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De las promesas incumplidas del siglo


XX a la problemática del siglo XXI:
¿Crisis coyuntural, estructural
o crisis civilizatoria?

1. Breve descripción de la “problemática”


obre el inal del siglo XX no pocos analistas de gran envergadura
S han señalado que el siglo XXI será seguramente reformulado
sobre bases distintas a las que dieron lugar a una larga historia que
pareciera de algún modo culminar en sus tres últimas décadas y con
mayor precisión a partir de los años noventa.
Tal es el punto de vista de Eric Hobsbawm al inalizar su
Historia del siglo XX con un dejo de pesimismo, y también el de
Jaqcues Barzún en su análisis referido a los quinientos años de
vida cultural de occidente efectuado en la obra Del Amanecer a
la Decadencia.
A pesar de la profundidad de ambas obras y la de otras tantas
que, como la de David Harvey, las de Zygmunt Bauman y otros
autores a los que nos referiremos con frecuencia, han analizado la
problemática de la posmodernidad, a mi juicio falta una explica-
ción convincente del quiebre histórico producido en los setenta.
En particular el referido a las razones estructurales del cambio
producido en el sistema productivo a escala mundial. Este libro es
un intento de proponer algunas “hipótesis fuertes” al respecto.
Esta preocupación se ha vuelto central tras el 11 de septiembre
del 2001 en tanto el mismo episodio como sus consecuencias no

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pueden ser desligados de las nuevas condiciones en las que se
halla dicho sistema productivo y las perspectivas que se dejan
entrever para el futuro a partir del análisis de su dinámica.
Podría airmarse que el siglo XX ha sido el heredero de las
promesas que lentamente se fueron gestando en el seno de la cul-
tura occidental. Posiblemente fue a partir del descubrimiento de
América o quizás antes, cuando San Benito introdujo sus reglas,
o cuando el reloj público comenzó a modiicar la relación del
hombre con el tiempo. Un occidente heredero del Renacimiento
más tarde y mucho más de las expectativas que surgieron con el
advenimiento de la Revolución Industrial.
A partir de entonces la humanidad entera se ha viso envuelta
en un proceso de cambios vertiginosos en los estilos de vida, en
las ideas y por sobre todo arrastrada por un progreso material
inédito. El mismo que posibilitó una extensión sin precedentes de
la especie, la que progresivamente se transformó en “urbana”.
El paradigma del conocimiento cientíico revolucionó no sólo
el dominio de la naturaleza sino también la concepción misma
del ser humano. El desplazamiento de la tradición religiosa, la
secularización de las religiones, la profunda transformación de
los valores y de la conceptualización del mundo son hechos tan
obvios, que casi parece innecesario mencionarlos si no fuera por
el hecho de que quinientos años, doscientos años, cincuenta años
son equivalentes a segundos o a lo sumo minutos desde la pers-
pectiva del universo y de la aparición de la vida humana.
Algo que siendo tan obvio es sin embargo olvidado con fre-
cuencia, porque la modernidad nos ha acostumbrado a pensar de
este modo. El pasado: una pila de escombros. Ni todo el material
del presente, ni necesariamente del futuro. Éste último, siempre
promisorio. Y cuando no, catastróico. Entre estos dos polos nos
hemos movido aunque sin demasiada perspectiva.
A pesar de que aquel proceso de progreso material y moral
no ha sido en modo alguno lineal, es innegable que visto macro-
históricamente son muchos los indicadores que permitirían verlo
de este modo. Un continuo de avances técnicos, la extensión de
libertades individuales (o la aspiración a obtenerlas), la progresi-
va uniicación del mundo a través de los medios de transporte y
comunicación, el aumento de la productividad por hora trabajada
y el aumento de la esperanza de vida al nacer de cada individuo,
parecieran haber coronado el éxito de una epistemología cuyas

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raíces pueden ser rastreadas desde la antigua Grecia a la Ilustra-
ción. La “Gran Idea” nos hizo transitar desde la “Casa del Pasa-
do” a la “Casa del futuro” impregnando el presente de cambio
continuo.
Al presentar el pasado reciente de este modo no pretendo igno-
rar en modo alguno que dicho progreso ha tenido también como
contrapartida un elevado costo. todo el período moderno ha sido
caracterizado al mismo tiempo por atroces genocidios, amenazas
a la vida de la especie humana, disminución de la biodiversidad
y, más recientemente, por una pérdida de sentido y de rumbo que
hacen a la esencia de la falta de seguridad, certeza y protección.
Con todo, los “años dorados” –que pueden situarse entre la
inmediata postguerra y los años setenta del siglo XX– regeneraron
las expectativas que fueron justamente la base de considerar todo
aquel costo como aceptable en términos del progreso logrado.
En este contexto el marxismo mismo puede ser visto como la
culminación más elaborada del proyecto iluminista. Sea que se
lo considere como una ideología, como una teoría cientíica de
la historia, como una ilosofía o como la última de las utopías,
es innegable que originó una praxis que marcó en gran medida
la casi totalidad del siglo XX tanto como lo hizo la expansión
capitalista.
Como quiera que sea hoy es usual haber incorporado sus con-
ceptos en el ámbito de la cultura occidental y no ya sólo como
una visión del mundo opuesta al mismo, como ocurrió durante la
Guerra fría. El proyecto de “la multitud” (Negri y Hardt 2004)
es un derivado de tal enfoque.
Innumerables aspiraciones igualitarias, manifestaciones, inter-
pretaciones y expresiones culturales se gestaron bajo la inluencia
del pensamiento de Marx y los que le siguieron, pero fueron tam-
bién la esencia de la República. Del liberalismo, en un sentido
amplio del término.
De este modo el ideal del igualitarismo y del progreso material
y moral sin límites a partir del conocimiento se constituyeron
en la promesa fundamental del mundo occidental sin importar
demasiado quien enarbolara tales banderas.
La epistemología natural de occidente logró, de algún modo,
una uniicación básica en torno al discurso y los métodos de ac-
ción del hombre sobre el mundo y sus semejantes.

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trátese del “sueño americano” (teñido más por el liberalismo)
o del viejo o “nuevo sueño europeo” –como los denomina Rif-
kin– (más heredero del socialismo), la noción de que tal progreso
material sin límites y la extensión de los derechos individuales
son posibles, constituyen todavía la historia de occidente exten-
dida a lo largo y ancho del planeta a lo largo de los dos últimos
siglos.
Aún cuando el escepticismo sobre la posibilidad de cumplir
tales promesas forma una parte relevante del pensamiento occi-
dental de los últimos siglos –y es un pilar del pensamiento pos-
moderno– ello no ha bastado para trasladar estas promesas a una
nueva “Casa del Pasado”. “Casa” que, de todos modos, parece
desplazarse velozmente, de modo inasible.
En tal sentido importa muy poco que el muro de Berlín haya
caído o que el socialismo haya dejado de constituir un proyecto
alternativo al capitalismo. Las promesas básicas no cumplidas por
el “socialismo real” se desplazaron a las democracias occidenta-
les y conforman todavía una sustantiva parte de su fundamento.
Ellas, después de todo, parecían mostrar de un modo pragmático
ser mejores instrumentos para lograr tales objetivos, aunque ate-
nuados por los límites impuestos por una aparente “inmodiicable
naturaleza humana”.
Naturaleza, que según se airma con argumentos que jamás
podrán ser demostrados de modo deinitivo, es más propensa al
individualismo y a la lucha por la supervivencia a través de la
competencia que a la cooperación y a la solidaridad. Una esen-
cia humana opuesta al “inmovilismo de la edad media” que “se
aburre” frente a reglas morales que se airma no puede cumplir.
Una humanidad que para algunos ha sido no sólo “naturalizada”
sino “animalizada” por los tiempos modernos con una jactancia
infantil si pensamos en sus consecuencias.
Vale remarcarlo: el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial fue en tal sentido el de mayor progreso material y el
que más determinó el rumbo que tomaría el modo de vida escala
planetaria durante el siglo XX. Un período en el que extrañamente
convivieron “los años dorados del capitalismo” con el avance
territorial, económico e ideológico de su en aquel entonces aún
“peligroso rival”.
Basta recordar el mapa mundial hacia mediados de los setenta
y los indicadores de progreso en ambos mundos. Estados Unidos,

