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El poema describe el regreso del autor a su tierra natal, Venezuela, luego de un tiempo ausente. Al acercarse a la costa, el autor comienza a reconocer los paisajes que lo transportan a su infancia. Finalmente, al llegar a Caracas, el autor se llena de alegría y emoción al volver a ver la ciudad donde creció.
El poema describe el regreso del autor a su tierra natal, Venezuela, luego de un tiempo ausente. Al acercarse a la costa, el autor comienza a reconocer los paisajes que lo transportan a su infancia. Finalmente, al llegar a Caracas, el autor se llena de alegría y emoción al volver a ver la ciudad donde creció.
El poema describe el regreso del autor a su tierra natal, Venezuela, luego de un tiempo ausente. Al acercarse a la costa, el autor comienza a reconocer los paisajes que lo transportan a su infancia. Finalmente, al llegar a Caracas, el autor se llena de alegría y emoción al volver a ver la ciudad donde creció.
A mi hermana Elodia ¡A tierra, a tierra, o la emoción me ahoga, con escriba con espuma alguna historia
o se adueña de mi alma el desvarío! de los alegres tiempos de mi vida.
¡Tierra!, grita en la proa el navegante Llevado en alas de mi ardiente anhelo, Todo me habla de sueño y cantares, y confusa y distante, me lanzo presuroso al barquichuelo de paz, de amor y de tranquilos bienes, una línea indecisa que a las riberas del hogar me invita. y el aura fugitiva de los mares entre brumas y ondas se divisa; Todo es grata armonía; los suspiros que viene, leda, a acariciar mis sienes. poco a poco del seno de la onda de zafir que el remo agita; me susurra al oído destacándose va del horizonte, de las marinas aves con misterioso acento: «Bienvenido». sobre el éter sereno, los caprichosos giros; Allá van los humildes pescadores la cumbre azul de un monte; y las notas suaves, las redes a tender sobre la arena; y así como el bajel se va acercando, y el timbre lisonjero, dichosos, que no sienten los dolores va extendiéndose el cerro y la magia que toma ni la punzante pena y unas formas extrañas va tomando; hasta en labios del tosco marinero, de los que lejos de la patria lloran; formas que he visto cuando el dulce son de mi nativo idioma. infelices que ignoran soñaba con la dicha en mi destierro. ¡Volad, volad, veloces, la insondable alegría Ya la vista columbra ondas, aves y voces! de los que tristes del hogar se fueron las riberas bordadas de palmares Id a la tierra en donde el alma tengo, y luego, ansiosos, al hogar volvieron. y una brisa cargada con la esencia y decidle que vengo Son los mismos que un día, de violetas silvestres y azahares, a reposar, cansado caminante, siendo niño, admiraba yo en la playa, en mi memoria alumbra del hogar a la sombra un solo instante. pensando, en mi inocencia, el recuerdo feliz de mi inocencia, Decidle que en mi anhelo, en mi delirio que era la humana ciencia, cuando pobre de años y pesares, por llegar a la orilla, el pecho siente la ciencia de pescar con la atarraya. y rico de ilusiones y alegría, dulcísimo martirio; Bien os recuerdo, humildes pescadores, bajo las palmas retozar solía decidle, en fin, que mientras estuve ausente, aunque no a mí vosotros, que en la ausencia oyendo el arrullar de las palomas, ni un día, ni un instante hela olvidado, los años me han cambiado y los dolores. bebiendo luz y respirando aromas. y llevadle este beso que os confío, Ya ocultándose va tras un recodo Hay algo en esos rayos brilladores tributo adelantado que hace el camino, el mar, hasta que todo que juegan por la atmósfera azulada, que desde el fondo de mi ser le envío. al fin desaparece. que me habla de ternuras y de amores ¡Boga, boga, remero, así llegamos! Ya no hay más que montañas y horizontes, de una dicha pasada, ¡Oh, emoción hasta ahora no sentida! y el pecho se estremece y el viento al suspirar entre las cuerdas, ¡Ya piso el santo suelo en que probamos al respirar, cargado de recuerdos, parece que me dice: « ¿no te acuerdas?». el almíbar primero de la vida! el aire puro de los patrios montes. Tras ese monte azul cuya alta cumbre De los frescos y límpidos raudales Ese cielo, ese mar, esos cocales, lanza reto de orgullo el murmullo apacible; ese monte que dora al zafir de los cielos, de mis canoras