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Dado que existen ciertos fallos de mercado inevitables, la intervención del gobierno en el mercado
se justifica ante:
La ausencia de regulación: El sector público regulará los mercados con normas tanto
nacionales como internacionales y así favorecer el desarrollo de la economía.
Fallo de mercado no puro: En los que se puede excluir a una persona de su uso
mediante el pago de un precio, por ejemplo la educación.
Monopolio: El mercado tiende a ser solo una empresa, por ello el sector público lo
regulará favoreciendo la libre competencia, estimulando la existencia de muchos
vendedores competitivos.
Es cuando la regulación que se crea para remediar una falla de mercado conduce a una
situación en la que la sociedad se aleja aún más de la eficiencia".
Y es que, bien vistas las cosas, el concepto de falla de mercado se contrapone a otro que
puede ser bastante más grave, la falla del gobierno, que es cuando la regulación que se crea
para remediar una falla de mercado conduce a una situación en la que la sociedad se aleja
aún más de la eficiencia.
Algo similar sucede con los monopolios, en donde se cree que la regulación estatal es
necesaria para que los monopolistas no abusen de posición. Sin embargo, es discutible que la
intervención estatal sea más efectiva que la amenaza de la competencia que tarde o temprano
éstos enfrentan. A lo que debemos añadir el enorme riesgo de error que existe por parte de la
administración al calificar los bienes sustitos del aquel en cuyo mercado se presume hay un
monopolio o cuál es el mercado relevante para su análisis. Esto, sin perjuicio, de que lo
seriamente cuestionable que es el hecho de que Estado tenga algo que decir respecto de los
precios que se fijan en el mercado.
Me temo que pretender justificar la intervención estatal en una falla de mercado puede
terminar siendo como pretender apagar un incendio con gasolina. Esto no quiere decir que no
pueda existir alguna intervención estatal que mejore la eficiencia social (aunque me es muy
difícil pensar en una), sino que ante una falla de mercado debe pensarse seriamente si la
intervención estatal no generará una de gobierno aún peor (como suele ser el caso).
Es común que se hable de “fallas de mercado” cada vez que ocurre un problema
en la provisión o entrega de algún producto. Pero poco se habla de las “fallas de
Estado”, que existen en abundancia en la vida cotidiana. Hechos recientes
vinculados a problemas de fiscalización de obras públicas han tenido gran impacto
en la ciudadanía, pero hay muchas otras que son menos visibles y que se
presentan en el ámbito de las regulaciones. Por ejemplo, la reacción que ha
habido a partir de las quejas de los gremios de taxistas por el funcionamiento de
sistemas de transporte basados en aplicaciones tecnológicas (Uber, Cabify), más
baratos, seguros y crecientemente preferidos por las personas, muestra que el
Estado no está “dando el ancho” para resolver el problema. Esta es una
comprobación de que las regulaciones a sectores específicos, por bien
intencionadas que sean, tienen el serio riesgo de convertirse en mecanismos de
protección de los operadores incumbentes, confiriéndoles un poder monopólico.
La principal diferencia entre “fallas de mercado” y “fallas de Estado” es que las
primeras se pueden corregir introduciendo mayor competencia, mientras que las
segundas tienden a perpetuarse.
¿Qué opción de defensa tienen los ciudadanos ante una “falla de Estado”? En la
práctica, ninguna. ¿Cuál es el mejor antídoto? Cuando se trata de regulaciones, lo
más eficiente es crear condiciones que permitan una mayor competencia en los
mercados, bajo un marco normativo básico. Tan simple como eso. En el ejemplo
de los sistemas de transporte basados en aplicaciones tecnológicas, obviamente
no debe haber tratamientos preferenciales a este grupo respecto a los taxis
tradicionales, pero ciertamente se los debe dejar competir, y no excluirlos a priori
recibiendo el apelativo de “piratas”. Cabe recordar que a comienzos de la década
de los noventa la regulación permitía libre entrada al mercado del transporte de
pasajeros, pero se generó una fuerte presión por limitar los permisos para operar
taxis, y entre otras razones se utilizó el argumento de la congestión vehicular. La
autoridad regulatoria de la época optó por “congelar” el número de permisos,
otorgándole a esta medida el carácter de transitoria. Lo concreto es que, habiendo
transcurrido más de veinte años desde que se adoptó esta resolución “transitoria”,
la normativa sigue vigente. ¿Y en qué se ha traducido en la práctica? En un
servicio que, en general, es de muy baja calidad, y, a pesar de eso, el poseedor de
una licencia para operar un taxi la puede transar en el mercado a un precio que
puede superar los $10 millones? ¿Quiénes han ganado con la medida del
congelamiento del parque de taxis? La respuesta es evidente, y está claro que no
han sido los usuarios. ¿Es esta una “falla de mercado”, dado que los propietarios
de taxis no están ofreciendo un servicio de calidad? No, se trata de una “falla de
Estado”, por cuanto la regulación no ha creado las condiciones requeridas para
que se produzca una mayor competencia en ese mercado. Y lo que está
ocurriendo actualmente es que un cambio tecnológico de alto impacto le está
permitiendo a las personas comunicarse de otra forma para ofrecer y contratar
servicios, dejando obsoletas las formas más tradicionales de organización de
diversas industrias. El caso que hoy está siendo motivo de discusión es el referido
al trasporte de pasajeros, pero el alcance de este cambio tecnológico tiene
proyecciones insospechadas en muchos mercados, abriéndose así una
inmejorable oportunidad para introducir un mayor grado de competencia que se va
a traducir, virtuosamente, en una mayor productividad para la economía en
general.