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Europa occidental y Japón símbolos del capitalismo vigoroso.
La Unión Soviética extendida a los países de Europa del Este y
China promoviendo la revolución en el tercer Mundo, al tiempo
que lograban hacer pasar a la modernidad en un plazo muy breve
a enormes masas de gente.
En realidad y desde este punto de vista, sus modelos fueron
exitosos a pesar de sus enormes costos en términos de pérdida de
libertades y vidas.
Ni la globalización, ni el ideario de la humanidad expresado
en sus valores actuales, sería lo que es sin aquellos antecedentes,
como tampoco el progreso material del resto de los países lo hu-
biera sido sin la acumulación capitalista. El progreso moral mis-
mo ha sido puesto en estos términos a pesar de las innumerables
“protestas moralistas”. El formidable costo del progreso humano
en términos de genocidios, explotación, guerras, destrucción y
aniquilación ha sido racionalizado por la “Gran Idea”.
Se ha dicho que uno de los logros de esta “Gran Idea” ha sido
justamente haberle impreso al dolor y al sufrimiento un sentido
diferente al de antaño. Es decir el paso “del sufrimiento sin sen-
tido” al “sufrimiento con sentido”.
En realidad lo que ha sido desplazado es el objeto de reden-
ción. Pero la redención, sea del alma o del cuerpo, constituye aún
la “gran racionalización” que es capaz de justiicarlo todo sin un
claro balance de costos y beneicios.
Sin embargo, algo de características muy profundas sucedió en
todo este proceso a mediados de los años setenta. Por los motivos
que expondré, tal punto de inlexión puede ser considerado como
el inicio de una crisis de envergadura insospechada.
La transición hacia un verdadero cambio de edad. Una crisis
civilizatoria, más que simplemente una crisis estructural.
La economía perdió buena parte de su dinamismo. Sobrevi-
nieron predicciones catastróicas respecto a los “límites del cre-
cimiento” y el cuestionamientos a la “capacidad de soporte del
planeta” de continuar el actual estilo de producción y consumo.
ocurrieron casi simultáneamente crisis petroleras, crisis ecoló-
gicas, acelerados cambios de valores y de pautas demográicas.
En el plano cultural, la descontextualización y fragmentación del
discurso y del pensamiento. Penurias y sufrimientos de diverso
orden y naturaleza, extendidos de numerosos y distintos modos
a escala planetaria.

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En síntesis, un deslizamiento desde los procesos de “destruc-
ción creativa” –propios del capitalismo tal como los describió
Schumpeter– a un progresivo proceso de destrucción sin adita-
mento alguno . Si no fuese redundante lo denominaría, “destruc-
ción - destructiva”.
Es justamente tal condición lo que determina –en palabras
de Zygmunt Bauman– el hecho de que “el mundo actual sea un
contenedor lleno hasta el borde del miedo y la desesperación
lotantes que buscan desesperadamente una salida”. De que la
vida esté sobresaturada de aprensiones oscuras y premoniciones
siniestras, aún más aterradoras por su inespeciicidad, sus contor-
nos difusos y sus raíces ocultas.
En tal contexto se describe el caldero del Unsicherheit –tér-
mino que utilizó Freud y reintroduce Bauman– porque condensa
en alemán tres palabras claves de nuestro idioma: “inseguridad”,
“incertidumbre”, “desprotección” (Bauman, 2001:23-27).
Pero no sólo aparecen como “difusos” los contornos de tal
situación, sino la misma noción del mal. Este último también
ha adoptado una nueva terminología porque la complejidad de
nuestro sistema nos ha hecho descubrir que cada uno de nosotros
puede dañar la biosfera y a otros seres humanos de un “modo
difuso”, a través de simples rutinas, hábitos, costumbres, o sim-
plemente cumpliendo con las labores cotidianas.
Un tipo de mal extremadamente difícil de tratar en términos
morales, éticos y legales y también un serio desafío para las re-
ligiones tradicionales. No es extraño, por lo tanto, que ellas ma-
niiesten una tensión creciente entre el fundamentalismo y una
readaptación constante en pos de una mayor secularización.
Si este cambio de edad debe ser entendido como la continua-
ción natural del proceso civilizatorio occidental, si tendrá una
única dirección o existen grados de libertad para modiicar la
historia es una cuestión abierta a debate. Lo que no obstante pa-
rece fuera de toda duda es que el emergente real de la profunda
crisis que comenzó por los años setenta constituye una verdadera
amenaza a las promesas más caras del siglo XX. La traición del
propio “Ideario liberal”, al de “De la Gran Idea” en un sentido
muy amplio del término, y también, por qué no, la traición a la
herencia cristiana de la cual occidente aún suele hacer alarde. El
común denominador de tal situación es la confusión y su secuela

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de consecuencias: impotencia, omnipotencia, mesianismo, indi-
ferencia, cinismo, pragmatismo, desesperación.
Por lo tanto, no importa cuántos organismos como el Ban-
co Mundial u otros se hayan apoderado del discurso igualitario
o se hayan embanderado con objetivos como la lucha contra la
pobreza a escala mundial, razones básicas que motivaron las re-
voluciones en el pasado. Lo cierto es que las condiciones obje-
tivas para lograr el éxito de tales metas parecen ser, en términos
objetivos, cada vez más lejanas. Ello a menos que modiiquemos
profundamente nuestra “limitada racionalidad” actual. Limitada
en el sentido de que como nos enseñaron pensadores como Max
Weber o Horkheimer, la “racionalidad conforme a ines” puede
hacer racional cualquier disparate: todo depende de los ines de
esa acción “racional.
Pero si los ines continúan siendo los de la “Gran Idea” en-
tonces tenemos razones de sobra para caliicar de este modo a la
racionalidad actual.
No es casual en este contexto, que las tempranas premoni-
ciones acerca de la incompatibilidad básica de las libertades in-
dividuales, de la igualdad y del mismo sistema democrático con
la evolución del sistema industrial maduro se vayan haciendo
realidad.
Una realidad que está siendo sutilmente sugerida no sólo por
los hechos, sino por un discurso que es cada vez más explícito
al respecto a medida que nos adentramos en el siglo XXI. Se
sugiriere así, que las cosas sólo pueden ser de ese modo y que
más vale que aceptemos la cruda realidad y el cinismo político
porque toda otra alternativa sería peor. Es más, con argumentos
hábiles y seguramente convincentes para muchos se nos sugiere
que sería más saludable tener menos y no más democracia y que
ésta no necesariamente es el ingrediente necesario de la libertad
(Zakaria, 2005).
Ya no se airma tajantemente que vivimos en el “mejor de
los mundos posibles”, sino que “no hay otro”. Una reedición del
argumento “del sufrimiento con sentido” en medio de una per-
cepción generalizada –aunque cargada de impotencia– de que
no lo tiene.
La última victoria de Bush pareciera conirmarlo. Ni los es-
fuerzos “literarios” de George Soros, ni el de Rifkin, ni los su-
puestos éxitos de Kerry en los debates televisivos previos a la

