencia:
«Alusivamente, también eso dice acerca del esfuerzo necesario
para ocultar mis pensamientos» [43]. En su infancia, en sus
propias palabras, se «vistió» de sus hermanos y hermanas. En
particular de Patrick, su «doble», su «hermano-espejo». «Tenía
ante mis ojos», dice, pequeños «yoes» en los que me fundía, con
Patrick, más particularmente, pero también con los demás,
Marie-Agnès, los gemelos, Jean-Yves y Marie-Christine. En la
adolescencia, todavía vivía sólo de ellos»[44]. Incluso en su
ausencia, ella se vestía de ellos.[45] Ella explica que este
mecanismo se anclaba en un esfuerzo por «hacer como los
otros» con el fin de protegerse de ellos[46]. Era contemporáneo
de una imposibilidad de decir lo que a ella le gustaba o lo que no
le gustaba[47]. Aunque hizo muchos esfuerzos para pasar
desapercibida, aunque trató de ser «transparente», aunque
trató de fundirse con sus modelos, no se confundía con ellos:
ella se sentía «diferente» por ser «salvaje, retraída y
silenciosa»[48]. Los autistas que recurren a la identidad
disimulada, lo vamos a mostrar, pueden describir su
funcionamiento de una manera bastante similar, y dar las
mismas justificaciones, de manera que no se el límite entre las
identidades transitivistas y disimuladas no sea zanjada, lo que
autoriza deslizamientos y formas de pasajes.

Una identidad disimulada


La mayoría de los autistas experimentan inicialmente un cierto
vacío de su identidad, pero no todos lo remedian vía una
identidad transitivista; algunos tratan de compensar este vacío
aferrándose a modelos, con los que no se confunden, pero
detrás de los cuales son conscientes de esconderse. Luego se
esconden «detrás de las fachadas»[49], según la expresión de
Williams, las cuales son designadas como «compañeros
imaginarios», así como «personalidades sustitutas»[50], o incluso
como «máscaras»[51], «caras», «personajes» o «farsas». El autista
entonces, en la hermosa fórmula de Horiot, «puso una máscara
en su diferencia»[52], elaborando una división imaginaria entre un
«verdadero yo» oculto y máscaras sociales. Estas «estrategias de
abnegación»[53] se despliegan para parecer normal, pero son
dolorosamente vividas, acompañadas por la sensación de estar
separados del mundo. Ellas son solidarias de una falta de
conexión entre los afectos y los actos. Es «en ausencia de un
sentido de [su] cuerpo interno», explica Williams, que el sujeto
aprende a «fingir y a jugar a la comedia»[54]. Ian, su primer
marido, podría describir los diferentes «rostros» que encarnaba
dependiendo de las circunstancias. «Richard», perfeccionista,
dominante, opinado y gerente, era el nombre de un sórdido
vendedor que había conocido. «Nigel» el comediante se
presentaba como alguien cool y relajado, su nombre provenía
del de un piloto de carreras. «Chris» encarnaba el rol del amante
romántico. «Homeboy» era la «cara» familiar de la del «hijo
querido» de un «padre amoroso». «Simon», destrozado,
inestable, melodramático, víctima, era el nombre dado a alguien
que Ian había conocido y cuyo mundo se había derrumbado [55].
Cuando el fenómeno se pone en lo más alto, cuando el autista,
en un momento de angustia, se mueve rápidamente de una
«cara» a otra, le da al interlocutor la sensación de ser «una
muñeca hablante comandada por un titiritero
fantasmagórico.» [56]

Otro autista, Olivier, se creó una personalidad de sustitución,


Bettina, originalmente copiada de Boy Georges. «Al tomar sus
rasgos», dice Williams, «Olivier escapaba de su propia
personalidad inexpresiva y atrofiada. Siendo el cantante,
finalmente disponía de un sujeto «de mundo» para hablar y
hacer amigos. Bajo el impactante maquillaje y los atuendos
estrambóticos, superó su miedo a los lugares y a las personas
desconocidas. Al dedicar toda su energía a ser Bettina, podía ser
cualquiera, siempre y cuando no fuera él mismo. […] Bettina
tenía una expresión verbal a expensas de la propia expresión de
Olivier. Ella estaba involucrada a expensas de la participación
de su yo. Ella fue aceptada a expensas de un empobrecimiento
de sus emociones». Bettina no era una identidad mimética por
la que habría sido captado: permanecía oculto detrás de ésta, ya
que a veces podía encarnar otra personalidad, masculina que,
«su yo intelectual, el depósito de todas las cosas prácticas,
lógicas, responsables, y aprendidas automáticamente y no
empíricamente; lo había llamado el Director.»[57]

Es bien sabido que D. Williams hace tiempo que se desvaneció


bajo las personalidades de Carol y Willie. «Nadie», afirmaba,
«debería estar en relación con Donna, sino únicamente con los
dos personajes que acepté dar en bandeja: Willie, que encarnaba
toda mi furia y combatividad, y Carol, ese caparazón vacío de
emociones que representaban mi sociabilidad y capacidad para
interpretar diferentes roles».[58] Estas criaturas nacidas de su
imaginación eran protectoras del «ser indefenso.»[59] Se habían
creado para adquirir una fachada de adaptación social. Williams
dejaba que sus personajes interpretaran su rol y que la gente les
diera réplica, pero eso se acompañaba por una vivencia que
sintió como su «propio fantasma» vigilando sus acciones y
gestos. Ella se escondía detrás de sus compañeros
[60]

imaginarios, pero no se confundía con ellos: «Como Willie», dijo,


«me sentía hombre, como Carol me sentía como una mujer,
como yo me sentía neutral.» Ella señala que sus «pantallas» le
[61]

permitieron decir lo que pensaba, pero no lo que sentía[62]; lo que


hace claramente evidente la fuente que ellos encuentran en el
trabajo del sujeto para separarse de sus afectos.

La evolución de Joey en la Escuela Ortogénica de Chicago se


manifestó en una desinvestidura progresiva de su máquina
acompañada de la búsqueda de modelos más humanos. Primero
fue un niño un poco mayor, Kenrad, todavía concebido como
«una lámpara potente»; luego el «papoose de Connecticut»,
encerrado en un vidrio protector, que permanecía conectado a
una electricidad inalámbrica; luego Mitchell, otra residente de
la escuela, de quien siempre sacó un poco de fuerza en forma de
energía eléctrica. El proceso acompañado de una fantasía de
auto-engendramiento continuó hasta la formación de un
compañero imaginario, llamado Valvus, «el autocontrolado, un
alter ego externo a sí mismo, un dispositivo de seguridad»,
finalmente extraído del mundo de las máquinas. Todavía no era
una «personalidad verdadera», constató Bettelheim, sino «una
estructura exteriorizada, para una personalidad interior»,
gracias a ella fue capaz de empezar a «atreverse a vivir
experiencias emocionales correctivas»[63]. Al igual que Willie y
Carol, todo indica que Valvus desapareció por introyección,
cuando el posicionamiento del sujeto le permitió integrar esta
formación yoica.

La identidad oculta permaneció más discreta en Grandin, no


obstante, en su infancia tuvo «un alter ego», Bisban, tomado de
una serie de televisión, ella quería «controlar las cosas» como él;
luego hizo a Alfred Costello, un chico de su clase, un bribón y un
gran villano, el héroe de sus historias. Cuando era adolescente,
[64]

ella lo trajo de vuelta como un «personaje imaginario» y firmó


varias de sus cartas al director de su escuela. En la edad adulta,
[65]

ella no oculta su identificación con una vaca. «Mi lazo con los
animales de granja se remonta a cuando me di cuenta por
primera vez de que la máquina de abrazar podía calmar mi
ansiedad. Desde entonces, he mirado el mundo con sus
ojos.»[66] Ella tuvo la idea de titular su segundo libro El punto de
vista de una vaca, un animal presentado como su alter ego, que
rodea con su brazo y al que se pega en la foto que figura en la
portada.

