INTRODUCCIÓN. A. Concepto de Teoría del Delito. Utilidad de la teoría del delito.
El principio de legalidad impone, como una de sus consecuencias, que
la determinación de qué es delito y qué no lo es no quede librada a la voluntad del juez que aplica el derecho. Le está prohibido al juez penal llenar los vacíos de la ley. Sostiene SOLER que en el derecho penal no existe el problema de las lagunas de la ley, porque es un “sistema discontinuo de ilicitudes”. Como consecuencia de ello, la determinación del carácter delictivo de un comportamiento debe ser fundada en la ley o al menos compatible con ella. De todos modos, ello no implica que “todo se deduce de la ley” y nada más. La dogmática penal se maneja en la elaboración de conceptos, como asimismo para la decisión sobre distintas alternativas interpretativas, con un amplio margen de libertad. Un ejemplo muy claro de ello es el caso de la distinción entre autor y partícipe. El Código Penal argentino no define al autor y, por tanto, es necesario determinar el criterio jurídico para deslindar, en los casos de intervención plural en un hecho delictivo, a quién corresponde atribuir el hecho como su obra y a quiénes sólo cabe tenerlos por partícipes en la obra del autor. Estos criterios no se “deducen de la ley”, sino que, por el contrario, son “presupuestos” de la ley para hacerla comprensible y aplicable al caso concreto. La teoría del delito cumple un rol fundamental para asegurar la vigencia del principio de legalidad, en tanto permite, mediante un método científico de interpretación de la ley, hacerla aplicable a un caso concreto. Como se verá, de este modo la teoría cumple una función práctica porque sirve precisamente a la praxis del derecho y, con ello, contribuye a hacer previsibles sus decisiones y librar la aplicación de aquél, según la célebre frase de WELZEL, “del acaso y la arbitrariedad”. Por tanto, la teoría del delito es, ante todo, un método interpretativo que permite desentrañar la voluntad de la ley. Pero este método debe operar “sistemáticamente”, es decir, debe poder desarrollar y explicar las reglas jurídicas en su conexión interna. Señala SCHÛNEMANN que “ordenación y regulación del saber existente, averiguación de las contradicciones que se den y disponibilidad de dicho saber en forma orientada al problema prueban, por tanto, el valor de la construcción sistemática, ineludible en cualquier ciencia desarrollada”. La teoría del delito es, por tanto, un método sistemático de interpretación de la ley penal, que permite reconstruir conceptualmente el ordenamiento jurídico penal con vistas a su aplicación práctica en los casos concretos en que deba decidir la administración de justicia. Se discute si este método debe ser axiomático-deductivo (como el modelo de las matemáticas) o si, por el contrario, debe ser un sistema abierto que “no obstaculice el desarrollo social o jurídico, sino que lo favorezca o al menos, se adapte a él”. Este último sistema es preferible, dado que todo sistema cerrado tiende a volverse reaccionario. Esta teoría debe, además, ser general, en el sentido de que tiene que abarcar todas las formas de aparición delictiva reguladas en la parte especial, de modo que, cualquiera fuese el delito que se trate, el método de la teoría del delito permita verificar, siempre, siguiendo sus pasos, de manera objetiva, si se está o no en presencia de un hecho delictivo. La teoría del delito opera por vía de generalización, extrayendo los aspectos comunes de todas las formas de ilicitud que se presentan en la parte especial del derecho penal, las ordena, clasifica y sistematiza. Este carácter general y objetivo permite, además, un contralor de la actividad judicial. El órgano encargado de revisar la decisión de otro tribunal puede seguir los pasos del método para comprobar el proceso de subsunción llevado a cabo para determinar la existencia del delito. La teoría del delito permite, además, una explicación sistemática de las categorías fundamentales del delito y, de ese modo, sirve también a la enseñanza del derecho penal.
