Está en la página 1de 8

“Ser lector es ser transgresor”

Una conversación con Ignacio Solares*


Vicente Alfonso

En sus memorias, Benito Pérez Galdós cuenta que cuando se publicó su primera novela, La

fontana de oro, él tenía 25 años y salió a las calles de Madrid esperando que la gente le

aplaudiera, lo abrazara, le dijera algo. Nadie le comentaba nada. Se fue a la Plaza Mayor a

desayunar y ni el mesero ni nadie le dijo nada. De repente vio venir un amigo a lo lejos, con los

brazos abiertos y gritando: “¡Qué libro, Benito! ¡Qué libro!”. Galdós se paró y le preguntó “¿Lo

has leído?”, a lo que su amigo le respondió: “Bueno, tanto como leerlo no, pero lo he visto en la

librería”.

La anécdota —que Ignacio Solares recordaba con frecuencia a sus alumnos más jóvenes

— guarda valiosas lecciones para quienes intentan abrirse paso en el mundo literario: hacerse de

un público lector es una tarea que requiere paciencia y persistencia. Además, por contraste, el

pasaje permite ver el peso de otras dos anécdotas vividas por el propio Solares durante la

pandemia: el día en que iba a recibir la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19, el

voluntario que le tomó los datos le preguntó si por casualidad era el autor de un libro que había

leído en la escuela: Cartas a una joven psicóloga (Alfaguara, 2003). El maestro asintió. No es

raro que se encuentre con lectores de ese libro que lleva veinte ediciones y contando. Semanas

después, en una de sus primeras excursiones al mundo después de haber sido inmunizado, el

maestro fue a una tienda de ultramarinos de donde es cliente hace años. Antes de entrar al

establecimiento, el joven que cuidaba los coches lo detuvo y le dijo: “Maestro, acabo de terminar

su nuevo libro. Me lo regaló mi papá”.

1
Nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1945, Solares es autor de una extensa obra que

incluye varios libros ya considerados clásicos en nuestra literatura, entre ellos las novelas No hay

tal lugar (2003), La noche de Ángeles (1989), La invasión (2005) y El sitio (1999), así como las

obras de teatro El jefe máximo (1992) y El gran elector (1993). Entre muchas otras distinciones,

obtuvo en 2010 el Premio Nacional de Ciencias y Artes, máximo galardón que el estado

mexicano otorga a creadores y científicos.

La aparición de Serafín, en marzo de 2021, fue el detonador de esta conversación.

Publicada por Ediciones Era, la novela cuenta el viaje de un niño desde Huichapan, su pueblo

natal, hasta la capital para buscar a su padre. En el camino debe sortear muchos peligros de este

mundo y del otro. Se trata de una novela breve, escrita con malicia, conocimiento del oficio y

con una poderosa carga simbólica. Su publicación bajo ese sello editorial no es casualidad: desde

su aparición, Ediciones Era ha apostado por la novela breve y cuenta en su catálogo con otras

obras maestras del género, entre ellas El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García

Márquez, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, Aura de Carlos Fuentes, Querido

Diego, te abraza Quiela de Elena Poniatowska y El Apando de José Revueltas.

Apasionado estudioso de la Historia, del psicoanálisis, de la Literatura y de la

espiritualidad en cualquiera de sus formas, Solares nos recibe para conversar acerca de la

escritura de Serafín, de la influencia de su padre en su vocación y de los muchos hallazgos que

ha tenido en décadas de lecturas y relecturas sistemáticas y cuidadosas. Hay que decirlo: si como

autor Solares es comprometido con sus trabajos, como lector es tan entusiasta que, como le

sucede a Alonso Quijano en El Quijote, el médico ha llegado al extremo de prohibirle los libros.

2
Serafín toma como punto de partida un cuento tuyo publicado en 1985. ¿Qué cambios

hiciste respecto de la versión anterior de esta historia?

Para empezar, cambié el final. Hay un personaje fundamental que, aunque aparece sólo al final,

explica toda la novela. Como decía José Gómez Ortega, “Gallito”: lo bien toreado es lo bien

rematao. Si no sabes rematar bien, pues nomás no. La literatura actualmente es una carretera de

ida y vuelta, ya no es como en el siglo pasado, con los románticos, que era sólo de ida, que el

autor era como un dios que te llevaba a donde quería, que irrumpía y se metía en la novela. Hoy

ya no se puede, la novela está abierta al lector, que cada quien saque sus conclusiones.