La identidad oculta es afirmada fuerte y claramente por Horiot


en forma de una «impostura» protectora. «Engañar a los demás
para que no te maten. Así es mi vida. Una comedia». [67] Por lo
tanto, para no encajar, se adapta usando una máscara. Como
resultado, afirma, «me he vuelto insospechable. «[68] Tituló su
segundo libro Carnet de impostor. Ella justifica tal
posicionamiento por la voluntad de «protegerse del mundo y
tomar parte en la comedia social»[69]. Una autista severa como
Babouillec afirma en sus escritos de un posicionamiento del
mismo orden, aunque más radical: «Querer a toda costa
esclavizar a todos los náufragos a la causa del sistema social del
momento», afirma, «es poner fin a nuestra profunda
identidad».[70]Ambos indican que la eliminación de este último va
acompañada de una exclusión de los afectos. Babouillec
constata que «el silencio está en todas partes de mi cuerpo»[71];
mientras que Horiot señala que «los sentimientos son una
prisión. Es mejor estar desprovisto de eso. Trabajo en ello cada
segundo. Los sentimientos me abarrotan, me lastiman y me
hacen perder»[72]. Avanzar con máscaras sólo puede contribuir al
trabajo para borrarlas y enterrarlas. El persistente atractivo de
la identidad disimulada, que conduce a Horiot hasta su elogio,
se debe probablemente a lo que ha logrado utilizar para una
valorización social reconocida, haciéndola que contribuya a su
profesión. Él mismo parece discernirlo: «Me convertí antes que
nada en comediante por pereza. Teniendo que dirigir y
desempeñar un rol de composición para sobrevivir, convertirse
en un profesional de las artes escénicas demostró ser el
siguiente paso lógico. «[73]

Williams también había probado suerte en la práctica teatral,


escenificando el rol de Carol, «con un número burlesco y su
sonrisa para cualquier arsenal. Las risas llegaron fácilmente»,
relata. En el escenario se veía a una chica hablando con
franqueza y desenvoltura sobre la avalancha de trágicos
contratiempos que habían marcado su vida, sin la más mínima
compasión por sí misma. ¿Quién en el público podría haber
imaginado que Carol simplemente no tenía el sentimiento de su
propia existencia?»[74]
A diferencia de Horiot, Williams no hacía elogio de la identidad
disimulada, siempre ha considerado que es una «mutilación
psíquica», por lo que ha luchado largamente para hacer
desaparecer a sus dobles, y para lograr habitar su cuerpo,
estando presente en sus afectos.

La identidad disimulada no siempre se esconde detrás de una


fachada. En ciertas formas severas del espectro autista, se
afirma como una inalcanzable «identidad profunda». «Estoy
amurallado en mi forma de saber-estar en otro lugar», observa
Babouillec, «y vivo una felicidad más allá de los límites en mi
trasplante mental onírico […] Proclamo un amor sin falla por
este vacío existencial que me pertenece.» En el otro extremo
[75]

del espectro, la identidad disimulada experimenta una forma


atenuada cuando el autista no busca construirse una o más
personalidades de sustitución, sino que simplemente se
contenta con dar una cierta consistencia a su vacuidad
apoyándose en modelos. Ella toma entonces la forma poco
discernible de un conformismo social. Gerland lo nombró un
funcionamiento de «camaleón» o una «monería»[76] que le hacía
sufrir «de una especie de exceso de normalidad resultante de la
falta de impulsos internos molestosos y de [su] voluntad de
convertirse en alguien normal»[77]. La identidad disimulada es
aún más discreta en Willey, porque ella la usó sólo cuando «todo
lo demás fallaba». Pero luego usó un «truco de «meterse en la
piel de», que», dice, «no era más que una forma sofisticada de
ecolalia. Como un mimo profesional, sabía cómo tomar la
personalidad de otra persona tan fácilmente como otras
personas atrapan un resfriado […] Era simplemente más eficaz
que yo reutilice tipos de comportamiento de otras personas, en
lugar de tratar de crear comportamientos que me serían
propios.»[78]
La identidad transitivista a veces tiene lugar en la cura, haciendo
del analista un doble portador de lo vivo; del mismo modo, la
identidad disimulada toma ahí regularmente un lugar cuando la
persona autista introduce dobles en forma de figuras, imágenes,
compañeros imaginarios, etc., con el fin de expresar a través de
sus intermediarios sus afectos y pensamientos. Inicialmente es
apropiado acogerlos como tales y no subrayar que permiten una
expresión malversada. Las modificaciones del posicionamiento
del sujeto se manifiestan por la evolución de los personajes. Se
requiere un largo trabajo para que desaparezcan e
introyectarlos.

La congelación del S y la de los afectos


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¿Por qué el autista experimenta tal propensión a conectarse a


una fuente de lo vivo localizada fuera de él, en un humano, en
un objeto o en un animal? Los ejemplos precedentes convergen
para evidenciar que el fenómeno encuentra su raíz en una
congelación de los afectos. Recordemos que se encuentra
ampliamente confirmada por los propios autistas la opinión de
Bettelheim según la cual «el niño autista es […] es un niño que
impide que sus afectos sean sentidos, se vuelvan conscientes y,
por lo tanto, se impide actuar de acuerdo con sus afectos»[79].
«Fundamentalmente», dice Williams, «la solución que había
encontrado para reducir la sobrecarga emocional y así permitir
mi propia expresión consistía en luchar para y no contra la
separación entre mi intelecto y mis
emociones.»[80] Contrariamente a la opinión popular, considera
que hay en el autismo «una voluntad de desconectarse, no de
conectarse.»[81] Los autistas, añade, son «seres humanos
atrapados secretamente en la afectividad mutilada.»[82] Según B.
Sellin, el autismo es «una desregulación que nunca se describió
correctamente, es la ruptura humana de las primeras
experiencias simples así como experiencias esenciales e
importantes, por ejemplo, llorar.»[83] Un autista de alto nivel, J.
March, testifica: «Había aprendido a preservarme alejándome
emocionalmente de los otros. Me di cuenta de que esa distancia
que ponía entre yo y los demás no era más que un caparazón
protector: los sentimientos que podía experimentar me invadían
hasta volverse dolorosos e insoportables. «[84] Como resultado de
que no tenía «ningunas ganas de hacerse amiga de nadie a
menos que esa persona resultara ser un perro o un
gato.»[85] Grandin corrobora estas indicaciones: «Algo», escribe,
«sucedió durante el proceso que desconectó el «alambre» en el
cerebro que conecta a un niño con su madre y otros seres
humanos que ofrecen su afecto. No fue hasta que yo era lo
suficientemente grande y competente como para construir la
máquina de abrazar que la conexión fue reparada.»[86] El trabajo
inicial de la persona autista para separarse de los afectos y
sufrimientos que pueden causar puede llegar tan lejos como la
demanda de Joey para sus educadores: «Ya no debes amarme,
eso debe parar.»[87] Kanner fue perspicaz desde el principio al
considerar que el autismo consistía fundamentalmente en un
trastorno de contacto afectivo. Asperger también discernió que
con sus «sentimientos limitados», las personas autistas «no
saben qué hacer con el afecto que se les da y lo reciben en
malentendidos e incluso lo repelen.»[88] ¿Por qué hacen eso? ¿Por
qué intentan, con éxito desigual, congelar sus efectos? Barron
testifica su vivencia: «Las emociones son un monstruo terrible a
los ojos de todos aquellos niños con autismo que son incapaces
de controlarlas.»[89] Lo que Deshays confirma: «Fragilizado por
las tormentas emocionales, es realmente agotador sacarme mi
armadura.»[90] Le » urge a religar su mente con su
cuerpo»,[91] pero ella no lo logra.
Estas múltiples indicaciones convergentes dan un comienzo de
respuesta a la pregunta que Lacan se planteó en 1975: «se trata
de saber -observa a propósito del autista-, ¿por qué hay algo
«congelado» en él»?[92] La constatación de la congelación de los
afectos constituye un elemento de respuesta. No obstante, las
indicaciones de Lacan generalmente buscan desprenderse de la
sintomatología para apuntar a la estructura. ¿Qué controla en el
funcionamiento subjetivo esta congelación de los afectos? La
indicación de Lacan nos orienta hacia una congelación del S1, el
significante-amo, la piedra de lo vivo, lo que toma a cargo el
goce del sujeto, haciendo posible su representación frente a
otros significantes, y por lo tanto su expresión verbal,
sintomática y corporal. No se trata de una carencia, sino de una
congelación, porque, incluso en las formas más severas de
autismo, la noción de «self asfixiado, que funciona
mínimamente»[93], y «que se afirma en la negación»[94], despejada
por Bettelheim, parece estar justificada. La intuición de una
congelación del S1 ya fue esbozada por Lacan cuando, mirando
la observación del M. Klein sobre Dick, constató la presencia de
un sujeto «que está allí y que literalmente no responde»[95], sin
embargo, es «maestro del lenguaje» y capaz de poner en juego
«una simbolización anticipada y congelada»[96]. La congelación
se refieren a una presencia, que no es plenamente activa, pero
que deja la posibilidad de un descongelamiento, que, veremos,
es atestiguado por autistas de alto nivel.