Teoría Estratificada.-
La reconstrucción conceptual del ordenamiento jurídico penal, con
vistas a la determinación de la existencia o no de delito en el caso concreto, se lleva a cabo mediante una teoría estratificada o analítica. Ello significa que el concepto de delito se descompone en unidades de análisis más simples (estratos) que se relacionan de manera lógica entre sí (sistemáticamente). Hay acuerdo doctrinal en que las categorías básicas del sistema son el ilícito y la culpabilidad y, a su vez, del ilícito se derivan los conceptos más específicos de acción, tipicidad y antijuridicidad. Debe quedar de todos modos claro que, en la realidad, el delito se presenta como una unidad (conducta o acción). Esta conducta o acción es valorada (negativamente) por el derecho penal como típica, antijurídica y culpable. De modo que estas tres categorías son predicados de la acción. Es justamente la acción que brinda unidad al concepto analítico de delito. Para un mejor análisis, el concepto de delito es elaborado de manera estratificada o analítica, de modo que al momento de verificar su existencia se deba proceder a determinar, primero, si hay acción, luego si es típica, posteriormente si es antijurídica y finalmente si es culpable. - CRÍTICAS: En julio de 1950, el filósofo del derecho de la Universidad de Maguncia THEODOR VIEHWEG pronunció una conferencia en la que expuso las ideas centrales que luego desarrollaría en su obra, inspirado en la retórica de ARISTÓTELES, desarrolla un método que busca la solución de los casos partiendo del problema mismo (no de un sistema cerrado) y allí discutir la solución justa para cada caso. La tópica, así llamada, es un método de solución de conflictos o problemas mediante los “puntos de vista aplicables en múltiples aspectos y aceptables con carácter general, que se utilizan en pro y en contra de lo opinado y pueden conducir a lo verdadero”. El propio VIEHWEG caracteriza de este modo la tópica: “Este sistema procede de la retórica, permanece estructuralmente vinculado a ella y se limita a ser un sistema de argumentación”. Está orientado hacia los problemas, es decir, hacia un todo ordenado según problemas. Ofrece para la solución de su problemática, tanto en el campo de la investigación, como en el campo de la dogmática, la recopilación de puntos de vista. Esta compilación de topoi orientada hacia los problemas puede ser entendida en nuestro ámbito jurídico hasta como sistema básico, al que pueden ser referidos los demás sistemas, especialmente el deductivo y el dialéctico moderno, y ser desarrollados a partir de él. El mayor campo de aceptación de esta teoría se halla en el derecho civil, donde las fuentes del derecho son más amplias. Pero en el ámbito del derecho penal, donde la preeminencia de la ley excluye la aplicación del derecho consuetudinario, la validez jurídica de una solución depende de su apego a la ley y no del logro de un “consenso” sobre puntos de vista a favor y en contra de una solución. Ello ya impone la necesidad de un método sistemático. Ahora bien, VIEHWEG puso el acento en un aspecto que es esencial al fenómeno del derecho. Este no se limita a ser un ámbito cognoscible, sino que aspira a influir sobre la vida práctica, y está destinado por tanto a su operatividad social. De ahí la diferencia de la cetética (teoría jurídica puramente cognoscitiva) y la dogmática, que pretende influir en la realidad social y que, por tanto, no se limita solo a conocer el derecho, sino que propone directivas sobre cómo debe aplicarse al caso concreto. Desde esta perspectiva, no parece que la tópica se proponga sustituir a la dogmática, sino más bien enriquecer su función social, al permitir, orientado al problema, “abrir” el sistema a la discusión racional entre distintas soluciones posibles derivadas de un método puramente axiomático-deductivo y sobre qué puntos de vista optar por una u otra solución. En eso radica su mayor aporte al pensamiento jurídico.
