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PSICOANÁLISIS Y CULTURA

CORTÁZAR: EL PRIMER CRONOPIO

A Julio Cortázar lo leí por primera vez en el pequeño cuento largo de el


“Perseguidor” (1959), una antigua novia me lo había obsequiado, venía en un
versión de bolsillo, que parecía una revista de media cuartilla dividida en dos y que
traía la foto en la que apenas se dejaban ver un saxofón, las manos puestas en el
pecho del saxo y el saxofonista dándole respiración boca a boca para revivirlo en
cada canción. Lo leí en pausas, sin mucha prisa, disfrutando la prosa de Cortázar
lo que hizo que me obsesionara y comenzara una búsqueda incesante por todos
sus libros. Mi neurosis me llevó a buscar sus libros, al grado de visitar, cada
semana, las tres librerías que existían, en ese tiempo, en San Cristóbal de las
Casas.

Luego, la misma novia que me regaló “El Perseguidor”, me prestó “Rayuela”


(1963), y su lectura me dejó absorto, la leí de las dos formas; siguiendo el curso
normal, como cualquier libro, de izquierda a derecha hasta el capitulo 56 como lo
indica la misma novela; luego la leí con el tablero de dirección en el que se
descubre una historia diferente a la primera y en el que se lee todo el libro, pero
ésta vez, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y de arriba abajo.
Cortázar la llamó la contranovela. Horacio Oliveira; su protagonista, me encantó,
aunque era un desalmado y cínico, además de usar el sarcasmo como
mecanismos de defensa, algo que usualmente utilizo en mi vida diaria. El amor
que él sentía por la Maga, una mujer uruguaya de nombre Lucía, pero que no se
permitía asumir como buen neurótico. Rayuela es considerada una de las novelas
surrealistas de la literatura por ser única al inventar dos novelas en una misma.

Tiempo después, algunas amigas y novias, abonaron a la colección, que por


muchos años en mi pequeña biblioteca, hilvané. Así fueron llegando “Casa
tomada” (1946); “Bestiario” (1951) y así cada uno de sus libros, que con avidez, fui
leyendo.

En una ocasión, con unos amigos y mi hermano Stalin, hicimos una tanda en la
que teníamos que juntar el dinero necesario para comprar el libro de nuestro
agrado. Como yo era el organizador, el primer número fue para mi y, entonces,
compré el tomo dos de sus “Cuentos Completos”; sólo alcanzamos a comprar dos
libros, el mío y el de Diego, que por ese entonces su obsesión era por Mario
Benedetti y se compró sus “Cuentos Completos”; ya que nadie más pudo juntar
para pagar la tanda, tuvimos que, como compensación, prestarnos los libros para
que los leyeran quienes no habían podido comprar alguno, mi hermano Stalin y
Vladimir, al final nos quedaríamos con nuetro respectivo libro.

En “Historias de cronopios y de famas”(1962), me identifiqué con los cronopio,


sintomáticamente, de ahí que mi correo en un tiempo fuera: gcronopio. El cuento
Viajes del mismo nombre dibuja un poco mi manera de ver las cosas:

“Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una


ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los
precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se
traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles
de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama
va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus
especialidades.

Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la


ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un
aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza
recibe el nombre de «Alegría de los famas».

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes
ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les
cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen
firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se
dicen unos a otros: «La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad». Y sueñan
toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están
invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los
cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y
son como las estatuas que hay que ir a ver porque ellas no se molestan.”

Creo haber curado un poco mi lado cronopio, aunque en ocasiones se deja ver un
poco y me hace la vida divertida.

Cortázar me enseñó a disfutar la literatura, me enseñó a despertar la curiosidad en


las pequeñas cosas, en las que nadie se detiene y reflexiona; me enseñó la magia
que se descubre al abrir un libro, las historias que éstos encierran y que éstan
prestos a confesar si uno tiene la curiosidad necesaria y el deseo de pasar
algunas horas a solas, con una taza de café, tal vez, y dejar que la imaginación
fluya por los vericuetos oscuros las letras. Sobre esto Cortázar, frente a los alumos
de la Universidad en Berkeley a los que les dio clases de literatura, dijo:

“[…] Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario
abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la
trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite
preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita,[...]”

Leí la biografía que hizo Mario Goloboff en la que presenta a un Cortázar muy
humano, sensible con las causas nobles o con las que él creía que eran las
causas nobles; siempre enseñando con mucha humildad a sus alumnos,
explicándoles los por qués de las cosas. Su pasión por los libros, casi sus únicos
amigos, y por la fantasía, que para él era parte de la realidad:

“[…]"El secreto de Wilhem Storitz" de Julio Verne[…] Se la presté a mi


compañero y me la devolvió diciendo:  no la puedo leer. Es demasiado
fantástica, me acuerdo como si me lo estuviera diciendo en este momento. Me
quedé con el libro en la mano como si se me hundiera el mundo, porque no podía
comprender que ese fuera un motivo para no leer la novela. Allí me di cuenta de lo
que me sucedía: desde muy niño lo fantástico no era para mi lo que la gente
considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas
circunstancias se podía manifestar, a mi o a otros, a través de un libro o un
suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Me di
cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo
fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar
una sopa a las ocho de la noche; con lo cual creo que yo era ya en esa época
profundamente realista, más realista que los realistas puesto que los realistas
como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después todo lo
demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más
expandida, donde entraba todo”

En una entrevista que le hacen en la Televisión española, y que se puede ver en


youtube, Cortázar dice que él pasaba mucho tiempo en casa, casi no salía, porque
se la pasaba leyendo y casi no tenía amigos. Su madre preocupada porque su hijo
no salía –dice Cortázar– consultó a un médico que le sugirió prohibirle los libros
por cuatro o cinco meses, y así lo hizo. Dice Cortázar, en la entrevista, que eso fue
un sufrimiento tan grande que su madre, al ser una mujer sensible e inteligente, se
los devolvió pidiéndole que leyera menos, lo cual, por ese momento, él hizo.

Con el paso del tiempo me doy cuenta que Cortázar significó mucho para mí, aun
no completo la colección, creo que mi obsesión disminuyó, pero no mi gusto por
sus libros y aún sigo su invitación a fantasear otros mundos con mucha realidad,
mucha fantasía de la mano de la reelectura de Cortázar.

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