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Cosas Pequeñas Tiempo Fuera
Cosas Pequeñas Tiempo Fuera
COSAS PEQUEÑAS
TIEMPO FUERA
TIEMPO DE REFLEXIÓN
SILLA DE LA AUTO-OBSERVACIÓN
“¿Por qué crees que los niños tienen tiempo fuera?” “Porque no están
siguiendo las reglas...yo empujé a alguien”
Sandra, 6 años.
“¿Qué se siente estar en tiempo fuera?” “Es como cuando has sido malo y
deseas se bueno”
Ana, 7 años.
“¿Debería haber tiempo fuera en tu salón?” “Si, si no, todos estarían fuera de
control y haciendo lo que se les antoje. Estarían pelándose todo el día”
Joel, 8 años.
Los maestras/os introducen el tiempo fuera al grupo durante la primera semana de clases,
como parte del proceso de establecer las reglas y sus consecuencias. Yo presento el tiempo
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fuera como una manera en que los adultos ayudan a los niños a volver a estar en control.
Los niños/as también pueden enseñarse a sí mismos a regresar a estar bajo su control y a
recordar sus reglas. Yo enfatizo que el tiempo fuera es un trabajo, cuesta trabajo recobrar el
control.
También les explico que las demás personas también tienen un trabajo que hacer cuando
alguien está en tiempo fuera, - ayudar a la persona a concentrarse, sin molestarla ni burlarse
de ella. Una y otra vez, recuerdo a los niños/as que el tiempo fuera no significa que el
maestro ya no te quiere. El tiempo fuera es para que el maestro te ayude a recobrar tu
control.
“Todos perdemos el control alguna vez y todos olvidamos las reglas alguna vez. Los niños
olvidan las reglas, pero también lo hacen los maestros y los papás. Nuestras reglas nos
ayudan a sentirnos bien y seguros en la escuela. No sólo a mí, no sólo a Alberto, a todos.
Por eso es muy importante que respetemos y que usemos las reglas. Cuando las olvidamos,
o cuando decidimos no respetar una regla, necesitamos recordar esto. Necesitamos un
tiempo fuera. El tiempo fuera es un tiempo especial para pensar, para reflexionar acerca de
las reglas que necesitamos para mantener el salón como un espacio seguro y agradable y
para recobrar el control de nosotros mismos.
A los niños/as de entre cinco a ocho años, les encanta jugar papeles y practicar los pasos del
tiempo fuera. Los niños/as ensayan la manera de ir a tiempo fuera, “pensar” y regresar al
salón mostrando un comportamiento adecuado. También es importante para los otros
alumnos ensayar lo que tienen que hacer cuando un compañera/o está en tiempo fuera.
Yo actúo el papel de un estudiante que está en la silla de tiempo fuera, golpeándola con los
pies y cantando de manera provocadora. “¿Es esta la manera de estar en tiempo fuera?” Les
pregunto. Los alumnos contestan que no. “¿Y por qué no?” Continuo. Quiero asegurarme
que la clase entiende el propósito del tiempo fuera. “Se supone que no debes hacer ruido”.
Contesta un niño. “¿Por qué no?” Quiero reforzar la idea de que tiempo fuera es para
“pensar”. “Si te veo cantando no estoy segura de que estas realmente pensando y
recordando la necesidad de recobrar el control”, les puedo decir. “Ahora, ¿Quién puede
enseñarnos la manera correcta de sentarse y pensar en tiempo fuera?”
Otras veces puedo actuar el papel de un alumno que lee un letrero que dice que cada niño
tiene derecho a tomar dos galletas en el refrigerio. Volteo alrededor para ver si alguien está
mirando y atrapo seis. Otro alumno, actuando el papel del maestro, dice “tiempo fuera”. Yo
empiezo a alegar y hacer aspavientos. “¿Es esto lo que hay que hacer cuando un maestra@
nos dice “tiempo fuera”?” “¿Quién nos puede enseñar lo que se hace?” También podemos
hablar acerca de qué hacer si quieres hablar con el maestro. “Si tienes una razón especial
para tomar una ración extra de refrigerio, ¿Cuándo puedes decírselo al maestro?”