El iusfilósofo argentino NINO, de notable influencia en el
pensamiento jurídico, criticó la dogmática penal por la pretensión de neutralidad científica que esconde la discusión de los fundamentos axiológicos de los que parte. Consideraba el ejercicio de la dogmática penal como una manipulación de conceptos renuentes a la discusión axiológica, a la que estimaba necesaria en los fundamentos de las sentencias judiciales, a fin de que los jueces manifestaran sus esquemas morales y los sometieran a crítica de la sociedad. Criticaba, además, la pretensión universalista de la dogmática penal, que se proponía explicar “cualquier orden jurídico”, como asimismo su apego a una supuesta “naturaleza de las cosas”. Muchas de las críticas que formula este autor han perdido gran parte de actualidad. La dogmática penal ya no se concibe como un art pour l’art y prueba de ello es el dominio que actualmente tienen los denominados sistemas funcionalistas, que construyen los conceptos de la dogmática penal en función de las necesidades preventivas de pena. Tales necesidades preventivas son los axiomas fundantes de tales sistemas, de modo que como tales constituyen una confesada expresión de los presupuestos axiológicos de los que se parte. Por ejemplo, si se entiende que la prevención general positiva o integradora debe ser la función que se asigne a la pena, ello presupone un punto de partida, que es el siguiente: la pena cumple la función de ratificar, a costa del infractor, la identidad de una sociedad. Para esta concepción, más allá de la idea de sociedad que se tenga, y cualquiera sea la legitimidad de un orden social desde el punto de vista político, toda sociedad ratifica sus normas con la imposición de la pena. Este punto de partida, éste postulado axiológico es y ha sido objeto de debate desde el punto de vista moral. En efecto, se le ha criticado a esta postura que, conforme a la máxima de KANT “el hombre es un fin en sí mismo”, la imposición de una pena para lograr efectos sociales es un modo de instrumentalizar al sujeto, desconociendo su condición de persona. Como se ve, desde el funcionalismo, es posible explicitar los presupuestos axiológicos de la toma de decisiones dogmáticas y, en consecuencia, discutir la legitimidad de los argumentos ubicados en los peldaños inferiores de la escala argumentativa. Del mismo modo se procede si, por ejemplo, se entiende que la pena debe cumplir funciones preventivo especiales. También es posible discutir la legitimidad moral de cualquier incidencia en la reforma del condenado mediante la pena, aun contra su voluntad. Y ello también desde la perspectiva de la ética kantniana. En consecuencia, la dogmática por sí sola no impide discutir estas bases axiológicas, pero probablemente una dogmática cerrada, que apela a la “naturaleza de las cosas”, sí lo impida. “La mejor manera de hacer inatacable a una teoría consiste en apoyarla en algo objetivo, no modificable, pues de esta manera no queda expuesta a crítica”, decía ROXIN. En cuanto al argumento de la imposibilidad de la dogmática para explicar cualquier orden jurídico, tomando, como lo hace NINO, el ejemplo del derecho anglosajón que prevé la responsabilidad penal objetiva, es claro que la dogmática penal es un producto de las reflexiones de sistemas jurídicos que, como el alemán, parten del derecho codificado y de presupuestos normativos, sobre todo normativo-constitucionales similares. Todo el edificio dogmático no se construye solo a partir de la ley, sino en primer orden de las normas de rango superior que condicionan la legitimidad constructiva de la dogmática penal. Por ello, solo es posible considerar que no hay pena sin culpabilidad si este es un presupuesto de la responsabilidad conforme al orden jurídico de un determinado país. Así ocurre, por ejemplo, en Alemania y Argentina. Por tal motivo, la crítica relativa a que la dogmática es importante para explicar el derecho penal anglosajón es cierta en la medida en que tal sistema jurídico no reconoce como axioma fundante de la responsabilidad subjetiva (culpabilidad). No resulta extraño, entonces, advertir por qué la cuestión de la responsabilidad penal de las personas jurídicas nunca fue problemática para el derecho anglosajón, que ni siquiera para la responsabilidad individual tiene el límite que le impone el principio de culpabilidad.
Teoría unitaria.-
La dogmática jurídica, aun la de signo más conservador, constituye
un método que, parafraseando a WELZEL, libra la aplicación del derecho del “acaso y la arbitrariedad”. Y ello se debe a que el método sistemático y analítico permite discutir todas las cuestiones relevantes y dar fundamento racional a la determinación del carácter criminal de un comportamiento. Por tanto, todo régimen autoritario debe desconfiar de la utilidad del método analítico, porque impone límites precisamente al ejercicio arbitrario del poder político. No es extraño, entonces, que el nacionalsocialismo tuviera la dogmática penal como uno de los escollos a su política social de limpieza étnica y superioridad racial. El más destacado jurista, MEZGER, contribuyó a destruir el derecho penal liberal sostenido con esfuerzo en la República de WEIMAR. MEZGER tuvo decisiva participación en la reforma del 28 de junio de 1935, que introdujo la analogía en el Código Penal alemán, al incluir la posibilidad de castigar un comportamiento “si la idea jurídica que le sirve de fundamento y el sano sentimiento del pueblo alemán así lo requieren”. Además, proclamó que el delito es un conjunto, lo cual, más allá de la falta de originalidad, buscaba ir más lejos, atacando a los elementos del concepto de delito. Este combate al método analítico de la dogmática fue continuado por la escuela de KIEL y sus penalistas. Los rasgos generales de tal concepción son los siguientes: a) un cuestionamiento a la separación entre antijuridicidad y culpabilidad; b) la aplicación del criterio del sano sentimiento del pueblo alemán a la antijuridicidad, vaciándola de contenido material; c) la puesta en acento del delito como “lesión al deber”, cuestionando el “dogma del bien jurídico”, y d) una tendencia castigar la “voluntad criminal” allí donde ella se encuentre. En lo metodológico, se criticó el método neokantiano por su “agudeza metodológica” propia de un pensamiento liberal, ya superado, y en reemplazo se propuso una “perspectiva totalizadora” que, como señala SCHUNEMANN, de haber triunfado, hubiese llevado a un irracionalismo y decisionismo que habría destruido las bases científicas del sistema. La crítica que cabe hacer a cualquiera perspectiva totalizadora que considera el delito como “hecho punible”, es que no permite saber, precisamente, qué características debe presentar un hecho para ser considerado tal. Toda concepción holística impide analizar, descomponer el concepto de delito para poder saber cuándo y por qué se vuelve un hecho punible, permitiendo de ese modo el control racional de la decisión. Justamente ese control racional es lo que se pretendía impedir con la perspectiva totalizadora de la escuela de KIEL, servil a los mandatos políticos del nacionalsocialismo. .
