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3.4.

Continuidad de la gauchesca primitiva (1835-1853)


Martín Rodríguez

El texto El entierro de Urquiza (1851), de Pedro Lacasa, junto con otros textos como Un
marido de 15 años (1845) y Juan de Borgoña o Un traidor a la patria (1845), de Alberto
Larroque, jamás fueron editados1, y sólo nos fue posible acceder al los mismos después de una
prolongada búsqueda.
Pero la importancia del texto de Lacasa es sin dudas mayor que la de estos textos: en
primer lugar, porque de los textos que se conservan del período, este es el único decididamente
pro-rosista y, en segundo lugar, porque es uno de los pocos testimonios hallados hasta el
momento de cómo eran los textos dramáticos de autores nacionales que se representaban en la
época en Buenos Aires, y sirve de eslabón para ligarlo con la producción dramática popular
anterior. El entierro de Urquiza -probablemente junto con otros textos perdidos como Un día de
fiesta en Barracas, también de Lacasa- se incluye tardíamente dentro del ciclo de la llamada
gauchesca teatral primitiva (Pellettieri: 1994). Es decir que posee características similares a textos
como El amor de la estanciera (c.1793), El detall de la acción de Maipú (1818), El valiente
fanfarrón y criollo socarrón, Las bodas de Chivico y Pancha (1826). Si bien presenta diferencias
que es nuestro propósito destacar, sin dudas se trata de un texto más cercano a los mencionados
que a la gauchesca inaugurada por el Moreira.
A nivel de la acción El entierro de Urquiza se configura en torno a una lógica
americanista2: el sujeto de este texto es Rosas cuyo objeto es la defensa de la “soberanía”. Su
principal oponente es el loco Urquiza y el destinador es el pueblo, que también es el beneficiario
de su accionar. Aparecen una serie de relaciones internas de poder, pero esas relaciones se
proyectan hacia el público, construyendo un doble destinatario: frente el destinatario “federal”, el
texto adopta una actitud demagógica, busca la identificación inmediata, opera por consenso y,
frente a los eventuales destinatarios “unitarios”, por coerción, sembrando el pánico entre ellos,
predicando con el temor.
A nivel de la intriga se limitan los aspectos costumbristas y sentimentales que aquí se
encuentran en función de la ideología pro rosista del texto. El sistema de personajes es similiar al
de El amor de la estanciera: aunque se incluyen personajes de procedencia no popular como
Dulcamara, el jesuita o el propio Urquiza, la presencia de personajes criollos y de sus antítesis -
los personajes brasileños- se articula en torno a un sistema de valores semejante, que contrapone
lo “propio” a lo “ajeno”.
El aspecto verbal conserva limitadamente la lengua convencional gauchesca -que alterna
con un nivel de lengua culto- y el uso del idiolecto para la creación de la imagen caricaturesca del
Ministro Brasilero y su esposa. Pero en este nivel el verso es reemplazado por la prosa: sólo para
el breve relato que Urquiza hace de sus sueños se emplea una versificación y un lenguaje poético
cercanos al canon romántico.
En el aspecto semántico, la pieza de Lacasa reproduce los mecanismos propagandísticos y
coercitivos del aparato estatal rosista de los cuales ella misma forma parte. Para ello, crea una
legalidad, una justicia interna al texto que a su vez se proyecta hacia afuera 3. Rosas es en el texto,
el origen de la ley, pero ese origen es un origen fantasmático, que no puede ser representado. El
ocultamiento, la representación de Rosas y su poder como un “enigma”, la unión de Federación y
santidad, la apelación a la fe, a la religiosidad y a la superstición de las clases populares son
mecanismos que proceden de la sociedad virreinal.
El punto de vista del texto de Lacasa se sitúa en el plano “estatal”, y se propone como una
matriz jurídica que organiza la jerarquía de castigos en función de la jerarquía de delitos. Para los
federales allí representados, la muerte es un premio al valor, mientras que la cobardía es castigada
con la servidumbre. En este punto este texto es intertextual con El amor de la estanciera: tal
como ocurría con el portugués Marcos Figueras aquí, Chepa, criolla y representante de la
nacionalidad, reduce a la servidumbre al prisionero brasileño:

