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MIGUEL ÁNGEL FUENTES, I.V.E.

La Castidad
¿posible?
La Castidad ¿posible?

MIGUEL ÁNGEL FUENTES, I.V.E.

La Castidad
¿posible?

Ediciones del Verbo Encarnado


San Rafael (Mendoza) Argentina – Año 2006
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Imprimatur

3
R.P. Osvaldo Gabriel Jesús Zapata, I.V.E. Superior
Provincial

Primera Edición – 2000 ejemplares

© 2006 – Ediciones del Verbo Encarnado


El Chañaral 2699 – CC 376
(5600) San Rafael – Mendoza
Argentina

Tel: +54 (0)02627 – 430451


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La Castidad ¿posible?

¿Por qué escribir sobre la castidad?

Hay que escribir sobre el tema porque hace falta.


Durante muchas décadas los grandes errores sobre este tema han
venido relacionándose con S. Freud; como si él tuviese la culpa de
todos los enredos en este ámbito. Y no hay duda de que debe caberle
una gran parte de la responsabilidad en la sexualización (es decir,
genitalización) de la cultura contemporánea. Pero Freud también fue
parte de un tiempo y un movimiento que quería prestar oídos a
doctrinas como la suya. La culpa no es toda del predicador, aunque
lleve la mayor parte; si tanto falló el discernimiento de sus oyentes,
por algo habrá sido. Considero que Freud enseñó lo que muchos
querían oír, y que el mundo occidental venía pudriéndose de mucho
antes; el célebre psiquiatra aportó el catalizador que aceleró el
proceso.
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Algo semejante ocurre en nuestro tiempo, caldo de cultivo de las


más trastornadas doctrinas... que muchos quieren oír. Por eso, con el
terreno preparado por el cine y la literatura New Age, y los oídos (y
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las almas) acostumbrados al desenfreno y a la necedad por el
hedonismo y el relativismo, hemos llegado al punto que muchos de
nuestros contemporáneos no se sorprenderían si la próxima semana el
planeta amanece gobernado por extraterrestres, o si encuentran el
difunto espíritu de algún ilustre antepasado desayunando en su cocina.
Esto, dentro de todo, es parte de la ensalada que reciben cada día a
través de los medios. En cambio, quedarían atolondrados, fastidiados y
molestos si alguien intenta hablarles de castidad o pureza. ¡No son
tiempos, estos, de zonceras! Es la virtud exiliada.
El destierro de esta virtud ha llegado a la misma educación
infantil. Lo demuestra el hecho inauditamente doloroso de constatar
que ya no luchamos para impedir el aborto o la esterilización en la
sociedad, sino para que los padres conserven el derecho de decirles a
sus hijos que sean virtuosos, o de modo más crudo pero no irreal: que
sus maestros no les enseñen que fornicar está bien, o les instruyan
cómo hacerlo sin tener hijos (por justicia habría que añadir también
que muchos maestros y profesores honestos están en el lado correcto
de la batalla, y no quieren ser obligados por las autoridades superiores
a cooperar en esta verdadera deformación de las conciencias de sus
alumnos). Muchos gobiernos pelean actualmente como energúmenos
para imponer —con una fuerza e intolerancia tan proverbial como la
de los más renombrados totalitarismos históricos— una educación que
convenza a la niñez y a la juventud de que ser castos es anormal y
enfermizo; y que lo normal es ser un sinvergüenza (respetando el
sentido etimológico de la palabra) y llevar una libertad sexual exenta
de límites morales y de consecuencias sociales (es decir, embarazos) y
sanitarias.
En esta época que tanto exalta a los “jóvenes idealistas” del
pasado, y que si realmente hubiesen sido tales, habrían debido

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encauzar su idealismo a mejores puertos, me tomo el atrevimiento de
dirigir estos pensamientos a los muchos jóvenes y adultos que aún en
nuestros días no han perdido la capacidad de forjar en sus corazones
La Castidad ¿posible?

un ideal sublime. A ellos quiero decirles que la castidad es posible y es


necesaria; además, es cautivante.

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La Castidad ¿posible?

II

Una virtud en dificultades

¿Es duro ser castos en nuestro tiempo? Indudablemente. ¿A


qué se debe la dificultad? En parte al desorden interior que cada
uno de nosotros arrastra desde el nacimiento y sobre todo a la
potenciación que desde afuera recibe ese desorden.
El problema interior procede del pecado original.
Lamentablemente muchos no creen hoy en el pecado y menos en un
pecado “de origen”. Y digo “lamentablemente” porque la negación del
pecado no lo suprime; “eppur si muove”, dicen que pronunció Galileo
cuando sus objetores lo obligaron a afirmar que la Tierra está quieta
mientras el Sol gira a su alrededor: “y sin embargo se mueve”. Sí, se
puede afirmar que la Tierra está inmóvil, incluso en una junta
científica, pero esto no la detendrá. Tenía razón Galileo (en esto,
aunque no en todas las cosas) y la Tierra, cuyo movimiento él

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defendía, avanzaba y avanza en torno al Sol a una velocidad de 2,5


millones de kilómetros por día —¡100.000 kilómetros por hora, 30
kilómetros por segundo!— arrastrando en su movimiento a la Luna, su
satélite que se mueve a 1 kilómetro por segundo en torno a ella.
“Eppur si muove”. Del mismo modo pueden juntarse todos los
filósofos, los políticos, los literatos, los militares, los psicólogos, los
psiquiatras, los moralistas y hasta los estibadores del puerto, para
declarar que no existe el pecado, y sin embargo, éste existe, crece, se
propaga y arrastra la historia de los hombres hacia un trágico final. A
menos que se desmonten a tiempo del caballo desbocado y admitan
que hay cosas que están mal, no porque nos hayamos puesto de
acuerdo entre todos para no darles cabida en la sociedad (el único
sentido del “pecado” que se admite en algunas sociedades modernas)
sino porque así lo tenemos grabado en nuestra naturaleza. “Eppur si
muove”. Nos pueden enseñar, con Freud en la mano, que la
fornicación o la masturbación forman parte del proceso de maduración
de la persona (cosa que ni siquiera Freud aceptaba) y sin embargo, los
que fornican, aun pensando que no hacen nada malo, no aprenden con
su comportamiento a amar sino a usar a los demás para su placer, y los
que se masturban se encierran paulatinamente en un movimiento de
ensimismamiento típico de toda neurosis. Si alguien nos dice que se
puede martillar un clavo con un jarrón de porcelana, con su teoría no
salvará al jarrón, ni tampoco lo pagará; el que paga las consecuencias
es siempre el dueño del jarrón.

Hay un pecado en el origen de nuestra historia humana. Lo


cometieron nuestros primeros padres y se transmite a cada hombre y a
cada mujer que llega a este mundo, junto con la naturaleza que sus
progenitores le dan al concebirlos. Nosotros, los que aceptamos la
tradición bíblica (y los creyentes de otras religiones que también
aceptan esta verdad) creemos que este pecado fue cometido en el
Paraíso terrenal. Y también creemos que Dios tuvo piedad de los

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La Castidad ¿posible?

hombres y les prometió un Salvador, y que por su obra, y por medio


del bautismo que el Salvador nos dejó, ese pecado se nos borra
verdaderamente. Pero también afirmamos que algo queda como
resabio de ese pecado: la inclinación desordenada al pecado. Con el
bautismo, Dios nos da la gracia que nos hace hijos de Dios, y ésta no
se pierde del alma sino cuando un nuevo pecado (personal) destruye
nuestra relación con Dios; pero la gracia no impide que cada una de
nuestras potencias (inteligencia, voluntad, afectos, instintos) busquen
por su cuenta los bienes que las perfeccionan (el conocimiento a la
inteligencia; el bien a la voluntad; a los afectos los bienes sensibles),
sin mirar si ese bien es un bien para toda nuestra persona o solamente
para esa potencia. Son nuestras potencias superiores (inteligencia y
voluntad) las que tienen que velar para que tanto ellas como las demás
facultades — que son inferiores y les deben estar sometidas— sólo
busquen y alcancen los bienes que nuestra persona necesita para su
perfección y sólo en la medida en que realmente nos perfeccionan.
Cuando tenemos hambre queremos comer; pero nuestro apetito
no “sabe” instintivamente si tal o cual alimento nos hace bien o
mal, o en qué medida nos beneficia y en cuál nos perjudica; esto lo
regulamos con la razón; si nos dejásemos llevar por nuestra
inclinación, comeríamos mucho más o mucho menos de lo que
necesitamos, haciéndonos daño. Lo mismo se diga del instinto
sexual. Cuando éste se despierta, es la razón la que debe guiarlo
para saber de qué modo, cuándo y con quién su satisfacción
perfeccionará a nuestra persona; y en algunos casos, la razón
deberá decirnos que no se debe ejercer esa inclinación con nadie.
Esta herida que ha dejado el pecado original no es igual en todas
las potencias. Podemos decir que, en cierto modo, mientras más abajo
entramos en la naturaleza humana, más caótica se vuelve la herida.
Así, es más fácil conocer la verdad (inclinación de la inteligencia) que
hacer el bien espiritual (inclinación de la voluntad); y más difícil que
el regular nuestra inclinación al bien espiritual es dominar el instinto
de poder y de lucha (inclinación irascible), y mucho más difícil

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todavía el dominar y encauzar nuestro instinto de placer sensible


(apetito concupiscible).
Difícil no significa imposible; sólo quiere decir que es algo
trabajoso.
Pero este dominio o señorío es necesario, pues aunque sea la parte
más baja de la naturaleza humana, y por tanto no la que se corrompe
de modo más grave (de hecho es peor la perversión de la inteligencia
por el error y la mentira y la de la voluntad por el odio y el egoísmo),
sin embargo, ocurre con ella como con la estatua de Daniel, cuya
cabeza era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus
lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y parte
de arcilla; pero una piedra golpeó la estatua en sus pies de hierro y
arcilla, y los pulverizó y toda la estatua se vino abajo 1. También en
nuestro caso muchos se derrumban por sus pies de barro mezclados de
mal fraguada arcilla.

Sin embargo, más grave que nuestra inclinación desordenada es el


esfuerzo encarnizado por precipitarnos en el desorden que nos viene
de afuera. En la Biblia existe una sugestiva imagen de los enemigos
que empujan una tapia ruinosa para desplomarla (Salmo 62,4). Así
parece el asedio al que nos somete nuestra cultura. Mientras escribo
estas páginas ha aparecido en algunos informativos la noticia de que
en la “Millais School”, de West Sussex, Inglaterra, se ha prohibido a
varias jóvenes llevar un anillo de plata en su mano por ser “contrario a
las reglas de vestimenta”; este anillo simboliza para esas adolescentes
el compromiso que han asumido de guardar la castidad y la pureza
hasta el matrimonio. Al mismo tiempo, el mismo colegio no considera
contrario al uniforme el velo de las adolescentes musulmanas, ni los

1 Me refiero al sueño del rey Nabucodonosor que el profeta Daniel le interpreta en su libro
(cf. Dan 2,31-45).

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La Castidad ¿posible?

brazaletes de las jóvenes sikhs. Es la pureza y la opción por ella, la


que no puede ser simbolizada en nuestra sociedad2.
La televisión y el cine están casi totalmente genitalizados; es muy
poco lo que puede verse hoy en día en estos medios sin que se exija un
estado de alerta. Las propagandas comerciales, las películas, los
programas de entretenimiento, los argumentos de las novelas y hasta
las mismas noticias cotidianas encierran imágenes cargadas de
contenido erótico cuando no explícitamente pornográfico. ¡Y la
imagen visual es un elemento impactante y condicionante en la
psicología humana, que difícilmente se borra y que vuelve una y otra
vez a la memoria sensitiva de la persona!
Internet —el elemento más simbólico de nuestra cultura actual—
se ha convertido en un terreno privilegiado por la industria de la
pornografía. Ésta es, de hecho, el tercer sector económico en la web,
moviendo más de mil millones de dólares anuales. Lo cual significa
que un sector gigantesco de los que usan Internet reciben y buscan
pornografía. ¡Y no estamos hablando aquí de la erotización encubierta
que caracteriza a muchísimas páginas que no están comprendidas en la
categoría de pornográficas!
Algo análogo se debe decir de las demás artes y de otras
manifestaciones culturales como la literatura, la pintura, la música, y
los medios de comunicación gráficos (periódicos y revistas) y orales
(radio), etc., que hacen constante referencia al sexo y más propiamente
a la lujuria. En muchos casos se usa el pretexto de incursionar en
temas “maduros” y en “problemas” actuales; pero en el fondo se pone
de modo insidioso y porfiado el tema sexual ante los sentidos.

De esta manera la sexualidad desordenada se ha convertido en


una verdadera obsesión para muchas personas. Es una idea obsesiva y

2 La noticia apareció en Aciprensa 22/06/2006.

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agotadora. Y hay que reconocer que es heroico mantenerse firmes ante


tantas arremetidas diarias. Y muchos no lo logran, terminando no solo
con una vida sexual desordenada (masturbación, pornografía,
homosexualidad, relaciones no matrimoniales) sino con auténticos
problemas de adicción al sexo (o sea, a la lujuria).

Esta ofensiva contra la castidad no sería tan efectiva, como lo es,


si no fuera por el terreno que le preparan las ideas culturales en que se
asientan nuestras cabezas. De hecho hacen tanto daño (o tal vez más)
las ideas contrarias a la castidad que las mismas imágenes
pornográficas (de la naturaleza que sean) que se presentan a nuestros
sentidos.
La falta de reacción ante el hostigamiento diario (o la reacción
equivocada de algunos) se debe en gran medida a haber aceptado
algunas ideas distorsionadas sobre la sexualidad. Teorías que
sostienen, por ejemplo, que la castidad es imposible, o que no se debe
ligar la actividad sexual al ámbito del matrimonio, o que toda
manifestación de amor debe estar abierta a la expresión genital, y
muchas otras que están en la base de las actuales propuestas
“educativas” que se denominan ambiguamente “educación sexual”.
Esto es lo que principalmente trunca de raíz toda lucha a favor de
una vida afectiva ordenada según los mandamientos de Dios y de la
ley natural.

¡Todos golpean como a una pared ruinosa que termina por


derrumbarse quejosamente!

III

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La Castidad ¿posible?

La castidad no es...

De muchas cosas es más fácil decir lo que no es que lo que es. No


es el caso de la castidad; pero igualmente viene bien aproximarse de
este modo indirecto porque tocamos así la idea que muchos tienen de
esta virtud.
A raíz de un artículo donde yo había escrito sobre la castidad
conyugal, una mujer con más buena voluntad que seso, me objetó:
“¿De dónde ha sacado la Iglesia que un hombre y una mujer, creados
por Dios con deseo y atracción maravillosos, casados de forma
sacramental, unidos por el amor, los hijos, la fidelidad, etc., tienen que
abstenerse de relaciones sexuales?”. Ella pensaba que castidad
significaba “abstención” y consecuentemente, castidad conyugal
equivaldría a vivir el matrimonio sin relaciones sexuales.
No todas las cosas que parecen obvias lo son para todos.
La castidad no es abstención de actos sexuales. Puede equivaler a
abstención de actos sexuales plenos entre quienes no están casados, y
ciertamente equivale a evitar el uso de la genitalidad fuera del
matrimonio, ya sea para usarla (buscando el placer) solo o con otros.

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MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Dentro del matrimonio la castidad no se vive necesariamente en la


abstención sexual (tal vez sea necesario hacerlo en algún momento de
la vida conyugal) sino en usar de la sexualidad sin separarla deliberada
y positivamente de su capacidad procreativa. La abstención por sí sola,
no hace a una persona casta. Así como los abstemios no son sobrios
sino accidentalmente (pues la sobriedad es virtud y el ser abstemio
puede ser una cuestión de gustos y no de virtudes) del mismo modo,
evitar todo contacto sexual puede ser signo de insensibilidad o
impotencia y no necesariamente una cuestión de virtudes. Se
abstienen tanto los que pueden pero no quieren, como los que
quieren pero no pueden; y la diferencia entre unos y otros es la
que va del día a la noche.
La castidad tampoco es mojigatería ni pudibundez. Mojigato es el
beato que finge escrúpulo de todo. No es casto quien se escandaliza
del sexo; menos aún quien se avergüenza de él cuando es lícito. Nada
tiene que ver la castidad con la “onesta a un punto tale”, que cuenta
Trilussa, “che spesso inciampicava pe’ le scale / pe’ nun volesse tirà
su la veste”. Una falda larga no es siempre manifestación de castidad,
porque para la imaginación no hay faldas ni paredes y la castidad es
más una cuestión de mirada interior que de ojos externos: si tu ojo
está sano, todo tu cuerpo estará luminoso (Mt 6,22). De nuestros
primeros padres se ha escrito que “estaban desnudos y no se
avergonzaban”. La vergüenza empezó con el pecado, y el pecado con
la rebeldía a la voluntad de Dios, no con una cuestión de sexo.
Menos aún es maniqueísmo. El maniqueísmo es la doctrina que
sostiene que el cuerpo es malo y todo lo que depende de él, incluido el
sexo. Cuando esta doctrina intentó infiltrarse entre los primeros
cristianos tomó inmediatamente la forma de negación de la
Encarnación. La Encarnación, en efecto, es la aprobación de la
materia; Dios no la rechaza, la asume y la redime. Para el
maniqueísmo esto es inconcebible, por eso prefirió tergiversar la
verdad de Jesucristo afirmando de él que sólo es Dios pero no hombre
verdadero; su humanidad no sería más que un vestido transitorio, una

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La Castidad ¿posible?

apariencia; Dios no puede, para los maniqueos, asumir un cuerpo y un


sexo. No debe resultarnos extraño que este aspecto sea
deliberadamente omitido entre los modernos reivindicadores de las
principales obras del gnosticismo cristiano, como son los evangelios
apócrifos, nacidos en este ambiente dualista y maniqueo; los
evangelios apócrifos les son útiles en la medida en que presentan una
visión del cristianismo distinta de la de los evangelios canónicos; pero
se hace incómoda cuando manifiesta su desprecio por el cuerpo, el
sexo y la mujer, por eso toman de ellos lo que sirve contra la Iglesia y
silencian aquello que explica el rechazo de la Iglesia por estas obras
malparidas.
La castidad no es, finalmente, la frialdad o dureza de trato de
quien no ha entendido que el afecto sano, la cortesía, la amabilidad, e
incluso el cariño, forman parte de las actitudes honestas de las
personas sanas. Si la pudibundez es una grotesca caricatura de la
castidad, la insensibilidad, dice Santo Tomás, es pecado 3. San Pablo
manda a los romanos a alegrarse con los que se alegran y a llorar con
los que lloran, y en suma, a tener un mismo sentir los unos para con
los otros (cf. Ro 12,15-16); pero esto no es posible sin una fina
sensibilidad y un corazón capaz de captar los sentimientos ajenos. Si
la castidad apagara la capacidad de afecto hacia el prójimo (como
algunos equivocadamente han pensado) sería un obstáculo y no una
virtud.
El casto no es ni el estúpido, ni el escrupuloso, ni el impotente,
ni el estéril, ni el feo o la fea, ni el solterón o la solterona. Estas
son, en todo caso, las grotescas caricaturas que el mundo propone
sobre la castidad para ridiculizarla.

3 Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, 142,1.

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MIGUEL ÁNGEL FUENTES

IV

La castidad es...

Es una cuestión de correcta antropología

Tenemos alma y cuerpo, e inclinaciones naturales. Entender estas


últimas es clave para nuestro tema. Somos un pequeño universo, o un
resumen del cosmos, como decían los antiguos (microcosmos). Esto
significa que tenemos algo en común con todas las cosas (somos
sustancias, como todas ellas), algo en común con los animales y algo
específico de los racionales. Y tenemos inclinaciones que se derivan
de cada una de estas dimensiones.
Como sustancias tendemos a conservarnos en el ser (todos los
seres se resisten a dejar de existir); de aquí surge el instinto de
conservación individual: no queremos morir ni que nos maten. Este
instinto se manifiesta en nuestra inclinación a comer, beber,

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La Castidad ¿posible?

defendernos de los ataques externos, de las inclemencias del tiempo:


cuando nos caemos instintivamente protegemos nuestra cabeza con las
manos; cuando nos amenazan cubrimos nuestro cuerpo, cuando el
bebé siente hambre llora, cuando nos infectamos el cuerpo avisa
subiendo la temperatura y temblando. Tenemos factores de
conservación individual como es nuestro sistema linfático que nos
defiende de los enemigos que se introducen en nuestro cuerpo, el
hambre y la sed que mandan señales al cerebro de la falta de comida o
de bebida (o sea, de fuentes de energía e hidratación) que pone en
riesgo nuestra conservación, etc.
Como animales tendemos a conservar nuestra especie; de aquí
surge el instinto a unirnos sexualmente con quien puede colaborar en
la procreación de nuevas vidas. Esto da origen a la institución del
matrimonio y al amor de los padres a sus hijos y de estos a sus padres.
Como seres racionales tendemos a conocer la verdad
(especialmente la verdad sobre nosotros mismos y sobre Dios, es
decir, sobre nuestro origen y destino), a buscar y descansar en el bien
espiritual y a vivir en sociedad. Esta inclinación funda el instinto
religioso y de superación espiritual.
Cada uno de los “fines” que están al término de estas
inclinaciones (conservación, placer, verdad, bien, religión, etc.) son
los bienes que perfeccionan nuestra naturaleza. Sin ellos quedaríamos
truncados en nuestro deseo natural de perfección.

Pero no somos como las montañas de piedra formadas por la


acumulación de capas heterogéneas con el transcurrir de siglos y
milenios. Todas estas dimensiones no están en nosotros como estratos
superpuestos y aislados, como vemos en los cortes de la tierra en los
cañones y quebradas. Somos un todo unificado. Somos personas;
tenemos un “yo” que nos unifica. No tengo un aspecto sustancial; soy
una sustancia. No tengo una dimensión animal; soy un animal (y
algunos pueden decirlo con cierto temor de no poder añadir nada

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MIGUEL ÁNGEL FUENTES

mejor). Y no sólo poseo una razón y una voluntad, sino que soy un ser
racional y volitivo. Esto quiere decir mucho. Porque si antes
mencionábamos que cada una de nuestras dimensiones tiende al bien
propio que la perfecciona, debemos también añadir que hay un bien
que es de toda la persona; es el “bien integral” de la persona. Esto que
llamamos bien integral de la persona es algo análogo al “bien común”
de la sociedad, del que participan todos los miembros de la sociedad
pero que supera el bien individual de cada uno de esos miembros. Al
modo del bien común, hay un bien integral propio de la persona
humana, superior al de cada una de las partes de esa persona. Este bien
y esta perfección integral exigen que cada uno de los bienes propios de
las dimensiones particulares de nuestra naturaleza, se procuren sólo
“en la medida” en que lo exige el bien integral; y al hablar de medida,
hablamos de restricciones. No todos los bienes que se presentan ante
cada una de las inclinaciones son bienes que perfeccionan nuestro bien
integral; pueden entrar accidentalmente en colisión con otros bienes.
El deseo sexual que despierta en un hombre una mujer puede
colisionar con su inclinación a vivir en sociedad si esa mujer no es
esposa suya sino de otro. El bien de la comida que excita nuestras
ganas de comer, puede ser contraproducente para nuestra inclinación a
mantener la salud, si alguno de los alimentos que tenemos delante nos
hiciese mal.
¿A quién corresponde velar por esta “integridad” del bien? A la
razón, perfeccionada por la prudencia. No son las inclinaciones por sí
mismas las que pueden discernir cuáles bienes son bienes “en sí”, pero
no “para mí”, es decir, son bienes pero “no son convenientes” para
uno. Un alimento humeante y perfumado estimula mi apetito; pero
sólo mi razón puede darse cuenta si es bueno o contraproducente para
mi salud (o en qué medida me hará bien). Una persona del otro sexo
puede resultarnos atractiva, pero no es nuestra afectividad la que
puede discernir si esos afectos son ordenados o no, porque no es el
afecto sino la razón la que capta los atributos de “casada”, “soltera”,

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La Castidad ¿posible?

“comprometida”, etc., que pueden hacer que ciertos sentimientos


atenten contra los compromisos contraídos.

De lo dicho puede comprenderse cómo, de modo espontáneo,


nuestra razón capta ciertas leyes (grabadas en la naturaleza de las
cosas y particularmente en nuestra misma naturaleza) que protegen el
bien integral de la persona humana y de la sociedad de las personas.
Esas leyes forman el conjunto de lo que denominamos “ley natural”
precisamente porque la razón las descubre en el fondo de las
inclinaciones y de la estructura de la naturaleza humana.
Además, Dios nos ha hecho la gracia de revelar esas mismas
leyes, debido a la debilidad que aqueja a nuestra razón para
descubrirla por sí misma (debilidad derivada de la oscuridad que ha
dejado en ella el pecado original). Esa es la sustancia de los
mandamientos de Dios, que en forma de decálogo (diez preceptos
fundamentales) custodian esos bienes fundamentales de nuestra
persona y su perfecta asociación en el bien integral de la persona
humana.
De ahí que no podrá alcanzar el bien integral de su persona quien
no respete los diez mandamientos (los diez; no siete, ni cinco, ni
nueve). Quien deja de respetar el legítimo derecho del prójimo a su
propiedad (robándole) destruye las relaciones sociales; lo mismo hace
el que miente. El que atenta contra su vida o contra la del prójimo,
quita el bien fundamental en el que se sostienen todos los demás (la
vida). Quien busca el placer sexual desmochando la capacidad
procreativa de nuestra actividad sexual, atenta contra el bien de la
especie, etc.
Pero nuestra realidad no se agota en esta dimensión natural.
Somos, además, imagen de Dios y templos del Espíritu Santo. Tanto
en el alma como en el cuerpo. Al comienzo de la Biblia nos dice el
relato del Génesis que Dios hizo al hombre y a la mujer “a su imagen
y semejanza” (Gen 1,26). Esta prerrogativa consiste

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MIGUEL ÁNGEL FUENTES

fundamentalmente en la espiritualidad de nuestra alma; es decir, en la


capacidad racional de conocer y de amar; y, en el fondo, en nuestra
capacidad de Dios: de conocer a Dios, amarlo y unirnos a Él por la
gracia (“capax Dei”, “capax gratiae”).
San Pablo escribe por el mismo motivo que somos “templos del
Espíritu Santo”: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del
Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que
no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto,
a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,19-20).

Por tanto, la castidad...

Si se entiende correctamente lo que venimos diciendo, se


comprenderá de modo adecuado la naturaleza y función de la castidad.
La castidad es un hábito que asegura la perfección (o sea, el recto uso)
de nuestro apetito genésico (la capacidad de engendrar y sus actos
propios).
Es un hábito. Es decir, una cualidad estable, permanente; una
buena inclinación o energía para obrar de un modo determinado; en
este caso, para obrar en el plano de la sexualidad, según el recto
criterio de la razón (perfeccionada por la prudencia y por la fe).
En una oportunidad escuché a una persona de pocas luces
intelectuales, hablando de los religiosos, decir que estos hacían “voto
de pobreza, castigo y obediencia”. No estaba tan lejos de la idea
original de la castidad, pues castitas (castidad) y castigare (castigar)
tienen raíces emparentadas; y la castidad tiene como función
secundaria el “refrenar”, “sujetar”, o “castigar” el apetito sexual; o
sea, reprimirlo para que no se salga de sus cauces. Pero ésta no es su
única función; más importante es la de encauzar la energía de este
apetito hacia un amor auténtico.

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La Castidad ¿posible?

El fuego es una energía con la que se pueden lograr efectos


buenos y malos, según se maneje. En manos de un herrero el fuego
transforma el hierro duro en materia incandescente y maleable, y con
él forja obras de arte. Pero el fuego sin control es destructivo y mortal.
También el eros o tendencia sexual de la persona puede ser
constructivo cuando la razón lo domina y encauza y la caridad lo
sublima en donación; pero puede destruir cuando consume a uno
mismo o al “otro” como objeto de pasión.
El amor humano tiene dos caras que se distinguen pero no pueden
separarse totalmente: el amor de concupiscencia y el amor de
benevolencia. El primero es el “querer para sí”; el segundo el que “se
dona al otro”. No hay que confundir estos dos aspectos del amor con
las especies del amor: el amor sexual (eros, en griego) y el amor de
amistad (philía, en griego), ni este último con el amor de caridad
sobrenatural (en griego agapé).
El amor de concupiscencia y el amor de benevolencia están
presentes en las especies de amor mencionadas. Son aspectos que no
pueden separarse totalmente porque en nuestros movimientos están
presentes tanto la donación como la posesión, aunque en alguno
parezca mostrarse más uno que otro. Para hablar con exactitud hay que
decir que no podemos tener un amor de entrega o benevolencia que no
implique cierto interés por uno mismo; aunque sí podríamos tener un
amor de deseo, amor de posesión, sin elementos de generosidad
(porque lo primero es lo natural; lo segundo una corrupción). En el
amor de amistad por el que las personas amigas ponen en común los
bienes que poseen, también hay cierto amor de sí mismos, porque al
amigo se lo ama porque eso nos perfecciona, y esto manifiesta que el
deseo de perfección de la propia naturaleza no puede lograrse sino —
¡paradójicamente!— en la entrega total a los demás. Por eso, aun
cuando uno da la vida por los demás (amigos, cónyuge, hijos,
desconocidos, o incluso enemigos) busca (tal vez inconscientemente)
y alcanza su plena madurez, su perfección. Tenía mucha razón aquel
esposo que exclamó, viendo el sacrificio —que terminó en la muerte

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— de su esposa por su pequeño hijo (ella había rehusado el


tratamiento de un tumor para no dañar al hijo que llevaba en su seno):
“¡Me has enseñado a ser hombre!”. Sí, y también ella alcanzó en ese
acto su perfección de mujer y de madre.
Pero podría darse todo lo contrario: un amor que sólo se busca a
sí mismo, sin importarle nada los demás. Como dijo Agustín del amor
mundano: “amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios”. Tal es el
amor egoísta o egocéntrico: que gira sobre uno mismo. Todos los
amores destructores son así.
Tanto el movimiento de verdadero amor natural como el
sobrenatural, incluyen ambos aspectos, pero integrados y
subordinados: es decir, el amor de concupiscencia sometido al de
benevolencia. Jesucristo lo expresó al decir: el que encuentre su vida,
la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 10,39).
¿Dar la vida es encontrarla? ¿Buscarla equivale a perderla? Sólo a la
luz de los párrafos anteriores se entiende esta paradoja de pérdidas
que son encuentros, y hallazgos que son pérdidas.
Pero no puede dudarse que estamos ante una fuerza que, como el
fuego o como la energía atómica, puede construir o destruir; asolar o
madurar. Esas dos caras (deseo y entrega) no son separables en el
amor verdadero; pero pueden sublimarse en una entrega total que sólo
manifestará el término del deseo (del amor de sí) en una dimensión
más alta y sublime (el que da su vida por los demás se perfecciona
pero en un plano muy superior; como el que dona su sangre o un
riñón, sólo obtiene un beneficio para sí en el orden espiritual, en la
perfección social y en el plano de la caridad, no en el físico en el que
pierde “algo”), o pueden desintegrarse ambas arrastrándose hacia
abajo en la búsqueda de sí mismo, en el egoísmo más exacerbado
(como se ve en el lujurioso, el violador o el pornógrafo).

En todo caso, lo dicho evidencia que es necesario un hábito, una


cualidad eficaz capaz de contener y encauzar esta energía hacia el

24
La Castidad ¿posible?

bien. El instinto sexual verdaderamente canalizado puede plenificar a


la persona de la que emana, a la persona que lo recibe, y a la vida en la
que puede fructificar: el hijo.

Dominio de sí

La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una


pedagogía de la libertad humana4. La libertad humana exige como
pedagogía el dominio de sí por parte del ser humano; y la castidad es
uno de los ámbitos donde se aplica dicho dominio (tal vez uno de los
más importantes). La falta o ausencia de la castidad comporta la falta
de dominio del hombre sobre las fuerzas más poderosas que
experimenta en su interior; falta de dominio o falta de control equivale
a esclavitud, y esclavitud es sinónimo de postración, derrota y
desgracia.
“La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una
elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente
desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la
mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando,
liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la
libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios
adecuados”5.
La castidad, de algún modo, nos hacer recuperar (en la medida en
que esto es posible) la armonía original, es decir, del dominio de las
potencias afectivas inferiores por parte de la inteligencia y de la
voluntad. San Agustín enseña: “La castidad nos recompone; nos
devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos” 6. En
nuestro estado actual, esta unidad no se logra, como en el Paraíso, por
un don preternatural venido de Dios, sino por la virtud de la castidad

4 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2339.


5 Gaudium et spes, n. 17.
6 San Agustín, Confesiones, 10, 29, 40. Este texto está citado por el Catecismo (n. 2340).

25
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

humana adquirida elevada al orden sobrenatural por la gracia o bien


acompañada por una virtud infusa complementaria.

Sexualidad integrada en la persona

El Catecismo enseña que “la castidad significa la integración


lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior
del hombre en su ser corporal y espiritual” 7. Esto quiere decir que sin
la castidad la sexualidad forma parte de la vida de una persona
(incluso puede ocupar gran parte de la vida de esa persona), pero no
está “integrada” en su persona. Al no estar integrada, se convierte en
un elemento “desintegrador”. La sexualidad debe ser “humana”; lo
propio de la sexualidad humana es la capacidad de ser un puente de
“relación” con las demás personas y de “donación total” en la relación
particular del hombre y la mujer. Esto diferencia la sexualidad
“humana” de la sexualidad “animal”. La sexualidad animal es
instintiva, es posesiva, no libre, responde a estímulos puramente
biológicos (hormonales, es decir: a los períodos de celo) y es por
naturaleza ajena a la fidelidad (aunque se conozcan casos de cierta
fidelidad y estabilidad en algunas especies animales, esto no responde
a un amor propiamente dicho sino a una necesidad de la misma
especie y en particular a la necesidad de la prole). El ser humano no
puede ejercitar su sexualidad de modo al mismo tiempo libre, fiel,
total, regulado, etc., a menos que sea dueño de sus instintos.
¿Por qué produce esta integración?: “La persona casta mantiene la
integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella. Esta
integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo
comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el

7 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2337. El texto continúa: “La sexualidad, en la que se


expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y
verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don
mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer. La virtud de la castidad, por
tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don”.

26
La Castidad ¿posible?

doble lenguaje”8. La falta de castidad implica desintegración porque la


lujuria es una descomposición de las fuerzas de la persona. La castidad
permite al hombre encauzar todas sus fuerzas hacia un mismo punto:
la persona amada. La lujuria derrama las fuerzas de la persona en
múltiples objetos (para el lujurioso no hay personas amadas sino
personas convertidas en objetos).

Castidad es capacidad

La castidad y la pureza son, por eso, una “capacidad”; es decir,


algo positivo, no algo negativo (está mal, o al menos es incompleto, el
definirlas como mera “ausencia de mancha moral”). Es una energía
interior que da al que la posee el poder de realizar algo; esta capacidad
es poder de ordenar la facultad del apetito concupiscible, con toda su
fuerza y brío, y encauzar toda su potencia ya sea hacia un objeto
concupiscible que “debe” ser amado con toda la fuerza de la persona,
incluida la fuerza sexual (como en el caso de los esposos), o bien
concede la capacidad de transformar esas fuerzas (“sublimar”)
integrándolas en la energía espiritual de la persona (sea en la búsqueda
de la verdad, en el amor de misericordia hacia el prójimo, en el amor a
Dios, etc.).
Es interesante a este respecto lo que escribía Juan Pablo II: “la
pureza es una ‘capacidad’, o sea, en el lenguaje tradicional de la
antropología y de la ética: una actitud. Y en este sentido, es virtud. Si
esta capacidad, es decir, virtud, lleva a abstenerse ‘de la impureza’,
esto sucede porque el hombre que la posee sabe mantener el propio
cuerpo en santidad y respeto, no con afecto libidinoso. Se trata aquí de
una capacidad práctica, que hace al hombre apto para actuar de un
modo determinado y, al mismo tiempo, para no actuar del modo
contrario. La pureza, para ser esta capacidad o actitud, obviamente
debe estar arraigada en la voluntad, en el fundamento mismo del

8 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2338.

27
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

querer y del actuar consciente del hombre. Tomás de Aquino, en su


doctrina sobre las virtudes, ve de modo aún más directo el objeto de la
pureza en la facultad del deseo sensible, al que él llama apetito
concupiscible. Precisamente esta facultad debe ser particularmente
‘dominada’, ordenada y hecha capaz de actuar de modo conforme a la
virtud, a fin de que la ‘pureza’ pueda atribuírsele al hombre. Según
esta concepción, la pureza consiste, ante todo, en contener los
impulsos del deseo sensible, que tiene como objeto lo que en el
hombre es corporal y sexual. La pureza es una variante de la virtud de
la templanza”9.
Un texto importante para entender este aspecto es lo que dice San
Pablo en 1Tes 4,3-5: Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de
vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado
por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. En este
texto se puede observar la dimensión de “contención” que ejerce la
pureza sobre las pasiones (es propio de la naturaleza de la pureza o
castidad la capacidad de contener los impulsos del deseo sensible,
razón por la cual esta virtud es una parte de la virtud de la templanza);
pero aquí se subraya también otra función y dimensión –positiva–
indicada como capacidad de mantener la santidad y honor del cuerpo.
En realidad ambas funciones (“abstención de la pasión libidinosa” y
“mantenimiento del orden corporal”) son recíprocamente dependientes
porque no se puede “mantener el cuerpo con santidad y respeto”, si
falta esa abstención “de la impureza”, mientras que dicho
mantenimiento de la santidad y respeto corporal da sentido y valor a la
lucha para abstenerse de los desórdenes pasionales.

9 Juan Pablo II, La pureza del corazón según San Pablo, Catequesis del 28 de enero de
1981.

28
La Castidad ¿posible?

Parte de la templanza

Pero la castidad es, sin embargo, una parte de la virtud de la


templanza. Templanza o temperancia, es la virtud cardinal que regula
todos los apetitos del bien deseable. Con lo de “parte”, quiero decir
que no puede sostenerse por sí sola. No se mantiene en el aire una
mesa a la que le han quebrado la mitad de las patas.
Ante todo, la castidad entendida restrictivamente como virtud que
modera el apetito sexual (inclinación a los actos generadores de vida)
necesita complementarse con otro hábito que no es una virtud perfecta
sino un complemento de la castidad: la pudicicia. Éste es el hábito que
regula el “entorno” o “marco” de la sexualidad: las miradas, los tactos,
los gestos, los modos. Sin el entorno correcto, la castidad no es
posible. Comparamos la castidad con el fuego; el objeto de la pudicia
o pudicicia, es el combustible del fuego. De hecho, la batalla por la
sexualidad se gana o se pierde en el terreno del pudor. “El que mira a
una mujer deseándola, ya pecó con ella en su corazón”, dice Nuestro
Señor (Mt 5,28).
Tampoco basta con las virtudes que directamente se relacionan
con la materia sexual en las miradas, tactos, pensamientos, etc.
También son necesarias otras cualidades que preparan el terreno a la
castidad (y evitan que lo socaven sus vicios contrarios). Así, por
ejemplo, la generosidad, la capacidad de mortificación, el dominio de
sí mismo, la humildad, la capacidad para perdonar, etc. Todas estas
cualidades tienen mucho que ver entre sí. No se puede, por ejemplo,
ser realmente casto si uno no es manso. Parece que esto tuviera poco
que ver con la castidad, y estoy seguro de que muchos no
comprenderán fácilmente esta afirmación. Pero ¡qué experiencia tan
contraria y triste tienen los (y especialmente las) que sufren violencia
dentro de sus matrimonios! Muchas veces he aconsejado a novios y
novias que observen el comportamiento sexual o sensual de sus
enamorados. Si estos dicen (como varias veces me han comentado)
que “no pueden contenerse” o que “necesitan” expresar sus deseos

29
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

sexuales (o sea, tener relaciones), es una clara señal de que un día tal
vez tampoco puedan contener su mano castigadora o sus deseos de
vengarse, o simplemente de tirarse “una cana al aire” con una mujer
atractiva, del mismo modo que ahora sienten deseo de desfogar su
pasión sexual. Y también vale lo contrario: el que no domina el
egoísmo de su corazón, su terquedad, sus exigencias injustas, la dureza
de sentimientos, etc., ¿cómo podrá contener sus deseos sexuales
cuando estos lo empujen a buscar el placer sin respetar los “tiempos”
del otro, o exigiéndole actitudes humillantes?, o, por el contrario, ¿qué
disposiciones se tendrán para acceder a los pedidos del cónyuge
cuando le pida el débito que no se tiene deseos o ganas de dar, o
cuando se sientan tentaciones de negarlo por estar enfadado o por
guardarle rencor? La vida sexual impone también sus sacrificios y
renuncias, tanto para darse sin tener ganas, como para abstenerse
cuando se sienten ganas pero no es conveniente al cónyuge. ¿Cómo
puede lograrse esto cuando no hay dominio de las pasiones en
general?
El que no domina la lengua, la ira, el rencor, la envidia, el
egoísmo; ¿cómo dominará su sensualidad? El que no domina su
sensualidad, ¿cómo dominará su violencia, su afán de dominio y su
soberbia que humilla a los demás?
Los actos son de la persona y revelan a la persona. Una persona
mantiene una unidad psicológica a través de las diversas
manifestaciones de su vida interior y exterior. Por eso podemos
descubrir la conducta que una persona tiene en los campos en que no
lo hemos visto actuar, observando cómo se conduce en las
dimensiones de su vida que sí conocemos. ¿Cómo será en la vida
íntima tal o cual persona? Tal como es en sus otras manifestaciones.
Pero cuidado; no basta observar la conducta consciente y refleja de la
persona, porque muchos tienden a forjar una imagen para los demás
que no responde a la realidad. Algunos esposos violentos son personas
amables con el prójimo. Muchas personas que exigen actos
degradantes a sus cónyuges, han sido corteses en su noviazgo o son

30
La Castidad ¿posible?

unos caballeros con las esposas de sus amigos. Pero este rostro oculto
de todo hombre y de toda mujer, se trasluce cuando observamos, no
sólo sus modales y sus actos externos, sino su manera de pensar, de
juzgar, su docilidad ante la realidad o su terquedad de juicios, y sobre
todo, su relación con Dios. Decía Chesterton que una matrona que
recibe un inquilino en su casa, más que saber cuánto gana y en qué
trabaja, necesita saber cuál es su filosofía. Ojalá se fijasen en esto los
que se preparan para el matrimonio; las cosas serían distintas. Los
novios miran muchas veces el aspecto exterior, menos frecuentemente
los modos de comportamiento; casi nunca los hábitos mentales de sus
enamorados. ¡El amor es ciego! No; sería más sincero decir que el
amor muchas veces quiere ser tuerto. En mi experiencia personal, he
topado con muchas personas que siendo novios ya conocían ciertos
defectos de sus futuros cónyuges, pero prefirieron entornar los ojos
antes que morir solteros o solteras o se les escapase el último vagón
del tren matrimonial; y el dicho, en muchos casos, se trastocó por “el
amor hace ciegos”, porque terminaron “arrancándose los ojos” a
picotazos.
Muchos matrimonios que terminan en el fracaso no llegarían a
este extremo si estudiaran mejor durante el noviazgo los hábitos de sus
posibles futuros cónyuges. Los hábitos tienden a arraigarse más, no a
desarraigarse. Una persona con corazón duro, es más fácil que se
vuelva violento antes que manso. Una mujer egoísta y frívola, es más
probable que se vuelva mundana, derrochadora y alocada antes que
asentada matrona de casa.
En el tiempo del noviazgo (y en los primeros años de matrimonio)
es necesario, por lo dicho, cultivar las virtudes, y en especial la
castidad. Si las “virtudes” les parecen a los jóvenes de hoy, cosa de
monjas, entonces que no se asombren de bajar, como Dante, al
infierno en esta vida.
Claro testimonio de esta tendencia a agudizarse que tienen los
hábitos es la realidad, cada vez más extendida, de aquellos que esperan

31
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

solucionar algunos dramas sexuales con el matrimonio y terminan


descubriendo que durante su matrimonio se han agudizado. Me ha
tocado ayudar a personas a quienes, durante su vida matrimonial, la
masturbación, la pornografía, la homosexualidad, la infidelidad y el
egoísmo, se les han vuelto más ingobernables que en su soltería.

Mi experiencia como sacerdote que ha atendido cientos e incluso


miles de consultas de novios, esposos, separados, divorciados, viudos
y solteros, es que, sin castidad, no es posible una vida feliz en este
mundo.
La castidad sola no hace feliz al hombre: sólo Dios puede
satisfacer totalmente el corazón del hombre; las virtudes son sólo
medios para llegar a Él.
Pero la lujuria ciertamente hace infelices a sus amadores.

32
La Castidad ¿posible?

Castidad para todos...

Hay muchos que relacionan la palabra castidad con celibato, y en


consecuencia piensan que la castidad es exclusiva de las personas que
deciden consagrarse, por el motivo que sea, a la vida célibe. En
realidad la castidad es para todas las personas, en todos los regímenes
de la vida: casados, solteros, célibes, etc., aunque cada uno de modo
diverso, según el estado de vida de cada persona 10.
Hay una castidad propia de los que han consagrado su vida en el
celibato o la virginidad. Hay otro modo de castidad propio de quienes
creen tener vocación al matrimonio pero aún están solteros o se
preparan al matrimonio mediante el noviazgo; esta castidad se

10 Un libro clásico y muy valioso sobre este tema es el de Dietrich von Hildebrand, Pureza
y virginidad, Desclée de Brouwer, Pamplona 1958. Allí el autor estudia la pureza o castidad en
sí, en el matrimonio y en la virginidad consagrada.

33
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

denomina “castidad simple” o más propiamente “continencia” 11. A una


forma de castidad análoga a estas dos primeras están llamados
quienes, por diversos motivos, distintos del deseo de consagrar su vida
a Dios o a un ideal sublime, no están (ni tal vez nunca lleguen a estar)
en condiciones de formar una familia; ya sea porque nunca
encontraron la persona adecuada con la cual casarse, o porque sufren
un miedo patológico a comprometerse en una vida de intimidad
sentimental o sexual, o bien porque luchan contra alguna desviación
sexual; en todos estos casos hay que considerar que, de hecho, se debe
plantear como ideal la vida casta. También hay un modo de vivir la
castidad que es propio de los esposos, denominado por este motivo
“castidad conyugal”. Hay además una castidad propia de las personas
que, habiendo realizado su vocación matrimonial, por distintos
motivos no pueden ya vivir en este estado (las viudas y los viudos, las
personas casadas que se han separado de sus cónyuges).
Las normas morales son diversas para unos y otros.

Castidad en la virginidad y el celibato

Quienes han ingresado voluntariamente en el estado de virginidad


consagrada o de celibato están obligados a vivir la pureza en su forma
más elevada, renunciando a todo acto sexual y sensual
voluntariamente buscado, y también a todo pensamiento o deseo
sexual o sensual. Este régimen de la castidad exige la mortificación de
los sentidos externos (vista, tacto, etc.) y de los internos (memoria e
imaginación).
La virginidad consiste esencialmente en la continencia
perfectamente libre, elegida para toda la vida por motivos morales. Su

11 “Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de
ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de
recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones
de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2350).

34
La Castidad ¿posible?

aspecto material es la integridad de la carne, inmune de toda


experiencia venérea (integritas carnis, immunis ab omni experimento
venereorum); pero el elemento formal, es el propósito de conservar
esta integridad por Dios (propositum servandi huiusmodi integritatem
propter Deum)12.
La virginidad se pierde al desaparecer la integritas carnis, bien
por el uso del matrimonio, bien por la comisión de un pecado externo
consumado contra la castidad. Los pecados meramente internos y los
externos no consumados destruyen el espíritu de la virginidad, pero no
la virginidad corporal, de modo que mediante la debida conversión
puede seguir existiendo la virginidad en ambos aspectos.
Se entiende que la mera soltería no puede considerarse verdadera
virginidad; porque ésta requiere un motivo moral positivo, que es la
entrega a Dios y a las obras del reino.
El fin primordial de la virginidad y del celibato es el amor a Dios
y a sus cosas o empresas, y no el reputar el matrimonio como algo
indigno o abominable (lo que puede suceder en algunas personas,
especialmente cuando han sufrido algún tipo de abuso sexual o
afectivo durante su infancia). Lo que da valor a la renuncia al
matrimonio es aquello que se intenta seguir (no la renuncia sino el
seguimiento por el cual se renuncia a algo tan grande y noble como el
matrimonio y la familia). Hay personas que son materialmente
vírgenes, pero esto no constituye en ellos una virtud sino en la medida
en que existe un motivo virtuoso que impulse a la persona a realizar
esta elección. No pueden considerarse vírgenes en el sentido cristiano
de la palabra quienes se abstienen del matrimonio o de todo acto
sexual ya sea por puro egoísmo, o para eludir las cargas que impone
una familia, o tal vez para jactarse farisaicamente de la propia
integridad corporal. El único motivo legítimo es la misma belleza y
santidad de la virginidad. Por eso decía San Agustín: “No alabamos a
las vírgenes porque lo son sino por ser vírgenes consagradas a Dios

12 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 152, 3.

35
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

por medio de una piadosa continencia”13. Lo mismo afirman Santo


Tomás y San Buenaventura: la virginidad no goza de la firmeza propia
de la virtud si no nace del voto de conservarla siempre intacta 14.
La virginidad cristiana, además, permite a quien la elige, tender
únicamente hacia las cosas divinas, empleando en ellas el alma y el
corazón, el querer agradar a Dios en todas las cosas, pensar sólo en Él,
consagrarle totalmente cuerpo y alma, a diferencia del casado y de la
casada, como explica San Pablo: El que no tiene mujer, anda solícito
de las cosas del Señor y en qué ha de agradar a Dios... En cambio, la
mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del Señor, para ser
santas en cuerpo y alma (1Co 7,32.34).

¿Se puede justificar esta elección? Sí, y por muchas razones, entre
las que podemos indicar: porque es la forma más elevada de renuncia
al mundo, por el valor del servicio y del amor divinos por los cuales se
abraza, por la primacía del espíritu sobre el cuerpo, que es resaltado
por ella, por la vocación sobrenatural que ella supone. Podemos
resumirlas en tres principales:
(a) Lo primero es que constituye una imitación de Jesucristo
virgen. San Agustín exhortaba: “Seguid al Cordero, porque es también
virginal la carne del Cordero... Con razón lo seguís donde quiera que
va con la virginidad de vuestro corazón y de vuestra carne. Pues, ¿qué
significa seguir sino imitar?”15. “Realmente todos estos discípulos y
esposas de Cristo se han abrazado con la virginidad, según San
Buenaventura, ‘para conformarse con su Esposo Jesucristo, al cual
hace asemejarse la virginidad’”16.

13 San Agustín, De sancta virginitate, 8,8; ML 40,400-401, (cit. Sacra virginitas, 10).
14 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 152, 3 ad 4; San Buenaventura, De perfectione
evangelica, I,3,3, sol.5.
15 San Agustín, De sancta virginitate, 27; ML, 40,411.
16 Pío XII, Sacra virginitas, 12.

36
La Castidad ¿posible?

(b) En segundo lugar, da libertad para servir mejor al Señor. Es


una razón secundaria pero no menos importante. “Fácilmente se
comprende por qué los que desean consagrarse al divino servicio,
abrazan la vida de virginidad como una liberación para más
plenamente servir a Dios y contribuir con todas las fuerzas al bien de
los prójimos. Para poner algunos ejemplos, ¿de qué manera hubiera
podido aquel admirable heraldo de la verdad evangélica, San
Francisco Javier, o el misericordioso padre de los pobres, San Vicente
de Paúl, o San Juan Bosco, educador asiduo de la juventud, o aquella
incansable madre de los emigrados, Santa Francisca Javier Cabrini,
sobrellevar tan grandes molestias y trabajos, si hubiesen tenido que
atender a las necesidades corporales y espirituales de su cónyuge y de
sus hijos?”17.
(c) Finalmente, da libertad para las elevaciones espirituales a
Dios. “El uso del matrimonio impide que el alma se emplee totalmente
en el servicio de Dios” 18. Entendámoslo bien: el matrimonio no es un
impedimento para dedicarse a Dios —más aún, los casados deben
ocuparse de Dios, a riesgo de fracasar en su vida matrimonial—, pero
no podrán tener nunca una dedicación total a las cosas de Dios, pues
su corazón está, por principio, dividido, como recuerda San Pablo (cf.
1Co 7).

De aquí que puedan destacarse tantos frutos en la virginidad


debidamente llevada por Dios, entre los cuales: las obras de
apostolado (uno de los motivos fundamentales para renunciar al
matrimonio es precisamente el poder dedicarse al bien del prójimo; de
ahí que sean principalmente célibes los que se encargan de muchas de
las obras de misericordia: orfanatos, pobres, predicación, misiones,

17 Pío XII, Sacra virginitas,, 13.


18 Pío XII, Sacra virginitas, 14; cita a Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, 186, 4.

37
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

etc.), la oración y penitencia por el prójimo (muchos la abrazan para


dedicarse a la oración y penitencia por la conversión de quienes están
más alejados de Dios y en riesgo de condenarse por sus pecados); el
testimonio de fe (es un acto de fe en la realidad y valor del Reino de
los Cielos, por el cual se renuncia al matrimonio en esta vida), el
ejemplo atrayente de la virtud (“a la virginidad se atribuye una
excelentísima hermosura”, dice Santo Tomás 19; el ejemplo de la
virginidad hace atrayente la virtud a los hombres) y manifiesta la
unión de Cristo con su Iglesia (las vírgenes son imagen perfecta de la
integridad que une a Cristo con la Iglesia).

Permanecer vírgenes o célibes tiene sus sacrificios. Y estos


manifiestan la medida de nuestro amor. A este respecto siempre me
gustó la historia del joven José de Anchieta, quien sería el fundador de
la ciudad de San Pablo, en Brasil. Después que los franceses se
establecieron en Río de Janeiro, en 1555, trabaron amistad con los
indios tamoios y comenzaron a hostilizar a los colonos portugueses,
llegando la situación a hacer imposible la vida para los portugueses
que eran constantemente emboscados, llevados prisioneros y
asesinados en medio de cruentas orgías.
El gran misionero jesuita P. Nóbrega, resolvió ir hasta los tamoios
para intentar la paz. Era una empresa muy arriesgada y casi temeraria.
Escogió como compañero al hermano José Anchieta, joven en quien
confiaba enteramente, experto ya en la lengua de los tupis. Anchieta,
sin embargo, no era aún ni siquiera diácono. Llegaron a Iperuí y
comenzaron los grandes peligros. Pasó el tiempo y las paces no se
concluían mientras que crecían los riesgos. Finalmente fue necesario
que Nóbrega volviese a San Vicente y esperase allí a los jefes indios
que iban a comerciar. Entre tanto, Anchieta quedó como rehén en
Iperuí, constantemente amenazado de muerte. Pero una de las cosas
que más misteriosas resultaban para aquellos salvajes, era la castidad

19 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, 152, 5.

38
La Castidad ¿posible?

del gran misionero. Por eso, más aún que el hambre, el frío y las
amenazas de muerte, José se vio permanentemente tentado contra esta
virtud. Los indios incesantemente le ofrecían y enviaban mujeres para
que tentaran su castidad. José Anchieta se encontraba solo, con 29
años, débil, en medio de la selva, sin el consuelo de ser sacerdote,
privado de su director espiritual, sin el Santísimo Sacramento y sin
confesor. En un arranque de sufrimientos morales hizo voto de escribir
toda la vida de la Santísima Virgen en versos latinos, a cambio de que
Ella protegiese su virtud y lo mantuviera exento de todo pecado. En
ese momento sintió que la Virgen lo había escuchado y tuvo la
seguridad de que no pecaría ni moriría sin haber escrito su poema.
A los indios que venían a decirle: “José, hártate de ver el sol,
porque tal día te mataremos y comeremos”, él respondía con voz
segura: “No me mataréis porque todavía no llegó mi hora”. Su “hora”
era el momento en que terminaría el poema.
Comenzó inmediatamente a cumplir su voto. Paseaba por la playa
y sin papel ni tinta, componía los versos de memoria. A veces, cuando
se trataba de estrofas más difíciles, se agachaba y con el dedo las
escribía en la arena. De ahí surgió la leyenda del Poema escrito sobre
la arena.
Cuando el Beato Anchieta fue liberado y pudo volver con las
paces ya hechas, escribió casi de un tirón, en 1564, el Poema de la
Virgen (“De Beata Virgine Dei Matre Maria”) con casi 5800 versos
latinos, que son una de las glorias de esa lengua. Alcanzó lo que
quería: conservó su castidad; y nos legó esa maravillosa vida de María
escrita en delicados versos. Sólo se lamentaba de no haber muerto
mártir. Él decía que tal vez no era digno de tanto.
Cuando uno ama la virtud (y especialmente la virtud de la pureza)
tiene que estar dispuesto a hacer cosas grandes para luchar por ella.

39
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Solteros con aspiraciones matrimoniales

Evidentemente, las aspiraciones de quien “elige” el celibato no


pueden equipararse con las de quien tiene esperanzas de casarse en
algún futuro próximo o lejano. Me refiero ahora al soltero y la soltera
que actualmente no están de novios (y tal vez nunca lo hayan estado)
ni tienen en vista inmediatamente un buen partido matrimonial, pero
esperan que éste aparezca tarde o temprano. Hay casos en que los
deseos de matrimonio tardan muchos años en concretarse, y casos en
que jamás se hacen realidad (algunos por enfermedad, otros por haber
tenido que emplear los mejores años en atender a sus padres, o
trabajando para mantener su familia, o por muchas otras razones).
Estos no han elegido el celibato, pero el régimen propio del celibato
los obliga por igual hasta tanto no se casen; en algunos casos deberán
vivir como célibes toda su vida. Hay dos mandamientos que
explícitamente nos recuerdan esta obligación: el sexto mandamiento
que manda ser castos en los actos prohíbe los actos impuros y el
noveno que manda ser puros en las miradas, deseos y pensamientos y
prohíbe los pensamientos y deseos impuros20. Además hay un
mandamiento, el primero, que manda que Dios esté en el primer
puesto en todo corazón y que no se ponga ningún ídolo en su lugar;
también por este deber de amor para con Dios, el soltero, mientras
permanezca tal, debe obligarse a las mismas leyes que el célibe.
Para muchos “solteros a la fuerza”, su situación puede resultar
dolorosa, e incluso algunos/as llegan a considerarse fracasados. La
soledad puede ser, en sus casos, un doloroso estigma y una gran
dificultad para vivir plenamente la castidad. Pero aunque vivan sin
familia humana, deben recordar que “están muy cercanos al corazón
de Jesús” y que no deben sentirse “sin familia en este mundo: la
Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están
fatigados y agobiados (Mt 11,28)”21.

20 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2514-2533.


21 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1658.

40
La Castidad ¿posible?

Esta situación nos recuerda que el celibato es un carisma, pero no


se restringe al aspecto carismático. En estos casos bien puede, la
persona soltera, pensar que, si ella no eligió este modo de vida, Dios,
en cambio, la ha elegido a ella (o a él); y que debe descubrir en su vida
aquella misión que la ayude a madurar y realizarse plenamente (y que
probablemente hallará entre las obras de misericordia corporal y
espiritual). ¡Cuántos célebres personajes pertenecen a esta categoría,
como el médico santo, san José Moscatti (1880-1927) y tantos
semejantes a él!
Para llevar adelante una vida célibe con verdadera altura
espiritual es necesario aspirar a tener “estilo” en la vida: “una vida
soltera con estilo”, como la define el P. Groeschel 22, lo que implica
forjar un nutrido grupo de buenas y sanas amistades (porque también
para estas personas vale el dicho: “no es bueno que el hombre esté
solo”), dedicarse a obras de monta, interesarse realmente por los
demás y sobre todo tener una sólida vida espiritual.