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últimas elecciones presidenciales estadounidenses, ni las abun-
dantes críticas tras la invasión a Irak y el manejo del mundo tras el
11-S, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, han logrado
modiicar tal oscura tendencia. Al parecer, menos aún tras los
atentados del 7-J de Londres.
La hipótesis de una guerra continua se extiende ahora a Siria
e Irán y a cualquier otra parte si fuese necesario. La amenaza de
un terrorismo extendido a escala planetaria mantiene en vilo a los
países desarrollados, pero también a otros que no lo son. Aunque
Europa preiere la vía diplomática, parte de sus líderes y de su
prensa apoyan la postura estadounidense. Las críticas aunque a
veces explícitas, semejan una capa de telón: son delgadas y fáci-
les de deteriorar rápidamente. No así las movilizaciones masivas
por la paz: ellas expresan posiblemente el sentir del grueso de la
humanidad, aún cuando sean de por sí insuicientes para modiicar
por ahora el rumbo de los acontecimientos.
El énfasis de teóricos como Huntington acerca del “Choque
de Civilizaciones” semeja una profecía auto cumplida y hasta en
las calles de ciudades tan lejanas como Buenos Aires se puede
leer “Dios no es árabe”. Este énfasis teórico se da también ahora
respecto al nacionalismo, cada vez más fuerte, de los Estados
Unidos. tendencias similares se encuentran en Europa.
La emergencia de este nuevo discurso, que combina naciona-
lismo y simultáneamente una defensa a ultranza de la globaliza-
ción, deberían conducir así a una relexión profunda: ¿Tiene o no
relación con la marcha de la economía de los países centrales y
sus problemas de recesión, quiebra de los sistemas de seguridad
social y otros múltiples desequilibrios? ¿La emergencia de China
e India como los polos más dinámicos de crecimiento futuro y su
proximidad a las fuentes energéticas que abastecen a occidente,
tienen vinculación con lo que acontece? Si la respuesta fuese
obvia, ¿se halla acaso explicitada y analizada en sus profundas
implicaciones?
Algo de dicha relexión ya se halla en marcha. No hay duda, lo
tratan Rorty (2005), los que escriben en la Monthly Review (2004)
–uno de los últimos viejos baluartes socialistas– y posiblemente
muchos más. Pero las propuestas alternativas, y el mismo aná-
lisis de las causas de esta situación son débiles, fragmentadas y
confusas. tal como los individuos que emergemos de esta etapa

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histórica. Una etapa caracterizada ciertamente por una compleji-
dad difícil de ignorar…
Los problemas y desafíos del siglo XXI son múltiples pero
pueden ser sintetizados en al menos los siguientes:
1. Progresiva desaparición del empleo.
2. Pobreza generalizada y aparición continua de nuevos pobres co-
existente con grados de opulencia crecientes.
3. Pérdida de sentido y dirección de la política en un sentido amplio
del término.
4. Supericialidad de los análisis “supuestamente cientíicos” y de
las propuestas para resolver las diversas problemáticas.
5. Creciente sensación de inseguridad, incertidumbre, desprotección;
falta de esperanza, de rumbo, de sentido.
6. Amenazas procedentes del desarrollo tecnológico y de los múl-
tiples conlictos políticos y sociales a escala global.
todo ello sintetizable en “nadie sabe lo que se puede y debe
hacer”, lo que desemboca en la ausencia de un programa alterna-
tivo fundado a escala global que sea percibido como superador
de la situación actual.
Este ensayo constituye por consiguiente un intento para in-
vitar a dicha relexión. Ella pretende ser crítica y constructiva a
la vez.
¿Pero es posible realizar tal intento sin previamente formular
y dar una respuesta tentativa a algunas preguntas fundamentales?
Deinitivamente no.
Uno de los problemas más graves es que corrientemente se
da por sentado que conocemos las causas del estado actual de las
cosas, o bien, lo que es peor que se ha llegado a una situación tan
compleja que es inabordable en términos teóricos.
Las interpretaciones populares se caracterizan por enfatizar
“el extraordinario poder que ha alcanzado el sistema inanciero”
y su divorcio de la economía real; “la globalización y deterrito-
rialización del capital y del trabajo”; “el impacto de la tecnología
sobre el ser humano, el empleo y las sociedades modernas”; “el
incontestable poder militar de los Estados Unidos convertidos
en la única superpotencia tras el in de la Guerra Fría” y otros
términos que de algún modo terminan siendo peligrosas sobre
simpliicaciones. ¿Pueden ellas explicar lo mínimo necesario

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para comprender correctamente esta situación? Personalmente
lo pongo en duda.
Es que al tratarse de slogans auto referenciados, más que de
explicaciones cientíicas provenientes de marcos teóricos funda-
mentados, se convierten más en elementos reproductivos del sis-
tema económico-cultural, que en instrumentos útiles para abordar
una política alternativa y transformadora.
En especial si se considera que una propuesta alternativa capaz
de constituirse en un programa político a escala mundial, es total-
mente imposible sin una seria consideración de la multiplicidad
de factores en juego. De un conocimiento más profundo de la
dinámica del sistema económico global, lo que incluye abordar
las interacciones dinámicas del aparato cultural
No se trata por lo tanto de una crítica basada “en cómo derribar
al enemigo”. Se trata primero de conocer a la multiplicidad de
enemigos que la situación encierra. Ellos pueden ser personales,
pero también impersonales, de carácter sistémico.
Debido a lo expresado, antes de entrar de lleno en el tema,
conviene formular al menos las siguientes cuestiones:
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Qué factores pueden
explicar el quiebre histórico de los setenta? Ese quiebre caracte-
rizado entre otras cosas por:
• el abandono del modelo “fordista” y del “keynesianismo tradi-
cional” (en el que el empleo estable y el ingreso creciente de los
trabajadores se hallaba conceptualmente ligado al crecimiento),
por el de “la acumulación lexible” y la “regla de romper todas
las reglas”;
• el aumento de la jornada de trabajo real para los que se hallan
dentro del sistema productivo coexistente con elevados índices
de exclusión social y desempleo, lo que conduce con frecuencia
creciente a la marginalidad;
• el aumento de trabajos temporarios y por cuenta propia muchas
veces incapaces de proporcionar ingresos suicientes para el sostén
digno de las personas;
• percepción creciente del riesgo de convertirse en marginados
del sistema por parte de los que se hallan bien integrados en él y
acceden a sus beneicios;
• el clima hipercompetitivo en los negocios que implica el énfasis
en la reducción de costos e impuestos, grandes fusiones entre
empresas y la globalización;