B. Niveles analíticos de la teoría del
Delito. Breve análisis.-
Pese a la evolución, el sistema de la teoría del delito se ha
mantenido, en lo esencial, inalterable. Así, se entiende que el ilícito y la culpabilidad (si bien para algunos este concepto debe ser reemplazado o complementado) son los conceptos fundamentales del sistema. El ilícito, a su vez, presupone una acción, que debe ser típica y antijurídica. A continuación se hará un breve análisis de las cuestiones medulares tratadas en cada uno de estos niveles analíticos. A. ACCIÓN. Para que haya delito, en primer lugar debe concurrir una acción. Hay acuerdo en que por tal se entiende un comportamiento humano voluntario. Por tanto, no son acción en sentido jurídico penal, los resultados causados por los animales o por hechos de la naturaleza. Tampoco lo constituyen los meros pensamientos sin exteriorización ni los rasgos del carácter de una persona, su origen étnico o su ideología. La función más importante del concepto de acción es establecer el presupuesto mínimo para que pueda obrarse con relevancia penal. Es decir, constituye el soporte del juicio de tipicidad. B. TIPICIDAD. Verificada que fuera la existencia de una acción, el paso siguiente consiste en determinar si esa acción es típica, esto es, si es relevante para el derecho penal. Esa relevancia depende de que pueda afirmarse que la acción es contraria a una norma. En los inicios de la teoría del delito esta afirmación presuponía tan solo la verificación de un suceso causal externo objetivo. El finalismo agregó a esto la sobredeterminación de la casualidad por la finalidad (elemento subjetivo). En los últimos años, se entiende que esta determinación depende también de juicios de carácter normativo (teoría de la imputación objetiva). C. ANTIJURIDICIDAD. La acción típica, para constituir delito debe además ser antijurídica, es decir, contraria a todo el orden jurídico (principio de unidad del ordenamiento jurídico). Esto por lo regular ocurre cuando la conducta es típica, pues significa que el legislador ha tomado ese comportamiento como fundamento de su prohibición (materia de prohibición). Pero puede ocurrir que, de modo excepcional, el orden jurídico (considerado en su totalidad) otorgue una autorización para transgredir la norma, es decir, una causa de justificación. El Código Penal regula algunas causas de justificación, como la legítima defensa y el estado de necesidad justificante. Pero pueden provenir de cualquier parte del ordenamiento jurídico, como el derecho de retención que otorga el Código Civil y Comercial. Solo la ausencia de estas, sumada a la afirmación positiva de la tipicidad, confieren al comportamiento el carácter de antijurídico. D. CULPABILIDAD. Finalmente, la acción típica y antijurídica (ilícito) debe ser culpable. Esto significa que puede cargarse a cuenta del autor la realización del ilícito. Ello presupondrá que haya tenido al momento del hecho capacidad psíquica para comprender la criminalidad de su acto y que haya podido gozar de cierto ámbito de decisión libre en favor de la norma. Las causas que la excluyen son la inimputabilidad, el error de prohibición invencible, el estado de necesidad exculpante. Estas se diferencian de las causas de justificación porque mientras en las causas de justificación el derecho autoriza la realización de un comportamiento, en las causas de la inculpabilidad solo se renuncia a la pena. La autorización implica como correlato un deber de tolerar la acción, lo que no ocurre con la mera renuncia de la pena. Evolución de la teoría del delito.- Modelo Clásico. - Neoclásico.- Finalismo.- Post Finalismo.-
Como se sostuvo anteriormente, la teoría del delito es un método
