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De la invisibilidad a la visibilidad
femenina en la historiografía,
presente en la obra Historia de las
mujeres ...
Andrea Uribe Barriga

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431 ¿EL ESTADO VERSUS LA FAMILIA


VALENT INA CARRASCO ARELLANO

Mujer y polít ica en Chile, siglos XIX y XX


Claudia Mont ero, Camila Sanhueza Acuña, Tamara Vidaurrazaga
Magíster en Historia
Fronteras del relato histórico en los siglos XX Y XXI

De la invisibilidad a la visibilidad femenina en la historiografía, presente


enla obra Historia de las mujeres en Chile, de Ana María Stuven y
Joaquín Fermandois (Eds.)

Profesor: Ítalo Fuentes Bardelli


Estudiante: Andrea Uribe Barriga
Fecha: 14 de diciembre de 2018
Introducción

Si bien, lo femenino forma parte de una discusión contemporánea central, y la


historiografía ha incluido y acogido esta categoría de análisis histórico, sigue siendo un
espacio de estudio incipiente. No existe, por ejemplo, en las escuelas de historia de las
universidades chilenas un curso específico sobre historia de la mujer. Pareciera ser que aún
se trata de algo excepcional. Esta perspectiva es una herencia patriarcal, y requiere de una
revisión de los paradigmas impregnados por la dominación masculina.

La historia de la mujer es a mi juicio, una corriente activa y renovadora de


lahistoriografía que se esfuerza por reconstruir el modo de vida de las personas, considerando
nuevos y más amplios enfoques, problemas y objetivos. Es trascendental visibilizar el pasado
con una perspectiva de género, si pretendemos consolidar una sociedad paritaria, por lo que
me parece, no solo legítimo, si no necesario plantear interrogantes con respecto a la
visualización de la mujer en materia histórica, educacional, social y cultural, si queremos
realmente construir una sociedad más equitativa e inclusiva en cuanto a género.

Lamentablemente, en nuestro país, pareciera no existir -al menos desde la oficialidad-


una enseñanza de la historia en forma igualitaria. Por ejemplo, si bien en materia educacional,
la mujer accede a la educación sin condiciones de desigualdad por género, pareciera ser que
no se reconocen sus aportes como agente de cambio histórico, pues estas temáticas no se
encuentran presentes en los planes y programas de estudio actuales. Se debe tener en cuenta
que la Historia se vincula con la identidad de un pueblo puesto que la fortalece y hace latente,
ya que permite la asimilación de los valores que interactúan dinámicamente entre pasado y
presente, entre la historicidad y transitoriedad.

Quizá sin darnos cuenta nos hemos acostumbrado al emplazamiento de un


“curriculum oculto” en cuanto a lo femenino, lo que se ve reflejado en los planes ministeriales
de educación, ya que aún hoy, en las políticas escolares acerca de lo que se enseña y no se
enseña, se sigue situando al sujeto masculino el protagonista central del discurso social. Se
siguen transmitiendo papeles y roles asociados a hombres o la mujeres por separado, bajo
una perspectiva patriarcal y se omite la participación de la mujer como un agente activo en
la historia.
Es por ello que, como estudiante de Magíster en historia, me parece pertinente realizar
reflexiones con respecto a estos asuntos y revisar obras historiográficas chilenas que los
visibilicen. Como referencia para este ensayo, escogí el libro “Historia de las mujeres en
Chile”, en el que los historiadores Ana María Stuven y Joaquín Fermandois reúnen diez
artículos escritos por historiadores chilenos en los que se presenta el aporte histórico
realizado por diversos grupos y tipos de mujeres chilenas entre los siglos XVI y XIX.

Si bien existen otros trabajos actuales de esta naturaleza como los libros: De heroínas,
fundadoras y ciudadanas - Mujeres en la historia de Chile de María Gabriela Huidobro,
Mujeres -Fragmentos de una historia, compilado por Sonia Montecinos o Mujeres -
Historias chilenas del siglo XX editado por Julio Pinto, este libro en particular, del que
principalmente me referiré al trabajo en esta obra sobre el problema de la invisibilidad
femenina como sujeto histórico, resulta esencial si se quiere consolidar este campo de
investigación.
Es por tanto, uno de los pocos libros de historiografía nacional que trabajan
específicamente en esta materia, y me parece fundamental ponerlo en palestra, no solo para
construir una historia de la mujer en Chile y entender de mejor manera su relato como u
agente histórico, que si bien, estuvo marginado, fue activo, pese a sus limitaciones, si no
también, para socializar la historiografía femenina, puesto que, a mi parecer, si bien es una
obra de historia aplicada, no está dirigida exclusivamente a profesionales de la historia, si no
que puede ser ampliada fácilmente hacia cualquier lector.
El problema de la invisibilidad