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• énfasis en la innovación tecnológica continua como forma de
lograr incrementos en el producto anual (lo que implica ciclos
de vida de los productos más cortos, aumento de riesgos y serias
implicaciones para la distribución del ingreso y el empleo);
• gasto militar como alternativa no redistributiva de las políticas
keynesianas tradicionales ligadas al “Estado de Bienestar”;
• la preponderancia económica y política del sistema inanciero
y de los sectores proveedores de grandes servicios ligados a la
infraestructura urbana;
• la creciente importancia de China e India en tanto son los paí-
ses con mayores perspectivas de rápida urbanización, con las
consecuencias que tales fenómenos acarrean para el escenario
geopolítico mundial por sus implicancias para el tema energético
y el tema de la participación en los mercados;
• acentuación de la inseguridad básica como rasgo de la existencia
humana: incluye temor a catástrofes, al terrorismo, a la insegu-
ridad urbana, a la pérdida de capacidad de acceso que brindan
empleos y actividades económicas hoy bien rentadas;
• comienzo de la crisis de los sistemas previsionales por cambios
en las pirámides demográicas;
• pérdida de sentido y de rumbo de la política, falta de dirección y de
sentido de la actividad económica más allá de metas de rentabili-
dad de corto plazo y supervivencia de las unidades productivas;
• falta de esperanza, emergencia de respuestas fundamentalistas,
pesimismo generalizado o bien optimismo no fundado;
• “mal difuso” como desafío a la ética, moral y religión; lo que se
vincula con “los efectos a distancia” de los actos humanos sea
sobre la biosfera o bien sobre la calidad y posibilidad de vida de
otros seres humanos en las actuales generaciones y en las veni-
deras;
• “mal programado” como un emergente del paradigma epistemoló-
gico dominante de occidente, lo que se vincula básicamente con
el poder y los medios disponibles para ejercerlo con plenitud en
un contexto que aún requiere del consenso de los ciudadanos;
• la extensión sin límites de libertades individuales que son total-
mente inoperantes para producir un cambio real de la situación;
• la introducción del concepto de “guerra preventiva” e insinuación
de progresiva pérdida de libertades y privacidad.
A su vez, frente a esta realidad tan compleja, en la que muchos
de los fenómenos se hallan también interrelacionados de maneras
más o menos directas, podemos preguntarnos lo siguiente:

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¿Son el desenlace esperado del capitalismo maduro que des-
emboca en un crudo imperialismo como su etapa superior tal
como los análisis marxistas han sugerido durante buena parte de
los dos últimos siglos? ¿Son el fruto del fracaso del socialismo
real? ¿Ha sido este fracaso provocado por el poder de los países
occidentales bajo el liderazgo de los Estados Unidos durante el
mandato de Reagan? ¿Se trata del in de la historia como sostuvo
francis fukuyama? ¿Es el producto del predominio ideológico
neoliberal? ¿Es resultado del designio de grandes grupos de po-
der altamente articulados? ¿Existe una alternativa encarnada en
el “nuevo sueño europeo” como opuesto al viejo “sueño ameri-
cano”, como nos dice Jeremy Rifkin? ¿Estamos realmente fren-
te a un “choque de civilizaciones” y al peligro de un creciente
fundamentalismo capaz de destruir a occidente mediante el uso
de armas de destrucción masiva que han proliferado sin cesar
desde el in de la Guerra Fría como ha sugerido Huntington y
tantos otros previamente al 11-S? o, ¿se trata de una estrategia
por el control de los recursos naturales y la supremacía anglo-
norteamericana? ¿Sobrevendrá un mundo mejor una vez que el
“terrorismo” sea vencido y la globalización progrese más y más
como lo sostiene el consenso de Washington a través del Banco
Mundial, el fondo Monetario Internacional, cuando no los mis-
mos representantes del Complejo Militar-Industrial? ¿Es el mun-
do previsto por los Tofler o por James Adams quien identiica la
próxima guerra como una guerra informática? ¿Es factible reducir
la pobreza extrema que aparece como el mayor desafío del siglo
XXI? ¿Existe espacio para construir lo que Hardt y Negri han
llamado “el proyecto de la multitud”? ¿La defensa universal del
“ingreso básico o de subsistencia”, introducido por tantos autores,
sería una solución viable? ¿Qué roles les son asignados a países
como India y China, los que aparecen ahora como los “nuevos
mercados gigantes”, cuando su población ya era muy grande a
comienzos de los sesenta y por qué? ¿Qúe razones existen para
hablar del “in de una era” que duró unos quinientos años como
lo hace Jaques Barzún?¿Comenzó ésta tras el 11 de septiembre
de 2001 –como se repite sin cesar con las siglas 11-S– el día que
comenzó el siglo XXI junto al “tercer milenio”? ¿triunfará la
cultura del “conglomerado”, “el proyecto de la multitud” o será
una era de “severo control imperial” si es que necesariamente
estos proyectos fuesen contradictorios?

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He aquí sólo algunas de las muchas cuestiones que plantea la
situación a comienzos del siglo XXI.
En tal sentido este ensayo propone nuevas hipótesis explica-
tivas con la esperanza de que ellas sean fructíferas. Aún a riesgo
de que no sean más que “falacias fecundas” –en el sentido dado
al término por Popper– tienen por objeto brindar un marco más
uniicado para el análisis de la problemática del siglo XXI, tal
como ha sido caracterizada en sus trazos más gruesos en esta
introducción.
Enfoque uniicado en el sentido de que no podemos sostener
que se trate sólo de la fuerza de las “Ideas” (ej: “el fundamenta-
lismo de mercado o el religioso”), ni tan solo de “factores mate-
riales” (en el sentido clásico del materialismo histórico).
Sin embargo en tanto se ha perdido el hábito de pensar en
las restricciones materiales al crecimiento (salvo quizás en las
medioambientales y en lo que atañe al agotamiento de los recur-
sos) conviene retomar al menos un enfoque que incluya dinámicas
de variables económicas físicas y no sólo ideales, actitudinales
e ideológicas. Hacerlo constituiría un absurdo tan grande como
si los matemáticos renunciaran a resolver complejos sistemas de
ecuaciones por haber descubierto el teorema de Göedel o, si por
caso, los médicos pretendiesen desconocer la anatomía básica
del cuerpo humano basándose en el supuesto de que en última
instancia todo es reductible a la energía cósmica.
Pero el absurdo es un producto de la modernidad. Por lo tanto
no deberíamos esacandalizarnos en lo más mínimo y menos en
el 2005 a pesar de la declarada superación de la antinomia idea-
lismo-materialismo y del reemplazo de este último por la teoría
General de Sistemas.
El propósito no es sin embargo proponer sólo un modelo des-
criptivo y explicativo de los cambios económicos, sociales, cul-
turales y políticos que han ocurrido en el sistema mundial desde
mediados de los setenta hasta la actualidad, sino invitar, como se
ha dicho, a una relexión profunda que permita imaginar futuros
alternativos. futuros que en lo básico no traicionen las promesas
incumplidas del siglo XX, las que a pesar de sus sombras, fueron
creídas por varias generaciones y parecieron ser ciertas, cumpli-
bles, deseables. Promesas milenarias si se quiere e impresas en las
mentes de varias generaciones con tinta difícil de borrar.

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Después de todo, si el progreso moral consiste hoy en un avan-
ce de la conciencia individual capaz de transformarse por su peso
en un hecho histórico colectivo, parece provechoso aportar in-
quietudes que puedan acrecentar el espacio de dicha conciencia.