¿Por qué asumir un «self mínimo» incluso entre los autistas más
cortados de lo vivo? Porque son capaces de mostrarse muy
activos a la hora de protegerse de lo que les angustia. Una niña
como Laurie, una muñeca flácida e inerte, retirada del mundo,
replegada sobre sí misma, podía, sin embargo, en el más mínimo
movimiento para ayudarla, precipitarse furiosamente hacia
adelante, lanzarse a la garganta del cuidador y tratar de
estrangularlo. «Mientras que muchos de estos niños, cuando
[97]

llegan aquí», señala Bettelheim, «parecen totalmente pasivos,


inertes, casi muertos, su resistencia al medio ambiente es la más
poderosa que jamás haya encontrado […] De hecho, toda su
energía se canaliza en una sola defensa: la obliteración de todo
estímulo, interior y exterior, con el fin de evitar todo dolor
suplementario y el impulso de actuar.»[98] Su evitación del otro,
su búsqueda de la inmutabilidad, sus estereotipias, su elección
de un objeto autístico, e incluso su desconexión en relación con
los afectos son el resultado de una actividad fuerte y persistente
que atestigua de un trabajo subjetivo sostenido.

Una identificación simbólica, bosquejada, anticipada, congelada,


parece muy pronto discernible entre los autistas. Ella se
manifiesta de manera efímera y poco afirmada en las
vocalizaciones involuntarias, en la expresión de afectos de
rechazo del otro, así como en las elecciones de medidas de
defensa. Estas expresiones del sujeto no se copian en el doble, y
no se presentan como emanadas de este último. Ellas se basan
en una diferencia invisible. La función unaria del significante-
amo es muy tempranamente actuante y discernible; pero falla al
representar el goce del sujeto frente a otros significantes.

En formas un poco severas de autismo, la congelación de los


afectos comienza a disminuir volviéndose selectiva. El amor, la
gentileza, la empatía, etc., los sentimientos que pueden inducir
a entrar en interacciones con el otro, estos son los más
fuertemente prohibidos. En este sentido, la ausencia de teoría
de la mente, considerada el mayor déficit cognitivo de las
personas autistas[99], sin duda tendría que ser considerada desde
la perspectiva de un bloqueo de uno de los afectos de contacto,
la empatía. Por otro lado, el disgusto o el odio son mucho
[100]

menos reprimidos. Un niño que rechaza sus afectos en su borde,


como Joey, puede afirmar: «Si mis padres estuvieran aquí, los
mataría […] Si estuvieran aquí y si tuviera un ventilador, pondría
sus dedos en ellos y los cortaría en pedazos.»[101] Dibs puede
gritarle a su padre: «¡Te odio! ¡Te odio!» y tratar de
golpearlo. También puede expresar su anhelo de deshacerse
[102]

de su hermana.[103] La indicación de Asperger acerca de la maldad


de las personas autistas[104], al principio sorprendente, debido a
su carácter generalmente un poco agresivo, encuentra allí su
lugar: es más fácil para ellos expresar y actuar sentimientos
negativos que atreverse a signos de afección. Los afectos que
conducen a mantener a raya al otro, los que no presentan el
peligro de inducir intercambios con las personas, los afectos de
rechazo, estos se descongelan mucho antes.

Los sentimientos de amor en sí mismos pueden comenzar a


encontrar expresión cuando recaen sobre un objeto, lugar o
animal. Muchas personas autistas testimonian encuentros
similares a los realizados por J. March con un gato. «Algo
perturbador sucedió en mí», relata, «una conexión inexplicable,
como si hubiera vivido esos nueve años esperando cruzar esa
mirada. Era incapaz, en tanto niño autista, de sostener la mirada
de los demás, pero la de Shara era tan intensa, tan llena de amor,
que era imposible para mí desviar mis ojos de ella. Y, por primera
vez en toda mi existencia, frente a esta pequeña cosa peluda, mi
corazón comenzó a desbordarse de amor y felicidad, -un amor
que reservé sólo para esta gata y nadie más… «[105]. Grandin ha
hecho notar que «Hans Asperger observó que las personas
autistas están muy atadas a los lugares y que los niños autistas
sufrían más nostalgia por su país que los niños normales. Hay un
lazo afectivo con los objetos y con los hábitos de la casa. Tal vez
esta es una manera de compensar la ausencia de fuertes lazos
afectivos con los demás».[106]
Los enfoques cognitivos rechazan la tesis de que el autismo
estaría anclado en una congelación de los afectos al objetar que
las personas autistas no están verdaderamente aisladas de ellos.
La constatación es correcta, pero el argumento no es
pertinente. El autismo, como Kanner ha discernido claramente,
reside en un trastorno no de todos los afectos, sino
principalmente de algunos de ellos, aquellos que incitan al
«contacto». En las formas más severas, el autista ni siquiera
enviste su cuerpo, la congelación es radical; pero tan pronto
como avanza en el espectro, la congelación se vuelve selectiva.
No todos los afectos están prohibidos, sino aquellos que
incitarían a anudar lazos con los demás. Sólo algunas personas
hacen excepciones cuando el autista las considera dobles y se
fusiona con ellas en una relación fusional. Es el intercambio con
otros lo que angustia a los autistas, la fusión permite evitarlo.

Que el estudio del «dominio emocional» haya sido hasta ahora


demasiado descuidado por los investigadores cognitivos es una
idea que se abre camino entre ellos. Constatan la frecuencia de
una «desregulación de las emociones» en el autismo,
apresurándose a añadir que no siempre está presente[107]. Con
justa razón, pero la desregulación de las emociones no es
bloqueo de los efectos, éste es a veces compatible con una
apatía serena de sujetos discretos, sosteniendo un discurso
fáctico y constante, y cuyas tomas de iniciativas son casi nulas.
Sus afectos permanecen medidos, pero la dinámica subjetiva
está extinguida. En su infancia, Tammet era «demasiado gentil,
demasiado calmado, demasiado conciliador»[108] y «rara vez
tomaba la iniciativa de hablar».[109]

La congelación del S1 le da al sujeto durante mucho tiempo el


sentimiento de estar cortado de sus afectos, de manera que
cuando busca integrarlos primero debe pasar por una búsqueda
externa de su comprensión. «El cerebro», dice Harrisson, una
autista de alto nivel, «no recibe mensajes del cuerpo, a pesar de
que el cerebro y el cuerpo su trabajo cada uno por su
lado».[110] Ella subraya que «los autistas tienen emociones, pero
tienen que importar el sentido de sus emociones a partir del
exterior para tener acceso consciente a ellos»[111] Como
resultado, los afectos son aprendidos de manera intelectual.
«Quiero que me muestres emociones», le pide Williams a una
familia de amigos. […] «Gracias a líneas y esquemas, vi la escala
furibunda, la escala feliz y la escala triste. En estas líneas, se
marcaron las variantes inferiores y superiores: cansado,
ocupado, enojado, agitado, molesto, bravo y furioso. Trataron de
mostrarme cómo cada estado podía traducirse en una cara o
reflejarse en acciones».[112] Las metáforas de la computadora o del
robot son a menudo utilizadas por los propios autistas para
describir su funcionamiento: «Yo era una computadora de
control lento, tanto interna como externa», escribe Williams.
«Sabía cómo hacer las cosas, no obstante, no las
sentía.»[113] Acercar el pensamiento del autista al trabajo de
computador hace hincapié en la congelación de su anclaje en lo
vivo. Asperger ya había constatado ese fenómeno al darse
cuenta de que el saber del autista se desarrolla en un vacío
afectivo. «Estas personas son, si hablamos crudamente,
autómatas de la inteligencia», afirmaba en 1944. Es a través del
intelecto que la adaptación social se hace en ellos. Hay que
explicarles todo, enumerarles todo (lo que sería una falta grave
de educación en los niños normales); deben aprender las tareas
cotidianas como los deberes de escuela y ejecutarlas
sistemáticamente.”[114]

