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FALLOS DEL MERCADO

Dado que existen ciertos fallos de mercado inevitables, la intervención del gobierno en el mercado
se justifica ante:

 La ausencia de regulación: El sector público regulará los mercados con normas tanto
nacionales como internacionales y así favorecer el desarrollo de la economía.

 Desigualdad en la distribución de la renta: El sector público contará con una política fiscal,


como la implantación de impuestos progresivos.

 Inexistencia de determinados bienes en el mercado: Algunos bienes pueden no ser


rentables para las empresas privadas y por ello el sector público intervendrá produciendo
bienes públicos. A estos bienes no se les aplica el principio de exclusión. La oferta de ese
bien es conjunta, es decir, cuando se facilita a un sujeto ese bien o servicio queda a
disposición de los demás. Por ejemplo, si ponen una farola en la puerta de su casa, la luz
de ésta será disponible para cualquiera que pase por allí. Pueden ser:

 Fallo de mercado puro: Por utilizar un producto no excluyes a los demás de su uso


y no existe rivalidad, por ejemplo el alumbrado público.

 Fallo de mercado no puro: En los que se puede excluir a una persona de su uso
mediante el pago de un precio, por ejemplo la educación.

 Externalidades negativas: Cuando se generen costes sociales, al ejercer la actividad que


producirá unos bienes o servicios, causando efectos negativos sobre la economía, y
sean superiores al coste privado, el sector público sancionará a quienes produzcan estos
bienes o servicios. Por ejemplo, una planta química que vierte sus residuos al rio,
contamina el agua perjudicando así a los agricultores. También cabe destacar la existencia
de externalidades positivas, que producen beneficios sobre terceros y en las que el sector
público intervendrá concediendo subvenciones y ayudas.

 Monopolio: El mercado tiende a ser solo una empresa, por ello el sector público lo
regulará favoreciendo la libre competencia, estimulando la existencia de muchos
vendedores competitivos.

 Cálculo inadecuado de los costos y beneficios en forma de precios y por tanto se


introducen distorsiones en las decisiones microeconómicas de los agentes económicos.
 Estructuras de mercado inadecuadas o con desempeño subóptimo.
 Competencia imperfecta, aparece cuando una empresa tiene más poder de
mercado que el resto de las empresas que están operando en un momento determinado.
Como consecuencia de este fallo, los consumidores van a consumir una cantidad menor a
un precio mayor. Ejemplos de estructuras de mercado sin desempeño óptimo de acuerdo
a los patrones de eficiencia económica son:
 Monopolio, aunque considerado generalmente como una forma de fallo de mercado,
cierto tipo de monopolios con curvas de costes decrecientes a largo plazo, como por
ejemplo los monopolios naturales, pueden no ser tan ineficientes frente a las
alternativas posibles.
 Monopsonio, por el cual un producto sólo tiene un comprador natural que puede
manipular o distorsionar los precios en su beneficio.
 Oligopolio, en el que sólo un reducido número de agentes tiene capacidad de producir
un determinado producto o servicio,
 Oligopsonio, en el cual sólo un reducido número de agentes son los demandantes de
un determinado bien o servicio, pudiendo cada uno de ellos influenciar los precios en
su beneficio.
 Competencia monopolista
 Discriminación de precios
 Price skimming
 Información asimétrica, por la cual alguno de los agentes tiene información privilegiada y
puede aprovechar el desconocimiento de ciertos hechos por parte de los agentes para
fijar precios por encima o por debajo del precio de equilibrio en su beneficio.

FALLAS DEL ESTADO

Es cuando la regulación que se crea para remediar una falla de mercado conduce a una
situación en la que la sociedad se aleja aún más de la eficiencia".