¿Cómo retrabajaste el lenguaje del libro?

Mi influencia de Rulfo fue muy significativa, no porque lo tuviera presente, ni porque tuviera

imágenes en la cabeza, sino porque de alguna manera creo que una novela, y sobre todo una

novela fantástica, está hecha más de imágenes, de metáforas y de material que viene del

inconsciente del autor que de la trama misma. Una novela puede contar una gran historia, pero si

no está contada con el lenguaje que le corresponde, falla. El lenguaje es determinante para que te

atrape. En el caso de Serafín lo que hice fue pulir un poco el lenguaje de la versión anterior y

meterle las metáforas que creí que le hacían falta para que se volviera más legible. Insisto, creo

que una novela es su trama más su lenguaje, porque si la trama es muy buena y el lenguaje está

mal, no es una buena novela.

En tu juventud leíste las obras completas de Pérez Galdós, y entre ellas sueles comentar

especialmente Miau, novela corta donde un niño habla con Dios. ¿Hay algo de eso en

Serafín?

3
Creo que por ahí anda, llega un momento en que no sabe uno de dónde llegan las influencias,

eres polvo de aquellos lodos. Como nunca fui lector de cómics, ni oía radionovelas y por suerte

no existía la televisión, me leí todo Salgari, me leí Julio Verne, sobre todo Alejandro Dumas, que

fue quien me marcó más.

Entiendo que las novelas de todos esos autores te las regaló tu padre…

Sí, estábamos en una situación económica muy precaria, entonces mi papá se iba a las librerías

de viejo y me conseguía libros para jóvenes. Él me regaló Sandokan, La vuelta al mundo en 80

días, Los tigres de la Malasia, gracias a él leí dos veces Robinson Crusoe, gracias a él leí

también muchas novelas de Julio Verne. Me acuerdo de que a los diez u once años me regaló El

hombre invisible, de H.G. Wells, y yo tenía en mi salón un compañero con el que platicábamos

mucho, y nos veíamos, y nos íbamos caminando a nuestra casa. Yo le presté el libro de Wells

con la condición de que me lo regresara. A la semana me lo regresó y me dijo “ay mano, quién

puede creer esas cosas, son imposibles”. Ese día aprendí que la ficción nada tiene que ver con lo

racional. Los ensayos, la filosofía, la teología sí, pero las novelas, las obras de ficción vienen de

lo irracional, del inconsciente. Para acceder a ellas tienes que tener ese puente.

Algo que llama la atención de tu obra, y está muy presente en Serafín, es que tus novelas

históricas hurgan mucho en la metafísica. Sin todos los elementos metafísicos, no

entenderíamos la Historia de la misma manera, o quizá la Historia sería otra…

Yo no estudié Historia, yo estudié Filosofía y Letras y luego algo de Psicología, pero entré a la

Historia por la puerta trasera porque tuve acceso a los comunicados espíritas de Madero,

celosamente guardados por doña Sarita Pérez, con miedo de que la familia catoliquísima los

4
destruyera si tenía acceso a ellos. Eran los originales a mano de Madero. Los conservaba un

historiador que se llama Manuel Arellano, quien me dijo “si quieres le sacamos unas fotocopias y

te los llevas”. Allí entré por la puerta trasera, porque el espiritismo es algo en lo que siempre he

creído. En casa de mi tío se hacían sesiones espiritistas, porque, ya que hablamos de libros que

me regaló mi padre, también me regaló libros de Allan Kardec que me impresionaron

muchísimo. Él siempre me estaba contando de fantasmas y de fenómenos extrasensoriales y

paranormales.

Esa relación padre-hijo se ve de algún modo en Serafín pero no de manera literal, sino en

una especie de negativo, porque Serafín es un niño que siente más la ausencia que la

presencia de su padre…

Serafín tiene incluso conversaciones telepáticas con su mamá, y para mí eso es fundamental

porque la mamá al final le advierte “Salte de allí, Serafín”. Creo que la mamá es un ser quien

Serafín tiene una relación que un psicoanalista tildaría de simbiótica, y la mamá se da cuenta de

que el padre de Serafín no va a regresar. El personaje del niño llega a México pensando que su

padre lo va a recibir, que lo va a proteger, que le va a dar de comer y van a regresar juntos a

Huichapan, y por el contrario se encuentra con un padre que está decepcionado de esa familia y

lo que quiere es quedarse en la Ciudad de México. A partir de allí el juego es terrible para él.