aves tropicales el sol de las regiones tropicales... está el pueblo gentil donde, al arrullo el melodioso trino que resbala ¡Luz, luz al fin! Los reconozco ahora: del maternal amor, rasgué los velos por las ondas del éter invisible; son ellos, son los mismos de mi infancia, que me ocultaban la primera lumbre. los perfumados hálitos que exhala y esas playas que al sol del mediodía el cáliz áureo y blanco brillan a la distancia, ¡En marcha, en marcha, postillón, agita de las humildes flores del barranco; ¡oh, inefable alegría, el látigo inclemente! todo a soñar convida, son las riberas de la patria mía! Y a más andar, el carro diligente y con suave empeño, Ya muerde el fondo de la mar hirviente por la orilla del mar se precipita. se apodera del alma enternecida del ancla el férreo diente; No hay peña ni ensenada que en mi mente la indefinible vaguedad de un sueño. ya se acercan los botes desplegando no venga a despertar una memoria, Y rueda el coche, y detrás de él las horas al aire puro y blando ni hay ola que en la arena humedecida deslízandose ligeras la enseña tricolor del pueblo mío. sin yo sentir, que el pensamiento mío ¿En dónde está, Señor, ésa tu santa El cuarteto como tal se ha usado solo pero su viaja por el país de las quimeras, infinita bondad, que así consientes uso más común ha sido en sonetos, poemas y sólo hallan mis ojos sin mirada junto a tanto placer, tristeza tanta? estróficos formados por dos cuartetos y los incoloros senos del vacío... Ya no hay fiesta en los aires; ya no alegra dos tercetos. 1 De pronto, al descender de una hondonada, la luz que el campo dora; «¡Caracas, allí está!», dice el auriga, ya no hay sino la negra y súbito el espíritu despierta pena cruel que el pecho me devora... Otras estrofas de cuatro ante la dicha cierta ¡valor, firmeza, corazón no brotes de ver la tierra amiga. todo tu llanto ahora, no lo agotes, versos[editar] ¡Caracas allí está; sus techos rojos, que mucho, mucho que sufrir aún falta: su blanca torre, sus azules lomas, ya no lejos resalta Serventesio, si los versos son de arte y sus bandas de tímidas palomas de la llanura sobre el verde manto mayor con rima consonante (ABAB). hacen nublar de lágrimas mis ojos! la ciudad de las tumbas y del llanto; Redondilla, si los versos son de arte Caracas allí está; vedla tendida ya me acerco, ya piso menor, normalmente octosílabos, con a las faldas del Ávila empinado, los callados umbrales de la muerte, rima consonante (abba). Odalisca rendida ya la modesta lápida diviso a los pies del Sultán enamorado. del angélico ser que el alma llora; Cuarteta, si los versos son de arte ven, corazón, y vierte menor, normalmente octosílabos con rima Hay fiesta en el espacio y la campaña, tus lágrimas ahora! consonante (abab). fiesta de paz y amores: acarician los vientos la montaña; Cuaderna vía, si los versos del bosque los alados trovadores son alejandrinos con rima consonante su dulce canturía dejan oír en la alameda umbría; monorrima. los menudos insectos de las flores Copla, si los versos son octosílabos a los dorados pístilos se abrazan; besa el aura amorosa el manso Guaire, con rima asonante (-a-a). y con los rayos de luz se enlazan Seguidilla, si los versos son los impalpables átomos del aire. heptasílabos alternados con pentasílabos El Cuarteto es una estrofa de cuatro versos con rima asonante (abab). ¡Apura, apura, postillón, agita de (endecasílabo) rima consonante, en los el látigo inclemente! que riman el primero con el cuarto y el ¡Al hogar, al hogar, que ya palpita segundo con el tercero: (ABBA) por él mi corazón... Mas, no, detente! ¡Oh infinita aflicción, oh desgraciado de mí, que en mi soñar hube olvidado ¿Qué/ ten/go/ yo/ que/ mi que ya no tengo hogar...! Para, cochero; a/mis/tad/ pro/cu/ras?.(A) tomemos cada cual nuestro destino; ¿Qué in/te/rés/ se/ te/ si/gue,/ tú, al lecho lisonjero Je/sús/ mí/o,(B) donde te aguarda la madre, el ser divino que a/ mi/ puer/ta/ cu/bier/to/ que es de la vida centro de alegría, de/ ro/cí/o,(B) y yo..., yo al cementerio pa/sas/ las/ no/ches/ del/ donde tengo la mía. in/vier/no os/cu/ras? (A)
¡Oh, insoluble misterio Lope de Vega
