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Algunos historiadores han situado el inicio de “una posible literatura para niños”, en
España, en El Romancero o Los milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo (s.
XII). A lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, serán características de este tipo de
literatura, su contenido didáctico, y el público al que se dirige: educadores e hijos de la
nobleza; el LLibre de les bèsties (Ramon Lull) o el Libro del conde Lucanor (Don Juan
Manuel) ejemplifican lo anterior; Aparecen las primeras traducciones de las fábulas de
Esopo. La transición hacia una literatura de entretenimiento se produce en el s. XVI
con los libros de caballería y las vidas de santos, además de recopilaciones de literatura
oral y folklore. Pero la literatura infantil como pasatiempo o forma de recreo quedará
consolidada en el s. XVIII con las fábulas de Iriarte y Samaniego y la aparición del
primer periódico infantil: La gaceta de los niños.
Si bien hoy es comúnmente aceptada la opinión de que debe haber una literatura
específicamente infantil "...con obras que reúnan unas condiciones adecuadas a la
mentalidad de los niños, tanto en la forma como en el contenido e intención", la
creación literaria para niños y niñas ha sido tradicionalmente infravalorada y
considerada como un género menor, incluso se hablado demasiadas veces de la
invisibilidad de la literatura infantil.
En este sentido se expresa Juan Cervera, cuando dice: "Durante largo tiempo la
literatura infantil ha tenido consideración escasa e incluso algo peyorativa. Se han
discutido y hasta negado su existencia, su necesidad y su naturaleza. En el momento
actual nadie se atreve a negar su existencia y su necesidad, aunque lógicamente
abunden las discrepancias en torno a su concepto, naturaleza y objetivos...".
Una de las dificultades aludidas, radica en la propia diversidad de los materiales que
son susceptibles de ser albergados bajo el concepto de literatura infantil:
Los escritos de carácter literario dirigidos al público infantil.
Las obras literarias inicialmente no creadas para los niños, pero de las que éstos
se han ido apropiando.
Las manifestaciones procedentes de la tradición oral y la lírica popular:
cuentos, rimas, adivinanzas, trabalenguas, fórmulas de juego, retahílas,
canciones...
El concepto de la literatura infantil tiene que ser, por tanto, amplio para no dejar fuera
ninguna de las manifestaciones aludidas. Sin embargo, es necesario establecer unos
límites a esta concepción amplia que vendrán marcados por el componente literario:
no toda publicación para niños/as es literatura.
Dar respuesta a las necesidades del público infantil y tener en cuenta su particular
estadio evolutivo definen y condicionan a la vez la naturaleza de esta literatura. Las
primeras obras destinadas a la infancia, que no pueden considerarse producciones
propiamente literarias, tuvieron un carácter meramente instructivo.
Durante los siglos XVIII y XIX es apreciable también una fuerte carga de didactismo y
una intención moralizante en las producciones literarias para niños/as. Hay divergencia
entre especialistas a la hora de establecer los orígenes de la literatura infantil,
inclinándose unos por el siglo XVII, con los Cuentos de Perrault, y otros por el siglo XIX,
con los Cuentos de la infancia y del hogar, de los Hermanos Grimm.
A finales del pasado siglo y principios del siglo XX el auge de la burguesía, y la diferente
concepción de la infancia, marca en Europa un punto de inflexión en la creación para
niños/as, alejándose del didactismo de otros tiempos. Tras la Segunda Guerra Mundial
esta evolución del libro infantil se hará más patente, tomando clara conciencia
diferenciadora entre lo didáctico y lo literario.