Noviazgo y castidad

Los que aún no están casados pero se preparan al matrimonio (los


novios) deben vivir, mientras dure este estado, en perfecta castidad, lo
que no excluye de sus planes, evidentemente, la actividad sexual para
el momento en que estén legítimamente casados, ni excluye un trato
más afectuoso con aquella persona con la que esperan contraer
matrimonio. Estamos aquí ante una línea muy delicada, en la que a
muchos resulta difícil mantenerse, pero que quienes la cruzan en mal
sentido se arrepienten. Los principios morales que siempre ha dado la

22 Cf. Groeschel, The Courage to be Chaste, op. cit., pp. 77-84.

41
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

enseñanza cristiana se resumen en tres: (1º) son lícitas las


demostraciones de afecto, aceptadas por las costumbres y usanzas, que
son signo de cortesía, urbanidad y educación; (2º) son ilícitas tanto las
expresiones púdicas (abrazos, besos, miradas, pensamientos, deseos)
que se realizan con la intención expresa y deliberada de producir
placer venéreo o sexual, aunque no se tenga voluntad de llegar a la
relación sexual completa; y (3º) con más razón son ilícitas las
expresiones obscenas y lujuriosas y las relaciones sexuales completas.
La Asociación de Laicos por la Madurez Afectiva y Sexual (Almas) ha
publicado “Diez razones para vivir la abstinencia en el noviazgo” que
considero oportunas. Las retomo modificadas con libertad 23:

1. La pureza ayuda a tener una buena comunicación con tu


novio/novia, porque la abstinencia sexual hace que los novios no se centren
solamente en el placer sino en la alegría de compartir puntos de vista y
vivencias, además, sus conversaciones son más profundas; la intimidad física
es una forma fácil de relacionarse pero eclipsa otras formas de comunicación;
evita el trabajo que supone la verdadera intimidad emocional, como hablar de
temas personales y profundos y trabajar en las diferencias básicas que hay
entre ambos. ¡Y uno de los temas que hay que hablar en esta etapa es todo lo
concerniente a la moral conyugal, a la vida espiritual y a la práctica religiosa
futura de los esposos!
2. Crece el aspecto amistoso del noviazgo. El noviazgo es una forma
especial de amistad (como el matrimonio lo será en un grado mucho mayor).
En este sentido, la cercanía física es engañosa, pues hace creer que dos
personas están emocionalmente cercanas por estar físicamente juntas, cuando
no es así. Muchas personas casadas tienen sexo pero no viven una profunda
amistad entre ellas; al contrario, pueden estar sentimental y espiritualmente
muy lejos uno del otro. Este aspecto de la amistad debe ser el que se cultive
exclusivamente en esta etapa, dejando el complemento sexual para el
momento del matrimonio.

23 Se puede ver el original, que aquí sólo sigo en las ideas principales, en: Martha Morales,
“10 razones para vivir la abstinencia en el noviazgo”
(www.almas.com.mx/almas/artman/publish/article_1008.php).

42
La Castidad ¿posible?

3. Hay mejor relación con los padres de familia de ambos.


Ordinariamente los padres de familia quieren que sus hijos solteros vivan la
continencia sexual, y no están cómodos sabiendo o sospechando que sus hijos
ejercitan su sexualidad sin estar casados. Hay excepciones a esto (y en
nuestra sociedad extraviada se ve cada vez más un poco de todo), pero en
general, cuando los padres aman a sus hijos, y tienen una formación
elemental sobre lo que es la sexualidad y el matrimonio, éste es su
pensamiento. Al vivir la pureza y tratarse como personas puras, dan
confianza y serenidad a sus padres y estos se sienten más dispuestos a aceptar
el noviazgo de sus hijos.
4. Cada uno de los novios tiene más objetividad y libertad para ver si
ese noviazgo le conviene o no. En cambio las relaciones sexuales crean lazos
que condicionan la libertad. ¡Cuántas personas se dan cuenta de que sus
noviazgos no son convenientes o que sería un desacierto casarse con esa
persona, pero se sienten atadas por los compromisos que supone el haberse
“entregado” sexualmente! He escuchado muchas veces la expresión:
“¡Quisiera cortar pero no puedo!”.
5. Se fomenta la generosidad en vez del egoísmo, pues las relaciones
sexuales en el noviazgo invitan al egoísmo y a la propia satisfacción, como
veremos más adelante al hablar propiamente de las relaciones
prematrimoniales.
6. Hay menos riesgo de abuso físico o verbal, ya que el sexo fuera del
matrimonio se asocia a la violencia y a otras formas de abuso. Por ejemplo,
se da más del doble de agresión física entre parejas que viven juntas sin
compromiso, que entre las parejas casadas. Hay menos celos y menos
egoísmo en las parejas de novios que viven la pureza que en las que se dejan
llevar por las pasiones.
7. Aumenta el repertorio de las expresiones de afecto. Los novios que
viven la abstinencia encuentran detalles “nuevos” para mostrar afecto;
cuentan con inventiva e ingenio para pasarla bien y demostrarse mutuamente
su interés. La relación se fortalece y tienen más oportunidad de conocerse en
cuanto a su carácter, hábitos y en el modo de mantener una relación.

43
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

8. Hay más posibilidades de triunfar en el matrimonio; ya que las


investigaciones han demostrado que las parejas que han cohabitado tienen
más posibilidades de divorciarse que las que no han cohabitado24.
9. Si alguno de los dos decide “romper” esa relación, le dolerá menos,
pues los lazos que crea la actividad sexual por naturaleza, vinculan
fuertemente, y si hay una ruptura, el dolor que esto causa es más grande.
10. Te sentirás mejor como persona, ya que los adolescentes
sexualmente activos, frecuentemente pierden autoestima y admiten vivir con
culpas; en cambio, quienes viven castamente crecen como personas.

Sobre las relaciones prematrimoniales hablaremos en el capítulo


dedicado a las formas de lujuria. Sólo adelanto que, para muchos, el
no considerar el ideal de la castidad en el noviazgo, significa muchas
veces, romper sus verdaderos ideales y caer en la postración, como
aquella muchacha de 24 años que me escribía: “el hecho de tener
relaciones sexuales en el noviazgo ha marcado mi vida; yo tenía la
ilusión de casarme virgen por la Iglesia. Me siento muy mal, no quiero
hacer nada, siento la necesidad de hacer las cosas bien y luego las
echo a perder; no puedo salir de este abismo. Tal vez siento que
inconscientemente estoy decepcionada de mí. Siento mi mente en
blanco”.

El noviazgo es el tiempo de fomentar el verdadero conocimiento


mutuo y en particular los novios deben preocuparse por conocer la
capacidad virtuosa de aquél o aquella que puede terminar siendo su
cónyuge. En varias casas religiosas he visto un cartel que dice: “un
misionero es lo que fue”; quiere decir que el comportamiento actual de
un religioso que está en su etapa de formación ya nos permite prever
cómo será el día de mañana en su lugar de misión; en el trabajo
apostólico vemos los frutos de lo que sembró al formarse. La
24 Puede verse el estudio de la Universidad de Wisconsin, citado más adelante.

44
La Castidad ¿posible?

aplicación vale para los novios y esposos: un esposo o una esposa es


en el matrimonio lo que fue en su noviazgo; es cierto que en muchos
casos cambian para mejor o para peor; pero también es cierto que
además de los cambios que siempre pueden suceder, hay otras cosas
que puede preverse que no cambiarán espontáneamente a menos que
se las trabaje con firmeza: las virtudes que ahora no tenga la novia o el
novio y que ellos no intenten adquirir, difícilmente (y diría:
¡milagrosamente!) las conquistarán más tarde; los vicios y defectos
que ahora no se esfuercen en combatir sólo extraordinariamente se
perderán al casarse. La felicidad en el matrimonio dependerá
principalmente de las virtudes de los esposos y esposas; la infelicidad,
de su falta de virtudes. El noviazgo debe ser, por eso, la etapa en que
principalmente los novios sometan a prueba “de fuego” las virtudes de
sus candidatos y candidatas. ¿Son capaces del sacrificio, de la entrega
generosa, del dominio de sí mismos? ¿Saben negar sus propios
caprichos, imponerse renuncias a sí mismos, tolerar los defectos de los
demás? ¿Son mansos de corazón, dan lugar a Dios en sus vidas
personales y en sus relaciones sociales, tienen afabilidad verdadera (la
que se muestra en los momentos difíciles)? ¿Cuántos novios se
preguntan estas cosas? Más aún, ¿cuántos novios han visto la falta de
estas virtudes en sus novios/as y han seguido adelante? ¡Tantos! ¿Y
qué han cosechado? Fracasos matrimoniales. Hace tiempo una joven
de 22 años, me escribía preocupada desde Estados Unidos,: “Hace seis
meses que estoy de novia con un muchacho al cual estoy segura que
amo y con quien me gustaría compartir toda mi vida. Pero él tiene
diferentes maneras de ver la vida con respecto a las relaciones
sexuales en el noviazgo y a pesar de que durante estos meses me ha
respetado, día a día me sale diciendo que se le está haciendo muy
difícil y que además físicamente necesita hacer el amor. Yo no sé qué
tan ciertos sean esos problemas que tiene con el deseo sexual; no sé
qué hacer. No puedo negar que a veces me cuesta mucho decir 'basta'.
Pero en todo momento pienso en Dios, en lo que mi madre me enseñó
y sobre todo no quiero hacer nada con mi cuerpo de lo que me tenga
que arrepentir más tarde”. Las convicciones de esta muchacha son

45
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

dignas de elogio; piensa acertadamente sobre el noviazgo y el


matrimonio; y elogiable es también la formación que su madre le dio.
Pero es preocupante el apremio de su novio. A ella le contesté en su
momento: “El noviazgo se ordena, entre otras cosas, a demostrarse
que pueden quererse y amarse aun cuando no puedan tener sexo
durante algún tiempo. En la vida matrimonial hay muchas
circunstancias en las cuales no se pueden tener relaciones sexuales
cuando uno de los dos no está en condiciones: durante cierto tiempo
del embarazo, después de un parto, en algunas enfermedades, etc.
¿Serán capaces de amarse afectiva y espiritualmente sin faltar a la
fidelidad? ¿Podrás ser la única mujer de tu esposo, aunque no puedas
satisfacer sus apetencias sexuales en algunos momentos de tu vida?
Esto hay que responderlo en el noviazgo. ¿Cómo? Demostrando que
se aman sin exigirse algo que no pueden darse todavía (por no estar
casados). Esto no es algo que tu novio pueda ignorar. De cómo lo
eduques en el noviazgo dependerá en gran medida cómo será cuando
te cases con él si llegan al matrimonio. No tengas miedo en quedarte
para vestir
santos. Si eres virtuosa y exiges virtud en tu novio, no podrá faltarte
un buen esposo. Además, no hay ninguna persona psíquicamente
equilibrada que tenga necesidades sexuales tan imperiosas como las
que tu novio dice tener. Si no puede contenerse ahora, puedes estar
segura de que no debe haberse contenido anteriormente con otras
(novias o pasajeras); y también puedes suponer que no podrá
contenerse en el futuro, cuando estén casados y tú no puedas
responder a sus deseos por los motivos que hemos dicho. Si el sexo es
para él tan urgente e irreprimible, debería consultar un médico pues
puede ser un potencial adicto sexual. Tu novio debe demostrarte que
es capaz de mantener la castidad durante el noviazgo, es decir de que
es normal; de lo contrario, cuando estés casada con él, te engañará con
otra mujer cuando vuelva a sentir esos deseos físicos y tú no puedas
responderle adecuadamente por enfermedad, indisposición o por
cualquier otra cosa”. Además, si no puede contener sus necesidades
sexuales, ¿cómo saber si es capaz de frenar también sus otras pasiones

46
La Castidad ¿posible?

como la violencia, la mentira, el rencor, la envidia, la gula, en la


bebida? ¡Cuidado con la unidad de la persona! El que no se domina en
una pasión, ¿por qué habría de dominarse en las otras? Si los/as
novios/as toleran los desmanes sensuales a sus novios/as, no deben
quejarse si como esposos/as les salen borrachos, golpeadores, celosos
o infieles.
¿Piensan todos los novios y novias en probar la normalidad
psicológica de sus futuros cónyuges en un terreno tan serio como es la
sexualidad? Si lo hicieran no habría tantos matrimonios fracasados
después de pocos años o meses de casarse.

Qué distinta es la figura de aquella Lucía, inmortalizada por


Manzoni en su novela I promessi sposi (Los Novios). Lucía es la
enamorada casta, capaz de amar sin dobleces a su novio por Dios y
según Dios. Es capaz de decir con firmeza, aunque llenándose de
rubor, a su buen Lorenzo: “yo quiero ser tu mujer, pero ha de ser por
el camino derecho, en la iglesia, como lo manda la ley de Dios”. ¡Y
eso que Lorenzo sólo le pedía que lo ayudase a “presionar” un poco al
señor cura que no quería casarlos por miedo a un influyente
“personaje” que se había apasionado de su joven novia! Amaba Lucía
tanto su castidad como a su prometido; al punto tal que al ser raptada
por un inescrupuloso delincuente, prometió a la Virgen, como voto y
sacrificio a cambio de que Ella la hiciese volver sana e íntegra,
guardar virginidad perpetua y renunciar a su matrimonio con
Lorenzo... ¡Lorenzo a quien amaba más que a su vida! Sí, ¡pero no
más que a su virtud y a Dios a quien se debía casta y pura!
Lucía no ha pasado de moda como no ha pasado de moda el valor
de la castidad. Todo está en lo que estemos dispuestos a sacrificar y
por qué estemos dispuestos a sacrificarlo.

47
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Castidad y matrimonio

Las personas casadas tienen un régimen especial de castidad que


consiste en realizar sus actos matrimoniales abiertos a la vida. El amor
de los esposos, si es verdadero, es fecundo, pues a eso tiende por
naturaleza. Por eso la Iglesia enseña que todo “acto matrimonial, en sí
mismo, debe quedar abierto a la transmisión de la vida” 25. Dios ha
puesto una inseparable conexión entre los dos significados o aspectos
del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreativo 26.
Esto quiere decir que en todo acto sexual, por naturaleza, se dan dos
dimensiones: el acto une a los esposos íntimamente (física, afectiva y
espiritualmente) y al mismo tiempo es potencialmente fecundo (no
siempre un acto sexual produce una concepción de un hijo, pues esto
depende de otros factores, pero siempre, si se respeta la naturaleza, los
esposos ponen las condiciones, en lo que está de su parte, para que se
dé una concepción humana). El hombre no tiene derecho a romper por
propia iniciativa ese vínculo entre esas dos dimensiones. No se puede
querer uno destruyendo el otro (ya sea la unión sexual volviendo al
mismo tiempo infecundo el acto, como sucede con la anticoncepción;
o la procreación sin conexión con la unión sexual, como ocurre en la
fecundación extracorporal o in vitro)26.
Esta realidad de los dos “significados” implicados en el acto
sexual no es fácil de comprender para todos. Es una verdad grabada en
la naturaleza misma del acto conyugal, pero que exige una mirada
intelectual para comprender su sentido profundo. Toca el misterio del
lenguaje corporal, que ocupa un elevado porcentaje de nuestras
comunicaciones humanas (los gestos). El acto sexual es, por su
naturaleza, una palabra física, con la que dos personas expresan sus
afectos y su más íntima voluntad. Una “palabra” que tiene un doble
significado que todo hombre y toda mujer ya encuentran acuñado en

25 Pablo VI, Humanae vitae,


11. 26 Ibid., n. 12.
26 Cf. Miguel A. Fuentes, La ‘Humanae vitae’ de Pablo VI. Esencia de un documento
profético, en Rev. Diálogo 21 (1998), 101-117.

48
La Castidad ¿posible?

ese gesto, al igual que un abrazo es signo de amistad o de consuelo, un


beso es signo de benevolencia y saludo, un puño alzado y una mirada
crispada son signo de amenaza y venganza, etc. No somos dueños de
estas “palabras naturales”; sólo tenemos dominio (y poder de cambiar)
sobre los signos convencionales (como los colores con los que
indicamos el peligro o la seguridad; o advertimos que nuestro perro
muerde o que un alambre tiene electricidad).
El acto sexual quiere decir y dice, por naturaleza: “te doy todo lo
que soy y recibo todo lo que eres, ya no somos dos sino una sola carne
y un solo corazón”. Rúbrica de este profundo significado es que la
naturaleza, por el mismo apasionamiento que acompaña el instinto
sexual, prevé una psicología de “fundición”: quienes se unen, en el
momento en que lo están haciendo, quisieran disolverse física y
psíquicamente uno en el otro. El acto, por naturaleza (no por libre
convención humana) tiende a perpetuarse (y psicológicamente la
persona querría que ese momento se detuviera inmortalizando la
mutua inhesión). Las poesías amatorias están plagadas de frases que
dicen de diversos modos una misma verdad: “quisiera que este
momento fuera eterno”. Esto lo realiza la entrega del uno al otro a
través de la capacidad procreadora. Como escribía un poeta a su
esposa:

“...sueña la melodía, la gracia de la sangre que


fue de mí a tu vida, al hallazgo del hijo”.

El egoísmo, muchas veces, abusa de esta palabra y le roba uno de


sus indisolubles significados. Pero al hacerlo, el lenguaje humano se
torna caprichoso y mentiroso. Judas besó a Cristo en el Huerto, pero el
traidor no cambió (no podía) el significado del beso; por eso traicionó
doblemente: a Cristo, entregándolo a sus enemigos; al beso,
falsificando el gesto de amor.

49
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

De todos modos, los esposos pueden, en algunos casos,


abstenerse durante los períodos de fertilidad de la mujer (cuando haya
motivos graves que sugieran la conveniencia de no poner las
condiciones de una nueva concepción) eligiendo para sus actos
completos (es decir, la unión sexual plena) los momentos de
infertilidad. En esto consisten sustancialmente los llamados métodos
naturales para regular la fertilidad. Además, siempre les es lícito
expresar su amor por medio de manifestaciones sensuales y sexuales
incompletas (es decir, que no terminan en ningún acto pleno u
orgasmo). La castidad también les exige encauzar todos sus deseos y
pensamientos sólo hacia su legítimo consorte y les prohíbe dar lugar
en la imaginación o en las miradas a imágenes que tengan por objeto
otra persona que no sea su esposo o esposa (aunque esto sea buscado
como medio para realizar luego el acto conyugal con el cónyuge
legítimo).
En todo caso, la castidad de los esposos nada tiene de frialdad.
Los cónyuges deberían rezar antes de sus relaciones íntimas, pidiendo
a Dios la capacidad de darse sin reserva y con pureza, como Tobías
antes de unirse a Sara (cf. Tobías 8,5-8). El médico francés René Biot,
en uno de sus libros, recuerda una oración que corría en su tiempo,
puesta en boca de la esposa, pero que vale para ambos cónyuges, que
cito ligeramente retocada:

¡Oh, Dios Creador, que has querido este contacto


íntimo del hombre y la mujer, ayúdame a ser a la vez casta y
ardiente; casta para complacerte, ardiente para que mi
esposo(a) querido(a) reciba de mí todo el amor que Tú le
das el derecho de buscar y desear. Y si permites que un niño
nazca de nuestra unión, bendícelo, protégelo, que sea para
siempre tuyo, útil a las almas y a la Iglesia, fuera cual fuese
la vocación a la que lo llamas en este mundo.

50
La Castidad ¿posible?

Ten piedad, Dios mío, de los que se aman así en la


carne, sin tener derecho a ello, y dales valor para separarse a
fin de obedecer tu ley.
Pero a todos los esposos, dales, Dios mío, por la gracia
del matrimonio, un mutuo atractivo que facilite su unión
para el mayor bien de las familias cristianas” 27.
¡La castidad conyugal no es apatía!

Viudos, casados separados de sus cónyuges y quienes no pueden

llevar una vida sexual plena

En este grupo heterogéneo debemos colocar casos diversos que


guardan entre sí alguna analogía.
Ante todo el de las personas casadas que ya no viven con su
legítimo cónyuge por haberse separado (a veces de modo inculpable
por parte de uno de ellos). Si bien no les es lícito realizar actos
sexuales con quien no están legítimamente casados, sin embargo, no
es pecado para ellos pensar o recordar los actos realizados con su
cónyuge legítimo, porque todo lo que es lícito hacer, es también lícito
desearlo y recordarlo (salvo que esto sea peligro próximo de consumar
sus deseos en un acto ilícito sea solo o con otros).
Este estado es para muchos una cruz, pero es una cruz a la que
deben abrazarse por amor a Cristo y por fidelidad a lo que le
prometieron delante de Dios, aunque su fidelidad no sea correspondida
por su cónyuge.
Estos no deberían hablar, como lamentablemente se oye a
menudo, de “mi ex-esposo o mi ex-esposa” o simplemente “mi ex”. El
vínculo matrimonial contraído ante el altar de Dios no se ha roto. No
viven juntos y puede ser que haya de por medio heridas muy grandes

27 René Biot, La educación del amor, Desclèe de Brouwer, Buenos Aires 1957, p. 54.

51
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

que los han llevado a la separación; pero siguen siendo esposos ante
Dios, obligados a rezar uno por el otro. El lenguaje así empleado
tergiversa el concepto de “perpetuidad” que es propio del vínculo
matrimonial (“hasta que la muerte los separe”); y el concepto
tergiversado termina por hacer borrosas las motivaciones para
mantenerse firmes en estas circunstancias.
Hay otras situaciones análogas como la de quienes, estando
legítimamente casados, no pueden llevar una vida matrimonial plena
por enfermedad (física o psíquica) de uno de los dos. Es ésta una dura
cruz, pero que con la ayuda de Dios puede llevarse.
Hace un par de años recibí una carta que me resultó
particularmente interesante. Entre otras cosas me decía lo siguiente:

“He leído que después de hacer sus votos finales, sólo el 10% de
los sacerdotes se apartan del ministerio. En comparación, más del 50%
de los matrimonios fracasan.
No estoy seguro, pero me parece que podría decirse que los
sacerdotes son más felices que los hombres casados. Hay muchas cosas
que se combinan para efectuar un estado de felicidad o de lo opuesto en
la vida de una persona. Pero me parece que una de las cosas mas
grandes que nos trae felicidad o dolor es la castidad.
Todo ser humano es llamado por Dios a vivir una vida casta. Todo
cristiano entiende, o debe entender, que el placer sexual ha de limitarse
solo a los abrazos amorosos de las parejas legalmente casadas. Los
solteros por edad o por condiciones físicas o por el celibato no pueden
gozar legítimamente del placer sexual.
La diferencia, tal vez, entre los religiosos y los casados es que un
sacerdote se ha dedicado por completo a la castidad. Desde el principio
de su formación religiosa tiene como uno de sus propósitos centrales el
gran deseo de ofrecerse por completo a Jesucristo: mente, corazón y
cuerpo. Está dispuesto a sacrificar el placer sexual por toda la vida como
una muestra de la unión que desea hacer con Dios. El hombre casado, en

52
La Castidad ¿posible?

cambio, usualmente no ha pensado jamás en la castidad de esta manera.


Consideran que el placer sexual es como cualquier otro apetito: que al
sentir el deseo hay que satisfacerlo inmediatamente. Me parece que el
amor se pierde rápidamente cuando no hay autodominio, y cuando lo
que se espera es la gratificación propia. Los que nos ponemos a nosotros
mismos primero, y al placer sobre todas las demás cosas, vamos a dejar
de amar y terminaremos buscando el divorcio.
Los que ponemos primero a Jesucristo en nuestras vidas, y que
vivimos como si la virtud fuera lo principal, vamos a crecer en nuestro
amor hacia nuestras esposas y no habrá tantos divorcios.
Así, me parece que, en cierto sentido, el sacerdote, por el hincapié
que pone en lo que realmente es de importancia, tiene una ventaja. Pero
el celibato es horriblemente difícil 28. Entiendo que algunos sacerdotes
tienen el don del celibato. Pero los que no lo tenemos, debemos luchar
constantemente por mantenernos puros de corazón y mente y
continentes de cuerpo.
Yo estoy casado desde hace más de treinta años. Tenemos hijos ya
grandes que han hecho sus propias vidas. Mi esposa sufre depresión. Ya
cuando éramos novios siempre padecía de tristezas. Me gustaba poder
elevar su espíritu y hacer que se riera de nuevo. Después de casarnos su
depresión empeoró. Siempre fue una buena madre y una cocinera
maravillosa. Hasta el día de hoy somos grandes amigos y hacemos todo
juntos. Siempre hemos trabajado dentro de nuestra iglesia en muchos
llamamientos y cargos diferentes. Los demás no tienen la menor idea de
nuestra vida personal.
Sucede que hace ya más de un cuarto de siglo me encontré
viviendo en mi propio dormitorio. He dormido solo por todos esos años.
Me parece que la soledad en el matrimonio puede ser mucho más dura
que la soledad del soltero. ¿Cómo podría explicarle lo que he tenido que
hacer para conformarme con mi vida? He orado mucho. He tenido que
aprender por la dura práctica lo que se puede decir y lo que no hay que
mencionar. Creo que he llegado a ser un hombre mucho más paciente y

28 He dejado el término original, aunque me parece que la idea del autor no es indicar lo que
nosotros solemos expresar en castellano con esta palabra, sino en el sentido de “muy difícil”.

53
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

tolerante y amoroso de lo que jamás habría logrado si mi esposa hubiera


sido cariñosa y si hubiéramos compartido el lecho.
Pero Dios no me ha dado esas cosas. Ha sido MUY difícil llegar
aquí, pero puedo decir que me siento casi contento, y que estoy
dispuesto a vivir así hasta que muera. No voy a separarme de mi esposa.
Y el gran secreto de esto es la castidad. Yo me entrego a mi esposa
cada día con mi castidad. No soy perfecto y a veces no he luchado
como corresponde. Pero no me doy por vencido jamás, y tengo fe que al
fin de todo mis esfuerzos llevarán fruto.
Le escribo todo esto sólo para decirle que creo entender un poco lo
que ustedes sacerdotes tienen que enfrentar para entregarse por
completo a Jesucristo con el sacrificio del placer sexual. Ruego al Señor
en mis oraciones que cada día nos ayude a ser más como él en nuestra
búsqueda de la perfección.
Sigo esperando, pidiendo y anhelando que Dios me dé el don de la
castidad perfecta. Pero él nos ama. Él tiene sus propios propósitos para
nuestras vidas. Sabe lo que realmente necesitamos para ser felices.
¡Qué Dios lo bendiga!
A propósito, aunque no soy católico (serví en una misión para mi
iglesia durante tres años en un país de Sudamérica, donde aprendí
también a hablar y a escribir en castellano), he pensado muchas veces en
la vida de los sacerdotes católicos y en el gran sacrificio que hace un
joven católico al entrar al seminario. Esa elección me parece
profundamente difícil. He estudiado en Internet muchas páginas de los
conventos y monasterios católicos. Creo que estos muchachos y
muchachas son completamente normales física, social, intelectual y
emocionalmente. No puedo sentir otra cosa que admiración por su
dedicación total a la fe y al Señor Jesucristo”.

Al llegar a las líneas finales de esta carta quedé admirado de


encontrarme con la sorpresa de que su autor no era católico, sino un
misionero protestante. Los protestantes en general (tanto anglicanos
como en las demás iglesias de la Reforma) no tienen clero célibe; sus

54
La Castidad ¿posible?

sacerdotes pueden casarse; sus Iglesias también aceptan el divorcio y


muchas cosas más que están lejos de las enseñanzas católicas sobre la
castidad (al menos en lo que hace al matrimonio). La vida matrimonial
de este hombre ha sido muy dura, pues una de las pruebas más
difíciles en esta vida es convivir con una persona depresiva. A él lo
obligó a vivir en habitaciones separadas tan solo cinco años después
de casarse. Y sin embargo este hombre ha encontrado en la práctica de
la castidad (y no la castidad conyugal de un matrimonio sexualmente
activo, sino una castidad total obligada por la enfermedad) el secreto
de su serenidad. Esta comprensión de la castidad y del celibato como
expresión del equilibrio y de la madurez afectiva, es lo que le permite
captar la normalidad de quienes abrazan voluntariamente la virginidad.

También tenemos en una situación análoga, a los viudos y viudas.


Estos pueden, ciertamente, volver a casarse, pero muchos de ellos no
lo hacen y permanecen solos o con sus hijos, si los han tenido de su
matrimonio. El mantener la castidad en este nuevo estado merece un
título particular de honor. Honra a las viudas, dice San Pablo; y
añade: a las que son verdaderamente viudas (1Tim 5,3). Las
“verdaderamente viudas” son las que no sólo han perdido a sus
cónyuges sino que han quedado solas — desamparadas— en el
mundo.
Al haber incorporado la actividad sexual como parte de sus vidas,
la viudez puede representar una dificultad para la castidad de estas
personas. Los hábitos relacionados con la sexualidad que han
adquirido legítimamente, siguen exigiendo su satisfacción al margen
de que la persona decida no volver a casarse, o no pueda hacerlo. Los
viudos y viudas deben tener en cuenta que el régimen de la castidad
es, para ellos, particular: como cualquier otra persona deben mantener
la pureza de cuerpo y alma, y si quieren continuar con una vida sexual
activa, tendrán que pensar en casarse nuevamente; sin embargo, no
representa para ellos ningún pecado el recordar y gozarse de los actos
que legítimamente ejercitaron con su cónyuge cuando éste vivía. El

55
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

principio es el mismo que hemos señalado para los separados de un


matrimonio legítimo: es lícito recordar y gozar de lo que se hizo
lícitamente. El límite, sin embargo, lo determina los actos que estos
recuerdos puedan ocasionar: no es lícito consumar ningún nuevo acto
sexual (ni solo ni acompañado) que no sea dentro de un nuevo
matrimonio; esto impone moderación en los recuerdos e
imaginaciones.
Para poder llevar adelante una viudez con plenitud espiritual, será
necesario, para estas personas, tener una vida espiritual seria y con
“altura”. Para muchos y muchas el camino más adecuado para colmar
la laguna que la viudez ha dejado en el corazón será encauzar el amor
a través de la caridad misericordiosa con los más necesitados (pobres,
enfermos, presos, abandonados).
Los que viven situaciones irregulares

Un caso especial lo representan las personas que conviven como


esposos sin estar casados; el más grave y complicado de estos casos es
el de quienes estuvieron antes casados con otras personas y, después
de separados, se han unido nuevamente. Algunos llaman a esto
“rehacer la vida”. No ignoro que hay situaciones muy especiales;
casos en que se arrastran dramas de años, matrimonios fracasados,
injusticias sufridas sin culpa de quien ahora quisiera vivir en paz con
Dios, pero está conviviendo con quien no es su esposo o su esposa.
Estas situaciones irregulares son muy penosas para las mismas
personas implicadas, para quienes forman parte de su familia, para sus
hijos, para sus amigos y para quienes quieren ayudarlos. Aun en los
casos más dolorosos hay que ser fieles a la verdad: no hay aquí
verdadero matrimonio, ni puede haberlo mientras subsista algún
vínculo anterior. Para ser coherentes con las exigencias de Dios y con
los compromisos tomados una vez ante el altar de Dios (aunque ahora
se considere un error el haber contraído aquel matrimonio) deberían
separarse; y si esto no es posible (especialmente cuando hay hijos
pequeños de por medio que necesitan de la referencia constante tanto

56
La Castidad ¿posible?

de su padre biológico como de su madre biológica), deberían intentar


vivir como hermanos bajo el mismo techo, es decir, vivir en la misma
casa, pero en habitaciones separadas y sin tener ningún tipo de trato
propio de los esposos; además de esta norma elemental de convivencia
casta, deberían “reparar el escándalo en la medida de lo posible” 29, lo
que sólo pueden hacer tratándose públicamente no como casados sino
como amigos, pero evitando ante los demás (así como en privado)
todo trato de palabra o de gesto que pueda prestarse a equívocos o
ambigüedades. Se com- prende que estas normas habrán de resultar
duras y difíciles de cumplir para muchas personas que se encuentran
en esta situación, pero lo exige la coherencia cristiana y la obligación
que tienen hacia sus hijos de educarlos sin confusiones morales. Sólo
viviendo la castidad de esta manera pueden acceder a los sacramentos
de la confesión y de la eucaristía (a veces en forma privada), como ha
enseñado Juan Pablo II; a saber: (a) si “por motivos serios, —como
por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir con la
obligación de la separación” (téngase en cuenta, pues, que el Papa
señalaba en primer lugar que hay una obligación de intentar separarse,
o sea, de dejar incluso de vivir bajo el mismo techo, por el escándalo
que puede representar, y sólo motivos serios puede permitir esta vía
extraordinaria); (b) y “asuman el compromiso de vivir en plena
continencia, o sea, de abstenerse de los actos propios de los esposos” 30.
Por “actos propios” se entiende no sólo los actos sexuales plenos,
sino toda intimidad conyugal y muestra de afecto que no corresponde
a personas que no están casadas entre sí.

Homosexualidad, desviaciones sexuales y castidad

También las personas con tendencias homosexuales (y por


extensión se puede decir lo mismo de los que experimentan otras
tendencias más graves) están llamadas a vivir la castidad de modo

29 Häring, B., La ley de Cristo, Herder, Barcelona 1973, III, p. 389.


30 Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84.

57
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

total y unir a la cruz de Cristo el sufrimiento que les puede causar su


problema31. Una persona con tendencias homosexuales me ha escrito:
“Soy homosexual convencido y mantengo relaciones sexuales desde
hace mucho tiempo. ¿Todavía tengo salvación?”. Sí, la salvación no
está cerrada a ningún pecador; y no solamente tiene posibilidad de
salvación sino de llegar a la perfección cristiana; pero a cambio de
luchar contra su inclinación, que debe reconocer como desordenada.
La persona que experimenta inclinaciones homosexuales está
llamada a vivir la castidad, como explica muy bien el P. Benedict
Groeschel en su libro “El coraje de ser castos” 32. La persona con
inclinaciones homosexuales no tiene aptitudes para la vida
matrimonial. La vocación matrimonial, como es obvio, no consiste en
la actividad sexual estable entre un hombre y una mujer; es mucho
más que eso, aunque incluya el aspecto esencial de la sexualidad. La
persona con tendencias homosexuales puede ciertamente mantener una
actividad sexual con una persona de otro sexo, pero no se siente
atraído hacia ese tipo de complementariedad. De hecho muchas
personas con tendencias homosexuales no experimentan hacia
personas de su propio sexo una atracción básicamente genital, sino
más amplia: afectiva y espiritual. Por eso suelen fracasar en su vida
matrimonial si se han embarcado en ella (por los motivos que sea), o
bien llevan como una llaga una especie de doble vida (aunque no
necesariamente se envuelvan afectiva o sexualmente con personas de
su mismo sexo; pueden ser fieles a su compromiso matrimonial, pero
con una profunda desazón). Puede servir de ejemplo la siguiente carta
que me escribió una persona con tendencias homosexuales y varios
años de matrimonio: “Soy un hombre de 39 años, casado desde hace
doce. Antes de casarme tuve algunas experiencias homosexuales que

31 Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Estas personas están llamadas a realizar
la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las
dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están
llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad
interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la
32 Groeschel, Benedict, The Courage to be Chaste, Paulist Press, New York 1985.

58
La Castidad ¿posible?

me hicieron sentir muy mal conmigo mismo y con Dios Nuestro


Señor. Soy católico y siempre he tratado de mantenerme dentro
________

oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la


perfección cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2358-2359).
de la fe; también pertenezco a un movimiento de oración y siempre
estoy buscando acercarme a Cristo, pero desde hace cuatro años volví
a tener experiencias de este tipo, e incluso he llegado a sentirme
enamorado de otros hombres, siempre tratando de poder sobrellevar
ambas cosas: mi matrimonio y la relación con otro hombre. Sé
definitivamente que no es correcto pero en realidad me cuesta mucho
trabajo desprenderme de esto, lo he platicado con algunos sacerdotes y
me han aconsejado, pero me siento muy vulnerable ya que en muchas
ocasiones, y sin siquiera yo buscarlo, se presenta la oportunidad y
caigo. Definitivamente esto me hace sentir muy solo, a veces hasta
despreciable conmigo mismo. Amo de verdad a mi esposa y a mi
familia, pero siento un vacío grande en ese aspecto; quisiera llenar ese
vacío con la presencia de Cristo pero a veces no sé como hacerlo. En
verdad me siento desesperado”. Como puede verse, el matrimonio no
ha sido la solución para este hombre (como para muchos como él).
Más adelante hablaremos de la posibilidad y medios para aspirar a la
curación de la homosexualidad.
Quienes se sienten atraídos hacia personas de su mismo sexo,
tampoco pueden aspirar a la vocación sacerdotal ni religiosa, como ha
señalado claramente la autoridad de la Iglesia. Para que el llamado de
Dios sea auténtico (o sea, venga efectivamente de Dios) se requiere
idoneidad física, psíquica, intelectual y moral. No hay que confundir
esto con la “atracción” que algunos adolescentes sienten hacia jóvenes
de su mismo sexo como tentaciones pasajeras durante la adolescencia
(se reconoce que se trata sólo de tentaciones propias de la etapa del
descubrimiento de la propia sexualidad en que pueden ser fácilmente
rechazadas, no llegan a perturbar la conciencia más de cuanto lo puede
hacer cualquier otro tipo de tentación —salvo cuando el adolescente

59
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

que las experimenta no se anima a consultar y se preocupa


obsesivamente por lo que experimenta— y terminan por desaparecer
con el tiempo); en este caso no parecería haber ningún impedimento
para la vocación a la vida religiosa o sacerdotal. Pero si en cambio se
trata de una “inclinación” propiamente dicha, firme y arraigada, fuente
constante de tentaciones, aunque no estemos ante una persona
declaradamente “homosexual”, sin embargo, tal inclinación es signo
de que no hay idoneidad moral o psicológica para esta vocación
particular34.
Para el sacerdocio y la consagración religiosa en un comunidad o
instituto de vida consagrada es fundamental la vida del celibato y la
posibilidad de vivirlo con serenidad y sin dramaticidad. La tendencia
homosexual es una desviación de orden afectivo que

34
Puede leerse al respecto: Pablo VI, Sacerdotalis coelibatus, especialmente el n. 64; Pío XI,
Ad Catholici sacerdotii, especialmente el n. 55. El Papa Juan Pablo II ha dicho: “Es mi deber
encarecer una renovada atención a la selección de las vocaciones al Seminario, poniendo todos
los medios a disposición para lograr un adecuado conocimiento de los candidatos, en particular
desde el punto de vista moral y afectivo... Que ningún obispo se sienta excluido de este deber de
conciencia. Tendrá que rendir cuentas directamente ante Dios... Sería lamentable que por una
malentendida tolerancia, se admitiera a la ordenación a jóvenes inmaduros o con evidentes signos
de desviaciones afectivas, que como es tristemente conocido pueden causar grave escándalo en la
conciencia de los fieles y daño evidente para toda la Iglesia”. Por ello, recordó que “la fidelidad a
la doctrina sobre el celibato sacerdotal por el Reino de los Cielos debe ser considerada con gran
estima por la Iglesia”. Y especialmente, insistió, “cuando se trata de discernir en los candidatos al
sacerdocio la llamada a una entrega incondicional y plena... Es necesario recordarles que el
celibato no es un elemento extrínseco e inútil, una superestructura a su sacerdocio, sino una
conveniencia íntima para participar en la dignidad de Cristo y en el servicio de la nueva
humanidad” (Discurso a un grupo de obispos del Brasil, 5 de setiembre de 2000). Y la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se expidió claramente
sobre el tema en su “Respuesta a cuestiones sobre la Ordenación de Homosexuales”: “La
Congregación para el Clero ha enviado a esta Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos una carta de su Excelencia, pidiéndonos que clarifiquemos la posibilidad de
que hombres con tendencias homosexuales puedan recibir la ordenación presbiteral. Esta
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, consciente de la
experiencia resultante de muchas causas instruidas con el propósito de obtener la dispensa de las
obligaciones que derivan de la Sagrada Ordenación, y luego de debida consulta con la
Congregación para la Doctrina de la Fe, expresa su juicio como sigue: la ordenación al diaconado

60
La Castidad ¿posible?

y al presbiterado de hombres homosexuales u hombres con tendencias homosexuales es


absolutamente desaconsejable e imprudente y, desde el punto de vista pastoral, muy riesgoso.
Una persona homosexual, o una con tendencia homosexual no es, por consiguiente, apropiada
para recibir el sacramento de las Sagradas Órdenes” (Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, Respuesta a cuestiones sobre la Ordenación de Homosexuales,
16 de mayo de 2002, Prot. n. 886/02/0. Firma Jorge A. Cardinal. Medina Estévez, Prefecto).
perturba la convivencia equilibrada y la vida emotiva de la persona y,
si es consentida, se convierte en pecado grave contra la castidad (ya
sea de pensamiento o de obra). Por estos motivos las personas que
sufren estas inclinaciones —independientemente de los tratamientos
terapéuticos que puedan intentar— deben considerarse llamadas a una
vida que exige valor, pero que representa el único camino seguro y
sano: la castidad perfectamente vivida en la vida privada.
¿Puede pensarse, para todos los estados y situaciones que hemos
mencionado, una castidad posible? Será el tema de los siguientes
capítulos.

61
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

VI

Ideas claras sobre la sexualidad

Para muchas personas la idea de la castidad resulta tan


inextricable como un jeroglífico egipcio por la razón de que su misma
noción de la sexualidad parte de conceptos equivocados. Antes, pues,
de seguir adelante, pongamos orden en algunas de nuestras ideas.
Comencemos por despejar un equívoco: no está bien decir que
“tenemos tal o cual sexo”. La idea de “tener” algo implica una
distinción entre mi conciencia personal (mi “yo”) y aquello que se
posee (tengo un auto, una casa o una camisa; ninguna de esas cosas
soy yo mismo). Nosotros, en cambio, como personas, somos un
“todo”, una perfecta unidad sustancial de cuerpo (material) y alma
(espiritual). Tan es así que no es sino a través de mi cuerpo, que mi
alma se expresa; y también que se alcanza a la persona misma en su
realidad concreta. Con una feliz expresión, el Concilio Vaticano II

62
La Castidad ¿posible?

habló del hombre “corpore et anima unus”: una sola cosa en cuerpo y
alma. Un psicólogo, el Dr. Abelardo Pithod, tituló uno de sus libros
con una acertada fórmula: “el alma y su cuerpo”. Por eso, en el
hombre, todo es humano, incluso los procesos más inconscientes de su
biología, porque todo en él está asumido de modo eminente (o sea,
elevado) por su alma espiritual que es lo que le da unidad.
Y, por su parte, nuestra corporeidad no existe sino sexualmente
diferenciada, es decir, caracterizada por elementos sexuales
masculinos o femeninos en todas sus dimensiones físicas; caracteres
que son distintos en el varón y en la mujer, pero a la vez
complementarios. En un diagrama lo presentaríamos así:

63
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

En todas sus dimensiones el varón y la mujer tienen


características diferentes, pero que apuntan mutuamente como
complementarias:
• En sus cromosomas: XX para la mujer; XY para el varón.
• En sus células sexuales: óvulo en la mujer, espermatozoide
en el varón.
• En los conductos precursores del aparato reproductor:
conducto de Müller en el caso de la mujer, conducto de Wolff
en el del varón.
• En los caracteres sexuales primarios (órganos productores de
las células sexuales y hormonales): ovarios en la mujer,
testículos en el varón (internos en el caso de ella y externos
en el de él).
• En los caracteres sexuales secundarios: la voz, el vello, la
musculatura, la distribución de la gordura, la estructura ósea
especialmente en la formación de los hombres y caderas
(preparados para el trabajo duro en el varón y para engendrar
un hijo en la mujer).
• En los mecanismos hormonales: la mujer tiene una estructura
hormonal cíclica (con períodos de fertilidad e infertilidad) y
el varón no. También las hormonas responsables de los
caracteres propios son diversas (testosterona en el varón,
estrógenos en la mujer).
• Los caracteres psicológicos: la mujer, por lo general, es más
concreta, afectiva, centrada sobre sí, constante, etc.; el varón,
también por lo general, suele ser más abstracto, racional,
exterior, cambiante, etc.

Estas son algunas de las características del varón y la mujer. Todo


lo corporal está, pues, signado por estos elementos dados por la

64
La Castidad ¿posible?

naturaleza; en ellos no sólo vemos la diversidad sino también la


complementariedad y mutua atracción (a nivel de células sexuales,
mecanismos hormonales, órganos sexuales, psicología, etc.). Esto no
puede ser un elemento sin interés ni incidencia en la determinación
sexual de la persona.
Veo una notable aplicación a nuestro tema en las sabias palabras
de Cicerón (106-43 a.C.): “para distinguir la ley buena de la mala no
tenemos más norma que la naturaleza”. Y explica a continuación: “no
sólo lo justo y lo injusto, sino también todo lo que es honesto y torpe
se discierne de la naturaleza. La naturaleza nos dio, de esta manera, un
sentido común que esbozó en nuestro espíritu, para que identifiquemos
lo honesto con la virtud y lo torpe con el vicio. Pensar que esto
depende de la opinión de cada uno y no de la naturaleza es cosa de
locos”33. Esta opinión “de locos” (dementibus est), como la llama el
retórico romano, es la que intenta imponer en nuestro tiempo la
llamada “perspectiva de género”. Para esta corriente, política y
económicamente muy influyente, todos los elementos arriba
mencionados, carecen de valor. No hay determinaciones sexuales; lo
que prima es el “género”, el cual es una noción construida
culturalmente según el rol que decida desempeñar en la sociedad:
hombre, mujer, homosexual, bisexual, etc.
Es indudable que algunas personas presentan conflictos en
algunos de los niveles que hemos mencionado. Algunos son
biológicos debido a malformaciones genéticas y son casos
excepcionales en que se nace con órganos sexuales de los dos sexos
(pseudohermafroditismo y hermafroditismo); en estos casos la
medicina debe intentar solucionar los conflictos físicos según algunos
criterios que la bioética se encarga de aclarar 34. Sin embargo, fuera de
estas raras excepciones de anomalías biológicas, todos los demás
“conflictos de identidad sexual” se dan en el plano psicológico

33 Cicerón, De legibus, libro I, 44.


34 Cuando la ambigüedad sexual es manifiesta en los genitales externos y los padres (o el
mismo interesado) piden una cirugía correctiva, habrá que tener en cuenta (para ver si se

65
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(personas que no están psicológicamente de acuerdo con el sexo con


que han nacido o que sienten atracción por su mismo sexo, etc.), y se
explican, como veremos más adelante por traumas psicológicos o
defectos en la educación (generalmente durante la infancia) o por
desviaciones de orden moral. Al hablar de la homosexualidad
ampliaremos el tema.
Somos, pues, personas sexuadas; somos varón o mujer en toda la
persona, no espíritus encarnados en un cuerpo de varón o en cuerpo de
mujer (como creen los reencarnacionistas). Tal vez alguien se sienta
así, pero ésta es una sensación enfermiza.

Sexualidad preconsciente y consciente

Toda esta estructura fisiológica y psicológica produce


lógicamente en el varón y en la mujer una inclinación sexual pues sus
facultades tienden al acto. Ancladas, como están, en la raíz de nuestra
naturaleza biológica, estas tendencias actúan con independencia de
nuestra conciencia; es decir, se “estimulan” o “se hacen sentir” de
modo autónomo a partir de la edad del despertar (pubertad y
adolescencia). Nuestra conciencia debe reconocerlas, manejarlas y
encauzarlas. Así y todo, mantendrán siempre cierta independencia que
exigirá, de parte de cada uno de nosotros, la adquisición de hábitos
capaces de conservar el equilibrio psicológico y moral de nuestra
persona.

________

privilegian los caracteres femeninos o masculinos): (a) qué intervención tiene, desde el punto de
vista técnico, más posibilidades de éxito; (b) cuál sexo alcanza la mayor armonía con los demás
elementos del sexo físico (gonádico, cromosómico); (c) las posibilidades futuras de realizar el
acto conyugal (pues tal es la finalidad del sexo); (d) la posibilidad de obtener también la
fertilidad.

66
La Castidad ¿posible?

Sigmund Freud redujo toda la psicología a la acción de los


instintos, incurriendo en el error de todos los reduccionismos: explicar
toda la realidad a la luz de una idea única y obsesiva; con esto no
negamos, de ningún modo, que el instinto sexual tenga una enorme
importancia en nuestra vida. Lo cierto es que, sea uno soltero, célibe o
casado, el deseo sexual y las emociones afectivas se despiertan a
menudo sin intervención alguna de la voluntad; o, dicho de otro modo,
tomamos consciencia de muchos de nuestros movimientos sensuales o
sexuales cuando estos ya están en marcha (en forma de imágenes,
deseos, atracciones, excitaciones, curiosidades, etc.). Nuestra
inteligencia y voluntad deben, por eso, ocuparse de encauzar, dominar,
refrenar, etc., según cuál sea el objeto (bueno o malo) de nuestras
inclinaciones.
En lo que tienen de despertar espontáneo, no somos responsables
de tales movimientos. Muchas personas quedan turbadas ante tales
experiencias; y quienes han tenido una educación defectuosa pueden
llegar a sentirse culpables de tales acciones (que más que acciones
debe ser llamadas todavía pasiones porque la persona las padece (es
decir, experimenta) sin haberlas causado (y en algunos casos sin
haberlas previsto). Esto puede dar origen a una perturbación del
sentido moral (al llamado hipermoralismo o incluso al dismoralismo)
como es el caso de los escrupulosos que creen ser culpables de actos
en los que no han tenido, en realidad, ninguna responsabilidad. Si bien
es más frecuente encontrarse hoy en día con los problemas opuestos,
es decir, con la atrofia del sentido moral (amoralismo, hipomoralismo
e inmoralismo), se dan casos de conciencia falsamente culpable,
especialmente en niños y adolescentes, sobre el despertar involuntario
del instinto sexual.
Es importante, pues, que se pueda educar convenientemente en la
distinción de estas manifestaciones sexuales preconscientes (o sea,
anteriores al momento en que tomamos plena conciencia de ellas).

67
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Uno de los momentos en que se verifican estas manifestaciones


sexuales es en nuestros sueños, algunos de los cuales pueden tener
cierto contenido erótico. Más aún, muchas personas tienen sus
primeros encuentros con el fenómeno de la sexualidad en algún sueño
del despertar de su adolescencia. Esto puede dejarlas perturbadas.
Nuevamente vale aquí la distinción del movimiento pre-consciente:
uno sólo debe considerarse responsable de sus sueños si los ha
intentado provocar voluntariamente antes de acostarse (por ejemplo,
viendo o leyendo literatura obscena o escenas televisivas eróticas, o
deteniéndose voluntariamente en pensamientos impuros). Fuera de
estos casos, el sueño no es más que una expresión simbólica de
nuestras preocupaciones, deseos, anhelos, o incluso de nuestro
malestar o bienestar físico (una mala digestión puede llevarnos a tener
pesadillas y un desequilibrio hormonal un sueño con escenas
obscenas). Asimismo, en nuestra vida consciente muchas veces
refrenamos movimientos pasionales indebidos (arranques de cólera, o
curiosidad morbosa hacia alguna mala imagen); mientras estamos
despiertos y nuestras facultades superiores están trabajando en
plenitud, podemos refrenarnos voluntariamente. Pero cuando, durante
el descanso, la inteligencia y la voluntad dejan de ejercer su función
ordenadora normal, la fantasía puede llegar a expresarse de las formas
más desinhibidas —e incluso absurdas. Estos sueños no representan
nuestra auténtica personalidad, aunque puedan dar pistas a un
profesional que entienda bien del tema, sobre nuestras preocupaciones,
deseos, malestares profundos, aunque sólo de modo confuso y a veces
equívoco. Dar un valor real y literal a tales sueños es, por eso, una
fuente de despropósitos con graves consecuencias para la persona,
aunque puedan ser útiles, tomados con mucha moderación.
Especialmente los sueños relacionados con la ira, el miedo y la
sexualidad pueden llegar a ser tan intensos y físicamente perceptibles,
que la persona llegue a creerse responsable y culpable de ellos (en
algunos casos lo que ocurre es lo contrario: es la naturaleza la que
produce una reacción física mientras dormimos — por ejemplo una

68
La Castidad ¿posible?

polución espontánea nocturna— y esto provoca las imágenes que


nuestra fantasía asocia con tales sensaciones). Para algunos esto es
causa de turbación, desaliento e incluso angustia neurótica. Vuelvo a
insistir: si no hay comportamientos plenamente deliberados cuando
aún estamos despiertos que nos hagan responsables de estos
fenómenos, hay que aplicar el dicho: “lo que ocurre en sueños, no
tiene dueño”. Al decir “deliberados” quiero excluir las tentaciones o
fantasías no queridas y rechazadas; el haber tenido muchas tentaciones
de este tipo, aunque las hayamos rechazado, puede explicar lo que
ocurre ya dormidos, pero no nos responsabilizan de lo que después
ocurre, pues al no haber querido lo primero, tampoco somos dueños de
lo segundo.

También debemos mencionar las imaginaciones o fantasías, que,


en el plano sexual, pueden ser especialmente fuertes y molestas.
Jesucristo mandó la pureza de pensamientos y deseos (cf. Mt 5,28-29).
A menudo, sin embargo, estos pensamientos comienzan de forma
indeliberada o involuntaria; simplemente “aparecen” a nuestra
conciencia, reiterándose muchas veces de forma obsesiva. Nuestra
obligación no es “no tener” estas imaginaciones, pues esto no siempre
depende de nuestro querer; sino no aceptarlas, es decir, no prestarles
atención deliberadamente.
Este rechazo no debe hacerse al modo de una oposición directa.
Si alguien quiere entrar en mi casa por la fuerza, deberé empujarlo
fuera; en cambio, si un pensamiento obsceno quiere captar mi
atención, no debo enfrentarlo de modo directo, pues a pesar mío habrá
conseguido su objetivo (captar mi atención), sino huirle atendiendo
otras cosas, por ejemplo, distrayéndome, desviando mis pensamientos
hacia otra imagen, pensamiento bueno o idea fuerza que me ayude a
reducir la intensidad de la obsesión en que trabaja esta tentación. A
algunos tal vez sirva el primer mandamiento: Amarás al Señor tu Dios
con toda tu fuerza, con todo tu corazón, con toda tu alma. Para otros

69
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

podrá ser el pensamiento del juicio final; para otros servirán las
palabras de Cristo: Nada hay encubierto que no se haya de descubrir,
ni oculto que no se haya de saber (Mt 10,26), etc.
De todos modos, muchos quedan igualmente turbados frente a
este tipo de imaginaciones, incapaces de determinar su grado de
consentimiento (y alimentando, a menudo, escrúpulos enfermizos). A
ellos el P. Groeschel les sugiere un práctico examen de tres
preguntas35:
(a) ¿He aumentado voluntariamente la imaginación?
(b) ¿He respondido físicamente a ella, ya sea por medio de estímulos
sexuales voluntarios o con actos para aumentar la fantasía, por
ejemplo, mirando objetos provocativos?
(c) Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, ¿rehusé dirigir mi
atención a una cosa distinta?
“Si la respuesta a todas estas preguntas (especialmente a la
última) es clara e inequívocamente sí, entonces pienso —dice el autor
mencionado— que la persona es culpable (...) Sin una respuesta
afirmativa a estas cuestiones, yo presumiría que no se hizo nada
moralmente malo”. No se puede cometer un pecado mortal de modo
puramente accidental.

El plano de la sexualidad pre-consciente también se extiende a las


atracciones que alguien puede experimentar de modo espontáneo.
Siendo el varón y la mujer complementarios por naturaleza, son
también mutuamente atractivos. Esta atracción, debidamente
encauzada, debería terminar en un feliz matrimonio; pero esto no
ocurre sino cuando la primera reacción atractiva ha pasado a ser
auténtico enamoramiento sentimental y ésta ha terminado por
transformarse en amor espiritual. Es una cuestión de niveles: la
atracción por lo físico y externo, la atracción por la esfera de los
sentimientos y la atracción por los valores espirituales presentes en

35 Cf. Benedict Groeschel, The Courage to be Chaste, op.cit. p. 87.

70
La Castidad ¿posible?

una persona. Sólo cuando se llega al tercer nivel puede considerarse


que la persona está enamorada; en el primero hay “fascinación” o
“seducción” (como los insectos nocturnos ante la luz de un farol); en
el segundo, “embobamiento”. Estos dos niveles, por sí solos, no tienen
garantía de amor ni de permanencia (de hecho el primero desaparece
con el tiempo, y el segundo puede quedar bloqueado en muchos
momentos de la vida a causa de enojos, incomprensiones,
desavenencias, etc.).
Estas atracciones pueden ocurrir, por tanto, sin voluntad de quien
se siente atraído. Puede suceder incluso que se dé respecto de alguien
“prohibido” (una persona casada o una consagrada o alguien del
mismo sexo). Es importante que no se confunda este fenómeno con
amor, ni que se piense que siempre es voluntario. Sólo hay que dar
cabida a estos movimientos cuando se advierte que la persona hacia la
cual se dirige nuestra atracción puede ser honestamente amada, y sólo
en la medida en que lo permite la honestidad. Pero del primer
movimiento espontáneo no somos totalmente responsables; aunque
podemos hacernos responsables si, una vez advertido, no desviamos la
atención o no actuamos prudentemente.
Puede incluso ocurrir que uno no haya tomado conciencia de esta
atracción sensible sino demasiado tarde: cuando existe ya un
“compromiso de los propios sentimientos” (enamoramiento sensible).
A veces esto se expresa de alguno de los siguientes modos: “estoy
muy confundida (...) en realidad no sé lo que siento por él, pero la
verdad es que me agrada mucho”; “hubo un flechazo entre los dos”;
“se dio sin que lo buscáramos”; “me casé con otra, pero ahora veo que
nunca dejé de amarla”; “mi vida se ha vuelto triste y no pasa una
noche sin que no llore por él”; etc. Estos son extractos de las muchas
cartas de personas que me han consultado porque creen estar
enamoradas de quien no deberían: de mujeres u hombres casados (o
estando casados ellos mismos con otras personas), de un sacerdote, de
alguna religiosa, etc.

71
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Cuando el corazón ha quedado comprometido tenemos un


problema muy serio. Es posible que haya casos en que se llegue a este
punto sin malicia. Tal vez se han malinterpretado las atracciones de las
que hemos hablado pensando que sólo eran expresiones de amistad, de
camaradería, etc., y cuando se ha advertido que había algo más, ya el
corazón estaba hundido hasta el tuétano.
Aún así, el corazón puede hacerse cargo de la situación, aunque
no sin dolor ni sufrimiento: sacar una venda de una herida seca es
desgarrador; pero cuando hay que hacerlo, se debe hacer.

