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Martín Rodríguez
(CONICET, ANPCyT, IUNA, UBA)
Frente a esta visión racista y europeizante, Lucía ejerce su resistencia al poder: lo hace
desde el espacio rural real o imaginario, desde el universo de lo popular y, aunque el
poder quiera (recurriendo a la ciencia), atrapar el deseo, vaciar el espacio rural
convirtiéndolo en desierto hay algo en ese deseo, algo de irracionalidad “bárbara” que lo
vuelve irreductible, aún a la posibilidad de encontrarle una explicación a partir de los
parámetros de una ciencia de alcances limitados. Es interesante ver como, cuando muere
José Alfredo Jiménez (autor de gran parte de las canciones interpretadas por Pedro
Infante), su figura es abordada por las capas medias cultas de un modo muy similar al
que se aborda la supuesta “patología” de Lucía en el texto de Argüelles. Dice Monsivais
respecto de la muerte de José Alfredo: “„Contigo voy a soñar porque quieras o no yo
soy tu dueño‟. En la crítica, la acusación de machismo se vuelve arma predominante
contra la obra y la personalidad de José Alfredo. A los pocos días de su muerte, un
selecto grupo de analistas y psicólogos y periodistas se congregó al amparo de la TV
para diagnosticar y dictaminar el caso Jiménez. Machista, dipsómano, desobligado,
incapaz de afrontar la realidad. A la zaga de la prédica moralista, el discurso freudiano
se obstinó en examinar impiadosamente un prestigio para desenmascararlo,
arrancándole sus secretos. En ausencia, José Alfredo fue sentenciado: el mexicano
borracho había encontrado su juez letal en la clase media semiilustrada, lo que era de
esperarse. Contra los hábitos de ahorro, buen gusto, moderación, precisión, decoro y
anhelo de reconocimiento; contra un amor por lo formal que no le gustaría que se
confundiese con fariseísmo, se alzaba una cultura popular ciertamente manipulada y
vejatoria, pero no por ello menos reconocida como suya por grandes masas”.
Diagnosticar, examinar desde el discurso freudiano: se trata de operaciones
análogas a las que realiza Leonardo con ayuda de Alfonso, cuyo “no saber” y “no
poder” acceder a Lucía, provocan su caída, la pérdida de ese poder casi omnímodo que
debe ceder frente al avance de lo rural, de lo irracional y de la cultura de los sectores
populares.
Quedaría por último abordar la cuestión de por qué considero que los modos en
que Argüelles representa a la locura y al mundo rural permiten vincularlo con el
romanticismo. En primer lugar me gustaría tomar una cita de Fernando Mires: “A pesar
de las grandes diferencias que existen entre las diversas corrientes románticas, todas
ellas tienen en común el mismo signo: el intento de retorno a la naturaleza perdida,
retorno en el cual el amor corporal juega el papel de „medio‟”. Se ésta trata de una
cuestión que si bien es central en el texto de Argüelles no alcanza para comprenderlo en
la plenitud de su romanticismo. Lo que en verdad está en juego en este texto es un
evidente espíritu de rebelión “contra la civilización creada por el capitalismo”, la
representación de una forma de resistencia (expresada por medio de dos tópicos
románticos: la locura y el retorno a la naturaleza perdida) que me atrevo a calificar de
“anticapitalista” y que puede condensarse en una serie de cuestiones en las que se centra
la crítica romántica que son pormenorizadamente desarrolladas por Michel Löwy y
Robert Sayre en su libro Rebelión y melancolía: el romanticismo como contracorriente
de la modernidad. Estos son: 1) el desencanto del mundo, 2) la cuantificación del
mundo, 3) la mecanización del mundo y, 4) la abstracción racionalista. Se trata de
cuestiones recurrentes en la producción teatral latinoamericana que encuentran uno de
sus tantos modos de expresión en el deseo romántico de desterritorialización en el
espacio rural, deseo que puede ser rastreado en textos modernos y posmodernos de
autores tan disímiles como Sabina Berman, Marco Antonio de la Parra o Rafael
Spregelburd.