Típicamente se identifican como fallas del mercado a la asimetría de información,


los monopolios, las externalidades y los bienes públicos. Cuando una de éstas se
presentan es típico que los economistas aboguen de inmediato por un intervención
estatal que remedie la falla. Sin embargo, como bien señaló el profesor de UCLA, Harold
Demsetz, esto es caer en la “Falacia del Nirvana”.  Es decir, errar al comparar la alternativa
existente (el mercado) con una ideal (lo que pasaría si el gobierno interviene) y no una real (lo
que realmente pasa si el gobierno interviene), es creer que el gobierno no falla y no ser
conscientes de que el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Y es que, bien vistas las cosas, el concepto de falla de mercado se contrapone a otro que
puede ser bastante más grave, la falla del gobierno, que es cuando la regulación que se crea
para remediar una falla de mercado conduce a una situación en la que la sociedad se aleja
aún más de la eficiencia.

Un caso emblemático de una falla de gobierno es la prohibición de emitir publicidad para


remediar asimetrías informativas, cuando justamente la publicidad está pensada para
transmitir información y reducir esa asimetría; otro, la obligación de revelarle al consumidor
absolutamente toda la información existente respecto de un producto, como en el caso de las
ventas por internet, en donde el consumidor recibe mucho más información de la que puede y
quiere procesar, optando por ignorarla. En ambos casos, sin embargo, los precios suben y el
consumidor está peor, con productos más caros y menos información.

Algo similar sucede con los monopolios, en donde se cree que la regulación estatal es
necesaria para que los monopolistas no abusen de posición. Sin embargo, es discutible que la
intervención estatal sea más efectiva que la amenaza de la competencia que tarde o temprano
éstos enfrentan. A lo que debemos añadir el enorme riesgo de error que existe por parte de la
administración al calificar los bienes sustitos del aquel en cuyo mercado se presume hay un
monopolio o cuál es el mercado relevante para su análisis. Esto, sin perjuicio, de que lo
seriamente cuestionable que es el hecho de que Estado tenga algo que decir respecto de los
precios que se fijan en el mercado.

Las externalidades se solucionan con derechos de propiedad bien definidos, más que con


impuestos o indemnizaciones. Mientras que los bienes públicos, como la seguridad por
ejemplo, son cuestionablemente mejor provistos por el Estado que por los privados. Si ese no
fuera el caso, no serían necesarias las policías privadas, los guardaespaldas o los guardianes
particulares en las calles.

Me temo que pretender justificar la intervención estatal en una falla de mercado puede
terminar siendo como pretender apagar un incendio con gasolina. Esto no quiere decir que no
pueda existir alguna intervención estatal que mejore la eficiencia social (aunque me es muy
difícil pensar en una), sino que ante una falla de mercado debe pensarse seriamente si la
intervención estatal no generará una de gobierno aún peor (como suele ser el caso).
Es común que se hable de “fallas de mercado” cada vez que ocurre un problema
en la provisión o entrega de algún producto. Pero poco se habla de las “fallas de
Estado”, que existen en abundancia en la vida cotidiana. Hechos recientes
vinculados a problemas de fiscalización de obras públicas han tenido gran impacto
en la ciudadanía, pero hay muchas otras que son menos visibles y que se
presentan en el ámbito de las regulaciones. Por ejemplo, la reacción que ha
habido a partir de las quejas de los gremios de taxistas por el funcionamiento de
sistemas de transporte basados en aplicaciones tecnológicas (Uber, Cabify), más
baratos, seguros y crecientemente preferidos por las personas, muestra que el
Estado no está “dando el ancho” para resolver el problema. Esta es una
comprobación de que las regulaciones a sectores específicos, por bien
intencionadas que sean, tienen el serio riesgo de convertirse en mecanismos de
protección de los operadores incumbentes, confiriéndoles un poder monopólico.
La principal diferencia entre “fallas de mercado” y “fallas de Estado” es que las
primeras se pueden corregir introduciendo mayor competencia, mientras que las
segundas tienden a perpetuarse.