Cuando la fuente de lo vivo parece ser externa, el cuerpo está


poco habitado. «El silencio está en todas partes de mi cuerpo»,
dice Babouillec. «Encerrado en mi boca, encerrado en mis
manos, en mis orejas, en mis ojos, en mi piel. Encerrado… […]
Por miedo, por pudor, nada se mueve en este cuerpo, en mi
cuerpo, en nuestros cuerpos del Silencio.»[115] «Mi cuerpo»,
añade, «se ejecuta como un títere sin cuerdas entregado a sí
mismo, inactivado en modo de atracción
terrestre.»[116] «Realmente no me percibo vivir»[117], corrobora
Sellin. En las formas más severas de autismo, cuando los niños
autistas «no manifiestan ninguna reacción, sea la que sea, a la
defecación, debemos concluir», observa Bettelheim, «que el
proceso de alienación en relación con sus sensaciones ha
alcanzado proporciones tales que ni siquiera sienten lo que está
sucediendo en sus cuerpos. Esta noción es corroborada por su
insensibilidad al dolor.»[118] Aniquilar todos los sentimientos
corporales constituye la manera más radical de operar una
congelación de la vida afectiva. Una breve viñeta clínica permite
captar que el autista lo discierne. Enojado por la actitud de uno
de sus educadores, Joey no pudo retenerse en golpearla
gritando. Poco después, dice Bettelheim, muy angustiado por
haber permitido que un afecto se expresara de esta manera, «no
se movió más, vaciado de cualquier sentimiento». Luego atacó
su propio cuerpo. «Tengo que congelarme», dice. «Mis brazos y
mis piernas deben convertirse en hielo», después, trató de
arrancarlos de su cuerpo. [119] La tensión emocional, según
Williams, puede llegar tan lejos como una experiencia muy real
de volverse sordo, mudo y ciego.[120] En lo que a ella respecta, el
autismo la hace sentir todo simultáneamente sin saber lo que
ella experimenta, o bien lo corta de todas las sensaciones. [121] Su
primer marido, Ian, que era autista como ella, le confió que las
sensaciones de hambre, dolor, fatiga o frío se le escapaban, o
que no experimentaba sino las más extremas. «Los mensajes de
su cuerpo eran muy incoherentes y débiles.»[122]
Incluso en los autistas casi invisibles, debido a una buena
adaptación a la vida social, incluso en aquellos, las
constataciones de la dificultad del sujeto para habitar su cuerpo
permanecen presentes. «No sólo me costó expresar mis
sentimientos», dice March, «sino que, además, la mayoría de las
veces era incapaz de identificarlos.»[123] «Todavía tengo
dificultades para aceptar mis emociones», dice Grandin, «miedo
de que ellas no me traguen.»[124]

Dado que el cuerpo no está habitado desde el interior, es


aprehendido a partir de su imagen, de manera que es fácilmente
percibido como una superficie externa, dando a Gerland el
sentimiento de ser «una falsificación de otras personas, una
suerte de fotocopia fallida», basada en la imitación de los
demás.[125] Debido a lo que ella nombra «rupturas de sinapsis»
que lo cortan de » la información corporal real», Deshays
escribe: «Veo mi cuerpo como espectador y lo imagino como
una documentación detallada en Internet, tanto para mí como
para recibir las informaciones exteriores a mí
mismo.» Williams informa que su cuerpo fue aprehendido
[126]

durante mucho tiempo como una mera serie de texturas que sus
manos conocían, una imagen que sus ojos conocían, una serie
de sonidos que sus oídos conocían y una asociación de
movimientos.[127] Ella experimentaba la sensación de su cuerpo
externo observando y escuchando dónde se
situaba.[128] «Siempre tuve la impresión de tener el tamaño de las
personas en proximidad», precisa. «Mido un metro cincuenta y
seis; por lo que eran generalmente más grandes que yo. Cuando
estaba con gente de talla pequeña, suponía que era pequeña;
con gente alta, pensaba que era alta. A falta de un sentido de mi
cuerpo interno, ellas me servían como espejo, como un «mapa»
externo.»[129] Cuando la identidad se sostiene así en una imagen,
el disfrazarse puede convertirse en un calvario, a veces
fuertemente rechazado; mientras no es trivial no dejarse
«tomar» una foto, o renunciar al retrato de uno. Williams podía
tener la impresión de que, con una foto, uno se apoderaba de
ella.[130]

La congelación del S1 suscita un desfallecimiento de la


experiencia interna, lo que resulta en una dificultad del sujeto
para tomar posesión de su cuerpo y en expresarse sobre la base
de sus afectos. Lo vivo así cortado del cuerpo hace retorno
durante mucho tiempo en un borde que parece animar al sujeto
cuando se conecta sobre él. A veces, sin embargo, algunos
autistas logran operar una mutación subjetiva decisiva que les
permite uan introyección más o menos logrado de lo vivo.

La identidad asumida
Las identidades imaginarias, transitivistas y/o disimuladas,
correlacionadas a un doble, descritas anteriormente, son lo que
Williams llama «la estrategia del espejo». Cuando comienza a
salir de ello, constata que «había sido una excelente estrategia
para romper el repliegue, aprender sociabilidad, luchar contra
el aislamiento, desarrollar un lenguaje y tomar conciencia de
[su] cuerpo»[131]; sin embargo, tomar conciencia de este no
significa habitarlo. Además, la estrategia del espejo aleja al sujeto
de lo vivo. Ella percibe que ha ido «demasiado lejos» en el uso de
este recurso alienante a un borde. A partir de ahí, le parece que
debe dejar la «dependencia» a su reflejo y a sus compañeros
imaginarios si realmente quiere adquirir «la permanencia de la
intimidad, del tacto, de la conciencia interna del cuerpo y el
compartir».[132] Con el fin de dejar de experimentar la vivencia de
la «mutilación psíquica» suscitada por la localización del goce
en un borde externo, entendió que tenía que matar a sus dobles.
Ella debía dejar de recurrir a su «protección anestésica» [133]que
le permitía «suprimir» los efectos.[134] Así que procedió con sus
asesinatos simbólicos. Al desvanecerse, constata, no
desaparecieron por completo: se introyectaron. «No los
rechacé, ellos se desintegraron (¿o se reintegraron?). Acepté sus
capacidades… «[135] Incluso precisó que «la vieja Carol» se había
integrado a Donna Williams.[136] Los asesinatos simbólicos de
Willie y Carol no fueron lo suficientemente inmediatos como
para hacerlos desaparecer. Eran sólo una indicación de una
mutación subjetiva en curso. Después de su disipación, Williams
desarrolló lentamente la facultad de hablar personalmente
«manteniendo intacto el sentido de sí mismo y de sus
emociones».[137] Aprendió a «sentir una sensación de
pertenencia, no sólo a fingir»[138]. Ella discernió que un desfile
insuperable había sido excavado entre su «yo interno» y sus
afectos, y que ella estaba en el proceso de establecer un puente
invisible para franquearlo conectándose con su
cuerpo.[139] Constató que cuanto menos conectada estaba con
el espejo, más consistente se volvía su sentido del cuerpo
interno. «Había confiado demasiado en la imagen corporal
externa en detrimento del desarrollo del sentido interno del
cuerpo.»[140] Luego descubrió «una manera de vivir ese yo» al que
había sido «normalmente sorda, ciega y muerta».[141] La mutación
es espectacular cuando relata la emergencia de una
aprehensión interna de su cuerpo. Al poner su mano en su
brazo, constata no sentir aquel del exterior, «como antes, pero
desde el interior». Ella se sorprende de que de repente su brazo
haya sentido su mano desde el exterior. «Brazo», escribe, «no
era más que una textura simple: tomaba sentido desde el
interior».[142] Esta posesión de sí misma le parece la seguridad
más tangible que haya conocido.[143] Ella «nunca se había sentido
tan tan viva.»[144]
La desinvestidura del borde que va acompañada de una
introyección de lo vivo y de una asunción de la identidad
caracteriza el posicionamiento subjetivo del autista de alto nivel.
Es de Jacqueline Léger. Ella, que no podía decir lo que le gustaba
o no le gustaba en su infancia, ella que negaba las necesidades
de su cuerpo en la adolescencia, relata que, hacia el final de su
segundo análisis, se produjo una mutación decisiva para ella. La
descongelación de los afectos y la asunción de la identidad, ella
lo llama una «psiquización del cuerpo». Ella indica que la
escritura de su libro contribuyó a este nuevo asiento subjetivo:
«Me tranquilizó más que el cuerpo y la psique eran uno. Hice el
gesto de poner mis manos la una en la otra de forma apretada.
Esa unión aún no había sido operada del todo en mí antes. Fue
sobre todo el trabajo sobre el sueño de la «piel de gato» lo que
me hizo hacer esta evolución […] Este sueño, en su dimensión
erótica y el hecho mismo de soñarlo dice la psiquización del
cuerpo. Puede ser la parte más importante de mi libro.»[145] Es a
menudo, señala, a partir de una toma de riesgos de vivir que uno
agarra algo desde la orilla.[146]