Más tarde Margarita actúa como alguien que va a tiempo fuera y yo el de otro compañero
molestoso. “¿Qué haces Margarita?” Empiezo a cuchichear y al jugar con ella. “¿Estoy
haciendo mi trabajo ahora?” Le pregunto a la clase. Refuerzo que el trabajo de los demás
amigos y compañeros del grupo es ayudar a la persona que está en tiempo fuera a que se
concentre. “¿Cómo les ayudamos a nuestros amigos que están en tiempo fuera?” Les
pregunto. A veces las respuestas son:
“Le dejo pensar”
“Le dejo que se concentre”
“Le dejo que esté solo”
Es muy importante recordar a los niños que una vez que su compañero salga de tiempo
fuera, ellos pueden ayudar, no lastimar. “Puedes darle la bienvenida al grupo, después de
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tiempo fuera. Le puedes explicar lo que el grupo está haciendo. Puedes darle una palmada
de cuates en la espalda.
Daniel
Sandra está hablando. Le está contando al grupo acerca de la semana en que
tuvo la visita de su prima. Confiesa que no le fue fácil compartir con ella su
cuarto, sus cosas y sus papás. Más adelante admite que ella no la hubiera
dejado montar su bicicleta pero que su papá si la dejo. “Fue muy injusto, tuve
una semana terrible” Durante este tiempo, Daniel está jugando con un
borrador, que ha hecho pelotita y que rueda. Empieza a rodarlo, haciendo un
plano inclinado con la pierna. Lo observa con toda su atención mientras el
borrador viaja por una pierna y luego por otra. Sandra y el grupo han dejado,
momentáneamente, de existir. “Tiempo fuera Daniel” Le digo en voz baja.
Daniel se levanta y deja el grupo. Está molesto. Después de algunos minutos
parece relajarse, la tensión cede. Un gesto le indica que puede regresar. Se
sienta. El grupo sigue preguntando a Sandra. Daniel levanta la mano. “¿Y tú
prima también se enojó contigo? Pregunta. Daniel se ha integrado al grupo.
Muchas cosas han ocurrido. El maestro ha preservado el turno de Sandra de
hablar. Ha continuado con la expectativa de que los niños respeten el turno del
otro escuchándose entre sí de manera activa. También ha interceptado a
Daniel antes de su juego fuera más lejos. El pequeño tiempo fuera le permitió
a Daniel dirigir su energía conscientemente y hacerse cargo de sí mismo, de
una manera en que fuera posible reincorporarse al grupo. El pequeño
intercambio entre el maestro y el alumno no distrajo la historia de Sandra ni
desvió la atención del círculo de compartir al mal comportamiento. El ritual de
tiempo fuera no es molesto y deja la acción de Daniel tan poco aparente como
sea posible. No se necesita amonestar o reprender. Los objetivos, salvaguardar
al grupo y asegurar la conducta individual, se cumplieron. El comportamiento
de Daniel no progresó al punto en que molestara a Sandra, al maestro o sí
mismo, porque el maestro reaccionó ante “cosas pequeñas”.
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Gabriela
Gabriela era una alumna de once años que había desarrollado el arte de la negociación, pero
para su propio detrimento. Cuando yo la conocí era alumna de quinto grado, vino a trabajar
conmigo para mejorar su lectura, que era deficiente con respecto a su edad. A la edad de
once años se me presentó como una niña difícil, pero atrayente. “Hace berrinches”, me
informaron. Podía esperar al menos un berrinche por semana, lo que ya era un progreso,
porque antes solían ser más frecuentes.
Además de las lágrimas y balbuceos, Gabriela gritaba insultos seleccionados, lo que
revelaba una búsqueda de las palabras que pudieran herir y ofender al maestro. Al director,
que era alguien mesurado y amable, le gritó: “Agresor de infantes” A su maestra, firme
pero justa, le gritó: “Me molestas, me molestas porque no me dejo” Y a otra maestra de
carácter cálido y afectuoso: “Crees que todos te quieren, pero no es verdad”.
Por lo general, en el estrépito que era confortar a esa niña que lloraba tanto, en aquietar sus
acusaciones y ofrecerle seguridad, ya nadie se acordaba que era lo que había iniciado el
berrinche. Siempre pasaba lo mismo. Gabriela era muy hábil en crear un sentimiento de
duda y de pérdida de claridad.
“Tienes dos minutos”, le dije la primera vez, “Tranquilízate, regresa a tu trabajo o te vas a
tu casa”. Sollozos, insultos, gritos. Empecé a contar. Le mostré el reloj. Dos minutos.
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Después del tiempo acordado, no se tranquilizó, llamé al director, y le pedí que llamara a
sus padres para que se fuera a casa.