En el libro, se desarrolla una interesante revisión del pensamiento de los más grandes
personajes del escenario intelectual con respecto a la situación femenina en la sociedad a
través de largos siglos de subordinación femenina.

Los autores, analizan a destacados teóricos, que no se cuestionaron enormemente el


cuadro femenino supeditado al espacio doméstico e inclusive, relacionaron a la mujer con
condiciones de inferioridad inherentes. Un ejemplo de ello es Locke, quien es considerado el
precursor de las doctrinas liberales y de la sociedad democrática liberal. Para este autor de la
teoría contractualista y que pusiera en jaque el papel monárquico y que defendió ante todo el
derecho de la sociedad civil ante la potestad política, la condición de inferioridad de la mujer
en la vida civil y en la sociedad era absoluta. Señala en su obra de 1693 Algunos pensamientos
sobre educación, que la enseñanza femenina debía estar enfocada en cuestiones útiles,
necesarias y adecuadas para lo correspondiente a su sexo, como fuesen la artesanía y lo
hogareño.

La preocupación sobre la mujer debía perseverar en sintonía con los intereses dequien
fuese su padre, o su marido o tutor masculino, sin constituir un tema de preocupación por sí
misma. Aunque, por supuesto siempre hay una excepción confirma la regla. Un suceso
destacable del siglo XVIII es la publicación de Benito Jerónimo Feijoo en 1726, quien, en su
Defensa de las mujeres argumentaba sobre la importancia de la educación para todos los
individuos, sin fragmentaciones ni categorías de superioridad e inferioridad intelectual.
Dicho texto sostiene que las mujeres y los hombres poseen igualdad de capacidades
intelectuales asignándole a la mujer el derecho y la facultad de desarrollar talentos. Sin
embargo, esta apreciación feminista es una peculiaridad entre el pensamiento ideológico
imperante.

En la obra historiográfica, también se analiza el impacto de la revolución francesa en


materia de género. El filósofo burgués Jean-Jacques Rousseau, por su parte destinaba a la
mujer un rol funcional, pero secundario y dependiente. Afirmaba en su famosa obra Emilio
o De la educación que la mujer debía ser instruida sólo en lo concerniente a su estado natural,
es decir, en base a la misión de fundar una familia y ejercer su naturaleza en la devota
dependencia hacia el embarazo, encantando siempre al sexo masculino y dejándola fuera del
contrato social.

Se define que la Revolución francesa (1789) trajo consigo grandes expectativas con
respecto a las transformaciones de una nueva sociedad, ya que se insertaron globalmente
conceptos como libertad, igualdad, fraternidad y su vínculo con los derechos políticos, la
propiedad privada, la libertad individual y la figura del ciudadano civil y políticamente
activo. Y que, si bien la universalización de los derechos del hombre y el ciudadano se
constituye como un hito trascendental para la sistematización de la vida política, no se
constituye como un elemento realmente determinante en la inclusión femenina. La mujer
seguía excluida de la vida pública, aunque sus problemáticas adquirieron una mayor
visibilidad.
El feminismo, entendido como toda teoría o planteamiento social, político y jurídico
que tiene por objetivo evidenciar las limitaciones de la mujer y poner fin a la subordinación
masculina, mediante la obtención de una igualdad plena, surge (al menos en términos
conceptuales) en esta era de derechos. Gracias al contexto filosófico e intelectual de la
ilustración a partir del siglo XVII y XVIII se pueden adquirir nociones de derechos
fundamentales del ser humano y de igualdad. Sin embargo, la demanda de universalidad e
igualdad no se hizo realmente extensiva para toda la población, ya que se excluía a la parte
femenina. Pese a que se presentaron propuestas filosóficas que intentan materializar los
ideales ilustrados de igualdad hacia lo femenino, destacándose propuestas como la de Mary
Wollstonecraft y Condorcet, estas no fueron significativas en la práctica.

