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Carlos Llanos - Empresas Educativas
Carlos Llanos - Empresas Educativas
Esto es más válido aún para el caso específico de las escuelas. Se necesitan directores que,
en cierto modo, podemos calificar como bicéfalos. Deben ser hombres hábiles para las
relaciones con las personas, sin caer en los extremos de los políticos usuales (simpáticos pero
imprecisos), y al mismo tiempo ser hombres hábiles para los números, sin caer en los extremos
de los ingenieros químicamente puros (precisos pero insoportables).
Desde hace unas décadas se han distinguido dos tipos de empresas las que
elaboran productos y las que prestan servicios.
Las que elaboran productos se han caracterizado por la búsqueda de la producción masiva,
para abaratar sus precios. El cliente debe acoplarse a esos productos masificados Sin
embargo, recientemente esa tendencia ha empezado revertirse en lo que podríamos llamar
personalización de los productos. Esto ha influido de manera notable en la manera de
elaborarlos El problema fundamental de la elaboración de los productos no es ahora tanto el
precio, cuanto la arnicabilidad, que podría resumirse en los siguientes puntos, más cerca, más
pequeño y más accesible.
Un ejemplo de esto lo ofrece la empresa automotriz Ferrari Se trata de un automóvil que puede
ofrecerse a los clientes en 300 mil versiones diferentes, aunque sean mínimas Se cuenta el
caso de la venta de un coche pintado con el color del esmalte de las uñas acostumbrado por la
mujer de un prominente texano. Incluso en Ferrari se precian de que la persona que culmina la
pintura del automóvil puede firmar en un lugar preciso, para que se sepa que no sólo está
destinado a una persona, sino también producido, no por una marca generica por una persona
concreta, como si se tratase de una auténtica obra de arte. Por su lado, las empresas
calificadas como prestadoras de servicios se han caracterizado siempre por la
personalización de los mismos El servicio lo presta una persona individualmente a otra. No
obstante, con el paso del tiempo y la mercantilización de los servicios, las empresas de
servicios han empezado también a invertir su dirección natural y originaria En la actualidad
muchas veces lo importante no es tanto el carácter personal del servicio que se presta,
cuanto su eficiencia, si logra «estandarizarse» de acuerdo con manuales, instructivos
y reglamentos. En síntesis, las empresas que otorgan servicios paradójicamente están
adoptando procedimientos que ya quieren abandonar las empresas elaboradoras de productos.
APERTURA Y NO ENCONCHAMIENTO
Expresó lo que podríamos llamar «el orden de importancia (orden ontológíco) con que las
escuelas deberían relacionarse con los seres humanos que reciben sus servicios
Para lograrlo, deben llevar a cabo un trabajo conjunto, esto es, trabajo en equipo, pero que
más propiamente podría denominarse trabajo colegial: nadie debe mandar solo ni trabajar de
manera aislada, sino en grupo con los demás. Este trabajo en equipo favorece la apertura en la
cual dijimos que consistía la verdadera personalización. Fritz Schumacher dejó dicho
con acierto en su Good Work que el trabajo en equipo es la mejor terapia para el egoísmo.
Para dar un verdadero servicio debemos preguntarnos si el que proporcionamos busca la
reciprocidad, es decir, una respuesta favorable por parte del destinatario al que se sirve, sea
padre, profesor o alumno. El servicio de suyo no busca la reciprocidad (esto es, una respuesta
favorable al servicio), consiste exclusivamente en una entrega que no siempre goza de una
reciprocidad inmediata por parte de la persona que se ve beneficiada. Sólo al cabo del tiempo,
si ello ocurre, reconoce la ayuda que aquel servicio generoso le proporcionó Relacionado con
lo anterior, debemos tener en cuenta lo que podríamos llamar momentos críticos que ponen en
peligro el servicio. El primero de ellos es la urgencia: las tareas deben hacerse tan
perentoriamente que sin darnos cuenta atropellamos a las personas.
Ponen también en crisis al verdadero servicio las contrariedades u obstáculos inesperados, los
cuales irritan nuestro carácter y vuelven ríspida nuestra relación con aquellos a quienes
debemos servir. Olvidamos, como lo dijo Goleman, que la sonrisa es la línea más corta entre
dos personas (y olvidamos también uno de los doce consejos que recibió Stanford University
de un grupo de consultores que debía hacerle doce recomendaciones para mejorar la
enseñanza la primera de ellas se reducía a enfatizar la importancia de que el profesor
empezase sus clases sonriendo).
Otra crisis para el verdadero servicio es, paradójicamente, la simpatía que sentimos respecto
de aquel a quien hemos de servir. La simpatía con el destinatario de nuestro servicio no es en
modo alguno mala, pero lo es -y muy grave- si establece preferencias entre las distintas
personas (volvemos a reiterar: padres, profesores y alumnos).