sistemático de interpretación de la ley que, en tanto método, se ha mantenido inalterado. De todos modos, el contenido concreto de cada una de las categorías que conforman el sistema ha sufrido mutaciones a lo largo del tiempo, producto de los cambios de paradigma que fueron dándose a través de los años en torno a lo que se concibe como ilícito y como culpabilidad, por su parte, fueron influenciadas, a su vez por las diversas concepciones filosóficas que en torno al derecho, la sociedad y los sujetos fueron sucediéndose a lo largo del tiempo. Para SCHUNEMANN esta evolución reconoce cinco etapas: el naturalismo, que llega a su apogeo con el neokantismo, que produce una renormativización del sistema: el “punto de vista de la totalidad”, que lleva a un irracionalismo: el finalismo de WELZEL y el funcionalismo, que vincula al sistema del derecho penal para sus fines. Sostiene ZAFFARONI que es “posible seguir en la dogmática argentina las grandes líneas que movieron a la dogmática alemana, aunque no todas fueron receptadas en la misma medida, particularmente las concepciones menores”. La etapa dogmática tiene su inicio en nuestro país con la obra de SOLER, en la década del 40 del siglo pasado, obra que reconoce la influencia de BELING, cuya teoría del delito tipo fuera traducida por el propio SOLER. En esa línea, más de veinte años después dieron a luz las obras de los profesores de la Universidad de Córdoba y de la Universidad de Buenos Aires. La obra del profesor de la Universidad del Litoral, también siguió esa tendencia. Si hubiera que caracterizar el sesgo metodológico de estas obras podría decirse que se alinean en el modelo “clásico” con atisbos “neoclásicos”. El “neoclasicismo” fue introducido en nuestro país por el profesor español exiliado don JIMÉNEZ DE ASÚA, quien fuera discípulo de LISZT, acusando influencias de este y de MEZGER. En esa línea se enrola también la obra del profesor de la Universidad del Litoral, CREUS. En la Universidad Nacional del Nordeste siguieron esta línea los profesores GALLINO YANZI y el español BLASCO FERNÁNDEZ DE LA MOREDA. En la misma tendencia puede ubicarse del profesor que lo fuera del Litoral y de la Universidad de Valparaíso, en su momento el más joven de los profesores que arrojó al exilio en nuestro país la Guerra Civil española, RIVACOBA. a) LA ETAPA DEL CAUSALISMO. Durante treinta años, el sistema clásico y neoclásico (causalista) produjo una abundante bibliografía por medio de manuales, tratados y monografías, tanto en la parte general como en la parte especial. En relación de esta última, puede decirse que aún en la actualidad sigue siendo dominante. La jurisprudencia de nuestro país siguió durante muchos años esta tendencia, aun cuando en las cátedras universitarias el finalismo, sobre todo por la influencia de ZAFFARONI, se había impuesto mayoritariamente. En la Universidad Nacional del Nordeste se destaca en la parte especial, siguiendo la sistemática neoclásica, la obra de BUOMPADRE, que ha recibido la influencia del pensamiento de NÚÑEZ y de sus autores españoles. b) LA IRRUPCIÓN DEL FINALISMO. El finalismo en la Argentina produjo también una cuantiosa bibliografía, donde se destacan el monumental TRATADO de ZAFFARONI, los Lineamientos de la teoría del delito de BACIGALUPO y el reciente Derecho Penal. Parte general de DONNA. También muchísimas monografías y artículos de doctrina. En la parte especial, sigue la orientación finalista el Derecho penal. Parte especial de DONNA, siendo muy escasa aún la producción de obras generales orientadas en esa tendencia metodológica. c) ALGUNAS ORIENTACIONES RECIENTES DE LA DOGMÁTICA PENAL. El funcionalismo, en la versión más radical de JAKOBS, ha influido en algunas obras recientes, como el Derecho Penal. Parte general de RIGHI. También en la obra del profesor de la Universidad de Buenos Aires y del Nordeste, SANCINETTI, aunque este último también acusa influjos del finalismo radical o subjetivista, por obra de KAUFMANN y ZIELINSKI. C. Conducta.- Definición.-
El primer nivel de análisis de la teoría del delito, es decir,