Genitalidad, fisiología y amor

El instinto animal tiene su base fisiológica en nuestro sistema


endócrino, compuesto por las glándulas endócrinas, segregadoras de
las hormonas responsables del desarrollo y maduración de los órganos
genitales, de los caracteres sexuales secundarios y de los movimientos
(cíclicos en la mujer) que conforman el magnífico engranaje de la
fertilidad humana. Glándulas endócrinas, sistema reproductivo interno
y órganos genitales externos forman la estructura material de nuestra
sexualidad, pero no la agotan ni, menos aún, agotan el amor humano.
La reducción del amor a genitalidad, es también reducción del
hombre a animalidad y procesos químicos. Algunos, lamentablemente,
no aman con el corazón sino con sus glándulas, rebajando el
romanticismo a una cuestión de zoología.
En el cuerpo humano tienen lugar estos procesos hormonales que
son la base de nuestras reacciones sexuales, pero el hombre y la mujer
son infinitamente más que esos procesos y pueden —y deben—
enseñorearse de ellos, sabiendo cuáles y cuándo deben ser canalizados,
desviados, refrenados o encauzados. En todos estos casos, la voluntad
emerge por encima del instinto como las grandes cumbres se elevan
por encima de los diminutos cerritos que las rodean.

72
La Castidad ¿posible?

En los casos patológicos, ya sea que formen parte del cuadro de


alguna enfermedad o que hayan llegado a ser tales por el arraigo
enfermizo de algún vicio (adicción), tales impulsos o movimientos
interiores, se convierten en compulsivos. Las expresiones compulsión
y compulsivo indican la idea de reacción instintiva que es casi
imposible de refrenar una vez que ha brotado de las oscuras
profundidades del instinto herido, pues arrastran la voluntad fatigada
como los desplazamientos de lodo que se ven en las montañas
inestables, que bajan sepultando a su paso árboles, animales y vidas
humanas sin piedad.
Por eso no deben confundirse estas compulsiones con las
tentaciones. Estas últimas son provocaciones o invitaciones a obrar el
mal, y pueden llegar a ser particularmente fuertes y persistentes, e
incluso obsesivas, pero, salvo raros casos, en las personas sanas dejan
siempre intacto el núcleo más íntimo de su libertad. En cambio, los
neuróticos, adictos (al sexo, al alcohol, al juego, etc.) y enfermos
mentales más graves, sufren fácilmente de compulsiones. Para
ayudarnos a distinguir las tentaciones fuertes de las compulsiones
pueden servirnos algunas preguntas:
(a) ¿He dado libremente cabida en mi corazón a estos sentimientos o
surgieron espontáneamente?
(b) ¿He dejado discurrir libremente la imaginación en un terreno
peligroso para la pureza?
(c) ¿He querido lo que podía ser el trágico desenlace de estas
tentaciones?
(d) ¿Lo he buscado libremente?
(e) ¿Intenté poner los medios ordinarios y extraordinarios para luchar
contra las tentaciones?

Como puede verse, las preguntas giran en torno a la libertad


frente a la tentación, pues la diferencia entre la tentación (fuerte) y la
compulsión es una cuestión de libertad. Sin embargo, no hay que

73
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

confundir libertad con conocimiento; la libertad implica el


conocimiento pero entraña algo más. Los impulsivos obsesivos no
pierden el recto juicio de la moralidad de sus acciones, pero a menudo
no son capaces de obrar siguiendo el juicio de su conciencia, pues lo
que está debilitado y desgastado es su voluntad. Por eso las preguntas
formuladas en el párrafo anterior no sólo apuntan a nuestro
conocimiento (¿sabía que esto era malo?) sino a la libertad con que
hemos actuado frente a las tentaciones.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, se comprende mejor aquello


que hemos señalado páginas más arriba: la castidad es el hábito moral
que perfecciona, purifica y eleva (sublima) todos estos apetitos,
integrándolos armónicamente en la persona humana.

74
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

VII

Posibilidad de la castidad...

La castidad o pureza es posible. Pero hay quienes piensan que ni


siquiera tiene sentido plantearse el valor de una vida sin sexo; los hay
también que piensan que tal vez pueda aspirarse a ser castos una buena
parte del tiempo, levantándose de ocasionales caídas; a menudo he
recibido consultas cuya idea de fondo es que ciertos problemas de
pureza (por lo general se refieren a la masturbación) son “normales”, y
por “normales” entienden que toda persona, sin excepción, cae en este
vicio, al menos durante la adolescencia (“durante mi juventud, me
escribía una persona, hice lo que hacen todos: me masturbé con
frecuencia”; su consulta era... por un problema de adicción sexual, que
lo esclavizaba aún después de casado y ya con muchas canas encima).
La misma idea, presentada de otro modo, forma parte de un
pensamiento corriente que relaciona la felicidad con el ejercicio de la

76
La Castidad ¿posible?

sexualidad. “El sexo es felicidad”, reza el anuncio de un grupo de


médicos sexólogos que en los últimos años viene ofreciendo
diariamente sus servicios en las páginas de algunos diarios argentinos.
Al leer avisos semejantes me viene a la mente una observación del P.
Benedict Groeschel quien subrayaba que la mayor parte de las
personas que solemos encontrar en un autobús, en un subterráneo, en
un shopping, o incluso en la misa dominical, muy probablemente ha
tenido algún tipo de experiencia sexual durante los días precedentes;
pero no es felicidad lo que se destaca en la mayoría de los rostros; si la
felicidad dependiera del sexo, decía el religioso, el mundo brillaría
como el sol, al menos la mitad del tiempo 36. Debemos reconocer que el
sexo, siendo muy importante en la vida de muchas personas, no es
capaz, por sí solo ni de modo principal, de dar la felicidad; y de modo
contrario, tampoco la voluntaria y perfecta abstención (y menos aún la
ordenación de la actividad sexual de un matrimonio según los cánones
de la ley natural y divina) es sinónimo de frustración, tristeza o
depresión, ni de peligro próximo de tales estados.
Lo repetimos, la castidad es posible aunque sea ardua; y si en
nuestros días resulta particularmente difícil no es sólo por razones
intrínsecas al ser humano (fuera del desorden introducido por el
pecado original, del que ya he hecho mención) sino por la poca vida
interior de la mayoría de nuestros contemporáneos.
“La continencia es perfectamente posible al ser que tiene salud
psíquica. Es innegable que así como hay cleptómanos y pirómanos hay
también seres que tienen su responsabilidad disminuida y algunos aun
extinguida, tratándose de la sexualidad, pero tales casos constituyen la
excepción (...) En cambio, temperamentos ardientes triunfan de sus
apetitos (...) De ordinario, pues, cuando el instinto sexual se impone
como una necesidad es porque el hombre le ha permitido arraigarse.
La castidad no es cuestión de temperamentos: es asunto de educación,
de principios, de voluntad”37.

36 Cf. Benedict Groeschel, The Courage to be Chaste, op.cit. p. 18.

77
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Una sana filosofía sexual

La primera cosa necesaria para que la posibilidad de la pureza sea


algo real es –como señalaba el gran educador que fue el P. Hurtado–
una “filosofía sexual que represente la dominación del espíritu sobre la
materia”38. Es decir, una visión sana y armoniosa de la sexualidad (ya
sea del plan de Dios sobre el hombre y la mujer como una concepción
clara de la antropología humana, algunas de cuyas ideas maestras he
esbozado en las páginas precedentes). En efecto, como señalaba el
mismo autor, “una parte infinitamente grande de la debilidad humana
en la vida moderna no viene de una exigencia orgánica irresistible,
sino de una concepción materialista de la vida que, abierta u
ocultamente, nos tiene prisioneros”. Y añade: “cuando el hombre
llegue a obtener esta seguridad científica, que tantos médicos se
esfuerzan por desvanecer, el sistema sexual encontrará la paz que no
puede encontrar en medio de las fórmulas excitantes de ahora ni en
medio de las disciplinas inciertas del pensamiento moderno. El cuerpo
obedece con gusto al espíritu que ha llegado a estar seguro de sí
mismo”39.
Por eso la castidad no es posible para quien tiene una visión
antropológica distorsionada, para quien reduce al ser humano a pura
materia, o da primacía a los instintos y pone un manto de
incertidumbre sobre la capacidad espiritual que tiene el ser humano de
gobernarse. Es indispensable cierta seguridad sobre la aptitud del
espíritu y sobre su supremacía sobre la materia (aunque esta
convicción presuponga la ayuda de la gracia divina).

37 P. Alberto Hurtado, El adolescente un desconocido (su título original fue: La crisis de la


pubertad y la educación de la castidad), Obras completas, tomo 2, Dolmen, Chile 2001, pp. 177-
212. La cita es de la página 184.
38 P. Alberto Hurtado, ibid., p. 185.
39 P. Alberto Hurtado, ibid., p. 185.

78
La Castidad ¿posible?

No se puede negar que hay causas que influyen notablemente en


las caídas del ideal de la pureza; hay causas físicas (ciertas
propensiones hereditarias, estados nerviosos, enfermedades, estados
climáticos, etc.), causas debidas a hábitos que dificultan la guarda de
la castidad sin tratarse, ellos mismos, de vicios (falta de higiene, vida
sedentaria, desgano, etc.); pero las causas principales son psíquicas: la
curiosidad, la imaginación y la memoria cuando están indisciplinadas
y sobre todo cuando están privadas de un marco filosófico sano (o sea,
cuando se carece de principios rectores correctos) o están enmarcadas
en un sistema de pensamiento distorsionante (materialismo,
hedonismo, freudismo, consumismo, liberalismo, etc.).
Evidentemente la formación del hábito de la castidad no es sólo
cuestión de principios racionales sino que exige varias cosas más, la
primera de las cuales es la formación de la voluntad por los hábitos de
la justicia, la fortaleza y la templanza (aplicada a otros campos
diversos del sexual, como la templanza en el comer y en el beber), la
vigilancia, el deporte y el trabajo físico, etc. Además de esto, quien se
empeña en el camino de la castidad debe tener en cuenta lo que el P.
Groeschel llama con justeza “ocasiones ocultas de lujuria” 40. Entre
estas menciona cuatro principales.
La primera es la autocompasión; ésta –sentimiento injustamente
negativo respecto de sí mismo– puede representar en muchos casos
una auténtica posibilidad de regresión psicológica hacia conductas
infantiles; es común que las personas que ceden a la autocompasión
caigan en cierta tolerancia sexual y especialmente en la masturbación.
Estos pensamientos destructivos están en la base de todas las
adicciones sexuales. Esta autocompasión – es necesario decirlo– toma
a veces la forma de una falsa humildad; es en realidad una forma de
sentimiento de inferioridad; su contrario no consiste, como podría
pensar una moderna terapia de autoapoyo estilo New Age, en afianzar
la confianza en sí mismo o formar grandes ideas respecto del propio
yo; lo que nos llevaría a un egoísmo o a la estéril soberbia; lo
40 Cf. Groeschel, The Courage to be Chaste, pp. 70-74.

79
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

contrapuesto a la autocompasión es un sano realismo, de equilibrio


natural y sobrenatural; es decir, el tomar conciencia del valor que tiene
nuestra persona ante los ojos de Dios y la grandeza de nuestra
vocación tanto social como sobrenatural.
El segundo peligro son los sentimientos de odio y rabia; muchas
personas, incluso cristianas, guardan un gran resentimiento hacia el
mundo, hacia sí mismos, y –en el fondo– hacia Dios. Los motivos de
estos sentimientos pueden ser daños sufridos injustamente, abandono
de parte de los padres, incomprensión o incluso fracasos personales de
los que uno se siente responsable y no se perdona, o no perdona a
quienes los han causado. Esta rabia está profundamente enterrada en el
corazón y se manifiesta exteriormente como frustración y depresión 41;
puede, en consecuencia, exteriorizarse a través de una conducta sexual
desordenada; en estos casos la conducta sexual toma el carácter de
auto-castigo.
El tercer peligro está representado por los inesperados
enamoramientos que suelen tener lugar cuando dos personas que están
pasando malos momentos espirituales se encuentran. Sucede a veces
que una persona, en algún momento de debilitamiento espiritual o
psicológico, de resentimiento o de abandono de los ideales, de
fracasos espirituales, etc., se topa con la persona “ideal” que la
“comprende” como nadie lo había hecho hasta el momento. A veces el
juego comienza con algo inocente: charlas largas, confidencias de las
propias dificultades, consejos, consuelos, etc., y puede terminar (a
menudo sucede así) en un enamoramiento ilícito (por ejemplo, cuando
se trata de personas casadas, de religiosos o religiosas).
El cuarto peligro lo encarnan las mismas fuerzas del maligno, es
decir, la acción diabólica que puede ser en gran medida responsable de
muchos abusos en el plano de la sexualidad. El desorden sexual
degrada al ser humano y el demonio es enemigo de nuestra naturaleza.

41 No estoy diciendo con esto que todo estado depresivo tenga como causa algún
resentimiento u odio. Cuidado con malinterpretar la extensión de estas afirmaciones.

80
La Castidad ¿posible?

Él debe tener mucho que ver en la corrupción de la esfera sexual,


especialmente cuando el desorden sexual se relaciona con dos cosas:
con la perversión y la desviación sexual, y cuando se empalma con la
destrucción de la vida (aborto) o la cerrazón a la vida
(anticoncepción).
Volviendo a nuestro tema de la posibilidad de la castidad, una de
las claves en su pedagogía y conservación está en el trabajo sobre el
sentimiento del pudor.

El pudor como defensa de la castidad

No es posible defender o alcanzar la castidad si no se comienza


por educar el pudor. El pudor es la tendencia a esconder algo para
defender la propia intimidad respecto de las intromisiones ajenas. Es
una “cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de la educación
deliberada, que protege la castidad. Se realiza lo mismo en la esfera
sensitivo-instintiva que en la consciente-intelectual, como freno
psíquico frente a la rebeldía de la sexualidad” 42. Santo Tomás dice de
él que es un sano sentimiento por el que las pasiones relacionadas con
la sexualidad, después del pecado original, producen un sentimiento de
disgusto, de vergüenza, de malestar en el hombre, hasta tal punto que
instintivamente se quiere ocultar todo lo relativo al cuerpo, a la
intimidad y a la sexualidad, de las miradas indiscretas 43.

Pudor y pudicicia. El pudor pertenece tanto a la esfera instintiva


como a la consciente. En el primer caso, existe el pudor en el sentido
estricto de la palabra; en el segundo, una organización superior del
mismo que entra en la categoría de virtud y se denomina pudicicia44.
La pudicicia o pudor-virtud “se relaciona íntimamente con la castidad,
ya que es expresión y defensa de la misma. Es, por consiguiente, el
42 Zalba Erro, Pudor, en Gran Enciclopedia Rialp, tomo 19, Rialp, Madrid 1989, 455456.
43 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q.151, a.4

81
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

hábito que pone sobre aviso ante los peligros para la pureza, los
incentivos de los sentidos que pueden resolverse en afecto o en
emoción sexual, y las amenazas contra el recto gobierno del instinto
sexual, tanto cuando estos peligros proceden del exterior, como
cuando vienen de la vida personal íntima, que también pide reserva o
sustracción a los ojos de los demás y cautela ante los propios sentidos.
De esta suerte el pudor actúa como moderador del apetito sexual y
sirve a la persona para desenvolverse en su totalidad, sin reducirse al
ámbito sexual. No se confunde con la castidad, ya que tiene como
objeto no la regulación de los actos sexuales conforme a la razón, sino
la preservación de lo que normalmente se relaciona estrechamente
con aquellos actos. Viene a ser una defensa providencial de la
castidad, en razón de la constitución psicofísica del género humano,
perturbada por el pecado original”45.
En el plano puramente instintivo podemos decir que consiste en
una resistencia inconsciente a todo lo que revelaría en nosotros el
desorden de la concupiscencia de la carne. Cuando se hace consciente,
consiste en la elevación de ese sano instinto por obra de la virtud de la
prudencia, ya que tiende a excluir circunstancias y a frenar
pensamientos previendo que mediante su actividad causarían una
violación del orden moral.
En este sentido, siendo la educación humana la actuación de los
valores humanos que están en todo hombre en potencia y la afirmación
de los valores espirituales sobre la materia, puede muy bien concluirse
que la bondad de una educación se mide por el desarrollo y
afinamiento dados a la pudicicia, la cual tiende a fortificar el espíritu
más que ningún otro hábito operativo46. No puede existir educación de
la castidad sin el desarrollo del sentimiento del pudor. De la
preservación de esta facultad natural depende en gran parte la

44 C. Scarpellini, Pudore e pudicicia, en Enciclopedia Cattolica, Roma 1953, vol. X,


col.296.
45 Zalba Erro, loc. cit.
46 C. Scarpellini, op. cit., col.297.

82
La Castidad ¿posible?

posibilidad y la capacidad de resistencia a las causas externas que


continuamente atentan contra la integridad moral y contra la pureza 47.

Pudor instintivo y pudor convencional. Existe un pudor instintivo,


ligado a la constitución psicológica del hombre, y por tanto universal,
que se manifiesta como sentimiento de miedo, de vergüenza, ligado de
algún modo, a la emoción sexual. “Aunque algunos niegan este
carácter natural del pudor, afirmando que se trata sólo de un hábito
adquirido como fruto de la educación, hay que decir, sin embargo, que
los estudios antropológicos revelan la existencia del pudor en todos los
pueblos, también en los primitivos, en los que, a lo más, varía sólo lo
que llaman la individuación secundaria del pudor, es decir, su
localización en distintas zonas del cuerpo, que por lo demás no
depende del convencionalismo o de la costumbre, sino que en sus
líneas esenciales es un proceso racional, conforme a la naturaleza del
hombre”48.
Pero la educación y las condiciones ambientales influyen
notablemente en la elaboración personal que cada uno hace de este
pudor, el cual, aunque instintivo, no excluye una cierta plasticidad
común a todos los instintos, sino que la implica. “Las condiciones
concretas a las que el pudor adapta su acción prudencial son diversas,
como por ejemplo, la edad, la diferencia de atracción erótica ejercitada
por las distintas partes del cuerpo, el tipo psicológico individual, etc.
Estos distintos factores explican las diferencias de las distintas formas
de pudor entre los pueblos”49, es decir, explican la existencia de un

47 El pudor no es sólo un fenómeno de la infancia; es una fuerza que se manifiesta más


profundamente cuando aparece el desarrollo del sexo en la pubertad. Conquista entonces un
aspecto nuevo, que no posee en la infancia, es decir, el sentimiento de la propia dignidad, el
respeto hacia el propio cuerpo, el sentimiento de repugnancia por toda clase de sujeción a la
vulgaridad y a la sensualidad.
48 Zalba Erro, loc. cit.
49 Scarpellini, op. cit., col.296.Cf. Demal, Psicologia pastorale pratica, Roma 1955, p.120.

83
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pudor convencional que depende esencialmente de las épocas, de la


educación, de los individuos, de las regiones.
Las múltiples reacciones de pudor en una persona no son todas
manifestaciones de pudor instintivo. Es decir: son manifestaciones de
pudor instintivo las que están ligadas a excitantes absolutos (éstos son
relativamente pocos), mientras que son manifestaciones
convencionales las ligadas a excitantes condicionales. El pudor
convencional merece respeto, pero no siempre es sincero ni revelador
de una virtud profunda. Ciertas personas depravadas, pero que no
ignoran las convenciones sociales, se rodean de precauciones
superfluas para ocultar sus perversos instintos. Pero éste no es el
verdadero pudor.

Falsa educación del pudor: la pudibundez. Se debe educar en el


pudor con prudencia. Una educación demasiado estrecha en este
campo multiplicaría las dificultades y no haría sino agravar la
inquietud y el malestar de los adolescentes y de los jóvenes. Es un
hecho innegable que, mediante una educación demasiado rígida, los
siglos pasados llevaron el pudor a terrenos en los que no entra para
nada, y de esta manera hicieron ver el mal en todas partes.
Lamentablemente este tipo de “mala educación del pudor” no puede
causar sino reacciones contrarias, es decir, conduce a la impudicia.
Educar en el pudor significa, pues, al mismo tiempo que
cultivarlo, también defenderlo de toda mezquindad que tan fácilmente
se confunde con el pudor.
Justamente la falsificación del pudor, tiene un nombre y éste es
“pudibundez”. Se denomina así al pudor desequilibrado o excesivo,
causado en general por una falsa educación. La pudibundez no hace a
las personas castas sino caricaturas de castidad. “La pudibundez es
enemiga nata del pudor, como la beatería es enemiga de la religiosidad

84
La Castidad ¿posible?

verdadera y consciente. El espíritu del adolescente se rebela y le


molestan las ideas mezquinas y ruines”50.

La auténtica educación del pudor. La educación del pudor debe


ser indirecta, porque una educación directa implicaría necesariamente
orientar la atención sobre los objetos que justamente el pudor debe
atenuar en su atractivo. No obstante, aunque indirecta, debe ser
positiva, es decir, debe preparar aquella atmósfera espiritual que
además de impedir la degradación en el campo de la sexualidad
animal, hará más fáciles las revelaciones graduales necesarias en su
tiempo oportuno.
Esta educación del pudor debe ser parte de una educación moral
del sentimiento, es decir, de la afectividad en general (que algunos
llaman “educación del corazón”). Educar el corazón se resume en
conseguir enamorar a la persona de la virtud y corregir toda desviación
anormal del amor sensible. Implica también educar la voluntad; ésta
exige, junto al ejercicio constante y cotidiano, la “gimnasia espiritual”
que nos plasme y nos doblegue de modo que seamos capaces de poner
en acto lo que comprendemos con tanta facilidad y que proclamamos
todavía con mayor facilidad, pero que realizamos con muchísima
dificultad. No hay que olvidar que la virtud de la castidad, en cuanto
virtud moral, tiene su sede en la voluntad. Pero por encima de todo, ha
de reinar la educación de la religiosidad: para la vida casta, la
educación religiosa “es el coeficiente primero y más poderoso, porque
los demás coeficientes humanos tienen valor solamente temporal, es
decir, mientras perduran los intereses correspondientes en el espíritu
del niño. Sólo la religión posee una eficacia que sobrepasa los límites
de tiempo, de lugar, de espacio, de ambiente, de circunstancias, con tal
que sea sentida, consciente y activa… La religión ha constituido
siempre para la pedagogía sexual una potencia única. La religión

50 Paganuzzi, Purezza e pubertà, Brescia 1953, p.222. Cf. A. Stocker, La cura morale dei
nervosi, Milán 1951, p. 155ss.

85
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

valoriza la pureza y la presenta al joven como una de las virtudes más


altas y más hermosas, a la vez que indica los medios para conservarla
y defenderla con esmero, con reserva, con la disciplina interior de las
imaginaciones y de los deseos, y con la disciplina exterior de los
sentidos”51.

51 Paganuzzi, op. cit., p. 249.

86
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

VIII

Mencionábamos la lujuria...

La lujuria consiste en convertir al otro o a sí mismo en un objeto


sexual. El otro —o lo otro— puede ser cualquier cosa (varón, mujer,
ser humano o animal, mi propio cuerpo o incluso algo inanimado). De
todos modos, la realidad más rebajada a producto sexual en el último
siglo ha sido la mujer. Un autor ha señalado que nadie hizo más que
Freud por convertir a la mujer en factor de placer, o sea, “cosa”; y que
por tanto, también él es el principal responsable de la irracional
rebelión de las mujeres contra su cosificación: la destrucción de sus
cuerpos. Eso es, en la perspectiva de este autor, lo que representa la
epidemia de autodestrucción corporal que a través de la bulimia y la
anorexia azota al 40% de las mujeres norteamericanas en algún
momento de sus estudios52.
52 Cf. Spengler, Put a stake through Freud's heart,
www.atimes.com/atimes/Front_Page/HE09Aa02.html; el autor cita en nota: Psychology Today,

88
La Castidad ¿posible?

La lujuria es la ofensa de la castidad. Hace poco tiempo una


página de Internet publicó un trabajo mío escrito hace varios años en
donde hablaba de “Sexualidad, Reproducción y Catolicismo”. Muchas
personas se alegraron, pero muchas otras se sintieron ofendidas. Uno
me decía: “Estoy cansado de que la Iglesia se interese tanto en la
sexualidad de los demás en lugar de interesarse más sobre la fe y el
amor. La sexualidad no es la prioridad de Dios, si lo fuera la Biblia
hablaría sólo de eso y diría cuál es la mejor manera de hacerlo, en qué
cantidad y hasta el lugar ideal, en cambio habla más de amor,
generosidad y paz que falta tanto actualmente”. No deja de ser curiosa
la postura de mi interlocutor, porque sostener que la Biblia no habla de
sexo sino de amor implica que en el fondo él no cree que el sexo sea
parte del amor (además de desconocer la Biblia, pues en ella sí se
habla de sexo y enseña lo que se debe y lo que no se debe hacer,
indicando claramente los comportamientos sexuales que cierran la
puerta del Reino de los cielos y predicando la pureza y la castidad). La
Iglesia habla del amor y como la expresión sexual es parte del amor
(conyugal) habla del sexo para encuadrar el verdadero amor.
Sigue la carta diciendo: “Además, según entiendo, entre los
mejores amigos de Jesús estaba una prostituta y un cobrador de
impuestos, porque lo que cuenta no es nuestra profesión o el sexo sino
la búsqueda de la fe y generosidad”. De acuerdo con los amigos de
Jesús; pero el prostíbulo y la mesa de recaudación de impuestos fueron
los lugares de donde el Señor sacó a sus amigos, no donde les dijo que
podían seguir estando. Una lloró amargamente sus pecados y el otro se
ofreció a pagar cuatro veces más a quienes hubiera perjudicado. El
Señor saca amigos del barro de la lujuria y de la injusticia (porque
Dios puede hacer hijos incluso de las piedras, como dice Jesucristo),
pero los pone sobre roca firme y los hace caminar sobre la virtud.

November/December 2004, p 62.

89
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Veamos, pues, algunas de esas principales ofensas de la castidad,


de donde tal vez el Señor esté llamando a algunos de sus posibles
futuros amigos íntimos.

Pensamientos, deseos y miradas

Más arriba hemos hablado de los pensamientos y deseos,


distinguiendo en ellos el consentimiento de la simple tentación.
Cuando estos son, en cambio, plenamente consentidos, son pecado. A
ellos se refiere el noveno mandamiento de la ley de Dios: “no
consentirás pensamientos ni deseos impuros”. “El noveno
mandamiento prohíbe consentir pensamientos y deseos relativos a
acciones prohibidas por el sexto mandamiento”53.

Pensamientos y deseos

Distingamos, ante todo, los pensamientos deshonestos de los


impuros. Los deshonestos son aquellos pensamientos e imaginaciones
inútiles que, aunque en sí no incluyan la aceptación de la impureza
como tal, en la práctica pueden suscitar movimientos y tentaciones
impuras54. La gravedad de los pecados por pensamiento deshonesto se
mide por el peligro que entraña para la castidad y por la falta de
seriedad y de respeto con que se toman las partes secretas del cuerpo.
Los pensamientos deshonestos se insinúan sutilmente hasta los límites
de los pensamientos impuros y de la complacencia morosa, que
consiste en el deleite que resulta de imaginarse una acción impura.

53 Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 528.


54 Sigo en esto a Häring, Bernard, La ley de Cristo, Herder, Barcelona 1973, III, pp. 309-
312. Este autor no es siempre seguro y en algunos de sus libros se opone al magisterio de la
Iglesia, por lo que hay que ser muy cuidadosos al leerlo; esta obra que cito es de su época más
seria como teólogo, aunque tiene muchos puntos discutibles. Por tanto, al citarlo

90
La Castidad ¿posible?

No es, en cambio, deshonesto ni impuro, el pensar decentemente


y con respeto sobre asuntos sexuales, o gozarse espiritualmente del
poder que Dios depositó en el sexo; pero nadie debe dar cabida a
pensamientos y deseos sexuales, aun de las cosas permitidas (por
ejemplo, los casados), sino en cuanto es capaz de dominarlos, ya que
puede fácilmente resbalar hasta lo pecaminoso.

Los pecados internos de impureza se reducen a cuatro:


complacencia morosa, gozo pecaminoso, deseos eficaces e ineficaces.
Por complacencia morosa se entiende el deleitarse
voluntariamente en la imaginación de un pecado impuro (se distingue
del deseo de realizar un acto de impureza); ese deleite impuro, con la
representación del mal en la mente y en la fantasía, señala una
infracción positiva del respeto y la decencia, y la inexistencia de
aborrecimiento por el pecado. El pecado no proviene únicamente de la
tentación a que se expone de resbalar más profundamente; la
complacencia interior voluntaria refuerza la defectuosa disposición
interior, y ello es ya un pecado. Será grave o leve según sea grave o
leve el pecado externo en el que se complace55.

________

y usarlo no lo estoy necesariamente recomendando; si privilegio en este punto a este autor, es


para evitar que en esta doctrina tan delicada se piense que he usado a autores rigoristas, puritanos
o anticuados.
El gozo ilícito implica, sea gozarse en los pecados de impureza ya
cometidos en el pasado (recuerdos), o dolerse de no haber
aprovechado alguna ocasión de pecar. Hay en esto más culpa que en la
complacencia morosa.

55 Cf. Royo Marín, Antonio, Teología moral para seglares, BAC, Madrid 1986, I, n. 258.

91
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

El deseo ineficaz es el deseo voluntario de realizar un acto


impuro, de no ser por algún impedimento que a ello se opone (por
ejemplo, en el caso del que desea un pecado impuro y sólo se detiene
por temor de la deshonra o de contagiarse una enfermedad, aunque no
aborrece la maldad de ese pecado; algo semejante ocurre con quien
sólo se abstiene de la impureza por temor del infierno, pero sin
aborrecer su perversidad). Esto muestra claramente que “si la
educación sexual sólo se preocupa de evitar los pecados externos, no
será más que una ética superficial que sólo mira a los resultados, sin
llegar a lo más esencial, que es la virtud”56.
En cambio, el deseo eficaz, es la decisión voluntaria de llevar a
cabo una acción impura, aunque por algún motivo no llegue luego a
realizarse. Es siempre pecado de la misma especie y gravedad que el
acto externo que se desea.
Estas formas de impureza interior tienen la misma especie de los
actos externos que ellas aprueban implícitamente; por tanto, quien se
lamenta de haber perdido una oportunidad de adulterar, es adúltero en
su corazón; el que desea un acto homosexual comete un pecado de
homosexualidad en su corazón.

Actos externos

Los actos externos caen bajo el sexo mandamiento (además del


noveno que necesariamente implican): “no cometer actos impuros”.
Entre los principales señalemos las miradas, tocamientos, besos y
abrazos, conversaciones, lecturas, cine y televisión.

Para que la mirada sea pecado es necesario detenerse a mirar


voluntariamente cosas deshonestas; pues hay obligación de evitar todo
peligro de excitación carnal, a no ser que haya razón proporcionada

56 Häring, op. cit., III, p. 310.

92
La Castidad ¿posible?

que lo justifique. Para juzgar de la pecaminosidad y de la gravedad de


las miradas del cuerpo humano (tanto propio como ajeno) hay que
atender a la intención con que se realizan y al influjo que pueden
ejercer en nuestra carne y a las razones que hay para permitirlas.
Según esto, en algunos casos podrá ser pecado grave, en otros, sólo
pecado venial, y en otros ningún pecado.
A veces los ojos se van sin querer y uno cae en la cuenta de que
está mirando algo deshonesto después de un tiempo; en estos casos no
hay intención de pecar con la mirada, por lo que no debe
preocuparnos, siempre y cuando en ese momento retiremos nuestra
mirada dirigiéndola hacia algo honesto.
Se considera impúdica toda mirada innecesaria y libre que acepta
el peligro de caer en alguna tentación y movimiento sexual. También
es gravemente deshonesto el considerar curiosa y sobre todo
prolongadamente el cuerpo desnudo o muy inmodestamente vestido de
una persona del otro sexo. Cuando no hay mala intención ni es ocasión
de movimientos sexuales ni tentaciones, cae más bajo la categoría de
la curiosidad imprudente, la cual también puede ser pecado por
imprudente.
No es pecado, en cambio, el hacerlo por examen médico, para
curar un paciente, etc.
En cuanto a la consideración del rostro o del cuerpo de una
persona del otro sexo, aunque por sí misma inofensiva, podría llegar a
ser deshonesta y peligrosa, si se hace con mala curiosidad, o en forma
provocativa, etc.
Hay que aplicar estos mismos principios al caso de la televisión y
del cine, que son instrumentos en sí mismos indiferentes y que
admiten un buen uso, pero lamentablemente en nuestro tiempo
canalizan frecuentemente pasiones lujuriosas.
Algo semejante puede decirse de los tocamientos y con mayor
razón los besos y abrazos. Una persona normal ha de permanecer

93
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

indiferente respecto de su propio cuerpo al bañarse, vestirse, etc. Todo


manipuleo innecesario en las regiones sexuales es deshonesto; y es
leve o gravemente pecaminoso según sea el peligro de provocar el
placer sexual.

Con mayor razón, el respeto y la honestidad exigen que se guarde


la distancia conveniente con el cuerpo de las demás personas, sobre
todo de diferente sexo.

Pero la experiencia enseña que una persona normal no tiene por


qué temer algún peligro en los tocamientos que exige y ocasiona el
verdadero amor cristiano y la caridad, el servicio de los enfermos, etc.
Por supuesto que son lícitas aquellas muestras de cariño y veneración
establecidas en los diversos lugares por la costumbre. Nada malo
puede sospechar una persona normal en las caricias acostumbradas
entre miembros de familia.

Son de especial peligro las ligerezas amorosas entre personas


frívolas, aun cuando no lleven intenciones libidinosas. Cuando se toca
o manosea el cuerpo de otra persona con intención impúdica es pecado
contra la castidad y la caridad (por faltarle el respeto) y puede terminar
por constituir una adicción sexual.

Del mismo modo, son deshonestos e ilícitos, los bailes que por la
manera de abrazarse y tocarse y por la música que los acompaña,
despiertan generalmente la sensualidad. Además, la persona que sabe
por experiencia que ciertos bailes, admisibles en sí, le causan a ella
tentaciones y movimientos malos, tiene que evitarlos. Es claro que
peca mortalmente contra la castidad quien, en el baile, no busca
solamente el placer sensible, sino propiamente el placer sexual, aun
cuando evite llegar a la polución. Quien, por el baile, ha recaído en
graves faltas y continúa entregándose a él sin eficaces garantías,
muestra que no aborrece verdaderamente el pecado.

94
La Castidad ¿posible?

En cuanto a las palabras y conversaciones, hay que decir que son


impuras las que se pronuncian conscientemente para seducir, o las que
públicamente expresan por lo menos la aprobación de pecados
impuros. Son deshonestas las palabras que, sin contener una
aprobación de la impureza como tal, encierran, sin embargo, un
peligro y un escándalo, porque destruyen el respeto y tientan al
pecado. El pecado será entonces leve o grave conforme a la gravedad
del peligro y del escándalo. Dice San Pablo: En cuanto a la
fornicación y cualquier género de impurezas, que ni siquiera se
nombre entre vosotros. Así conviene a santos (Ef 5,3).

Respecto de las lecturas, es pecado grave leer escritos impuros y


deshonestos con el fin de despertar la sensualidad. Debería
interrumpirse inmediatamente toda lectura emprendida de buena fe si
se advierte que ofende el pudor y despierta tentaciones; a no ser que,
por razones bien fundadas, le parezca necesaria o muy útil (como es en
caso del estudio necesario de estos temas); pero en este caso hay que
preocuparse por fortificar la voluntad con la oración y la virtud. Sobre
las revistas que son explícitamente pornográficas, hablaremos en el
punto dedicado a este tema.

La masturbación

No todos utilizan los mismos términos para referirse a esta


realidad. Algunos prefieren referirse a este acto como “ipsación” (del
latín “ipse” que significa “mismo” —“ego ipse” quiere decir “yo
mismo”—; el término resalta en este acto la búsqueda de sí mismo),
otros como “masturbación” (palabra de etimología no clara, aunque se
ha propuesto que tiene origen en los vocablos latinos “manus” —

95
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

manos— y “stuprare” —profanar—); “pecado o vicio solitario”;


“autoerotismo”, etc.
No debe confundirse con la “polución involuntaria” que es algo
espontáneo ligado a veces al sueño u otras actividades; ésta es una
actividad fisiológica de la naturaleza que, en sí misma, no implica
ninguna responsabilidad moral por parte de la persona a menos que
sea prevista y buscada intencionalmente (por ejemplo, con miradas
obscenas, pensamientos y deseos impuros antes de dormir, etc.). Ya
nos hemos referido a este tema.
Una persona que comienza a masturbarse, si no se corrige a
tiempo, puede pasar por un triple estadio: primero el acto
masturbatorio aislado (en el que cae de vez en cuando), luego el
comportamiento masturbatorio (el vicio de la masturbación, que es un
hábito arraigado), y finalmente la adicción a la masturbación que
conlleva también una “estructura psicológica” masturbatoria
(inmadurez, egocentrismo, cerrazón). Esta última etapa es compulsiva
y patológica (hablaremos de ella en otro capítulo).
Para considerar adecuadamente el problema de la masturbación
debemos hacer dos juicios complementarios: uno desde el punto de
vista objetivo y otro sobre la responsabilidad subjetiva de la persona
que lo realiza.

Un juicio objetivo

“La Iglesia ha demonizado la masturbación”, me escribía una


persona. Demonizar significa considerar obra del demonio (o al menos
calificar de pecado o de malo) algo que en sí es indiferente o bueno.
Debo decir que la más seria tradición cristiana ha considerado
desde siempre la masturbación como un desorden objetivo, es decir,
considerado en sí mismo; además lo ha considerado prohibido por el

96
La Castidad ¿posible?

sexto mandamiento de la ley de Dios (“no cometer actos impuros”); y


por tanto, cuando este comportamiento se elige voluntariamente (y con
conciencia de su desorden y prohibición) es pecado grave. Uno de los
documentos más importantes de la Iglesia sobre este tema considera
esta posición como “doctrina tradicional” 57. ¿En qué se basa este
juicio? En varios argumentos, que podemos sintetizar en los siguientes
puntos:

1º Es la usurpación de un derecho: porque la persona no casada no


tiene ningún título para ejercer los actos sexuales ni naturales
(o sea, los que se cometen con una persona del otro sexo y
abiertos a la vida) ni contra la naturaleza (ya sea con otro de su
mismo sexo, consigo mismo, o cerrados a la vida). Hemos
hablado más arriba de la auténtica dimensión de la inclinación
sexual y cómo debe ser encuadrada.
2º Además, implica la perversión de la facultad generativa: porque
los órganos sexuales son dados por el Creador para que la
pareja humana coopere con la propagación de la especie
humana; en este sentido el uso infecundo de la sexualidad
contradice esa Voluntad divina.
3º Por otra parte, este acto es incapaz de expresar el amor porque
los órganos sexuales (por su misma constitución física) se
reclaman mutuamente en orden a expresar el amor entre el
hombre y la mujer (son evidentemente complementarios), por
eso la sexualidad en todos los animales sanos hace tender al
macho hacia la hembra y viceversa; la masturbación, en
cambio, es esencialmente incapaz de esta expresión. Por eso es
una expresión de una sexualidad inauténtica, esencialmente
incompleta.

57 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, n.9 (dice:
“la doctrina tradicional según la cual la masturbación constituye un grave desorden moral”).

97
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

4º Es, por otro lado, un acto cerrado (como lo expresa el término


“ipsación”): la masturbación es una búsqueda exclusiva del
auto-placer o placer “consigo mismo”; es una concepción
cerrada del placer. En el acto sexual entre el hombre y la
mujer, el placer es donación: cada uno es causa del placer del
otro. En la masturbación la referencia es el sujeto mismo que
se lo procura; es fundamentalmente egoísta.
5º Como consecuencia de lo anterior, éste es un acto que fija al
sujeto sobre sí mismo, haciéndolo, muchas veces, incapaz de
donarse y sacrificarse.
6º Es un acto que encierra muchos riesgos de perversión: tiende a
producir el vicio, es decir, la inclinación permanente y tiránica
de repetir el mismo acto, aumentando la fantasía y buscando
nuevas técnicas con la ilusión de encontrar una satisfacción
que no llega nunca. Es por este motivo que, a menudo, detenga
o al menos retarde el crecimiento de la personalidad y puede
llevar a la homosexualidad, pues así como la masturbación es
el “amor consigo mismo”, la homosexualidad es “el placer con
otra persona del mismo sexo”.
7º Finalmente, si aceptamos la Biblia como Palabra de Dios,
debemos recordar que San Pablo nos dice que es una
profanación del cuerpo: ¿No sabéis que vuestro cuerpo es
santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis
recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien
comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo
(1Co 6,19-20).

La Biblia y la masturbación

¿Dice la Sagrada Escritura algo sobre la masturbación?


Explícitamente no. El término no aparece expresado en ella. Sin

98
La Castidad ¿posible?

embargo, esto no puede ser usado como argumento para afirmar que
en la Biblia no se condene el acto, como me argüía una persona: “una
tradición eclesial, bastante cuestionable, ha entendido que se condena
en el Nuevo Testamento, cuando se habla de impureza, inmoralidad”.
Debemos reconocer que en ningún lugar del Antiguo o del Nuevo
Testamento hay una explícita confrontación con el tema de la
masturbación, y que el término no se menciona en los escritos de los
Padres Apostólicos (primeros siglos cristianos), pero este silencio no
puede ser entendido como una aprobación o una indiferencia hacia
este comportamiento; de hecho, de los principios que ellos elaboraron
sobre la ética sexual y sus actitudes generales podrían fácilmente haber
concluido con la explícita condenación de la masturbación. No
sabemos por qué no lo hicieron; probablemente se debió al hecho de
que los primeros escritores cristianos estaban principalmente
preocupados con los pecados sexuales que son, por naturaleza,
interpersonales58. Y si bien en el Nuevo Testamento no se hace alusión
a este acto concreto, hay que tener en cuenta, como dice un autor, que
“la condenación del mismo pecado puede deducirse aquí
indirectamente de la enseñanza de San Pablo tomando como punto de
partida aquellos textos en los que condena la pasión ignominiosa en
general y en los que los teólogos encuentran condenado también el
vicio solitario... De modo análogo se puede considerar el
autoeroticismo como un elemento de la condición en la que se
encuentran los solteros a los que San Pablo les aconseja el
matrimonio: si no puedes contenerte, cásate; porque es mejor casarse
que quemarse (1Co 7,9)”59. Otros ven condenaciones implícitas de la
masturbación en otros textos como: las obras de la carne son (...)
fornicación, impureza, libertinaje (...); quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios (Gal 5,19.21); purifiquémonos de toda
mancha de la carne y del espíritu (2 Cor 7,1) y cada uno de vosotros
58 Cf. Giovanni Cappelli, Autoerotisma. Un problema morale nei primi secoli cristiana?,
Centro Editoriale Dehoniano, Bologna, 1986.
59 William E. May, Summary of Silverio Zedda, SJ, Relative e Assolute nella morale de
San Paolo, Brescia: Paicleia Editrice, 1984.

99
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la


pasión como hacen los paganos que no conocen a Dios (1Tes 4,4). En
ninguno de estos textos aparece la palabra “masturbación”, pero
¿puede alguien afirmar y demostrar que no podamos o debamos
entenderla presente en los abusos sexuales mencionados por el
Apóstol?
Por eso han dicho muy bien algunos autores que si bien en la
Sagrada Escritura no aparece mencionada, está incluida en la
condenación que hace del uso irresponsable del sexo, que incluye la
masturbación (y a los textos mencionados podemos añadir los de Gn
38,8-10; 1Co 6,9; Ro 1,24). Por eso el Magisterio de la Iglesia afirma
que “la tradición de la Iglesia ha entendido rectamente que está
condenado en el Nuevo Testamento cuando éste habla de ‘impureza’,
‘falta de castidad’ y otros vicios contrarios a la castidad y a la
continencia”60.

La responsabilidad de la persona...

Lo que acabamos de expresar es el juicio objetivo sobre la


masturbación. No queremos decir con esto que todo acto de
masturbación sea un pecado grave por parte de la persona que lo
comete; para que haya pecado grave hacen falta tres condiciones: la
primera es que sea agraviado un bien fundamental de la persona
humana, constituyendo por eso “materia grave” (y esto ocurre en todo
acto de masturbación, por lo que señalamos más arriba); la segunda
condición es que la persona sea consciente de la gravedad de su acto; y
la tercera que lo realice libremente. Debemos reconocer que en
algunos casos falta alguno de los dos últimos elementos.
De hecho encontramos casos en que algunas personas desconocen
la gravedad de lo que hacen; o la desconocían cuando comenzaron a
60 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, n. 9.

100
La Castidad ¿posible?

hacerlo y así adquirieron un hábito que terminó por volverse


compulsivo, y cuando tomaron conciencia de la gravedad de su acto,
ya tenían una libertad dañada y continuaron obrando impulsivamente.
Hay casos en que la libertad de la persona está comprometida por
alguna enfermedad psicológica que la lleva a obrar compulsivamente
en varios campos, uno de los cuales puede ser el de la masturbación.
Hay casos en que este acto se realiza sin plena conciencia, como
ocurre a quienes lo hacen estando dormidos, o en estado de vigilia.
En otros casos a las personas les queda la duda de si obraron con
libertad o no, y puede ser difícil formularse un juicio exacto; es muy
difícil determinar desde afuera de la misma persona el grado de
responsabilidad sobre sus acciones, especialmente cuando puede
observarse que esa persona tiene otros desórdenes psicológicos
(fobias, compulsiones, escrúpulos, ansiedades, estados o cuadros
depresivos, etc.). En todo caso, podemos indicarles algunos elementos
orientadores:
(a) La persona debe siempre intentar acomodar su razón con la
regla moral objetiva que hemos indicado más arriba; por eso, aun
cuando hubiera realizado sus actos sin culpa, por falta de plena
advertencia o libertad, como en los actos compulsivos, debe ser
conciente de que si bien no ha cometido pecado grave por la falta de
conocimiento o de libertad, igualmente ese acto no es en sí bueno u
ordenado.
(b) Como consecuencia de lo anterior, debe seguir poniendo los
medios para continuar la lucha; medios serenos y proporcionados; sin
caer en angustias, pero sin darse tampoco por vencido definitivamente.
Tal vez sea la cruz que tenga que llevar durante mucho tiempo.
(c) Y ciertamente no debe conformarse con su situación como un
derrotado se conforma con ser esclavo.

¿Deja consecuencias?

101
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Es una pregunta que he escuchado repetidamente. Muchos


quieren saber si la masturbación puede traerles consecuencias físicas,
o si alguno de los problemas físicos que ya tienen son efecto de su
vicio de masturbación. Reconozcamos que mucha literatura de los
siglos pasados resaltaba las secuelas físicas que ocasionaría este hábito
y que al no poder demostrar estos hipotéticos efectos dejaban en
descrédito la doctrina moral sobre el problema. Con mucha razón esto
ha sido calificado de “leyendas exageradas” 61.

Sin embargo, hay que afirmar que la masturbación, conlleve o no


efectos físicos nocivos, sí produce (por la estructura psicológica que
va desarrollando en la persona que incurre en este vicio, especialmente
cuando se ha vuelto adicto o adicta a este comportamiento) variados
efectos psicológicos nocivos. Entre otros:

1º Conlleva un sentimiento de inadecuación psicológica: ocasiona


frustración y ansiedad por la falta de una satisfacción sexual
completa por la ausencia del objeto (el otro o la otra persona
real). Por eso, es que muchísimos de los que son víctimas de
este vicio quieren dejarlo, aunque no pueden, como me escribía
un joven peruano de 20 años: “mi problema es la masturbación;
hace cuatro años que comencé en esa adicción y no puedo salir;
por favor, recomiéndeme qué puedo hacer”.

61 Dice Bless hablando de los enfermos que están esclavizados por este vicio: “también
(hay que evitar) el propalar esas leyendas exageradas sobre las enfermedades producidas por la
masturbación; lo único que se obtiene con ellas es desanimar todavía más a los enfermos, sin
curarlos” (Pastoral psiquiátrica, Ed. Razón y Fe, Madrid 1966, capítulo VII: “Piscopatología
sexual”, p. 266).

102
La Castidad ¿posible?

2º La prolongación del autoerotismo hace también problemática la


tendencia a la apertura: la satisfacción solitaria puede producir
un incesante desarrollo del narcisismo (enamoramiento de sí
mismo), pues se busca el propio yo en detrimento del mundo
exterior, la capacidad de soportar tensiones desagradables se
debilita a fuerza de recurrir ante cualquier suceso problemático
a la consolación que la masturbación pone a su alcance. Al no
enfrentarse con la realidad, el individuo corre el riesgo de
perder el espíritu de superación y de iniciativa necesaria. El
adolescente puede quedar fijado en objetivos infantiles,
evitando un auténtico compromiso con la realidad.

3º El hábito de la masturbación encierra el peligro de acentuar el


sexo en detrimento del verdadero amor, ya que quedará fijada la
vida interior más sobre lo genital que sobre la entrega de sí al
otro y determinando una preferencia por la búsqueda del propio
yo en lugar de la persona del otro.

4º El placer autoerótico conlleva elementos de angustia,


culpabilidad y temor. El sentimiento de culpa producido por la
práctica masturbatoria puede determinar al sujeto a recurrir de
nuevo a ella, persiguiendo la solución ilusoria para su ansiedad,
pero entrando en un círculo vicioso.

El P. Jorge Loring, en su conocido libro “Para Salvarte”, al hablar


del tema cita varios testimonios al respecto; entre los cuales el mismo
de Freud, para quien “el masturbador incurre en riesgo de bloquear el
desarrollo y maduración de su psicoafectividad” 64. Otros sostienen
cosas semejantes, como que conduce a graves desequilibrios
nerviosos62, neurastenia63. Un moralista como Bernard Häring, que en
62 “La práctica habitual de la masturbación conduce a graves desequilibrios nerviosos” (Dr.
José Todolí, Estudios sobre sexualidad, 4º, II. Toledo; citado por Loring, op. cit., p. 415).
63 Dubois, La revolución sexual, XIII, 2. Barcelona, 1975; citado por Loring (op. cit., p.
415. En el mismo lugar se cita al Dr. Luis Riesgo: “No es inteligente considerar la masturbación

103
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

cuestiones sexuales ha sido tan laxo que ha llegado a tomar distancia


de varias enseñanzas de la Iglesia, reconocía sobre este punto: “La
masturbación hecha costumbre da por lo general seres psíquicamente
replegados sobre sí mismos, especialmente incapaces de elevarse a un
auténtico amor sexual”64.

64
Loring cita al Dr. Honorio Sanjuán, Estudios sobre sexualidad, 3º, III. Toledo, 1979; en
Loring, Jorge, Para salvarte, Edapor, Madrid 199851 (indico la edición 51ª, pues de ésta he
tomado las referencias del libro; el autor ha seguido añadiendo datos en las ediciones siguientes
de su libro), p. 415.
En mi trabajo pastoral he encontrado a varias personas que han
defendido la licitud de la masturbación e incluso a otras que me han
hablado de los “efectos benéficos” que les ha reportado en el
conocimiento de la sexualidad y en su preparación para la vida
matrimonial; pero ha sido mucho más frecuente encontrarme con
testimonios como el del muchacho que me escribía lo siguiente:
“Estimado Padre: Tiene mucha razón; es verdad que la masturbación y
el dejarse llevar por las sensaciones placenteras, a la larga produce
vacío, depresión, y te crea un malestar psicológico y espiritual, porque
esto lo he experimentado; y la verdad, no da buenos resultados. Lo que
mejor me hace sentir bien, es la oración y el deporte; esto me fortalece
la voluntad, me crea bienestar psicológico y consolida el espíritu.
Masturbación = depresión; oración y deporte = alegría fortaleza,
entusiasmo”.

Digamos, pues, que la principal consecuencia es la actitud


psicológica que conlleva este comportamiento, que debe tomarse en
como algo natural, pues causa una serie de trastornos en el adolescente. No sólo en el campo
religioso, sino en el afectivo, psicológico, intelectual, etc., donde se hacen sentir sus malos
efectos. (...) El que en plena adolescencia el joven sienta fuertemente el impulso sexual, tiene un
profundo valor educativo (...). Más tarde en su vida conyugal, muchas veces tendrá que dominar
sus inclinaciones” (Dr. Luis Riesgo, Hablando en familia, III, 5.
EAPSA. Madrid).
64 B. Häring, La ley de Cristo, III, Herder, Barcelona 1973, p. 314.

104
La Castidad ¿posible?

serio, y una estructura psicológica replegada sobre la misma persona.


Para decirlo con las palabras de un autor de mucha autoridad médica:
“Entre las derivaciones consiguientes, una muy principal es la
habituación a excitaciones sexuales inadecuadas, que en muchos casos
son causa segura de ulteriores trastornos de la potencia y de la
sensación en el matrimonio. Los efectos psíquicos de la ipsación han
de tenerse por serios. La práctica habitual acarrea una actitud psíquica
peligrosa, que se caracteriza por la pérdida de la confianza en sí
mismo y de la conciencia del propio valor, cuyo lugar ocupan con
fijeza sentimientos crecientes de inferioridad; a ello se agrega siempre
un aislamiento psíquico cada vez más opresivo. El primer
apartamiento deliberado fija el autoerotismo; y esta fijación va
acompañada de pérdida de la verdadera capacidad de amar, de la
aptitud para desbordar el propio yo, por lo que conduce
indefectiblemente a la concentración egocéntrica.
A veces se llega a una grave alteración de los deberes religiosos, e
incluso a una actitud consciente de reto y aborrecimiento” 65.

Masturbación y matrimonio

¿Cura el matrimonio el problema de la masturbación, como


algunos creen? No, porque raramente el matrimonio cura por sí mismo
el egoísmo que está en la base de la conducta masturbatoria y menos
aún la malformación psicológica que crea este vicio.
Hay que tener mucho cuidado con los que llevan este vicio al
matrimonio creyendo que él les solucionará su inclinación a la
actividad sexual. Algunos ven el matrimonio sólo como remedio de la
concupiscencia; de ser así probablemente fracasarán en él. Dice Bless
al respecto de quienes tienen problemas de masturbación compulsiva
por problemas neuropáticos: “En todos estos casos hay que ser muy
prudente cuando se trata da dar un parecer acerca del matrimonio.

65 Niedermayer, Compendio de medicina pastoral, Herder, Barcelona 1955, p. 118.

105
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Aunque el matrimonio sea, para los casos normales, un ‘remedio de la


concupiscencia’, en los casos anormales no es siempre una solución,
aunque haya potencia para procrear. No es tan raro que algunos
hombres busquen en el matrimonio un remedio a su masturbación.
Hay médicos y confesores que dan este consejo, de buena fe
verdaderamente, pero inútil. Aunque se considere que muchas de estas
personas son capaces de realizar el acto conyugal, la cuestión, sin
embargo, no se resuelve. En efecto: esa capacidad no nace del amor,
sino que parece más bien depender de la fantasía que reemplaza la
realidad por ciertas representaciones. Además, la mayoría de esas
personas son impotentes desde el punto de vista psíquico (la
masturbación después de la pubertad, acompañada de imaginaciones
perversas, es un síntoma grave de neurosis. Lleva a una conducta
egocéntrica.

Hay peligro en que el hombre habituado a la masturbación


acompañada de imaginaciones perversas no halle su satisfacción en el
coito normal. El matrimonio no es solución en este caso)” 66.

La pornografía

Algo mucho más serio que la masturbación es el problema que


representa la pornografía, verdadero desastre e incontenible avalancha
que amenaza seriamente con destruir la psicología humana.

Datos para agarrarse la cabeza...

66 Bless, pp. 267-268.

106
La Castidad ¿posible?

He aquí algunas estadísticas sobre la pornografía que pueden


ayudarnos a tener una imagen más precisa del problema 67:
–Los adolescentes entre las edades de 12 a 17 años son los más
grandes consumidores de pornografía, de acuerdo con estudios
gubernamentales de varios países.
–El 86% de los violadores convictos en los Estados Unidos han
admitido el ser usuarios frecuentes de pornografía, y el 57% han
admitido que imitaron escenas sexuales vistas en materiales obscenos
en la comisión de sus delitos.
–El 87% de los abusadores de niñas y el 77% de los abusadores
de niños usaban regularmente la pornografía fuerte.

–El típico enfermo sexual serial puede llegar a abusar y molestar


a más de 300 niños en toda su vida, jugando la pornografía un papel de
importancia en crímenes y en actos de violencia sexual contra niños.
–En los Estados Unidos una mujer mayor de 18 años de edad es
violada cada 46 segundos y la pornografía violenta sirve a menudo
como un manual de instrucciones para el violador.
–En la actualidad hay más de 1.000 servicios de BBS (Bulletin
Board Service) que ofrecen pornografía en los Estados Unidos. Robert
Thomas, quien fue convicto por la distribución interestatal de material
obsceno a través de su BBS tenía en su sistema unas 25.000
fotografías sexualmente explícitas (hard-core o XXX), siendo 6.000 de
ellas, fotos de niños. Las imágenes de los niños (pornografía infantil)
fueron solicitadas y distribuidas por este convicto en más de 600.000
ocasiones.
67 Algunas de los datos siguientes los tomo de la página “Basta de Pornografía”
(www.bastadepornografia.r8.org); otros de: Patrick Carnes, Ph.D. Out of the Shadows.
Understanding Sexual Addiction, 3rd. edition, Hazelden, Center City, Minnesota 2001. Cf.
Carnes, David Delmonico, Elizabeth Griffin y Joseph Moriarity, In the Shadows of the Net,
Hazelden, Center City, Minnesota 2001.

107
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

–Se estima que los norteamericanos gastan entre 8.000 y 10.000


millones de dólares anuales en pornografía. Esta cantidad supera a la
suma de las ganancias en bruto de las cadenas ABC, CBS, y NBC, que
en conjunto representan 6.200 millones de dólares anuales.
–Anualmente se distribuyen 200 millones de ejemplares de las
revistas pornográficas Hustler, Penthouse y Playboy en los hogares de
Estados Unidos.
–La circulación combinada de Playboy y Penthouse excede las de
las revistas Time y Newsweek sumadas.
–La edad promedio en que los varones ven por primera vez
Playboy u otra revista similar, es de 11 años.
–Una película pornográfica puede filmarse a un costo entre u$s
20.000 y u$s 125.000, generando luego hasta u$s 2 millones en
ganancias.
–Se cree que un 70% de las mujeres involucradas en la
pornografía han sido víctimas de incesto o abuso sexual en su infancia.
–Estudios de laboratorio han demostrado que el hecho de ver
películas pornográficas puede incrementar los niveles de agresión
hacia las mujeres.
–La industria de la pornografía infantil genera ganancias de 2.000
a 3.000 millones de dólares por año.
–Se estima que el 7% de la industria de la pornografía en EE.UU.
involucra actividades entre niños o entre niños y adultos.
–Según el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, el
abuso sexual infantil se elevó un 175 % entre 1981 y 1985. La tasa de
violaciones en los Estados Unidos ha aumentado más del 700 % desde
1933. Esto tiene en cuenta el aumento de población.
–Desde 1984, más de 150 negocios orientados al sexo (peep
shows, salas de masaje, librerías, teatros, etc.) han sido cerrados en la

108
La Castidad ¿posible?

ciudad de Oklahoma, y en un período de 5 años, la tasa de violaciones


en el condado disminuyó un 27 %. Durante este mismo período, la
tasa de violaciones aumentó el 19 % en el resto del estado.
–La policía de Cincinnati encontró una disminución del 83% en
crímenes mayores tales como la violación, la ratería y el robo entre
1974 y 1979 en un área de la ciudad donde las tiendas de sexo fueron
cerradas.
–La policía en Phoenix, Arizona, encontró en 1978, que un
vecindario con negocios de pornografía experimentó 47% más de
crímenes contra la propiedad, 44% más de crímenes violentos, y
1035% más de crímenes sexuales que en las áreas de la ciudad sin las
tiendas sexuales.
–Varios estudios han demostrado que todas las personas,
normales o desajustadas, que ven pornografía desarrollan el deseo de
ver material pornográfico cada vez más perverso, así como los adictos
a las drogas desean drogas cada vez más fuertes.
–El capítulo 18 del estudio de la Comisión sobre la Pornografía
del Fiscal General de Estados Unidos, realizado en 1986, señala que
las principales revistas pornográficas para hombres (Playboy,
Penthouse, Hustler, Chic, Club, Gallery, Genesis y Oui) tienen una
tasa de circulación cinco veces más elevada en los Estados de Alaska y
Nevada que en el de Dakota del Norte. Es muy significativo que las
tasas de violaciones sexuales de Alaska y Nevada son ocho veces más
elevadas que la de Dakota del Norte.
–Hustler publicó imágenes de niños a un promedio de 14,1 veces
por ejemplar entre 1953 y 1984. Dos tercios de las escenas en las que
aparecían niños en estas revistas eran sexuales y/o violentas, la
mayoría involucrando a niños entre 3 y 11 años, con 80% de los niños
activamente involucrados.
–La pornografía por Internet representa el tercer negocio más
lucrativo de Internet (moviendo mil millones de dólares anuales).