¿Qué opción de defensa tienen los ciudadanos ante una “falla de Estado”? En la
práctica, ninguna. ¿Cuál es el mejor antídoto? Cuando se trata de regulaciones, lo
más eficiente es crear condiciones que permitan una mayor competencia en los
mercados, bajo un marco normativo básico. Tan simple como eso. En el ejemplo
de los sistemas de transporte basados en aplicaciones tecnológicas, obviamente
no debe haber tratamientos preferenciales a este grupo respecto a los taxis
tradicionales, pero ciertamente se los debe dejar competir, y no excluirlos a priori
recibiendo el apelativo de “piratas”. Cabe recordar que a comienzos de la década
de los noventa la regulación permitía libre entrada al mercado del transporte de
pasajeros, pero se generó una fuerte presión por limitar los permisos para operar
taxis, y entre otras razones se utilizó el argumento de la congestión vehicular. La
autoridad regulatoria de la época optó por “congelar” el número de permisos,
otorgándole a esta medida el carácter de transitoria. Lo concreto es que, habiendo
transcurrido más de veinte años desde que se adoptó esta resolución “transitoria”,
la normativa sigue vigente. ¿Y en qué se ha traducido en la práctica? En un
servicio que, en general, es de muy baja calidad, y, a pesar de eso, el poseedor de
una licencia para operar un taxi la puede transar en el mercado a un precio que
puede superar los $10 millones? ¿Quiénes han ganado con la medida del
congelamiento del parque de taxis? La respuesta es evidente, y está claro que no
han sido los usuarios. ¿Es esta una “falla de mercado”, dado que los propietarios
de taxis no están ofreciendo un servicio de calidad? No, se trata de una “falla de
Estado”, por cuanto la regulación no ha creado las condiciones requeridas para
que se produzca una mayor competencia en ese mercado. Y lo que está
ocurriendo actualmente es que un cambio tecnológico de alto impacto le está
permitiendo a las personas comunicarse de otra forma para ofrecer y contratar
servicios, dejando obsoletas las formas más tradicionales de organización de
diversas industrias. El caso que hoy está siendo motivo de discusión es el referido
al trasporte de pasajeros, pero el alcance de este cambio tecnológico tiene
proyecciones insospechadas en muchos mercados, abriéndose así una
inmejorable oportunidad para introducir un mayor grado de competencia que se va
a traducir, virtuosamente, en una mayor productividad para la economía en
general.

Si bien romper cercos monopólicos no es fácil, la reacción que ha habido de parte


de la ciudadanía ante el caso de Uber y Cabify constituye una muestra elocuente
de la alta valoración que las personas le asignan a la libertad de emprender y de
elegir, en atención al impacto evidente que ello tiene sobre su calidad de vida –ya
sea en su condición de conductores que aspiran a generar ingresos ofreciendo un
servicio a personas dispuestas a pagar, o en su condición de usuarios que buscan
un servicio de mejor calidad-, pero esta valoración queda en evidencia sólo
cuando se ve amenazada. Los defensores de regulaciones estatales más
exigentes basan su argumentación en la necesidad de “proteger” a los usuarios,
estableciendo estándares mínimos en diversos ámbitos. ¿Alguien podría
seriamente afirmar que, en el caso de los taxis, la regulación vigente les está
permitiendo a los usuarios disfrutar de un servicio más “seguro”?. No cabe duda
de que ciertas regulaciones básicas deben existir, pero lo fundamental es confiar
en la capacidad de las personas de poder decidir lo que es mejor para ellos. Si se
autoriza a las personas mayores de 14 años a participar en el proceso de
discusión que servirá de base para elaborar una nueva Constitución, por
considerarse que están capacitadas para hacerlo, ¿no sería una flagrante
contradicción no permitirles elegir el tipo de taxis en que pueden circular, o el tipo
de lugares de alojamiento que pueden elegir cuando viajan? Hay que confiar en
las personas, y no temerle a la libertad.

la administración pública necesita revisar sus criterios de asignación de


recursos.

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