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Escribe a Lesbia ausente...

(Soneto) => Diego de Torres Villarroel

Madrugo a la primera luz del día,

después de un leve sueño moderado,

y sólo tiene el sueño de pesado,

no dormir con tus ojos, Lesbia mía.

Me sigue inseparable esta porfía,

de mi contemplación y tu cuidado,

en la casa, en el monte y en el prado,

y en la estación más cálida y más fría;

en la mesa contemplo tu semblante,

llega la noche y véote patente;

pues aunque el alma me reprenda amante,

¿cómo puede creer que estás ausente,

si no hay hora, minuto, ni hay instante

que no te mire en ella muy presente?


A la memoria de D. Juan Domingo de Haro y Guzmán (soneto) => Diego de Torres Villarroel

La tierra, el polvo, el humo, en fin, la nada,

al héroe más insigne y portentoso,

es el único triunfo, el más glorioso,

que robar has logrado, muerte airada.

La vida de su fama celebrada,

fe, virtud y valor y celo ansioso,

exentos de tu brazo pavoroso,

en lo eterno aseguran su morada.

Al honor, al aplauso, al ardimiento,

a la piedad, al culto y a la gloria

tocar no pudo tu furor violento.

Pues si de tantas vidas la memoria

eterna vive en este monumento,

¿en qué fundas, oh Parca, tu victoria?


¡Cómo se van las horas… => Juan Meléndez Valdés

¡Cómo se van las horas,

y tras ellas los días

y los floridos años

de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene,

del amor enemiga,

y entre fúnebres sombras

la muerte se avecina,

que escuálida y temblando,

fea, informe, amarilla,

nos aterra, y apaga

nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,

los ayes nos fatigan,

nos huyen los placeres

y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,

¿para qué, mi Dorila,

son los floridos años

de nuestra frágil vida?

Para juegos y bailes

y cantares y risas

nos los dieron los cielos,

las Gracias los destinan.

Ven ¡ay! ¿qué te detiene?

Ven, ven, paloma mía,

debajo de estas parras

do leve el viento aspira;

y entre brindis suaves

y mimosas delicias

de la niñez gocemos,

pues vuela tan aprisa.


Oda XLVII: De la nieve => Juan Meléndez Valdés su mustio desabrigo. el aquilón maligno.

Dame, Dorila, el vaso Mientras el arroyuelo, Las nubes se amontonan,

lleno de dulce vino, con nuevas aguas rico, y el cielo de improviso

que sólo en ver la nieve saltando bullicioso se entolda pavoroso

temblando estoy de frío. se burla de los grillos. de un velo más sombrío.

Ella en sueltos vellones Sus surcos y trabajos Dejémosla que caiga

por el aire tranquilo ve el rústico perdidos, Dorila, y bien bebidos,

desciende, y cubre el suelo y triste no distingue burlemos sus rigores

de cándidos armiños. su campo del vecino. con dulces regocijos.

¡Oh! como el verla agrada, Las aves enmudecen Bebamos y dancemos,

seguros de su tiro, medrosas en el nido que ya el abril florido

deshecha en copos leves o buscan de los hombres vendrá en las blandas alas

bajar con lento giro! el mal seguro asilo. del céfiro benigno.

Los árboles del peso Y el tímido rebaño

se inclinan oprimidos, con débiles balidos

y alcorza delicado demanda su sustento

parecen en el brillo. cerrado en el aprisco.

Los valles y laderas, Pero la nieve crece,

de un velo cristalino y en denso torbellino

cubiertos, disimulan la agita con sus soplos


Oda XL: De mi vida en la aldea => por su vital ambiente, la ley que portentosa la igualdad inocente
Juan Meléndez Valdés
que me dilata el seno. gobierna el universo. ríe en todos los pechos.
Cuando a mi pobre aldea
Me agrada de arreboles Desde ellos y la cumbre Llega luego el criado
feliz escapar puedo,
tocado ver el cielo de tantos pensamientos con el cántaro lleno,
las penas y el bullicio
cuando a ostentar empieza desciendo de mis gentes y la alegre muchacha
de la ciudad huyendo,
su clara lumbre Febo. al rústico comercio; con castañas y queso,
alegre me parece
Me agrada, cuando brillan y con ellas tomando y todo lo coronan
que soy un hombre nuevo,
sobre el cénit sus fuegos, en sus chanzas empeños en fraternal contento
y entonces sólo vivo,
perderme entre las sombras la parte que me dejan, las tazas que se cruzan
y entonces sólo pienso.
del bosque más espeso; gozoso devaneo. del vino más añejo.
Las horas que insufribles
si lánguido se esconde, El uno de las mieses, Así mis faustos días,
allí me vuelve el tedio,
sus últimos reflejos el otro del viñedo de paz y dicha llenos,
aquí sobre mí vagan
ir del monte en la cima me informan, y me añaden al gusto que los mide
con perezoso vuelo.
solícito siguiendo; las fábulas del pueblo. semejan un momento.
Las noches que allá ocupan
o si la noche tiende Pondero sus consejas,
la ociosidad y el juego,
su manto de luceros, recojo sus proverbios,
acá los dulces libros
medir sus direcciones sus dudas y disputas
y el descuidado sueño.
con ojos más atentos, cual árbitro sentencio.
Despierto con el alba,
volviéndome a mis libros, Mis votos se celebran,
trocando el muelle lecho
do atónito contemplo todos hablan a un tiempo,
¿Quién es aquél que baja (romancillo) => José Cadalso