109
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

–Un estudio de los primeros años del siglo XXI afirmaba que en
ese momento había 100.000 sitios pornográficos en la Web, y que
diariamente se introducía 200 sitios nuevos 68; sacando cuentas esto
equivale a 73.000 sitios nuevos cada año. Si las cifras son ciertas hoy
en día el guarismo casi se ha quintuplicado.
–Según un libro escrito por Patrick Carnes, David Delmonico y
Elizabeth Griffin, en enero de 1999 se contaban 19.542.710 visitantes
mensuales distintos en las cinco principales páginas pornográficas
pagas, y un total de 98.527.275 visitantes mensuales en las cinco
principales páginas gratuitas; en el mes de noviembre de ese mismo
año la cifra se había elevado un 140%.
–Los mismos autores reportan que cerca del 17% de los usuarios
de Internet tiene problemas con sexo en la Web; el 1% de los usuarios
tiene problemas serios (casos extremos) y de este grupo el 40% son
mujeres, el 60% varones.
–Asimismo señalan que cerca del 70% de la navegación
pornográfica se realiza durante los días de semana, entre las 9 de la
mañana y las 5 de la tarde (o sea, que es ya un problema abierto y a la
luz del día y que se realiza no sólo en lugares privados sino incluso en
el trabajo y en la escuela)69.
¡Tenemos un problema muy serio instalado en el corazón de
nuestra sociedad!

En qué consiste el fenómeno

Pornografía es, en sentido estricto, la obscenidad exhibida a


través de escritos, fotografías, dibujos, espectáculos, filmaciones, etc.
Se la llama “literatura de la desviación sexual” 70, ya que alimenta las
68 Patrick Carnes, Ph.D. Out of the Shadows..., p. XIII.
69 Patrick Carnes, David Delmonico, Elizabeth Griffin, In the shadows... p. 6.
70 David Alexandre Scott, La pornografía. Sus efectos sobre la familia, la comunidad y la
cultura, Informe base para la comisión sobre pornografía de los Estados Unidos, Ed. Conadefa,

110
La Castidad ¿posible?

diferentes desviaciones sexuales (dichas en general parafilias) como el


exhibicionismo, voyeurismo (excitación a través de la curiosidad),
fetichismo (excitación por medio de fetiches o símbolos sexuales),
travestismo, pederastia (la búsqueda de la sexualidad con niños del
mismo o del otro sexo), homosexualismo, sado-masoquismo (la
excitación sexual a través de la crueldad activa o pasiva), la necrofilia
(que halla satisfacción sexual en ver, tocar o mutilar cadáveres); al
punto tal que existe pornografía especializada (literatura, revistas,
películas, videos, boletines y en nuestros días cientos de páginas de
Internet) para cada una de las diferentes parafilias.
La pornografía es un fenómeno de degradación reduplicativa, una
especie de “prostitución de la prostitución” 71, porque a la degradación
propia del envilecimiento de la sexualidad y del amor humano, le
añade la comercialización, el escándalo provocado, y la intención
degeneradora del prójimo.
La pornografía propiamente no comercia con la sexualidad
humana, puesto que el contenido de este concepto (sexual, sexualidad)
es mucho más grande que el objeto al que tiende la industria
pornográfica. Por eso, hay que decir más propiamente que la
pornografía se relaciona exclusivamente con la genitalidad. Es
comercio, venta, oferta, ofrecimiento y subasta pública de la
genitalidad humana. Y como la reducción de lo sexual a lo genital es
una degradación que prepara nuevas degradaciones, la pornografía es
el primer escalón descendente en la zoomorfización del ser humano.
Más aún, debe decirse que la pornografía es un auxiliar de la
masturbación y se relaciona directamente con ella; a la masturbación
apunta quien busca y usa pornografía, como señala un especialista 72.
Se trata, por tanto, de una depravación del instinto sexual.

Bs. As. 1986, p. 7.


71 Cf. Luis Barazzutti, Humor erótico y pornografía, Ed. Guadalupe, Bs. As. 1985, p. 14.
72 Cf. Stephen Arterburn, Addicted to “Love”, Regal Books, Ventura, CA., 2003, p. 122.

111
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Como se habrá podido observar en los datos escalofriantes que


hemos aportado más arriba, el ofrecimiento pornográfico tiene cauces
muy diversos: la literatura (entre la que contamos los libros con
material escrito de orden pornográfico; la literatura pseudo-científica
que pretende divulgar estudios serios, pero que en realidad no hacen
más que enseñar el uso indiscriminado de la sexualidad; las revistas
pornográficas con material gráfico), la música (en letras, ritmos y
melodías excitantes de la sensualidad), en algunos tipos de baile, en el
cine y la televisión, en los servicios telefónicos (las llamadas “líneas
calientes” cuya oferta llenan muchas páginas de conocidos
periódicos), los videojuegos, el cibersexo en sus diversas variantes
(programas para tener sexo “real time”, en tiempo real; chateo sexual;
programas multimedios —se calcula que los CD-Rom de contenido
erótico ocupan el 20% del negocio de CD-Rom). El ofrecimiento de
pornografía por Internet ha multiplicado el problema de una manera
alarmante, probablemente por cinco factores que señala el psicólogo
Patrick Carnes73:
1º La facilidad de acceso, porque Internet ofrece ingreso fácil e
increíblemente amplio a toda clase de sexo, veinticuatro
horas al día, los siete días de la semana y desde puntos muy
diversos (el propio hogar, el trabajo, un ciber-café, la misma
escuela o universidad).
2º El aislamiento: pues ofrece sexo sin la distracción que
representa la realidad, ni el riesgo de contraer enfermedades
como el Sida, herpes, sífilis, etc.; el hecho de aislarse también
permite, a quienes recurren a este consumo sexual, justificar
sus actitudes pensando que no hacen daño a nadie.
3º El anonimato, que es uno de los mayores atractivos para los
dominados por la lujuria.

73 Patrick Carnes, David Delmonico, Elizabeth Griffin, In the shadows... pp. 12-14.

112
La Castidad ¿posible?

4º El bajo costo económico, porque a diferencia de otras


actividades que suponen tener dinero suficiente (como la
prostitución o el material pornográfico impreso), Internet
ofrece mucho material gratuito o casi.

5º Y la fantasía: el cibersexo promete todo tipo de sexo (hetero y


homosexual, sadomasoquista, con adolescentes, adultos,
ancianos o niños, con consentimiento o sin él, etc.) y esto sin
peligro de ser rechazado por la otra persona.

Estos factores contribuyen a que el recurso a Internet sea un


problema tan grande y una amenaza enorme para quienes quieren
luchar con una compulsión sexual y para las personas emocional y
psicológicamente vulnerables a estas tentaciones.

Efectos de la pornografía

La pornografía tiene consecuencias muy serias tanto en el orden


moral, como en el psicológico, social y cultural. Mencionemos sólo
algunos efectos puestos de manifiesto en estudios realizados por
diversos equipos de psiquiatras y psicólogos.
Ante todo produce insensibilidad ante los comportamientos
desviados; incluso disminuye la compasión masculina y femenina ante
la violación y la condición de la víctima violada; se ha constatado que
a raíz del incremento de la pornografía comienza a juzgarse a la
víctima menos agraviada de lo que realmente ha sido, menos digna y
más responsable de su propia situación74.
74 Así dicen, después de un estudio, Neil Malamut (de la Universidad de California), Ed
Donnerstein (de la Universidad de Wisconsin) y Dolf Zillmann (de la Universidad de Indiana);
citados en David Scott, op. cit., p. 10.

113
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

No sólo insensibiliza, sino que también produce un aumento de


interés morboso en la desviación sexual75.
Por otra parte, aumenta la hostilidad y la violencia individual y
social, especialmente dentro de la actividad sexual. Poco a poco los
sujetos adictos a la pornografía comienzan a desinteresarse de la
llamada pornografía soft, suave o blanda (sin contenido violento), y
empiezan a necesitar pornografía hard core, dura, violenta, para
alcanzar los mismos niveles de excitación que tenían tiempo atrás. Es
tristemente aleccionador el ejemplo de Theodor Robert Bundy,
proveniente de una familia normal, graduado en psicología y abogacía,
con unos prometedores pasos en la carrera política, pero que, al ser
ejecutado el 24 de enero de 1989 en la silla eléctrica de la prisión del
estado de Florida, dejaba tras de sí 31 mujeres estranguladas y
violadas, luego de haberlas sometido a la tortura y al horror. Antes de
enfrentar la muerte hizo declaraciones que nunca deberían olvidarse:
“a los 12 o 13 años comencé a encontrar material pornográfico en los
negocios, y me convertí en un adicto obsesionado. Mientras fui
creciendo, mi adicción me llevó a consumir material de violencia
sexual. Finalmente llegó el punto en que nada de lo que viera me
satisfacía. Pensé sobre esto durante casi un año... Entonces decidí dar
el salto trágico de matar a una mujer. No podía creer lo que había
hecho... Me sumí en una profunda depresión durante los próximos seis
meses... Pero luego eso desapareció. La locura sexual regresó y maté
nuevamente... esta vez el remordimiento fue menor... Ustedes me van
a matar, y eso protegerá a la sociedad de mí mismo. Pero allí afuera
hay muchas personas adictas a la pornografía, y ustedes no están
haciendo nada”76. En un estudio, el 86% de los violadores convictos
confesaron haber usado regularmente la pornografía, y 57% de ellos
admitieron que trataron de revivir una escena pornográfica durante la
violación77. El mismo estudio reveló que 87% de los que abusaron de
niñas y 77% de los que abusaron de niños usaban regularmente la
75 Según los psiquiatras británicos Martin Roth y Edward Nelson; citados por David
Scott, op. cit., p. 9.
76 Cf. Boletín de la Liga por la Decencia, nº 144, abril de 1989.

114
La Castidad ¿posible?

pornografía fuerte. Otro estudio reveló que el “51% de los estudiantes


varones expuestos a la pornografía violenta indicaron que
considerarían la posibilidad de violar a una mujer si pudieran evitar las
consecuencias”78.
Aumenta también el apetito por pornografía cada vez más rara,
grotesca y desviada. Los sujetos analizados, dice un investigador,
informan no estar satisfechos con el material que ya les es familiar;
necesitan material más raro, grotesco y desviado, incluyendo
representaciones de sadomasoquismo y violación79.
Sobre el matrimonio la pornografía blanda conduce, dice Jennings
Bryant80, a la insatisfacción sexual tanto en hombres como en mujeres,
y esto los torna insatisfechos e infelices con el comportamiento sexual
y la apariencia de su propia pareja; conduce también a la
desvalorización y menosprecio de la monogamia y a la falta de
confianza en la viabilidad y duración del matrimonio como
institución81.
Al mismo tiempo, puede conducir en muchos casos al suicidio.
Investigaciones hechas por el FBI han determinado que muchas
revistas pornográficas se convierten en guías para la llamada “muerte
auto-erótica”, especialmente en adolescentes. En efecto, algunas de
estas publicaciones describen actos sexuales realizados con el
excitante adicional de arriesgar la vida; así ha ocurrido (repetidamente
en Inglaterra y Estados Unidos) el caso de jóvenes que han realizado
actos masturbatorios teniendo al cuello una soga de nudo corredizo, o
bolsas plásticas para disminuir la capacidad respiratoria, buscando
77 Cf. Diana Russell, Against Pornography: The Evidence of Harm, Russell Publications,
1993, p. 147.
78 Cf. Tom Minnery, ed., Pornography: A Human Tragedy, ed. Tom Minnery (Wheaton,
Ill.: Tyndale House Publishers), p.39; citado por Kerby Anderson en: The Pornography Plague,
www.leaderu.com/orgs/probe/docs/pornplag.html.
79 Cf. D. Zillmann, citado por Scott, p. 10-11.
80 Citado por Scott, p. 11.
81 Dolf Zillman and Jennings Bryant, Pornography, Sexual Callousness, and the
Trivialization of Rape, Journal of Communications 32(1982): 15.

115
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

experimentar lo que se siente en esas situaciones; en muchos casos


murieron ahorcados o asfixiados.

Y tal vez la consecuencia más extendida y la primera que se


presenta en la práctica de la pornografía es la adicción o dependencia
compulsiva a este comportamiento; pero sobre este punto hablaremos
en un capítulo posterior.

Juicio psicológico y moral sobre la pornografía

Moralmente hablando, la pornografía es un acto intrínsecamente


malo en sí mismo; esto significa que es imposible de justificar por
ningún motivo ni en ninguna circunstancia. Los comportamientos que
alienta la pornografía son contradictorios con el bien humano, es decir,
el bien de la persona humana. Destruye los bienes fundamentales de la
fidelidad, la donación total, la apertura real al otro, la exclusividad del
matrimonio como lugar de la comunicación sexual, la castidad, el
pudor, la apertura a la vida, etc. Promociona actos lascivos, despierta
bajos instintos, sugiere el pecado, induce directa y explícitamente la
lujuria. Como consecuencia lógica, debemos decir que el promover,
promocionar o facilitar la pornografía es un acto gravísimo. Siempre
es un escándalo, pues el sentido de esta expresión (escandalizar)
quiere decir “empujar a otros al pecado”. Cuando se ofrece a menores
de edad, constituye además un pecado de corrupción de menores, y
debería ser gravemente penado por la ley. Por sus consecuencias y
efectos sobre el individuo, la familia y la sociedad, la pornografía debe
ser considerada manifestación privilegiada de la “cultura de muerte”
que amenaza a nuestra sociedad contemporánea. La pornografía está
condenada por el sexto y el noveno mandamiento de la ley de Dios; y
cae bajo la censura de Jesucristo: Yo os digo que todo el que mira a
una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón (Mt 5,28).

116
La Castidad ¿posible?

Considerando el fenómeno desde el punto de vista psicológico,


hay que decir que los productores de pornografía han sido
adecuadamente calificados por un psicoanalista como “fabricantes de
ansia”82. No es un fenómeno que pertenezca a la esfera del amor
humano sino a la de la ansiedad y angustia. El consumidor de
pornografía es, por lo general, un ser frustrado y fracasado en su
capacidad de amor; es indudablemente un ser insatisfecho, lo que
explica su búsqueda ansiosa de nuevas experiencias sexuales; la
ansiedad y angustia que despierta en él la búsqueda de material
pornográfico y las expectativas que pone en el placer que esto le
producirá (en su imaginación) lo convierten fácilmente en un enfermo
neurótico y le abren el camino a alguna de las diversas formas de
psicosis.
La pornografía es un fenómeno de inmadurez que confunde la
capacidad biológica de reproducirse (y por tanto, de tener actos
sexuales solo o con otras personas) con madurez sexual. El progreso
sexual no es mera perfección técnica, sino evolución armónica de
funciones en el respeto de los valores humanos; y la madurez sexual
consiste en la capacidad de llevar a cabo una elección, de vivirla y
renovarla en un acto de amor; el adicto a la pornografía es incapaz de
esto.
Como señala Gianfrancesco Zuanazzi 83, el fenómeno de la
pornografía reproduce o perpetúa la actitud egocéntrica de la infancia,
en que el niño vive cerrado sobre sí mismo y sobre el círculo de sus
propias impresiones, adoptando actitudes defensivas, negativas y de
oposición (los niños son caprichosos y egoístas). Una buena educación
consiste, precisamente, en hacerles trascender su propia persona y
buscar a los demás con generosidad. Cuando alguna actitud impide
que se supere este egoísmo infantil (manteniendo en él la dimensión

82 Cf. Servadio, I fabbricanti d'ansia, en “Playmen”, febrero de 1969.


83 Gianfranco Zuanazzi, Pornografía y progreso sexual, en: AA.VV. La escalada del
erotismo, op. cit., pp. 107-122.

117
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

posesiva y competitiva), se cae en una neurosis. Esto hace


precisamente la pornografía, centrada en el propio interés y en el uso y
abuso del cuerpo ajeno como objeto de excitación sexual.
La persona adicta a la pornografía debe ser considerada como
enferma, puesto que se trata de:
Alguien profundamente utilitarista y antisocial (ya sean hombres
misóginos o mujeres misándricas): no aman sino que usan. Esto
supone siempre desprecio o menosprecio, materialización e
instrumentación del “otro”.
Alguien en realidad antisexual, pues, como indica el Dr.
Zuanazzi, las revistas de sexo son profundamente antisexuales, ya que,
en realidad, diluyen y disipan la auténtica sexualidad.
Una persona afectada de neurosis, biológicamente desarrollada
pero afectivamente retrasada (descaradamente egoísta).
Una persona frustrada. A. Kaplan ha dicho que la pornografía
sólo se nutre de la frustración. La pornografía es el alimento del
hombre o la mujer para quien el amor verdadero —y la auténtica
sexualidad— ha sido una experiencia de frustración. Las variantes
sexuales que la publicidad pornográfica le ofrece son “escapismos” del
verdadero amor, que a él o a ella, no los satisfacen. Es en este sentido
que un autor dijo que “la masturbación es la rúbrica que uno pone a su
fracaso”.
Además es alguien psíquicamente pervertido ya sea en acto o al
menos en potencia. Señalaba H. Bless en un clásico estudio sobre la
enfermedad psíquica84 que, con frecuencia, los que tienen una vida
sexual pervertida (tendencias sadomasoquistas, fetichistas,
exhibicionistas, pulsiones al bestialismo, travestismo,
homosexualismo, o a la necrofilia) lo deben al hecho de haberse
quedado en una fase infantil de su vida apetitiva sexual. En ellos se
84 CF. H. Bless, Pastoral psiquiatrica, Razón y Fe, Madrid 1966, pp. 277-278. El Padre
Bless fue una autoridad en este tema, por cuanto se desempeñó por años como Capellán del
Instituto Psiquiátrico “Voorburg”, de Vught, Holanda.

118
La Castidad ¿posible?

han fijado formas infantiles de satisfacciones eróticas. Esto suele ser


causa del sentimiento de insuficiencia, que puede fácilmente dar lugar
a conflictos, los cuales, a su vez, causan perversiones sexuales. A esto
hay que añadir como agravante los malos hábitos adquiridos durante la
juventud, y el condicionamiento que causa el ambiente pornográfico
de la sociedad actual: al que no nace con estos problemas, nuestra
sociedad se los ofrece o se los crea.

La fornicación y las relaciones prematrimoniales

Por fornicación entendemos las relaciones entre un hombre y una


mujer solteros. Este acto puede ser realizado de modo ocasional, por
pasión o diversión, sin vistas al matrimonio o por personas que tienen
intención de casarse. En este último caso algunos hablan de relaciones
“prematrimoniales”, aunque el nombre calza, en realidad, a cualquier
tipo de relación realizada antes del matrimonio, independientemente
de que terminen casándose o no (de hecho, muchos novios que hablan
de matrimonio y tienen relaciones sexuales amparados en esta
“perspectiva” de casarse pronto, finalmente no se casan entre sí). Es
cierto que no puede equipararse totalmente el vínculo que existe entre
dos personas que se quieren y se están preparando para contraer
matrimonio, con la relación ocasional de dos personas que sólo
circunstancialmente se ven o se tratan, pero, desde el punto de vista
moral, ambos casos son equiparables y se definen como fornicación.
De todos modos, al menos para satisfacer a quienes afirman que son
casos muy diversos, haré algunas observaciones por separado. No
considero, en cambio, en este punto el caso de la prostitución que
implica otros elementos.
La extensión del problema
El problema de las prácticas sexuales entre solteros no casados ha
crecido en las últimas décadas. Hoy en día, para muchos estudiosos, la

119
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

preocupación recae principalmente sobre la edad en que los


adolescentes comienzan a tener este tipo de experiencias:
aproximadamente entre los 14-15 años. En un informe del año 2003,
sobre la situación en la Argentina, se afirma que la edad promedio en
que muchas mujeres comienzan a tener sexo es de 15 años, mientras
que los varones lo hacen a los 14. De estos el 41% lo hizo con
prostitutas, el 26% con sus novias, el 20% con amigas y el 10% con
parejas ocasionales85. Aun desconfiando del fundamento de los
informes, el dato es orientador.
Un estudio comparativo sobre el problema de la promiscuidad
sexual entre adolescentes estadounidenses, destacaba algunos
elementos graves; se trata de un seguimiento sobre el aumento de la
promiscuidad en jóvenes de distintas edades a lo largo de los años
1955-1987. Tomando sólo estas dos fechas extremas resulta este
cuadro de aumento de la promiscuidad entre jóvenes de las siguientes
edades:

Promiscuidad sexual en Promiscuidad sexual en


el año 1955 el año 1987

2,5% 27%

7,5% 33%
14% 50%

23% 70%

15 años
85 Informe “La adolescencia en Argentina: sexualidad y pobreza”, Fundación para Estudio e
Investigación de la Mujer, 2003; en: La Nación, 18/02/2004.

120
La Castidad ¿posible?

16 años

17 años

18 años

Tengamos en cuenta que para la fecha final del informe (año


1987) no había explotado aún el problema sexual creado por Internet.

Las causas de esta estampida sexual la encontramos en diversos


factores que se han combinado produciendo un poderoso caldo
virósico; entre las principales yo enumeraría: (a) la reducción del amor
al sexo; (b) la reducción del sexo a la genitalidad; (c) la trivialización
del noviazgo (por ejemplo, con la nueva categoría de “amigovio” o
amigo con “derechos” a tener sexo o roces); (d) el bombardeo de
pornografía en los medios de comunicación social; (e) la facilidad del
recurso a los medios anticonceptivos y la mentalidad anticonceptiva y
abortista dentro del mismo matrimonio; (f) la pérdida del sentido de la
castidad y de la virginidad; (g) la falta de educación del carácter y de
la afectividad en general por parte de los padres y de la escuela; (h) la
lamentable educación sexual que se da en algunas escuelas, muchas
veces contra el consentimiento de los mismos padres.

La fornicación de los que no son novios

Para la Iglesia la fornicación “es gravemente contraria a la


dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente
ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación
de los hijos”86. Lo confirman incluso psicólogos como Fromm y el
mismo Freud. Erich Fromm, quien analizó particularmente la

86 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2353

121
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

problemática del sexo, afirmaba: “Hechos clínicos obvios muestran


que los hombres y mujeres que dedican su vida a la satisfacción sexual
sin restricciones, no son felices, y a menudo sufren graves síntomas y
conflictos neuróticos”87. Por su parte, el nada sospechoso de
puritanismo Freud, ha reconocido que el libertinaje (implicado en la
fornicación) es la muerte del amor: “La libertad sexual ilimitada no
conduce a mejores resultados. Nada cuesta comprobar que el valor
psíquico de la necesidad sexual desciende desde el momento en que la
satisfacción resulta fácil. Para que la libido crezca hacen falta
obstáculos... En las épocas en que la satisfacción amorosa no ha
encontrado dificultades, el amor ha perdido todo valor, la vida se ha
vuelto vacía, y han hecho falta fuertes reacciones para restablecer los
valores afectivos indispensables. Desde este punto de vista cabe
afirmar que el ascetismo cristiano ha creado para el amor todo un
conjunto de valores psíquicos que la antigüedad pagana no había
sabido conferirle”88.

Las relaciones prematrimoniales de los novios

Hay quienes están de acuerdo con el juicio sobre la fornicación,


pero pretenden que no deben calificarse del mismo modo los actos
entre los novios que se quieren y que pretenden casarse.
Lamentablemente, enseñan esto incluso algunos que usan para sí el
título de teólogos católicos. Para estos, tales relaciones
“prematrimoniales” deberían juzgarse dentro del proyecto de amor del
futuro matrimonio; tales actos, para ellos, no siempre quedan fuera del
verdadero amor89; otros pretenden justificarlas cuando los novios se
87 Citado por Loring, Para Salvarte, 199851, 68,15, p. 383.
88 Freud, Sigmund, La vie sexuelle, Paris 1969, p. 63; citado por Loring, Para Salvarte,
199851, 68,15, p. 383.
89 Por ejemplo, A. Hortelano, reconociendo que “no son el cuadro ideal para vivir la
sexualidad”, concluye: “sin embargo, no nos atrevemos a decir que las relaciones sexuales
prematrimoniales, cuando expresan un auténtico amor total y para siempre, sean siempre
gravemente malas” (Hortelano, A., Problemas Actuales de Moral, Ed. Sígueme, Salamanca
1980, II, p. 600).

122
La Castidad ¿posible?

encuentran en circunstancias extraordinarias o difíciles y supuesta la


voluntad seria de casarse públicamente en su debido momento.
Estas afirmaciones no tienen fundamento en la tradición de la
Iglesia, ni en la Sagrada Escritura, ni tampoco en la sana psicología.

Psicológicamente las relaciones sexuales no son expresión del


verdadero amor humano, y no son una preparación adecuada para el
matrimonio, a pesar de lo que digan en contrario sus defensores. Por el
contrario, como afirma el psicoanalista y profesor de Psicología
Clínica, Tony Anatrella, “las experiencias sexuales no facilitan la
madurez, por el contrario, frecuentemente la retrasan” 90.

Las relaciones prematrimoniales están mal por su misma


naturaleza (es decir, no por las consecuencias, ni por las
circunstancias, ni por un mal fin; sino por sí mismas, porque les falta
algo esencial a la relación sexual lícita). No niego que muchos novios
se amen verdaderamente; tampoco niego que muchos novios ignoren
por qué tales relaciones no son buenas; pero esto no cambia las cosas;
debemos decir igualmente que la relación sexual no es una
manifestación auténtica del amor en esa etapa de sus vidas. ¿Por qué?
Fundamentalmente porque el “acto sexual” entre el hombre y la mujer
es la manifestación plena y exclusiva de la conyugalidad, y los novios
carecen de la conyugalidad aunque se estén ordenando a ella y estén
preparándose para ella.
La relación sexual es la manifestación plena del amor conyugal,
porque es allí donde los esposos alcanzan la máxima unión física y, a
través de ella, fomentan la máxima unidad afectiva y espiritual. Allí
son “una sola carne” y mediante este acto también “un solo espíritu”.
Pero esta manifestación es exclusiva de la conyugalidad. Como hemos

90 Tony Anatrella, El sexo olvidado, Sal Terrae, Santander 1994, III,5. Citado por Loring,
Para Salvarte, 199851, 68,15, p. 380.

123
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

explicado al hablar del matrimonio, por el lenguaje del cuerpo el acto


sexual es parte del lenguaje humano; tiene un significado único,
irrepetible e irrenunciable que dice “donación total”. Una donación es
verdaderamente total cuando incluye: 1º todo cuanto se tiene; 2º de
modo exclusivo; 3º en el estado más perfecto en que puede estar lo
que se dona; y 4º para toda la vida.
Ahora bien, la donación entre los esposos es total cuando incluye:
1º todo cuanto se tiene (cuerpo, alma, afectividad, presente y futuro);
2º de modo exclusivo (es decir, a una sola persona con exclusión de
todas las demás); 3º en estado perfecto (no disminuido o deteriorado,
como ocurre cuando las capacidades han sido anuladas previamente
por medio de anticonceptivos o la esterilización); 4º para toda la vida
(lo cual es garantizado sólo tras el compromiso público que se da en el
consentimiento matrimonial). Estos elementos sólo pueden ser vividos
en el matrimonio válidamente celebrado.

La relación prematrimonial no reúne estas condiciones. En efecto:


1º No se da cuanto se tiene: porque no ha dado todo quien aún no
ha pronunciado públicamente el “sí matrimonial” ante la sociedad: no
ha dado su futuro, no ha dado su nombre, no ha dado su compromiso,
no se ha hecho responsable ante la sociedad de sus actos. El verdadero
amor es un acto “oblativo” de don total de sí al otro; en cambio, en la
relación sexual prematrimonial (y lo mismo se diga de la
extramatrimonial) lo que prima psicológicamente no es la oblatividad
sino la búsqueda egoísta del placer: el “otro” no es aquél a quien se da
sino aquello que se toma para uno mismo.
2º No es exclusivo, o al menos no es necesariamente exclusivo:
pues la falta del compromiso matrimonial lleva muchas veces a la
ruptura del noviazgo (incluso los más serios) y a la instauración de
nuevos noviazgos; de este modo las relaciones prematrimoniales se
tienen con distintas mujeres o distintos hombres.

124
La Castidad ¿posible?

3º Generalmente la capacidad sexual no se da en el estado más


perfecto, pues ordinariamente se recorta de ella la dimensión
procreativa: “las más de las veces excluyen la prole” 91.
4º No es para toda la vida: pues falta rubricarlo por el único acto
que hace irretractable el compromiso, el cual es la celebración válida
del matrimonio.
Como escribió un poeta: “¿Qué esconde esa belleza? Solo
espumas”.

Consecuencias más comunes de la fornicación y del sexo


prematrimonial

Entre los efectos que suelen o pueden seguirse de las relaciones


sexuales prematrimoniales señalo especialmente 92:
1º En el orden biológico:
(a) Frigidez: se sabe médicamente que la actividad sexual
ejercida por jovencitas de 15 a 18 años puede ser causa de frigidez en
épocas posteriores; en algunos estudios, el 45% de las mujeres
interrogadas se refirieron a la falta de capacidad de reacción sexual
como una consecuencia temible de las relaciones previas al
matrimonio; está comprobado que muchas mujeres no son frígidas por
constitución, sino a causa de inadecuadas experiencias sexuales antes
del matrimonio. Esto provoca en algunos casos el fenómeno de las
pseudo-lesbianas, es decir, de las mujeres que buscan el encuentro
amoroso con otras mujeres, porque se han quedado decepcionadas de
los hombres, o bien alternan indiferentemente la compañía íntima de
los hombres con la de las mujeres.
91 Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, sobre algunas
cuestiones de ética sexual, 29 de diciembre de 1975, n. 7.
92 Cf. José María del Col, Relaciones prematrimoniales, Ed. Don Bosco, Bs.As. 1975, pp.
169-221. Las estadísticas y citas cuya fuente no cito expresamente están tomadas de este estudio.
Añado otros datos indicando su fuente.

125
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(b) Enfermedades venéreas: “entre los millares de casos venéreos


cuidados –afirma Carnot– nunca encontré uno solo que no tuviese por
origen directo o indirecto un desorden sexual”. Entre éstas las más
extensas son la sífilis, la blenorragia y actualmente el Sida.
(c) Embarazos: aunque la mayoría de los novios recurren a la
anticoncepción (añadiendo una mayor gravedad a su pecado de
fornicación), ésta –como ya se sabe– no es capaz de evitar los
embarazos que tienen lugar por “descuido” o por “fallas” de los
mismos métodos anticonceptivos.

2º En el orden psicológico:
(a) Crea temor: puesto que, por lo general, las relaciones tienen
lugar en la clandestinidad, crean un clima de temor: temor a ser
descubiertos, temor a ser traicionados después (siendo abandonadas),
temor a la fecundación, temor a la infamia social. Además crean otra
alteración pasional, a saber, el temperamento celoso: la falta de
vínculo legal hace siempre temer el abandono o desencanto del novio
o novia y la búsqueda de satisfacción en otra persona; de hecho no hay
ningún vínculo que lo pueda impedir; por eso la vida sexual
prematrimonial engendra en los novios un clima de sistemática
sospecha de infidelidad.
(b) Da excesiva importancia al sexo, al instinto sexual, al goce
sexual. Esto produce un detrimento de las otras dimensiones del amor:
la afectiva y la espiritual. Normalmente esto resiente el mismo
noviazgo y luego el matrimonio. Asimismo, esta centralización del
amor en el sexo frena el proceso de maduración emocional e
intelectual. “Una relación sexual precoz, llevada a cabo regularmente,
dice Tumlirz, ...ejerce también su efecto inhibidor sobre el desarrollo
intelectual y la evolución consecutiva de la mente...”.
(c) Introduce desigualdad entre el varón y la mujer. De hecho
nadie puede negar que en las relaciones prematrimoniales quien lleva

126
La Castidad ¿posible?

la peor parte es la mujer. Ésta, en efecto: “pierde la virginidad; se


siente esclavizada al novio que busca tener relaciones cada vez con
mayor frecuencia; no puede decirle que no, porque tiene miedo de que
él la deje, reprochándole que ella ya no lo quiere; vive con gran
angustia de que sus padres se enteren de sus relaciones; participa de
las molestias del acto matrimonial, sin tener la seguridad y la
tranquilidad del matrimonio”93; vive en el temor de quedar
embarazada; si queda embarazada es empujada al aborto por el novio
que la deja sola ante los problemas del embarazo, por familiares y
amigos e incluso por instituciones internacionales, fundaciones y
asociaciones que luchan por la difusión del aborto en el mundo 94 (a
pesar de esto, conozco casos, tal vez excepcionales, en que ha sido el
novio, enterado de su paternidad, quien ha querido el nacimiento de su
hijo, mientras que ha sido la novia la que se ha empecinado en
abortar).

(d) Sexualidad prematura, depresión e intento de suicidio. Un


tema poco conocido es la relación entre el ejercicio adolescente de la
sexualidad y los problemas de depresión y suicidio. En junio de 2003
el Center for Data Analysis Report publicó un informe titulado “Los
adolescentes sexualmente activos son más proclives a deprimirse y a
intentar suicidarse”, obra de Robert Rector, Kirk Johnson y Lauren
Noyes95. Según la declaración se calculaba que en 1997 el 48% de los

93 Carlos Buela, Modernos ataques contra la familia, Rev. Mikael n. 15 (1977), p. 39.
94 “En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre... puede ser
culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino
también cuando favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas
del embarazo... No se pueden olvidar las presiones que a veces provienen de un contexto más
amplio de familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que
se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto” (Evangelium vitae, 59).
95 Robert E. Rector, Kirk A. Johnson, Ph.D., and Lauren R. Noyes, Sexually Active
Teenagers Are More Likely to Be Depressed and to Attempt Suicide, Center for Data Analysis
Report #03-04; www.heritage.org/Research/Family/cda0304.cfm.

127
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

adolescentes norteamericanos eran o habían sido sexualmente activos;


y a continuación señalaba: “los problemas asociados con la actividad
sexual adolescente son bien conocidos; cada día 8.000 adolescentes en
Estados Unidos quedan infectados por alguna enfermedad de
transmisión sexual96, y calculaba para el 2003 cerca de tres millones de
jóvenes infectados; en total cerca de un cuarto de los jóvenes
sexualmente activos americanos han sido infectados por enfermedades
de transmisión sexual100. Sin embargo, menos conocidos son los
problemas de orden psicológico y emocionales relacionados con la
actividad sexual adolescente. El estudio indicaba que “cuando se
compara con los adolescentes que no son sexualmente activos, los
jóvenes y las jóvenes sexualmente activos son significativamente
menos proclives a ser felices y están más inclinados a sentirse
deprimidos... (y) son significativamente más propensos a intentar el
suicidio”. De aquí que concluya: “la actividad sexual temprana es un
factor substancial en el deterioro (undermining) del bienestar
emocional de los adolescentes americanos”. Y yendo a datos
concretos, el informe reportaba, respecto de la relación entre depresión
y actividad sexual (tomando como modelo las encuestas de una
semana):

ƒ Durante ese tiempo el 25% de las muchachas sexualmente


activas señalaban haber estado deprimidas todo el tiempo, o casi
todo el tiempo y gran parte del tiempo; contra el 7,7% de las
muchachas que no eran sexualmente activas. Por tanto las
sexualmente activas son tres veces más proclives a la depresión
que las que no lo son.
ƒ Durante el mismo tiempo, en los jóvenes varones el porcentaje
de depresión era del 8,3% para los sexualmente activos contra

96 El autor cita a pie de página a Meg Meeker, Epidemic: How Teen Sex Is Killing Our Kids
(Washington, D.C.: Regnery Publishing Company, 2002), p. 12. 100 Ibidem (la cita es del autor
del texto), p. 13.

128
La Castidad ¿posible?

el 3,4 de los no activos; o sea el doble de propensión. De estos


datos la doctora en medicina adolescente Meg Meeker escribía:
“La actividad sexual adolescente rutinariamente lleva a una
tormenta emocional y a angustia psicológica... [La permisividad
sexual conduce] a relaciones vacías, a sentimientos de auto-
desprecio y de inutilidad. Todo esto es, por supuesto, precursor
de la depresión”97.
En cuanto a la relación entre actividad sexual e intento de suicidio
(tomando como medida el lapso de doce meses y la encuesta entre
jóvenes de 14 a 17 años):
ƒ El índice de intentos de suicidio entre las muchachas
sexualmente activas era del 14,3%, mientras que los intentos de
suicidio en el mismo lapso entre las jóvenes no activas
sexualmente sólo llegaba al 5,1%. Encontramos el triple de
inclinación al suicidio entre las sexualmente activas.
ƒ Entre los muchachos varones el 6,0% de los sexualmente
activos había intentado quitarse la vida, en contra del 0,7% de
los que no tenían actividad sexual: casi ocho veces más 98.

De aquí que ante la pregunta de si hubiesen preferido esperar más


tiempo antes de iniciarse sexualmente, el 55% de los varones y el 72%
de las muchachas respondió que sí; en cambio sólo el 32% de los
varones y el 25% de las muchachas estaba de acuerdo en haber
empezado sus actividades sexuales en la edad en que lo hicieron.

3º En el orden social:
97 Meeker, Epidemic: How Teen Sex Is Killing Our Kids, p. 64.
98 El estudio tuvo en cuenta la posibilidad de que en estos resultados hubiesen influido otros
factores como problemas económicos o sociales; introduciendo estas variantes los resultados no
cambiaron.

129
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(a) Casamientos precipitados. La experiencia demuestra hasta el


cansancio que los embarazos no intencionales o la infamia social,
lleva muchas veces a apurar el matrimonio cuando se carece de la
debida madurez para enfrentarlo y éste a su vez termina en una ruptura
ya irreversible. Lo sabemos bien los sacerdotes, que tenemos que
enfrentar muchas veces dramas matrimoniales que tienen este origen.
(b) Abortos procurados. La experiencia también nos muestra el
número cada vez mayor de abortos y sobre todo la relación entre la
mentalidad abortista y la mentalidad anticonceptiva 99. Ahora bien,
nadie puede negar que esta última es el ambiente más común para
quienes practican el sexo prematrimonial; consecuentemente, también
el aborto será una de sus más nefastas consecuencias.
(c) Maternidad ilegítima. Cuando no se efectúa el aborto y no se
opta por el casamiento apresurado, se termina arrostrando una
maternidad ilegítima. Una de las preocupaciones más angustiosas de
nuestra época es el problema de las madres solteras adolescentes.
Según algunas estadísticas, el mayor porcentaje de hijos ilegítimos
que no son segados por el aborto corresponde a las jóvenes de 15 a 19
años, luego siguen las que tienen entre 20 y 24 años; la tasa más baja
es la de las menores de 15 años.

(d) Fracasos matrimoniales. Hay muchas personas que sostienen


la necesidad o al menos la conveniencia de las relaciones sexuales
antes del matrimonio en orden a asegurarse que estén preparados para
el matrimonio. Esto es falso y lo demuestran los hechos. El Dr. López
Ibor ha dicho con claridad que “las relaciones sexuales
prematrimoniales no son necesarias para la futura armonía
matrimonial”100. Las relaciones sexuales prematrimoniales no
garantizan el éxito en el matrimonio. “Porque el matrimonio –explica
Loring– es mucho más que armonía sexual. La prueba es que la
mayoría de los matrimonios fracasados que acuden al psiquiatra han
99 Cf. Evangelium vitae, 13.
100 Citado por Jorge Loring, Para salvarte, 68,15; Edapor, Madrid 199851, p. 379.
105
Loring, op. cit., p. 380.

130
La Castidad ¿posible?

tenido relaciones sexuales antes de casarse... Carlos Soler, del


Tribunal de Causas Matrimoniales de Barcelona, (afirma) que ‘la gran
mayoría de los matrimonios fracasados que acuden a los tribunales
para deshacer su matrimonio (algunos antes del año de casados)
habían practicado relaciones sexuales antes de casarse’. Luego esto de
nada les sirvió. Un estudio llevado a cabo por sociólogos de la
Universidad de Wisconsin (EE.UU) sobre una muestra de 13.000
individuos de ambos sexos, ha puesto de manifiesto que las parejas
que tuvieron relaciones sexuales antes del matrimonio fracasaron
como cónyuges en un número muy superior al de las parejas que no
las tuvieron”105.

La homosexualidad

La homosexualidad es la atracción afectiva (y/o sexual) hacia


personas del mismo sexo. Cuando se da en mujeres recibe el nombre
de lesbianismo. No se trata de un fenómeno uniforme sino complejo
donde se dan cita aspectos diversos como la orientación, los actos
homosexuales, las pulsiones físicas y la cultura homosexual. No todas
estas cosas van siempre juntas y no son equivalentes, por lo que
debemos hacer varias aclaraciones.

Naturaleza y origen del problema

Hay personas que por motivos muy diversos sienten inclinación


hacia otras personas de su mismo sexo; esto lo podemos llamar
simplemente “inclinación u orientación homosexual”; para muchos su
problema no pasa de este punto. Un cierto número de estas personas
van más allá y realizan actos sexuales solitarios, pero con fantasías
homosexuales (masturbación, pornografía) y algunos también tienen
relaciones sexuales con personas de su mismo sexo; esto ya es llamado

131
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

“conducta homosexual”. Finalmente, unos pocos (pero en general con


mucha influencia económica y política) asumen un estilo de vida
homosexual, se declaran homosexuales e incluso (no todos, pero sí un
número influyente) promueven una cultura centrada en la
homosexualidad; es lo que hoy se denomina “cultura gay”.

De aquí que tengamos un cuadro complejo: no todos los que


tienen actos homosexuales tienen inclinaciones homosexuales, ni
todos los homosexuales son gays, ni todos los que sienten
inclinaciones homosexuales mantienen tales inclinaciones durante
mucho tiempo101.

Por este motivo las personas involucradas en estas tendencias y


comportamientos, deben ser divididas en varias categorías; las más
importantes son dos: los llamados homosexuales esenciales y los
ocasionales102.
Los homosexuales esenciales (también llamados primitivos,
constitucionales o primarios) son quienes están sujetos a una especie
de instinto compulsivo que los orienta hacia personas de su propio
sexo. Entre estos hay que separar a quienes rechazan de modo total la
relación afectiva con personas de otro sexo y experimentan un impulso
casi irresistible hacia el propio sexo (denominados “homosexuales
totales y exclusivos”), y los que pueden sentir también una atracción
heterosexual (son más propiamente “bisexuales”).

101 Puede verse el interesante libro de Mike Haley, 101 preguntas frecuentes sobre la
homosexualidad, Casa Creación, Lake Mary, Florida 2005. Haley es director del Departamento
de Homosexualidad y Temas de Sexualidad del grupo “Enfoque a la Familia”, y presidente de la
Junta de “Éxodo Internacional” en Norteamérica.
102 Elio Sgreccia, Manuale di Bioetica, II. Aspetti medico-sociali, Vita e Pensiero, Milano
1991, p. 133.

132
La Castidad ¿posible?

Homosexuales ocasionales son aquellos que, conservando sus


tendencias heterosexuales, buscan relacionarse afectiva o genitalmente
con personas de su mismo sexo por motivaciones más superficiales
(aventuras, dinero o falta de pareja de otro sexo). También se los llama
homosexuales veleidosos o secundarios.

La homosexualidad constituye para muchos un doloroso drama


interior. Un joven me escribía: “Tengo 22 años de edad y mi
problema es que soy homosexual. Desde los 14 años he tenido
relaciones sexuales con personas de todas las edades: de menores de
edad hasta casados. Yo ya me harté de vivir esta situación. Creo en
Dios y tengo fe en Él; no quiero ser homosexual y he querido cambiar
pero no puedo. Se me hace difícil porque toda mi vida he vivido esto;
pero quiero cambiar (...) Últimamente he sentido tanto odio contra mí
por ser homosexual que he pensado quitarme la vida. Asisto a misa
cada domingo, e iba a un grupo de oración; pero me alejé del grupo
porque no me sentía bien, ya que yo me preguntaba: ¿por qué vengo
aquí y nada me ayuda; sigo haciendo sexo con hombres? Llevo casi
dos años sin confesarme; tengo necesidad de hacerlo pero no me
animo porque tengo miedo de que me rechacen. No sé qué hacer; y le
escribo para que me ayude o me dé unos consejos; ¡por favor
ayúdeme!”. Esta carta, elegida entre muchas de tenor semejante,
manifiesta varios de los componentes del drama de la
homosexualidad: desprecio de sí mismo, en algunos casos odio,
insatisfacción sexual (como lo demuestra el constante flujo de
“compañeros” sexuales), tentaciones de suicidio, miedo, sensación de
rechazo y aislamiento, etc. Hay que reconocer que muchos que están
en esta situación durante años, terminan entregándose a una conducta
homosexual desenfrenada, más bien por no haber encontrado respuesta
a sus cuestionamientos interiores que por atracción verdadera hacia
este tipo de vida. Es por la misma razón que el desenfreno al que se
rinden no soluciona sus problemas sino que aumenta su resentimiento
contra sí mismos y contra quienes los rodean.

133
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

La tendencia homosexual es una anomalía 103, pero puede


responder a causas muy diversas: desde las puramente morales
(perversión moral) a las psicológicas y culturales. De ahí que no sea
claro el origen del problema ni siquiera en quienes se sienten
“constitucionalmente” homosexuales. Se han propuesto varias
hipótesis, de las cuales, tal vez la más aceptable sea la que remonta el
origen del problema (sin descartar que pueda haber predisposiciones
orgánicas y funcionales) a una intrincada red de relaciones afectivas y
sociales. Se han estudiado los eventuales factores hereditarios,
sociológicos, e incluso hormonales que pueden influir en la aparición
de este fenómeno. Algunos han querido identificar una raíz biológica,
ya sea apelando a particularidades neurológicas (base
neuroanatómica) o bien genéticas (un “gen gay”, como ha sido
llamado por sus defensores). Si así fuera, se podría hablar de
predeterminación biológica (neurológica o genética) a la
homosexualidad, y consiguientemente, de irresponsabilidad o al
menos impotencia de revertir la tendencia homosexual; esto, según
algunos, justificaría los comportamientos morales al menos en estos
casos. Pero, en realidad, todos los intentos de demostrar un
determinismo biológico de la homosexualidad han resultado vanos; y
los estudios que se han divulgado sosteniendo tal teoría no han podido
responder las objeciones que se les ha puesto desde el mismo ámbito
científico. Al respecto se puede ver el sintético informe de Nicolás
Jouve de la Barreda: La homosexualidad a la luz genética104.
En realidad, como dice Polaino-Lorente, “ignoramos por el
momento cuál es la etiología de la homosexualidad” 105. Esto significa

103 Cf. Elio Sgreccia, Manuale di Bioetica, II, op. cit. p. 131.
104 Nicolás Jouve de la Barreda (Catedrático de Genética, Departamento de Biología
Celular y Genética, Campus Universitario,Universidad de Alcalá de Henares), La
homosexualidad a la luz Genética, en la “Jornada sobre la Homosexualidad: una reflexión
científica y moral”, 24 de Noviembre de 2001, Instituto Pontificio Juan Pablo II.
105 Cf. Aquilino Polaino-Lorente (Catedrático de Psicopatología de la Universidad
Complutense), Bioética y etiología de la homosexualidad.

134
La Castidad ¿posible?

que las hipótesis son muchas y no todas compatibles entre sí. De todos
modos, parece ser la más acertada la que se apoya en la influencia del
clima educativo familiar, especialmente en el período que va de los 6 a
los 12 años (según Sgreccia). El dinamismo original de la desviación
homosexual parecería consistir en una fracasada identificación
afectiva del niño o de la niña. Por lo tanto, hay que decir que no es
algo innato y que si bien puede hablarse de personas que están en
riesgo, no están, en cambio, predestinadas106.

Pero en todos los casos indicados es necesario distinguir la


tendencia hacia personas de su mismo sexo, y el acto homosexual
(bajo cuyo concepto no sólo incluyo los actos externos físicos sino
también los actos internos plenamente consentidos de deseo y
pensamiento). Como se trata de dos realidades diversas voy a
analizarlas por separado.

El acto homosexual

Entiendo por “acto homosexual” no solo los actos externos


consumados (relaciones genitales y toda clase de actos incompletos,
como caricias, besos, etc.) sino también los actos internos de deseo y
pensamiento plenamente consentidos. De todos estos actos hay que
decir que son intrínsecamente desordenados, es decir, malos en sí
mismos (en moral se dice intrínsecamente injustos o malos por su
objeto moral: “ex obiecto”). Esto significa que ninguna circunstancia,
ni finalidad, ni consecuencia, puede hacerlos moralmente buenos o

106 “Mientras un número de estudios han mostrado que niños que han sido abusados
sexualmente, niños que exhiben síntomas de GID, y niños con antimasculinidad crónica juvenil
se encuentran al riesgo de la atracción homoerótica en la adolescencia y la edad adulta, es
importante darse cuenta de que un porcentaje significativo de estos niños no llegan a ser
homosexuales activos en la edad adulta… Para algunos, experiencias negativas en la niñez
pueden

135
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

justificables; por tanto, cuando son realizados con plena advertencia y


consentimiento, constituyen objetivamente pecado grave.
Hay personas que no están de acuerdo con este juicio, incluyendo
algunos “teólogos” católicos. Pero, estén de acuerdo o no, nadie puede
negar que ésta es la clara enseñanza de la Sagrada Escritura, de la
Tradición y del Magisterio de la Iglesia. Y una sana

________

ser contrarrestadas por interacciones positivas. Algunos hacen una decisión consciente de evitar
las tentaciones. La presencia y el poder de la gracia de Dios, si bien no puede ser medido en
todos los casos, no puede ser ignorado como factor que puede ayudar a los sujetos de riesgo para
evitar la atracción homoerótica. El etiquetar a un adolescente, o peor, a un niño, como
‘homosexual’ sin remedio hace un muy flaco servicio a la persona. Tales adolescentes o niños
pueden, dada la intervención positiva adecuada, recibir consejos adecuados para poder superar el
problema de traumatismos emocionales anteriores” (Homosexualidad y esperanza, Declaración
de la Asociación Medica Católica de EEUU; se la puede consultar en varios lugares; por
ejemplo, en Foro de Teología Moral, www.foromoral.com.ar).
consideración antropológica puede explicar el motivo de este juicio.

La condenación de la conducta homosexual es uniforme a lo largo


de toda la Sagrada Escritura; nadie que haya leído el Antiguo y el
Nuevo Testamento puede negarlo. Así, por ejemplo, dice el libro del
Levítico: No te acostarás con varón como con mujer; es abominación
(Lev 18,22); Si alguien se acuesta con varón, como se hace con
mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su
sangre caerá sobre ellos (Lev 20,13). San Pablo escribe en sus cartas:
Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se
abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de
hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su
extravío (Ro 1,27); “¡No os engañéis! Ni los impuros... ni los
afeminados, ni los homosexuales...heredarán el Reino de Dios (1Co
6,9-10).

136
La Castidad ¿posible?

La doctrina de la Iglesia (tanto la tradición como el magisterio) es


igualmente uniforme, sin fisura alguna107. Allí se señala que “según el
orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados
de su regla esencial e indispensable. En la Sagrada Escritura están
condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la
triste consecuencia de una repulsa de Dios (cf. Ro 1,24-27). Este juicio
de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta
anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus
manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en
ningún caso”108.

También la razón nos hace comprender el sentido de esta


consideración. En efecto, estos actos están absolutamente desposeídos
de la finalidad procreativa que es propia del acto sexual humano (la
cual no puede ser excluida voluntariamente114).
Tales actos, niegan, asimismo, la complementariedad entre el
varón y la mujer, que está inscrita en la naturaleza humana; es
indudable que el varón y la mujer son, como ya hemos visto,
complementarios genitalmente, gonádicamente, germinalmente y
psicológicamente. Los actos homosexuales constituyen, por eso, una
violación de las estructuras del cuerpo humano.
Los actos homosexuales niegan la sabiduría creadora de Dios,
pues al contradecir la antedicha complementariedad entre el varón y la
mujer, inscrita en la naturaleza psico-biológica del ser humano, niega
el plan de Dios sobre la creación.

107 Entre los principales documentos hay que destacar: Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las
personas homosexuales, nº 3; el Catecismo de la Iglesia Católica, Pontificio Consejo para la
Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, Roma, 8 de diciembre de 1995, nº 104.
108 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Persona humana, nº 8. De semejante
tenor es el resumen que hace el Catecismo de la Iglesia Católica: “La homosexualidad

137
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

También niegan la razón última que legitima el uso del sexo, que
es la autodonación; en efecto, el amor verdadero consiste en una
donación de lo que la otra persona carece (en su complementariedad
psico-biológica); así el acto homosexual se encuentra más como
búsqueda de autocomplacencia que como donación.

________

designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva
o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los
siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en
la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado
siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’. Son contrarios a la ley
natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera
complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (Catecismo
de la Iglesia Católica, nº 2357). También tienen mucha importancia las intervenciones del
Magisterio ante los errores enseñados por algunos moralistas sobre este tema (por ejemplo, ante
los errores de J.J, McNeill (cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Roma,
2 gennaio 1987, Enchiridion Vaticanum, t. X, nº 1129ss.), Charles Curran (cf. Sagrada
Congregación para la doctrina de la fe, Curran sospeso dall’insegnamento della teologia, Roma
25 lulio 1986, Enchiridion Vaticanum, t. X, nº 724ss.), André Guindon (cf. L’Osservatore
Romano, 7 de febrero de 1992, p. 10). 114 Cf. Humanae vitae, 14.
Finalmente es un acto antisocial porque de suyo no contribuye
con la generación de nuevos hijos a la sociedad. El sexo se ordena a la
perpetuación de la especie y la práctica homosexual es socialmente
estéril. Si la práctica homosexual fuese una opción lícita y la mayoría
se decidiese por ella, esto equivaldría al suicido social.

La tendencia homosexual

Decíamos más arriba que hay que distinguir claramente los actos
homosexuales de la tendencia que una persona puede experimentar
hacia personas de su mismo sexo. Tal tendencia puede responder a
factores no voluntarios, como puede ser también el fruto de una
práctica reconocida como inmoral por la persona (a veces practicada

138
La Castidad ¿posible?

por dinero, curiosidad, simple complemento de una promiscuidad más


amplia): la repetición de actos genera el hábito.
Lo que suele ocasionar mayores perplejidades y dudas es el caso
de las personas que experimentan esa tendencia involuntariamente.
Hay que decir en términos generales que, mientras no se consienta, no
constituye pecado; pero también hay que añadir que en sí misma, por
tender como fin a un acto desordenado, es un desorden.
Puede no constituir pecado: “Un número apreciable de hombres y
mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su
condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una
auténtica prueba”109. Esto es un hecho comprobado, al menos en la
mayor parte de las personas que reconocen sus tendencias
homosexuales (quienes, por otra parte, guardan con mucha discreción
este problema).

Pero es objetivamente desordenada: “La particular inclinación de


la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin
embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento
intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la
inclinación misma debe ser considerada como objetivamente
desordenada”110. Esta expresión “desorden objetivo” no debe ser mal
entendida; no implica ninguna referencia a la responsabilidad de la
persona que lo experimenta; puede haber personas que teniendo este
desorden objetivo alcancen la santidad, y tal vez una gran santidad.
Algunos han querido defender la inculpabilidad de los actos
homosexuales de las personas cuya tendencia no es voluntaria,
afirmando que ellos no son libres. De este modo, en vez de ayudarlos,
se los injuria, porque con esta afirmación se los despoja de su

109 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2358.


110 Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales, nº 3.

139
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

auténtica libertad: “Se debe evitar la presunción infundada y


humillante de que el comportamiento homosexual de las personas
homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a coacción y por
consiguiente sin culpa. En realidad también en las personas con
tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental
que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular
dignidad”111.

Homosexualidad y curación

Decíamos que muchas personas que experimentan tendencias


homosexuales, sufren por su condición. La pregunta de muchos es:
¿puede curarse? Hay que reconocer que son muy pocos los que están
en condiciones de ayudar a estas personas, en parte como
consecuencia de que en el ambiente profesional de psicólogos y
psiquiatras no se considere la homosexualidad un problema en sí 118 y
en parte porque los grupos activos han conseguido convencer a
muchos incautos de que lo suyo es un estilo de vida libremente elegido
e irreprochable (a esto apunta la política de la “ideología de
género”)119.
Sin embargo, debemos decir que la homosexualidad es curable, al
menos en la mayoría de los casos. Tal es no sólo la opinión sino la
experiencia de los médicos, terapeutas y grupos de apoyo que trabajan
en esta área120. Los tratamientos pueden ser diversos, pero los
resultados son esperanzadores. Negar la posibilidad de la

111 Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales, nº 11.