que trueca el gozo en lágrimas ardientes! de los amantes lazos que me formaban en redor tus brazos, Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo y fuera me lancé como quien teme a darte con el alma el mudo abrazo morir de sentimiento. que no te pude dar en tu agonía; ¡Oh, terrible momento! a desahogar en tu glacial regazo Yo fuerte me juzgaba, la pena aguda que en el pecho tengo mas, cuando fuera me encontré y aislado, y a darte cuenta de la ausencia mía. el vértigo sentí del pajarillo Madre, aquí estoy; en alas del destino que en jaula criado, me alejé de tu lado una mañana, se ve de pronto en la extensión perdido en pos de la fortuna de las etéreas salas, que para ti soñé desde la cuna; sin saber dónde encontrará otro nido mas, ¡oh, suerte inhumana! ni a dónde, torpes, dirigir sus alas. hoy vuelvo, fatigado peregrino, Desató el sollozar el nudo estrecho y sólo traigo que ofrecerte pueda, que ahogaba el corazón en su quebranto esta flor amarilla del camino y se deshizo en llanto y este resto de llanto que me queda. la tempestad que me agitaba el pecho. Bien recuerdo aquel día, Después, la nave me llevó a los mares, que el tiempo en mi memoria no ha borrado; y llegamos al fin, un triste día era de marzo una mañana fría a una tierra muy lejos de la mía, y cerraba los cielos el nublado. donde en vez de perfumes y cantares, Tú en el lecho aún estabas, en vez de cielo y verdes palmas, triste y enferma y sumergida en duelo, hallé nieblas y ábregos, y un frío que, con alma de madre, contemplabas que helaba los espacios y las almas. el hondo desconsuelo Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte, de verme separar de tu regazo. mas suavizaba el sufrimiento impío, Llegó la hora despiadada y fiera, la esperanza de verte y con el pecho herido un tiempo no lejano al lado mío. por dolor hasta entonces no sentido, ¡Ah del mortal ciego fui a darte, madre, mis postrer abrazo confía su ventura a la esperanza...! y a recibir tu bendición postrera. La ley universal cumplióse luego, ¡Quién entonces pensara y vi en el alma, presta, que aquella voz angélica en mi oído la mía disiparse, nunca más resonara! cual mira en lontananza Tú, dulce madre, tú, cuando infelice, torcer el rumbo en dirección opuesta dijiste al estrecharme contra el pecho: el náufrago al bajel que vio acercarse. «Tengo un presentimiento que me dice Bien recuerdo aquel día que no he de verte más bajo este techo». que el tiempo en mi memoria no ha borrado; Con un supremo esfuerzo desliguéme era de marzo otra mañana fría, y los cielos cerraba otro nublado. Tú has muerto para el mundo indiferente, Triste, enfermo y sin calma, mas nunca morirás, madre del alma, en ti pensaba yo, cuando me dieron para el hijo infeliz que no te olvida. la noticia fatal que hirió mi alma. Y fuera el paso nuevo, Lo sentí, decirlo no sabría... y desde su alto y celestial palacio, Sólo sé que mis lágrimas corrieron su brillo siempre nuevo como corren ahora, madre mía. derrama el sol por el cerúleo espacio... Después, al mundo me lancé, agitado, Ya lejos de los túmulos me encuentro, y atravesé océanos y torrentes, ya me retiro, solitario y triste; y recorrí cien pueblos diferentes, mas, ¡ay! ¿a dónde voy? ¡si no existe tenue vapor del huracán llevado, de hogar y madre el venturoso centro!... alga sin rumbo que la mar flagela, ¡A dónde? ¡A la corriente de la vida, viento que pasa, pájaro que vuela. a luchar con las ondas brazo a brazo Mucho, madre, he adquirido, hasta caer en su mortal regazo mucha experiencia y muchos desengaños, con el alma en paz y con la frente erguida! y también he perdido toda la fe de mis primeros años. ¡Feliz quien como tú ya en esta vida no tiene que luchar contra la suerte y puede reposar en la seguida inalterable calma de la muerte; sin ver ni padecer el mal eterno que nos hiere doquier con saña cruda, ni llevar en el pecho el frío interno de la indomable duda! ¡Feliz quien como tú, con altiveza reclinó para siempre la cabeza sobre los lauros del deber cumplido; cual la reclina, por la muerte herido, tras el combate rudo, risueño, el gladiador sobre su escudo! Esa, madre, es tu gloria y alta recompensa de tu historia, que el premio sólo del deber sagrado que impone el cristianismo está en el hecho mismo de haberlo practicado. Madre, voy a partir; mas parto en calma Y sin decirte adiós, que eternamente me habrás de acompañar en esta vida.