Sin embargo, surgieron figuras femeninas de gran trascendencia. Son mencionadas


en esta obra ya que se cimentaron como una inspiración para los movimientos venideros.
Una de ellas fue la seguidora de Rosseau, Madame Roland, una mujer de sólida formación
académica autodidacta que le permitiría fundar un importante salón dedicado a la actividad
intelectual y a escribir artículos políticos en el Courrier de Lyon. Roland sería una de las
principales detractoras de las políticas del terror. Es por ello que la líder girondina murió
guillotinada en 1793, tras ser condenada por el Tribunal revolucionario jacobino que le acusó
de pervertir políticamente a su marido (un expulsado ministro del interior).

En el escenario revolucionario francés resplandece también la figura de Olympe de


Gouges quien demostró una enorme pasión política y revolucionaria. Con menor formación
intelectual que Madame Roland, de Gouges también perteneció al partido girondino y se
insertó como una de las primeras activistas femeninas que denunció la desigualdad social y
política de la mujer a través de panfletos y otros escasos medios de difusión a los que pudo
acceder. Publica en 1791 una Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana. En
dieciséis artículos de Gouges propuso en forma concreta el cómo llevar a cabo la
equiparación entre hombres y mujeres. Incluyó el derecho femenino a sufragio y a vida
pública, regulaciones en el ámbito laboral y político, en la propiedad privada, en la educación
formal y derechos civiles como el divorcio. En este último punto, propuso la idea de un
contrato anual renovable firmado entre convivientes y que reconocía la inscripción de niños
nacidos fuera del matrimonio, es decir, ideó un contrato de unión civil distinto del
matrimonio formal.

Si bien las ideas ilustradas influyeron en la inclusión de nuevos actores sociales a la


esfera pública, debieron pasar casi doscientos años para que pudieran materializarse en una
inclusión femenina. Siguieron existiendo destacados intelectuales que consideraban a la
mujer como un ser inferior. Se hace una especial mención al historiador francés del siglo
XIX Jules Michelet suponía a la mujer como una hija del mundo astral: de un universo
sideral, situándole en medio de la naturaleza como entorno natural, en un espacio cósmico,
en tanto que al hombre le pertenecía el espacio cultural.

El hombre y la mujer se consideraban por tanto entidades en conflicto, es decir


antagónicas. Esta idea se refuerza con el enfoque positivista de la ciencia y que irá de la mano
con las ideas que postulan la inferioridad biológica de lo femenino, basada en la naturaleza
sexual y las supuestas incapacidades emocionales para el conocimiento racional, dejando
entrever temores para con la influencia femenina en asuntos de Estado.
Augusto Comnte, por su parte, la consideró inhabilitada de las prácticas racionales
debido a su constante estado de infantilismo. En 1830 expone el Tomo IV de Cours de
Philosophie Positive sobre la inferioridad inherente de la mujer y sobre las aspiraciones
femeninas orientadas peligrosamente hacia una ideología feminista que podría recaer en una
no perpetuación de la sagrada familia. Hegel concordaba con estas ideas, determinando la
naturaleza sustancial de la mujer con la de la intuición, la serenidad, la piedad y el carácter
ético necesarios para la constitución de la familia y situándola como otros autores, en una
posición intelectual inferior para el desarrollo de las ciencias elevadas.

De todos los frentes se legitimaba la defectuosidad femenina “desde el argumento


aristotélico de que la mujer era un macho defectuoso, hasta los comentarios filosóficos de
Locke, Rosseau, Hume y Kant, las consecuencias sobre la naturaleza femenina llevaron a
conclusiones de exclusión. No es extraño el planteamiento hegeliano de que la mujer está
hecha para la piedad y el hogar, mientas que el hombre lo está para el Estado, con grave
riesgo para este si la mujer influye en él con sus caprichos1”.

La mujer permaneció confinada en el asistencialismo, en una prisión confundida con


el mundo y encerrada en sí misma. Surgieron entonces las tipificaciones: la madre, la esposa,
la amante, estas identificaciones fueron figuras carceleras de la codificación masculina que
decretaba a la mujer como un ser altamente dependiente.