2. Hacia el esbozo de una “hipótesis rectora fuerte”


Los nexos no explorados entre urbanización,
crecimiento, cambio tecnológico, sobrecapacidad
productiva y limitaciones estructurales
para el desarrollo con equidad

La hipótesis central que será desarrollada a lo largo de la


primera parte, es que tanto la acumulación de capital como el
progreso tecnológico han estado fuertemente vinculados e impul-
sados por los procesos de urbanización ocurridos desde la primera
Revolución Industrial hasta nuestros días y que este proceso pue-
de ser considerado único, irrepetible –en escala y magnitud– e
irreversible.
Esta idea puede generar rechazo y conviene advertirlo desde
un comienzo. Por una parte puede ser mal interpretada como otro
intento más de carácter “reduccionista”. Por otra, porque implica
invertir un hábito mental demasiado arraigado.
En efecto, por lo general, el moderno proceso de urbaniza-
ción ha sido descrito más como consecuencia, que como causa
del crecimiento económico. Por ejemplo, es usual en la literatura
sobre el tema hallar airmaciones de que el 70% de la variación
del incremento de la urbanización entre distintos países es expli-
cado por las variaciones del producto bruto interno por habitante
(Henderson, 2002).
El fenómeno de la urbanización a gran escala es, en el mejor
de los casos, reconocido como sinónimo de modernización e in-
dustrialización.
Las causas de la localización de actividades industriales en
grandes ciudades y la forma que adoptan los conglomerados han
sido analizadas desde los tiempos de Alfred Marshall (1890) en
términos de ganancias de economías de escala, intercambio de
información, localización de proveedores, relaciones ínter indus-
triales, proximidad del mercado, acceso a la tecnología, comu-

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nicaciones, relaciones con el resto del mundo, etc. De todo ello,
no obstante, no se han derivado a mi parecer las consecuencias
debidas.
Asimismo la distinción entre los procesos de urbanización en
los Países Centrales y los del tercer Mundo, por pertinentes que
sean respecto a otras cuestiones, no lo son respecto a la similitud
de su paisaje esencial y lo que implica para el crecimiento.
Sin embargo, a pesar de que se acepta que existe un complejo
proceso interactivo entre urbanización, tecnología y crecimiento,
se le ha prestado muy poca atención a lo que implica esta vincu-
lación en términos dinámicos. En particular cuando se considera
la propia urbanización como motor o factor inductor del creci-
miento.
¿Pero acaso es posible ignorar que el propio proceso de ur-
banización arrastra y crea una extensión de mercados para una
notoria gama de productos y tecnologías a ellos asociadas, en par-
ticular en lo que atañe a Infraestructura como sistema vital de las
ciudades?, ¿que sus distintas fases implican también diferencias
de estructura productiva, de empleo y de hábitos culturales?
Debido a que se intentará explorar esta hipótesis tanto desde
el punto de vista conceptual como a través de evidencia empíri-
ca –aspectos que son además ampliados en el Anexo– conviene
adelantar una pregunta crucial:
¿Qué sucede con el crecimiento y modo de funcionamiento de
la economía y de la sociedad cuando el proceso de urbanización
se desacelera?
Es más, ¿qué consecuencias tiene para la capacidad instalada
de toda una gama de actividades el hecho de que en algún mo-
mento del tiempo este proceso de urbanización alcanzará un punto
de inevitable saturación?
Es posible que el énfasis puesto en esta hipótesis central “tan
fuerte” corra el riesgo –como sucede con toda hipótesis genérica
y demasiado amplia– de ser interpretada como conducente a un
análisis sobre simpliicado y supericial de la realidad. Más aún,
de las múltiples consecuencias que mi análisis conduce a derivar
de la misma.
El peligro, soy plenamente consciente de ello, consiste en que
esta hipótesis sea subliminalmente rechazada sin llegar a consi-
derar siquiera la necesidad de examinarla en profundidad. No
tengo una receta para tal actitud, simplemente advierto que de

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esta hipótesis central se derivan otras no menores, en especial las
que se vinculan con la emergencia de la innovación tecnológica
continua, los ciclos de vida de productos más cortos, su impac-
to sobre la distribución del ingreso, el empleo y su estructura,
la emergencia de nuevas pautas culturales y también cuestiones
geopolíticas no triviales.
Por lo tanto, sin pretender que esta hipótesis central sea con-
siderada como “causa única” de la emergencia de la actual pro-
blemática global y de los profundos cambios que han emergido
tras los setenta, el excesivo énfasis puesto en ella en esta obra,
obedece a que se le ha prestado muy poca atención a esta rea-
lidad. Más aún a sus profundas implicaciones. Es decir tanto a
la existencia misma de la hipótesis, como a su potencial peso
explicativo-predictivo.
En tal sentido creo que un peligroso mal entendido es creer
que existe una incompatibilidad básica entre la formulación de hi-
pótesis generales simples, pero de amplio alcance, y el intento de
explicar el comportamiento de sistemas complejos. Ciertamente,
en ciencia abundan evidencias en sentido contrario.
Es curioso que los análisis sobre los nexos entre ciudades
y desarrollo de infraestructura como el realizado en Cities and
Their Vital Systems: Infraestructure, Past, Present and Future
realizados por Robert Herman y Jesse Ausubel (1988), o los más
recientes desarrolllados por la Universidad de la Naciones Unidas
respecto a la relación entre ciudades y globalización (fu-chen Lo
y Yue-man Yeug, 2004), no aborden esta temática.
Aún cuando las relaciones que señalan y detectan estos trabajos
deberían llevar al cuestionamiento de los impactos macroeconó-
micos y socioculturales que implica una progresiva saturación del
proceso de urbanización, el tema hasta donde lo he investigado,
no ha sido tratado de modo explícito en la literatura corriente. Este
sólo hecho amerita explorar una nueva formulación teórica.
Si hacemos un poco de historia, se verá que la propia urba-
nización se vio impulsada desde un comienzo a través de la in-
dustrialización y del progreso técnico, en un continuo proceso de
retroalimentación positiva ligado a fenómenos como migraciones
internas y externas, incrementos en la productividad agrícola y re-
laciones comerciales entre diversos centros urbanos en diferentes
áreas geográicas del mundo.

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Pero este proceso de urbanización comenzó a declinar en su
dinamismo durante la década del ‘70 y del ‘80 y si bien se reanuda
a partir de los ‘90 con la modernización de los gigantes asiáticos,
inevitablemente posee un límite natural.
Es precisamente éste límite natural –repito, sin pretender re-
ducir todo a éste único fenómeno– el que podría ser una de las
claves a explorar para proponer tanto una explicación más integral
del conjunto de la problemática antes expuesta, como para ser
constituido como punto de partida para la construcción de una
relexión acerca de las alternativas posibles a las predicciones de
tipo catastróico o a la insatisfactoria evolución actual del sistema
económico mundial.
La hipótesis que vincula urbanización y crecimiento pareciera
conducir, como se verá, a una explicación más satisfactoria tanto
de la declinación del crecimiento del sistema económico mundial
desde mediados de los setenta, como también del hecho de que
el crecimiento ha comenzado a reposar más y más en el cambio
tecnológico continuo y acelerado, a través de la programación de
la obsolescencia de los bienes de consumo y de capital. En una
palabra de “la innovación”.
Pero tal estilo de “innovación”, tiene a su vez una importancia
crucial, en tanto implica ciclos de vida de producto más cortos.
Disímiles entre Infraestructura y otros bienes y servicios, con
severos impactos sobre el modo de funcionamiento del sistema
económico y su estructura. La “racionalidad orientada a ines
limitados” restringe severamente, como será demostrado, la posi-
bilidad misma de resolver satisfactoriamente las metas declaradas
de mejorar la distribución del ingreso, de reducir la pobreza y de
lograr la sustentabilidad del crecimiento en un contexto que es
por deinición hipercompetitivo. Tanto más cuanto nos acercamos
a la saturación estructural de mercados vinculada al inevitable
agotamiento del crecimiento urbano a escala planetaria.
Por otra parte la hipótesis planteada explica, a mi parecer, otro
hecho no menor. Se trata de la utilización cada vez con mayor
frecuencia, del complejo militar-industrial (CMI) como sustituto
de las políticas de reactivación de tipo keynesiano. La estrategia
cumple así objetivos múltiples: reactivación económica, control
de recursos vitales y también de competidores reales y potencia-
les. Ello, a pesar de que en un tiempo no muy lejano la capaci-
dad del CMI para crear empleos y rentabilidad fue cuestionada,