aquello que primero se debe verificar para determinar la existencia de un delito, es la acción. Por acción se entiende un comportamiento exterior voluntario. Ese comportamiento es voluntario cuando pudo evitarse, es decir, cuando el autor tuvo en sus manos la posibilidad de dirigir el suceso hacia un fin. El contenido de la norma que está antepuesta a un tipo de acción (o comisión) ordena la abstención (evitación) de un resultado. La acción es el género próximo, al cual se le agregan las diferencias específicas: tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad. Todas estas categorías son predicados de la acción, concepto que fue concebido como la piedra angular del sistema de la teoría del delito. De ahí que se asigne al concepto de acción, en el sistema de la teoría del delito, diversas funciones. Así, se habla de una función de clasificación: se intentó desde siempre en el derecho penal elaborar el sistema sobre la base del concepto de acción. Este debería servir tanto a los delitos de acción como a los de omisión, a la culpa como al dolo: es decir, funcionar como un supraconcepto. También se asignó el concepto de acción una función de enlace. Por tal se entiende lo siguiente: que la tipicidad, la antijuridicidad y la culpabilidad se refieren y cobran sentido con referencia a una acción. De ello se deriva, como consecuencia, la neutralidad del concepto de acción: en él no pueden incluirse valoraciones relativas a la tipicidad, la antijuridicidad y la culpabilidad. Por otra parte, debe tener la suficiente fuerza expresiva como para soportar los predicados de tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad (función de definición). Por último, y quizás la que mayores consecuencias prácticas tiene, es la llamada función de delimitación: el concepto de acción debe permitir la exclusión, in limine, de aquellos comportamientos que en ningún caso pueden tener relevancia para el derecho penal. Sobre si estas funciones son necesarias o superfluas, y si alguna vez llegaron a cumplirse, es tema que todavía se discute en derecho penal. Pero lo que no cabe dudas es que un concepto al cual se le asignan tantas tareas, difícilmente haya sido el reflejo de una “realidad natural”, como causalistas y finalistas lo sostuvieron durante muchos años.
Supuestos de ausencia de conducta. (C. P.
Art. 34, inc. 1 y 2).- El problema de la actio libera in causa.
Cualquiera sea la fundamentación teórica de la que se parta, todas
las teorías coinciden sin embargo en un punto: cuándo no hay una acción. Puede afirmarse que, en general, no puede castigarse un movimiento que no provenga de la voluntad humana, lo cual requiere dos condiciones: a) que el sujeto sea consciente; y b) que sea capaz de dirigir sus movimientos corporales. Dentro de esta última condición, si bien regulaba de manera autónoma, se halla la denominada fuerza física irresistible. a) La consciencia implica ubicación temporo-espacial y se identifica con lo que en psiquiatría forense se denomina consciencia lúcida, por oposición a la consciencia discriminatoria, que es la que permite discernir entre los “bueno y lo malo” y es la que se requiere a nivel de culpabilidad. Se afirma, en general, que no es una facultad del ser humano (como la memoria, la sensopercepción, etc.), sino el resultado del funcionamiento del psiquismo humano. Ejemplos de estado de inconsciencia son el sueño (fisiológico) y los estados hipnóticos. Los estados de coma están incluidos también en los supuestos de ausencia de acción. Cabe aclarar que la inconsciencia elimina siempre la voluntariedad en el obrar humano y, por tanto, no hay acción. La doctrina nacional más antigua distinguía entre inconsciencia absoluta (como eliminatoria de la acción) e inconsciencia relativa (eliminatoria de la culpabilidad). Sin embargo, lo correcto es afirmar que la inconsciencia elimina la acción y que los casos de ausencia de culpabilidad son casos de “perturbación de la consciencia”. Se trata, pues, de distintas exigencias subjetivas del delito, que fueron condensadas en la fórmula del art. 34, inc. 1º del Código Penal, donde la inconsciencia encuentra su fundamento legal excluyente de delito. Sin embargo, son discutidas las reacciones impulsivas y las llamadas acciones en corto circuito, es decir, aquellos “aspectos espontáneos, casi fatales, en los que la respuesta a la estimulación periférica viene determinada por la organización del ser y la constitución hereditaria”. A diferencia de los actos reflejos, donde la reacción al estímulo no depende de la personalidad del autor, sino que son reacciones fisiológicas, en los actos impulsivos la reacción al estímulo