1 Stuven y Fermandois, 2010, p. 21


“Este pensamiento, basado en una visión de la naturaleza femenina como incapaz de
ascender al plano superior de la cultura y las ideas, es representativo del trasfondo que inspiró
toda la reflexión sobre la mujer durante el siglo XIX, incluyendo su rol social y sus eventuales
derechos2”. Sin embargo, con la necesidad de consolidar los Estados Nacionales, en el
naciente sistema republicano, surgió la necesidad e integrar a las mujeres, con un rol más
bien utilitario: la madre de los futuros ciudadanos. “De alguna manera la república debió
poner a la mujer en el mundo (…) El republicanismo impuso cuestionar las condiciones
sociales que determinaban la subordinación femenina e intentar comprender como éstas
permeaban la conciencia femenina3”

Esta tipificación le permitió adquirir ciertas libertades, responsabilidades y


retribuciones. Para poder desempeñar las labores de crianza de correctos ciudadanos la mujer
debía ser educada. Y en efecto, la educación femenina, o más bien instrucción femenina
estuvo diseñada en la adquisición de las enseñanzas y valores de ser una buena madre y
esposa, todo ello justificado desde el campo bíblico y cívico. Este ideal femenino continuó,
en lo fundamental, vigente durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, las
necesidades de una sociedad burguesa en camino hacia la modernización, requerían que la
mujer asumiera tareas prácticas y eficaces. La Iglesia le asignó la misión de disciplinar al
esposo y educar a los hijos en valores católicos, pero al tiempo funcionales para el modelo
capitalista.

2 Ibíd., p.22
3 Ídem
De la biografía excepcional a la construcción de un ser histórico protagonista

Las inquietudes creativas, intelectuales, políticas y económicas se manifestaron en las


mujeres en forma fecunda y transversal en todas las áreas de praxis humana, sin embargo, las
oportunidades de participar en un mundo fuera del hogar hasta la llegada del siglo XX, fueron
muy escasas.

En cuanto a la disciplina histórica, hasta que la historia de la mujer se consolidó como


un área de estudio historiográfico, debido al apogeo de nuevas perspectivas de inclusión
social y de una revisión en cuanto a trazar las historias de las mentalidades, las mujeres que
estaban nombradas en la historia formaban siempre parte del contexto o trasfondo.

Durante siglos el rol de la mujer estuvo relegado a una perspectiva secundaria y de


interacción asistencial para con el protagonista oficial del acontecer humano: el hombre. Por
otro lado, también se hablaba de aquellas que cumplían con un rol ejemplar - a modo de
replicar su ejemplo-, o de aquellas que, por el contrario, se salían de toda normalidad y se
consideraban una desviación.

“Las mujeres es un lugar común decirlo, han sido protagonistas de la historia desde
siempre. Ya a partir de Eva, seductora de Adán y María, madre de Jesús y redentora de la
naturaleza femenina caída, algunas mujeres destacadas han figurado en los libros de historia.
Sin embargo, el interés por un relato donde ellas interactúen con los protagonistas oficiales
de la acción humana, en su gran mayoría hombres (..) es relativamente reciente4”.

“Las reinas, las santas, las prostitutas, las heroínas en la guerra, son algunos de los
prototipos femeninos que la historiografía incorporaba, especialmente porque desde esos
roles ellas completaban la historia que los historiadores, hombres casi todos, deseaban
revelar5”. En la historiografía chilena hay claros ejemplos en cuanto a la exploración del
comportamiento transgresor. Efectivamente éste ha sido registrado en torno a la figura de
mujeres que rompieron con ciertos esquemas asociados meramente a la masculinidad. Un
caso famoso en la época colonial es el de Inés de Suarez y su acción bélica en la muerte de
los caciques rehenes del asediado Santiago de 1541. Las mujeres con participación ya sea
secundaria o primordial en los hitos históricos más significativos e inéditos han sido
resaltadas, y en la historiografía nacional chilena abundan las biografías de mujeres
extravagantes.

El paradigma de la mujer como un personaje secundario y su exclusión de un


statusprioritario en la historiografía aplicada tardó siglos. Se le consideraba más bien un
adjunto o valor agregado en el enriquecimiento de las grandes hazañas masculinas.
Concuerda en este sentido, el historiador chileno Carlos Sanhueza (2005) quien sostiene que
“la mujer si bien adoptó cierto protagonismo ligado a la vida doméstica, en ningún caso podía
llegar a disputar o a poseer un poder que la ubicase por sobre el marido6”.