En la retroacción de una separación con un terapeuta


«decepcionante», después de una cura de cuatro años, Gerland
relata una modificación neta en su posición subjetiva que le
parece haber ocurrido progresivamente. «Algo se había
desencadenado dentro de mí, haciendo que pueda hablar
automáticamente. Mientras que antes, nunca lograba hacerlo,
ahora ya no tenía que pensar en todo lo que iba a decir, de
escribirlo mentalmente: la palabra y el pensamiento iban de la
mano espontáneamente y ya no necesitaba dar a la voz la orden
de decir lo que yo quería decir». Ahora podría explicar lo que
pensaba o sentía de una «manera completamente diferente a la
anterior».[147] Por lo tanto, ella da testimonio de que un corte
entre el goce y el intelecto cesó de funcionar. Lo vivo se insertó
en el pensamiento, confiriéndole a éste un automatismo, una
espontaneidad, que contrasta con el esfuerzo anterior para
movilizar parsimoniosamente la voz. Es la interrupción del
combate por la separación del intelecto y los efectos lo que
luego le da a Gerland el sentimiento de convertirse, según el
título de su libro, en Une personne à part entière. Al final del
recorrido relatado en este libro, se convierte en una autista de
alto nivel, posición subjetiva que le permite afirmar: «Yo me las
arreglo sola en todo.»[148]

Cuando Joey, después de tres años de haber dejado la escuela


ortopédica, afirma que él también se ha vuelto capaz de valerse
por sí mismo, cuando considera que pronto va a poder
encontrar un trabajo y ganar su propio dinero, subraya «un
factor importante», el de haberse vuelto realmente capaz de
hablar con la gente acerca de sus sentimientos, dice que ya no
necesita esperar, puede hacerlo tan pronto como empieza a
sentirlo.[149]

Otro autista de alto nivel, Jim Sinclair, da testimonio de una


mutación subjetiva caracterizada por la toma de contacto con
sus afectos: «Finalmente aprendí a hablar de los sentimientos
cuando tenía veinticinco años», afirma. […] «Una vez que me di
cuenta de que las palabras podían utilizarse para describir
experiencias subjetivas, empecé de la misma manera que lo
había hecho a los doce años con los vocablos-ideas.»[150] Cabe
señalar la emergencia distinta de la lengua de los «vocablos-
ideas», es decir, la lengua de signos, poco conectada a los
afectos[151], bien manejada intelectualmente por los autistas de
Asperger; y la lengua en contacto con los afectos, arraigada en
el significante, propia de los autistas de alto nivel, que
predomina sobre la anterior sólo mucho más tarde. Una
nostalgia por la lengua fáctica persiste entre los autistas de alto
nivel, «no me gusta», señala Tammet, «cuando los mismos
vocablos pueden referirse a dos cosas totalmente diferentes»[152],
sin embargo, se produce en ellos una apertura a la ambigüedad
significante. Esto se evidencia en algunos por el acceso al
humor y la poesía, así como en la comprensión de la mentira y
la hipocresía. Cuando, después de su «eclosión», [153] Barron
comenzó a poder tomar decisiones por su cuenta[154], su madre
constató que su sentido del humor desarrollaba conjuntamente.
«Se estaba divirtiendo mucho», escribe, «a veces sarcástica,
llegando a burlarse de sí mismo. Estábamos empezando a poder
bromear a su costa y él nos estaba hacía lo mismo»[155]. Como
adulto, Tammet desarrolló un gusto por la poesía y ahora se
considera capaz de animar «los vocablos con su imaginación»
de manera que «cada palabra sea un pájaro al que uno enseña a
cantar.»[156] Incluso señala con gran finura que la poesía
comienza con el uso del significante propio de la palabra
habitada: «Para poder contar nuestra propia vivencia», analiza,
«necesitamos poesía. Sin poesía estamos mudos. Uno puede
repetir cosas, como yo lo hacía a los diez años, diálogos en
novelas, como un loro que no entiende el significado de lo que
dice, pero a partir del momento en que entendemos el sentido
de lo que se dice […] la palabra inevitablemente se vuelve
múltiple»[157]. La enunciación de los autistas de alto nivel sugiere
que la lengua de los significantes se ha insertado
progresivamente en la lengua de signos hasta que la ha
suplantado en gran medida.

La integración de la vida afectiva operada por Tammet no fue


espectacular, sin embargo, mirando hacia atrás en su pasado,
constató que se hizo progresivamente: «No siempre sentí un
fuerte lazo emocional con mis padres, hermanos o hermanas al
crecer y no sentí ninguna falta particular de ella: no eran parte
de mi mundo, simplemente. Las cosas son diferentes hoy», dice
cuando escribe Nacido en un día azul, con más de veinticinco
años. «Creo que enamorarme me ha permitido acercarme a mis
propios sentimientos, no sólo por Neil[158], sino por mi familia y
amigos, y aceptarlos»[159]. Los sentimientos ya no son
sensaciones confusas para él, él se ha «acercado» a ellos, ya no
le repugna asumirlos.

Haber logrado una desinvestidura del goce atado al borde


constituye una de las características del autista de alto nivel.
Grandin logró esto a través de repetidos cortes operados en el
goce fusional que le brindaba su borde de su máquina, en el que
tenía el sentimiento de que «era llevada, abrazada, suavemente
acunada en los brazos de mamá».[160] Solo más tarde, en 2010,
que menciona que su máquina se había roto y que no la había
reparado. «Ahora», dice, «es con la gente con la que me
abrazo»,[161] indicando así que «la puerta corredera de vidrio que
la separaba del mundo del amor y de la comprensión humana se
logró abrir».[162]

Sin embargo, Grandin afirma firmemente que su reflejo sigue


cortado de sus afectos. Es conveniente minimizar por ser en
parte ilusoria. De hecho, no es necesario ser autista para
ponerse bajo la ilusión de que nuestras decisiones son
puramente racionales. Así, Damasio lo ha demostrado
sólidamente, al señalar «el error de Descartes», todo ejercicio
de juicio implica la participación de la vida afectiva.
Contrariamente a la intuición, el debilitamiento de la capacidad
de experimentar emociones se asocia con una incapacidad de
decidir.[163] El neurólogo lo demostró a partir de su clínica; gran
pasividad, característica de las formas severas de autismo,
parece confirmarlo, sabiendo que está correlacionado con una
congelación de los afectos[164]. «Parece ser claro», señala
Damasio, «que hay un hilo común que une en el plan anatómico
y funcional, la facultad de razonamiento con la percepción de
las emociones y el cuerpo. Es como si hubiera una pasión que
subestima la razón, un impulso originado en la profundidad del
cerebro, insinuándose a sí mismo en los otros niveles del
sistema nervioso, y en última instancia traduciéndose en la
percepción de una emoción o por una influencia no consciente
orientando un proceso de toma de decisiones.»[165] Por lo
tanto, se cuestionan las afirmaciones de Grandin según las
cuales en su mente los hechos y las emociones están «siempre
separados», de modo que «su mente se rige por la lógica, no por
las emociones.»[166] Sus acciones serían «comandadas por el
intelecto»[167] y su modo de pensamiento se asemejaría a la de una
computadora. Sin embargo, Grandin también relata haber sido
capaz de tomar decisiones importantes por su cuenta, tal como
un cambio de orientación en sus estudios universitarios.
Además, ejerce una profesión, imparte cursos, escribe libros, da
conferencias, lleva una vida totalmente independiente, y todo
esto implica múltiples decisiones diarias, las que, a pesar de su
vivencia, no podría ahorrarse la participación de los afectos.