Chepa: Yo soy la federala de Gualeguaychú, a la que nunca pudieron domesticar los


salvajes, asquerosos inmundos unitarios, ni estos Condes y Marqueses que ustedes ven
aquí ahora tan mansos y tan arrepentidos. Señalando a Dulcamara y Ex Jesuita. Seño
oficial, me da V. esta brasilera para que me sirva?
Oficial: No es mía, Señora, es del Soldaddo que la ha hecho prisionera.
Chepa: Entonces, señor, deme V. al Ministro Brasilero para enseñarlo a lavar la ropa de
los Federales.

Como Marcos Figueras, el ministro brasilero no sólo es cobarde sino que carece del saber
gaucho: mientras que Figueras desconoce “las cosas de la tierra”, el Ministro es impotente frente
al modo de guerrear propio del gaucho. Por ello, por “civilizado”, debe ser domesticado a
rebencazos. Fusilarlo significa concederle un honor que sólo se le otorga a los pares, a los
verdaderos enemigos. Para el extranjero sólo queda el desprecio o, si de representarlo se trata, la
parodia. María Teresa Gramuglio (1994: 23-27) al referirse a las configuraciones culturales y
doctrinarias que acompañan a los procesos políticos destaca “las retóricas, los tópicos y las
figuras con que la literatura ha representado tanto la construcción imaginaria de la nación y de
sus tradiciones como las operaciones de exclusión que por lo común entrañan las posiciones
nacionalistas”. En El entierro de Urquiza, la nacionalidad -tal como ocurría en El amor de la
estanciera- se construye contra el extranjero, mediante la deconstrucción de su voz en el aspecto
verbal. Aún el propio Urquiza aparece revestido de la dignidad que confiere pertenecer a la
República. Poco antes del combate, se produce el siguiente diálogo entre Urquiza y el ministro
brasileño:
Urquiza: Usted, Señor Ministro brasilero, que no es hombre de a caballo, debe ir a la
artillería; allí morirá con honor o se cubrirá de gloria. Esta señora que gane la capilla.
Brasilero: Eu estarei milhor na Capela.
Urquiza: Usted a la Artillería para que vea como se pelea en la República Argentina.

Mientras el extranjero, el “otro” es literalmente “domado” por los federales, la barbarie


aparece en su naturaleza indómita: la guerra es horrible en nuestra tierra y el brasileño, aterrado e
implorando perdón, promete enmendarse y no tornar “a esta terra donde se combate de ua
maneira tan espantosa”. Se trata de una lucha desigual entre “garruchos” y soldados.

Brasilero: Rosas...nao e tan falto de razao para nao comprender que os seos garruchos nao
podem medirce com os nossos soldados en parte ninhua, que a mais de ser sempre us
valentes, dos valentes por naturaleza, e entusiastas por a gloria somos disciplinados ao
uzo da guardia Imperial du Napoleon.