4 Ibid, p.13
5 bid, p.14
Cabe destacar que recién hasta la década del 70’ del siglo XX o más concretamente
hasta que en 1984 Michel Perrot se preguntara sobre si era posible realmente hablar de una
historia de las mujeres, o tras el trabajo junto a Georges Duby, entre 1987 y 1993 sobre la
primera colección de historia de las mujeres en Occidente, no se puede hablar de un
entramado histórico que les diese verdaderamente un protagonismo. Estas figuras
prominentes y paradigmáticas de la historiografía de la mujer le otorgaron gran importancia
al relato femenino, es decir, asociaron la historia de la mujer a la memoria y a la imagen
femenina, cuyo relato se escuchaba a través de las voces masculinas, bajo ese punto de vista,
es necesario hacer una distinción y dejar en claro que, lo que ha cambiado no es el estar
presente de un mundo en el que antes se estuvo ausente, si no, los modos de representar este
mundo y a los otros.

Por otro lado, la perspectiva de lo social en la historia, que pretendía estudiar una
Historia de los marginados, amplió las esferas de investigación, pero también lo hicieron las
corrientes que incorporaban el estudio de la vida íntima o privada, lo que permitió develar y
construir una nueva cosmovisión sobre el sentir y qué hacer de las mujeres en el pasado y
comprender la realidad femenina como la construcción histórica de un conjunto de
características sociales, circunstanciales y cualidades que la determinan como un ser
genérico.

Los intereses del saber histórico poseen una naturaleza cambiante. Son
transformables en el tiempo producto de los paradigmas imperantes en la sociedad en
determinadas épocas. Es así como las diferentes escuelas historiográficas han creado a través
del tiempo una forma particular de acercarse a la realidad histórica según su propio contexto.

El estudio de la Historia se transforma tanto como lo hace vida misma y no ha estado


ajeno al revisionismo de su qué-hacer. Las fronteras epistemológicas de lo historiográfico
son permeables, y al parecer, cada vez más interdisciplinarias e inclusivas en cuanto a los
intereses de su estudio. Hoy está en boga la perspectiva del otro, del desplazarnos hacía el
otro y de incluir “las otras historias” o la “historia de los sin historia”. Dentro de esta
perspectiva social, se puede ubicar a la realidad femenina, pues es innegable el gran interés
contemporáneo por escribir una historia de las mujeres, o una reescribir la historia mediante
una visión de género.

Se comienzan a visibilizar grupos homogéneos de interés cuyo ímpetu de sus


demandas de igualdad se relacionaron profundamente con los deseos de valorar la diversidad
por parte de los gobiernos y los académicos. Salieron a palestra conceptos como la clase, la
raza, la cultura y con ello tal como expondría Burke, surgen con esto nuevas formas de hacer
historia. La historia de la mujer como área de estudio histórico propiamente tal, se impone
en el marco de las perspectivas historiográficas que buscaban establecer una reconstrucción
histórica a través del espíritu de lo marginado, en una visión más amplia y que incluyera los
aspectos sociales, culturales, económicos, étnicos, ideológicos, y de los ámbitos privados,
familiares, sexuales, reproductivos, de la salud y la cultura. El surgimiento de la mujer como
categoría de análisis histórico se suma además a una mayor participación política femenina
en el marco de la evolución de sus derechos y status público.

6 Sanhueza, 2005, p. 33
Las nuevas corrientes históricas que sindicaban la importancia de develar la voz
historia de los grupos sin historia, señalaron también, a la historia de las mujeres en el grupo
de quienes han sido olvidados. Se produce una incipiente, pero cada vez más abundante
producción historiográfica sobre el tema. Este interés es -relativamente reciente- y
corresponde en gran parte a una construcción social fruto de las tendencias feministas y de
igualdad de género no muy alejadas de los tiempos actuales y a las contemporáneas
preocupaciones de la historiografía por estudiar los actores y espacios sociales antes
segregados por la historia económica, política, diplomática, religiosa o militar.

El planteamiento de este ensayo se enmarca en el rescate de aquellos actores y escenas


sociales, antes considerados como irrelevantes y como parte de la no-historia. Se comienzan
a visibilizar grupos homogéneos de interés cuyo ímpetu de sus demandas de igualdad se
relacionaron profundamente con los deseos de valorar la diversidad por parte de los gobiernos
y los académicos. Estaban en boga la clase, la raza, la cultura y con ello, tal como expondría
Burke, surgen con esto nuevas formas de hacer historia.