140
La Castidad ¿posible?

118
Recuérdese que en 1974 la Asociación de Psicólogos de
Estados Unidos retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades o
desórdenes que necesitan tratamiento.
119
Cf. Conferencia Episcopal Peruana, Comisión ad–hoc de la
mujer de la Comisión Episcopal de Apostolado Laical, , La ideología de
género: Sus peligros y alcances
(www.aciprensa.com/controversias/genero.htm).
120
La Declaración “Homosexualidad y esperanza”, de la
Asociación Médica Católica de Estados Unidos, sostiene que la
homosexualidad es curable, y cita la discusión entre los Doctores C.C. Tripp
y Lawrence Hatterer en la que el Dr. Tripp afirmó: “...no hay un solo caso
registrado de cambio de orientación homosexual que haya sido validado por
jueces o tests independientes. Kinsey no pudo encontrar uno solo. Ni
tampoco el Dr. Pomeroy ni yo hemos podido encontrar tal paciente. Nos
gustaría mucho recibir alguno del Dr. Hatterer”; a lo que el Dr. Hatterer
respondió: “Yo he ‘curado’ a muchos homosexuales, Dr. Tripp. El Dr.
Pomeroy o cualquier otro investigador puede examinar mi trabajo que está
documentado por diez años de grabaciones en cinta. Muchos de estos
pacientes ‘curados’ (prefiero usar la palabra ‘cambiados’) se han casado,
tienen familias y viven una vida feliz. Es un mito destructivo que ‘una vez
homosexual, siempre homosexual’. Esto ha hecho, y hará en el futuro
millones de homosexuales convencidos. Y aún más, no solo yo sino
muchos otros psiquiatras de prestigio (los doctores Samuel B. Hadden,
Lionel Ovesey, Charles Socarides, Harold Lief, Irving Bieber, y otros) han
reportado sus éxitos terapéuticos de homosexuales tratables”. La
Declaración continúa más adelante: “trabajos de revisión de resultados del
tratamiento del homoerotismo muestran que ha tenido tanto éxito como el
tratamiento de problemas psicológicos similares: alrededor del 30% se
siente liberado de los síntomas y otro 30% se encuentra mejor”; en nota
bibliográfica se mencionan los trabajos de Bieber, Clippinger, Fine, Kaye,
MacIntosh, Marmor, Nicolosi, Rogers, Satinover, Throckmorton, West
(véase sobre esto la Declaración Homosexualidad y esperanza, de la
Asociación Médica Católica de Estados Unidos; por ejemplo en:
www.foromoral.com.ar; especialmente notas 58-68).
curación es cerrar los ojos a los resultados reales de quienes trabajan
en este campo.
Podrá discutirse el porcentaje en que el cambio total es posible.
Hay algunos casos en que no puede (o parece que no puede) lograrse
un cambio en la inclinación (de atracción homo a heterosexual), pero
sí, al menos, de conducta, con la cesación del comportamiento
homosexual compulsivo. La Declaración de la Asociación Médica de
los Estados Unidos, Homosexualidad y esperanza, señala que quienes

141
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

niegan la posibilidad del “cambio” se cuentan, generalmente, entre los


defensores del estilo de vida homosexual (gay), por lo que su juicio
carece de imparcialidad.
Hay otros que aceptan algunas formas de terapia pero fomentando
el reemplazo de un pecado sexual con otro; por ejemplo, no consideran
a un paciente como “curado” hasta que pueda envolverse
cómodamente en actividades sexuales con el sexo opuesto, aunque el
paciente no esté casado, y otros estimulan al paciente a masturbarse
empleando imaginaciones heterosexuales.
Pero es evidente que para un católico con atracción hacia su
mismo sexo, la meta de toda terapia debiera ser la posibilidad de vivir
libre y castamente de acuerdo a su estado en la vida. Por la experiencia
de grupos que ayudan a personas con tendencias homosexuales, como
“Courage” (católico) y “Exodus” (cristiano interdenominacional),
queda abierta la esperanza a la vida matrimonial plena aún para
personas que han practicado activamente en algún tiempo de vida la
homosexualidad. No me refiero a contraer matrimonio como terapia
(lo que no cura en absoluto y lleva al fracaso) sino al matrimonio
posterior a una terapia exitosa. Es claro que hay casos que demuestran
esta posibilidad.
En general toda terapia adecuada tiende a ayudar a que estas
personas descubran y comprendan las causas profundas de los
traumatismos emocionales que dieron origen a la atracción por el
mismo sexo y a resolver ese problema. En muchos varones con
tendencias homosexuales su identidad masculina ha sido
negativamente afectada por sentimientos de rechazo por parte de su
padre, o de sus iguales, o de una imagen corporal pobre que resulta en
tristeza, rabia e inseguridad. En el caso de las mujeres con atracción
por su mismo sexo a menudo ha sido el conflicto con sus padres u
otros hombres importantes para ellas, lo que las ha llevado a
desconfiar del amor de los hombres, o bien la carencia de afecto
maternal las ha llevado a una profunda necesidad de amor femenino.
En ambos casos, al mejorar el sufrimiento emocional en la terapia, la

142
La Castidad ¿posible?

identidad sexual es reforzada y la atracción por el propio sexo


disminuye.
Sostiene el psicólogo y catedrático holandés Gerard J. M. van den
Aardweg que “mucha gente no sabe que la génesis psíquica de esta
condición sexual carece en absoluto de misterio y que su terapia es
posible. El método que he utilizado consta de dos partes: la primera
consiste en hacer adquirir al interesado una visión clara de la propia
identidad y de su propio mundo afectivo; la segunda, en afrontar esa
situación. Llevamos a las personas a reírse de sí mismas (el
humorismo puede ser muy saludable) y a la adquisición de hábitos
positivos: valentía, honestidad consigo mismo, autodisciplina,
capacidad de amar a los demás; así, hasta lograr que el homosexual
pierda sus hábitos neuroinfantiles. Es esencial neutralizar la
autoconmiseración crónica”112. En cuanto a los resultados, este médico
dice que en un 30% de los casos, la curación es completa (acaban
desarrollando actitudes y hábitos sexuales normales y afectivos y una
vida emotiva adulta); otro 30% cambia más o menos gradualmente,
pierde sus obsesiones homosexuales y asume una actitud emotiva
nueva, aunque no lo suficiente para poder hablar de curación
completa; y hay otros que progresan con extremada lentitud por su
estado neurótico grave, pero también éstos, si son ayudados por una
asistencia y un tratamiento constructivos, adquieren fuerza y coraje y
poco a poco van perdiendo sus depresiones, nerviosismos y
ansiedades113.
A pesar de esto la literatura y propaganda a favor de la
irreversibilidad de la homosexualidad es abrumadora, así como la
negativa a considerar los estudios y evidencias presentados por los
profesionales que defienden que es curable; evidentemente las
motivaciones no son científicas sino ideológicas o basadas en algún
112 G. J. M. Van Den Aardweg, Valoración médica y moral de la homosexualidad, Mundo
Cristiano; este trabajo puede leerse en varias páginas católicas, como ……………..
www.arvo.net; www.teologoresponde.com.ar.
113 De este autor también se puede ver el libro: Gerard van den Aardweg, Homosexualidad
y esperanza. Terapia y curación en la experiencia de un psicólogo, EUNSA, Pamplona 1997.

143
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

interés particular. Robert Spitzer, el investigador psiquiátrico de la


Universidad de Columbia, que estuvo envuelto directamente en la
decisión de 1973 de retirar la homosexualidad de la lista de desórdenes
mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana, recientemente se
ha implicado en un estudio sobre la posibilidad del cambio. Afirmó en
una entrevista: “Estoy convencido de que muchas personas han hecho
cambios sustanciales para llegar a ser heterosexuales... Creo que eso
hace noticia... Empecé este estudio escéptico. Ahora afirmo que se
pueden sostener tales cambios”114.

La curación es, pues, posible; pero para que consideremos que


ésta es total, la persona que padece esta inclinación debe alcanzar dos
objetivos. El primero es aceptar intelectualmente que el acto
homosexual es antinatural; que se opone a la estructura objetiva de la
sexualidad humana, tanto en el plano genético, como físico y
psicológico. Aceptar que es antinatural significa también que se debe
aceptar que todo acto homosexual (es decir, que tenga por fin buscar
un placer venéreo en el contacto real o imaginario con una persona del
mismo sexo) es inmoral (ya sea un acto plenamente consentido de
deseo o de pensamiento o un acto externo). Significa también entender
que la mera tendencia homosexual (inclinación hacia el propio sexo)
no es pecado mientras no sea consentida; pero reconociendo al mismo
tiempo que es algo objetivamente desordenado, por lo cual no se debe
aceptar de modo complaciente y hay que esforzarse por evitar las
consecuencias en que puede acentuarse o provocarse.
La curación total implica igualmente el desear la
heterosexualidad, o sea, el querer sinceramente desarrollar en uno
mismo la inclinación heterosexual 115. Es importante enfatizar que esto
es posible. Debemos tener en cuenta las siguientes palabras del ya

114 NARTH 2000; citado en Homosexualidad y esperanza.


115 Cf. P. John Hampsch, CMF, Hablemos claro sobre la homosexualidad, en Vida
Humana Internacional, Manual para ayudar a las personas que tienen una orientación
homosexual, 2003, p. 25.

144
La Castidad ¿posible?

citado van der Aarweg: “Hay directores espirituales que animan


correctamente a los homosexuales a vivir la castidad y el dominio de
sí mismos, pero de hecho consideran que es imposible desarraigarla.
Es muy equivocada la actitud de quienes, de buena fe, pero víctimas
probablemente de la escasa difusión de las experiencias terapéuticas,
consideran que el mejor modo de ayudar a las personas homosexuales
es sólo enseñarles la resignación y la aceptación del sacrificio que
supone su situación, renunciando a animarlos y ayudarlos a salir de
ella, con paciencia y perseverancia. El camino de la curación de los
homosexuales no pasa por una mala entendida compasión y mucho
menos por la aceptación de su situación como ‘normal’. Es
impresionante y doloroso constatar cuántos médicos, terapeutas,
sacerdotes, psicólogos ignoran el deseo de cambiar que tienen muchas
personas con tendencias homosexuales” 116. Creo que también es muy
importante señalar que así como con el uso de las terapias
tradicionales sólo se registraban cambios hacia la heterosexualidad en
un índice inferior al 30% de los casos tratados, con el empleo de
terapias que apuntan a reorientar “todas” las dimensiones de la persona
dando un lugar importante en la terapia al perdón y a la espiritualidad
cristiana, la tasa de curación se acerca al 100% 117.
De todos modos, sea cual sea el caso y la profundidad del
desorden que se sufra, vuelvo a reafirmar que la castidad es posible.
En el capítulo dedicado a la castidad en cada régimen, estado y
situación de la vida, dijimos a propósito de la homosexualidad, que el
camino que deben transitar estas personas es el de la castidad. Muchos
cuestionan, injusta e infundadamente, que tal modo de vida sea posible
para ellos; pero debemos sostener con fuerza que, aún cuando el deseo
de la heterosexualidad no pueda alcanzarse en algunos casos (ya sea
por dificultades particulares o por inadecuación en la terapia
empleada) y por tanto no pueda hablarse de una “curación” total, la
116 Gerard J. M. Van Den Aarweg, Valoración médica y moral de la homosexualidad, en:
www.teologoresponde.com.ar/Casos/Homosex_curacion.htm.
117 Cf. Richard Fitzgibbons, M.D., La curación de las atracciones y los comportamientos
homosexuales, www.vidahumana.org/vidafam/homosex/homosex_mapa.html.

145
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

castidad sí es posible. El hecho de que una persona no llegue a


cambiar su tendencia homosexual por la tendencia heterosexual
implicará que no será capaz de establecer un matrimonio y una
familia, pero no quiere decir que no pueda vivir la castidad, incluso en
grado eminente. Lo puede hacer del mismo modo que muchas
personas heterosexuales que deseando casarse no han podido concretar
su anhelo o estando casadas se ven obligadas a vivir una vida de
continencia forzada.
El P. John Harvey, fundador de Courage118, tiene un pequeño
escrito titulado “Un plan espiritual para re-orientar la vida de un
homosexual”128. En el mismo, el autor –uno de los más
experimentados en este tema– defiende la posibilidad real de vivir la
castidad en forma gozosa siempre y cuando la persona con
inclinaciones homosexuales lleve una vida espiritual ordenada (el
autor les traza las líneas de un plan de vida espiritual que debe incluir
oración, meditación, Misa frecuente, examen de conciencia diario,
confesión regular, devoción mariana y algún apostolado de obras de
misericordia); en algunos casos hace falta el apoyo de un grupo como
Courage129 y un profundo trabajo sobre el perdón. Este último punto es
esencial en esta terapia –como en muchas otras– pues la tendencia a la
homosexualidad es muchas veces consecuencia de profundas heridas
recibidas en la infancia o adolescencia (aislamiento, abandono, burlas,
rechazos, etc.). Sin alcanzar una auténtica actitud de perdón es poco
probable que se terminen las tendencias a la homosexualidad 119.
118 Courage es un apostolado de la Iglesia Católica cuyo propósito es ayudar a quienes
tienen atracciones hacia el mismo sexo y a sus seres queridos. Es, actualmente, la única
organización de este tipo en la Iglesia Católica aprobada por la Santa Sede. Se puede ver su
página en español en: www.couragerc.org/Espanol/ESPIndex.html. 128 St. Paul Books and Media,
Boston 1992.
119 “A los pacientes se les da la opción de perdonar en tres niveles: el cognitivo, en el cual
se toma la decisión de perdonar aunque el individuo no sienta ganas de hacerlo; el emocional, en
el cual se llega a comprender a aquellos que han causado las heridas y en consecuencia el
paciente siente ganas de perdonar; y el espiritual, cuando la persona ha sido herida tan
profundamente que de hecho no puede perdonar por sí misma, por lo cual le pide a Dios la gracia
de perdonar y de llevarse el enfado... Este proceso normalmente comienza como un ejercicio
intelectual o cognitivo, como una decisión de perdonar para superar el dolor, aunque
emocionalmente no se tenga ninguna inclinación de perdonar. Con frecuencia, se gasta una

146
La Castidad ¿posible?

En el fondo todo cambio comienza por aferrarse a una visión sana


y realista (un autor ha dicho con justeza que la salud mental depende
del compromiso con la realidad a todo costo). Realismo significa en
nuestro caso, una visión clara de la sexualidad, del plan divino, del
“problema” que enfrenta la persona con tendencia homosexual, una
visión de fe, una esperanza firme (en la viabilidad del cambio o al
menos en la certeza de que es posible una vida casta).

129
Además de Courage, trabaja en este campo un grupo Exodus Internacional, con una
sección hispana (Exodus Latinoamérica), organización cristiana interdenominacional (no
católica) dedicada a ayudar a quienes quieren librarse de la homosexualidad, a través de
Jesucristo (www.exoduslatinoamerica.com).
Para estas personas es necesario el apoyo de sanas amistades (de
ahí el gran bien de grupos ortodoxamente orientados como el ya citado
Courage) y el trabajo en la pureza de corazón (con todo lo que esto
implica: rectitud de intención, evitar las ocasiones de pecado, una vida
espiritual ordenada e intensa).

En esta tarea de recuperación cumplen funciones muy importantes


no sólo los profesionales de la salud, sino también los familiares (y en
especial los padres de la persona con tendencias homosexuales), los
profesores de colegios, en particular los sacerdotes y la comunidad
católica en general120.
Finalmente, no debemos dejar de notar que la persona que debe
luchar por su castidad experimentando una inclinación homosexual
estable forma parte del rostro sufriente de la Iglesia. La necesaria

cantidad considerable de tiempo y energías en este nivel del perdón antes de que el paciente
sienta verdaderas ganas de perdonar” (Belén Vendrell, La recuperación de una terapia
esperanzadora en los conflictos de identidad sexual, www.foromoral.com.ar).
120 Cf, Declaración Homosexualidad y esperanza, loc. cit. En la IIª parte:
Recomendaciones, se habla del papel que desempeñan el sacerdote, los profesionales de la salud,
los profesores de instituciones católicas, las familias católicas, la comunidad católica y los
obispos. Invito a su lectura.

147
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

aceptación de la realidad, que más arriba mencioné como el comienzo


de toda auténtica terapia, pasa también por lograr una visión
sobrenatural de esta cruz y de este sufrimiento con el que estas
personas transitan su propio vía crucis acompañando a Cristo. Para
ellos no encuentro mejor ayuda que invitarlos a meditar aquella página
admirable de Elisabeth Leseur:

“Creo que Dios ha concedido el sufrimiento al hombre por un


gran pensamiento de amor y de misericordia.
Creo que Jesucristo ha transformado, santificado, casi divinizado
el sufrimiento.
Creo que el sufrimiento es para el alma el gran obrero de
redención y de santificación.

Creo que el sufrimiento es fecundo, tanto y acaso más que


nuestras palabras y nuestras obras, y que las horas de la Pasión de
Jesucristo fueron más eficaces para nosotros y más grandes y sublimes
ante el Eterno Padre que los mismos años de su predicación y de su
terrenal actividad.
Creo que existe entre las almas que están en el mundo, entre las
que expían, entre las que han alcanzado ya la verdadera vida, una vasta
e incesante corriente constituida por los sufrimientos, los méritos y el
amor de todas estas almas, y que nuestros más ínfimos dolores,
nuestros más leves esfuerzos pueden, con la acción divina, alcanzar a
otras almas queridas, próximas o lejanas, y llevarles la luz, la paz y la
santidad.
Creo que en la Eternidad encontraremos de nuevo a los seres
queridos que han conocido y amado la Cruz, y que sus sufrimientos y
los nuestros se perderán en lo infinito del divino Amor y en los goces de
la reunión definitiva.

148
La Castidad ¿posible?

Creo que Dios es amor y que el sufrimiento es, en su mano, el


recurso de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos”.

Lejos pues de una visión cristiana el apagar la mecha que aún


humea o terminar de quebrar la caña aplastada. Nada hay tan frágil –ni
tan sagrado– como el alma humana. A las personas con tendencias
homosexuales debemos darles esperanza y los medios para hacerla
realidad.

Pastoral con personas de tendencias homosexuales

Me parecen muy acertadas las indicaciones de la Declaración


Homosexualidad y esperanza dedicadas al papel del sacerdote frente a
las personas con tendencia homosexual: “Es de importancia primordial
que los sacerdotes, cuando encuentren feligreses con problemas de
atracción por el mismo sexo, tengan acceso a información sólida y a
recursos auténticamente beneficiosos. El sacerdote, sin embargo, tiene
que hacer algo más que simplemente referirlo a otras asociaciones
(como, por ejemplo, Courage y Encourage). Él está en una posición
única para proporcionar ayuda espiritual específica a aquellos que
experimentan atracción por el mismo sexo. Debe, por supuesto, ser
muy delicado con los sentimientos muy intensos de inseguridad, culpa,
vergüenza, rabia, frustración, depresión y aun temor en esos
individuos. Pero esto no significa que no deba hablar claramente sobre
las enseñanzas de la Iglesia, la necesidad de perdón y curación en la
confesión, la necesidad de evitar las ocasiones de pecado, y la
necesidad de una vida de oración viva. Un número de terapeutas creen
que la fe religiosa juega un papel esencial en la recuperación de la
atracción por personas del mismo sexo y la adicción sexual.
Cuando un individuo confiesa atracción por el mismo sexo,
fantasías o actos homosexuales, el sacerdote debiera saber que ellos
son frecuentemente manifestaciones de traumatismos de la infancia o

149
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

adolescencia, abuso sexual en la niñez, o necesidades infantiles no


satisfechas de amor y afirmación de parte del padre del mismo sexo. A
menos que estos problemas subyacentes sean resueltos, el individuo
puede verificar que las tentaciones vuelven, lo que puede hacerlo caer
en la desesperación. Aquellos que rechazan las enseñanzas de la
Iglesia y estimulan a las personas con atracción por el mismo sexo, a
que entren en las así llamadas ‘uniones homosexuales amorosas
estables’ no comprenden que tales arreglos no pueden resolver los
problemas subyacentes. Al mismo tiempo que se estimule la terapia y
el ingreso a los grupos de apoyo, el sacerdote debiera recordar que a
través de los sacramentos, puede ayudar a los penitentes no sólo a
resolver el pecado, sino también las causas de la atracción por el
mismo sexo”.
Después de estos párrafos ofrece una serie ilustrativa de actos con
los que el sacerdote puede ayudar a estas personas cuando se acercan
al sacramento de Reconciliación:
(a) Ayudarlos a perdonar, que es el primer paso hacia la curación:
las personas que experimentan atracción por el mismo sexo, o se
confiesan de pecados en esta área, casi siempre tienen una carga de
profundo dolor emocional, pena y resentimiento contra aquellos que
los han rechazado, descuidado o herido, incluyendo sus padres, sus
iguales y los que los hayan molestado sexualmente.
(b) Ayudarlos (cuando es el caso) a que descubran y manifiesten
sus dramas escondidos: algunas personas que experimentan atracción
por los de su mismo sexo a menudo cuentan una larga historia de
experiencias sexuales tempranas, y traumatismos sexuales, y es
probable que se hayan visto envueltas en formas extremas de actividad
sexual con otra persona a edad muy temprana o que hayan sufrido
abusos en su infancia. Muchos no le han contado a nadie sobre estas
experiencias y llevan encima un gran sentimiento de culpa y
vergüenza. El sacerdote, con mucha delicadeza puede ayudarlos a
levantar el velo que tapa estos hechos y a volverlos a la realidad
(perdonándose o perdonando a quienes pueden haberles hecho el mal).

150
La Castidad ¿posible?

(c) Ayudarlos a recuperar la esperanza de librarse de sus


adicciones, si las hubiere: no es infrecuente que algunas personas que
se involucran en actividades homosexuales sufran distinto tipo de
adicciones sexuales. La adicción no es fácil de superar, pero el recurrir
frecuentemente a la confesión puede ser el primer paso hacia la
liberación. El sacerdote puede recordar al penitente que aun los
pecados más graves pueden ser perdonados, y así alentarlos a resistir
la desesperación y a perseverar, y al mismo tiempo sugerir algún
grupo de apoyo que sirva para controlar la adicción. Del mismo modo,
hay personas con tendencias homosexuales que con frecuencia abusan
de alcohol y de drogas. El sacerdote puede recomendar ingresar a un
grupo de apoyo que se preocupe de tales problemas.
(d) Ayudarlos a reencontrar la esperanza de vivir: pensamientos
de desesperación y de suicidio son también frecuentes en la vida de
individuos afectados por atracción por el mismo sexo. El sacerdote
puede asegurar al penitente que hay muchas razones para esperar que
la situación cambie y que Dios lo ama y quiere que viva una vida
plena y feliz. Nuevamente, el perdonar a los demás puede ayudar
mucho.
(e) Ayudarlos a ampliar el horizonte moral y educarlos en el
trabajo espiritual: personas que experimentan atracción por el mismo
sexo pueden sufrir de problemas espirituales tales como envidia o
autocompasión. El sacerdote puede ayudarlos a comprender que las
tentaciones sexuales no son su único problema.
(f) Ayudarlos a recuperar la figura paterna: la inmensa mayoría
de hombres y mujeres que experimentan atracción por el mismo sexo
reportan una pobre relación con sus padres. El sacerdote, como figura
paterna que los quiere y los acepta, puede a través de los sacramentos
comenzar la labor de reparar el daño y facilitar una relación curativa
con Dios Padre.

151
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Actitudes sociales con las personas homosexuales121

Una palabra final sobre uno de los tópicos más controvertidos: el


de las actitudes sociales que se pueden y que se deben tomar respecto
de las personas con tendencia homosexual (hoy en día objeto de
campañas contra la “discriminación de las personas homosexuales” o
simplemente “discriminación sexual”). Hay que poner las cosas en
claro.

Ante todo, a estas personas no se las debe discriminar


pastoralmente: hay que tratar de convertir a las que practican la
homosexualidad, y hay que asistir a quienes no la practican pero
tienen tendencias homosexuales. Es un pecado la violencia contra unas
y otras.
Estas personas, como toda persona humana, son sujetos de
derechos fundamentales: derecho al trabajo, a la casa, etc. Con todo,
esos derechos no son absolutos; pueden ser limitados legítimamente
por la autoridad a causa de comportamientos externos objetivamente
desordenados que atenten contra el bien común o contra los más
débiles (física o moralmente).
Esta reducción de los derechos no absolutos se practica en
muchos casos: en determinadas enfermedades contagiosas, enfermos
mentales, individuos socialmente peligrosos, etc. De este modo, existe
una discriminación justa: “Existen ámbitos en los que no se da
discriminación injusta cuando se tiene en cuenta la tendencia sexual:
por ejemplo, en la adopción o custodia de niños, en la contratación de

121 Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia
Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986; Algunas
consideraciones acerca de la respuesta a ciertas propuestas de ley sobre la no discriminación
de las personas homosexuales, L’Osservatore Romano, 31 de julio de 1992, p. 7; Juan Pablo II,
Ángelus del 20 de febrero de 1994.

152
La Castidad ¿posible?

profesores o instructores de atletismo, y en el servicio militar” 122. En


los últimos años uno de los campos de batalla más ásperos ha sido el
reclamo de algunos grupos de homosexuales y lesbianas exigiendo el
“derecho” de adopción por parte de personas homosexuales. La
finalidad de la adopción no consiste tanto en dar un hijo a unos padres
que no pueden tenerlo sino dar unos padres idóneos a un niño que
carece de ellos. Aprobar la adopción de niños por parejas
homosexuales va contra el séptimo principio de la Declaración
Universal de los Derechos del Niño, que estipula que “El interés
superior del niño debe ser el principio rector de quienes tienen la
responsabilidad de su educación y orientación”. La pediatra, miembro
de la Asociación Española de Pediatría y de la European Society for
Pediatric Research, Ana Martín Ancel afirma que “la adopción existe
para acompañar a un niño que ha sido privado de su familia, y
pretende darle un ámbito lo más adecuado posible para su desarrollo”.
Mónica Fontana, profesora de Orientación y Terapia Familiar en la
Universidad San Pablo CEU de Madrid y especialista en psicología
clínica y terapia familiar abunda en la idea de la necesidad de un padre
y una madre, ya que “es mejor para el niño adoptivo que su
emplazamiento filial sea lo más parecido posible al de su familia
biológica”. Y añade que la adopción, “sin ser la única respuesta a la
situación de desamparo del niño, con el tiempo se ha reconocido como
la mejor solución, por imitar en la manera más precisa la forma en que
ese niño vino al mundo y la realidad que viviría de no haber sido
entregado por sus padres en adopción… En este sentido, la familia es
indispensable para el desarrollo de cualquier ser humano. Esta relación
que inicia con la familia será necesaria para el niño no sólo para su
desarrollo, sino para llegar a ser él mismo”. Se cuestiona con justeza:
“En el caso de las parejas homosexuales hay un impedimento para
poder satisfacer esta necesidad de todo ser humano. Si la relación entre
dos mujeres o entre dos hombres es natural -como se argumenta-, ¿por

122 Algunas consideraciones acerca de la respuesta a ciertas propuestas de ley sobre la no


discriminación de las personas homosexuales, L’Osservatore Romano, 31 de julio de 1992, p. 7,
nº 11.

153
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

qué hay una imposibilidad biológica para procrear?”. “A los dos años,
un niño ignora conscientemente si es varón o mujer. Esta identidad se
aprenderá de los que le rodean en su infancia. Por eso el niño tiene
derecho a ser formado en una familia para satisfacer uno de los
conocimientos más importantes en la existencia de cualquier ser
humano: ¿quién soy yo? Y, por tanto, ¿quién eres tú?”. Fontana arguye
además que “está comprobada la mayor promiscuidad de la uniones
homosexuales, que se rompen cuatro veces más que las
heterosexuales. Imaginemos de nuevo las consecuencias sobre los
niños, tan necesitados de seguridad y estabilidad, de un segundo
abandono”. “Por último, necesariamente surgirán en el niño problemas
de socialización. Lo quieran o no, las uniones homosexuales serán
siempre minoritarias y los niños adoptados por ellas, por muchos que
se les diga, nunca podrán sentirse iguales a los demás. ¿Qué respuesta
puede darse a un hijo que pregunta por qué sus amigos tienen un papá
y una mamá? O bien, ¿qué es una mamá?”. La Asociación Española
de Pediatría también se ha manifestado reiteradamente sobre esta
cuestión, y ha sido contundente: “Un núcleo familiar con dos padres o
dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico,
claramente perjudicial para el armónico desarrollo de la personalidad y
adaptación social del niño”123.

Además, la discriminación verdadera, es decir, la que afectaría a


una persona con tendencias homosexuales que quiere vivir castamente,
es casi nula, porque “por regla general, la mayoría de las personas con
tendencia homosexual, que procura llevar una vida casta, no da a
conocer públicamente su tendencia homosexual. En consecuencia el
problema de la discriminación en términos de empleo, casa, etc.,
normalmente no se plantea”124.

123 Cf. Zenit, 3 de junio de 2003.


124 Algunas consideraciones..., Ibid., nº 14.

154
La Castidad ¿posible?

Por el contrario, “los homosexuales que declaran su


homosexualidad son, casi siempre, personas que consideran su
comportamiento o su estilo de vida homosexual como ‘indiferente o,
sin más, bueno’, y por eso digno de aprobación pública” 125. Por tanto,
con estas personas la pretendida “discriminación” es, en realidad, una
defensa social de los más débiles (los inocentes que pueden ser
inducidos a tales comportamientos).
Por eso, el slogan de la “discriminación sexual” se usa, en
realidad, como un arma política para manipular la sociedad y la misma
Iglesia126. Y el objetivo último no apunta a encontrar un lugar en la
sociedad, viviendo castamente, sino explícitamente a lograr la
aprobación de sus comportamientos homosexuales como es el caso del
reconocimiento jurídico-social y la equiparación de la cohabitación
homosexual con el matrimonio heterosexual, e incluso la implantación
de un “derecho” a contraer “matrimonio” entre personas del mismo
sexo. A este respecto hay que decir con Juan Pablo II: “Lo que no es
moralmente admisible es la aprobación jurídica de la práctica
homosexual. Ser comprensivos con respecto a quien peca, a quien no
es capaz de liberarse de esta tendencia, no equivale a disminuir las
exigencias de la norma moral. Cristo perdonó a la mujer adúltera,
salvándola de la lapidación (Jn 8,1-11), pero, al mismo tiempo, le dijo:
Ve y de ahora en adelante ya no peques más”. Y refiriéndose a la
resolución del Parlamento Europeo sobre este tema, añade: “El
Parlamento ha conferido indebidamente un valor institucional a
comportamientos desviados, no conformes al plan de Dios: existen las
debilidades –lo sabemos–, pero el Parlamento al hacer esto ha
secundado las debilidades del hombre”127.

125 Ibid., nº 14.


126 Cf. Carta a los Obispos..., nº 9.
127 Juan Pablo II, Ángelus del 20 de febrero de 1994. Cf. VS, 95.

155
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Las desviaciones y las perversiones sexuales

No hay que confundir las llamadas perversiones sexuales con


otros disturbios sexuales, cuales las desviaciones y las disfunciones
sexuales.
Las disfunciones sexuales se dan en personas cuya tendencia es
normal, pero no pueden realizar sus actos sexuales —parcial o
totalmente— por causas físicas o psicológicas; entre las principales se
cuentan los desórdenes en el deseo sexual (anafrodisia o ausencia de
deseo; satiriasis y ninfomanía o hipererotismo); los desórdenes en la
excitación (impotencia masculina y coitofobia femenina); los
desórdenes en el orgasmo (eyaculación precoz o retardada en el varón;
frigidez o anorgasmia en la mujer); disturbios asociados al dolor
(eyaculación dolorosa en el varón y vaginismo femenino).
Las desviaciones de la tendencia sexual y/o del comportamiento
son patologías que tienen como objeto la tendencia hacia una persona
del mismo sexo, ya sea de modo exclusivo o no exclusivo; las
principales son: el transexualismo, la bisexualidad y la
homosexualidad, de las cuales la más importante socialmente es la
tercera.
Si bien algunos autores engloban las desviaciones dentro de las
perversiones sexuales (también denominadas parafilias, o
parapatías)128, consideraré bajo este nombre exclusivamente los
trastornos más graves del instinto sexual. Las perversiones se verifican
cuando las fijaciones psicogenitales concentran a la persona hacia
“objetos” que, aunque no sean desviados, resultan parciales o
construidos con artificio. Algunos autores incluyen las perversiones
entre las alteraciones del instinto sexual 129; este problema plantea
grandes sufrimientos y responsabilidades no fáciles, tanto para el

128 Por ejemplo, Niedermeyer, Albert, Compendio de medicina pastoral, op. cit., p.
94ss.
129 Cf. Sgreccia, op. cit., II, p. 145.

156
La Castidad ¿posible?

terapeuta, los educadores, el mismo sujeto, etc.; puede afectar la


validez del matrimonio y de las sagradas órdenes (si alguno llegara a
estos sacramentos).
Considero importante tratar este tema ante todo porque asistimos
a una postura farisaica por parte de la sociedad respecto de este
fenómeno, lo cual, me hace temer que todos los pasos dados para
erradicar al menos algunos de estos problemas, no sean más que
estériles gestos. En efecto, al mismo tiempo que se declara ilegal y se
condenan algunos comportamientos por su potencial efecto corruptor
(pensemos en la pedofilia), se actúa con gran lenidad o se tolera o
incluso se benefician las causas que los originan (piénsese en la
pornografía y efectos corruptores de la sexualización televisiva, los
programas de educación sexual, la reivindicación de “derechos
reproductivos” para menores, la permisión de la adopción de menores
por parte de homosexuales y lesbianas, etc.). Estamos, pues, ante un
problema “naciente” y para nada controlado. Algún autor se anima
incluso a decir que la sociedad actual “educa” a las futuras
generaciones poniendo las bases para producir potenciales violadores.
En segundo lugar porque, aunque parezca increíble, hay grupos
interesados en promover en el plano educativo una visión positiva de
las perversiones sexuales. Por ejemplo de la bestialidad (relaciones
sexuales con animales) y otras aberraciones sexuales. “El autor del
libro Boys and Sex, uno de los textos más utilizados en Estados
Unidos, dice: ‘He conocido casos de jóvenes del campo que han tenido
una relación sexual amorosa con un animal’. De forma similar, el libro
Conciencia crítica, del programa de Colombia, se refiere a las
aberraciones sexuales con el nombre de ‘parafilias’ y dice que ‘la gran
mayoría de las parafilias son inofensivas’ y que ‘antes se llamaron,
con criterio moral y no científico, desviaciones o aberraciones,
basándose en la mentalidad precientífica maniquea de ‘lo bueno’ y ‘lo
malo’”130.

130 Magaly Llaguno, ¡Alerta! Programa de “educación” sexual en Colombia. ¿Educación


o mercadeo?, Escoge la Vida, enero-febrero de 1998, 5-6. La cita del libro Conciencia crítica,

157
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Una posible enumeración

Se han propuesto muchas divisiones de las perversiones sexuales,


distinguiéndolas por ejemplo en: (1) perversiones con distorsiones de
la conducta de galanteo (por ejemplo, el voyerismo, tocamientos,
exhibicionismo, pornografía visual u oral – telefónica–, etc.); (2) con
contenido agresivo (sadismo, masoquismo, violación, etc.); (3) de tipo
fetichista (fetichismo, travestismo fetichista, coprofilia, urofilia, etc.);
(4) con trastornos en la elección del partner (gerontofilia, incesto,
bestialismo, necrofilia, pedofilia, etc.); (5) con alteraciones de la
propia imagen sexual (infantilismo, adolescentismo, etc.); (6) con
significación mercantil (pornofilia); (7) de realización grupal (sadismo
grupal, violación grupal, etc.); (8) otras.
Me limito a señalar las principales entre las que se cuentan:

ƒ El narcisimo o auto-homo-sexualismo: es la admiración


morbosa del propio cuerpo unida a la indiferencia respecto del
otro sexo; a menudo estas personas llegan a realizar actos
obscenos en público. Estos enfermos tienen una naturaleza
muy egoísta, se buscan a sí mismos y concentran toda su
atención sobre su propia personalidad; a menudo se manifiesta
en comportamientos masturbatorios “que se caracterizan por
la falta completa de otra persona en las imaginaciones
concomitantes” (realizan el acto, por ejemplo, frente a un
espejo)131.
ƒ El exhibicionismo: comporta el impulso a mostrar los
genitales a personas de otro sexo o a niños con consiguiente
satisfacción sexual.

está en la página 22 del mismo.


131 Cf. Bless, H., Pastoral psiquiátrica, p. 273-274.

158
La Castidad ¿posible?

ƒ Fetichismo o simbolismo sexual: implica la atracción erótica


hacia objetos tomados como símbolo para la satisfacción
sexual. “El fetiche constituye, bien directamente, bien por
imaginación, un elemento de la excitación sexual. Esta forma
de perversión se manifiesta por las más variadas y singulares
tendencias y tiene por objeto ropa interior, calzado, excitantes
sensibles, por ejemplo un perfume, un olor, que actúan
asociados a la imagen del otro sexo... La inversión en el vestir
es una forma especial de fetichismo: la libido sexual se excita
por llevar vestido del otro sexo”143.

ƒ Sadismo o algolagnia activa144: designa la búsqueda


compulsiva del placer sexual a través de actos de violencia
física que pueden empujar hasta el homicidio de la víctima y a
menudo a la amputación de sus órganos sexuales. Son formas
de sadismo la coprolagnia y coprofagia (comer excrementos),
la necrofagia (comer cadáveres) y la antropofagia (comer
carne humana)132.
ƒ Masoquismo o algolagnia pasiva133: es la búsqueda compulsiva
del placer sexual a través de la violencia sobre el propio
cuerpo que puede llegar hasta el suicidio por ahorcamiento
(una de las variantes es la denominada “hipoxifilia” que
consiste en intentar intensificar el estímulo sexual por medio
132 La actualidad de este tema puede conjeturarse por el caso de Armin Meiwes, conocido
como “El Caníbal de Rotenburgo”, el cual “publicó un aviso en Internet pidiendo gente que se
ofreciera a ser comida, consiguió un hombre, se sentó a una mesa para compartir su cuerpo como
cena y terminó matándolo” (cf. Clarín 4 de diciembre de 2003). Él mismo relató detalles tan
escabrosos como que lo primero que hizo con su víctima fue compartir su pene como primer
plato y que guardó parte de sus restos en el freezer. La fiscalía acusó a Meiwes por “asesinato
con motivación sexual y perturbación del descanso de los muertos”, la única figura aplicable en
Alemania para el canibalismo. La defensa, en cambio, planteó un “homicidio a pedido (de la
víctima)” y apoyó su argumentación en el testamento de la víctima: el hombre consignó allí que
se sometía voluntariamente al ritual caníbal. Poco tiempo más tarde el juicio condenó a Meiwes
por homicidio simple, porque los jueces consideraron un atenuante que para el hecho hubiera un
acuerdo con la víctima (cf. Clarín 31/01/2004).
133 El nombre está tomado de Sacher Masoch (1836-1895), escritor húngaro que describe
casos semejantes en sus novelas.

159
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

de la deprivación de oxígeno, sea a través de la utilización de


bolsas de plástico cubriendo la cabeza, o por

143
Cf. Bless., p. 274.
144
El nombre viene del Marqués de Sade (1740-1814).
alguna técnica de estrangulamiento; un informe cuyo valor
ignoro afirma que en Estados Unidos cada año mueren de 500
a 1000 personas accidentalmente por esta práctica sexual).
ƒ Necrofilia: designa la búsqueda compulsiva del placer sexual
con un cadáver o en un ambiente fúnebre. Se conoce cierta
extensión de esta perversión entre momificadores del antiguo
Egipto, razón por la cual, según Herodoto a las mujeres
fallecidas no las entregaban a los momificadores sino de dos o
tres días después de muertas.
ƒ El bestialismo o zoofilia consiste en la búsqueda del placer en
el coito con animales.
ƒ El incesto designa la realización del acto sexual con familiares
directos (padres e hijos, hermanos).
ƒ La patofilia es la realización del acto sexual con enfermos
mentales.
ƒ Gerontofilia designa la unión sexual con ancianos.
ƒ Pedofilia (y efebofilia) es la unión carnal o simplemente el
abuso sexual de niños y adolescentes.

Posibles causas

Como dice Mons. Sgreccia134, se hace más difícil determinar las


causas y la dramaticidad del problema en una sociedad que – tras la

134 Cf. Sgreccia, op. cit. p. 147.

160
La Castidad ¿posible?

revolución sexual de los años ‘60– se ha convertido en una sociedad


“sexualmente obsesionada” (al punto de que aquellas manifestaciones
que tradicionalmente eran consideradas como anomalías pueden llegar
a ser exaltadas como progresos culturales). Se han propuesto diversas
explicaciones; entre ellas:

ƒ La explicación psiquiátrica (por ejemplo Krafft-Ebing y


Kraepelin); para sus defensores –que han acuñado el término
“degeneración psicopática”– se trata de alteraciones del objeto
de la pulsión.
ƒ Freud y los discípulos fieles a su escuela explicaron las
perversiones por un doble mecanismo: la interrupción del
desarrollo psicológico en un estadio inferior y la sustitución
de un objeto real, más o menos simbolizado, en lugar del
natural.
ƒ Las teorías positivistas-behavioristas, que pueden remontarse
a Pavlov y sus experimentos sobre reflejos condicionados,
explican el fenómeno por las leyes de los “estímulos-
respuestas” (por ejemplo Kinsey, Masters, Johnson y Kaplan).
Así la “Nueva Sexología” tendería a dificultar el establecer
dónde se encuentra la frontera de lo patológico desde el
momento en que se considera “normal” aquello que tiene
eficacia para producir placer sexual (orgasmo).
ƒ Otras teorías tratan de explicar el fenómeno por medio de los
componentes endocrinológicos de ciertas perversiones (hiper
o hipo sexualidad).
ƒ Otros, en fin, rechazan limitarse a una causalidad única y
atribuyen también una gran responsabilidad a la enfatización
del sexo que es realizada de modo sistemático por los mass-
media y las grandes mafias de la pornografía.

161
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Bless atribuye el problema a varias causas 135: una constitución


psicopática (al menos como terreno favorable para trastornos de este
género) favorecida por algunas circunstancias externas; con frecuencia
tiene mucho que ver un desarrollo psicosexual defectuoso (haberse
quedado en una fase infantil de su vida apetitiva sexual; estas formas
infantiles tienen siempre un carácter autoerótico); y los excitantes
exteriores (malos hábitos, lecturas pornográficas, abuso de alcohol,
drogas, cibersexo, etc.).

Aspectos morales

Tratándose de “perversiones” (es decir, perturbaciones psíquicas)


se hace difícil establecer el grado de responsabilidad de las personas
afectadas. Por eso, resulta más importante fijar algunas pautas
objetivas en tres planos: prevención, terapia y responsabilidad.
En el plano de la prevención hay una grave obligación por parte
de los padres, educadores y médicos de hacer todos los esfuerzos
posibles para evitar que se instauren estos disturbios. El problema
radica en la posibilidad de identificar preventivamente los síntomas de
una perversión. Resulta más fácil luchar contra las causas que podrían
desatar algunos de estos problemas, cuando se originan en algún
trauma infantil: los malos ejemplos, la descomposición familiar, la
violencia y el abuso –sexual o no– infantil, la exposición a la
pornografía, la falta de un marco moral y religioso (por ejemplo, la
adopción por parte de parejas de homosexuales). Si los padres o
tutores de un niño tomaran conciencia de los efectos que causan sus
actos sobre los menores a su cargo, y evitaran aquellas acciones que
pueden causarles daños psicológicos difícilmente reversibles, se
evitaría la mayor parte de los conflictos neurasténicos y psicóticos que
suelen luego aparecer en la pubertad, adolescencia y adultez.

135 Cf. Bless, op. cit., pp. 277-278.

162
La Castidad ¿posible?

En el plano terapéutico se impone una terapia “multimodal” 136


según cada caso, es decir, la combinación de terapia psiquiátrica y
psicoterapia (tanto individual como familiar si es necesario) y terapia
de orden farmacológico (por ejemplo en algunos casos de
hipersexualismo satiríaco o ninfómano). También puede imponerse la
internación obligatoria cuando la persona represente un peligro para sí
misma o para el bien común (hay casos en que estas patologías se
mezclan con problemas de desdoblamiento de la personalidad y con
gran agresividad).
En cuanto a la responsabilidad de la persona, hay que señalar que
en muchos casos está muy disminuida, al punto tal de que podría
incluso no tener ninguna responsabilidad personal. De todos modos,
respecto del fenómeno de la perversión sexual, puede ser que existan
otras responsabilidades muy serias, en concreto la de los medios de
comunicación quienes, mediante la difusión de pornografía y violencia
(incluso en niveles de sado-masoquismo) actúan como factores
incentivantes o desencadenantes sobre personas con predisposiciones
ya marcadas.

El problema singular de la pedofilia

Una de las perversiones que han crecido de modo más alarmante


en los últimos tiempos ha sido el del abuso de menores – pedofilia,
efebofilia, etc.– lanzada a la arena por los medios de comunicación a
propósito de algunos lamentables casos entre sacerdotes de Estados
Unidos, pero que no representan en realidad siquiera un mínimo
porcentaje del abuso de menores en la moderna sociedad.

El término pedofilia designa la preferencia sexual por sujetos en


edad pre-puberal o puberal incial. Para que alguien sea calificado de

136 Cf. Sgreccia, op. cit., p. 149.

163
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pedófilo debe ser mayor de 16 años y, por lo menos, cinco años mayor
que su víctima150.
Pedofilia en sentido impropio designa el abuso sexual de menores
dentro de una vida sexual que también recurre a otras opciones
sexuales (adultos, hetero u homosexuales). En cambio pedofilia en
sentido propio indica el abuso de un menor por parte de una persona
que tiene como orientación sexual estable la atracción erótica
exclusiva —o al menos preferencial— hacia personas en edad
prepuberal o inicialmente puberal.
La situación mundial al respecto es verdaderamente dramática: se
calcula que más de un millón de niños son prostituidos cada año; la
mayor parte en Asia151. Según una investigación de la Universidad de
Pennsylvania, más de 300.000 niños son abusados cada año en
Estados Unidos para actividades sexuales152. Este fe-

150
Una buena actualización del tema –que sigo en sus datos
principales– es el artículo de Lino Ciccone, Pedofilia e altre forme di abuso
sessuale di minori, Rev. Medicina e Morale, 2003/3, 457-487.
151
Cf. Monni, P., L’Arcipelago della Vergogna. Turismo sessuale
e Pedofilia, Roma, Edizioni Universitaria Romane, 2001, p. 290 (citado por
Ciccone).
152
Cf. Dr. Richard Estes and Dr. Neil A. Weiner, The Commercial
Sexual Exploitation of Children in the U. S., Canada and Mexico,
…………………………………...
http://caster.ssw.upenn.edu/%7Erestes/CSEC.htm. El estudio señala que la
explotación infantil en Estados Unidos está alimentada, entre otras cosas:
por el recurso a la prostitución –para proveer a su propia subsistencia– por
parte de niños fugados de sus hogares o que viven abandonados; por la
existencia de mercados de prostitución adulta en lugares donde se
concentran numerosos jóvenes de la calle; por precedentes historiales de
abuso sexual infantil y violencia sexual infantil; por la pobreza; por la
presencia de numerosos varones adultos sin compromiso en comunidades
transeúntes (personal militar, camioneros, turistas sexuales); por la
promoción de la prostitución juvenil por parte de los mismos padres,
hermanos mayores y novios; por la contratación de niños por la prostitución
organizada; por el tráfico ilegal de niños de países en vías de desarrollo

164
La Castidad ¿posible?

(Asia, África, Central y América del Sur, y Europa Central y Oriental) para
propósitos sexuales en los Estados Unidos. Además de estos datos, los
investigadores confirman que: (1) entre 244.000 y 325.000 niños y jóvenes
norteamericanos están cada año “en riesgo” de ser víctimas de explotación
sexual (pornografía infantil, prostitución juvenil, y tráfico infantil con
propósitos sexuales); (2) el
nómeno se da en todas las clases sociales –desde las más pobres a las
más acomodadas– con neto predominio de hombres, de los que el 25%
son casados y con hijos. En América Latina, Brasil presenta el
primado mundial, con cerca de dos millones de niños y adolescentes
prostituidos137.
Una mirada de conjunto estima que son más de diez millones los
niños presentes en el mundo de la prostitución, en la industria del sexo
y en la pornografía138.
Así y todo, como señala Ciccone, lo más relevante no son las
cifras sino el carácter asumido por la pedofilia en nuestros días: lo
novedoso es más una especie de organización social de la pedofilia y
no tanto la estructura mental que la sostiene, que siempre ha existido.
Las organizaciones pedófilas, como está sucediendo para otras formas
de perversión, aspiran a actuar públicamente y a transformarse en un
fenómeno masivo.
Uno de los factores que más influyen en el problema es la
utilización de Internet al servicio de la pedofilia; éste es el principal
canal para ofrecer o buscar material pornográfico infantil. El mercado
de la pedofilia maneja 5.000 millones de dólares anuales;

________

grupo de los niños sexualmente explotados es muy heterogéneo, incluyendo tanto a niños que
viven en sus propios hogares cuanto a niños fugados de sus hogares o abandonados; (3) los
explotadores sexuales son principalmente hombres, pero también se cuentan mujeres y otros
jóvenes (incluyendo hermanos mayores); (4) los mayores grupos de explotadores sexuales
infantiles incluyen: a) miembros de la misma familia y conocidos; b) extraños; c) pedófilos; d)

137 Cf. Monni, op. cit., p. 291ss.


138 Cf. Monni, op. citi p. 36; Ciccone, op. cit., nota 13.

165
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

varones transeúntes incluyendo, entre otros a personal militar, camioneros, obreros temporales,
turistas sexuales; e) los explotadores “oportunistas”, es decir, personas que abusarán de quien
esté disponible para el sexo incluidos niños; f) los alcahuetes; g) los traficantes; y h) otros
jóvenes; (5) las asociaciones criminales están activamente implicadas en la explotación sexual de
niños y obtienen enormes ganancias con este rubro; (6) un número muy grande de niños
extranjeros son traficados en Estados Unidos para propósitos sexuales; y (7) también se trafica
un número significativo de jóvenes americanos con estos propósitos, tanto a lo largo y ancho de
Estados Unidos como, en algunos casos, a otros países económicamente avanzados.
una fotografía de niños retratados en escenas de sexo violento puede
costar entre 30 y 100 dólares. Entre 1996-2000 fueron denunciados
29.000 sitios pedófilos en Internet y 12 millones de fotografías
difundidas por la web139.
La pedofilia es un fenómeno complejo que tiene rasgos comunes
con el exhibicionismo y el voyeurismo: “tienen en común la elección
de un objeto indefenso, impotente o inconsciente” 140. En muchos casos
hay, en el origen del desorden, experiencias traumáticas sexuales en la
infancia del perturbado, causadas por adultos, aunque no puede darse
esto por regla universal.
Si miramos este comportamiento de modo objetivo, debemos
considerar algunas circunstancias agravantes: (1) los efectos
devastadores en las víctimas (niños); (2) el cinismo implicado en el no
tener en cuenta los terribles daños infligidos a los inocentes, ni, en
algunos casos, las enfermedades sexuales que pueden transmitir (Sida,
sífilis, etc.); (3) la bajeza que significa el aprovecharse de la indigencia
y miseria de los niños y de sus familias (como ocurre, por ejemplo, en
quienes hacen lo que se llama “turismo sexual” en países pobres); (4)
los daños físicos, que además de los traumas orgánicos que causa el
comercio sexual entre un adulto y un niño, se traduce en enfermedades
infecciosas; se calcula que el 73% de los menores implicados en el
mercado del sexo ya ha contraído Sida 157; (5) los daños psicológicos y
139 Cf. Di Noto P., La pedofilia. I mille volti di un olocausto silenzioso, Milano, Paoline
2002, p. 17ss; tiene un capítulo dedicado al tema: La pedofilia in Internet, pp. 67-84. Di Noto es
el sacerdote fundador de “Telefono Arcobaleno”, para ayudar a niños explotados sexualmente
(en particular por la mafia).
140 Riffeli G., citado por Ciccone, p.
472. 157 Cf. Monni, op. cit., pp. 235-237.

166
La Castidad ¿posible?

espirituales de por vida; muchos de estos niños sufren en el futuro de


sentido de soledad, falta de confianza, comportamientos sexuales
inadecuados, incapacidad de establecer relaciones conyugales,
recuerdos obsesivos, recurso al alcohol y estupefacientes, depresiones,
etc.; (6) más gravedad en las consecuencias se observa sobre todo
cuando el abuso tiene carácter de incesto entre padre e hijo, fenómeno
que, lamentablemente, se ha visto crecer en los últimos tiempos 141.
Puede resultar, en cambio, muy difícil establecer el grado de
responsabilidad subjetiva del pedófilo compulsivo; “fuera de los casos
de personas con graves psicopatías, en los cuales la responsabilidad
personal está evidente y gravemente comprometida, hay que ser muy
cautos tanto en el culpa como en el disculpar; hay que examinar cada
caso atentamente”159. En la mayoría de los casos más graves se trata de
enfermos con grandes desequilibrios psicológicos. Ciccone dice que
en línea orientadora se puede afirmar con fundamento que, al menos
en la pedofilia propiamente dicha, es frecuente la ausencia o al menos
un serio compromiso de la libertad de elección. Pero cuando se trata
de pedofilia en sentido impropio hay que inclinarse más bien por la
culpabilidad plena del sujeto, con los agravantes de todo pecado de
escándalo grave.
Esto no quita que la sociedad, dejando el último juicio de la
conciencia a Dios, busque los cauces más oportunos para evitar
cualquier daño que éstos, con culpa o sin culpa, puedan hacer a los
más indefensos que son los menores. De todos modos, tengamos en
cuenta que la mayor parte de los abusos de menores no son realizados
por psicópatas compulsivos (por ejemplo, violadores) sino por
personas con cierto dominio de sí mismos y con la complicidad de
muchas personas que no tienen ningún tipo de compulsión (por
ejemplo, en la organización de la prostitución infantil).

141 Cf. Boscolo L.; citado por Ciccone, op. cit., p. 475, nota
39. 159 Ciccone, op. cit., p. 477.

167
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Además, tengamos también en cuenta que a muchos de estos


casos extremos se llega por el desenfreno sexual y el libertinaje que
reina en nuestras sociedades; muchos de los abusadores han terminado
en este tipo de conductas después de incursionar por otras como el
consumo de pornografía, la homosexualidad y la prostitución.
Finalmente, señalo la gravedad de ciertas políticas educativas que,
bajo el pretexto de “educación sexual”, ejercen un verdadero abuso
sexual infantil, enseñando o alentado incluso, comportamientos
masturbatorios, homosexuales, sexualidad precoz, aborto, etc. Esta
conducta, aunque no llegue al contacto físico entre el educador y el
niño, tiene elementos comunes con la psicología pedófila.

Las ofensas al matrimonio

Los desórdenes contra la castidad en el matrimonio pueden ser de


tres tipos: los que van contra la fidelidad, los que van contra la
generación y los que van contra el respeto debido al acto mismo
sexual.
La castidad está desordenada, ante todo, cuando los actos de los
esposos atentan contra la generación de los hijos, es decir, cuando los
actos se realizan impidiendo la concepción. Al hablar de la castidad
matrimonial hemos mencionado las dos dimensiones del acto
conyugal y su indisolubilidad. Precisamente, cuando se los separa
voluntariamente, el acto se vuelve “antinatural”, o sea, se deforma la
naturaleza del mismo.
Esto implica que todo acto deliberadamente anticonceptivo es un
acto contra la castidad conyugal; ya sea que se haga en previsión del
acto (esterilización, píldoras o inyecciones anticonceptivas, etc.),
durante el acto (preservativos, tapones, etc.), o con posterioridad al
acto (lavajes, píldoras post-coitales, aborto, etc.).

168
La Castidad ¿posible?

No quiere decir esto que los esposos en todos y cada uno de sus
actos conyugales deban buscar un hijo. Hay motivos por los que un
matrimonio puede considerar prudente espaciar los nacimientos de sus
hijos o incluso decidir no tener más hijos mientras persistan las
circunstancias en que actualmente se encuentran (por ejemplo, por
razones de enfermedad, de pobreza, falta de trabajo o lugar para vivir,
etc.). Pero en estos casos los esposos deben recurrir a la continencia
periódica, es decir, a los llamados métodos naturales, que se basan en
la observación de los ciclos de la fertilidad femenina y, después de
determinar los períodos fecundos y los infecundos, reservan los actos
conyugales a los momentos infecundos. Cuando se practican de esta
manera, estos métodos son lícitos para los esposos, y no pueden ser
considerados anticonceptivos, sino no-conceptivos. En efecto, si bien
de ellos no se sigue la concepción de una nueva vida, los esposos no
han realizado ningún acto positivo para destruir sus propias
capacidades procreativas, lo que sí ocurre cuando se recurre a alguno
de los métodos que hemos llamado anticonceptivos.
Esta diferencia entre los actos anticonceptivos y los métodos
naturales o la apertura a la vida, no es una cuestión puramente
técnica, sino que detrás hay dos conceptos opuestos del hombre y del
matrimonio (dos distintas antropologías): en la primera
(anticonceptiva) los esposos se consideran a sí mismos como dueños
absolutos de su cuerpo, de la vida y de las leyes morales sobre el
matrimonio, por eso se toman como árbitros del bien y del mal sobre
la sexualidad y el matrimonio; en el segundo caso, se reconocen sólo
administradores de un don dado por Dios y grabado en la naturaleza
humana, y aceptan sus límites y las leyes que el Creador ha puesto en
su misma naturaleza y que la luz de su razón les descubre.

Otra ofensa al matrimonio proviene del uso deshonesto de su


sexualidad. Entendámonos bien. A los esposos es lícito no sólo los
actos sexuales completos (la unión sexual perfecta) sino todos los
actos que se ordenan a ella (actos preparatorios) y los actos que tienen

169
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

como fin fomentar el amor conyugal (caricias, besos, abrazos,


conversaciones, tactos, etc.). Los esposos no obran mal mientras se
encuadren en estos actos y tengan como propósito algunos de los fines
del matrimonio (la unión sexual o fomentar el mutuo amor). Es un
abuso de su sexualidad, en cambio, los actos que sean plenos (o sea,
que terminen en el placer sexual pleno) sin implicar la unión sexual
del modo natural. Por tanto, se deben considerar ofensas a la castidad,
la masturbación aunque sea practicada de común acuerdo, las
relaciones sexuales plenas realizadas de modo innatural (los hoy en día
tan mentados sexo anal y sexo oral), y las caricias que pueden
ocasionar un orgasmo sin unión sexual.
De todos modos debemos añadir que todo cónyuge debe respetar
también la sensibilidad psicológica de su consorte. Puede ser que
algunos de estos actos sean en sí mismos legítimos (por ejemplo, por
ordenarse a la mejor realización de la cópula sexual) pero que, por
razones de educación o afectividad, a uno de los esposos les resulte
chocante o fastidioso; en tal caso, el amor conyugal exige que se
respete su sensibilidad. Exigir un acto de ese tenor a quien le resulta
impropio, vergonzoso o degradante, no atentaría contra la castidad,
pero sí contra la caridad a la que principalmente se han comprometido
los cónyuges.

Finalmente, atenta contra la castidad matrimonial la infidelidad.


Hay que reconocer que éste es uno de los grandes dramas actuales que
amenazan la institución matrimonial. La infidelidad dentro del marco
del matrimonio se denomina “adulterio”, como enseña el Catecismo de
la Iglesia Católica: “Esta palabra [adulterio] designa la infidelidad
conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno
está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional,
cometen un adulterio. Cristo condena incluso el deseo del adulterio” 142.

142 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2380.

170
La Castidad ¿posible?

El adulterio es un pecado grave que transgrede la ley natural y la


ley divina, prohibido por el Antiguo y el Nuevo Testamento; los
profetas vieron en él la imagen del pecado de idolatría. Es una grave
injusticia que lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo
matrimonial, quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la
institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen143.
Algunos datos estadísticos, que hay que tomar con pinzas, arrojan
cifras estremecedoras sobre este fenómeno. Según una información el
66% de los hombres y el 54% de las mujeres consultados en los
Estados Unidos afirmaban haber tenido al menos una aventura
adulterina144. Otro sondeo más confiable señalaba una praxis del
adulterio en el 21,2% de los hombres y en el 11% de las mujeres
norteamericanas145.
Sean cuales sean los datos reales, la situación es una lógica
consecuencia del brete cultural y religioso en que nos encontramos
metidos.
Las circunstancias que pueden conducir a la infidelidad
matrimonial pueden ser muy variadas: inmadurez por parte de uno o
de ambos cónyuges, el aislamiento dentro del matrimonio, la
exposición en ambientes erotizados (malas amistades), el consumo de
pornografía, celos infundados, matrimonios que sólo buscan el placer,
etc. Por encima de estas ocasiones de infidelidad hay que indicar
causas más profundas, que ponen las bases culturales para la
infidelidad. Entre éstas quiero destacar dos.
La primera es la mentalidad divorcista que ha sumergido a la
institución matrimonial en una crisis agudísima. La experiencia en

143 Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2380-2381.