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cuando aún se soñaba con reconvertir dicho “complejo” y crear
los “dividendos de la paz” para ser aplicados al desarrollo. Ade-
más, ¿es posible ignorar los nexos entre el CMI y la innovación
teconológica?
De todo lo anterior, emerge naturalmente la “sociedad del
conocimiento” como característica de las sociedades pos indus-
triales. El énfasis creciente puesto sobre la educación y la calidad
de las instituciones como requisitos básicos de tal sociedad, en
pos del conocimiento cientíico aplicado a la creación de nuevos
productos y del manejo de la nueva realidad social caracterizada
por el moderno estilo de vida urbano, serían inexplicables sin
analizar la dinámica evolutiva del sistema productivo.
Dado el carácter obvio de la bondad y universalidad de tales
recetas, pocos parecen dispuestos a cuestionar la efectividad real
de la “panacea innovadora” frente a la magnitud de la problemá-
tica. Es que resulta difícil y comprometedor atreverse a ver que
en vez de una panacea, pueda tratarse de una peligrosa trampa. En
realidad, tal como están las cosas, dada la limitada racionalidad
que opera, se trata de que constituye ambas cosas a la vez.
En cambio la emergencia de China e India como grandes mer-
cados pareciera inscribirse en el contexto tradicional de creci-
miento basado en la urbanización extensiva1, y por ello mismo,
su desarrollo plantea también nuevos desafíos, los que rara vez
se hacen explícitos.
Dichos desafíos son no sólo de orden geopolítico, aunque esta
sea su cara más visible dado el problema de la emergencia de
nuevas potenciales superpotencias que para colmo se hallan muy
próximas a los recursos energéticos vitales para occidente.
A mi juicio el mayor de los desafíos es que una vez “completa-
dos” estos procesos de modernización a través de la urbanización,
es previsible que la problemática de sobrecapacidad estructural
no sea por cierto menor, si no se modiica la racionalidad global
económica y tecnológica. Esto es precisamente lo que se deriva
de mi análisis y sobre lo cual volveré a insistir en repetidas opor-
tunidades a lo largo del texto.

1. No sólo la urbanización de China e India completarán este proceso, existen aún


países grandes como Brasil en América Latina y otros de Asia que contribuirán
al crecimiento impulsado por la urbanización. Sin embargo, dada la magnitud de
aquellos países, el eje fundamental pasará por estas dos futuras potencias debido
a la magnitud potencial de sus mercados.

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Es que llegado a ese punto dicha “sobrecapacidad productiva
estructural” será de tal magnitud, que difícilmente pueda entre-
verse una sustitución tecnológica capaz de generar un quantum
de producto anual acorde al sostenimiento de los niveles de vida
a escala planetaria ya alcanzados.
Es este el tema que el debate corriente elude, como si fuese
inexistente, o como si sencillamente en cualquier circunstancia
fuera a emerger un conjunto de innovaciones tecnológicas capa-
ces de proveer dicho quantum de producto en cantidad creciente,
suiciente como para resolver el tema de la estabilización del nivel
de producto mundial o aún acrecentarlo con equidad.
Se asume de modo implícito que los ciclos económicos, cor-
tos o largos, siempre podrán ser estabilizados, manejados por
expertos o bien resueltos de modo automático por simples ajustes
naturales de mercado.
En síntesis el nexo con los procesos de urbanización y con
las actividades que hacen al propio proceso de construcción del
moderno estilo de vida urbano se halla ausente, tanto como la
referencia explícita a los procesos que conducen a una destrucción
deliberada.
Estos últimos son a veces insinuados como en el caso de la re-
construcción de Irak, o bien vinculados al capitalismo de un modo
demasiado genérico, lo que no hace sino demonizar al sistema.
Insisto, tal postura no sólo es irresponsable, sino que aumenta aún
más la desesperanza y la posibilidad de emergencia de una agenda
alternativa superadora de la problemática global.
Es que, como se demostrará en la primera parte de esta obra,
ambos estilos tecnológicos –obsolescencia forzada e innovación
en el sector de la producción bélica– conducen por su propia
naturaleza a un modelo de concentración de los ingresos que im-
pone una limitación de carácter estructural a las mejoras distri-
butivas.
Por otra parte, una economía bajo presiones hipercompeti-
tivas, sea por ciclos de productos cada vez menores, sea por el
desarrollo de mercados con salarios muy bajos, o peor aún, por
una combinación de ambos factores, puede constituirse así en un
obstáculo adicional para eliminar la pobreza a escala mundial
debido a la insuiciencia del nivel de la demanda agregada y a
la dislocación del aparato productivo. Puede entonces conducir
a soluciones brutales, sencillamente porque el entorno de racio-

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nalidad orientada por ines limitados y la propia epistemología
natural de occidente constituyen, junto a la situación objetiva, el
entorno propicio.
Sin embargo, estas mejoras distributivas posibilitarían el ac-
ceso a bienes modernos a alrededor de 2.8 miles de millones de
personas que según el Banco Mundial viven hoy con menos de
2 dólares por día y podrían brindar una solución alternativa. Más
deseable y constructiva.
No obstante –aunque rara vez se lo haga explícito– esta alter-
nativa, por deseable que sea, tampoco se halla exenta de serios
problemas para su implementación concreta. Las propuestas de un
“ingreso universal básico” que tienden en esa dirección –y que a
juicio de autores como Bauman deberían constituir la base de un
programa político global para rescatar a la política de su actual
falta de sentido– necesitan ser confrontadas en todas sus conse-
cuencias y complejidades si en verdad esto, claro está, pretende
ser algo más que otra promesa que serviría más para sublevar,
movilizar y capitalizar el descontento, que para convertirse en
una realidad a ser construida.
Entre los obstáculos que puedo visualizar surgen los siguien-
tes, por ejemplo: ¿cómo garantizar que la distribución no afecte
a corto plazo la productividad global del sistema y boicotee de
entrada la propuesta misma en su validez como solución? ¿No se
disociaría la relación esfuerzo-remuneración? ¿No se dislocaría la
demanda frente a la capacidad productiva instalada cuyo peril se
halla orientado hacia la sociedad dual en la que los ricos acceden
a bienes y servicios cada vez más soisticados, mientras que los
pobres no tienen aún satisfechas sus necesidades más básicas?
¿Cómo hacer para que el desarrollo sea sustentable en términos
ecológicos? ¿Serían suicientes los recursos? ¿Sería compatible
tal sistema económico con los valores e instituciones vigentes?
¿Implicaría retornar a experiencias socialistas o podría ser compa-
tible con las economías de mercado? ¿En tal caso, cómo? He aquí
el tipo de cuestiones que emergen de la alternativa redistributiva
en gran escala para lograr combatir la pobreza global. Cuestio-
nes soslayadas tanto por los grupos más radicalizados, como por
aquellos que piensan que serían resolubles si tan sólo la economía
creciera a un ritmo suiciente, o si se lograra imponer a todo el
mundo los valores de las sociedades abiertas, a pesar de toda la
evidencia en contra.