Gabriela regresó al día siguiente. Después de esta constancia en el tiempo fuera de dos
minutos y atender sus demás problemas académicos y familiares, esta niña nunca regresó a
su casa, volvía su trabajo en minuto y medio. Se vía hosca, gruñía y ponía mala cara, pero
regresaba a su lugar y terminaba sus trabajos.
Hay tiempos clave para dar explicaciones, antes de que el proceso de tiempo fuera empiece
o después de que se haya completado. Se debe asegurar a los niños de que hay significado
en lo que están haciendo. Yo creo que este significado crea verdad. Las reglas nacen de un
contrato social que ayuda al bienestar de todos. Trabajamos junto con los niños para
asegurarnos de que el contrato de reglas que se establecen y se aprueban sean entendidas y
valoradas. Necesitamos constantemente volver a este marco de referencia. ¿Por qué no está
bien decir apodos? ¿Por qué me enojo si me mientes acerca de tu trabajo? Porque son
acciones que rompen nuestro contrato, porque esto va contra nuestras mejores intenciones
de crear confianza, amistad, justicia y una comunidad en donde todos, maestros y alumnos,
desean trabajar cada día.
En el momento adecuado, las explicaciones y la discusión, ayudan a los alumnos a construir
significado y a tomar responsabilidad. En los momentos equivocados, las explicaciones
crean evasión. Mi corazonada es que las pláticas que involucran a los estudiantes en
construir reglas, o que ocurren un tiempo después de un “tiempo fuera”, incrementan la
responsabilidad. Las discusiones que suceden en el momento en que una regla está siendo
transgredida, van a estimular evasión.
Después de un tiempo fuera, una corta plática con el estudiante puede ser productiva. Con
los niños chicos, el maestro puede terminar el tiempo fuera reiterando la explicación.
“Parece que estás listo para regresar a trabajar con los cubos sin lastimar a nadie” “Puedes
regresar y mostrarme que recuerdas cómo se usan las reglas de la hora del círculo”.
El maestro refuerza el comportamiento adecuado y reitera su fe en la habilidad del niño
para usar el comportamiento adecuado.
Con los niños más grandes usualmente no es necesaria una explicación adicional. Más tarde
en el día, el maestro puede preguntar: “¿Sabes por qué fuiste a tiempo fuera está mañana?
Si el tiempo fuera fue positivo, puedo empezar la conversación diciendo, “Noto que has
estado en tiempo fuera varias veces esta semana. Parece que te está costando trabajo
cuidarte a ti mismo durante la hora de escritura, qué está pasando?”.
En este momento yo deseo escuchar, oír el otro lado, e incluso negociar, “¿Qué crees que te
podría ayudar a la hora de escribir?” o “¿Qué crees que te podría ayudar a dejar de pelearte
con Margarita?”
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“Me gustas tú, pero no me gusta tu comportamiento cuando lástimas a otras personas”.
“No me gusta cuando no escuchas las indicaciones, pero tú me gustas”.
“Me gusta que tengas tantas cosas que decir, pero no me gusta que estés interrumpiendo
todo el tiempo”.
Estas afirmaciones le aseguran al alumno la aprobación del maestro y protegen en
sentimiento de aprobación interna en el niño. He hecho algo “mal” pero mi maestro me
quiere, y aún yo puedo gustarme a mí mismo. Si alguna de estas afirmaciones hace falta, el
niño puede sentirse muy desilusionado.
Estas afirmaciones no se hacen cada vez que un niño es enviado a tiempo fuera. Yo
introduzco ese concepto al inicio del año escolar y lo repito periódicamente. También
asegura a los niños, cuando veo que tienen frecuentes tiempos fuera, o que les están siendo
difíciles o si yo estoy enojada. El enojo y los sentimientos intensos, calculados o no, se
manejan mejor después, y no durante el tiempo fuera.
“Cuando te mandé a tiempo fuera el día de ayer, me sentía enojada contigo. Me enoja verte
actuar como loquito en cada reunión. Yo pienso que te hace sentir mal el que yo me enoje.
¿Es verdad?” (El estudiante asiente) “Me enojo porque quisiera tener tus buenas
aportaciones en la reunión, y quisiera ver, no el comportamiento loquito, sino el
comportamiento inteligente que sé que tienes”. Reconozco mi enojo y la respuesta del
estudiante ante él. También quiero transmitir la idea de que mi enojo viene de una
expectativa positiva. El objetivo es reafirmarlos, reconociendo y nombrando la fuerza que
veo en mis estudiantes, manteniéndolos en los límites.
