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ANTOLOGÍA DE POESÍA DEL SIGLO XVIII (III)

Juan Meléndez Valdés (1754-1817)


alegre me parece
A mis lectores
que soy un hombre nuevo,
No con mi blanda lira y entonces sólo vivo,
serán en ayes tristes y entonces sólo pienso.
lloradas las fortunas
de reyes infelices, Las horas que insufribles
allí me vuelve el tedio,
ni el grito del soldado aquí sobre mí vagan
feroz en crudas lides, con perezoso vuelo.
o el trueno con que arroja
la bala el bronce horrible. Las noches que allá ocupan
la ociosidad y el juego,
Yo tiemblo y me estremezco, acá los dulces libros
que el numen no permite y el descuidado sueño.
al labio temeroso
canciones tan sublimes. Despierto con el alba,
trocando el muelle lecho
Muchacho soy y quiero por su vital ambiente,
decir más apacibles que me dilata el seno.
querellas y gozarme
con danzas y convites. Me agrada de arreboles
tocado ver el cielo
En ellos coronado cuando a ostentar empieza
de rosas y alhelíes, su clara lumbre Febo.
entre risas y versos
menudeo los brindis. Me agrada, cuando brillan
sobre el cénit sus fuegos,
En coros las muchachas perderme entre las sombras
se juntan por oírme, del bosque más espeso;
y al punto mis cantares
con nuevo ardor repiten. si lánguido se esconde,
sus últimos reflejos
Pues Baco y el de Venus ir del monte en la cima
me dieron que felice solícito siguiendo;
celebre en dulces himnos
sus glorias y festines. o si la noche tiende
su manto de luceros,
[Oda XL] medir sus direcciones
De mi vida en la aldea con ojos más atentos,

Cuando a mi pobre aldea volviéndome a mis libros,


feliz escapar puedo, do atónito contemplo
las penas y el bullicio la ley que portentosa
de la ciudad huyendo, gobierna el universo.
Ora vagos giren, 
Desde ellos y la cumbre o párense atentos, 
de tantos pensamientos o miren exentos, 
desciendo de mis gentes o lánguidos miren,
al rústico comercio; o injustos se aíren, 
culpando mi ardor, 
y con ellas tomando       tus lindos ojuelos 
en sus chanzas empeños       me matan de amor.
la parte que me dejan, Si al final del día 
gozoso devaneo. emulando ardientes, 
alientan clementes 
El uno de las mieses, la esperanza mía,
el otro del viñedo y en su halago fía 
me informan, y me añaden mi crédulo error, 
las fábulas del pueblo.       tus lindos ojuelos 
      me matan de amor.
Pondero sus consejas, Si evitan arteros 
recojo sus proverbios, encontrar los míos, 
sus dudas y disputas sus falsos desvíos 
cual árbitro sentencio. me son lisonjeros.
Negándome fieros 
Mis votos se celebran, su dulce favor, 
todos hablan a un tiempo,       tus lindos ojuelos 
la igualdad inocente       me matan de amor.
ríe en todos los pechos. Los cierras burlando, 
y ya no hay amores, 
Llega luego el criado sus flechas y ardores 
con el cántaro lleno, tu juego apagando;
y la alegre muchacha Yo entonces temblando 
con castañas y queso, clamo en tanto horror: 
      «¡Tus lindos ojuelos 
y todo lo coronan       me matan de amor!».
en fraternal contento Los abres riente, 
las tazas que se cruzan y el Amor renace 
del vino más añejo. y en gozar se place 
de su nuevo oriente,
Así mis faustos días, cantando demente 
de paz y dicha llenos, yo al ver su fulgor: 
al gusto que los mide       «¡Tus lindos ojuelos 
semejan un momento.       me matan de amor!».
Tórnalos, te ruego, 
Letrillas [II] niña, hacia otro lado, 
A unos lindos ojos que casi he cegado 
de mirar su fuego.
Tus lindos ojuelos  ¡Ay! tórnalos luego, 
      me matan de amor. no con más rigor 
      tus lindos ojuelos 
      me maten de amor. José María Blanco-White (1775-1841)

Juan Pablo Forner (1756-1797) La revelación interna

A Madrid ¿Adónde te hallaré, Ser Infinito?


¿En la más alta esfera? ¿En el profundo
Esta es la villa, Coridón, famosa abismo de la mar? ¿Llenas el mundo
que bañada del breve Manzanares o en especial un cielo favorito?
leyes impone a los soberbios mares
y en otro mundo impera poderosa. «¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?»,
dice una voz interna. «Aunque difundo
Aquí la religión, zagal, reposa mi ser y en vida el universo inundo,
rica en ofrendas, fértil en altares; mi sagrario es un pecho sin delito.
en las calles los hallas a millares;
no hay portal sin imagen milagrosa. »Cesa, mortal, de fatigarte en vano
tras rumores de error y de impostura,
Y por que más la devoción entiendas ni pongas tu virtud en rito externo;
de este piadoso pueblo, a cada mano
ves presidir los santos en las tiendas. »no abuses de los dones de mi mano,
no esperes cielo para un alma impura
Y dime, Coridón: ¿es buen cristiano ni para el pensar libre fuego eterno».
pueblo que al cielo da tantas ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero hermano.

Leandro Fernández de Moratín (1760-


1828)

La despedida

Nací de honesta madre: diome el Cielo 


fácil ingenio en gracias, afluente: 
dirigir supo el ánimo inocente 
a la virtud, el paternal desvelo. 

Con sabio estudio, infatigable anhelo, 


pude adquirir coronas a mi frente: 
la corva escena resonó en frecuente 
aplauso, alzando de mi nombre el vuelo. 

Dócil, veraz, de muchos ofendido, 


de ninguno ofensor, las Musas bellas 
mi pasión fueron, el honor mi guía. 

Pero si así las leyes atropellas, 


si para ti los méritos han sido 
culpas; adiós, ingrata patria mía.

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