144 Cf. Diario La Nación, 19/03/1997, p. 17. Bajo el título “Adulterio: nuevo furor sobre un
viejo pecado”, cita el estudio realizado por Shere Hite utilizando un cuestionario impreso en
“Penthouse y otras revistas para adultos” (es decir, una encuesta realizada entre un público
libertino).
145 Cf. Ibid. El sondeo es de NORC, en el año 1994, también en la población de Estados
Unidos.

171
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Argentina es elocuente: una década después de su implantación, el


divorcio había engendrado más divorcios y separaciones, menos
matrimonios, más concubinatos, menos hijos por matrimonio, más
hijos fuera del matrimonio (un estudio del INDEC establecía que en
1995 el 45% de los argentinos nacieron fuera del matrimonio) y
envejecimiento poblacional146. La situación de los divorciados vueltos
a casar, aunque sea dolorosa y pastoralmente merezcan un cuidado
singular por parte de la Iglesia 147, es, sin embargo, una situación de
adulterio; el hecho de que el fenómeno se extienda cada vez más debe
preocuparnos seriamente.
La segunda causa es la incomprensión –por parte de muchos
católicos incluso teólogos y pastores– de la enseñanza de la Humanae
vitae sobre el acto conyugal: la indisolubilidad de los dos significados
o dimensiones del acto conyugal (unitivo y procreador) a los que ya
aludimos más arriba. Mantener la unidad de ambos aspectos es
condición esencial para respetar la “totalidad” de la entrega
matrimonial. El matrimonio es “uno con una para siempre”, para
“darse totalmente cada vez que se entregan en su relación conyugal”.
No comprender la intrínseca malicia de privar al acto sexual de su
dimensión procreativa, termina por hacer perder también la noción de
la malicia de privar al matrimonio de su exclusividad y totalidad. La
anticoncepción, al robarle al acto conyugal su valor procreador,
plantea una donación mezquina y un amor a medias. Y quien se
acostumbra a este modo (parcial) de darse, puede terminar por
preguntarse qué mal hay en reservarse parte de sus sentimientos para
compartirlos con alguien distinto de su cónyuge legítimo. El mismo
Pablo VI advirtió en la Humanae vitae que el uso generalizado de
anticonceptivos conduciría a “la infidelidad conyugal y a la
generalizada degradación de la moralidad”, y asimismo que el hombre
perdería el respeto hacia la mujer y “ya no le importaría su equilibrio

146 Véase el estudio de Jorge Scala, Sociología de diez años de divorcio en Argentina, en:
Jorge Scala y otros, Doce años de divorcio en Argentina, EDUCA, Bs.As. 1999; esp. pp.
119ss.
147 Cf. Familiaris consortio, n. 84.

172
La Castidad ¿posible?

físico y psicológico”, hasta el punto en que él la consideraría “como


un mero instrumento de disfrute egoísta, y ya no como su respetada y
amada compañera”148; lo mismo vale para las mujeres respecto de sus
esposos. La mentalidad hedonista, con su conceptos tergiversados del
sexo seguro, de las relaciones prematrimoniales, de los matrimonios a
prueba, con su desprecio de la virginidad, etc., han extendido
inquietantemente este modo de ponderar el amor y la sexualidad.

Para comprender el valor de la fidelidad conyugal es necesario


vivir la fidelidad en todas sus dimensiones 149. El amor verdadero tiene
como característica la “suficiencia intrínseca”, es decir, que los que se
aman no necesiten de nadie más. Si necesitan de “alguien” de afuera
para dar plenitud a su corazón, está fallando el amor. El amor exige la
fidelidad, y a su vez la fidelidad “protege” al amor. Todo esfuerzo por
ser fiel, especialmente en los momentos de tentación fuerte, repercute
aumentando, purificando y transformando el amor de los esposos.
Normalmente la infidelidad –en el sentido de “engaño” del cónyuge
con otro amante– es algo que sucede porque se entiende la fidelidad
conyugal en un sentido restrictivo. La verdadera fidelidad implica tres
dimensiones: cordial, mental y carnal. Lamentablemente, muchos la
identifican exclusivamente con esta última; pero ésta –sin las otras– no
puede mantenerse en pie.
Fidelidad cordial, del corazón, quiere decir reservar el corazón
para el cónyuge, y renovar constantemente la entrega que se le ha
hecho la vez primera en que se declaró el amor. Dice Gustave Thibon:
“La verdadera fidelidad consiste en hacer renacer a cada instante lo
que nació una vez: estas pobres semillas de eternidad depositadas por
Dios en el tiempo, que la infidelidad rechaza y la falsa fidelidad
momifica”. Charbonneau añade: “el marido que deja dormir su
corazón ya es infiel”. Fidelidad implica, por tanto:
148 Cf. Humanae vitae, n. 17.
149 Tomo, con libertad, algunas ideas del libro de Paul-Eugène Charbonneau, Curso de
preparación para el matrimonio, Herder, Barcelona 1984, pp. 188-197.

173
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(a) como dimensión positiva: reiterar la entrega del corazón; los


esposos están obligados, en virtud del amor, a ser afectivos entre sí; a
demostrarse el cariño. Flor que no se riega se marchita; corazón que
no es alimentado, busca comida en otros platos.
(b) como dimensión negativa: exige evitar todo trato imprudente
con personas de otro sexo. Entiendo por trato imprudente aquellas
manifestaciones de afecto que pueden empezar a ablandar el corazón.
La persona con quien no se convive, la que es tratada sólo
esporádicamente, siempre revela menos defectos que aquella que
comparte el propio hogar... Y... el prado del vecino siempre parece
más verde... por el solo hecho de mirarlo de lejos. Así, los tratos
reblandecidos (lo que no quiere decir que no debamos ser corteses y
cordiales con el prójimo) pueden ser inicio de enamoramientos.
Fidelidad mental, porque no sólo es adulterio e infidelidad el
contacto carnal con la persona ajena al matrimonio, sino también el
pensar en ella y desearla. La fidelidad exige castidad de pensamientos,
memoria y deseos. El que maquina, imagina, sueña despierto
“aventuras”, aunque no tenga intención de vivirlas en la realidad, ya es
infiel, y esto prepara el terreno para la infidelidad en los hechos. En
este sentido, difícilmente guardará la fidelidad conyugal quien mira o
lee revistas o películas pornográficas, o con algún contenido
pornográfico; quien no cuida la vista ante otras mujeres u hombres;
quien asiste o frecuenta ambientes donde no se tiene pudor en el vestir
o en el hablar. La castidad exige, para poder ser vivida, un “ambiente
casto”. Esto no es puritanismo; esto es simplemente lo “normal”, lo
adecuado a la norma. Considero que la falta de seriedad en esta
dimensión es causa principal de las infidelidades matrimoniales, y no
se puede poner remedio a este problema si no se empieza por cortar
con el caldo de cultivo de toda infidelidad que es la falta de castidad
en las miradas, en el pensamiento y en el deseo.

Fidelidad carnal, lo que resulta bastante claro y evidente por sí.


La infidelidad carnal es siempre una profanación del cónyuge
inocente, porque el matrimonio ha hecho de ellos una sola carne (Mt

174
La Castidad ¿posible?

19,5); al entregarse uno de ellos a una persona ajena al matrimonio,


ensucia y rebaja la persona del cónyuge.

Por último, hay que tener siempre en cuenta que la fidelidad es


una gracia; como tal, los esposos deben pedirla, es decir, rezar
pidiendo a Dios no faltar nunca a la palabra dada en el matrimonio.
Especialmente quienes se encuentran en situaciones más difíciles, ya
sea por el ambiente en que viven o por hábitos desordenados, deben
recordar que la Iglesia nos enseña a orar con San Agustín: Da quod
iubes et iube quod vis (da lo que mandas y manda lo que quieras) 150. El
Concilio de Trento completó esta afirmación con una expresión
magnífica: “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo
que manda, te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas
y te ayuda para que puedas”151.

Los malos enamoramientos

Digamos también algo de lo que podemos llamar “malos


enamoramientos”, es decir, las inclinaciones amorosas que no pueden
tener un encauzamiento moralmente lícito. Aunque esto pueda entrar
bajo el título de “infidelidad”, de la que ya hemos hablado, sin
embargo, muchas veces no se presenta como tal; por eso quiero decir
una palabra aparte. Muchas veces he recibido consultas con
planteamientos como estos: “Encontré a un hombre que me dijo que
estaba separado pero no divorciado. Y le dije que no se dejara vencer
por los problemas y que arreglara su situación, ya que tiene dos hijas.

150 San Agustín, Confesiones, X, 29, 40.


151 Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación, c. 11; DS, n. 1536.

175
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Pues como platicamos frecuentemente y me dijo que él ya no tenía


esperanzas de reconstruir su matrimonio, poco a poco se fue metiendo
en mi vida y en mi mente y no sé cómo me fui enamorando; no sé qué
hacer porque yo ya me ilusioné”. Otra mujer, separada de su esposo y
que había decidido vivir sola, de pronto me comenta que ha “conocido
a otra persona que es también un hombre separado. Él es carismático y
eso me ha hecho muy bien, porque mi espiritualidad ha crecido
grandemente. A través de nuestra relación, que empezó por un simple
intercambio por Internet, nos hemos hecho muy amigos, y nos hemos
comenzado a querer. Ahora mi gran pregunta es si yo decidiera
casarme con él en un futuro, ¿él podría seguir en su grupo en la Iglesia
o comulgar? Es difícil para mí pensarlo porque lo quiero, y después de
mi separación nunca había conocido a nadie”. Algo similar escribía
otra mujer: “Conocí a un hombre casado y poco a poco empecé a
enamorarme de él; no tuvimos relaciones, pero yo lo extraño mucho,
ya dejé de verlo porque yo así lo decidí, pero no sé qué hacer con este
cariño que creció en mí; ayúdeme”.
En algunos casos piden ayuda; en otros preguntan tímidamente si
es posible un noviazgo con una persona casada, o con una separada o
divorciada; en la mayoría de los casos siempre hay detrás un drama
que hace “comprensible” la separación anterior.
Estamos ante “amores imposibles”. ¿Cuándo es lícito ilusionarse
o permitir aquellas condiciones que pueden hacer despertar una ilusión
sentimental con una persona? Sólo cuando este afecto puede terminar
en un matrimonio legítimo ante Dios.
Hay que tener cuidado con el corazón; cuando uno juega con él
puede perder. Muchos no llegan a darse cuenta del juego que hacen
con sus afectos, especialmente si uno se rodea o frecuenta personas
con heridas afectivas graves, como es el caso de separaciones,
divorcios, abandonos, matrimonios fracasados; o si uno mismo
arrastra este problema.

176
La Castidad ¿posible?

Estas situaciones tienen como mayor contra la capacidad de


“racionalización” de nuestros sentimientos; ellos empujan a encontrar
docenas de razones por las cuales “no hay ningún peligro”, o “es sólo
una buena amistad”, o “él o ella comprende mi situación porque ha
pasado por el mismo drama”. Siempre se encuentra una pena que
consolar, un dolor que mitigar, una cruz que compartir. Pero como
enseñaba san Agustín, esos sentimientos inocentes terminan por ser
afectos no tan inocentes, y de aquí se abre el camino hacia un
enamoramiento que no tendría que haber existido.
Son amores “equivocados”. Y todo camino equivocado tiene solo
dos soluciones: no comenzarlo, o volverse atrás habiéndolo
comenzado. No comenzarlo es la única vía prudente. Y para no
comenzar lo que no se debe comenzar, lo mejor y más sensato es no
ponerse nunca ante el comienzo del sendero. Cuando nos quedamos
demasiado tiempo ante una bifurcación de caminos: uno que sabemos
que es correcto y el otro que no lo es, ya estamos en un mal terreno. Si
sabemos que uno de ellos nos conduce a donde no debemos ir, ¿por
qué detenernos a contemplarlo? ¿Qué queremos ver en el horizonte?
¿Nos mueve la curiosidad de saber qué hay unos pasos más allá o
jugamos con nuestros sentimientos? La curiosidad es el anzuelo de los
necios; Chaucer ha escrito: “Prohibidnos algo, y lo desearemos”. Tal
vez no sea la curiosidad sino el querer probar si todavía somos
atractivos, si podemos brindar firmeza a una mujer quebrada por un
marido violento e indiferente, o ternura a un hombre cuya mujer nunca
lo entendió o lo abandonó por otro. Tal vez tampoco sea esto sino una
auténtica intención de consolar al que sufre o a la angustiada. Pero en
todos estos casos, es evidente que no es esta persona concreta (la de
corazón débil, enamoradiza, frágil, soñadora o cándida) la que tiene
que realizar estos actos. Lo demuestra el desenlace: el cariño que
comenzó en amistad terminó en lujuria. No comenzar, no pararse ante
el camino que no es mi camino.
Pero si ya se ha comenzado a andar por esta senda, no queda más
remedio que volverse atrás. Todos los que se han perdido alguna vez

177
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

en el bosque saben bien que cuando uno toma conciencia de que el


sendero por el que transita es el equivocado, hay una sola reacción
inteligente: volver sobre sus pasos; y hay una sola estupidez: seguir
caminando. Cuando se hace lo segundo se termina en un resultado
catastrófico. Aún así, ¡cuántos son artífices de su propia catástrofe!
No hay que alimentar el corazón con ilusiones que no pueden ser.
Y a todo esto, ¿dónde quedó la ley de Dios?

178
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

IX

Para poner remedio...

Para poder combatir los problemas que hemos mencionado en el


largo capítulo precedente, es necesario, además de los medios
naturales y sobrenaturales que indicaré más abajo, conocer también la
motivación psicológica profunda que lleva a cada persona a buscar el
placer por estos caminos desordenados (los distintos laberintos
sexuales). Si desconocemos estos móviles psicológicos profundos sólo
podremos solucionar los problemas sexuales más leves y difícilmente
nuestros remedios sirvan para quienes tienen enraizados sus actos de
lujuria en desórdenes serios de la afectividad.

180
La Castidad ¿posible?

Tres mecanismos psicológicos que enrarecen la sexualidad

Hay principalmente tres mecanismos psicológicos por los que una


persona incurre en este tipo de comportamientos sexuales: la búsqueda
de la excitación, la sedación y la fuga de la realidad.

1º Cuando lo que mueve a la persona a realizar cualquiera de los


actos de lujuria que hemos mencionado anteriormente, es más que
nada procurar una excitación lo más fuerte posible, es signo de que
nos encontramos ante una psicología cargada de autorreferencia: la
persona se busca a sí misma y busca el placer dentro de sí mismo. El
sexo es buscado como una borrachera, esperando encontrar en el acto
sexual una especie de éxtasis material. Psicológicamente este
comportamiento nace de un gran vacío interior, una decepción o un
dolor que desangra a la persona, y que lo lleva a reaccionar de esta
manera para compensar su insatisfacción. La fogosidad de esta
búsqueda manifiesta la intensidad del dolor o del vacío que
experimentan; también explica que este tipo de comportamientos —al
revelarse incapaces de dar lo que se esperaba de ellos— conduzca a
buscar nuevas experiencias, supuestamente más excitantes e intensas
(combinando el sexo y las drogas, la violencia, los comportamientos
contra la naturaleza o incluso castigados por la ley civil), y a
combinarlas con el riesgo (riesgo de ser atrapados, de quedar
infamados, de contagiarse, etc.). La literatura sobre perversiones
sexuales, drogadicción y comportamiento sexual, sexo y cultos
satánicos, etc., abundan en ejemplos de este tipo. En la psicología de
estas personas, por el motivo que sea, hay un profundo egoísmo que
las lleva a usar de sí mismas y de quienes las rodean como
instrumentos del placer, incluso sin medir el daño que pueden hacer a
los demás (como ocurre en los violadores y abusadores).
En todos los casos (los que no llegan a encuadrarse en patologías
sexuales y los que son estrictamente patológicos) para superar sus
problemas sexuales, la persona debe salir de sí misma y combatir con

181
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

firmeza su egocentrismo; de lo contrario es imposible revertir su


comportamiento.

2º Un segundo mecanismo psicológico es el de quienes recurren


al acto sexual como medio de “sedación”. Es una actitud análoga a la
que manifiestan los alcohólicos que beben “para olvidar”, para
“consolarse”, o para “calmar sus nervios”, o en quienes recurren a
drogas sedantes, heroína, etc. Son personas de estructura psicológica
ansiosa y tensionada. El comportamiento sexual más representativo de
este paradigma psicológico es la masturbación compulsiva y sedante,
especialmente entre aquellos que se masturban para calmar tensiones,
ansiedades, para “poder dormir”, para “terminar con una tentación
obsesiva”. La búsqueda (que puede ser adictiva) de la “saciedad”,
tiene aquí como fin mantener a raya la ansiedad. Una mujer me
relataba su problema diciendo que había comenzado cuando tenía
“diez años, a causa de una carencia afectiva fuerte (falta de madre) y
además una peor carencia de consejo y enseñanza (...)” que le sucedía
“muchas veces como una reacción inesperada, no buscada, como un
escape”; en la actualidad, seguía diciéndome, “vuelve en casos de
estrés o de mucha tensión psicológica, como algo compulsivo”. Estas
compulsiones sexuales son usadas como un acto analgésico solitario.
Puede presentarse en personas muy nerviosas, alteradas, escrupulosas
enfermizas, etc. Este mecanismo no excluye el anterior, sino que
pueden combinarse en una misma persona; así ocurre con quienes
gastan parte de sus noches buscando sexo de alto riesgo (zonas de
prostitución, bares homosexuales, etc.) y al volver a sus casas no
pueden conciliar el sueño, para lo cual recurren al alcohol, a la
masturbación o a alguna droga.
Si estamos ante casos de este tipo, además de los tratamientos
médicos que un buen profesional deberá disponer, es necesario ayudar
a la persona a crecer en la confianza en Dios, en el abandono de sus
actos y de su vida en la Providencia divina y en centrar sus

182
La Castidad ¿posible?

preocupaciones en el momento presente, recordando que “a cada día le


basta su propia preocupación”.

3º El tercer mecanismo es la evasión fantasiosa, por la que


algunos se escapan de la realidad. En el fondo estas personas no
pueden manejar el desencanto que sienten del mundo real o de sus
propias personas. Ocurre así con quienes sienten vergüenza obsesiva
consigo mismos (vergüenza de su apariencia física pensado que nadie
puede enamorarse de él/ella, o de su situación económica, o de sus
capacidades intelectuales, etc.), con algunos melancólicos y
depresivos, etc. Éstos, al considerar sus vidas monótonas, deslucidas y
opacas, tienden a evadirse por medio de su imaginación y fantasía.
Pueden hacerlo a través de drogas psicodélicas, LSD, marihuana, etc.,
o también en actividades sexuales que son típicas manifestaciones de
evasión: la adicción al romance (el vivir de enamoramientos ficticios,
romances quiméricos), el consumo de pornografía en revistas,
televisión y especialmente en Internet, etc. Todos estos actos pueden
estar unidos sea a la masturbación como a las relaciones sexuales, pero
lo que es central en estos actos es que con ellos estas personas buscan
huir de la realidad sombría en que creen estar sumergidos. Estos
comportamientos, que fácilmente se vuelven adictivos, se presentan
con frecuencia en personas con historias complejas (por ejemplo,
quienes arrastran traumas infantiles, complejos físicos o psicológicos,
los que han vivido situaciones familiares complicadas, etc.), también
en los que tienen un crecido egoísmo y autoestima que les exige huir
de la humilde realidad que los rodea hacia un mundo en que ellos sean
“personajes”, “héroes” y “protagonistas”. Hasta cierto punto este tipo
de ilusiones pueden pasar sin daño alguno en la vida, y son muy
frecuentes en la etapa de la adolescencia. Pero cuando (sea por
problemas psicológicos o espirituales como los que acabo de
mencionar) se arraigan, creando un estado de adolescencia o
inmadurez persistente, entonces se produce un estado de disociación
de la personalidad, en el cual se abandona la vida real para refugiarse

183
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

en su mundo de fantasía (literaria, erótica, heroica o cual fuere). Este


problema puede potenciarse hoy en día por el auge de la literatura de
fantaciencia (y fenómenos relacionados, como los juegos de rol, el
mundo de la magia, etc.).
Una persona así, además de los remedios naturales y
sobrenaturales que todos han de poner para luchar contra sus malos
hábitos, necesita enfrentar con resolución la vida real, aprender a
gozar de ella; tomarle el pulso y aceptar la realidad, sin perder la sana
cuota de idealismo que condimenta todo pensamiento que tiene al
mismo tiempo ideales elevados y pies en la tierra.

Medios naturales y sobrenaturales

Ahora sí podemos indicar los principales medios que


clásicamente se sugieren para luchar con las tentaciones contra la
castidad. Estos medios son muy útiles, pero no bastan para los casos
en que la persona ha llegado a adquirir hábitos compulsivos (adicción
sexual), de lo que hablaré en el próximo capítulo.
Los medios se dividen en naturales y sobrenaturales 152.

Entre los medios naturales para defender la castidad, el primero


es mantener la tranquilidad ante las tentaciones. “Sentir la tentación
no significa consentir a ella”. Hay que tener una conciencia clara al
respecto; en nada ayuda una conciencia escrupulosa, así como
tampoco ayuda una conciencia sorda a la voz divina que resuena en el
corazón de toda persona. Junto con esto hay que tener la seguridad de
que toda tentación puede vencerse (aunque no toda compulsión, que es
ya otro problema, según vimos).

152 Algunos de los medios que indicaré los señalaba el Papa Pío XII en su hermosa
Encíclica Sacra Virginitas, nn. 34-45.

184
La Castidad ¿posible?

En segundo lugar vigilar y hacer penitencia. La vigilancia es


absolutamente necesaria en todos los momentos y circunstancias de
nuestra vida, porque –como dice San Pablo– la carne tiene tendencias
contrarias a las del espíritu, y el espíritu las tiene contrarias a las de
la carne (1 Co 10,13). Pío XII ha escrito: “Si alguno fuese indulgente,
aun en cosas mínimas, con las seducciones del cuerpo, fácilmente se
sentirá arrastrado hacia aquellas obras de la carne que enumera el
Apóstol (cf. Gál 5,19-21)”153. Es necesario velar sobre los
movimientos de las pasiones y de los sentidos, “refrenarlos con una
vida austera y con las penitencias corporales – dice Pío XII en el
mismo lugar– para someterlos a la recta razón y a la ley de Dios: Los
que son de Cristo tienen crucificada su carne con los vicios y las
pasiones (Gál 5,24)”. Todos los santos han vigilado sus sentidos y
pasiones. Aun quien no puede, por alguna razón, hacer penitencia
corporal, al menos no puede excusarse de estar alerta y de hacer
mortificación interior.
Algo clave: apartarse del peligro. Uno de los consejos más sabios
que nos han legado los santos es que “es más fácil superar las
seducciones de las pasiones huyendo de ellas que combatiéndolas de
frente”. “Huyo para no ser vencido”, decía San Jerónimo 154. ¿En qué
consiste esta huida? En evitar diligentemente la ocasión de pecar, y
principalmente en levantar el alma a las cosas divinas durante las
tentaciones, fijando la vista en Cristo virgen. Es verdad que no
podemos “salir del mundo” físicamente. Pero no debemos estar en él
con el corazón y los sentidos. Nadie puede mantener la pureza si no
comienza por evitar las miradas, conversaciones, pensamientos, no
sólo impuros sino, incluso, turbios. ¿Por qué? Porque está escrito: El
que ama el peligro, perecerá en él (Sir 3,26). Y San Agustín: “No me
digas que tienes el alma pura, si tienes los ojos impuros; porque el ojo
impuro es mensajero de un corazón impuro” 155. En este sentido hay
que recordar la necedad de quienes quieren (o dicen querer) vivir la
153 Sacra Virginitas, n. 35.
154 San Jerónimo, Contra vigilant., 16; ML 23, 352.
155 San Agustín, Epist. 211, n.10; ML 33, 961.

185
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pureza y concurren a algunos lugares de baile en que abunda la


sensualidad, el desenfreno, la impureza e incluso el alcohol y la droga;
o los que pasan horas en los “ciber-cafés”, en medio de viodeo-juegos
o navegando por Internet o rodeado de personas que allí buscan
pornografía, excitación sexual, etc.
Fundamental en este trabajo es cultivar el pudor, del que ya
hemos tratado aparte, puesto que éste es, como lo llamó Pío XII, “la
prudencia de la castidad”156; y está escrito en el Catecismo: “la pureza
exige el pudor”157.
Finalmente, el equilibrio general: mantener una buena higiene
física, una alimentación equilibrada, ejercicio físico (deporte),
descanso y buenas amistades.

Evidentemente que no bastan los medios naturales; hay que


recurrir también a los medios sobrenaturales porque la castidad es un
don de Dios. De manera particular hay que apelar a la oración.
Hablando del don de la castidad, dice San Jerónimo que “les fue
concedido a los que lo pidieron, a los que lo quisieron, a los que
trabajaron por recibirlo. Porque todo el que pide, recibe, y el que
busca, halla, y al que llama, se le abrirá (Mt 7,8)”158. Y San Alfonso
enseña que no hay medio tan necesario para vencer las tentaciones
contra la castidad, como la oración a Dios159.
Además, hay que recurrir a los sacramentos de la Confesión y la
Eucaristía. A la oración hay que añadir la confesión frecuente, que es
medicina espiritual que purifica y sana. Y también la Eucaristía que
fue llamada, en este sentido, “remedio contra la sensualidad” 160. La

156 Cf. Sacra Virginitas, n. 40.


157 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2521.
158 San Jerónimo, Comm. in Matth. XIX,11; PL 26,135. Citado por Pío XII, Sacra
Virginitas, n. 43.
159 Cf. San Alfonso, Práctica de amor a Jesucristo, c. 17.
160 Cf. León XIII, Enc. Mirae caritatis, del 28 de mayo de 1902 (AAS 36,641).

186
La Castidad ¿posible?

Eucaristía, recibida con las debidas disposiciones, hace puros los


corazones, porque se recibe al Autor de toda Pureza.
Por último, un medio excelente para conservar la castidad (o
recuperarla cuando se ha perdido) es la sólida devoción a la Virgen
Madre de Dios. “En cierta manera, decía Pío XII, esta devoción
contiene en sí todos los demás medios; pues quien sincera y
profundamente la vive, se tiene que sentir impulsado a velar, a orar, a
acercarse al tribunal de la Penitencia y al Banquete Eucarístico” 161.
María Santísima es Virgen de las vírgenes y “maestra de virginidad”,
como dice San Ambrosio162. San Agustín escribió que “por la Madre
de Dios comenzó la dignidad virginal” 163. Y San Jerónimo ha
asegurado: “Para mí la virginidad es una consagración en María y en
Cristo”164. Por eso quien quiera ser virgen debe seguir el consejo de
San Bernardo: “Busquemos la gracia, y busquémosla por María” 165.

Hay casos, sin embargo, en que la castidad está tan comprometida


(especialmente en los casos de adicción sexual) que no alcanzan ni
estos medios sobrenaturales, ni los naturales ordinarios, sino que hace
falta un trabajo especial que mencionaré en el próximo capítulo.

161 Sacra Virginitas, n. 45.


162 San Ambrosio, De Institutione virginis, 6, 46; ML 16, 320.
163 San Agustín, Serm. 51, 16,26; PL 38, 348.
164 San Jerónimo, Epist. 22, n. 18; PL 22, 405.
165 San Bernardo, In nativitate B. Mariae Virginis, Sermo de acquaeductu, n. 8; PL 183,
441-442.

187
La Castidad ¿posible?

Hablemos de la adicción...

A lo largo de mi ministerio he recibido numerosas cartas y


correos electrónicos de personas que sufren algún tipo de adicción
sexual, ya sea adicción a la pornografía, a la masturbación, a las
relaciones homosexuales, a las relaciones sexuales compulsivas con
personas solteras, casadas, y otros tipos de problemas de esta índole.
Salvo algunas excepciones en que sus autores han hecho alguna
apática defensa de sus actitudes, todas las demás pedían
desesperadamente ayuda.

Algunos testimonios...

Sería prolijo e inútil transcribir por extenso esos testimonios


conmovedores, aunque sí algunos de sus párrafos que pueden darnos
una idea clara del problema. Claudio, un masturbador compulsivo de
21 años, me decía: “de a momentos soy consciente de que esto me
enceguece por completo de lo bello de la vida, de la luz, pero igual

189
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

siempre caigo”. Jorge, de 23 años y con el mismo problema, se refería


a él llamándolo “gran, pero gran problema”. Rocío, de 36 años, con
adicción a la pornografía, decía “después de hacerlo me siento
horrible”. Una joven de 26 años, Regina, que se sentía impulsada a
tener relaciones con hombres casados, hablaba de “grave conflicto
emocional”; y se refería a su comportamiento diciendo “no sé cómo
detenerme”, “algo que no me hace sentir bien”, “no quiero sentirme
como una cualquiera”. Pablo hablaba de “la depresión que padezco a
causa de la masturbación” y exclamaba: “¡ojalá pueda salir de esto y
ser feliz como hace diez años atrás!”. Román, casado y de 29 años,
subrayaba enfáticamente: “me he sentido realmente mal conmigo
mismo ya que mi comportamiento, en primer lugar me aleja de Dios,
en segundo lugar falla a mis principios morales y en tercer lugar me
hace muy infeliz”. Otro joven de 20 años, con problemas
homosexuales y de adicción a la masturbación, escribía: “confío que
algún día alcanzaré la castidad y la pureza de corazón con la que se
hará posible ver a Dios”; y también: “estoy dispuesto a asumir
cualquier riesgo con tal de dejar esto”. Un hombre, casado, de 40 años,
divorciado y con hijos, adicto a la pornografía, confesaba: “mi
sexualidad me causa tremenda culpa... Me siento sucio, tengo rencor
(...) y creo ser un mal padre”. Otro hombre también casado, en torno a
los 40 años, con problemas de homosexualidad, que creía amar a su
esposa y sufría por su doble vida, afirmaba: “definitivamente esto me
hace sentir muy solo, a veces hasta despreciable conmigo mismo (...),
siento un vacío grande (...), en verdad me siento desesperado”. Un
muchacho de 17 años, con profundas tendencias homosexuales,
escribía con desesperación: “sé que está mal y de todo corazón me
quiero curar”, “me siento muy mal”, “no quiero que Dios me odie”.
Paola, de 25 años, que practicó la masturbación durante diez años,
reconocía: “he caído en la cuenta del daño que me ha hecho la
masturbación, creo que me ha afectado demasiado emocional,
profesional y psicológicamente; ya no soy normal; sólo pienso en mi
misma y no vivo en la realidad; lo digo con una profunda tristeza y
preocupación, puesto que he hecho mucho daño y he lastimado a

190
La Castidad ¿posible?

muchas personas con este egoísmo, y sobre todo, me he perdido de


muchas cosas en la vida, que Dios me ha puesto, por tener a esta edad
una mentalidad de adolescente. No quiero vivir así”.

Estos testimonios pertenecen a jóvenes y adultos, algunos solteros


y otros casados, varones y mujeres, de Argentina, Honduras, Estados
Unidos, España, Perú, México y otros países. Podría seguir extrayendo
frases de las cartas que amontono, pero el tenor de los sentimientos
que ellas expresan no cambiará sustancialmente. Ninguna de las
personas que he encontrado con este tipo de problemas es feliz. Una
vez pregunté a una persona que luchaba contra una esclavizante pasión
lujuriosa: “¿Alguna vez tu lujuria te hizo feliz?”. Su respuesta fue
inmediata y contundente: “Nunca”. Añadí: “¿Has pensado que tal vez
esta infelicidad se deba a tus principios morales que te hacen ver como
malos estos actos? ¿Piensas que si tuvieras ideas más liberales sobre la
sexualidad encontrarías felicidad en algún acto de lujuria?”. Su
respuesta también fue pronta: “Estoy seguro de que lo que siento no
cambiaría nada”. “¿Y qué sientes?”, pregunté. “Frustración y tristeza”,
respondió.

Malas perspectivas...

Estamos hablando de una adicción. Paulatinamente nuestra


sociedad va siendo atenazada por diferentes adicciones: a la droga
(drogadicción), al alcohol (alcoholismo), a la violencia, al juego y las
apuestas (ludopatía), al consumo y al lujo (consumismo) y otras.
Algunas se extienden cada vez más entre los niños (hay propuestas de
declarar enfermedad infantil el alcoholismo). Pero la que más crece es
la adicción al sexo, o más propiamente a la lujuria. Sin lugar a dudas
entre las muchas causas de esta extensión la principal es la difusión de
la propaganda sexual por los medios de comunicación, y en especial
por Internet. No esperemos que esta tendencia cambie, pues la

191
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pornografía, como ya hemos visto en los capítulos anteriores, es un


drama cada vez más actual. El psicólogo Patrick Carnes cita en una de
sus obras a Cooper, quien llama al cibersexo (el sexo por Internet) la
“crack cocaine” de la adicción sexual. Este comportamiento que afecta
a personas de toda edad, incluidos numerosos niños, acelera las
conductas adictivas y obstaculiza a quienes quieren desenredarse de
este tremendo ovillo esclavizante.

La adicción sexual tiene muchas caras en nuestro tiempo. Las más


extendidas son la adicción a la pornografía y a la masturbación, que a
menudo van juntas. Pero también la adicción se refiere a otros
comportamientos, algunos con los que la sociedad no se siente
incómoda y los tolera (como —además de la masturbación y la
pornografía— la homosexualidad, la prostitución, los porno shows y
los locales eróticos, ciertas formas de sexo degradado dentro del
matrimonio como el llamado sexo anal y oral, etc.); otros
comportamientos adictivos ante los cuales la sociedad se pone en
guardia hasta cierto punto (como el exhibicionismo, el voyerismo, las
llamadas indecentes, los manoseos contra la voluntad de sus víctimas
—auténtica “miniviolación”, según un autor); y están también los
comportamientos que la mayoría de las sociedades condenan “por
ahora” (como el incesto, la violación, la pedofilia, la pederastia, etc.);
y decimos “por ahora”, porque ¿qué barrera puede poner una sociedad
que no cree en una ley natural ni en una ley revelada? De hecho ya se
ha presentado en Holanda un grupo de pedófilos que quieren formar
un partido político que promueva la pedofilia166.

166 El diario argentino Clarín en su edición del 1/06/2006 anuncia la creación en Holanda
“de un partido de pedófilos cuya plataforma política propone reducir de 16 a 12 años la edad
legal para mantener relaciones sexuales con menores, legalizar la pornografía infantil y el sexo
con animales”. El partido llamado “Amor al Prójimo, Libertad y Diversidad (NVD, en su sigla
holandesa)”. “La intención de los fundadores del partido —dice el periódico— es que se permita
el sexo ‘voluntario’ entre adultos y niños a partir de 12 años. También ‘lucharán’ para que los
jóvenes de 16 años puedan actuar en películas porno”. Se señala también que algunos “ya
exigieron una prohibición estatal antes de que la formación política se inscriba en las instancias
correspondientes”, y que “otros se mostraron confiados en una primera reacción en que los

192
La Castidad ¿posible?

Todos estos comportamientos son altamente adictivos;


especialmente los más graves por corresponder a perturbaciones
psíquicas y a comportamientos desviados (parafilias).
En realidad algunos autores distinguen, y creo que acertadamente,
tres especies de adicciones relacionadas con una falsa concepción del
amor: la adicción al “romance”, la adicción a establecer “relaciones
dañinas” y la adicción propiamente al “sexo” 167. En las tres el sexo
juega un papel fundamental, pero el foco de atención sobre el que gira
la adicción es diverso. En la adicción al romance, la persona está
esclavizada por su afición a seducir a otros y vivir romances
novelescos en su fantasía; puede (y muchas veces así sucede) pagar
entregándose sexualmente a aquellos que manipula en su afán de
seducción. En el caso de las relaciones compulsivas destructivas el eje
de la atención de la persona adicta está puesto no tanto en el placer
sexual cuanto en la necesidad compulsiva compañía (aunque tenga que
sufrir por ello); a cambio de esta satisfacción afectiva habitualmente
sacrifican su vida sexual, e incluso su tranquilidad física (estas
personas muchas veces aceptan situaciones de violencia doméstica, de
humillación, múltiples abortos, e incluso enfermedades venéreas, con
tal de no ser abandonadas)168. En la adicción propiamente llamada

votantes holandeses tienen la suficiente capacidad de juicio como para no dar ni un solo voto a
ese partido aun cuando cumpla con todos los requisitos para su fundación”. Pero por esa misma
vía ya se han visto legalizadas otras posturas contra la vida pues el mismo diario reconoce que
“Holanda ya tiene políticas liberales en drogas blandas, prostitución, matrimonio homosexual”.
167 Cf. Stephen Arterburn, Addicted to “Love”, Regal Books, Ventura, CA., 2003.
168 También ocurre algo semejante en las personas “co-dependientes”, es decir, aquellas
que por vivir con una persona adicta (al alcohol, a las drogas, a la violencia o al mismo sexo)
terminan adquiriendo sus mismas perspectivas, perdiendo la capacidad de juzgar la enfermedad
de la persona con la que viven y la suya propia (típico caso es el de la esposa del marido
alcohólico o la mujer que tiene un esposo violento). Sin embargo, en el caso de la co-dependecia,
la adhesión se da respecto de una persona concreta y sólo de ella (por ejemplo, la esposa respecto
del marido alcohólico) y puede ser fiel a su esposo, a pesar de su relación destructiva, durante
muchos años o incluso toda la vida. En cambio, en la persona adicta a las relaciones destructivas
su adicción no recae directamente sobre la persona a la que se somete, sino a la relación misma
(la necesidad de alguien que esté a su lado, no importa quién sea, ni qué precio exija); por eso,
estas personas, cuando aparece alguien más que les presta atención y se compadece de ellas,
suelen dejar su anterior “pareja” y establecer una nueva relación, en la que, generalmente vuelve
a repetirse el ciclo una vez más.

193
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

sexual, el foco de atención recae sobre el sexo por sí mismo. Todas


estas adicciones pueden afectar tanto a varones como mujeres, aunque
estas últimas son más propensas a sufrir adicciones al romance y a las
relaciones destructivas; los varones, en cambio, cuando se deslizan en
alguna de estas adicciones, suelen ser atrapados más fácilmente por las
propiamente sexuales.
Todas tienen elementos comunes (y evidentemente algunas
diferencias importantes). Me referiré, en adelante, a las adicciones al
sexo; cuanto diré se aplica de modo análogo a las adicciones al
romance y a las relaciones dañinas.

Adicción = esclavitud

En realidad, las adicciones sexuales son adicciones a la lujuria, no


al sexo; el sexo es algo bueno y querido por Dios dentro del marco
ordenado del matrimonio. Todos estos comportamientos pertenecen al
campo del desorden sexual, o lujuria.

Pero no se trata de un simple desborde lujurioso, sino de una


adicción a este tipo de comportamientos. “Adicción” significa una
inclinación compulsiva hacia un objeto; la compulsión es una
inclinación irresistible hacia algo o a realizar una acción.
Al decir que es algo irresistible, queremos indicar que llega a
anular la razón; por tanto, destruye la libertad y esclaviza. Se trata de
un deseo posesivo, es decir, su punto de referencia es “mi propio yo”;
quiero algo —un placer, en este caso— “para mí”. Es, pues,
autorreferencial, egoísta. Toda adicción es destructiva, porque es
despersonalizante (el adicto termina viviendo para aquello que lo ata,
y que exige la inmolación de todo lo que tiene y ama, incluso su

194
La Castidad ¿posible?

familia, sus proyectos, sus ideales y su vida; como puede verse en los
drogadictos, alcohólicos y demás tipos de adictos). Por todo esto, es
algo doloroso y humillante. Es lo que reflejan los testimonios que
hemos citado más arriba.

La adicción no es amor si queremos usar esta palabra en su


sentido más humano y elevado. Las descripciones que los adictos
hacen de sus compulsiones no corresponden al amor. De un adicto
puede decirse que “ama el sexo” sólo en un sentido metafórico y
abusivo; del mismo modo que podríamos decir que un alcohólico ama
el vino, o un jugador compulsivo ama las apuestas. Eso no es amor,
sino absorción compulsiva de parte de un objeto. La adicción semeja
al ficus estrangulador, planta parásito y caníbal que consume los
árboles en que se arraiga; cuando una semilla del ficus es depositada
en una rama alta de algún árbol por algún mono o murciélago que deja
allí sus excrementos, ésta germina, echando raíces que se van
enroscando en el árbol huésped, hacia abajo, buscando la tierra;
mientras más crece envuelve y ahoga el otro árbol, el cual, finalmente
muere, se pudre y ahueca. En las selvas americanas se ve el
espectáculo de estos árboles huecos y muertos en los que ha cobrado
vida la planta caníbal que los nativos llaman, con razón, “matapalo”.
Así acontece con la adicción que carcome el carácter y la psicología
del adicto hasta no dejar de él más que un vacío interior rodeado de
una gran cáscara compulsiva.
En cambio, el amor humano es perfección de la libertad: cuando
amamos somos más libres, porque el amor nos da la capacidad de dar
algo nuestro, de desprendernos, lo que supone posesión y facultad de
disponer de nuestras cosas.
Es donación, y no apropiación; es capacidad de salir de sí, de
vivir la generosidad, de comprometerse y mantener los compromisos.
Es fuerza personalizadora del ser humano: quien ama
verdaderamente crece como hombre o como mujer; madura, se

195
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

perfecciona. Es un movimiento pleno y gratificante, a pesar de exigir


sacrificios.
En la lujuria, como ya hemos visto, no hay amor verdadero.
Faltan los elementos propios de todo amor: o falta la entrega de sí a
otro (como en la masturbación y la pornografía), o el compromiso
(como en la fornicación), o se excluye el fruto (como en la
anticoncepción), o carece de complementariedad verdadera (como en
la homosexualidad), o daña (como en el abuso, la violación, la
corrupción). Toda forma de lujuria elimina algún valor propio del
amor: el otro (masturbación), el matrimonio (fornicación, adulterio,
concubinato), el hijo (aborto y anticoncepción), la alteridad (la
homosexualidad). Es muy importante tener en cuenta esto, porque ese
desorden intrínseco de la lujuria, junto al hecho de enraizarse en una
de las inclinaciones básicas del ser humano (el instinto sexual) explica
que, fácil y rápidamente, degenere en adicción. Ocurre otro tanto con
los otros instintos básicos: el instinto de supervivencia al deformarse
(o no madurar) degenera en egoísmo, autorreferencia, enfermedad de
la queja, sentimiento de inferioridad y complejo infantil 169; el instinto
religioso desviado de su centro de equilibrio se torna en superstición,
credulidad, búsqueda morbosa de lo mágico y lo demoníaco.

¿Es mi problema?

En la página oficial de los “Sexo Adicto Anónimos” se encuentra


un cuestionario con diversas preguntas que orientan a una persona que
tiene dudas sobre la gravedad de sus actividades sexuales; esas
interrogaciones pretenden ayudar a descubrir una posible adicción 170.

169 Al respecto es muy interesante el desarrollo que hace el psiquiatra Van den Aarweg, en
su obra “Homosexualidad y esperanza” de esta deformación como explicación del problema de
la homosexualidad, así como la terapia que propone a partir de estos datos (cf. Gerard van den
Aarweg, Homosexualidad y esperanza, Eunsa, Navarra 1997).
170 Cf. www.saa-recovery.org/espanol/12ques.htm. Están bajo el título: “Doce preguntas
para autodiagnóstico. Contesta estas doce preguntas para determinar si tienes un posible
problema con la dependencia sexual”. Sólo transcribo algunas, y un poco adaptadas.

196
La Castidad ¿posible?

Algunas de ellas harían preocupar a más de una persona que pensaba


no tener problemas; por ejemplo: ¿Guardas secretos sobre tus
actividades sexuales o románticas? ¿Mantienes una vida doble? ¿Tus
necesidades te han llevado a tener sexo en sitios o en situaciones o con
gente con las que normalmente no te involucrarías? ¿Te sorprendes a ti
mismo buscando artículos o escenas sexualmente excitantes en
periódicos, revistas u otros medios de comunicación? ¿Te has dado
cuenta de que tus fantasías románticas o sexuales causan problemas en
tus relaciones o que te impiden encarar tus problemas?
¿Frecuentemente sientes remordimiento, vergüenza o culpabilidad
después de un encuentro sexual? Cada nueva relación, ¿continúa con
los mismos patrones destructivos que te incitaron a romper con la
última? Tus actividades sexuales y románticas, ¿necesitan cada vez
mayor variedad y frecuencia sólo para sentir los mismos niveles de
excitación y alivio? Tu búsqueda de relaciones sexuales o románticas,
¿contradice o interfiere con tus creencias o desarrollo espirituales?,
etc.
Responder “sí” a más de una de estas preguntas, es ya una nota de
alarma.
El “ciclo” de la adicción...

La adicción sexual actúa en forma de ciclo esclavizante, que es en


realidad el resultado de dos ciclos que se alimentan mutuamente: el
ciclo del comportamiento adictivo y el ciclo del pensamiento o sistema
adictivo. El siguiente diagrama (que he adaptado del presentado por
otros autores) puede darnos una idea de todo este proceso 171:

171 Esto es una adaptación de las explicaciones de Patrick Carnes (Out of Shadows, pp. 11-
32) y Arterburn (op. cit., pp. 47-56).

197
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Placer

198
La Castidad ¿posible?

El primer ciclo (ciclo adictivo) es el que primero cae bajo nuestra


observación. Cuando una persona pide ayuda, llega generalmente
preocupada o agobiada por un comportamiento compulsivo que no
puede dominar y que se manifiesta en forma de ciclo en el que
podemos distinguir, con mayor o menor claridad, algunos pasos
claves.
El primer paso de su comportamiento (pongamos el caso del
adicto a la pornografía) es la obsesión o preocupación obsesiva: una
idea, una compulsión o deseo irresistible de ver pornografía lo asalta y
molesta una y otra vez, y no puede desasirse de ella. Este primer paso
puede ocurrir ya sea por haberse puesto en una ocasión de pecado, o
bien, cuando la adicción ya está arraigada, estando en un tiempo
tranquilo; simplemente se presenta de imprevisto como una idea
obsesiva.
El segundo paso se da al ceder a esta obsesión y es lo que un
autor ha llamado “cacería”: comienza todo un proceso o serie de
acciones que conducen al acto voyerista (el ver pornografía). El adicto
concede un valor incalculable a cada uno de estos pasos, que ejecuta
como si fuera un auténtico “ritual” religioso, por razones que luego
diremos. Baste aquí tener en cuenta que este rito es algo solemne y
hasta parece estudiado (busca la hora adecuada, casi siempre la
misma; mira si está solo; tal vez ponga música que puede ser casi
siempre la misma; cuida la iluminación del ambiente para que sea
sugestiva, casi a media luz; enciende la computadora, etc.).
A través de todos estos actos rituales, llega así, finalmente, a la
consumación del placer, que es el tercer momento, y el más efímero
de todos; dura tan solo un instante.
Al placer sigue el cuarto paso: el retorno a la normalidad, es
decir, los niveles de excitación bajan y las pulsiones se tranquilizan.

199
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Esto abre camino a un quinto momento que podemos caracterizar


como torbellino emotivo porque se conjugan, como una tempestad,
una serie de emociones intensas, entre las que debemos destacar: la
justificación (“todos lo hacen”, o “hubiera sido imposible evitarlo”, o
“ya no podía más”, o “se comprende que obre así en mi situación”,
etc.), son todas razones o racionalizaciones que intentan explicar,
atenuar o negar la responsabilidad en estos actos. Cuando las
justificaciones no son creíbles, la persona adicta pasa a buscar
culpables: alguien tiene que ser el culpable de este problema; tal vez
culpe a sus padres por la educación que le dieron, a quienes fueron
instrumentos de su degradación o quizá al mismo Dios; pero pocas
veces estas personas asumen que ellos también son principales
responsables de su estado. Como el echar las culpas a otros tampoco
soluciona sus dramas, siguen los remordimientos y la vergüenza, más
por el estado en que han caído, que por lo que han hecho. De estos
sentimientos surge la desesperación e impotencia, y, como reacción la
persona se hace numerosas promesas (“esta fue la última vez”, “nunca
más caeré en esto”, “no volveré a ese lugar” etc.); pero todas estas
promesas, no hacen más que focalizar nuevamente la atención en el
objeto de su adicción, el cual termina por obsesionar nuevamente a la
persona, presentando la idea compulsiva y haciendo recomenzar el
ciclo una vez más.

He mencionado la importancia que ocupa en el comportamiento


de todo adicto el ritual con el que realiza sus actos compulsivos. Yo
creo que esto es debido a su intuición del carácter fugaz que tiene el
éxtasis sensible del placer. Sabe de antemano que será efímero y
huidizo, y que no puede prolongarlo por ningún medio a su alcance.
Llega en un instante y se va, dejando un sabor a poco y nada; no
“satisface” las expectativas puestas en él. Por eso, al no poder extender
más ese momento (que, por el contrario, parece cada vez más breve a
medida que se adentra en la adicción) procura extender los momentos
previos que son los que excitan su imaginación y su deseo voluptuoso;

200
La Castidad ¿posible?

esto es lo que hace por medio del ritual que no es otra cosa que arrojar
carbón a la caldera encendida de su lujuria. Hasta que ésta estalla en
frustración.

Parecieran compuestos para este espectáculo aquellos versos de


uno de los inmortales sonetos de Lope:

¡Oh siempre aborrecido desengaño, amado


al procurarte, odioso al verte, que en lugar
de sanar abres la herida! Pluguiera a Dios
duraras, dulce engaño, Que si ha de dar un
desengaño muerte, Mejor es un engaño que
da vida.

El “dulce engaño” del que habla Lope, es esa idealización del


placer exagerada por la fantasía del lujurioso; él apuesta toda su
energía a ese momento en que cree que alcanzará un éxtasis pleno, una
borrachera de placer y una felicidad sin límites. Pero al llegar muestra
lo que es: “desengaño”. La realidad no corresponde a la fantasía
erótica, y se vuelve “odiosa” al hacerse presente por ser tan breve y
frustrante. “Aborrecible” y heridor por el vacío que deja, arrastra al
adicto a preferir vivir no de la realidad que desengañando le deja sabor
de “muerte”, sino del “engaño que da vida” (es decir, de su fantasía,
de la idea grandiosa del placer que se ha hecho en su imaginación, lo
que intenta hacer por medio del ritual que tiende a volverse cada vez
más rígido y largo).
Esta es la historia trágica de todo adicto.
Caldo de cultivo y disparadores...

201
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

He dicho más arriba que la adicción se asienta siempre sobre un


sistema de pensamiento adictivo o potencialmente adictivo. Éste es un
elemento clave para entender no sólo el nacimiento de una adicción
sino su radicalización.
El sistema de pensamiento que hace de caldo de cultivo a toda
adicción puede estar compuesto tanto de criterios erróneos como de
juicios dañinos.
Por criterios erróneos entendemos todos aquellos principios
falsos que hacen de sustrato a todas las doctrinas que defienden la
lujuria como una opción lícita de vida. Incluyamos aquí las aserciones
que sostienen que la vida es algo puramente temporal, el amor sólo
una emoción sensible, la consideración de la emoción y del
sentimiento amoroso como indisolubles del acto sexual, el sexo como
un pasatiempo sin responsabilidad, el matrimonio como una opción
entre otras maneras legítimas de vivir la propia sexualidad, la libertad
desligada de la verdad, etc. Todos estos principios conforman la
doctrina del “hedonismo” que proclama el placer como fin supremo de
la vida; este es el poso (con “s”, es decir, el “sedimento” que queda en
el fondo de las vasijas, y no con “z” que significa hoyo) de la cultura
del placer y de la cultura de la muerte.
No todos los adictos tienen asumidos estos principios erróneos,
pues hay adictos entre personas bienpensantes, ya que “en todas partes
se cuecen habas”.

Pero sí se dan en todos los adictos —tengan o no criterios


moralmente equivocados— lo que podemos llamar juicios o
pensamientos esclavos o dañinos. Estos juicios esclavos pueden ser
sentimientos de inferioridad que aíslan al adicto y lo vuelcan sobre sí
mismo (“no importo a nadie”, “no soy querido”, “no sirvo para nada”)
o que lo llevan a tener una idea equivocada del placer o del amor
(como miedo al entregarse y darse totalmente a otra persona, temor de
no encontrar placer en el amor para toda la vida, o recelo de los demás

202
La Castidad ¿posible?

—a veces como consecuencia de haber sido abusado—, etc.). Estos y


otros juicios dañinos suelen llevar a las personas a buscar el placer de
modo egoísta, aislado (pornografía, masturbación), forzando a los
demás (violadores), sin compromiso (antes del matrimonio, sin vistas
de él o incluso excluyendo el matrimonio; o por medio de la
prostitución, etc.).

En una oportunidad, después de dar una conferencia sobre este


tema, un joven me hizo llegar unos versos que había escrito unos años
antes, y que aquí transcribo con su permiso, pues considero que pintan
realmente lo que he querido decir más arriba. Se titula “Vacío”:

En mi mundo ya no hay luces, las


veredas son muy frías, las miradas son
de piedra, ya no existe el porvenir...
Yo me siento en una tumba y sin luz,
no ven mis ojos, los momentos son de
asfixia, no podré sobrevivir... En mi
alma hay una pena, que no sé cómo
extinguir, como el fuego va
quemando, mi esperanza de vivir... Y
no encuentro mi refugio, busco luces
por seguir, y no encuentro más que
penas, que me incitan a morir... Corro
y corro tras la nada, corro y corro y
sigo aquí, esperando a que regrese,
lo que nunca ha de venir...
Y el vacío me consume,
Ya no sé qué hago aquí,
Mas yo vaya donde vaya,
Sé que no me iré sin mí... Y la
lucha se hace ardua, y las llagas
arden penas, en las lágrimas no
hay luces ¿cómo haré para
seguir?

203
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Siento el hielo aquí en mí...

Pensamientos dañinos de este tipo crean un estado de


vulnerabilidad tanto para el vicio como para la adicción; cuando
sobrevenga algún “disparador” (una ocasión de pecado muy fuerte,
una desgracia, un estado depresivo, un fracaso considerado como
insuperable, etc.) la “fuga” de la realidad puede darse hacia un
comportamiento altamente adictivo.

Aclaraciones

Algunos aspectos claves de la adicción que debemos señalar son


los siguientes.
Ante todo, toda adicción es algo penoso y esclavizante; ningún
adicto es feliz.
También hay que decir que el adicto puede haber sido (y muchas
veces lo es) culpable en su origen (por ser la adicción resultado de
muchos actos libres desordenados), pero que no hay que descartar que
en algunos casos la adicción no sea fruto de actos culpables (como en
algunos enfermos mentales compulsivos, en algunas personas que han
crecido en ambientes donde les han enseñado desde pequeños que
todos esos actos son normales y lícitos y tal vez han caído en la cuenta
de su error cuando ya eran esclavos).
Asimismo debemos tener en cuenta que no debemos confundir
cualquier conducta desviada (mala) con una adicción; la adicción
implica ya un estado de compulsión y de falta de libertad; pero sí
debemos señalar que cualquier conducta desordenada — de manera
particular en el plano de la sexualidad— fácilmente se vuelve viciosa
y el vicio rápidamente degenera en adicción, es decir, vicio ya
transformado en perturbación mental.

204
La Castidad ¿posible?

Además advirtamos que cualquier adicción es algo que no está


circunscripto a ningún temperamento, ni clase social, ni nivel
económico, ni sexo, ni edad, ni buena o mala familia. Hay adictos
entre ricos y pobres, hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos,
melancólicos y sanguíneos, etc. Todos deben cuidarse. Especialmente
los que, de una manera u otra, piensen que “de esa agua no van a
beber”.
Finalmente, digamos que las adicciones no se reemplazan sino
que se refuerzan: el alcohol refuerza la adicción sexual, la pornografía
o la prostitución pueden fácilmente llevar a la drogadicción, etc. No se
sale de una adicción reemplazándola por otra. Tampoco es solución de
una adicción sexual el matrimonio; por el contrario, las adicciones
sexuales —anteriores o posteriores al matrimonio— son causa de la
destrucción de los matrimonios.

Para salir de la adicción

Para escapar de una adicción no bastan los medios ordinarios que


hemos señalado en el capítulo anterior; ni los naturales ni los
sobrenaturales. Hace falta un trabajo que apunte directamente a la
recomposición psíquico-espiritual de la persona. Esto sólo puede
lograrse por medio de una terapia de ayuda que incluya lo que han
intuido tan agudamente quienes usan el Programa de los “Doce Pasos”
de Alcohólicos Anónimos. Este programa, aplicado con éxito a las
personas con adicción al alcohol, y otros problemas adictivos, también
se ha mostrado eficaz para ayudar a quienes sufren de dependencia
sexual. He usado este programa adaptado de modo más “católico”
adecuando las formulaciones de esos pasos del modo siguiente (a la
izquierda he puesto algunas referencias bíblicas que pueden ayudarnos
a ver la base que estos pasos tienen en la misma Sagrada Escritura):

205
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

1. Admitimos que éramos impotentes ante nuestra Ro 7,15


conducta sexual, que nuestras vidas se habían vuelto
ingobernables.

206
La Castidad ¿posible?

Ro 11,23
2. Llegamos a creer con fe sobrenatural que Dios, tal
como ha sido revelado por Jesucristo, es decir, Uno y Trino,
Padre misericordioso podría devolvernos el sano juicio.

3. Decidimos entonces poner nuestras voluntades y Sal 31,15-18


nuestras vidas al cuidado de Dios Padre misericordioso, por
medio de Jesucristo Redentor y bajo la acción del Espíritu
Santo. De manera particular encomendamos nuestra
voluntad y nuestra lucha a la Madre de Dios, María
Santísima, refugio de los caídos y fuerza de los débiles.

4. Sin temor, hicimos un minucioso examen de Mt 7,3


conciencia de todas nuestras faltas morales. Jn 8,7

Sal 51,5-6
5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante
otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestros defectos.

6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Dios Sal 39,9


nos liberase de todos estos defectos de carácter (y de
nuestras faltas voluntarias).

7. Humildemente le pedimos que nos liberase de Sal 25,18


nuestros defectos (y si estos defectos tenían una raíz Sal 51,11
voluntaria, pedimos humildemente perdón por medio del
sacramento de la confesión).

8. Hicimos una lista de todas aquellas personas a Lc 19,8


quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar
el daño que les causamos.

9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posible, Lev 5,15-16


el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba
perjuicio para ellos o para otros.

Sal 16,7-8
10. Continuamos haciendo nuestro examen de
conciencia particular, es decir, sobre nuestro defecto o

207
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

adicción personal y cuando nos equivocábamos lo


admitíamos inmediatamente ante nuestro director espiritual.

11. Buscamos, a través de la oración y la meditación Sal 143,10


(en particular sobre la Pasión de Jesucristo y sobre sus
promesas de vida eterna), mejorar nuestro contacto
consciente con Dios, pidiéndole solamente que nos dejase
conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la
fortaleza para cumplirla.