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Por lo tanto, tras el fenómeno que he denominado como “sa-
turación de mercados de carácter estructural por agotamiento del
proceso de urbanización”, simple en apariencia, pueden hallarse
–o al menos ser exploradas– hipótesis explicativas de gran al-
cance.
Ellas, como espero demostrar, son capaces de dar cuenta de la
amplia gama de fenómenos característicos del desarrollo mundial
a partir de la mencionada crisis de mediados de los setenta y de
las estrategias de supervivencia que se van entreviendo. Son a mi
parecer, como mínimo, una de las causas no consideradas de la
crisis civilizatoria a escala mundial.
En tal contexto no parece aventurado plantear la hipótesis
de que el “choque de civilizaciones” –tal como en apariencia
lo predijo Huntington– ha resultado absolutamente funcional al
intento desesperado de los Estados Unidos por conservar su lide-
razgo mundial en un mundo que asiste globalmente a su previsible
eclipse. Un concepto relacionado con “la creación intencional de
enemigos” que justiiquen el gasto bélico y la presencia militar
de los Estados Unidos a escala planetaria. Estrategia que tiene
sus aliados históricos reconirmados plenamente tras el 7-J en
Londres.
Algo muy distinto de las meras ambiciones imperialistas (ex-
pansivas por esencia) y también diferente de los ciclos predichos
por Ibn Jaldún (1332-1406) en La muqaddimah, según el cual,
“los pueblos civilizados, fofos, materialistas, hedonistas y ob-
sesionados con sus actividades personales serían presa fácil de
pueblos bárbaros, rudos y duros”. Mucho más próximo en cam-
bio a la doctrina de Churchill, que en palabras de Noam Chomsky,
se deine como:
“los ricos y poderosos tienen derecho a exigir que los dejen
en paz para disfrutar de lo que han conseguido, a menudo,
mediante la violencia y el terror; los demás pueden ser ig-
norados mientras sufran en silencio, pero si se entrometen
en la vida de los que gobiernan el mundo por derecho,
‘los terrores de la tierra’ se cernirán sobre ellos con justa
ira, a menos que el poder sea incomodado desde adentro”
(Chomsky, 2004:41).
Es decir se trataría de una estrategia de supervivencia, más
defensiva que ofensiva, aún cuando el verdadero enemigo es en

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realidad algo tan impersonal como una lógica evolutiva ciega que
en términos societales nos va llevando como un barco a la deriva
en medio de una fuerte tormenta. Pero “la ceguera” del proceso
evolutivo en las sociedades y en la historia sólo lo es en tanto y
en cuanto la humanidad no de un salto evolutivo en su grado de
conciencia individual y colectiva.
Esta idea del crecimiento de la conciencia ha sido planteada
también por Rifkin quien remite a los trabajos de Barield quien,
junto a otros, piensa que el desarrollo de los seres humanos está
madurando al grado de poder tomar decisiones personales que
consideren la ininidad de relaciones que consta la biosfera. Es
decir el prerrequisito de una ética acorde a la multiplicidad de
impactos que producen tanto las decisiones individuales como
las originadas en los centros de decisión o poder en un mundo
donde el impacto de tales decisiones son muchas veces remotos,
justamente a causa de la tecnología y la multiplicidad de relacio-
nes que engendra. Difíciles de captar en términos de una relación
causa-efecto lineal, y aún a veces en términos sistémicos.
Muchos podrán preguntarse ¿cuánto tiempo deberá pasar para
que esta “mayor conciencia humana” se releje de un modo con-
creto en occidente y en el resto del mundo que emula sus éxitos?
¿Siquiera será posible que ocurra alguna vez? De hecho, si el pro-
ceso de aprendizaje individual es muchas veces lento y tortuoso,
¿cuánto más no lo será el proceso de aprendizaje civilizatorio?
Sí, todo esto es cierto, pero también lo es que nuestro futuro
será cada vez peor si no apuramos el paso para lograr una con-
ciencia mayor individual e histórica o colectiva, respecto a las
causas del estado actual del mundo y de los cambios que debe-
ríamos comenzar a implementar cuanto antes para dar respuesta
a nuestra problemática.
Dicho salto de conciencia (en su acepción más limitada de
“darse cuenta”), quizás se haya dado ya en los que lideran el
poder económico, político y militar actual, aunque de un modo
restringido, negativo y opuesto a las propuestas que se harán en
este libro. Una racionalidad orientada por ines que puede justi-
icar los mayores disparates.
Es que frente a esta lógica implacable de un enemigo tal, tan
impersonal como lo es una crisis civilizatoria, la creación de
“enemigos reales” parece emerger por necesidad a partir de una
epistemología natural, que es en todos los sentidos, tan próxima

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a un crudo pragmatismo, siendo ella misma otro de los enemigos
difíciles de visualizar como tales.
En tal contexto se ha dicho, parafraseando una novela de Mi-
chael Dibdin,
“que no pueden haber verdaderos amigos sin verdaderos
enemigos. A menos que odiemos lo que no somos, no po-
demos amar lo que somos” y que “estas viejas y funestas
verdades no puede ser ignoradas por hombres de Estado e
investigadores” (Huntington, 1997:20).
Dicho esto desde un enfoque académico y divulgado con gran
éxito desde los Estados Unidos, no puede dejar de ser preocu-
pante, tanto más cuanto Huntington (2004) ha retomado el tema
también en una de sus obras recientes. Allí nos recuerda que en
el 84 a.C., cuando Roma derrotó a su último enemigo de impor-
tancia, Sila se preguntó: “¿Qué será de la República ahora que
el universo no nos ofrece más enemigos?”, prosiguiendo con esta
analogía Huntington señala que el historiador David Kennedy se
hacía una pregunta similar:
“¿Qué le sucede al sentimiento de identidad de una nación
cuando sus enemigos son totalmente derrotados y dejan de
proporcionar la fuerza vigorizante que supone la amenaza
a la existencia misma de dicha nación?”…
o, por decirlo en palabras de John Updike, “sin la Guerra Fría
¿qué sentido tiene ser estadounidense?” (Ibídem, 301). Conti-
nuando con esta relexión nos dice:
“que la brecha cultural entre el Islam y el Cristianismo
y el Anglo protestantismo de Estados Unidos acentúa las
credenciales de enemigo que se atribuyen al islamismo. Y,
de hecho el 11 de septiembre de 2001, Osama Bin Laden
hizo que se diera por finalizada la búsqueda en la que estaba
embarcado Estados Unidos” (Ibídem, 306).
Las recientes declaraciones de oriana falacci en su una nota
“L´Europa in Guerra Il Nemico Ce L´Ha in Casa” (Corriere de la
Sera, 16/07/05:1-2), no hacen sino reairmar esta posición aunque
de un modo aún más duro y frontal. Las “credenciales de enemi-
go” las extiende así al Islam, sin consideración alguna entre sus
corrientes pacíicas, las fundamentalistas y las terroristas.