Por ello, el último momento de crisis es la antipatía. Deberíamos tener en cuenta lo que dice
Jack Welch en el sentido de que el buen director es aquella persona capaz de trabajar
estrechamente con quienes le son antipáticos.
Una escuela en donde prevalece el espíritu de servicio a la persona más que el cumplimiento
de una tarea, considera como nervio básico de sus actividades lo que puede llamarse
preceptoría, asesoría, tutoría o couching, en donde los profesores tratan personalmente con los
alumnos las cuestiones individuales que les pueden afectar en su dinámica de formación.
Para definir este medio educativo, privilegiado por los sajones, la descripción que ha dado
Andrés Gómez, director del Instituto de Mandos Intermedios (IMI) de Monterrey, nos parece
muy adecuada: el preceptor debe adaptar las enseñanzas generales que recibe el alumno a las
condiciones particulares del mismo, a fin de que pueda asimilarlas. Pero, al mismo tiempo,
debe propiciar la modificación de las condiciones personales del alumno, para que pueda
asimilar las enseñanzas generales.
Evidentemente, uno de los más importantes factores del preceptor no es la «técnica» para
introducirse en la intimidad del alumno o ganarse su confianza, sino su benevolencia, su
ascendencia y su coherencia. Eduardo Sánchez de Alba, profesor de Filosofía de la
Universidad Bonaterra, ha sabido recoger con mucho
acierto unas luminosas palabras que Juan Pablo II pronunció en Aguascalientes, en 1990: «el
mejor método de educación es el amor a vuestros alumnos (benevolencia) [bene volere, querer
el bien para los alumnos], vuestra autoridad moral (ascendencia), y los valores que
encarnéis (coherencia)».
Una clara manifestación del servicio es el escuchar. Por ello, todo lo que los alumnos nos digan
es importante. Cuando se trata de personas no hay pequeñeces. Lo que al director, profesor,
padre, puede parecerle insustancial, cabría que fuera definitivo para el alumno. Escuchar es,
como el sonreír, una de las modalidades más fuertes del servicio, en el entendimiento de
que escuchar atentamente a los alumnos no significa estar de acuerdo con lo que digan. Pero,
dado el caso, no podremos manifestar con eficacia nuestro desacuerdo si no escuchamos con
atención. Escuchar para comprender, no para rebatir, y manifestar el desacuerdo para
corregir, no para reprender.
Los griegos nos dicen que en la relación con las personas debemos «pensar alto, sentir hondo
y hablar claro». Estas tres acciones se encuentran íntimamente vinculadas con el servicio que
proporciona la preceptoría:
● Pensar alto: ser magnánimos respecto del proyecto vital que debe asumir el
alumno.
● Sentir hondo: escuchar con atención para poder introducirnos en los
profundos sentimientos que toda persona encierra (es mucho más difícil
concordar en ellos que en los pensamientos).
● Hablar claro: ser fuertes. Decir las cosas con tanta claridad como con cariño.
Así las cosas, toda persona que trabaja en una escuela considerada como empresa de servicio
debería tener a flor de piel la contestación que Sergio Raimond- Kedilhac dio, de manera
espontánea y sin grandes divagaciones, a un conjunto de periodistas que le preguntaron cuáles
eran los nuevos proyectos del IPADE «Aquí cada alumno es para nosotros un nuevo proyecto».
De Julio Ortiz, director de Formación de varias entidades educativas en Guatemala, anoté esta
sintética fórmula la finalidad de nuestras escuelas es que «cada alumno elabore un proyecto de
vida conforme a un concepto cristiano de la existencia y desarrolle las capacidades requeridas
para llevarlo a su plenitud».
Todo lo que hemos afirmado gira en torno a una idea hasta ahora no manifestada por nosotros,
pero que ya a estas alturas es evidente. La enseñanza tiene dos dimensiones
claramente diversas: la información y la formación.
La información se inclina más por el lado de la tarea que los alumnos sepan. La formación, en
cambio, atiende al hombre. No se trata de proporcionarle meros conocimientos, sino de
configurarle un carácter que le haga ser más persona.
Cristopher Dawson, célebre historiador inglés, nos ha advertido del enorme peligro que existe
cuando la ciencia (el cúmulo de conocimientos) se desarrolla con independencia de la ética (la
conformación del carácter) .Por eso es tan importante en la selección de los profesores no
sólo escogerlos por sus conocimientos o dotes didácticas sino, especialmente, por la recta
orientación de su carácter y el contagio de su ejemplaridad al alumno.
La información puede «producir» un buen ingeniero; pero la formación crea una buena
persona. Cierto, muchos pensarán que para ser buen ingeniero no se necesita ser
buena persona, pero para ser un ingeniero «como Dios manda» la persona debe tener las
características de trascendencia y dominio de sí, que son definitorias suyas.