Como ya te dije, fue en buena medida por mi padre que yo me convertí en lector porque

desde que aprendí a leer, él me regalaba libros. Me volví un aficionado a los libros a tal grado

que mi mamá tenía que agarrarme del cuello para llevarme a tomar un plato de sopa. A los once

años un pariente nuestro que era médico, Pablo Lavista, nieto del famoso doctor Lavista, me

mandó a hacer unos análisis de sangre y resultó que era yo anémico porque por estar leyendo se

5
me olvidaba comer. Ni siquiera tomaba el sol. Vivíamos en un departamento chiquito, con dos

recámaras, y yo aprovechaba el día para leer, por la noche no dormía. Por diagnóstico médico me

aplicaban unas inyecciones que dolían como demonio; además el médico le ordenó a mi mamá

que me alejara de los libros por lo menos seis meses. Me puse tan triste que me los regresaron,

porque temían que me pusiera peor con la depresión de no leer. Aún hoy no puedo dormir si no

leo por lo menos quince o veinte páginas de algo. Acabo de releer El rojo y el negro, de

Stendhal.

¿Qué opinas de las voces que exigen retirar de títulos de los estantes, u obras de los museos,

por tropiezos en la biografía de los artistas?

Estoy en contra de cualquier censura. Si le quitas una línea a un libro, o le cortas una escena a

una película me parece inconcebible. Habría que recordar que los inquisidores españoles

prohibieron, durante la época de la Colonia, que en las colonias se difundieran novelas. Durante

trescientos años todas las colonias españolas en América leyeron de contrabando o no leían. La

primera novela que se publica en México aparece hasta 1816. Eso habla mucho del tema que

mencionas, porque las novelas son rebeldes por excelencia, despiertan el espíritu crítico en el

lector, por eso es que se prohibieron. Se trata de un género literario muy peligroso para todos

aquellos que quieran tener control sobre tu alma. Emma Bovary cambia su vida a partir de las

novelas románticas que lee, a Alonso Quijano las novelas le sorben el seso… los ejemplos

abundan. Ser lector es ser transgresor.

Por otro lado, no me considero un autor que incluya grandes discusiones ideológicas en

sus novelas. En ese sentido, soy un autor muy poco esquemático. Los personajes me salen por el

lado del inconsciente.

6
Pero si uno lee No hay tal lugar, o El sitio, ve una riqueza de ideas…

Puede ser, pero se trata de personajes que actúan muy instintivamente. Por ejemplo, cuando

escribí El sitio (Alfaguara, 1998), no me creía capaz de trabajar con tantos personajes. Son más

de diez. Me costó mucho trabajo manejar en forma paralela lo que ocurría en cada departamento,

y si te fijas no son personajes intelectualizados.

Me has contado una anécdota, cuando tu padre, poco antes de morir, se prepara para

cenar con sus hermanos.

Tenía yo 32, quizá 33 años. Mi padre estaba enfermo, internado en el Seguro Social. Yo tuve que

viajar a Guerrero Negro, en Baja California Sur, a hacer un reportaje, así que dejé de verlo como

una semana, pero antes de irme fui a visitarlo. Las camas estaban divididas por una cortina.

Cuando llegué, mi padre estaba dormido pero su vecino de cama me dijo “anoche estuvo su papá

platicando toda la noche con sus hermanos”. Ya que despertó mi padre le pregunté y respondió

que habían ido a visitarlo sus hermanos muertos y le dijeron que pasado mañana se iba a morir,

que no se preocupara, que ellos lo iban a recibir y que esa noche iban a cenar todos juntos.

¿Dirías que esa experiencia te marcó para creer en lo que llamamos metafísica, y que ha

marcado no sólo tu literatura, también tu vida?

Claro. Por supuesto que me marcó, y luego al día siguiente de que volví del viaje regresé a verlo

y me dijo “Ay, qué lata, desde que estabas fuera no me dejabas morir tranquilo”. Cuando me iba,

alcancé a escuchar que decía “mañana me voy a morir”. Esa tarde le pidió a mi mamá que le

pusiera un traje gris Oxford que le había regalado su hermano Salvador, porque al día siguiente

7
iba a cenar con sus hermanos muertos. Mi madre me contó que murió muy tranquilo, dándole la

mano. Es una muerte impresionante, yo la admiro mucho y espero tener algún gen que me

permita copiarla.

*Publicada originalmente en el suplemento Confabulario, de El Universal, el 13 de noviembre


de 2021.

También podría gustarte