¿Quién es aquél que baja

por aquella colina,

la botella en la mano,

en el rostro la risa,

de pámpanos y hiedra

la cabeza ceñida,

cercado de zagales,

rodeado de ninfas,

que al son de los panderos

dan voces de alegría,

celebran sus hazañas,

aplauden su venida?

Sin duda será Baco,

el padre de las viñas.

Pues no, que es el poeta

autor de esta letrilla.


Sobre el poder del tiempo (soneto) => José Cadalso

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas;

ya transforma los valles en montañas,

ya pone un campo donde un mar había

Él muda en noche opaca el claro día,

en fábulas pueriles las hazañas,

alcázares soberbios las cabañas,

y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,

detiene al mar y viento enfurecido,

postra al león y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado

ni cederá, ni cede, ni ha cedido,

y es el constante amor con que te adoro.


A la muerte de don José Cadalso (Oda nuevos suspiros el aliento forme margen, y bosques. entonaremos su alabanza; cobre
sáfica) => Diego Tadeo González
libre el cabello por la blanca espalda ¿Adónde estás, que en soledades tristes tales tributos el que dio a Castalia
Vuela al ocaso, busca otro hemisferio,
vague sin orden. yace el Parnaso, ni Hipocrene corre, tanto renombre.
baje tu llama al piélago salobre
Cerquen después el túmulo oficiosas, ni Aonia florece, ni el Pegaso vuela, Dulces amores deban sus cenizas,
délfico numen, y a tu luz suceda
cúbranle luego de fragrantes flores, dinos adónde? que de Artemisa la fineza doblen,
pálida noche.
bálsamos quemen, reverentes humos Pluma facunda, reluciente acero, a las que en vida le debieron siempre
Manto de estrellas el Olimpo vista,
suban a Jove. a nuestras finas súplicas responde, dulces amores.
su gala oculten pájaros y flores,
No en tiernos ayes Ericina Venus ¿Qué hizo Minerva de tus altas glorias? De sus estudios, de su rica vena
sombras, y nieblas pavorosas
con mayor causa, espíritu más noble, ¿Qué hizo Mavorte? jamás el tiempo la memoria borre,
cubran valles y montes.
ni más angustia, sienta la temprana Calpe inhumana, rigurosa Calpe, tal no permitas ¡oh! de la alma Venus
Brinde Morfeo delicioso néctar,
muerte de Adonis. no cruel dirijas belicoso choque cándida prole.
llene el silencio el ámbito del orbe,
Que el clamor vuestro, Piérides divinas, contra una vida que apreciar supieron Entonaremos en las altas cumbres
no brame el bóreas rápido, ni el blando
en son funesto, que las auras rompe númenes, y hombres. templos, convites, sacras lustraciones:
céfiro sople.
llore a Cadalso, a quien amaron siempre Murió Cadalso. Decretólo el cielo; murió Cadalso, muerte de los héroes
Voz embarace fúnebre los vientos,
tanto los dioses. el cielo manda a Lachesis le robe, triunfe su nombre.
y de Heracles la soberbia mole
Cántenle dulces mísera elegía, y aquella eterna voluntad no es fácil Entonaremos que la amable vida
gima espantosa, cuando los acentos
o bien endechas lúgubres entonen, que se revoque dio por la patria, cuyo honor pregonen
eco redoble.
o bien en nuevos sáficos cadentes Ya Libitina de ciprés funesto émulos nuestros, alabastro, jaspe,
Murió Cadalso atónita repita
digan acordes. ciñe la frente, y dirigido el orden mármol, y bronce.
las ocho hermanas tímidas entonces
Genio divino, cuya dulce lira de marcial pompa gime en uno y otro
de Melpómene sigan asustadas
siendo embeleso de la Ibera corte, trágico mote.
pasos, y voces.
del Manzanares, náyades atrajo Nosotras, pues, en apacible coro
Por la mejilla aljófares desciendan

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