Hay que recalcar de nuevo que el corte de los afectos es


selectivo. La propia Grandin lo señala: «Como la mayoría de
autistas, no experimento ningún sentimiento ligado a una
relación personal»[168]. Por otro lado, testifica experimentarlos
por lugares y objetos. Ciertamente persiste en luchar por una
disociación del pensamiento y de los afectos y lo logra mejor que
ciertos autistas invisibles que han detenido esta lucha. En este
sentido, señala muy pertinentemente que Donna Williams no
está «en el mismo punto» que ella en el «espectro autista.»[169] Al
mencionar que ésta última ha logrado un mayor distanciamiento
con respecto al autismo, ella indica que la sitúa en uno más allá
del punto que ella considera haber logrado. De hecho, todo
indica que la integración de los afectos está mejor lograda en
Williams. Grandin pensó muy tempranamente que las mujeres
eran maltratadas socialmente, lo que la disgustó del matrimonio
y la llevó a permanecer soltera[170]; al contrario, Williams se casó
dos veces, aceptando sus sentimientos amorosos. Incluso
confiesa, durante un romance homosexual, que ha logrado una
de las experiencias más convincentes de comunión con su
cuerpo, la sensación orgásmica.[171]

Las relaciones dependen de la percepción que el sujeto se hace


de sí mismo. Es necesario amar su imagen para hacerla amable
a los demás. Inicialmente, cuando el autista comienza a
distinguirla, la ve como una fachada externa, poco habitada,
poco atractiva. Deshays evoca «su vestido paralizante de
tonterías»[172]; Sellin se percibe a sí mismo como «feo» y
«bestial.»[173] Sin embargo, a medida que se integran los afectos,
la relación con la imagen se modifica. Barron tenía una «idea
negativa de sí mismo», y se encontró «despreciable»[174], y
después de su «eclosión», constató que la percepción que tenía
de sí mismo había mejorado[175], de manera que se volvió en capaz
de anudar relaciones románticas. A medida que se difumina el
corte con respecto a los afectos, la imagen se transforma.
Cuando el sujeto ya no se siente a distancia de ella, cuando la
inviste libidinalmente, entonces adquiere una percepción
falicizada de ésta que hace que su autismo sea cada vez más
invisible. Cuando Williams se mira al espejo, ya no percibe a
Carol. Pintó hierbas altas y rosas salvajes de todos los colores en
un espejo en el que se ve sentada en la hierba y rodeada de
rosas.[176]

La asunción de la identidad del autista va acompañada de una


desinvestidura progresiva del borde. Inicialmente, la investidura
libidinal extrema del interés específico lo convierte en un objeto
protector hacia los demás de manera que funcione como un
obstáculo para la relación de los demás. Cuando el clínico le
pregunta a un niño autista: «¿Qué harías si no estuviera
interesado en Egipto?», éste inmediatamente responde:
«Entonces te dejaré de lado». Lemay insiste: «¿Te has dado
cuenta de que después de cierto tiempo la gente se hartan y
tratan de hablar de otra cosa?», él responde: «Lo sé bien y por
eso no tengo amigos, pero tienen que escucharme o, entonces,
no son nada para mí».[177] Cuando Tammet tenía unos 10 años, no
tenía consciencia de que estaba molestando a aquellos a quienes
hacía parte de sus centros de interés: «Cuando hablaba con
alguien, a menudo era de un solo tirón, sin parar. La idea de
hacer una pausa o de hablar en turnos no me venía […] No
entendía que el propósito de la conversación no es hablar sólo
de las cosas que a uno le interesan. Hablé con fuerza hasta que
me vaciaba de todo lo que tenía que decir. Sentía que podría
haber estallado si alguien me hubiera interrumpido. Nunca me
pareció que el tema del que estaba hablando podría no ser
interesante para mi interlocutor. Tampoco me di cuenta si éste
se comenzaba a impacientar o si miraba a su alrededor. Yo
continuaba hablando hasta que me decían algo del tipo: «Tengo
que irme ahora.»[178]

El testimonio de Luke Jackson, un autista Asperger, corrobora


lo precedente: «Sólo puedo hablar por mí mismo», escribe,
«pero cuando tengo algo en mente, entonces el resto del mundo
deja de existir. Supongo que puedes llamarlo egoísmo y
realmente trato de pensar un poco más en los demás; pero a
veces es muy difícil. Cuando se trata de dinosaurios (eso se trata
de cuando era más pequeño, me apresuro a precisarlo),
Pokémon, Playstations o computadoras — estos últimos siempre
han sido una fascinación recurrente conmigo — siento tal ola de
excitación que se eleva en mí que ni siquiera puedo describirla.
Tengo que hablar sobre el tema absolutamente. Ser detenido en
seco me pone en tal estado que fácilmente puedo entrar en una
furia loca. Escribiendo todo esto, me doy cuenta de que todo eso
puede parecer loco, pero no hago más que describir la
realidad»[179]. Los tres dan testimonio de un goce solitario de su
interés específico que el introducir un corte les era tan
insoportable que un sentimiento de ira y rabia se apoderaba de
ellos.

Cuando se produce la mutación subjetiva que da lugar al autista


de alto nivel, el interés específico deja de utilizarse como objeto
protector, se convierte en un facilitador de la relación social. «A
diferencia de lo que solía suceder», dice la madre de Barron, «ya
no hacía alarde de su conocimiento, como hacen la mayoría de
los niños autistas, en lugar de una conversación verdadera. Si
encontrara a alguien que compartiera su pasión por el jazz,
hablaría con entusiasmo sobre sus músicos favoritos,
igualmente disfrutaría escuchar sus discos y aprender sobre sus
intérpretes».[180] El interés específico ya no es un objeto cuyo
conocimiento de los componentes y su ordenamiento está al
servicio de la búsqueda de una inmutabilidad tranquilizadora.

Mientras el interés específico sea objeto de una pasión


desbordante, sigue existiendo un borde que anima al autista.
Este último se apropia de él en su estado original, sin buscar
modificarlo y sin utilizarlo con fines prácticos. Es convocado
voluntariamente para abrumar al interlocutor con el fin de
evitar cualquier intercambio real. Cuando la participación en el
pensamiento de los afectos se vuelve menos inhibida, el autista
desarrolla capacidades de inventiva hacia su interés específico,
lo que a veces abre oportunidades para que sea utilizado para
actividades profesionales. Sabemos desde Asperger, y esto ha
sido ampliamente confirmado, que desde su tierna juventud, se
constata en los autistas una «predestinación a un oficio», por lo
que parece que «esta profesión emerge de su constitución como
un destino».[181] Cuando el autista se vuelve capaz de habitar su
interés específico y convertirlo en un puente hacia lo social, deja
de ser un borde que captura un goce rechazado y
sobreinvestido. Los afectos ya no se mantienen a distancia por
la lengua de signos, el autista invisible entonces accede a una
expresión significante de estos, de manera que el interés
específico se muda en un sinthome.[182] El goce del sujeto se
captura de tal manera tal que da orientación a su existencia y le
permite tejer intercambios sociales. La introyección consumada
de lo vivo hace que no sólo el sujeto sea independiente, sino
también creativo: se vuelve capaz de tomar una posición
dinámica con respecto a sus objetos. Es él quien los acciona, ya
no está animado por su borde. Grandin se considera hacer una
«obra de pionero» en la investigación sobre el comportamiento
y el tratamiento del ganado.[183] Una integración social se vuelve
entonces posible, a menudo a través de sinthomes derivados del
interés específico. A veces incluso se revela una aptitud a modos
de goce disociados del borde. Así, Barrón se ha mostrado capaz
de investir actividades profesionales independientemente de
sus intereses específicos. Además, muchos autistas invisibles se
han casado y han fundado una familia. No cabe duda de que el
encuentro de parteneres-sinthomes se los ha hecho posible.

La mutación subjetiva que da nacimiento al autista de alto nivel


a menudo va acompañada de una fantasía de auto-procreación
o intentos de auto-nominación. El término autista de alto nivel,
mala traducción del inglés «high functioning«, ¿es el más
apropiado para referirse a la llegada de este posicionamiento
subjetivo caracterizado principalmente por la capacidad de ser
independiente? Otros términos han sido propuestos y podrían
ser más convenientes: autismo invisible o autismo
ordinario.[184] Los interesados prefieren un término menos
clínico y más simpático, «Aspis» o incluso «síndrome residual de
Asperger.»[185]

La referencia a «personalidades post-autistas» parece más


discutible. Ciertamente, cuando la mayor defensa de lo autista,
a saber, el retorno de lo vivo en un borde, casi deja de ser
operativa, la mutación subjetiva es tal que despierta la tentación
de introducir esta noción. Sin embargo, esta no es la opción
elegida por las personas concernidas, la mayoría de las cuales
todavía se consideran autistas, porque recuerdan las
dificultades que tuvieron que superar, porque saben que su viaje
ha sido muy específico -no comparable a aquel que ellas llaman
los «neurotípicos»-. Además, testimonian que conservan
algunos rasgos autistas discretos (reticencia a las interacciones
sociales, atracción a la inmutabilidad, retorno temporal de
trastornos sensoriales), por lo que, en su gran mayoría, ellos
persisten en reivindicarse autistas. Impugnarlos conduciría a
romper con su testimonio para orientarnos. Imponerles un
saber que ha venido de otros lugares sobre la naturaleza del
autismo, diciéndoles que han dejado de asumirlo, no sólo sería
abusivo, sino que llevaría a no considerar la palabra del sujeto
como el medio del descubrimiento freudiano. Mejor fundada
nos parece la opinión según la cual en el nivel más alto del
espectro del autismo, éste tiende a volverse invisible. Ya no
cumple con los criterios de comportamiento del DSM-5,pero
persiste como vivencia subjetiva.