Los niños son particularmente vulnerables a la crítica y las consecuencias en determinadas
edades. A los siete años, he visto algunas reacciones muy severas ante los tiempos fuera o
la desaprobación del maestro de cualquier tipo. Las reacciones muy seguido crecen del
miedo a no ser aceptados y de la necesidad de reafirmación inmediata. Yo no elimino los
tiempos fuera en el salón, pero me esfuerzo muy detenidamente para hacerlo de manera
moderada, y para dar mucha seguridad, muy seguido al final del día, un comentario
positivo es mejor que un recordatorio del tiempo fuera.
También los niños que están entrando en la adolescencia tienden a ser altamente
vulnerables. Yo veo que necesitan escuchar que son queridos y queribles, en términos
específicos y realistas.
Hay algunos niños, de cualquier edad, que debido a su temperamento encuentran los
tiempos fuera especialmente dolorosos. Algunas veces son nuestros niños más difíciles, no
obstante debemos protegerlos de que se hagan inaceptables ante sí mismos, sus compañeros
y los maestros. La manera en que yo me acerco a estos niños se explica en otro capítulo.
Los tiempos fuera funcionan mejor cuando hay un mensaje confiable, en palabras y
mensaje corporal, de que el maestro acepta y le gusta su estudiante aun cuando no le guste
algún comportamiento.
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Cuando digo “tiempo fuera”, estoy implicando elección, pero una elección que
el estudiante ya ha hecho. El niño ha elegido no cooperar, esta vez. La
próxima vez su elección puede ser diferente. La elección se hace entre seguir
las reglas de la reunión o irse a tiempo fuera. Es una verdadera decisión.
Cuando yo “le recuerdo” a un niño que ha empezado a cuchichear con un
amigo en lugar de escuchar, le suprimo esa opción. Algunas veces el niño
decide parar de cuchichear y conectarse a la reunión. Algunas veces no, y el
tiempo fuera se ejecuta. En el vocabulario de tiempo fuera se establece una y
otra vez la elección y, muy importante, las consecuencias de esa elección.
“Puedes elegir hablar en voz baja con tu compañero mientras están trabajando
juntos o, puedes elegir seguir gritando e irte a tiempo fuera. Tú debes elegir”.
Cuando hablamos de las elecciones a los niños y les enfatizamos su papel,
esencial como los tomadores de decisiones, hablamos de nuestra fe en su
habilidad para lograr auto control. Un niño de ocho años hacía gran alboroto
todos los días para ser el primero de la fila. Empujaba, corría, calculaba el
tiempo al segundo para poder ser siempre el primero. Finalmente después de
varios tiempos fuera se le dijo: “Puedes continuar de tratar de ser el primero
de la fila, y empujar y jalar y entonces irte a tiempo fuera. O puedes decidir
que ser el primero de la fila no es siempre tan importante y probablemente
entonces no irás a tiempo fuera. Es tu elección”
Después de algunos días, hubo un cambio considerable en su comportamiento,
como si él estuviera probando un nuevo modo.
Era importante que el maestro no tratara de argumentar con él la importancia
del objetivo de ser el primero de la fila.
Estas tres condiciones deben anticiparse durante el curso del año. Algunos
niños pueden tratar de usar los tiempos fuera como medios para atraer la
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Los tiempos fuera son democráticos. Son tanto para las acciones sigilosas y groseras como para las
ruidosas y alborotos. Todos tienen oportunidad de tiempo fuera, porque todos rompen las reglas
alguna vez. – Desde los niños golpeándose a medio salón hasta las niñas cuchicheando en el rincón.
En general no funciona cuando los niños están involucrados en luchas de poder, como las
que se explican en otro capítulo. El maestro puede continuar usando el tiempo fuera como
un método para proteger al grupo, mientras busca otras estrategias. Generalmente
necesitamos cuestionarnos la efectividad de los tiempos fuera si vemos signos de
resentimiento que se estancan, retracción e inseguridad. En algunos casos es necesario
reevaluar nuestras expectativas personales del programa. Si el tiempo fuera no refleja una
elección apropiada y una expectativa realista, esto desalentará, en lugar de promover la
disciplina.
Algunas veces los niños llegan a la escuela o entran de recreo ya molestos, con los puños
apretados, con sus cuerpos en movilidad agresiva. Una maestra describió a una de sus niñas
de cinco años, que empezó el día pateando, empujando y golpeando todo lo que tenía
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enfrente. Esta niña necesita un “tiempo dentro”, en vez de tiempo fuera. Necesitan que se
les conforte y se les abrace, un momento para construir un sentido de unidad, que es
prioritario al auto control.