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Cada persona tiene uno o dos lenguajes específicos con los que se siente
especialmente cómodo para percibir y expresar amor. A veces expresamos amor
en un lenguaje y deseamos recibirlo en otro. Si nadie nos habla en nuestro
lenguaje de amor, nos resultará difícil sentirnos amados. Intentaremos provocar en
los demás la expresión de amor en el lenguaje que entendemos mejor y
sentiremos frustración si no lo conseguimos. Las consultas de psicólogos
matrimoniales están llenas de parejas que dicen quererse pero que no parecen
capaces de transmitir su amor al otro. Un ejemplo típico es el de Leo, el marido de
mi amiga Sira, que expresa su amor con actos de servicio.
Una de las formas más directas de comunicación entre seres vivos es el contacto
físico. El contacto físico es una forma de comunicación sencilla porque no requiere
palabras. Las palabras pueden ser, en la convivencia, fuente de muchos
problemas, tanto por lo que decimos mal, como por lo que no sabemos decir a
tiempo. El gesto de cariño —un abrazo, una palmada en la espalda, una caricia,
una mirada— ayuda a reconfortar al otro y a transmitirle nuestro afecto de forma
casi instantánea. También existen maneras lúdicas de expresar el afecto a través
del contacto físico; por ejemplo,
Los padres que tienden a comunicarse de forma verbal con sus hijos de forma
agresiva o poco cariñosa pueden ayudarse mutuamente pidiendo a la pareja que
grabe las conversaciones entre padres e hijos: puede resultar muy chocante para
el padre o madre implicados, pero es muy eficaz para romper una dinámica de
comunicación verbal desafortunada. Esta técnica se emplea con buenos
resultados en algunos cursos de formación de profesorado en Europa, porque
pone al adulto frente a una forma de hablar que resulta mucho más hiriente de lo
que el propio adulto percibe, bien porque a él le hablaban así de pequeño y le
parece una forma de hablar natural, bien porque se ha acostumbrado a decir
determinadas palabras o expresiones sin concederles la importancia que les
otorga el niño. Si a pesar de los intentos de los padres por evitar las palabras
negativas éstas se profieren, es preferible disculparse, decir al niño que se lo
quiere y que se está intentando mejorar la forma de comunicar este amor. Aunque
estas palabras hirientes no podrán borrarse del todo, las disculpas sinceras
paliarán en parte el efecto negativo.
En una sociedad donde las personas son cada vez más espectadoras en vez de
participantes, la atención personalizada es cada vez más importante. Para las
personas que necesitan especialmente la experiencia del tiempo de calidad para
percibir y demostrar amor, emprender este camino compartido con los demás es
fundamental. Encontrar el tiempo necesario para conversar con nuestros hijos, a
cualquier edad, es clave para que aprendan a comunicarse de una forma íntima y
sosegada; más adelante podrán trasladar este conocimiento a sus futuras
relaciones, incluyendo su vida de pareja. Si solamente hablamos con nuestros
hijos para corregirles, no aprenderán el valor emocional de la atención positiva y
concentrada.
Con los más pequeños recomienda el doctor Chapman que aprovechemos la hora
de ir a dormir, porque suele ser un momento propicio para una conversación: es
un momento del día en el que los niños están particularmente pendientes de sus
padres, tal vez por la falta de distracciones ambientes o por el deseo de retrasar
unos minutos la hora de ir a dormir. Los ritos a la hora de ir a dormir son cálidos e
íntimos e inducen el niño a la confianza y a la relajación. Ayudan a tejer lazos
emocionales entre padres e hijos. Las prisas de la sociedad donde vivimos
contrastan con estos momentos de paz y de tiempo aparentemente «perdido». Los
beneficios del tiempo que pasamos con nuestros hijos, dedicados a desarrollar la
confianza y el amor mutuos, serán incontestables a medio y largo plazo. Para ello,
afirma Chapman, es necesario marcar prioridades y resistirse a la «tiranía de lo
urgente».
Los actos de servicio tienen otra meta a medio o largo plazo: servimos a nuestros
hijos, pero a medida que ellos crecen tienen que aprender de manera paulatina a
ayudarse a sí mismos y a los demás. Asegura Chapman que este proceso no
resulta rápido ni cómodo. Invertimos más tiempo para enseñar a un hijo a preparar
su comida que a hacerlo nosotros mismos. Muchos padres piensan que no tienen
tiempo para enseñar a sus hijos a poner la lavadora o son demasiado
perfeccionistas para dejarles hacerlo. Esto resulta muy perjudicial para ellos,
porque no aprenden a cuidar de sí mismos.
A medida que el hijo crece será más evidente que responde con más facilidad y
más profundamente a uno de los cinco lenguajes de amor. Ese lenguaje tendrá
para él o para ella mucho sentido porque le llega de forma directa. Descubrir el
lenguaje de amor de su hijo o ser querido es importante: así podrá expresarle su
amor de forma más directa e inteligible, y también podrá ser consciente de que si
usa un lenguaje de amor de forma negativa, fruto de una frustración pasajera o de
un ataque de ira, el resultado será muy dañino y contundente.
Los lenguajes de amor resultan útiles para desbrozar el camino que nos permite
tejer una comunicación emocional directa con las personas con las que
convivimos. Cuando reconocemos el lenguaje de amor de nuestro hijo o de
nuestra pareja, nos resulta más sencillo comprender por qué tal vez, y a pesar de
nuestros esfuerzos, no conseguíamos transmitirles nuestro amor de forma
convincente. Reconocer y respetar tanto el temperamento como el lenguaje de
amor de las personas con las que convivimos ayuda a abrir cauces de
comunicación emocional y crea un ambiente más cálido y seguro para la
convivencia diaria y para la resolución pacífica y creativa de los conflictos, que
forman parte ineludible de la convivencia humana.