La construcción de la identidad del autista esbozado en este


texto sin duda conduce a esquematizar la clínica, se debe
tomarlo para la orientación ésta perfila: las etapas se pueden
entrelazar y su franqueamiento no es necesario para todos.
Estar advertido de ello permite acompañar mejor al sujeto en sus
esfuerzos por reducir su malestar y encontrar un asiento
subjetivo. La alienación retenida, que obstaculiza al significante-
amo, y que le da al doble una importancia mayor no se fija: los
llamados autistas de alto nivel logran tomar una posición de
enunciación, introyectar su doble yoico, habitar completamente
su cuerpo, y poner en marcha un sinthome, desabonado del
inconsciente, lo más a menudo a través de su interés específico.

Kanner y Asperger lo han discernido desde el principio: el


autismo está anclado en una alteración de los afectos y de lo
vivo, por un lado, se trata de un trastorno del «contacto
afectivo», por el otro de una «perturbación de las relaciones
vivientes con el medio ambiente.»[186] Tiene su origen en la
congelación de los afectos, especialmente aquellos que incitan
a los intercambios con otros, como lo demuestra la retención
inicial de los objetos de la pulsión.[187] Las mejoras en la cognición
ciertamente pueden atemperar ciertas angustias a veces, sin
embargo, los resultados de las técnicas educativas sobre el
funcionamiento autista siguen siendo pobres. [188] ¿Cuántos
autistas invisibles han producido? Por otro lado, basarse en las
pasiones de los autistas, muchos testimonios del
de Affinity Therapy, lo que da cuenta de ello[189], ha allanado el
camino para evoluciones «espontáneas» espectaculares
(Barnett,[190] Gay-Corajoud,[191] Suskind[192]). Es de ésta que se
inspira el enfoque psicoanalítico orientado por el borde. Este
último no sólo permite solamente que el autista, para protegerse
de sus angustias, rechace sus afectos en un objeto externo, sino
que también constituye un modo autista de pasaje a la
integración de lo vivo.

*J.-C. Maleval y M. Grollier. Gel et dégel du S1 chez le sujet


autiste. [En línea] : https://cause-autisme.fr/2021/01/18/gel-
et-degel-du-s1-chez-le-sujet-autiste/. Último acceso: 2021-
04-01.

[1] Maleval J-C., Repères pour la psychose ordinaire, Navarin,


Paris, 2019, pp. 93-100.

[2] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus [1992], Robert


Laffont, Paris, 1992, p. 96.

[3] Los niños autistas «se congelan como si fueran vistos por los
ojos de Medusa» frente a su propia imagen. «La presencia de su
propia imagen no entra en el reino de la realidad tal como la ven.
Brauner A. et F., Vivre avec un enfant autistique, PUF, Paris, 1978,
p. 195.

[4] Idoux-Thivet A., Ecouter l’Autisme, Autrement, Paris, 2009,


p. 119.

[5] Bettelheim B., La forteresse vide [1967], Gallimard, Paris,


1969, p. 143.

[6] Ibíd., p. 140.

[7] Ibíd., p. 150.

[8] Meltzer D. Bremmer J. Hoxter S. Wedell D. Wittenberg


I., Explorations dans le monde de l’autisme [1975], Payot, 1980, p.
31

[9] Williams D., Quelqu’un, quelque part, J’ai Lu, 1996, p. 176.
[10] Ibíd., p. 12.

[11] Ibíd., p. 17.

[12] Gerland G., Une personne à part entière [1996], Autisme


France Diffusion, 2004, p. 20.

[13] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 64.

[14] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 129.

[15] Ibíd, p. 285.

[16] Park C.C., Histoire d’Elly. Le siège [1967], Calmann-Lévy,


Paris, 1972, p. 283.

[17] Williams D., Exposure Anxiety –The Invisible Cage. An


Exploration of Self-Protection Responses in the Autism Spectrum
and Beyond. Jessica Kingsley. UK., 2002, p. 2.

[18] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 152.

[19] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 252.

[20] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste,


Presses de la Renaissance, Paris, 2009, p. 106.

[21] Ibíd., p. 108.


[22] Babouillec, Algorithme éponyme et autres textes, Rivages,
Paris, 2016, p. 82.

[23] Ibíd., p. 129.

[24] Ibíd., p. 13.

[25] Eeologismo «transitivista» se utiliza aquí en referencia al


transitivismo, término introducido en psiquiatría por Wernicke,
inicialmente para referirse a la atribución a otros de lo que es
específico para el sujeto. Sin embargo, el fenómeno puede llegar
tan lejos como una confusión de vectores centrípetos y
centrífugos de la experiencia vivida. Según Lacan el
transitivismo es «una verdadera captación por la imagen del
otro» (Lacan J., «Acerca de la causalidad psíquica», Escritos,
tomo 1, México, 2009, p. 178]. De ello son ejemplares las
situaciones en las que «el niño que pega dice haber sido pegado,
el que ve caer llora» [Lacan J., «La agresividad en el
psicoanálisis», Escritos, tomo 1, op. cit., p. 117).

[26] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 283

[27] Donville B., Vaincre l’autisme, Odile Jacob, Paris, 2006, p.


56.

[28] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 325.

[29] Ibíd., p. 315.

[30] Rothenberg M., Des enfants au regard de pierre [1977],


Seuil, 1979, p. 246.
[31] Ibíd., pp. 277-279.

[32] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 235.

[33] . Meltzer D. Bremmer J. Hoxter S. Wedell D. Wittenberg


I., Explorations dans le monde de l’autisme, op. cit., p. 40.

[34] Ibíd., p. 41.

[35] Deshays A. Libres propos philosophiques d’une


autiste, op.cit., p. 106.

[36] Ibíd., p. 91.

[37] Klonovsky M. Postface, in Sellin B., La solitude du


déserteur [1995], Robert Laffont, Paris, 1998, p. 244.

[38] Sellin B., La solitude du déserteur, op. cit., p. 150 et p. 160.

[39] Stork J., Remarques psychanalytiques sur les résultats de


l’expérience « d’écriture assistée », Psychiatrie de l’enfant, 1996,
XXXIX, 2, p. 472-473.

[40] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 40.

[41] Ibíd., p. 293.

[42] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 325 et p. 315.


[43] Léger J., Un autisme qui se dit… fantôme mélancolique,
L’Harmattan, 1997, p. 34.

[44] Ibíd., pp. 36-37.

[45] Ibíd., p. 40.

[46] Ibíd., p. 32.

[47] Ibíd., p. 36.

[48] Ibíd., p. 48.

[49] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 12.

[50] Ibíd., p. 263.

[51] Ibíd., p. 210.

[52] Horiot H., L’empereur, c’est moi, L’iconoclaste, Paris, 2013,


p. 198.

[53] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 273.

[54] Ibíd., p. 292.

[55] Williams D., Like Colour to the Blind, Jessica Kingsley


Publishers, London, 1999, p. 24.

[56] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 302


[57] Ibíd., p. 264.

[58] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 95.

[59] Ibíd., p. 261.

[60] Ibíd., p. 209.

[61] Williams D., Everyday Heaven. Journeys Beyond the


Stereotypes of Autism, Jessica Kingsley Publishers, London and
New York, 2004, p. 117.

[62] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 89.

[63] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 391.

[64] Grandin T., Ma vie d’autiste [1986], Odile Jacob, Paris, 1994,
p. 53.

[65] Ibíd., 95.

[66] Grandin T., Penser en images [1995], Odile Jacob, Paris,


1997, p. 165.

[67] Horiot H., Carnet d’un imposteur, L’iconoclaste, Paris, 2016,


p. 124

[68] Ibíd., p. 135.

[69] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 41.


[70] Ibíd., p. 35.

[71] Ibíd., p. 79.

[72] Ibíd., p. 118.

[73] Ibíd., p. 134.

[74] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 243.

[75] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 124 et p. 116.

[76] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 196.

[77] Ibíd., p. 200.

[78] Willey L. H., Vivre avec le syndrome d’Asperger [1999], De


Boeck Supérieur, Louvain-la-Neuve, 2019, p. 57

[79] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 394.

[80] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 293

[81] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 263

[82] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 294

[83] Sellin B., Une âme prisonnière [1993], Robert Laffont, Paris,
1994, p. 102
[84] March J., La fille pas sympa. La vie chaotique et turbulente
d’une jeune autiste Asperger, Seramis/Movie Planet, 2018, p.
214.