varía según la personalidad. SÁNCHEZ pone como ejemplo el caso de un joven que en una playa de Francia decidió gastar una broma a su amiga, llegó por la espalda mientras ella se hallaba tirada en la arena y arrojando hacia atrás una puñalada que se clavó en el pecho del muchacho y le causó la muerte. Como se trata de una reacción de la personalidad, entonces, afirma SÁNCHEZ, se trata de la motivación. Y como es posible, aunque sea remotamente, dirigir contramotivaciones al sujeto, entonces, hay acción. b) Para que haya acción es preciso, como se dijo, que además de consciente el autor pueda dominar sus movimientos corporales. Esta exigencia se extrae de la fórmula del art. 34, inc. 1º, del Código Penal, cuando considera no punibles a quienes no hayan podido, en el momento del hecho, dirigir sus acciones. Esta expresión tiene dos sentidos posibles, en consonancia con la síntesis de los requerimientos subjetivos que condensó la fórmula del art. 34 citado: 1) como posibilidad de dirigir los propios movimientos corporales, y 2) como capacidad de orientar el comportamiento según el sentido de la norma. Solo el primero de los supuestos se refiere a la capacidad de acción: el último pertenece a la capacidad de culpabilidad (imputabilidad). Como ejemplo de incapacidad para dirigir los movimientos corporales se menciona el caso de la parálisis histérica. Así, si A. que padece de una parálisis histérica que inmoviliza todo su cuerpo, ante un brote de la enfermedad no puede auxiliar a una persona que se está ahogando. También un brote epiléptico puede impedir al sujeto a dirigir sus movimientos corporales. c) Como un supuesto especial de incapacidad para dirigir los movimientos corporales, pero regulado de manera específica, se halla la denominada fuerza física irresistible (art. 34, inc. 2º, primer supuesto, Código Penal=. La fuerza física es una energía de una entidad tal que vence la resistencia física de la persona, haciéndola intervenir en un proceso causal, pero como mera masa mecánica. Tampoco aquí el sujeto puede dominar (dirigir) sus movimientos corporales. Esta puede originarse en hechos de la naturaleza (externos o internos) o en la conducta de terceras personas. Por ejemplo, un alud arrastra a una persona contra otra, causándole lesiones; A, que está calentando agua en la pava para tomar mate, al tomar la manija caliente de la pava se quema la mano e instintivamente (acto reflejo) mueve el codo hacia atrás con tanta fuerza que golpea a B, quien se dirigía a la cocina a buscar agua en la heladera (FFI de la naturaleza e interna); B empuja a C contra una vidriera, rompiendo los cristales y causando lesiones a C (FFI proveniente de la conducta de terceros). De cualquier modo, siempre que se dé un supuesto de ausencia de acción, es preciso remontarse a la conducta anterior, porque puede ser del caso que el autor sea competente por hallarse en dicho supuesto y, por tanto, debe responder por dicha acción precedente (actio libera in causa). Por ejemplo, el conductor de un camión se detiene a cenar en un “parador” de la ruta y, no obstante advertir que ha comido mucho y eso le provocará sueño, sale a conducir: en el camino se queda dormido y atropella a un ciclista en la ruta, por lo cual le causa la muerte. En estos dos casos, los sujetos responsables han obrado imprudentemente. Pero también puede haber casos de dolo: durante una riña en las tribunas de un estadio de fútbol. A se coloca voluntariamente ante un “alud” de personas que lo empuja hacia B, a quien quiere lesionar. Los supuestos de “ausencia de acción” son importantes porque la decisión sobre la existencia de una acción tiene consecuencias sistemáticas importantes: a) No puede haber legítima defensa (art. 34, inc. 6º) contra lo que no es una acción porque aquella presupone una “agresión ilegítima” y esta solo puede provenir de un acto. b) No puede haber instigación hacia quien no actúa, en sentido penal. c) Si no hay acción, entonces tampoco hay antijuridicidad (que presupone una acción). Por tanto, no cabe exigir indemnización por hechos ilícitos en el ámbito civil.
BIBLIOGRAFÍA: LÓPEZ - Derecho Penal. Parte General.