12. Habiendo obtenido un despertar espiritual como 1Jn 1,1-3


resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a
otros adictos sexuales y de practicar estos principios en
todos nuestros asuntos.

Estos Pasos no han sido elaborados al azar; tocan de hecho los


profundos recursos psicológicos y espirituales por los que la persona
puede –con ayuda de Dios y de sus semejantes (terapeutas, confesor,
director espiritual, etc.)– rehacer su personalidad destruida por la
adicción. Adhiero plenamente a la convicción del eminente psiquiatra
Dr. Carlos Velasco Suárez quien señala que en todo enfermo mental,
la distorsión afectiva e intelectual no conforma el núcleo más
profundo de la personalidad (tesis propiamente freudiana) sino que “en
lo más profundo del hombre el psicoterapeuta se encuentra no con una
instintividad caótica sino con las fuerzas saludables de la persona que
mantiene viva la esperanza de un normal desarrollo del paciente” 172.
Esto está en perfecta consonancia con la doctrina tomista; Tomás de
Aquino, al preguntarse por los efectos del pecado explicaba que el
pecado original nos priva totalmente del don de la justicia original
(estado de privilegio preternatural del que gozaban nuestros primeros
padres en el paraíso terrenal), y todo pecado (original –sea el que
cometieron nuestros primeros padres como el que nosotros heredamos

172 Carlos Velasco Suárez, Psiquiatría y persona, Educa, Bs. As. 2003, p. 25; cf. pp. 1927;
42-53.

208
La Castidad ¿posible?

de ellos– y personal, o sea, cometido actualmente por nosotros


mismos) disminuye la natural inclinación a la virtud (o sea la
inclinación a los bienes que perfeccionan nuestra naturaleza, quedando
debilitadas –y pudiendo fácilmente desviarse– nuestras naturales
inclinaciones), pero que, en cambio, ningún pecado quita ni disminuye
nuestros principios constitutivos naturales (nuestra natural apertura a
la verdad, por ser intelectuales; nuestra natural tendencia al bien, por
ser volitivos; y nuestra capacidad de Dios, por ser espirituales) 173. En
esto radica este núcleo luminoso que nos da esperanza tanto de
recuperación espiritual y moral, como de restauración psíquica.

En el trasfondo de estos Doce Pasos creo individuar cuatro


elementos que hacen de columnas a todo proceso de reparación
psicológica y espiritual.

(a) La aceptación de la realidad. El primero es la convicción de


que toda terapia comienza por (y en gran medida consiste en) un
retorno a la verdad, a la realidad. La salud mental es un “acuerdo con
la verdad”. “La salud mental es cordura, acuerdo con la realidad,
manifestación de una vida en la que, como dice Landsberg, ‘el
corazón esté conformado al orden del mundo y no el mundo al
capricho del corazón’”174. Es lo que hace el primero de los Doce Pasos
que dirige el trabajo a que se tome conciencia de la enfermedad; todo
adicto (al alcohol, a la pornografía, al sexo, a la violencia) tiene como
principal obstáculo el aceptar su condición de enfermo. El primer paso
es aceptar la verdad y además corregir la falsa convicción de que el

173 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 85,1.


174 Velasco Suárez, op. cit., p. 44.

209
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

enfermo es una persona fundamentalmente mala y aborrecible. Parte


de la verdad que debe asumirse es el estado de desgobierno de la
propia vida y la incapacidad de manejarla, pero también debe
admitirse que el problema no es constitucional en la persona sino con
el modo de vida adictivo que es lo que está destruyendo sus valores.
Este primer paso apunta asimismo a destruir los ocultos
mecanismos de defensa que tiene la adicción, y que actúan a modo de
confianza humana en las propias percepciones de la persona enferma,
en sus juicios, sus métodos; todo adicto cree en el fondo que puede
manejar su problema o que podría hacerlo si él quisiera. Este
desesperar (“admitimos que éramos impotentes”) de la propia
capacidad en cuanto independiente de Dios es clave para empezar a
dejar que Dios se convierta en el verdadero artífice de la salud mental.
Por eso, el segundo paso completa el primero y señala el salto de una
engañosa confianza en uno mismo hacia la verdadera esperanza y
confianza en Dios (“creímos... que Dios... podría devolvernos el sano
juicio”).
También aluden a este compromiso con la verdad los pasos 4 y 5,
con el examen de la propia conciencia y la admisión de los propios
defectos. El hacer un “inventario moral” de sus faltas les exige ser
claramente honestos consigo mismos. Reconociendo lo que somos
podemos llegar luego a dejar atrás lo que no debemos ser o lo que no
debimos ser nunca. Este paso se completa con la exigencia de que la
verdad de nuestra conciencia sea compartida con alguien; desde el
punto de vista católico esta función cuadra adecuadamente en la
confesión sacramental o la dirección espiritual. No quito que,
siguiendo la terapia de los Doce Pasos, un grupo de ayuda sea muy
útil.
Así como hemos dicho que el problema adictivo tiene
generalmente su origen en un sistema cultural falsificado, también este
trabajo de recuperación de la realidad habrá de pasar por la
regeneración de los auténticos valores humanos (la verdad moral, sin
la cual no hay auténtica libertad). El psicoterapeuta católico, así como

210
La Castidad ¿posible?

el director espiritual del enfermo (si lo tiene), tendrán mucho que


corregir en el plano de los principios morales y tal vez doctrinales del
paciente.

(b) La necesidad de Dios. El segundo elemento es una verdad


fundamental de la sana psicología: no hay recuperación desde el
hombre solo. Es necesaria la intervención de Dios. Un hombre puede
arrojarse a un profundo pozo por sí mismo; pero no puede salir de él
por sí mismo; y cuando el pozo tiene dimensiones que ningún ser
humano puede traspasar... es absolutamente necesario que intervenga
Dios. Los pasos 2 y 3 se encargan de hacerlo notar. Son pasos
esencialmente espirituales. En la formulación que propuse, expresé
estos dos principios desde la fe cristiana, como un reconocimiento
intelectual de Dios y de su poder y misericordia. El psicólogo Patrick
Carnes, desde un punto de vista no religioso ni confesional, señala que
“establecer una relación con Dios es el primer puente para confiar en
las relaciones con los demás
(…) Los adictos y los coadictos, al aprender a confiar en un Sumo
Poder y en la amistad, descubren que no están solos, que no están
abandonados y por tanto no son personas malas ni despreciables” 175. El
tercer paso es fundamental porque salta de la religiosidad puramente
teórica (aceptación intelectual de Dios en el segundo paso) a una
auténtica vida espiritual. Sin este paso el reconocimiento de Dios no
tiene eficacia en la vida personal.
Lo mismo volverá a manifestarse en los pasos 6 y 7. En la
recuperación de un adicto éste debe ponerse dócilmente en las manos
de Dios. Si alguien no se deja ayudar, no hay ayuda posible para él.
Los católicos sabemos que para esto es necesaria la mediación
sacramental, es decir, la confesión (y la dirección espiritual). Y que
para esto es necesaria cierta actitud fundamental: la obediencia al
confesor o director. Por eso completaría estos pasos con la siguiente
175 Patrick Carnes, Ph.D. Out of the Shadows. Understanding Sexual Addiction, 3rd. edition,
Hazelden, Center City, Minnesota 2001, 172.

211
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

formulación: Para esto nos pusimos en las manos de un director


espiritual y confesor, a quien abrimos totalmente el corazón y a quien
nos comprometimos a obedecer en todo lo que nos indicara para
librarnos de nuestra adicción.

(c) El perdón y reparación. El tercer elemento clave es que toda


tarea de sanación conlleva dos actos: perdonar y reparar. La mayoría
de los dramas morales con profundas repercusiones psicológicas
tienen entre sus raíces problemas irresueltos de perdón y/o reparación:
injusticias sufridas y no perdonadas explícitamente; o injusticias
cometidas y no reparadas. A esto apuntan los pasos 7, 8 y 9. El rencor
tiene una asombrosa fuerza destructiva, tanto en el plano social, como
en el personal, y esto incluso cuando la víctima haya sido sólo víctima
(inocente). Un enfermo puede ser víctima de una injusticia sufrida y al
mismo tiempo víctima del rencor que guarda hacia su agresor. El
perdón tiene un efecto no sólo espiritual sino psicológico. En su
experiencia clínica de más de veinte años, el psiquiatra Richard
Fitzgibbons ha sido testigo de la curación del dolor emocional que
causaba la homosexualidad en varios cientos de hombres y mujeres;
su proceso de curación ocurrió cuando, después de haber identificado
los orígenes de sus conflictos, se dispusieron al perdón y a una
espiritualidad católica176. Creo que se puede aplicar perfectamente a
los casos de adicción sexual en cualquiera de sus variantes.
Lo mismo se diga de nuestros errores e injusticias, tan presentes
cuando se han dado traiciones (conyugales), mentiras, abusos (incluso
sexuales), etc. La disposición a reparar –en la medida en que la
prudencia no aconseje otra cosa– es una verdadera fuerza restauradora
de la personalidad.

176 Richard Fitzgibbons, M.D, La curación de las atracciones y los comportamientos


homosexuales (en: www.vidahumana.org).

212
La Castidad ¿posible?

(d) La reforma de vida. El último elemento es la reestructuración


de la vida personal. La terapia (psicológica y espiritual) no consiste en
un tratamiento aislado y pasajero, sino en un cambio de vida. No hay
mejoría ni rehabilitación si no se re-forma (dar nuevamente forma) la
vida con un programa que reintegre en la vida cotidiana (de aquí en
adelante, y para siempre) las dimensiones que se habían perdido y que
tal vez condujeron a la adicción o al desastre moral. Los pasos 10, 11
y 12 tienen como cometido mantener la conciencia del adicto de que
el trabajo de recuperación es lento y largo y es un trabajo cotidiano;
ayudan a corregir el falso pensamiento de que es necesario el objeto
de su adicción para vivir y le recuerdan que sin un plan espiritual
anual, mensual, semanal y diario serio y a la vez flexible (que incluya
oración diaria y meditación; sacramentos en el caso del creyente,
obras de misericordia con los más necesitados, etc.) no es posible la
perseverancia en una lucha que es realmente ardua.

Estos pasos, llevados adelante en entrevistas semanales durante


varios meses con ayuda de un profesional, o al menos de un sacerdote
que esté familiarizado con este método, y que sepa usar el gran medio
de formación de la voluntad que es el examen particular de conciencia
de San Ignacio de Loyola, puede ser la única salida para los que son
adictos a alguna de las especies de lujuria 195.

Libertad y virtud...

Por tanto, afirmo que, aunque pueda resultar muy difícil, con la
gracia de Dios, es posible salir de una adicción. La libertad es posible,
porque Cristo nos ha traído la libertad. Pero la libertad viene por la
virtud y no por otra vía (las virtudes son hábitos que perfeccionan la
libertad). En este caso, la libertad depende del compromiso con la

213
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

castidad, el pudor, la generosidad, la firmeza de carácter y la


mortificación.

195
El examen particular tal como lo enseña San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales es algo
indispensable para este trabajo. El P. Narciso Irala cita al médico alemán, protestante, el Dr.
Schleich, profesor de la Facultad de Medicina de Berlín, quien dijo: “Con toda seguridad y
convicción digo que con esas normas y ejercicios en las manos (se refiere al examen particular de
San Ignacio), podríamos aún hoy día transformar nuestros asilos, prisiones y manicomios, e
impedir que fuesen recluidos los dos tercios de los que allí están” (citado por Irala, Control
cerebral y emocional, LEA, Bs. As. 1980, pp. 191-192). Este examen consiste en proponerse
trabajar en un punto muy concreto (desarraigar tal vicio o practicar tal acto de virtud) y dedicar
tres momentos al día para examinarlo: el primero por la mañana, recordando el propósito; el
segundo, unos minutos a mediodía para ver si se ha hecho lo propuesto o se ha fallado; el tercero
por la noche revisando cómo se actuó durante la tarde. Y además hacerlo por escrito (con cruces
o marcas, por ejemplo, cada vez que se ha caído o se ha obrado bien); y comparando de vez en
cuando la tarde con la mañana, un día con el anterior; una semana con la otra, para ver si hay
avances o retrocesos. Implica también proponerse alguna penitencia concreta y fácil de cumplir
cada vez que se ha obrado contra el propósito. Este método es forjador de voluntad (voluntad que
los adictos tienen corrompida o debilitada). Se puede aplicar perfectamente a los Doce Pasos que
he indicado para los sexólicos.
Hay esperanza de salir de una adicción, siempre y cuando se esté
dispuesto a vivir la verdad (reconociendo nuestra impotencia de salir
solos de este problema, y abriendo el alma ante Dios y ante alguien
que nos pueda ayudar), confiando totalmente en Dios, que puede
sacarnos de los peores pozos que nos hayamos cavado por nuestra
necedad, reestructurando nuestra personalidad sobre la base de la
virtud y los buenos ambientes y teniendo un buen apoyo espiritual de
forma permanente en nuestra vida177.

177 Estos son en síntesis los fundamentos de los llamados “Doce Pasos” con que
Alcohólicos Anónimos ayudan a los adictos que ellos tratan. Han sido adoptados y aplicados con
mucho éxito por muchos otros grupos, como Sexólicos Anónimos y otros.

214
La Castidad ¿posible?

En fin, tanto para no caer en este problema como para salir de él,
hay que conocer el verdadero amor; y nuevamente Lope nos presta su
pluma cuando, hablando de Cristo, escribe:

No sabe qué es amor quien no te ama,


(...)
Mas si del tiempo que perdí me ofendo, Tal
prisa me daré, que una hora amando Venza
los años que pasé fingiendo.

Si nos fastidiamos (“ofendemos”, dice el poeta) por tanto tiempo


que hemos perdido mal-amando, debemos apurarnos tanto, amando
tan intensamente, que en una sola hora de amor crecido hagamos lo
que no hicimos en los años gastados en amores falsos y fingidos.

215
La Castidad ¿posible?

XI

Educación sexual

Antes del capítulo final que dedicaré a la educación del corazón,


quiero tratar de una cuestión muy debatida en nuestro tiempo, a la que
circunstancialmente he hecho algunas alusiones en las páginas
precedentes. Se trata de la educación sexual, en particular la que
pretende impartirse a los niños en las escuelas. Considero que en el
actual debate hay por lo menos tres puntos sustancialmente
desenfocados: (a) el de los sujetos a quienes debe apuntar
primeramente (aunque no exclusivamente) la educación sexual: no es
primariamente a los niños, adolescentes y jóvenes, sino a sus padres,
para que éstos eduquen a sus hijos; (b) en dependencia de lo anterior,
el de los agentes de la educación: son los padres los principales
agentes de la educación de sus hijos, y a ellos se los debe ayudar en
esta tarea, pero no suplantar y menos usurpar su derecho; y (c) el

217
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

objeto de la educación: la sexualidad es un elemento integral del


cuadro más amplio que podemos llamar el “corazón” o la
“afectividad”; consecuentemente no se puede plantear una “educación
de la sexualidad” sino una “educación del corazón” que deberá dirigir
la sexualidad de la persona.

Una consideración previa sobre la educación

En nuestro tiempo se habla con demasiada frecuencia de


“educación” de la sexualidad, usando equívoca y abusivamente el
término educación, es decir, desencajado de su verdadero significado.
No tenemos aquí el espacio para discutir el problema de la educación,
pero creo que una mente libre de prejuicios estará de acuerdo con la
definición de la educación como “promoción del hombre al estado
perfecto de hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud” 178.
Toda tradición educativa clásica coincidirá sustancialmente con ella.
La educación consiste en llevar a la perfección a un sujeto; educar
viene de “e-dúcere”, educir, sacar las potencialidades que hay en un
sujeto para llevarlo a la perfección. Miguel Ángel educía de la piedra
perfecciones que estaban en potencia en ella, y un bloque bruto de
mármol cobraba una maravillosa introspección en el David y
dramatismo en cualquiera de sus Pietà. Pero el David y las Pietà son
perfecciones de la piedra que, sin dejar de ser piedra, adquiere una
forma estética más perfecta. En el hombre lo que se debe educir o
sacar es la perfección propiamente humana que está en potencia en él;
por eso se dice que hay que llevarlo al estado de perfección humana
que le corresponde (de “hombre en cuanto hombre”) que lo distingue
de los minerales, las plantas y los animales, aunque tenga elementos
comunes con todas estas realidades. Y este estado de perfección es el
estado de virtud, como se puede ver en toda la tradición judeocristiana,
la del paganismo greco-romano, la de cualquiera de las grandes
civilizaciones orientales y occidentales. Se podrá discutir y objetar
178 Es de Tomás de Aquino (Suma Teológica, Suplemento, q. 41, a.1).

218
La Castidad ¿posible?

cuáles son las virtudes que perfeccionan al hombre o el orden de las


mismas, pero no el que perfección y virtud sean sinónimos. Un
implícito reconocimiento de esta verdad lo tenemos en los mismos
políticos que siempre defienden (con palabras al menos, aunque sin
hechos las más de las veces) ser justos, equitativos, honestos y
sinceros; es decir, virtuosos.
Educar, pues, significa perfeccionar, y perfeccionar equivale a
“hacer virtuosos” a los educandos. El eminente psiquiatra
Gianfrancesco Zuanazzi, expresaba de modo más moderno la misma
idea, al decir: “educar significa no sólo hacer partícipe al sujeto de un
mundo de valores (…) sino volverlo capaz de recrear en sí estos
valores”179.

Una segunda confusión u olvido lamentable es la reducción de la


perfección educativa a una perfección cognoscitiva: educar, en
muchos ambientes actuales, es visto como perfección del
conocimiento. Pero el ser humano no tiene solamente una cabeza, ni es
una máquina de archivar datos. Educación puramente cognoscitiva (no
me atrevo a decir “intelectual” pues este término tiene una
connotación que le queda demasiado grande a nuestro actual sistema
educativo) no es educación sino información. La lectura de una
enciclopedia no hace a un hombre perfecto; lo convierte simplemente
en enciclopédico; y —como los primeros enciclopedistas— puede
hacerlo partidario de la guillotina para quienes no piensen como él,
porque la amplitud del conocimiento no garantiza la rectitud del
corazón; puede significar hipertrofia del conocimiento e hipotrofia del
corazón. Por las mismas razones, el dictado de un conocimiento
enciclopédico durante los años de la infancia, adolescencia y juventud
no puede ser llamado por sí solo “educación”.

179 Gianfrancesco Zuanazzi, L’educazione sessuale nella scuola: implicazioni pscologiche,


en: L’educazione sessuale nella scuola, A cura de G.F. Zuanazzi, p. 83, Ed. Salcom, Verona
1988.

219
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

La educación debe ser integral apuntando tanto a la inteligencia


como a la voluntad y a los afectos, con el objeto propio de cada
potencia: la verdad a la inteligencia, el bien a las facultades apetitivas,
espiritual y afectivas. Sólo la verdad intelectual — asimilada— puede
ser guía de una voluntad que quiera seguir el bien, y sólo una voluntad
que quiera seguir el bien puede garantizar el recto uso de las verdades
intelectuales, como notó ya Aristóteles, porque las virtudes
intelectuales (ciencias y artes) son virtudes imperfectas que dan una
excelencia a la inteligencia, pero no garantizan por sí mismas su recto
uso (¿o los creadores de las bombas atómica y bacteriológica no
fueron, acaso, luminosos intelectuales de la física y la química?) sin la
prudencia (virtud anfibia, mitad intelectual y mitad moral) y las
virtudes morales, que garantizan el amor del bien y la armonización
entre la verdad y la bondad. Éste será el tema del próximo capítulo.
Baste lo dicho para poder hacer las aplicaciones necesarias en nuestro
campo.

Una situación altamente compleja

Nuestra sociedad es una “civilización enferma” 180 que no


comprende lo que es el misterio del hombre, de la vida, del amor, de la
entrega. Si nos dejamos llevar por sus principios, no puede producir
más que perturbaciones. Toda educación de la sexualidad tropieza con
serias dificultades, algunas de las cuales han aparecido en los capítulos
anteriores y a las que debemos añadir 181: -La desaparición de modelos
culturales tradicionales que en el pasado desempeñaban un trabajo
educativo en la medida en que estaban impregnados de cierto respeto
por valores fundamentales como el pudor, la castidad, la familia, la
caballerosidad, la virginidad, etc. (sin negar que también presentasen
deficiencias). En el pasado, aun cuando muchas familias no pudiesen
180 Juan Pablo II, Carta a las familias, 2 de febrero de 1994, AAS 86 (1994), pág. 917, n.
20.
181 Cf. Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: Verdad y Significado, 8 de
diciembre de 1995.

220
La Castidad ¿posible?

dar una educación positiva, el ambiente general contribuía en algo a


producirla. Su desaparición en nuestra cultura ha dejado un vacío que
ni padres ni educadores saben llenar.
-Debemos sumar el oscurecimiento de la verdad sobre el hombre,
considerado ahora como algo puramente físico, banalizado en su sexo,
en su corporeidad y, por tanto, en su persona misma. El concepto
individualista de la libertad en lugar de liberar al hombre lo ha aislado
de la sociedad, haciendo al hombre “lobo del hombre”.
-La presión de los medios de comunicación que agigantan con su
poderosa capacidad de repercusión un concepto pesimista del hombre
y de la mujer: inmanente, cerrado a la trascendencia, materializado,
sexualizado, cosificado.
-La misma escuela que, víctima de una idea reductiva de la
educación, ha venido a suplantar educación del corazón con educación
sexual y, a su vez, educación sexual con información genito-sexual
deformando (en muchos casos) las conciencias de los educandos.
Puede verse a este respecto la presentación hecha por el Dr. Jorge
Scala a mediados de los ’90; este autor, después de analizar varios
manuales escolares muestra cómo el objetivo pedagógico de los
mismos apunta a la perfecta asimilación de seis principios básicos: 1º
Cada alumno debe elaborar su propia moral sexual, diferente de la de
sus padres; 2º Hay muchos tipos de unión sexual, todas de idéntico
valor social: matrimonio, concubinato, cohabitación, apareos
ocasionales, homosexualismo o lesbianismo, etc.; 3º La única
diferencia entre una mujer y un hombre son las anatómicas de sus
genitales (no la femineidad y la maternidad ni la masculinidad y la
paternidad); 4º El sexo sirve fundamentalmente, para procurarse cada
uno el máximo placer; secundariamente, se utiliza para reproducirse;
5º El sexo es bueno (también moralmente), sólo en la medida en que
produce placer; por ello deben eliminarse los miedos al embarazo y a
las enfermedades de transmisión sexual, a través del “sexo seguro”
(que es en definitiva el objetivo final de la materia); 6º La única

221
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

irresponsabilidad e inmoralidad sexual es el uso de los genitales sin la


debida protección, contraceptiva o preventiva de enfermedades
venéreas. Por eso, algunos de estos manuales promueven positiva y
explícitamente la masturbación, las relaciones sexuales homo y
heterosexuales, el bestialismo, la anticoncepción, la esterilización y el
aborto, exigiendo que se garantice a los jóvenes la privacidad y
confidencialidad, sin el conocimiento o permiso de los padres 182.
Si así están las cosas, no resultará extraño que cuanto diré a
continuación venga a contrapelo con la actual corriente “educativa”
latinoamericana y argentina.

Quiénes deben educar y a quiénes educar

Decía E. de Marchi que “el mejor modo de educar a los hijos es


educar a los padres”. Creo que aquí está la base de la que se debe
partir al hablar de educación sexual por parte de los entes educativos
(sea la escuela o las autoridades gubernativas o educativas, nacionales
o provinciales). El motivo es muy simple: la educación de los hijos,
máxime en el terreno donde se toca su identidad sexual y su madurez
psicosexual, es un derecho de los padres: esencial (porque está
relacionado con la transmisión de la vida humana), original y
primario (respecto del deber educativo de los demás entes) e
insustituible e inalienable (porque ni lo pueden delegar totalmente ni
puede serle usurpado por otros)183. Y no sólo es un derecho, sino que
constituye también un deber: si los padres no educan a sus hijos se
hacen culpables de su deformación, así como si tolerasen una
formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar.

182 Cf. Jorge Scala, IPPF. La multinacional de la Muerte, J.C. Ediciones, Rosario 1995,
especialmente al hablar de “La educación sexual permisiva en las escuelas” (pp. 252-262).
183 Cf. Juan Pablo II, Familiaris Consortio,
36. 203 Cf. Sexualidad humana…, op. cit., n. 23.

222
La Castidad ¿posible?

Los principales educadores son los padres y precisamente por ser


tales: “son educadores por ser padres”. La educación de los hijos es
una continuación de la generación, la cual conoce dos momentos: la
generación de la vida humana y la generación de la personalidad del
hijo. Hay padres que no abortan a sus hijos en la primera generación,
pero lo hacen en la segunda dejándolos afectivamente inmaduros e
incapaces de enfrentar la vida.
En esta tarea los padres pueden ser ayudados, pero no sustituidos,
salvo cuando existan graves razones de incapacidad física o moral
para educar a sus hijos. Por eso todo otro colaborador debe actuar en
nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso
por encargo suyo203.
Es más que evidente que muchos padres a menudo no pueden
enfrentar esta tarea solos, a veces por falta de preparación, de tiempo o
por inmadurez. Por eso es necesario que se capaciten y se hagan
ayudar. A ellos debería, pues, apuntar toda educación verdadera.
Incluso hay situaciones, y cada vez se ven con mayor frecuencia, de
padres que no sólo no desempeñan esta tarea sino que corrompen a sus
hijos. Únicamente en estas situaciones extremas, por el bien de los
hijos, estos pueden ser quitados de la tutela paterna para ser educados
por quien pueda llevar a cabo de modo integral esta misión. Pero esta
incapacidad debe ser probada en cada caso y con argumentos
irrecusables; de lo contrario el derecho natural ampara a los padres.
Por su parte, los padres deben tener conciencia de sus derechos y
deberes en este campo y de la obligación estricta de hacerlos respetar:
educando preventiva y críticamente a los hijos, es decir, procurando
que sepan discernir lo bueno de lo malo y que no se pongan en
ocasiones de pecado, denunciando valientemente ante las autoridades
todo intento de educar mal, o enfrentándose con las mismas
autoridades (no con violencia sino con la resistencia pasiva de la que
los inviste el derecho natural) cuando son estas autoridades las que
usurpan sus derechos respecto de sus hijos y pervierten sus corazones.

223
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Este es un asunto demasiado serio, donde no puede haber medias


tintas.

Que se trate de una tarea primordial e indeclinable no significa


que los progenitores puedan realizarla solos. Deben ser ayudados, y en
esta ayuda intervienen en el orden natural el Estado y la Escuela, y en
el sobrenatural la Iglesia. Pero esta ayuda cae dentro del principio de
subsidiariedad que ordena, como su nombre lo indica, subsidiar la
tarea paterna; subsidiar significa colaborar, ayudar, pero no suplantar
ni usurpar ni violentar. Donde los padres no lleguen (por falta de
capacitación, de tiempo, de medios) todos estos organismos deben
ayudarlos. En el caso de la educación de los hijos ayudando a los
padres a que alcancen esos medios necesarios para tal educación; por
eso, respecto de la educación sexual, es a los padres (y siempre y
cuando sea necesario), a los que se debe fundamentalmente apuntar, y
ellos deberán luego acomodar lo recibido a la psicología, edad,
madurez y capacidad receptiva de cada uno de sus hijos, a quienes
nadie como sus propios padres conocen.
Por este motivo, hablar de “educación sexual en la escuela”, es
una expresión ambigua. En la escuela debe impartirse, como es lógico,
una instrucción (“prudente”) de la biología humana; en este contexto
es donde —con el mayor recato y delicadeza— deben ubicarse las
necesarias referencias a la fisiología de la reproducción, para la cabal
compresión de la corporeidad humana. Pero esta instrucción debe ser
dada en el momento oportuno, y debe ser equilibrada con la que se da
sobre los demás temas de la biología y fisiología humana.
Lamentablemente, cuando se habla de “educación sexual en la
escuela”, por lo general no se entiende así, sino de una enseñanza
focalizada en la problemática sexual, genital y reproductiva, y en
general con una orientación dudosa o explícitamente reprobable. No es
ésta la función de la escuela184.
184 Sobre los problemas éticos de la educación sexual en las escuelas, puede verse: Lino
Ciccone, L’educazione sessuale nella scuola: poblemi etici, en: L’educazione sesualle nella

224
La Castidad ¿posible?

Educación del corazón o educación sexual

Un serio problema está constituido por la homologación de


“educación sexual” con “educación del uso del sexo” o “del
comportamiento sexual”. Lo que demuestra que el término es
inapropiado. Todo ser humano necesita que se lo eduque para el amor,
por tanto la educación debe tener por objeto el “corazón” o la vida
afectiva general de la persona, de la cual su sexualidad y genitalidad es
una parte.
El problema de los reduccionismos es sumamente serio, y aquí
estamos ante una triple reducción: la de la persona a su dimensión
corporal, la de afectividad a sexualidad y la de sexualidad a
genitalidad. La campaña que en muchos países se lleva a cabo bajo el
eslogan de “sexo seguro” es una muestra: se trata de una campaña para
que se usen los genitales del hombre y de la mujer sin riesgo de
embarazo.
Esto demuestra que la actual controversia sobre la educación
sexual se convertirá en un camino sin salida si no se discuten con
antelación y se aclaran muchas nociones previas que pertenecen no a
la sexología sino a la antropología y a la ética.
La orientación de toda educación sexual está necesariamente
condicionada por la concepción antropológica y moral que subyace en
la mente del educador (y de las autoridades gubernativas). Por eso, a
menos que se respete al hombre en su integridad, como una unidad
substancial de alma espiritual y cuerpo, con una jerarquía de
facultades en que la inteligencia y la voluntad priman sobre los afectos
o pasiones, y por debajo —e íntimamente unidos— tenemos las
tendencias biológicas de la persona, no podremos decir qué es educar
el corazón o la sexualidad. Para llevar a la perfección un ser, es

scuola, op. cit., pp. 297-321; también: Norberto Galli, Orientamenti per l’educazione sessuale
nella scuola pubblica, ibidem, pp. 147-184.

225
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

necesario que sepamos cuál es el estado de perfección de ese ser. Y si,


a la ignorancia de estos conceptos, sumamos la confusión introducida
por la llamada “ideología del género” que rechaza la diferencia sexual
enraizada en la construcción bio-psíquica de la persona, promoviendo
la idea de los “roles” sexuales, quedamos empantanados en una
anarquía educativa185.
La perfección del ser humano es el bien integral que lleva a pleno
desarrollo todas sus potencias, como ya vimos al comienzo de este
libro. La educación sexual, reducida a la información sobre las
funciones y posibles usos de la genitalidad (en el mejor de los casos,
cuando no se despierta la curiosidad de niños y adolescentes, o se
deforma su conciencia llamando bien al mal y mal al bien, y se los
incita al uso ilícito —pero dudosa o falsamente “seguro”— de su
genitalidad), no es educación, sino deseducación (y, tal vez, en
algunos casos al menos, corrupción de menores).

El verdadero contenido de la educación sexual 186

El contenido de una auténtica educación sexual es la enseñanza


de la “vocación al amor” y de la educación de la castidad en sus
diversos regímenes (esposos, consagrados, viudos, solteros y novios).

185 Sobre este punto importantísimo, en el que no entro por razones de espacio, puede
verse: Conferencia Episcopal Peruana, Comisión Ad-hoc de la mujer, La ideología de género.
Sus peligros y alcances, Rev. “Diálogo” 34 (2003), 51-78. También: Marcuello-Elósegui, Sexo,
género, identidad sexual y sus patologías,…………………………........................
www.bioeticaweb.com/content/view/192/48/.
186 Téngase en cuenta que hablo como educador católico, dirigiéndome a padres y
educadores católicos. Quienes no profesen la fe católica, podrán igualmente servirse de estos
elementos, adaptando las alusiones a la Iglesia, a la revelación divina, a la ley de Dios, según
sus principios religiosos, siempre y cuando acepten la normativa de la ley natural, a la cual todos
podemos llegar por la luz de nuestra razón. Pero si no están de acuerdo con la existencia y
contenido sustancial de la ley natural, lo que sigue (y lo que antecede) no tendrá sentido. Esta es
la razón por la que en muchos ambientes, la discusión previa que debe establecerse es sobre el
punto concreto de la ley natural.

226
La Castidad ¿posible?

El hombre ha sido creado para amar. La educación del corazón,


debe ser, pues, educación del amor y del amor que hemos llamado
amor de amistad o benevolencia, por el que somos capaces de conocer
y amar a las personas en sí mismas y por sí mismas (también llamado
oblativo, ya que se realiza en todos los que saben “darse”). Este amor
se aprende, se educa; es exigente y en esta exigencia radica su belleza.
Esta vocación al amor se vive de dos maneras diversas según el
distinto llamado divino: la vocación al amor virginal y la vocación al
amor conyugal, a las que debemos asociar los otros modos de vivir la
castidad en quienes aún se preparan al matrimonio así como los
solteros, viudos y separados).
Educar el corazón es enseñar a los jóvenes —y a los que ya no lo
son— esta doble vertiente del amor, que requiere, para poder vivirse,
el hábito —o virtud— de la castidad, que es aquella “dimensión
espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad” 187. Y
como las virtudes o están conectadas entre sí o no pueden subsistir de
ninguna manera, para vivir plenamente la castidad se requiere adquirir
otras virtudes subsidiarias como la fortaleza, la templanza, la
mortificación y la caridad.

187 Cf. Sexualidad humana..., n. 16.

227
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Objetivos de la educación de la sexualidad

De aquí se sigue que la educación sexual de los niños,


adolescentes y jóvenes, siendo educación del corazón a la castidad,
debe apuntar a tres objetivos fundamentales. El primero es producir y
conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de
respeto a los dones de Dios; particularmente al don de la vida. El
segundo es ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de
la sexualidad y de la castidad y sostener su desarrollo con el consejo,
el ejemplo y la oración. El tercero, consiste en ayudarlos a comprender
y descubrir la propia vocación al matrimonio o a la virginidad; la
familia tiene un papel fundamental en el descubrimiento de la
vocación de sus hijos, la cual, como ya hemos dicho, puede ser
vocación al matrimonio o a la virginidad o celibato.
Este último punto tiene mucha importancia y es parte
fundamental de la educación del corazón, pues cualquiera de las dos
elecciones que el ser humano haga exigen preparación y ayuda para
que se realicen con plena libertad.
La mayoría de las personas (como las estadísticas y la
observación común nos permiten percibir) seguirá en la vida la
vocación matrimonial; pero para que no se equivoquen en este camino,
deben aprender que el matrimonio es una vocación; y, en cuanto tal ha
de ser una elección meditada. Los padres deben plantear a sus hijos la
verdad del matrimonio, para que puedan elegirlo maduramente. Deben
enseñarles que se trata de un amor singular, humano –a la vez sensible
y espiritual– total, fiel y fecundo; que para dos bautizados es un
sacramento; que tiene dos dimensiones inseparables: la unión de los
esposos y la procreación; que sólo puede ser vivido maduramente si se
vive la castidad, es decir, si los cónyuges tienen dominio de sus
instintos y capacidad de darse por entero con sacrificio. Para esto, los
padres deben formar la castidad de los hijos en vista del matrimonio.
También es necesario advertir a los jóvenes acerca de los simulacros
del amor y sus consecuencias: esterilización, aborto, sexualidad

228
La Castidad ¿posible?

extraconyugal, relaciones prematrimoniales, tales como son, es decir,


como amenazas al amor y no como variantes o circunstancias del
mismo.
Pero otros seguirán en su vida la vocación del celibato o la
virginidad. Los padres deben preparar el terreno para que los llamados
por Dios a consagrar su virginidad comprendan esta vocación, y para
que quienes no puedan casarse (aun queriéndolo, como en el caso de
muchos enfermos físicos o psíquicos y otros que por diversas
circunstancias quedan solteros) comprendan que su vida no es un
fracaso sino un modo legítimo aunque misterioso de realizarse. En
cualquiera de los casos, deben prepararlos para que vivan con alegría y
madurez su estado célibe.

Los medios para educar la voluntad y la afectividad

La “afectividad ordenada”, dentro de la cual tiene su lugar la


educación sexual no puede ser cultivada de cualquier manera. Exige
un ambiente muy propicio, como las flores de invernadero. Como ya
hemos insistido el lugar normal y originario es la familia, porque en la
afectividad ordenada (por la virtud de la templanza y, en particular, la
castidad) se integran armónicamente elementos físicos, psíquicos y
espirituales que requieren un clima muy especial.
En este orden, educar consiste positivamente en apoyar (y crear
las ocasiones) de las virtudes que ordenan la afectividad y la
sexualidad bajo la sombra perfectiva de la castidad. Se trata, pues, de
crear un ambiente positivo que a su vez suscite actos positivos de los
que brotarán los hábitos buenos. Educar la sexualidad o la afectividad,
no es una tarea negativa limitada a evitar que los hijos ingresen al
camino de la drogadicción, de la prostitución o de la delincuencia, sino
ayudarlos a caminar por el sendero de la virtud. La mayoría de los
padres que han visto su misión restringida a un “aislamiento” de sus
hijos de las ocasiones peligrosas, han terminado por verlos ingresar, a

229
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pesar de sus esfuerzos, en esos mismos ambientes; sencillamente


porque no se los puede “sacar del mundo”. Pero creando virtudes
positivas en ellos, introducen en su corazón el instrumento para que
estando en el mundo, el mundo no los seduzca. Aún así, siempre
debemos tener en cuenta el misterio de la libertad humana que no
garantiza a ningún educador el uso de la libertad que hará su
educando. En el siguiente capítulo desarrollaremos más este punto;
aquí podemos indicar algunos elementos claves en este proceso
educativo:

(a) El primer elemento que deben procurar los padres (y que


deben subsidiar los educadores y las autoridades gubernativas) es
crear un clima afectivo familiar sano. Todas las ciencias psicológicas,
pedagógicas y la experiencia destacan la importancia decisiva –en
orden a una válida educación sexual– del clima afectivo que reina en
la familia, especialmente en los primeros años de la infancia y de la
adolescencia y, tal vez, incluso en la fase prenatal. Los desequilibrios,
discusiones, discordias, infidelidades, etc., entre los padres son
factores capaces de causar en los niños traumas emocionales y
afectivos que pueden marcarlos para toda la vida. Para crear este
clima, los padres deben encontrar el tiempo para estar con los hijos y
para dialogar con ellos, porque educar “no se trata de imponerles una
determinada línea de conducta, sino de mostrarles los motivos,
sobrenaturales y humanos, que la recomiendan” 188. No hay educación
posible si los padres no comprenden que “los hijos son su tarea más
importante..., más que el trabajo, más que el descanso, más que la
posición social”209.

(b) Deben a su vez crear un ambiente ejemplar. Los niños, y esto


vale también para los adolescentes y jóvenes, están dispuestos a vivir

188 Cf. Sexualidad humana…, n.


51. 209 Ibidem.

230
La Castidad ¿posible?

según las verdades morales practicadas por sus padres y educadores.


El olvido de este principio fundamental de la educación tiene
consecuencias trágicas. Vivimos en una sociedad preñada de
antimodelos y escasa de modelos verdaderos y moralmente buenos y
heroicos. Entre un educador y un “enseñante” hay un abismo. Decía
Alberto Hurtado que “es mucho más fácil enseñar que educar; para lo
primero basta saber algo, para lo segundo, es menester ser algo. La
verdadera influencia del educador no está en lo que dice, hace o
enseña sino en lo que el educador es. La verdadera educación consiste
en darse a sí mismo como modelo viviente, como lección real.
Jesucristo así lo hizo”. Muchos padres (y educadores) se limitan a ser
“enseñantes”. No dudamos de las buenas “enseñanzas” que muchos
dan a sus hijos o alumnos: por lo general les explican que deben ser
buenos, generosos, perdonadores, ordenados, corteses, estudiosos,
aplicados, amables, caritativos, fieles… pero muchas veces también
les dan ejemplo en sus propias vidas de vivir bajo el signo del
capricho, la revancha, la rivalidad, el materialismo, la infidelidad, la
mentira, la inconstancia. ¿Cómo sorprenderse de que crezcan malas
hierbas en lugar de manzanas si hemos pasado años sembrando malas
hierbas al tiempo que recitábamos: “no se deben sembrar malas
hierbas sino manzanas”? Los padres cosecharán en sus hijos — salvo
las excepciones que no faltan nunca— lo que hayan sembrado con sus
ejemplos de vida aunque estos hayan sido viudos de palabras, y no lo
que hayan arrojado al voleo con bellas palabras viudas de ejemplos. Y
lo mismo digamos de todos los educadores en general. El educador
que olvida que el principal pizarrón en el que escribe las verdades que
enseña por convicción es su propia alma y sus propios actos, ignora el
principio más básico de la educación.
Insistamos en este punto clave. Decía Marcelino Champagnat,
hablando del pedagogo: “Para enseñar la virtud, o mejor para
infundirla y comunicarla, es necesario ser virtuoso; lo contrario es
hacerse charlatán y mentiroso de profesión, lo cual es el extremo del
envilecimiento”. Y añadía: “Para llegar a ser santo el que está

231
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

encargado de la educación de la juventud, basta que no sea hipócrita ni


mentiroso. Basta que ponga en práctica lo que dice, y siga sus propios
consejos: recomienda usted a los niños la pureza de costumbres, sea
usted mismo muy puro e irreprochable; los excita al amor de la
verdad, a la obediencia, a la humildad, a la piedad, sea usted mismo
veraz, humilde, dócil, piadoso; sea para ellos un modelo de todas las
virtudes. Dar a los niños lecciones de prudencia, y contradecir con
malos ejemplos las máximas que se emiten es una vergüenza y un
crimen, es acariciar con una mano y pegar con la otra. Las palabras
han de estar acordes con las acciones: si la conducta está en oposición
con las palabras, ningún provecho traerán éstas al niño, y sólo servirán
para condenación del maestro”189. ¿No es éste el drama de muchas
familias actuales y sobre todo de muchas escuelas que piden peras al
olmo? Si tenemos una generación de educadores sin virtud, por más
que enseñen el evangelio en sus aulas, la próxima generación será de
viciosos, porque sus maestros han borrado con el codo lo que iban
escribiendo con la mano.

(c) En tercer lugar, la educación debe ser global e integral, es


decir, debe apuntar al mismo tiempo, al espíritu, a la sensibilidad y a
los sentimientos. Es educación, en general, de un conjunto muy
amplio de virtudes (más concretamente, de “todas” las virtudes):
porque es necesario el dominio de sí, la templanza, la modestia, el
pudor, la caridad cristiana, la capacidad de sacrificio, la fe, la oración,
etc.

(d) En cuarto lugar, si hablamos principalmente de la educación


sexual, debemos determinar con toda claridad que esta educación
comienza creando un clima adecuado de pudor y modestia.

189 En la obra Sentencias, enseñanzas avisos, Ed. HME, Bs. As., 1946; capítulo “El
pedagogo”, p. 622.

232
La Castidad ¿posible?

(e) En quinto lugar, hay que enseñar el autodominio porque ésta


es la única forma de que un ser sea capaz de poseerse y de darse. Sólo
puede darse quien se posee a sí mismo. Autodominio significa la
capacidad de decir y decirse a sí mismo “no” en determinados deseos;
o de obligarse a hacer cosas sin el incentivo del gusto o de la
recompensa. Exige, evidentemente, sacrificio y energía espiritual. Un
ser sin autodominio es caprichoso, egoísta y a la larga, incontinente.

La educación del conocimiento en el plano sexual

También toca a los padres hacer conocer a los hijos los misterios
de la vida humana y su transmisión. Es una de las tareas más
delicadas, que puede prestarse a imprudencias por parte de los
educadores e incluso de los mismos padres; por eso, indicaré primero
los principios fundamentales que deben guiar esta educación y luego
cómo ha de desarrollarse según las etapas del niño.

(a) Los principios que deben guiar a los padres (y, por extensión,
a otros educadores cuando les cuadre a ellos) en esta tarea son
cuatro190:
Ante todo, la formación debe ser individual, porque todo niño y
todo adolescente es una persona única e irrepetible; de ahí que el
momento oportuno en que cada niño debe recibir su formación e
información sea diverso y dependa del proceso de madurez. Además
porque debe hacerse a través de un diálogo personalizado. Por otra
parte, este diálogo se realiza mejor cuando el progenitor es del mismo
sexo que el niño, es decir, cuando los padres hablan a los varones y las
madres a las niñas. Plantear, pues, una educación sexual masiva y
escolar, indiscriminada y mixta, contraría todas las reglas de la
prudencia y de la sensatez educativa.

190 Cf. Sexualidad humana…, op. cit., n. 65-76.

233
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

En segundo lugar, la valoración moral siempre debe formar parte


de las explicaciones sobre sexualidad. Si se habla de la castidad, ha de
ser presentada como virtud positiva; si del uso del sexo, ha de ser
colocado en el contexto de la unión conyugal, etc. Los padres deben
enseñar el bien y el mal sobre el uso de la sexualidad según la ley
natural y divina. Además, han de mostrar con claridad que ciertos
comportamientos están mal porque van contra la naturaleza del
hombre y contra la ley divina revelada por Dios y no sólo porque
pueden traer consecuencias sociales indeseadas (como madres
solteras, abortos, casamientos de apuro, etc.). La sexualidad humana
ha de ser presentada según la ley natural (y, para nosotros los
católicos, según la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, que es
expresión privilegiada de esa ley natural, enseñando que, por causa del
pecado original, el hombre está debilitado y necesitado de la gracia de
Dios para superar las tentaciones).
En tercer lugar, la educación de la castidad y la información sobre
la sexualidad deben ser ofrecidas en el contexto de la educación al
amor. Es decir, que no basta con informar sobre el sexo y dar
principios morales objetivos; es necesario también ayudar a que los
hijos crezcan en la vida espiritual, esto es, que aspiren a la virtud.
Educar la sexualidad es educar la virtud de la castidad; por tanto se
trata de hacerlos virtuosos (y por ende, castos) o dejarlos librados al
vicio.
Finalmente, la información sexual debe ser dada con extrema
delicadeza, en forma clara y en el momento oportuno. Hay que
respetar cada momento del desarrollo del niño o del joven; no hay que
quemar etapas. Para poder hacerlo los padres deben pedir luz a Dios,
hablarlo entre ellos y aconsejarse con quien pueda asesorarlos. La
información no debe entrar en muchos detalles, pero tampoco debe ser
vaga o imprecisa; ha de ser decente, es decir, salvaguardando la virtud
de la castidad. También hay que darla a tiempo, porque si se retrasa
excesivamente, la curiosidad natural del niño hará que pregunte a
quien no corresponde arriesgándose a recibir una información errónea.

234
La Castidad ¿posible?

(b) A la luz de estos principios, ¿qué es lo que conviene enseñar


en cada momento del desarrollo humano?191
Los años de inocencia (desde los 5 años a la pubertad) son un
período de serenidad que no debe ser turbado por una información
sexual innecesaria. Hay que preparar al amor casto de un modo
indirecto. En esta etapa conviene, más bien, enseñar a los niños a ser
auténticos varones y auténticas mujeres (evidentemente, doy por
supuesto el error radical de la llamada “ideología de género” a la que
aludí más arriba). Deben aprender que los varones y las mujeres han
de comportarse de modo distinto y desempeñar tareas diversas; hay
que enseñarles las virtudes propias de la caballerosidad y de la
delicadeza femenina. Los padres deben fomentar en los niños el
espíritu de colaboración, obediencia, generosidad, abnegación y
favorecer la capacidad de autorreflexión. Ésta no es una tarea fácil en
nuestro tiempo, amenazado de graves tormentas como los intentos
programados y predeterminados de imponer una información sexual
prematura (especialmente en la escuela); el bombardeo sexual (y
pornográfico) de los medios de comunicación que llega incluso a los
más pequeños (cuando esto ya ha tenido lugar, los padres deberán
limitarse por el momento a corregir la información inmoral y errónea o
controlar el lenguaje obsceno); los cada vez más frecuentes casos de
violencia sexual sufridos por muchos niños, etc.
Con la pubertad comienza la fase inicial de la adolescencia. Es el
momento del descubrimiento del propio mundo interior. Es la edad de
los interrogantes profundos, de las búsquedas angustiosas, de la
desconfianza hacia los demás y del repliegue peligroso sobre sí
mismos. Los padres deben estar atentos a la educación religiosa de los
hijos que es donde encontrarán las últimas respuestas a estas
cuestiones. Este es también el momento importante para la educación
a la castidad. Se hace necesario explicar la genitalidad en el contexto

191 Cf. El artículo ya citado de Zuanazzi, L’educazione…, pp. 83-115.

235
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

de la procreación, del matrimonio y de la familia. En este momento, a


las niñas habrá que enseñarles a recibir con alegría el desarrollo de la
fecundidad (física, psicológica y espiritual); normalmente también se
podrá hablarles de los ciclos de la fertilidad y de su significado. Pero
no es necesario hablar –a menos que lo pregunten expresamente–
sobre la unión sexual. A los varones se les debe ayudar a comprender
su desarrollo fisiológico antes de que obtengan la información de
compañeros o personas sin recto criterio. Siempre aludiendo en estos
temas al contexto del matrimonio, la procreación y la familia.
Los padres deben imbuir a sus hijos de una visión serena de la
sexualidad, resaltando la belleza de la maternidad y de la procreación,
así como el profundo significado de la virginidad. De este modo se les
ayudará a oponerse a la mentalidad contraceptiva y abortista hoy tan
extendida. También deben ser conscientes los padres de que en este
período los hijos son muy vulnerables a las tentaciones de
experiencias sexuales. Por eso deben estar cerca de ellos, corrigiendo
la tendencia a utilizar la sexualidad de modo hedonista y materialista.
Es éste el momento de formarles la conciencia presentándoles los
mandamientos divinos como camino de vida y como don de Dios.
A las preguntas de los hijos –que son muchas en este período– los
padres han de ofrecer argumentos bien pensados y crear criterios que
los independicen de las modas, especialmente las que banalizan la
sexualidad en el vestir y en el hablar.
La adolescencia representa el período de la proyección de sí y
también del descubrimiento de la propia vocación. Hay que hablarles
del matrimonio, de la virginidad y del celibato como vocaciones
divinas, entre las que ellos deben descubrir el llamado personal de
Dios. En este tiempo los problemas sexuales se tornan más evidentes.
Más que nunca hace falta el consejo prudente y el llevarlos a vivir la
castidad, la oración y los sacramentos (especialmente la confesión
regular y la comunión frecuente). También hay que enseñarles en este
tiempo los puntos esenciales de la moral cristiana: la indisolubilidad

236
La Castidad ¿posible?

del matrimonio, el amor y la procreación, la inmoralidad de las


relaciones prematrimoniales, del aborto, de la contracepción y de la
masturbación.
Hay que explicarles también la razón profunda que hace que los
pecados libres y deliberados contra la sexualidad sean siempre
pecados objetivamente graves, es decir: implican una visión egoísta de
la sexualidad; además, el desorden en el uso del sexo tiende a destruir
progresivamente la capacidad de amar de la persona, haciendo del
placer –en vez del don sincero de sí– el fin de la sexualidad; reduce a
las otras personas a cosas y objetos ordenados a la propia satisfacción;
cierra a la vida y lleva al desprecio de la vida humana concebida que
se considera como un mal que amenaza el placer personal 192.
A los hijos se los ayuda si éstos evitan las ocasiones de pecado.
Esto exige, de los padres, que sepan decir “no” cuando sea necesario,
enseñándoles a caminar contra las modas sociales que sofocan el
verdadero amor, enseñándoles a cultivar el gusto por todo lo que es
bello, noble y verdadero.
Pasada la adolescencia los padres todavía siguen teniendo
obligaciones en la educación de sus hijos: promoviendo el sentido de
responsabilidad, poniendo cuidado en que no disminuyan sino que
intensifiquen la relación de fe con la Iglesia. En particular hay que
ayudarlos también en la etapa del noviazgo para que sea una verdadera
preparación a un matrimonio serio.

Un par de conclusiones

De lo que hemos dicho, se deduce con claridad que hay un


derecho inviolable de todo ser humano, y en particular del niño, del
adolescente y del joven, a vivir su propia sexualidad de modo virtuoso.
Se trata de algo vital para su desarrollo psicológico y espiritual. Este

192 Cf. Sexualidad humana…, op. cit., n. 103-105.

237
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

derecho brota de la inclinación natural hacia la propia perfección; pero


debe ser enseñado, porque no siempre es conocido con claridad por el
niño o el joven. Por la misma razón el niño y el joven tienen derecho a
ser informados adecuadamente para que puedan vivir castos. Es un
crimen enseñarles un uso de la sexualidad que atente contra su
integridad, sea sugiriéndoles un uso fuera del matrimonio o
antinatural.
Por su parte, los padres deben garantizar que sus hijos se formen
según los principios naturales (y cristianos). Para esto, deben
informarse de manera exacta sobre los contenidos y las modalidades
con que se imparte la educación de sus hijos en los colegios. Y deben,
también, saber que pueden, por derecho natural, exigir estar presentes
en estas clases; e incluso retirar a sus hijos cuando la educación no
corresponda a sus principios.
En cuanto a los métodos que se proponen para la educación
sexual, debemos decir que el método normal y fundamental es el
diálogo personal e individual entre los padres y los hijos, en el ámbito
de la familia. Eventualmente puede encargarse de una parte de la
educación en el amor a otra persona de confianza, cuando hay
cuestiones que exceden la competencia de los padres. Este método
incluye una catequesis sobre la moral familiar. Evidentemente esto
exige capacitar primero a los mismos padres.
A su vez, debe evitarse la educación sexual secularizada y
antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y considera el
nacimiento de un hijo como una amenaza. Este método se basa en
sofismas ideológicos como la “amenaza de la superpoblación”, “salud
reproductiva”, “derechos sexuales y reproductivos”, etc. Apunta a
difundir la práctica del aborto, la esterilización y la anticoncepción.
También debe considerarse nociva aquella educación sexual que
apunta a enseñar a los niños todos los detalles de las relaciones
genitales (y en concreto las falaces campañas para educar en el “sexo
seguro”, aun con la legítima y comprensible intención —que puede

238
La Castidad ¿posible?

animar a algunos— de evitar los riesgos de enfermedades venéreas,


porque en el fondo no hacen otra cosa que esconder los intereses de las
grandes industrias del preservativo y de la anticoncepción). Es
igualmente reprobable el método por el que se anima a los jóvenes a
que reflexionen, clarifiquen y decidan las cuestiones morales con la
máxima autonomía, ignorando la realidad objetiva de la ley moral; de
este modo, se infunde en los jóvenes la idea de que ellos deben crear
su código moral, apuntando a implantar una cultura moral relativista y
permisiva.

Todo esto parecerá tirado de los pelos a quienes no compartan


aquella idea del gran educador Marcelino Champagnat, quien decía:
“la educación no es obra de especulación, ni un oficio; es un verdadero
apostolado que busca almas para conducirlas a Dios”. Pero quienes
sean educadores de corazón no encontrarán difícil su comprensión.

239
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

XII

Educación de la afectividad

Como se habrá desprendido de los últimos capítulos, la clave para


poder llevar adelante la vida sexual de manera sana, y cultivar
adecuadamente la virtud de la castidad está en saber educar la
afectividad como corresponde. Veamos en este capítulo final algunas
consideraciones generales sobre este tema que es, realmente, muy
amplio y exigiría mucho más de lo que aquí nos hemos propuesto.
El ser humano no es sólo alma, sino alma y cuerpo
sustancialmente unidos. Lo vemos en Jesús, la humanidad más pura,
pues fue verdadero Dios y verdadero Hombre, y Hombre perfecto. Se
conmovió hondamente y se turbó, dice Juan al relatar su encuentro con
las hermanas del difunto Lázaro; y al ver la tumba del amigo lloró (cf.
Jn 11,33-35). Llegó a sentir temor y angustia, que Él denomina tedio
(cf. Mc 14,33). También sorprendemos en Él la conmoción del júbilo

240
La Castidad ¿posible?

(cf. Lc 10,21) y ternura paternal al tocar y abrazar a los niños (cf. Mc


10.13-16).
Nosotros, en cambio, experimentamos aspiraciones muchas veces
encontradas entre el cuerpo y el alma, que hacen exclamar
dramáticamente a San Pablo: la carne tiene apetencias contrarias al
espíritu, y el espíritu contrarias a la carne (Gal 5,17).
Estas emociones (tanto las de Cristo como las nuestras) son
manifestaciones de nuestro mundo afectivo profundamente rico y
complejo. No podemos prescindir de nuestra afectividad. No está el
ideal humano en la muerte del afecto sino en que ocupe su lugar. En el
justo medio está el equilibrio. Si dividiéramos a los hombres según el
lugar que el mundo afectivo tiene en sus vidas nos encontraríamos
ante el espectáculo de tres grupos muy diversos:
En un extremo el hombre “desequilibrado por el cerebro”: es el
insensible, el cerebral, el inconmovible, el apático y el glacial. ¿Existe
un tal? “Conozco un planeta –dice el Principito– en donde hay un
señor carmesí. Jamás ha aspirado una flor. Jamás ha mirado una
estrella. Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que sumas y
restas. Y todo el día repite: ¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre
serio! Se infla de orgullo. Pero no es un hombre... ¡es un hongo!” 193.
Estos son hombres interiormente muertos. Es una de las clases de
“duros de corazón” (que no agota la especie, pues hay otra “dureza de
corazón” que nace del odio pasional ensañado). Si quisiéramos
representarlo en un esquema, podríamos hacerlo del modo siguiente:

193 Saint-Exupery, El Principito, VII.

241
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

MODO A

Inteligencia

Voluntad

Como se ve, son mitad inteligencia y mitad voluntad; con afectos


tan disminuidos que apenas se notan.
En el otro extremo colocamos al hombre “desequilibrado por los
pies”: éste es el sentimental o afectivo; es decir, el sumergido en los
sentimientos. No pensemos encontrar bajo este título únicamente al
“mendigo de cariño”; hay que pensar también en todos los tiranizados
por la pasión: al romántico, al colérico, al temerario, al sensual, al
depresivo. Es decir, a todos aquellos cuyo mundo espiritual naufraga
en la tormenta de los afectos y sentimientos. Como encierra dos tipos
(el afectivo y el abúlico), su imagen es una de las dos siguientes:

242
La Castidad ¿posible?

MODO B MODO C

Afectos Inteligencia

Inteligencia Afectos

Voluntad Voluntad

El primer tipo (B) es el “apasionado” en quien dominan los


afectos, la inteligencia se aplica a justificar sus actitudes pasionales, y
la voluntad viene en último lugar prácticamente sin jugar ningún papel
importante en su vida. El tipo (C) es el “bien pensante pero abúlico”:
juzga bien especulativamente, sabe lo que está bien y lo que está mal,
lo que tiene que hacer, e incluso hace planes... pero el lugar que
debería ocupar la voluntad lo tiene dominado la afectividad. Por eso es
inconstante, débil, flojo, incapaz de perseverar en sus propósitos. Y
llora sus fracasos y su impotencia espiritual.

Y en el centro, lejos de las anteriores desbarrancadas clases, nos


topamos con el hombre centrado, el equilibrado, el que es señor –o sea
dueño– de sí y de sus afectos. Un hombre que siente, pero que tiene
puestos los sentimientos al servicio del alma. Su imagen es ésta:

243
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

MODO D

Inteligencia

Voluntad

Afectos

Para alcanzar este estado de aplomo humano, la razón y la


voluntad deben regular, no anular, la afectividad sensitiva, ordenando
e integrando los valores sensibles en el conjunto armónico de la
personalidad humana.