[85] Ibíd., p. 24.

[86] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128

[87] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 351.

[88] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant


l’enfance [1944], Les empêcheurs de tourner en rond,
Synthélabo, Le Plessis-Robinson, 1998, p. 122.

[89] Ibíd., p. 179.

[90] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op.


cit., p. 15.

[91] Ibíd., 54.

[92] Lacan J., «Conferencia de Ginebra sobre el síntoma»


[1975], Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2017,
17.

[93] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 129.

[94] Ibíd., p. 524.


[95] Lacan J. El seminario, Libro I, Los escritos técnicos de
Freud [1954], Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 99.

[96] Ibíd., p. 83.

[97] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 237.

[98] Ibíd., p. 88.

[99] Baron-Cohen S., La cécité mentale. Un essai sur l’autisme et


la théorie de l’esprit, Presses Universitaires de Grenoble, 1998.

[100] La fuga inicial de la mirada y la falta de atención conjunta


se explican mejor por un bloqueo del afecto de la empatía que
por un trastorno cerebral, sabiendo que las personas autistas de
alto nivel tienen acceso a la teoría de la mente cuando se
congelan los afectos.

[101] Ibíd., p. 333.

[102] Axline V. Dibs, Développement de la personnalité grâce à


la thérapie par le jeu [1964], Flammarion, 1967, p. 97.

[103] Ibíd., p. 205.

[104] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant


l’enfance, op. cit., p. 122.

[105] March J., Une fille pas sympa, op. cit., p. 83


[106] Grandin T., Penser en images, op. cit., p. 164.

[107] Mazefsky C.A., “Emotion regulation and emotional distress


in autism spectrum disorder : Foundations and considerations
for future research.” J Autism Dev Disord. 2015 Nov; 45 (11): 3405-
3408. Doi : 10.1007 / s10803-015-2602-7

[108] Tammet D., Je suis né un jour bleu [2006], Les Arènes,


Paris, 2007, p. 29.

[109] Ibíd., p. 35.

[110] Harrisson B., L’autisme : au-delà des apparences,


ConsulTED, Rivière du loup, Québec, Canada, 2010, p. 311.

[111] Ibíd., p. 241.

[112] . Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., pp. 161-162

[113] Ibíd., p. 221.

[114] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant


l’enfance, op. cit., p. 86.

[115] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 79.

[116] Ibíd., p. 112.

[117] Sellin B., Une âme prisonnière, op. cit., p. 96


[118] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 153.

[119] Ibíd., p. 394.

[120] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 291.

[121] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 318.

[122] Ibíd., p. 284.

[123] March J., Une fille pas sympa, op. cit., p. 224

[124] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128.

[125] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 121.

[126] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op.


cit., p. 56.

[127] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 314.

[128] Ibíd., p. 312.

[129] Ibíd., p. 315.

[130] Ibíd., p. 207.

[131] Ibíd., p. 309.

[132] Ibíd., p. 309.


[133] Ibíd., p. 159.

[134] Ibíd., p. 143.

[135] Ibíd., p. 119.

[136] Ibíd., p. 167.

[137] Ibíd., p. 246.

[138] Ibíd., p. 140.

[139] «La conexión con mi cuerpo era el puente invisible que


abarcaba el desfile infranqueable que había crecido entre mi yo
interior y la posibilidad de ser tocado sin perder la conciencia
de mis emociones» (Williams D., Quelqu’un, quelque part, Op.
Cit., 316.)

[140] Williams D., Like Colour to the Blind, op. cit., p. 18

[141] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 274.

[142] Ibíd., p. 313.

[143] Ibíd., p. 315.

[144] Ibíd., p. 314.

[145] Léger J., Communication personnelle en date du 16


octobre 2018.
[146] Léger J., Un autisme qui se dit… fantôme mélancolique, op.
cit., p. 129.

[147] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 224.

[148] Ibíd., p. 233

[149] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 409.

[150] Sinclair J., “Bridging, the gaps: an inside-out view of


autism”, in Schopler E. Mesibov G., High functioning individuals
with autism, Plenum Press, New York, London, 1992, p. 298

[151] La adhesividad del signo al referente lo hace inadecuado


para codificar los efectos, que se expresan de manera diferente
en cada uno, que poseen matices, que a menudo son fugaces y
cambiantes, y que son difíciles de objetivar. (Cfr. Cf. Maleval J-
C., « Langue verbeuse, langue factuelle et phrases spontanées
chez l’autiste », La Cause freudienne, 2011, No 78, pp. 77-102.)

[152] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 173.

[153] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste [1992], Plon, Paris,


1993, p. 309.

[154] Ibíd., p. 287.

[155] Ibíd., p. 289.

[156] Tammet D., Chaque mot est un oiseau à qui l’on apprend à
chanter, Les Arènes, Paris, 2017.
[157] Tammet D., Conférence à l’Université Rennes 2, le 28 mars
2018.

[158] Su primer compañero.

[159] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 225.

[160] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 119.

[161] Citado por Laurent E., in La bataille de l’autisme, Navarin,


Paris, 2012, p. 73.

[162] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 49

[163] Damasio A. R., L’erreur de Descartes. La raison des


émotions [1994], Odile Jacob, Paris, 1995, p. 81.

[164] Con respecto a esto, Grandin hace un comentario que


merece ser observado: «Según Antonio Damasio, escribe, los
sujetos que ya no sienten emociones como resultado de un
ataque de apoplejía a menudo toman decisiones desastrosas en
el plano financiero o moral. Estas personas normalmente
piensan y responden cuando se les pregunta sobre una situación
social hipotética. Pero su comportamiento colapsa tan pronto
como tienen que tomar una decisión, porque ya no tienen una
señal emocional confiable a su disposición. Es como si de
repente fueran autistas. [Grandin T., Pensar en
imágenes, Op. Cit., 160].

[165] Damasio A. R., L’erreur de Descartes, op. cit., p. 307-308.


[166] Grandin T., Penser en images, op. cit., p. 223.

[167] Ibíd., p. 103.

[168] Ibíd., p. 68.

[169] Ibíd., p. 68.

[170] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128.

[171] Williams D., Everyday Heaven, op. cit., p. 120

[172] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op.


cit., p. 52.

[173] Sellin B., La solitude du déserteur, op. cit., p. 54 et p. 115.

[174] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste, op. cit.

[175] Ibíd., p. 283.

[176] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 275.

[177] Lemay M., L’autisme aujourd’hui, Odile Jacob, Paris, 2004,


p. 148

[178] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 85.

[179] Jackson L., Excentriques, Phénomènes et Syndrome


d’Asperger, AFD Editions, Mouans Sartoux, 2007, p. 41.
[180] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste, op. cit., p. 290.

[181] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant


l’enfance, op. cit., p. 142.

[182] “Cuando hablamos de síntoma entendemos por ello, en


psicoanálisis, un elemento que puede disolverse, o pasible de
desaparecer, de levantarse, en tanto que sinthoma designa este
elemento en tanto que no puede desaparecer, que es constante.
(Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós, 2014, p.
15) El sinthome no se interpreta, no es una formación del
inconsciente.

[183] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 149.

[184] Frigaux A. Lighezzolo-Alnot J. Maleval J-C. Evrard R., «


Clinique différentielle du spectre de l’autisme : l’intérêt de
penser un autisme ordinaire », L’Evolution psychiatrique, [En
línea] 25 April
2020. https://doi.org/10.1016/j.evopsy.2020.02.005

[185] Willey L.H. Vivre avec le syndrome d’Asperger. [1999] De


Boeck Supérieur. Louvain-la-Neuve. 2019, p. 103.

[186] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant


l’enfance, op. cit., p. 115.

[187] Maleval J-C., « La rétention des objets pulsionnels au


principe de l’autisme », in Druel G., L’autiste créateur. Inventions
singulières et lien social, Presses Universitaires de Rennes, 2013,
p. 139-146.
[188] Maleval J-C. Grollier M., « Actualité de l’évaluation de la
prise en charge des enfants autistes », 2017, [En línea] : autistes-
et-cliniciens.org

[189] Perrin M. (sous la direction de), Affinity Therapy, Presses


Universitaires de Rennes, 2015

[190] Barnett K., L’étincelle. La victoire d’une mère contre


l’autisme [2013], Fleuve noir, Paris, 2013.

[191] Gay-Corajoud V., Nos mondes entremêlés. L’autisme au


cœur de la famille, Imprim’vert, Montpellier, 2018.

[192] Suskind R., Une vie animée. Le destin inouï d’un enfant
autiste, Saint-Simon, 2017.

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