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De este modo un enemigo cuyo verdadero origen es difícil
de rastrear se va convirtiendo, frente a la opinión pública, en
un enemigo real que es funcional también a Europa, aunque por
motivos todavía más complejos.
Aún cuando el ilm de Moore, Farenheit 9/11, muestra parte de
la trama de intereses y aparentes fraudes tras el ascenso de Bush,
su vinculación con la familia Bin Laden, con el poder inanciero
de los saudíes dentro de los Estados Unidos, sus relaciones con
parte del complejo militar-industrial y con los intereses petroleros,
la denuncia no toca a mi parecer el centro del problema: La crisis
civilizatoria a escala global.
Sólo en este contexto es comprensible la sanción del Acta
Patriótica, que constituye una institucionalización del recorte de
libertades individuales a escala global, cuyo real alcance sólo
podrá ser evaluado con el correr del tiempo. Los sucesos del 7-J
en Londres parecieran conducir a acentuar esta misma tenden-
cia. Europa va teniendo de este modo su propia versión del Acta
Patriótica. Ella parece igualmente funcional respecto al proble-
ma de sus sistemas de seguridad social, pobreza, desempleo y
racismo.
De un modo silencioso y sutil la sombra del totalitarismo
vuelve a cernirse sobre occidente. Pero a diferencia de los del
siglo XX, basados en ideologías como el nacional-socialismo y el
comunismo, este nuevo totalitarismo se fundamenta en la defensa
de la democracia occidental y de su estilo de vida. En la crítica
racional de todo fundamentalismo, lo que sugiere una hábil forma
de evitar la posibilidad de que el pensamiento llegue a imprimir
un idéntico carácter a la forma de encarar la economía y la política
occidental. Es la astucia de presentar una ideología con todos los
atributos de un integrismo, sin que a nadie se le ocurra siquiera
considerarlo como tal. En tal caso, la igura del enemigo interno
o aliado del enemigo externo no tardaría en aparecer.
Es curioso que frente a tanta evidencia (previa y posterior al
11-S) muchos intelectuales brillantes, nieguen la posibilidad de
una estrategia deliberada consistente en la “creación de enemi-
gos” por parte de los Estados Unidos. Una estrategia que podría
responder a múltiples objetivos geopolíticos y también en estre-
cha relación con la necesidad de reactivar la economía americana
(y mundial) al borde de la recesión tal como dramáticamente fue
expresado en el Global Economic Forum por los economistas de

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Morgan Stanley el 20 de agosto de 2001, tan sólo semanas antes
del 11-S (Roach, 2001).
Ellos suelen argumentar que “la creación intencional de ene-
migos” es innecesaria porque todo el mundo ya odia a los Estados
Unidos, y por lo tanto si algo le sobra no es capacidad productiva,
sino enemigos. Que una visión conspirativa de la historia es in-
aceptable y que las hipótesis acerca de la crisis de sobrecapacidad
son ridículas debido a que el mundo se halla hambriento de más
crecimiento y pleno de mercados por desarrollar. Que el costo del
presupuesto militar era algo que en realidad los Estados Unidos
incurrían porque no tenía otro remedio, pero que generaba un
severo desequilibrio iscal que les preocupaba seriamente. Que
sostener tales hipótesis implica desconocer la historia del capita-
lismo y su inmensa capacidad creativa, superior a cualquier otra
alternativa. Que el problema consiste simplemente en asegurar las
condiciones para una mayor rentabilidad y que la guerra siempre
es un desastre para los negocios ¿Es esta postura de negación in-
telectual sustentable cuando el citado informe de Morgan Stanley
sugería la posibilidad de entrar en una recesión más parecida a las
registradas entre 1854 y 1945 que a las de posguerra, y cuando
se mencionaba explícitamente la práctica inutilidad de retocar las
tasas de interés frente a “un exceso de capacidad productiva que
debía salir fuera de servicio”?
Sí, es una época muy próxima a la esquizofrenia, no cabe
duda. Se puede ser ideológicamente un agente del “mesianismo
cientíico” y eludir las reglas que tal postura exige para el debate.
Se puede ser cristiano –lo que implicaría adherir al “Programa”
del Sermón de la Montaña, o al menos a los mandamientos del
Antiguo Testamento– y buscar enemigos, hacer la guerra, cons-
truir armas de destrucción masiva, mentir, matar, odiar.
Después de todo, interpelados ante estas contradicciones es-
tos individuos suelen responder: “somos humildes” no podemos
“abarcar el mundo”. Somos contradictorios porque después de
todo somos humanos. Y de este modo huyen por la puerta trasera
de “la inmodiicable condición humana” a la que ellos mismos
modiican continuamente con el ejercicio de sus profesiones,
creación de conocimientos, diseño de tecnologías, estrategias,
planes, tácticas, inluencia sobre los medios de comunicación y
producción de contenidos culturales en todos los ámbitos.

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Luego están aquellos otros que se escandalizan frente a expre-
siones artísticas de denuncia y se indignan frente a lo que consi-
deran “odio al cristianismo” por mostrar a un Cristo Cruciicado
pintado sobre un bombardero, o a una Virgen María cubierta por
repugnantes insectos, o por la superposición de Juan Pablo II jun-
to a Madonna masturbándose. Pero más allá de que ciertamente
la Iglesia Católica –y en general todas las religiones tradiciona-
les– han sido bombardeadas ideológicamente por la modernidad:
¿no son acaso éstas, representaciones desesperadas de la estética
frente a la brecha producida entre la ciencia y la moral? ¿No
constituyen una cruda denuncia del doble discurso y de la doble
realidad de occidente? ¿No serán signo del alejamiento entre las
promesas del siglo XX y su descarnada realidad a través de la
ventana del siglo XXI? ¿Por qué no verlo de este modo en vez
de escandalizarse frente a algo que es evidente más allá de la
intencionalidad e ideología de sus autores?
Pero retomemos el tema de “la creación y búsqueda de ene-
migos” tan explícitamente planteada por Huntington en defensa
de occidente, su identidad y sus valores ¿Será realmente la única
alternativa “práctica”? ¿Se halla ella exenta de gravísimos peli-
gros? ¿Se han analizado, discutido y difundido otras posibilidades
lo suiciente como para llegar a tan pobre conclusión? ¿Será cierto
que “el siglo XX ha sido un siglo de una perversa y dañina hipo-
cresía sentimental”? (Huntington, 1997:20) ¿Podría llegar a tal
conclusión una especie que literalmente se enferma ante la falta
de conianza mutua, falta de protección y abandono, tanto como
frente “al aburrimiento” que produce una época de rígida moral
externa? ¿No constituye la esencia del cristianismo esta visión
antropológica profundamente compasiva frente a la condición
humana, que procura conducir al amor y no al odio? ¿No es el
amor el fundamento de casi todas las religiones por deformadas,
distorsionadas o alejadas que se hallen sus instituciones de sus
más importantes postulados?
Ciertamente sí, desde un punto de vista teológico o académico.
Pero este punto de vista es a menudo eclipsado por todo tipo de
actos violentos cometidos en nombre de Dios. Los que los come-
ten pueden o no saberlo, pero quienes los planiican difícilmente
sean ignorantes en la materia. Las intenciones, suele decirse, se
conocen por los resultados que producen.

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Como esta temática se vincula fuertemente con otro aspecto
de la crisis civilizatoria, cual es la progresiva pauperización de
la epistemología natural de occidente, la segunda parte del libro
intenta abordar estas cuestiones y sus nexos con la evolución del
sistema económico.
Debido a que cualquier Agenda Política Alternativa “al estado
actual de cosas en el mundo” supone una modiicación paralela de
la organización social, en el mundo de las ideas, hábitos, actitudes
y motivaciones, la tercera parte se halla destinada a describir los
lineamientos más gruesos que deberían, según creo, conformar la
investigación básica para la construcción de dicha agenda. Ello
implica, sin duda, la necesidad de pensar seriamente en las impli-
cancias mínimas de un nuevo paradigma productivo y cultural.
De este modo la obra comprende tres partes: una primera des-
tinada a comprender la crisis civilizatoria desde la perspectiva
de la hipótesis central respecto al agotamiento del proceso de
crecimiento basado tanto en la urbanización extensiva como en el
cambio tecnológico continuo; una segunda parte destinada a exa-
minar el contexto epistemológico y cultural en un sentido amplio
del término y una tercera parte destinada a relexionar acerca de
la naturaleza de una Agenda Política Alternativa a escala global.
La intención es aportar algunos elementos novedosos que
permitan enriquecer y reavivar un debate, a mi juicio, demasiado
empobrecido y resignado. El mismo parece indispensable para
enfrentar constructivamente el futuro que ya se avecina como
nueva “casa del presente”.

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