¿Qué son los afectos?

Los afectos o pasiones son las reacciones del apetito sensitivo


ante aquello que los sentidos le presentan como conveniente o
perjudicial. Sin embargo, la vida afectiva del hombre es más compleja.
Puede, en consecuencia, ser atraído de otros bienes que siendo
inmateriales, arrastran –por la complejidad y unidad de nuestra vida
afectiva y volitiva– no sólo la voluntad sino también las tendencias
afectivas. En este caso, la psicología llama a estos movimientos
“sentimientos”. En el fondo, el sentimiento es semejante al afecto o
pasión, sólo que su objeto es fundamental o esencialmente espiritual y
también su primera moción (volitiva), pero cargado de tintes

244
La Castidad ¿posible?

pasionales y luego de un correlativo movimiento pasional. Por eso se


puede sentir pasión por la ciencia, por la belleza, por la justicia, etc. 194.
Y por esta misma razón hay sentimientos que empiezan muy
espiritualizados y terminan con los pies en el barro. Decía san
Agustín: el amor espiritual engendra amor afectivo, el afectivo el
obsequioso, el obsequioso el familiar y el familiar el carnal. Y San
Pablo: ¿Tan insensatos sois? Comenzando por espíritu, ¿termináis
ahora en carne? (Gal 3,3).

Las pasiones o afectos tienen, por un lado una dimensión


fisiológica; es decir, se manifiestan a través de una modificación
corporal; por ejemplo, al hombre que está alegre le brillan los ojos,
está animado, a veces hasta hiperactivo; el triste, en cambio, está
inerte, abatido, se mueve con lentitud; el airado grita, se enrojece, los
ojos parecen salirse de sus órbitas, etc. Estos son movimientos
orgánicos interiores y/o exteriores, que están presentes y son
esenciales a toda pasión. Son variables en intensidad según el
temperamento del sujeto en quien se producen.
Pero por otro lado estas perturbaciones fisiológicas se originan en
un fenómeno psicológico: se trata de un afecto sensitivo que es
experimentado por causa del conocimiento de un mal o de un bien. En
efecto, el hombre que tiembla atemorizado, lo hace porque se ha dado
cuenta (conocimiento) de que lo amenaza algún mal y su afecto lo
retrae y lo incita a huir del peligro; el hombre que está triste se siente
así porque se ve desposeído de un bien que amaba o le era de utilidad
(afecto). El conocimiento pone al hombre en presencia de bienes que
desea o de peligros que amenazan tales bienes.
La sede de las pasiones es el apetito sensitivo y no la voluntad. Se
trata, en efecto, de movimientos corporales que pueden influir
accidental o indirectamente en el alma, como hemos dicho al
referirnos al “sentimiento”.
194 Cf. Noble, Psicología de las pasiones, Difusión, Buenos Aires 1945, 37-46.

245
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Santo Tomás, siguiendo las clasificaciones clásicas, distingue


once movimientos pasionales específicamente distintos: en el apetito
concupiscible encontramos el amor y el odio, el deseo y la fuga, el
placer y la tristeza; en el apetito irascible tienen sus raíces la esperanza
y la desesperación, la audacia y el temor y, finalmente, la ira.
¿Cómo surge una pasión?

En la génesis de todo afecto hay que distinguir los factores que


solamente predisponen y los que propiamente lo ocasionan.
Existen predisposiciones que previenen el nacimiento de la
pasión. Son predisposiciones generales las necesidades e instintos que
hacen al hombre salir de sí para obtener los bienes que necesita; nadie
es indiferente al deseo de tales bienes, a la alegría de su posesión o a la
tristeza de su pérdida. En cambio, se considera como predisposición
particular el temperamento de cada individuo (colérico, sanguíneo,
melancólico o flemático, según la antigua clasificación).
Sin embargo, ni las inclinaciones ni el temperamento son causa
suficiente de la pasión; ésta está en relación directa con el
conocimiento que hace de intermediario entre un bien sensible y el
apetito sensitivo.
Teniendo esto en cuenta debemos distinguir en las pasiones dos
modos de origen.
A veces surgen espontáneamente, anticipándose a la advertencia
de nuestra conciencia; son “no premeditadas”. Los antiguos filósofos
las llamaban “pasiones antecedentes”, y decían con justeza que
arrastran nuestra voluntad hasta un cierto punto, aunque casi nunca
(salvo casos excepcionales o patológicos) nos excusan de toda
responsabilidad (la razón siempre mantiene un rayo de luz, incluso en
los movimientos más vehementes).
Otras veces, en cambio, los afectos pasionales nacen causados
deliberadamente por nuestra voluntad; son excitados por nosotros

246
La Castidad ¿posible?

mismos. En este caso se les da el nombre de “pasiones consecuentes”.


Pensemos en el libertino que excita su lujuria para gozar sus placeres,
o el colérico que aviva su ira para vengarse más cruelmente de sus
enemigos.
Ante uno y otro tipo de pasiones la responsabilidad del sujeto es
distinta, como distinta es la causa y la libertad que se juega en estos
actos.

Las pasiones y sus efectos sobre la inteligencia y la voluntad

En la antigüedad los filósofos estoicos sostuvieron que todas las


pasiones son malas. Pero las pasiones no son ni buenas ni malas, sino
indiferentes en sí. La moralidad dependerá del influjo que ejerzan
sobre ellas la inteligencia y la voluntad195.

¿Cómo influye lo afectivo sobre nuestra racionalidad?

Al ser la afectividad de orden material, no puede influir


directamente sobre nuestras potencias espirituales. Puede, sin
embargo, ejercer un influjo indirecto.

(a) Influye ante todo de un modo dispositivo (a través de su


objeto) en cuanto el hombre, bajo la disposición pasional, juzga bueno
y conveniente lo que, libre de aquella pasión, no estimaría así. La
195 El Catecismo enseña al respecto: “En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas.
Sólo reciben calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad. Las
pasiones se llaman voluntarias o porque están ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no
se opone a ellas. Pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén
reguladas por la razón. Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la
santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se
expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción
buena, y malas en el caso contrario” (Catecismo de la Iglesia Católica, nnº 1767-1768).

247
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pasión, por tanto, influye sobre la voluntad a través de la razón y sobre


ésta por medio de la imaginación (y de la cogitativa). Una
determinada pasión, si es muy vehemente, fija de alguna manera la
imaginación en un objeto y esto predispone para el juicio racional
proclive a la pasión, es decir, para que uno sea favorable y
tendencioso hacia el objeto de su pasión y siempre indulgente para
juzgar lo que ama afectivamente. Esto es más fuerte todavía cuando la
pasión se ha arraigado –por la repetición de actos pasionales– a modo
de hábito pasional. En este caso es capaz de ejercer un predominio
absorbente sobre la razón cautivando la atención y exigiendo su
justificación.
Ante todo, digo que la pasión cautiva toda la atención de la
conciencia: un estado pasional tiende a monopolizar todo el campo de
la conciencia. Atrae hacia su objeto la atención con obsesión creciente.
¡Cuántos dicen: “no me puedo sacar de la cabeza a tal persona”!; “¡no
puedo dejar de pensar en aquella ofensa!”. El que ama pasionalmente
está constantemente preocupado por lo que ama y sólo piensa en ello
sin poder apartar su imaginación. Se dice en este sentido que la pasión
“ciega” el alma; más propio sería decir que la “obsesiona”.
Además la pasión se vale de la actividad del espíritu para su
propia justificación: absorbiendo la atención, utiliza también la razón a
favor suyo para justificar su afición hacia el objeto pasional. El
apasionado siempre “tendrá razones” para hacer lo que hace, es decir,
para no desafectarse de aquello a que está pasionalmente atado. Por
supuesto que estas razones no serán otra cosa que lo que san Ignacio
llama sofismas, sutilezas, falacias y aparentes razones. Se puede decir
de él que “tiene más razones que un loco”. Muchas veces nos
encontramos con personas que, por ejemplo, tienen malas amistades
que pueden hacerles daño, pero si uno trata de aconsejarles que se
alejen de ellas, encontrarán una docena de razones para demostrar que
a ellas tales amistades les hacen bien. ¡Cuántos dramas se habrían
evitado si las pasiones no tuviesen tanta fuerza “argumentativa”!

248
La Castidad ¿posible?

(b) En segundo lugar, la pasión puede influir “sustrayendo” o


“dividiendo” las fuerzas de la persona. Cuando una potencia (en este
caso la pasional) actúa vehementemente, las restantes no pueden
hacerlo sino con cierta debilidad. Quien lee algo con entusiasmo
parece insensible y sordo a las cosas que ocurren a su alrededor, como
si no viese, ni oyese, ni sintiese nada; e igualmente la jovencita
perdidamente enamorada de su príncipe azul es incapaz de ver en su
amado los defectos que ven hasta los tuertos tapándose el único ojo
sano. La pasión, pues, influye en la razón y en la voluntad al
apropiarse de la energía anímica que ésta necesita para su acción. Por
eso le cuesta razonar contra la pasión a quien está enamorado, y es de
voluntad abúlica quien está ya esclavizado por una pasión viciosa.

Los mala y los buenamente pasionales

(a) Las pasiones ordenadas


Las pasiones “ordenadas”, es decir, enderezadas al bien,
moderadas y sometidas a la voluntad son de mucho provecho porque
estimulan poderosamente la actividad del entendimiento y de la
voluntad al encauzarse en la misma dirección del bien auténtico y
racional.
Estimulan nuestra inteligencia pues cuando tenemos pasión por
alguna cosa buena nos hacemos todo oídos y todo ojos para conocerla;
nuestro espíritu percibe más claramente la verdad y la memoria es más
tenaz en retenerla. Y cuando hay que hablar de lo que amamos
“afectivamente” nuestra palabra se vuelve ardiente y contagiosa.
Igualmente ocurre con la voluntad: la pasión ordenada multiplica
nuestras energías, nos hace tenaces e inspira actos que llegan al
heroísmo. ¿Qué no es capaz de hacer o qué no es capaz de sufrir quien
ama con pasión un bien, un ideal, una noble ilusión?

249
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Por esto asegura santo Tomás que los santos y las almas
purificadas provocan deliberadamente las pasiones para una más
subida perfección del acto virtuoso196. Las pasiones puestas al servicio
de la virtud nos lanzan al arduo combate por conquistarla y nos dan la
tenacidad necesaria para perseverar hasta la victoriosa adquisición de
la virtud eminente. Difícilmente, pues, encontraremos virtudes en un
corazón que tenga, como dice el vulgo, “sangre de pato”.

(b) Las pasiones desordenadas: el sentimental


En cambio, el (mal) apasionado típico es el que llamamos
“sentimental”. Éste tiene, o puede tener, varias de las siguientes
características:

• Es voluble: es decir, inestable, “ciclotímico” (de ánimo


circular); pasa del entusiasmo al desaliento; experimenta
alternativamente sentimientos contrapuestos. No tiene “estabilidad” de
ánimo, porque nuestros sentimientos no son estables por sí mismos;
tienen la variabilidad de la materia. La estabilidad es una condición
del espíritu; y precisamente en el afectivo no manda el espíritu.

• Es hipersensible: o sea valoriza exageradamente las


sensaciones hasta vivir de ellas. El sentimental incluso juzga de las
cosas, de las personas y de las acciones humanas según sus
sensaciones. Rehuye lo que no le gusta, abandona lo que le indigna, es
indulgente y excusa lo que lo emociona (aunque sean
comportamientos inmorales... pero presentados romántica o
dramáticamente).

196 Cf. Santo Tomás, De veritate, 26, 7, ad 6.

250
La Castidad ¿posible?

• Es fugitivo: huye de lo real. Prefiere el mundo de sus sueños y


sueña despierto. Estas escapadas constantes hacia lo irreal pueden ir
hacia el futuro (cuando tiene el pensamiento absorbido con sus
vacaciones, con sus futuros romances, con sus futuros éxitos laborales,
sociales, etc.; lo mismo ocurre con los miedos y con las tentaciones de
futuro). Puede ir también hacia lo pasado (“cualquiera tiempo pasado
fue mejor” dice Manrique con más rima que exactitud; el sentimental
vive de suspiros “por lo que es ido”; o, al contrario, vive anclado en
traumas y rencores del pasado que no puede o no quiere superar).
Puede, finalmente, ir hacia el futurible o potencial (“si yo no estuviera
casado...” “si yo tuviera veinte años menos...”, “si yo tuviese dinero”,
“si yo no fuese consagrado...”; piensa que todo lo que es ahora
fracaso, no sería así “si él fuese en cambio...”). En el fondo es alguien
que no enfrenta la realidad y que no tiene los pies en la tierra.
• Es terco: el mal apasionado siempre tiene razones (que no son
objetivamente tales) para justificar sus actos pasionales. La pasión,
pues, es una de las causas del “juicio propio” o terquedad de juicio.
• Es impulsivo: muchos de nuestros afectos se encienden como
el fuego en un pajar: con una sola chispa. Así la ira, la temeridad, la
desesperación, el amor sensible, la indignación, el odio. El sentimental
no pondera, no delibera, no consulta. Toma decisiones según sus
impresiones y sus decisiones son en realidad explosiones afectivas. A
veces consulta después de haber decidido apresuradamente, pero es
sólo para tranquilizar su conciencia (aunque si le aconsejan lo
contrario, se aferra a su juicio). Así le va: de fracaso en fracaso. El
dicho del buen carpintero es: “hay que medir dos veces pero cortar
una sola”.
• Es frágil de carácter: su fragilidad de carácter puede
manifestarse de modos diversos. Una de las manifestaciones más
frecuentes es el dramatismo: cualquier problema normal es visto con
tonos cargados. Vive una telenovela. Este dramatismo descubre una
persona volcada sobre sí misma; tanto llora y lamenta sus males que

251
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

pierde de vista o simplemente no percibe las necesidades del prójimo,


a veces más grandes y más urgentes que las suyas. Otras veces esta
fragilidad de carácter se pone de manifiesto en cierta desidia: no se
juega, no se arriesga, no se mete... En realidad es un cómodo que
rehuye el sacrificio. Esta fragilidad revela que el afectivo es un
inmaduro; afectivamente infantil.
• Es superficial: ésta es una de sus características más notables
y se deriva de la dependencia de sus afectos, es decir, de los sentidos y
sentimientos que están en la superficie de la persona. Por ser
superficial huye de los razonamientos abstractos, de las ideas que
exijan una lógica rigurosa, del pensar arduo. Se inclina por el
facilismo, se queda en lo accidental, en lo anecdótico. Esto lo afecta
en que no llega a conocerse a sí mismo, no descubre la raíz de sus
defectos, no combate la causa de sus desordenes. Así acaba por ser
frívolo e improvisador.
• Es pesimista y melancólico: la volubilidad que indicamos
como primera característica hace que se alternen en él entusiasmos y
depresiones; sin embargo, lo ordinario es que sean menos duraderas
las euforias que los pozos en que se hunde. Y así por lo general estas
personas son víctimas de la melancolía, de la tristeza, del desgano, de
la falta de ilusión; incluso de la desesperanza.
• Es pasivo: el sentimental es una persona en quien la voluntad
y la inteligencia están debilitadas. Es lógico: éstas no ejercen su
función de dominio de las pasiones y afectos, y, al no actuar, de algún
modo se atrofian. Por eso este carácter es una “voluntad desinflada”.
Un veleidoso. Un amigo de soluciones mágicas donde no haga falta
mucha voluntad ni transpiración; sus ideales: “adelgace comiendo”,
“aprenda ruso sin esfuerzo”, “cómo triunfar sin agotarse”, “hágase
rico en pocos meses”. Ellos son los compradores de ilusiones
irrealizables, de recetas para haraganes.

252
La Castidad ¿posible?

Estas características se combinan en varios grados de desorden


afectivo de los que destaco tres.
El primero es el “infantilismo afectivo” o “síndrome de Peter
Pan”197 (o sea, cuando los vicios o defectos de un niño se instalan en
una persona adulta); se manifiesta en la excesiva dependencia de otros,
irresponsabilidad, egoísmo exacerbado, imprudencia en su gobierno
personal y en el de otros, etc. Como hemos visto más arriba, una de
sus expresiones lujuriosas es la masturbación, aquí llamada con toda
propiedad “ipsación” (búsqueda de sí mismo) por tener la
característica propia del niño: el egocentrismo o predominancia de la
referencia a sí mismo.
El segundo es la perpetuación de la “edad del pavo” (o instalación
de los defectos y vicios del adolescente en un adulto): se manifiesta en
la imprudencia en el trato con las personas de otro sexo, y más que
nada en la búsqueda del “aparecer”, del tratar de deslumbrar ante los
otros. Estas personas viven gran parte de su tiempo volcados a lo
exterior (su ropa, su peinado, sus apariencias), son superficiales, y por
lo general sensiblemente tornadizos. No viven sino que “actúan” en la
vida.
El tercero, es lo que llamo el complejo de “viejo verde”
(expresión que uso con mucha amplitud, para referirme tanto a la
instalación en una persona, ya madura por su edad, de actitudes
corrompidas y corruptoras, así como de la presencia en personas
mayores de desórdenes afectivos que pueden conducir a estos vicios).
Lo encontramos expresado en sentimientos desordenados de “soledad
afectiva”, “necesidad de compañía” de otro sexo o del propio sexo,
pero siempre con connotaciones sensuales; sentimientos de esterilidad
o miedo a no ser ya fecundos; en el complejo de “se me está pasando
la hora”, lo que lleva a algunos a querer probar si todavía son
seductores y atractivos con otras personas, cayendo incluso en el

197 Así lo llaman algunos psiquiatras, como puede verse en el estudio de Aquilino Polaino-
Lorente, ¿Síndrome de Peter Pan?, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999.

253
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

adulterio o la fornicación; en el sentimiento de frustración sexual


cuando de pronto empiezan a sentir que se les pasó la vida sin haber
experimentado la felicidad afectiva o sexual plena, especialmente si no
han sido felices en su matrimonio o si han quedado, por diversas
razones, solteros, o si han elegido el celibato. Esto explica por qué
tantos matrimonios se destrozan, después de muchos años de casados,
por causa de la infidelidad de uno de los dos cónyuges con personas
mucho menores que ellos.

Dominio y educación de las pasiones

Las pasiones hay que educarlas o, de lo contrario, asfixian el


alma. Educadas, en cambio, se integran a la perfección del sujeto
humano.
En uno de sus libros, Leonardo Castellani relata la fábula de la
Boga glotona y del Sábalo bonachón pero curioso. Los dos estaban
asechados por el pescador del río cuando la Boga, picada por la
voracidad salió a la superficie tentada por una apetitosa langosta; la
gula le hizo terminar su vida en el tridente del pescador. El Sábalo no
vio la muerte de la Boga, pero lo sospechó por el ruido. Y ahí se
hubiera quedado escondido si no le hubiese picado tanto la curiosidad.
“La curiosidad se lo comía vivo”, escribe el fabulista. Y así, después
de un rato, “cuando todo quedó en silencio” “salió despacito y se
aventuró sigilosamente”. Se preguntaba: “¿Qué le habrían hecho a la
Boga?”. “Trazó dos círculos silenciosos y se incorporó de un salto.
Vio el cielo, el sol, el río, los árboles, el Hombre en su canoa... y el
relámpago de la fija mortal, que lo traspasó desde lo alto. Y así acabó
miserablemente”.
“–Tío..., no entiendo bien esta fábula”, –le pregunta el niño al
escritor–. “La Boga murió a causa del vicio de la gula. Pero el Sábalo
murió también y no tenía vicio.
–No tenía vicio; pero tenía –dice el tío– una pasión indomada.

254
La Castidad ¿posible?

¿Entendés?”.

Las pasiones indomadas, son tan peligrosas como los vicios.

Principios psicológicos

La pasión, salvo en las situaciones límites (pasiones súbitas y


excesivamente vehementes, estados de ebriedad, etc.) y en los casos
patológicos (dementes), como hemos dicho, no anula el ejercicio de la
voluntad. Pero el dominio racional sobre la vida afectiva fue llamado
por los antiguos “político”, en contraposición del dominio
“despótico”. Con esto querían significar que la inteligencia y la
voluntad no tienen dominio directo ni absoluto sobre la vida afectiva,
sino indirecto, por convencimiento, por distracción, por sublimación,
según los casos198. Cabe distinguir así diversos modos de actuación de
la voluntad respecto del movimiento pasional:

(a) La voluntad frente a la pasión que se despierta


repentinamente, sin que la voluntad la haya querido ni la inteligencia
previsto, suscitada por la presencia (inesperada) de su objeto (como
ante la súbita aparición de un objeto nocivo se despierta el miedo),
puede actuar “distrayendo”, “desviando” si intenta amortiguarla; o,
por el contrario, dejando seguir a la pasión sus cauces naturales, es
decir, “consentir” con ella. Puede también alimentarla para que crezca;
como se dice: “echar leña al fuego”.

198 Cf. el artículo clave de Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 17, 7.

255
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

b) Cuando es la voluntad la que determina la existencia de una


pasión (pasión consecuente) tiene, como es comprensible, más
dominio en los primeros momentos mientras aún está encendiendo el
fuego; aunque lo pierda cuando ya la pasión está en pleno ardor.
Tengamos también en cuenta que la voluntad es causa de una pasión
no sólo cuando deliberadamente busca excitarla centrando su atención
sobre un objeto pasional (por ejemplo, mirando una mala imagen),
sino también en la medida en que advierte el posible nacimiento de
una pasión y por negligencia no pone los medios para impedirlo.
c) La duración de la pasión. Una vez que un acto pasional ha
surgido (de la manera que sea) la voluntad puede continuar su
influencia porque sigue teniendo dominio sobre lo que es esencial a la
pasión, aunque no siempre sea capaz de influir sobre los movimientos
corporales que se verifican en determinadas pasiones. Lo que es
esencial a la pasión es la presencia del objeto que causa la reacción del
apetito sensible. Por eso, durante el desarrollo de la pasión la voluntad
puede alimentarla y excitarla, para lo cual no tiene más que dejarse
llevar por ella, manteniendo fija la atención, la imaginación o los
sentidos sobre el objeto. Pero puede también intentar dominarla
desviando la atención del objeto que la motiva particularmente con
“ideas directivas” que conduzcan a tener presente otros objetos o
ideales elevados.

Aplicaciones educativas

Con estos principios psicológicos la voluntad debe actuar


enseñoreando la vida afectiva.

(a) En las situaciones normales...


...Debemos usar enérgica y oportunamente nuestras facultades
superiores. Evidentemente tanto el combate contra las pasiones
desordenadas cuanto la moderación y el encauzamiento de nuestros

256
La Castidad ¿posible?

afectos al bien son obra de un ejercicio soberano de la inteligencia y


de la voluntad sobre nuestra vida sensible. Ya hemos dicho que, si
bien se trata de un gobierno limitado (político), es, sin embargo,
gobierno. En situaciones ordinarias la voluntad y la inteligencia
actuando con energía pueden encauzar, moderar y suscitar las pasiones
necesarias para que nuestro obrar sea plenamente humano.
Esto es obra no de milagros sino simplemente:
• de aprender a pensar antes de obrar; este “pensar” toma la
forma de reflexión, meditación, ponderación de los fines y de los
medios, del consejo (incluso de la dirección espiritual);
• de tener propósitos nobles e ideales que realmente hagan valer
la pena nuestros esfuerzos;
• de robustecer la voluntad con el espíritu de sacrificio, con el
saberse negar algunos gustos, con el olvido de sí mismo, con la
abnegación y el espíritu de mortificación, etc.

(b) Adquiriendo las virtudes morales.


Debemos convencernos de que, para la educación de los
sentimientos o pasiones, no hay otro camino que la adquisición de las
virtudes morales correspondientes a los apetitos (fortaleza y
templanza), y el desarrollo de la virtud que dicta la justa moderación
de los actos pasionales (la prudencia). Retomaremos esto un poco más
adelante.
Sin virtudes la vida humana es bestial y pasional (en sentido
peyorativo). Si no hay virtudes, necesariamente se crean caracteres
caprichosos, egoístas, ensimismados, crueles o simplemente fofos y
estúpidos.

257
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(c) La ayuda sobrenatural


Por último, hemos de tener en cuenta que, en la lucha y conquista
de la afectividad, la naturaleza no se basta a sí misma. Con el pecado
de Adán la naturaleza cayó en un estado inferior al que tenía antes del
pecado199. Ha quedado herida, o sea con un enflaquecimiento que se
manifiesta a modo de dificultad para alcanzar las verdades
fundamentales (herida de la inteligencia), debilidad para tender al bien
verdadero (herida de la voluntad), flaqueza para contener y encauzar
las tendencias del apetito de placer (herida de la concupiscencia) e
incuria para realizar el bien difícil (herida del apetito irascible). Estas
heridas son en parte remediadas por las virtudes morales (prudencia,
justicia, templanza y fortaleza). Sin embargo, la “restauración” llevada
a cabo por estas virtudes humanas no es suficiente, puesto que el
bautismo no anula la inclinación desordenada de nuestra
concupiscencia (más que desordenada debería llamarse “anárquica” en
cuanto su desorden consiste en tender a su objeto propio –en sí bueno
en el plano sensible– pero sin la medida o sin las circunstancias que lo
hacen apto para perfeccionar al hombre). Esto nos ha sido dejado, dice
también el Concilio de Trento, ad agonem, o sea, para nuestra lucha y
mérito espiritual200. Por eso dice Nuestro Señor que el reino de los
cielos sólo lo conquistan los que luchan (Mt 11,12).
Podemos darnos cuenta así de la necesidad que tenemos de la
ayuda sobrenatural. La gracia –y las virtudes sobrenaturales tanto
teologales como morales– rectifican, fortalecen y elevan nuestras
potencias para que puedan alcanzar los fines que las perfeccionan. El
mismo Señor que dijo: Sin Mí, nada podéis hacer (Jn 15,4), también
añadió: Yo estoy con vosotros (Mt 28,20), no temáis, yo he vencido al
mundo (Jn 16,33).

199 Concilio de Trento, DS, 1511.


200 Concilio de Trento, DS, 1515.

258
La Castidad ¿posible?

La educación de la afectividad a través de la virtud

Como acabo de decir, la auténtica educación de los afectos


consiste en la adquisición de las virtudes morales que rectifican –
cuanto es posible– el plano pasional humano. Podemos señalar que
estas virtudes son fundamentalmente dos, la templanza y la fortaleza,
siempre y cuando entendamos tres puntos claves: la primera que al
decir fortaleza y templanza nos referimos a éstas como virtudes
cardinales, por tanto entendemos que cada una de éstas son virtudes
“pivotes” sobre las que giran otros numerosos hábitos (por ejemplo, en
torno a la fortaleza: la magnanimidad, la perseverancia, la constancia,
etc.; en torno a la templanza: la castidad, la sobriedad, la abstinencia,
etc.); en segundo lugar, que la existencia de estas virtudes morales está
sujeta a la presencia de otras virtudes en el alma, y especialmente los
hábitos que nos dan el conocimiento de los principios morales
(sindéresis, ética al menos vulgar), la prudencia en la razón (que aplica
los principios morales a los actos concretos indicando el justo medio a
cada virtud moral) y la justicia en la voluntad (porque sin rectitud de
voluntad, difícilmente se pueda alcanzar la templanza o la fortaleza
perfectas); finalmente, que somos católicos y sabemos por fe que el
hombre no puede realizar sin la ayuda divina todo el bien natural, y
ciertamente –sin esa ayuda– ningún bien sobrenatural, por lo que es
también indispensable el conjunto de los hábitos infusos (gracia y
virtudes sobrenaturales).

Supuesto esto, para que se comprenda adecuadamente la función


de las virtudes morales en el plano de la afectividad creo muy
conveniente hacer notar que tanto en el ejercicio del bien (actos
buenos) como del mal (actos malos) hay tres posibles modos de
acción.
Ante todo, un acto bueno que involucre nuestra afectividad puede
hacerse de tres modos:

259
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(a) De modo puramente casual, como cuando una persona se


sirve una cantidad juiciosa de vino simplemente porque ésa es la única
cantidad que quedaba en la botella o porque el encargado de servir
sólo ofrece esa cantidad, pero no porque él elija tomar esa medida y
no más ni menos. Esto es un acto humano en sentido impropio, porque
no hay elección personal propiamente dicha.
(b) Cuando la voluntad refrena el instinto imponiéndole con
firmeza la medida. Y esto es lo que hace la virtud imperfecta de la
continencia, la cual, sin embargo, por ser virtud que actúa sobre el
afecto desde la voluntad, sólo puede ejercer su señorío ante
inclinaciones pasionales normales, pero no puede hacerlo
(ordinariamente) en las pasiones vehementes imprevistas y a veces en
las muy vehementes, aunque sean confusamente previstas.
(c) Finalmente, cuando la misma afectividad ha sido ordenada
desde adentro, imprimiéndole una inclinación propia a seguir el
dictamen prudencial; y esto es lo que hace la virtud moral (templanza
o fortaleza). Esta inclinación, por ser intrínseca al afecto previene la
pasión imprevista o da la capacidad de corregirla desde adentro
cuando surge.

Igualmente un acto afectivamente desordenado puede ocurrir de


tres modos distintos:
(a) El primero es cuando ocurre de modo causal, como cuando
alguien se embriaga involuntariamente, bebiendo poca cantidad por
ignorar que es una bebida demasiado fuerte o por alguna
indisposición. Al ser algo involuntario, no lo consideramos aquí.
(b) En segundo lugar, cuando se carece de la fuerza de voluntad
para resistir las pasiones (no tiene continencia) y no sólo se deja
arrastrar por la pasión imprevista, como un arrebato de ira ante una
injuria inesperada, sino por pasiones más o menos fuertes aunque uno
las “viera venir”, como se dice vulgarmente. Se denomina a este

260
La Castidad ¿posible?

estado incontinencia, es decir, cuando ni se posee la virtud de la


continencia, ni el vicio contrario (hábito adquirido o adicción).
(c) Finalmente, cuando se tiene el vicio en la facultad afectiva por
el cual (surja una tentación pasional o no) se tiene la inclinación
estable a elegir el comportamiento desordenado.

Esta distinción que acabo de hacer es clave en la doctrina de las


virtudes de Aristóteles y Santo Tomás y nos lleva a plantear un
principio psicológico y moral de enorme importancia, y es el
siguiente: para la recta elección de un bien moral (o sea para hacer un
acto bueno) en el orden afectivo, es suficiente la virtud “imperfecta”
de la continencia mientras no haya ataques pasionales repentinos (o
tentaciones vehementes imprevistas, que es lo mismo); pero para tener
un equilibrio afectivo estable no basta esta virtud imperfecta sino que
hace falta la virtud moral correspondiente.
Veamos más detenidamente la psicología del continente y del
incontinente y luego la del virtuoso.

El continente y el incontinente

La palabra continencia indica un freno, en cuanto que uno se


abstiene de obedecer a las pasiones 201. La tomamos aquí como el
hábito que “hace que el hombre resista a los malos deseos que se dan
en él con fuerza”. Así considerada, posee algunas cualidades de la
virtud, en cuanto que reafirma a la razón contra las pasiones para que
éstas no la venzan, pero no cumple totalmente las condiciones de
virtud moral, que somete incluso el apetito sensitivo a la razón para
que no se levanten en él pasiones fuertes contrarias a la razón. Por eso
dice Aristóteles que “la continencia no es virtud, sino una mezcla”,
porque tiene algo de virtud pero, en parte, no cumple las condiciones

201 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 155, 2.

261
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

necesarias para la virtud202. Es, pues, una virtud “imperfecta” puesto


que no lleva a la realización de ninguna obra positivamente buena,
sino que se limita a impedir el mal refrenando los ímpetus vehementes
de las pasiones (no realiza actos positivos sino que “contiene” los
negativos). Las virtudes perfectas, en cambio, dominan de tal modo las
pasiones opuestas, que ni siquiera se producen vehementes
movimientos pasionales en contra de la razón. Por eso la continencia
es como una condición previa a la templanza, una simple preparación.
Sólo hablando en sentido amplio podemos llamarla “virtud”.
Tiene el mismo objeto que la templanza: las delectaciones del
tacto, es decir, de la comida y la generación, sobre todo estas últimas
cuando son más vehementes. Pero se diferencia de ella en que la
templanza modera las inclinaciones desordenadas de la naturaleza
poniendo un hábito bueno, una cualidad que llega a penetrar la
naturaleza rectificando la dirección de las concupiscencias; en cambio,
la continencia se limita a ofrecer resistencia decidida a esos
movimientos en ebullición.
Se dice, así, con toda propiedad, que la continencia es una parte
de la templanza en la que se salva el juicio de la razón frente a las
últimas consecuencias de un principio de desorden.
De aquí que el sujeto de la continencia no sea el apetito
concupiscible, como en la templanza, sino la voluntad. Si fuera el
apetito sensible, debería éste cambiar su anterior disposición y adquirir
la nueva, propia de este hábito; pero esto no sucede con la continencia;
en el continente, el apetito sensible sigue revelándose contra la razón
lo mismo que antes de adquirir la continencia. Está, por tanto, en la
voluntad: la persona continente, sintiendo el embate de las pasiones
elige (acto de la voluntad) resistirlas en vez de seguirlas.

202 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 155, 1.

262
La Castidad ¿posible?

Por contrapartida, la incontinencia203, no designa propiamente un


hábito malo sino la privación de la continencia en el apetito racional
(voluntad); es la debilidad ante el asalto de las pasiones que vencen al
hombre. La incontinencia triunfa cuando el juicio de la razón no logra
en la voluntad una decisión recta y por eso se entrega al placer. Se
relaciona con la intemperancia, pero se distingue de ella, pues la
intemperancia es un hábito malo por el que se elige el mal como bueno
y se deleita en tal elección, la incontinencia, en cambio, es una “falta
de firmeza y de dominio de sí”. El vicioso se goza en su mala
elección; el incontinente se entristece de haber cedido por debilidad a
la pasión.
Con estos elementos se puede comprender la diferente manera en
que procede la psicología del continente, del incontinente, del vicioso
y del virtuoso. En todos estos casos el razonamiento personal por el
que toma una decisión o se consiente a una inclinación se realiza a
modo de razonamiento (silogismo) pero de distinto modo (cito el
ejemplo de Santo Tomás204:

(a) “El virtuoso se mueve sólo según el juicio de la razón. Usa,


pues, un silogismo (razonamiento) de tres proposiciones, más
o menos de este modo: ‘No hay que cometer ninguna
fornicación. Este acto es fornicación. Por tanto no hay que
hacerlo’”.
(b) “El vicioso, en cambio, sigue completamente a la
concupiscencia, por lo que también él usa un silogismo de
tres proposiciones deduciendo de este modo: ‘Hay que gozar
de todo lo deleitable. Este acto es deleitable. Por tanto, hay
que gozarlo’”.

203 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 156.


204 Resumo lo que dice magníficamente santo Tomás en De malo, q.3, a.9, ad 7.

263
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

(c) “El continente silogiza así: ‘No hay que hacer ningún
pecado’; y esto lo propone conforme al juicio de la razón;
pero, según el movimiento de la concupiscencia reside en su
corazón el principio de que hay que hacer todo lo deleitable.
Pero como vence en él el juicio racional, asume y concluye
según el primer silogismo: ‘Esto es pecado. Por tanto no hay
que hacerlo’”.
(d) “El incontinente, en quien vence el movimiento de
concupiscencia, asume y concluye según el segundo: ‘Esto es
deleitable. Por tanto hay que hacerlo’ y este tal es el que peca
por debilidad. Por eso es evidente que si bien conoce en
abstracto (universal) lo que hay que hacer, sin embargo, no
conoce en el caso particular; porque no asume según la razón,
sino según la concupiscencia”.

Como puede observarse, cuando hay un hábito en la misma


potencia afectiva el razonamiento es directo, con sólo tres
proposiciones. Ya sea el virtuoso porque la virtud residente en el
apetito inclina a éste al fin mismo que propone la razón por medio de
la prudencia; ya sea el vicioso porque su mal hábito lo inclina a
manejarse por los principios y criterios de su concupiscencia viciada.
En cambio cuando en la afectividad ni hay vicio ni virtud (que es
el mejor de los peores casos), tenemos siempre una lucha de principios
entre lo que quiere la razón y lo que desea la pasión (porque no
podemos vivir sin sufrir pasiones). Sólo que aquí caben dos
posibilidades: la primera, si existe esta semi-virtud de la continencia,
que más que un hábito es una fuerza de voluntad particular, entonces
termina por vencer el juicio racional (siempre y cuando las pasiones
no sean vehementes ni repentinas) o la inclinación pasional cuando es
inesperada, o muy fogosa.

264
La Castidad ¿posible?

Puede deducirse que una persona sólo puede estar fijada en el


equilibrio afectivo cuando posee las virtudes propias que perfeccionan
la afectividad.

Creo que este punto es muy importante, porque solemos


confundir a menudo la persona continente con la persona virtuosa. Y
no son equivalentes. Una persona particular es posible que por su
temperamento, por su edad, o por otras condiciones intrínsecas o
extrínsecas, no se encuentre a menudo agitada por algunos
movimientos pasionales (por ejemplo, un niño no suele experimentar
movimientos sexuales vehementes), y por este motivo puede
considerarse erróneamente que su afectividad en este terreno está
controlada. Pero llegan los cambios fisiológicos, o aparecen
tentaciones no experimentadas anteriormente, o cualquier cosa similar,
y el edificio afectivo se tambalea si no hay virtud propiamente dicha.
La experiencia de haber vivido en ambientes contenidos crea a
menudo la errónea convicción de que el plano afectivo está bien
gobernado (por ejemplo, el clima de serenidad, paz u oración de una
casa religiosa o una buena familia). Pero al salir repentinamente de
estos ambientes, perdiendo la “continencia ambiental”, la afectividad
puede verse fácilmente envuelta en una inesperada tormenta. Si no se
trabaja en las virtudes propiamente dichas, y más aún si no se ha
distinguido bien el plano de la continencia del de la virtud, pueden
surgir confusiones y dudas respecto de la propia vocación o
inseguridades hasta de orden psicológico.

La virtud como modo natural humano

De todo lo dicho creo que puede comprenderse bien la tesis de la


psicología cristiana que ve en la virtud moral no un “lujo” moral sino
algo indispensable para el actuar normal y maduro de la persona.

265
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Las virtudes morales garantizan la libertad, porque perfeccionan


la potencia afectiva (la más comprometida en las tentaciones
ordinarias) capacitándola para elegir siempre bien, es decir, lo que la
perfecciona; sin grandes sufrimientos o luchas de las que no podría,
sin la virtud, salir normalmente victoriosa.

La virtud moral perfecciona la libertad, ante todo perfeccionando


el conocimiento de lo que debe hacerse; lo que implica en realidad un
doble conocimiento: el del bien que perfecciona al hombre (el bien
virtuoso) y el del modo en que debe ser realizado aquí y ahora ese
bien. Es decir, garantiza el conocimiento del fin virtuoso al que se
aspira y el del acto concreto que lo realiza en las circunstancias en que
nos encontramos (como por ejemplo un soldado necesita saber que
debe ser esforzado o valiente –fin virtuoso– y además necesita saber si
dicha valentía debe realizarla en este momento atacando o resistiendo,
de lo contrario se quedará en buenas intenciones nada más). Lo
primero lo garantiza la virtud moral de la fortaleza o la templanza (ya
que nos restringimos al caso de la educación de los afectos) o de sus
virtudes anexas. Por eso dice santo Tomás que estas virtudes nos dan
una “recta apreciación del fin”. Y concuerda en esto con Aristóteles
quien decía que el fin bueno no aparece bueno “sino al bueno, es decir
al virtuoso, quien tiene recta estimación del fin, por cuanto la virtud
moral hace recta la intención del fin”205.

205 “El hábito de la prudencia no se da sin virtud moral, que dispone siempre al bien, como
ya se ha dicho. La razón de esto es manifiesta, pues como los silogismos especulativos tienen sus
principios, así el principio de los silogismos operables es que tal fin sea bueno y óptimo, sea cual
sea el fin por el cual alguien obra; y da (Aristóteles) algunos ejemplos, verbigracia, para el
templado lo óptimo y cuasi principio es el alcanzar el medio debido en las concupiscencias del
tacto. Pero que esto sea lo óptimo no aparece sino al bueno, es decir al virtuoso, que es quien
tiene una recta apreciación del fin, puesto que es la virtud moral la que hace recta la intención del
fin. Pero que para los malos no aparezca lo que en verdad sea mejor se hace patente porque la
malicia opuesta a la virtud pervierte el juicio de la razón y hace mentir en torno a los fines, que
se dan respecto de los principios prácticos. Así al intemperante le parece óptimo seguir las
concupiscencias, pues no puede razonar rectamente cuando yerra acerca de los principios.
Luego, como al prudente pertenece razonar rectamente sobre lo operable, es manifiesto que es
imposible que sea prudente el que no es virtuoso, como no puede ser sabio aquél que errase en

266
La Castidad ¿posible?

La virtud moral (por ejemplo, la castidad) nos da un conocimiento


connatural, un verdadero “saber” (y no sólo conocer), un saber
entendido como “saborear” (sapere), gustar. El cristiano instruido pero
no virtuoso, conoce que no debe fornicar; pero el casto además
“siente” interiormente que la castidad es atractiva. Porque el hábito
virtuoso modifica o moldea la potencia afectiva “según” la forma
propia de su objeto, produciendo una “connaturalidad” o semejanza
entre el afecto y el objeto del hábito (por ejemplo, la pureza o
castidad). Y lo semejante gusta y apetece lo semejante. La virtud
moral deja, dice santo Tomás, el gusto bien dispuesto; o sea el apetito
rectamente inclinado.

Sobre esta base interviene la prudencia encontrando la realización


precisa (según el estado, condiciones, etc., de la persona en cuestión)
de esa “tendencia virtuosa”. Así encontrará el modo concreto y diverso
en que debe realizar la castidad el casado y el célibe; y no sólo de
modo general sino en cada circunstancia, porque el casado deberá
ejercer su castidad de modos muy diversos según las circunstancias lo
requieran (así por ejemplo, de modo diverso cuando debe dar el débito
conyugal sin apetecerlo él, o cuando en cambio lo apetece; respetando
las disposiciones o indisposiciones de su cónyuge, etc.). Pero la
prudencia no podría encontrar este “justo medio” si no existiera antes
la tendencia al fin virtuoso que da la virtud moral (en el ejemplo
citado, la castidad), porque busca este justo medio impulsada por esa
virtud (porque quiere ser casto es que indaga y busca el modo de
realizarlo aquí y ahora). Pero a su vez, la virtud moral (la castidad, por
ejemplo) sin la prudencia no sabría cómo hacer realidad sus

torno a los principios de la demostración” (Santo Tomás, Comentario a la Ética, VI, 10, nnº
1273-1274).

267
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

aspiraciones. Ambas virtudes (la moral y la prudencia 206) se exigen y


necesitan.
Además, la virtud moral perfecciona la libertad dando fuerza para
elegir el bien conocido. No basta saber qué hay que hacer o qué no
hay que hacer, sino que hay que elegirlo. Éste es el aspecto más
importante y esencial de la virtud moral, la cual es un “hábito
electivo”: un hábito de elegir bien, un hábito que hace recta la
elección. Hace encontrar digno el elegir el objeto al que está inclinada
por su propio hábito, ya que éste le hace connatural y amable su
objeto.
Con esto queda claro que la acción virtuosa no se realiza
instintiva o automáticamente, sino de modo electivo.

Al elegir bien (o sea lo indicado por la prudencia) la virtud se


arraiga. De aquí que sea tan importante, para transformar en “virtud”
determinados comportamientos que siendo buenos y perfectivos sólo
los hacemos por obligación, el “elegirlos”, o sea el “querer hacerlos
libremente” y no sólo por la obligación que de suyo tienen. A veces
por no comprender la importancia de esta definición de la virtud como
hábito electivo (que quiere decir no sólo que la virtud inclina a elegir
bien sino que ella se va perfeccionando más en la medida en que elige
bien) es que algunas personas realizan durante años actos buenos sin
que alcancen la virtud. Esto sucede cuando esos actos sólo se hacen
por obligación y nunca se eligen libremente. Así los religiosos que
sólo rezan diariamente por estar obligados, no adquieren la virtud de la
oración, ni quienes madrugan sólo por obligación adquieren la virtud
de madrugar, ni la del estudio quienes sólo lo hacen obligados. Sólo se
harán virtuosos quienes “elijan” (o sea, quienes quieran hacer

206 La prudencia es virtud al mismo tiempo moral e intelectual, por eso cuando digo moral
a secas me refiero a la justicia, la fortaleza y la templanza con todas sus virtudes anexas.

268
La Castidad ¿posible?

libremente) estos actos. Muchas virtudes se pueden adquirir


interiorizando las obras buenas que ya hacemos diariamente; es decir,
hacerlas “nuestras”.

Finalmente, la virtud perfecciona la libertad dando vigor y


energía para ejecutar y terminar la acción elegida, y además dando
deleite en su ejecución. Este aspecto, cuando proviene totalmente del
anterior (elección), desarrolla plenamente la virtud. Digo “cuando
proviene totalmente” para volver a señalar lo ya dicho: podría venir
sólo a medias, en cuanto acto tolerado por la obligación pero no
elegido personalmente.

En cuanto a la adquisición de las virtudes me limito a señalar


algunos elementos claves que no deben descuidarse:
Ante todo, la educación debe ser integral, es decir, sin descuidar
aspectos. Es cierto que no se pueden trabajar al mismo tiempo y con la
misma intensidad todas las virtudes, pero debemos tener claro que las
virtudes forman un organismo y que están unidas. Ya lo vimos más
arriba: las intelectuales (especialmente las que afectan a los principios
morales) son necesarias a las morales como guía; y las morales son
esenciales a las intelectuales que sin ellas son imperfectas. A su vez,
las morales forman un conjunto armónico que hace flotar la
personalidad humana sobre las aguas agitadas del mundo pasional; y
como cualquier nave, basta un agujero en cualquier lugar del casco
para hacer agua y terminar hundiéndose. El trabajo en una virtud
específica, por tanto, no debe ser excusa para descuidar otros hábitos.
En segundo lugar, como todo trabajo educativo, aunque sea de
auto-educación, debe alimentarse en la imitación de los grandes
ejemplos. Si queremos arraigar las virtudes las debemos amar, y si
queremos enamorarnos de ellas, debemos verlas encarnadas en algún
ideal. De aquí que la meditación de las virtudes deba ser meditación de

269
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

la vida de hombres virtuosos, empezando por la del modelo perfecto,


Nuestro Señor Jesucristo.
Además de esto, debemos tener presente que las virtudes son
cualidades, y que, como tales sólo crecen y se arraigan
cualitativamente, es decir, intensivamente. De aquí que para su arraigo
y crecimiento importa más que la cantidad de actos virtuosos la
intensidad con que los realizamos. Un acto heroico arraiga una virtud;
y cien actos tibios la mantienen en estado superficial, débil y
desarraigable. Este es el motivo por el que personas que practican
frecuentemente actos de virtud, pero lánguidos y apocados, pueden
fácilmente perder la virtud.
En cuarto lugar, al ser hábitos electivos, se adquieren al elegir
libremente el bien propio de cada virtud; como bienes para mí y no
sólo bienes en sí o abstractos.
Y un último aspecto importante es lo que podemos llamar
“ocasiones ocultas de la virtud”. Así como antes hemos señalado que
hay ocasiones ocultas de la lujuria, también debemos decir que hay
algo análogo en el orden de la virtud. Es más propiamente hablando un
“marco psicológico” de la virtud, la cual necesita un terreno adecuado
para surgir. El primer elemento de este marco es la gracia divina
necesaria para nuestra naturaleza herida por el pecado 207. El segundo
elemento es el realismo psicológico: debemos conocernos como
somos, sin falsas autocompasiones ni falaces presunciones. Debemos
conocer nuestros límites y nuestras capacidades, porque la virtud
crecerá muchas veces “realizando” los dones potenciales que Dios ha
dado a nuestra naturaleza. Vale muy bien aquí aquello de santa Teresa:
“por la mayor parte, todas las inquietudes y trabajos [sufrimientos]
vienen de no entendernos”208. Un tercer elemento es el orden del amor:
porque en gran medida la educación de las pasiones o afectos y la
adquisición de las virtudes depende de que esté ordenada la caridad, es
decir, de que cada amor ocupe en nuestro corazón el lugar que le
207 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 109.
208 Santa Teresa, Moradas cuartas, cap. 1, n. 9.

270
La Castidad ¿posible?

corresponde (Dios por encima de todo, nuestra alma, el prójimo, etc.);


muchas veces los afectos desordenados se disfrazan de celos,
intereses, preocupaciones, etc. que no son tales y que con una
ordenación debida se regularizan209. Considero que también es un
elemento de gran importancia, el ambiente de amistad y de equilibrio
social: para la adquisición de las virtudes, ayuda enormemente el vivir
(o procurar) vivir en un ambiente virtuoso; esto lo demuestra la
importancia de la familia, o de la escuela, o de la comunidad, según
los casos. Es cierto que uno puede adquirir las virtudes en los
ambientes más hostiles a la virtud; pero también es cierto que un
ambiente hostil muchas veces es un obstáculo a la virtud. En fin, como
escribió Fray Luis:

Virtud hija del cielo la más ilustre


empresa de la vida; en el escuro suelo
luz tarde conocida, senda que guía al
bien, poco seguida.

209 Sobre esto es muy útil meditar la cuestión que santo Tomás dedica al “orden de la
caridad”, II-II, 26.

271
La Castidad ¿posible?

Es hora de terminar...

El cuerpo es bueno; Dios lo creó y vio que era muy bueno, como
dice el libro del Génesis de cada una de las obras de Dios. También el
sexo cae bajo esta mirada benigna de Dios. Antes del pecado original,
el mismo libro nos dice que Adán y Eva estaban desnudos y no se
avergonzaban. Su inocencia, es decir, la ausencia de pecado (todavía
no habían caído) les daba una mirada serena y gozosa de su sexualidad
y ésta podía ser integrada dentro del amor espiritual del uno por el otro
y de ambos por Dios. Fue el pecado el que introdujo una mirada
rebajada, vergonzosa y culpable. Es con esta mirada que nosotros,
nacidos con el pecado original, debemos lidiar, aunque el bautismo
nos haya quitado lo que aquel tenía de culpa.
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Por eso, corremos el riesgo de quedarnos anclados en la belleza y


en la bondad de algo creado como es nuestra realidad corporal y
confundir lo que es puente hacia Dios, con el mismo Dios. La idolatría
del cuerpo (y todo abuso de nuestra sexualidad es una idolatría, como
lo es todo pecado) hace de éste un obstáculo para el amor verdadero
273
entre el hombre y la mujer y entre toda persona humana y Dios. La
castidad, de la que tanto hemos hablado en las páginas de este libro,
representa una mirada sana de esta creatura corporal; mirada que, al
ser ordenada, deja trasparentar al Dios Invisible a través de su creatura
visible.
Al vivir una sexualidad casta nuestra mirada y nuestro
pensamiento sobre el sexo encuentran en éste la belleza y la bondad
que Dios ha sembrado para que, también por este camino, nos
elevemos hasta Él. Sí, así como el hombre cayó poniendo a la creatura
en el lugar de Dios, son las creaturas las que nos deben ayudar a
remontarnos hasta Él en nuestro camino de retorno a Dios.
Sin la castidad, la mirada del hombre y de la mujer sobre la
sexualidad es una contemplación tergiversadora: el sexo es visto no ya
como un comienzo del viaje del hombre hacia Dios, o como un jalón
más del itinerario hacia nuestro destino, sino como el final del viaje; y
echamos anclas antes de salir del puerto. Un antiguo filósofo pagano,
Plotino, ha dicho estas hermosas palabras: “Si es dado mirar las
bellezas terrenales, no es útil correr tras ellas, sino aprender que son
imágenes, vestigios y sombras (de la Hermosura Primera). Si
corriéramos tras las imágenes por tomarlas como realidad, seríamos
como aquel hombre (Narciso) que, deseando alcanzar su imagen
retratada en el agua, se hundió en ella y pereció”. Y el cristiano San
Agustín lo expresó más bellamente: “a fuerza de amar las cosas
creadas, el hombre se hace esclavo de las cosas, y esa esclavitud le
impide juzgarlas”. Y mejor que los dos, el mismo Espíritu Santo lo ha
sentenciado en la Sagrada Escritura: “Vanos por naturaleza son todos
los hombres en quienes hubo ignorancia de Dios y no fueron capaces
de conocer por las

282
cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras,
reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la
bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los
consideraron como dioses, señores del mundo. Que si, cautivados por
su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor
de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si fue
La Castidad ¿posible?

su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí


cuánto más poderoso es Aquel que los hizo; pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez
caminan desorientados buscando a Dios y queriéndolo hallar. Como
viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas, y se dejan seducir
por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a los ojos! Pero, por otra
parte, tampoco son éstos excusables; pues si llegaron a adquirir tanta
ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron
primero a descubrir a su Señor?” (Sabiduría 13,1-9).

Debemos, por eso, recuperar la mirada elevadora sobre la


sexualidad, pues todos estamos llamados a vivirla en nuestras vidas de
un modo o de otro. Pero para esto, la creatura física debe adquirir la
voz suficiente para llamarnos hacia algo más alto y trascendente; ella
debe resonar en nuestro corazón como para aquel poeta (Leopoldo
Marechal) que decía:

“Oigo que se me llama, y pienso que todo llamado viene de


un llamador. Me digo entonces que por la naturaleza del llamado
es dable conocer la naturaleza del que llama.
Si la que yo escucho es una vocación o llamado de amor,
Amado es el nombre del que me llama; si es de amor infinito,
Infinito es el nombre del Amado.
Si mi vocación amorosa tiende a la posesión del bien único,
infinito y eterno, Bondad es el nombre del que me llama.
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Si el Bien es alabado como hermoso, Hermosura es el


nombre del que me llama.
Si la Hermosura es el esplendor de lo verdadero, Verdad es
el nombre del que me llama.
Si esa Verdad es el principio de todo lo creado, Principio es
el nombre del que me llama.
Si reconozco ahora mi destino ‘final’ en la posesión perpetua
del Bien así alabado y así conocido, Fin es el nombre del que me
llama.

275
Y como todos esos nombres asignados a mi llamador sólo
convienen a la divinidad, Dios es el nombre del que me llama”.

Las creaturas, y su belleza, vuelven así a tener el esplendor que


tuvieron a los ojos de Adán cuando las vio por primera vez en el
Paraíso; y vuelven a levantar nuestro intelecto a Dios. “Interrogué a la
tierra —dice San Agustín— y me ha respondido: no soy tu Dios.
Interrogué al mar, a sus abismos y a los seres animados que allí se
mueven, y todos me respondieron: no somos tu Dios, búscalo más
arriba”. Las criaturas —y la sexualidad es creatura— no se limitan a
clamar “no somos Dios” sino que contienen una afirmación: “búscalo
más arriba”; así se vuelven “peldaños” hacia Dios.

Sólo la castidad puede devolvernos esa mirada del cuerpo


purificada, capaz de admirar sin rebajar, de gozar sin abusar, de
caminar sin detenerse, de amar sin extraviarse.
Por eso la castidad verdadera es delicada pero una vez adquirida
nunca es débil, pues, como dijo un poeta (Enrique Azcoaga):

¡Creo en la fortaleza de las rosas!

284
La Castidad ¿posible?

ÍNDICE

277
La Castidad ¿posible?

ÍNDICE

I. ¿Por qué escribir sobre la castidad?


5

II. Una virtud en dificultades


9

III. La castidad no es...


15

IV. La castidad es... 19

Es una cuestión de correcta antropología 19

Por tanto, la castidad... 23

Dominio de sí 26

Sexualidad integrada en la persona 27

Castidad es capacidad 28

Parte de la templanza 30

V. Castidad para todos… 35

Castidad en la virginidad y el celibato 36

Solteros con aspiraciones matrimoniales 42

Noviazgo y castidad 44

279
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Castidad y matrimonio 50

Viudos, casados separados de sus cónyuges y quienes no

pueden llevar una vida sexual plena 53

Los que viven situaciones irregulares 59

Homosexualidad, desviaciones sexuales y castidad 60

VI. Ideas claras sobre la sexualidad 65

Sexualidad preconsciente y consciente 69

Genitalidad, fisiología y amor 75

VII. Posibilidad de la castidad… 79

Una sana filosofía sexual 81

El pudor como defensa de la castidad 84

VIII. Mencionábamos la lujuria… 91

Pensamientos, deseos y miradas 93

Pensamientos y deseos 93

Actos externos 95

La masturbación 99

Un juicio objetivo 100

La Biblia y la masturbación 102

280
La Castidad ¿posible?

La responsabilidad de la persona… 104

¿Deja consecuencias? 105

Masturbación y matrimonio 109

La pornografía 110

Datos para agarrarse la cabeza… 110

En qué consiste el fenómeno 114

Efectos de la pornografía 117

Juicio psicológico y moral sobre la pornografía 120

La fornicación y las relaciones

prematrimoniales 123

La extensión del problema 124

La fornicación de los que no son novios 125

Las relaciones prematrimoniales de los novios 126

Consecuencias más comunes de la fornicación y del

sexo prematrimonial 129

La homosexualidad 135

Naturaleza y origen del problema 136

El acto homosexual 140

La tendencia homosexual 143

Homosexualidad y curación 144

Pastoral con personas de tendencias

homosexuales 153

281
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Actitudes sociales con las personas

homosexuales 156

Las desviaciones y las perversiones sexuales 160

Una posible enumeración 162

Posibles causas 165

Aspectos morales 167

El problema singular de la pedofilia 168

Las ofensas al matrimonio 173

Los malos enamoramientos 181

IX. Para poner remedio… 185

Tres mecanismos psicológicos que

enrarecen la sexualidad 186

Medios naturales y sobrenaturales 189

X. Hablemos de adicción… 195

Algunos testimonios… 195

Malas perspectivas… 197

Adicción = esclavitud 200

¿Es mi problema? 203

El “ciclo” de la adicción… 204

282
La Castidad ¿posible?

Caldo de cultivo y disparadores… 209

Aclaraciones 211

Para salir de la adicción 212

Libertad y virtud… 220

XI. Educación sexual 223

Una consideración previa sobre la educación 224

Una situación altamente compleja 226

Quiénes deben educar y a quiénes educar 228

Educación del corazón o educación sexual 231

El verdadero contenido de la educación sexual 233

Objetivos de la educación de la sexualidad 234

Los medios para educar la voluntad y la afectividad 235

La educación del conocimiento en el plano sexual 239

Un par de conclusiones 244

XII. Educación de la afectividad 247

¿Qué son los afectos? 251

¿Cómo surge una pasión? 253


Las pasiones y sus efectos sobre la inteligencia y la voluntad 254
¿Cómo influye lo afectivo sobre nuestra sensibilidad? 254
Los mala y los buenamente pasionales 256
Dominio y educación de las pasiones 261

283
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Principios psicológicos 262


Aplicaciones educativas 264
La educación de la afectividad a través de la virtud 266
El continente y el incontinente 269
La virtud como modo natural humano 273
Es hora de terminar… 281

Índice 285

284
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

Se terminó de imprimir esta edición de La


Castidad ¿posible?
el día 25 de agosto de 2006
Fiesta de San Luis Rey

EDICIONES DEL VERBO ENCARNADO


El Chañaral 2699 – CC 376
(5600) San Rafael – Mendoza
Argentina

286
MIGUEL ÁNGEL FUENTES

287

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