Hoy por hoy, las temáticas asociadas al rol de la mujer han alcanzado un
protagonismo activo y se han puesto en palestra como un contenido de discusión pública.
Pero este proceso de inclusión y protagonismo público no surgió en forma espontánea, ni fue
un producto inmediato de las instituciones políticas, es por cierto una construcción gradual y
sostenida que varía en cuanto al centro de atención de la investigación y a las “maneras de
hacer” historia y los cambios en la formalidad de las prácticas historiográficas. Pero, ¿cuál
fue su influjo? La integración del género a las materias de observación histórica, tiene que
ver con los cambios sustanciales en las inclinaciones ideológicas preponderantes de la
sociedad.

Las luchas feministas, han sido un gran aporte para la incorporación de la mujer en
cuanto a la realidad intelectual, lo que produjo una especie de reformulación en los enfoques
académicos. No es el objetivo de este trabajo desarrollar más ampliamente, los aportes del
feminismo, pero si es necesario afirmar que la incorporación de las mujeres como materia de
estudio historiográfico no ha sido parte de una reflexió meramente autónoma y propia de la
disciplina histórica. Si no, a mi parecer, también es parte de una lucha endémica por
conseguir la igualdad de género.

Me parece pertinente, mencionar, al menos -ya que no se plantea en la obra-, la


invaluable aportación de de la filósofa y escritora francesa Simone de Beauvoir, quien fue
una de las primeras en alzar la voz sobre el rol secundario de la mujer a través de la historia
como un vivir en función del varón, constituyéndose como un segundo sexo, el sexo débil.
El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, es un sustento fundamental para el desarrollo del
feminismo en las décadas siguientes. Este texto de éxito inmediato, se propuso explicar
mediante teorías explicativas e interdisciplinares, la situación de subordinada de las mujeres.
El texto parte con la interrogante ¿Qué significa ser mujer? A través de las perspectivas
psicológicas, históricas, antropológicas e incluso biológicas, la filósofa y francesa hacía
alusión a la construcción social de la mujer. “A decir verdad, no se nace mujer: se llega a
serlo7”.

7 Beauvoir, 1959, p. 66
Para Simone, no hay ninguna circunstancia biológica ni mental que justifique la
subordinación de la mujer a través de la historia. En casi mil páginas de una investigación
integral Beauvoir hace un llamado con exitosa repercusión a romper con las ideologías que
sindican a la mujer como un ser inferior y sumiso. “Ningún destino biológico, psíquico o
económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el
conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el
castrado al que se califica de femenino8”.

La obra de Beauvoir marcará un hito para el feminismo, siendo considerada por


muchos incluso como su teorización fundacional. Se tendrá conciencia de las pesadas cargas
sobre lo femenino a través de la historia y de las circunstancias para revertir aquello. El
constructo de lo femenino que comienza a gestarse tímidamente con la ilustración y el con el
surgimiento de las ideas liberales, se concretiza con la bonanza generalizada existente en
Occidente, desde principios del siglo XX. Pese a que la obra de Beauvoir se publicó en 1949,
se presenta como un hito para el feminismo de los años 60’ y 70’, puesto que se implanta
como una reflexión pionera sobre la situación pasada y presente de la mujer en la sociedad
patriarcal.

Al respecto, la historiadora chilena María Gabriela Huidobro, plantea que la


disciplina histórica comienza una especie de cambios a nivel global.

“Desde mediados del siglo XX y en el contexto del surgimiento y auge de los


movimientos feministas, la historia de género desarrollo un giro hacia el pasado con
una mirada revisionista. El precursor trabajo de Simone de Beauvoir (1908-1986) y,
posteriormente los estudios de la norteamericana Joan Scott abrieron una veta para
buscar en los procesos históricos la participación de la mujer como sujeto activo,
promoviendo la toma de conciencia de la identidad de género9”.

