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CONCENTRACIÓN, ADQUISICIÓN, PRECLUSIÓN Y LIBERALIDAD

INTRODUCCIÓN

La Constitución de la República del Ecuador ha consagrado al principio dispositivo como rector


en todos los procesos, especialmente en materias no penales. No obstante, nuestro
ordenamiento jurídico también ha reconocido la potestad que tiene el juez para ordenar
pruebas por su propia iniciativa.

Tomando en consideración que el principio dispositivo implica una limitación a las facultades
del juez, quien se encuentra avocado a intervenir en el proceso solamente cuando las partes se
lo solicitan expresamente, resulta interesante destacar la potestad que tiene el juez para
ordenar la práctica de pruebas aun cuando las partes no lo hayan pedido; pero esta facultad
no es una mera liberalidad del juez, pues la debe ejercer cuidadosamente, siempre en aras de
dotar del mayor grado de justicia a su decisión.

Un hecho trascendental para la realización de esta investigación tiene relación directa con la
promulgación del Código Orgánico General de Procesos. Este cuerpo procesal revolucionario
removió radicalmente la estructura del antiguo sistema esencialmente escriturario,
proclamando el dominio del sistema de justicia oral adversarial, fenómeno procesal que
también alcanzó al proceso contencioso administrativo, dotándole de un tratamiento
específico acorde con su naturaleza de contralor jurisdiccional de la actividad estatal. De ahí
que coexistan, en perfecta armonía, normas de corte dispositivo aplicables de manera general
a todos los procesos en materias no penales, con aquellas que confieren cierta oficiosidad al
juez contencioso administrativo, en aras de facilitar su labor fiscalizadora en sede jurisdiccional
de los actos del poder público.

DESARROLLO

La fuente primaria para la elaboración de esta investigación es esencialmente bibliográfica,


basada en los estudios doctrinarios en las disciplinas del derecho procesal, derecho
constitucional, derecho administrativo y derecho civil; también se nutre de criterios
jurisprudenciales relativos al tema tratado, así como de la normativa vigente y pertinente para
el caso.

El proceso, entendido como el conjunto de “numerosos actos sucesivos y relacionados entre sí


y que, además se enmarcan de las grandes etapas procesales, que son: la afirmación, la
negación, la confirmación y la evaluación”, responde en cuanto a su realización, agotamiento y
clausura, a la intervención de los sujetos que componen la relación procesal: el juez y las
partes.

Es necesario advertir que, en cuanto a su implementación, no se trata de una aplicación única


o exclusiva de uno u otro sistema, ya que, en estricto rigor, no se trata de principios aplicados
en pureza. Efectivamente, “ninguno de estos dos sistemas o procedimientos se aplica con
carácter exclusivo, de suerte que cuando se dice, por ejemplo, que un procedimiento es
dispositivo, con ello no se quiere significar que es este principio el único que deba gobernar el
proceso”.4 De allí que no se pueda tratar a un determinado sistema procesal como
estrictamente dispositivo o inquisitivo, siendo más adecuado referirse a sistemas con
predominio de uno u otro sistema.

El punto de partida para analizar estos principios, en lo que nos interesa, es la Revolución
francesa. La división de poderes implicó una devaluación del poder judicial. Para pensadores
revolucionarios como Montesquieu, “En la concepción ideológica base de la Revolución
francesa, la doctrina de la división de poderes no significó la aparición de un verdadero poder
judicial. Los revolucionarios partían de una clara desconfianza frente a los tribunales”. Esta
concepción ideológica fue llevada a la realidad, traduciéndose en un voto de desconfianza en
desmedro de la función judicial, la cual quedó subordinada a las otras funciones.

CONCLUSION

En definitiva, no es aceptable señalar que los sistemas procesales se encuentren dominados


única y exclusivamente por un determinado principio, pues esta tesis extremista terminaría
por neutralizarlos tornándolos inútiles en cuanto a su implementación efectiva. Tampoco es
atinado sostener que los principios anotados tengan como rasgo peculiar y distintivo el
carácter más o menos privado del derecho en disputa, pues su campo de irradiación rebasa de
la simple mirada hacia fines privados, ya que a través de la resolución de los conflictos, por
más particulares que sean, se cumple con uno de los deberes primordiales del Estado, esto es,
garantizar a sus habitantes el derecho a una cultura de paz.

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