Es posible ver aquí cómo el texto invierte la imagen del General Paz presente en el Facundo.
Para Sarmiento, Quiroga “no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en el
caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje de sus cargas de caballería”. En cambio,
el oficial de artillería Paz, para enfrentarlo, elabora un plan “parecido a las complicadas
operaciones estratégicas de Bonaparte en Italia”. En el texto de Lacasa, la disciplina, asociada a
la civilización, no es de ningún modo una virtud. El ejército rosista se mueve fuera de la lógica de
la civilización, su guerra es una guerra “intempestiva”, que rompe con el desarrollo armónico de
la historia y del progreso.4 Se trata de un ejército fantasma, que está en todas partes y en ninguna,
un ejército cuyo poderío se desconoce. En este sentido, El gigante Amapolas, desde la mirada de
la civilización, se propone como un texto desmitificador. El fantasmagórico poder del ejército
federal es representado como un poder ficticio, irreal, y Rosas no es más que un gigante de paja
cuya fuerza no se halla en sí mismo sino en la ficción que sus enemigos han construido a su
alrededor.
Sin embargo, no se puede soslayar otra explicación posible a este fenómeno. Los
federales, a diferencia de quienes se hallan en la esfera contraestatal, carecen de una retórica
apropiada para representar a Rosas de una manera apropiada, en parte debido a la necesidad de
satisfacer las demandas de su público. Ante la ausencia de soluciones estéticas apropiadas, Rosas
se situa para los federales en el terreno de lo irrepresentable.
Lo que sí pueden hacer los federales, es representar a las clases populares que lo
sostienen, el fundamento “interior” de su poder. Así, aparece Chepa, personaje extraído de la
tradición del teatro popular que se halla presente, como vimos, en textos como El amor de la
estanciera y ligado al ideario “americanista” que la opinión pública del rosismo oponía al
humanismo “europeizante” de la elite letrada.5 Por medio de este personaje, que representa lo que
Myers (1995) denomina el “orden rural ideal” que Rosas pretendía fundar 6, se busca confrontar
los valores positivos del mundo rural a los valores negativos y alienantes del mundo urbano
reivindicado por los intelectuales de la oposición. Chepa es en este texto símbolo de
nacionalidad, de patriotismo, del sentir popular, representante de los valores de la federación y de
un mundo rural idílico en el que se encontraría la génesis y la legitimidad del gobierno rosista, y
actua en el nivel de la intriga como personaje embrague: no sólo es la depositaria de la ideología
del texto en su nivel más visible sino que además es quien explica las razones de la locura de
Urquiza. En un pasaje del texto, Chepa le dice a su marido a quien el temor le impide tomar
partido por la Federación:

Chepa: Tú eres el que nada entiendes, hombre sin conciencia, mal patriota, inorantón. Si
el Exmo. Señor Gobernador Rosas ha dado motivos para que se le combata, por qué no lo
hacen los argentinos solos , y no van a buscar elementos extraños y a venderse quién sabe
a quién? Dios mío! Al gobierno del Brasil, que de todos los gobiernos del mundo es el
más canalla. Es preciso no tener vergüenza, que no corra sangre argentina por las venas de
ciertos hombres para cometer crímenes de tal tamaño. Jesús, Jesús, Dios mío! Qué mano
oculta ha trastornado el cerebro del Señor General Urquiza? Quién le ha aconsejado tan
bajo crimen?

Y luego agrega:

Chepa: ...esto es una picardía, una traición inaudita que no tiene igual, y que no puede dar
otro resultado que el triunfo de los verdaderos federales dirigidos por el magnánimo
Rosas y el escarmiento de toda esa turba de traidores, que vendidos al extranjero llevan en
su frente la marca del delito.

De los fragmentos leídos es posible extraer una conclusión: Urquiza no es responsable