En efecto, para Joan Scott, historiadora especialmente mencionada en la obra, la


aparición de la historia de las mujeres como un área de estudio en sí misma vino de la mano
de las campañas feministas en favor de la mejora de la condición femenina profesional, lo
que permitió plantear una ampliación de los límites de su análisis en la historiografía. Sin
embargo, este no fue un proceso lineal. No se trataba simplemente de añadir lo anteriormente
marginado. El estudio de la Historia de la mujer se erigió como un proyecto de naturaleza
perturbadora y ambigua, ya que se manifestaba a la vez como un complemento de la historia
ya instaurada y al mismo tiempo como su propia sustitución radical y que tenía por otro lado,
finalidades políticas, puesto que interrogaba a las relaciones de poder y de participación
pública.

“De allí que la historia de la mujer y la historia de género sean también parte
integrante de la historia social y política y que hayan convocado la reflexión de
especialistas que van desde la teoría política hasta la teología10”
8 Op. Cit, Beauvoir, p 109.
9 Huidobro, 2015, p.11
10 Op. Cit, Stuven y Fermandois, p 27.
En Chile los primeros estudios historiográficos, llegaron justamente tras las oleadas
feministas en la década del 60’, de la cual, los historiadores Stuven y Fermandois, sindican
como más trascendental la obra La mujer chilena: el aporte femenino al progreso de Chile
(1910-1960) de Felicias Klimpel.

Esta renovación generará una incipiente, pero cada vez más abundante producción
académica sobre el tema, cuyo auge de publicaciones se trasladará hasta la década del 90’,
con aportaciones desde la antropología con Sonia Montecinos y su trabajo Madres y huachos.
Alegorías del mestizaje chileno, de 1991, o los trabajos de José Bengoa en materia étnica. Y
en el campo historiográfico, se realizaron trabajos significativos en cuanto a la mujer del
mundo popular, en donde se destacan las historiadoras María Angélica Illanes y Cecilia
Salinas, por mencionar a las más reconocidas.
Comentarios finales

No se debe hablar de una invisibilidad de las mujeres en la historia, si no de una


ausencia de las mujeres en el registro histórico escrito, como sujeto protagonista -a excepción
de la transgresión-, por una cuestión que no corresponde al sexo, si no a las nociones que se
tenían género en una determinada época.

Si bien en esta obra, hay un intento por incluir al mundo popular, con específicamente
dos de los artículos compilados: Las voces olvidadas: Indias, mestizas, mulatas y negras de
Ximena Azúa y Las otras mujeres, madres solteras, abandonadas y viudas en Chile
Tradicional de René Salinas, cabe destacar que en todo el texto se trabaja principalmente
entre las mujeres de clase alta, como las que ingresaron al mundo religioso, educacional y
profesional, disminuyendo la perspectiva social y de los marginados de la que se hace
hincapié desde un inicio.

Si se quiere hablar de una historia de las mujeres en Chile, se debe tener en cuenta
que no solo basta con incorporar matices, si no que para hacer lo que el título sugiere debemos
incorporar una visión integradora, que permita socializar no solo una historia con perspectiva
de género, si no una historia con perspectiva social y de género. Sin embargo, el aporte de
este libro es relevante, ya que pese a que, tal como reconocen los autores, “no logra abarcar
n su amplitud el espectro de los problemas que se requiere para hacer justicia a la historia de
las mujeres en Chile (…) es un primer paso en consagrar un campo historiográfico y en dar
a conocer algunos aspectos de la vida de la mujer en la intimidad, en la sociedad y en el
mundo público11”.

11 Op. Cit, Stuven y Fermandois, p.40


Bibliografía

Beauvoir, Simone (1949), El segundo sexo, Los hechos y los mitos. Gallimard Ediciones.

Burke, Peter (Ed) (1993), Formas de Hacer Historia. Alianza Editorial.

Burke, Peter, (2005), Visto y no visto. Editorial Crítica.

Certeau, Michel de. (1996), La invención de lo cotidiano. Tomo I. Artes de hacer.

Huidobro, María Gabriela (2015), De heroínas, fundadoras y ciudadanas. Mujeres en la


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Sanhueza, Carlos (2005), El problema de mi vida: soy mujer. Viaje mujer y sociedad, en
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Scott, Joan W, (1992) El problema de la invisibilidad, en [Carmen Ramos Escandon, et.al.],


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Stuven, Ana y Fermandois, Joaquin (2010), Historia de las mujeres en Chile, Tomo 1,
Taurus Ediciones.

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