directo de sus actos porque está loco, una “mano oculta... ha trastornado su cerebro”. Ahora bien,
¿cuál es la procedencia de su locura?, ¿cuál es la mano oculta que dirige sus actos? La respuesta
es: Pasombí, director del periódico El regenerador. Cuando la palabra unitaria, en especial la
palabra escrita, invade el cuerpo federal, éste enloquece y pierde el control. Mediadora de un
discurso “transportado”, la palabra de Dulcamara, su escritura, posee propiedades enajenantes:
más que “regenerar”, degenera a quien las oye o lee. Seguramente, se hacía necesario “explicar”
la razones de la traición de Urquiza, ex “buen federal”, “criatura de Rosas”, como así también
prevenir a los federales indecisos acerca de los peligros que entrañaba oir la voz del otro. El texto
advierte acerca de los peligros de la palabra unitaria, acerca del mal del que es portadora. Esa
misma palabra que desde la mirada unitaria sirve para educar, desde la mirada federal aliena a
quien la oye. La locura tiene un carácter moral y loco es aquel que subvierte el orden y se opone a
la “opinión pública”.7 Vemos en este texto los tres rasgos que, según Myers (1995), esta opinión
pública atribuía al “salvage unitario: su carácter elitista y extranjerizante, su propensión a la
rebelión y su alienación radical. 8 Es interesante destacar cómo concluye la representación de la
pieza. El “cadaver” de Urquiza es introducido en un cajón y quemado. Quemar el cuerpo de
Urquiza, se convierte, de algún modo, en una suerte de exorcismo, en un vano deseo de conjurar
un futuro inevitable.
En El entierro de Urquiza se expresa claramente el desprecio que la federación rosista
tenía por los intelectuales, representados en la figura de Dulcamara, pero ese desprecio coincidía
con una valoración casi mágica del poder de la palabra. La palabra, en especial la palabra escrita,
es capaz de enloquecer a Urquiza, ex “buen federal” que termina siendo tan sólo un “títere” de
los oscuros designos de Dulcamara, una víctima más del canto seductor de la civilización europea
y del progreso indefinido de los pueblos.
Podemos decir, para concluir, que el carácter excepcional de El entierro de Urquiza,
radica en la recuperación política que Lacasa hace de una forma teatral que no tuvo continuadores
y cuya última producción, Las Bodas de Chivico y Pancha, data de 1826. A pesar de su carácter
híbrido, es el único texto en el que se conservan los procedimientos y la ideología estética de la
“gauchesca primitiva” y en el que es posible percibir el valor que lo popular y lo rural tenían
dentro del sistema político y propagandístico diseñado por el rosismo.

BIBLIOGRAFÍA

Barthes, Roland, 1993. El placer del texto, México: Siglo XXI.

Gramuglio, María Teresa, 1994. “La persistencia del nacionalismo”. Punto de vista, año XVII, nº
50, Buenos Aires, noviembre de 1994: 23-27

Myers, Jorge, 1995. Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Buenos Aires:
Universidad Nacional de Quilmes.

Pellettieri, Osvaldo, 1994. “Calandria, de Martiniano Leguizamón, primer texto nativista”. Cien
años de teatro argentino.Buenos Aires: Galerna/IITCTL: 15-26.

NOTAS

1
En El actor en el Río de la Plata II: De Casacuberta a los Podestá, Teodoro Klein proporciona el listado de los
actores que participaron de la puesta, publicado en el Diario de Avisos, el 18 de agosto de 1851. Dicho listado,
también se halla en la copia mecanografiada, y difiere levemente del relevado por Klein. El elenco estaba integrado
del siguiente modo: Eulogio Zemborain (Jefe de las fuerzas federales), Wenceslao García (Oficial Federal), Benito
Giménez (Loco traidor...Urquiza), Santiago González (Dulcamara o Ponsombo), Telémaco González (Un ex-jesuita),
Modesto Vásquez (Salvaje...Pablo López (a) Mascarilla), Francisco Boero (Ministro del Gobierno de Montevideo),
Ignacia González (en portugués) (Esposa del Ministro brasilero), Manuel Castillo (Ayudante de Urquiza), Vicente
Molina (Asistente de Dulcamara), Mercedes Gana (Esposa del asistente), Bernardino Hernández (Un bombero del
ejército federal), Fernando Quijano (en portugués) (Ministro brasilero).
2
El tema del americanismo en el discurso rosista ha sido relevado en el excelente y prolongado trabajo de Jorge
Myers sobre el discurso republicano bajo el régimen rosista.
3
En su libro sobre el discurso republicano en el régimen rosista, Jorge Myers señala el carácter paradojico de la ley,
de la legalidad: la ley era una construcción artificial a la que se llegaba por medios pincipalmente coercitivos pero, al
mismo tiempo, era “la expresión -el espejo jurídico- de un orden moral trascendente que el rosismo consideraba
había sido contestado y violado por los rivadavianos.” El orden rosista era, siguiendo el razonamiento de Myers, a la
vez interior y exterior, inmanente e impuesto y la coerción era simultáneamente el producto y el productor de un
consenso nacional. Para Myers, en el orden rosista los hombres aparecían como naturalmente perversos y sólo
mediante el ejercicio de algún poder externo, se podía evitar que vivieran en un estado de salvaje promiscuidad, ya
que dentro de esta concepción “la naturaleza tendía siempre al desorden”. Es por ello que, la cuestión de si la
imposición de un orden legal era o no popular no venía al caso, “ya que era la naturaleza de la bestia oponerse a una
reglamentación moral dirigida a separar la culpa de la inocencia y tornarla visible a los ojos de todos”. Esta tendencia
de la naturaleza al desorden tiene, desde la mirada del rosismo, tiene usos “positivos” y “negativos”.
4
En el texto de Lacasa, la disciplina militar, asociada a la civilización, no es de ningún modo una virtud, lo cual
contrasta con otros textos en donde la disciplina es rescatada como un rasgo positivo. Habría en el período una
relación particular entre las formas de la escritura y las formas de la guerra. Es interesante la comparación que hace
Barthes (1993) entre violencia y escritura. La escritura misma es violenta pero la violencia también posee su
“escritura”, su lenguaje, su código; articula signos en figuras. En el Facundo y en El cruzado, el bárbaro es aquel que
desconoce los signos de la civilización. Quizás por eso su guerra -tal cual aparece planteada en el Facundo, El
cruzado o en la pieza de Lacasa- sea una guerra desordenada, “intempestiva”. Sin embargo, en la crítica al Facundo
citada, el cronista adopta la mirada de la civilización y considera bárbaro el estilo desordenado de Sarmiento, para lo
cual recurre a una metáfora bélica -se refiere a las “marchas” y “contramarchas” de su escritura-. El ejército rosista,
como la escritura de Sarmiento, se mueve y acecha desde las afuera de la lógica de la civilización, su guerra es una
guerra “intempestiva”, que rompe con el desarrollo armónico de la historia y del progreso. Se trata de un ejército
fantasma, que está en todas partes y en ninguna, un ejército cuyo poderío se desconoce. Como afirma Myers (1995),
el orden rosista se funda en un plano “exterior” e “interior” a un tiempo. Es esta quizás otras de las posibles razones
por las cuales el propio Rosas no aparece representado en el texto.
5
Chepa es símbolo de nacionalidad, de patriotismo, representa los valores de la federación y tiene muchos puntos de
contacto con Celina, el personaje femenino de El Cruzado. Vemos aquí como Oriente y la gauchesca pueden ser
pensados, a pesar de sus diferencias visibles, como integrantes de una misma formación discursiva.
6
Esta pretensión puede percibirse en la enorme profusión en dicho período, de versos políticos dirigidos al pueblo
rural y de exhortaciones a favor de la laboriosidad y la sobriedad personal.
7
En su libro sobre el discurso republicano en el periodo rosista, Jorge Myers (1995) menciona una lista de “Santos”
que adornaron 20 altas columnas en la celebración del 9 de julio de 1849 (La gaceta mercantil, 24/8/49), en la que
figura el siguiente lema: “Opinión pública-contrariarla-locura”
8
Si para Sarmiento, a quien por otra parte este texto menciona, escribir es un mecanismo para “importar” escritura,
es decir, civilización, y ponerla en desigual diálogo con la voz oída del otro, para Lacasa la escritura es sólo un
medio para transportar la oralidad a la escena, para hacer oir la voz de la tradición. Como fin en sí mismo, la
escritura es peligrosa, somete al cuerpo al orden del discurso y a la racionalidad, esos proscriptos por el régimen
rosista. La escritura disciplina, civiliza, en cambio la oralidad, el saber “bárbaro”, como las intempestivas cargas de
los “garruchos”, es desordenada, irracional, indisciplinada y por lo tanto, opuesta a los deseos hegemónicos de la
civilización.

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